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Emma: 14 de mayo de 2013

—¿Lukas?

Acerqué mis pisadas hacia aquel tramo de tierra que parecía haberse convertido en su propio rincón seguro. Sin importar lo que sucediera y siempre que las circunstancias le resultaban insoportables, era aquí en donde venía a refugiarse: sentado enfrente de su madre, desviando el rostro para ocultarse de su padre e inclinando el cuerpo para darle la espalda a su abuela.

—¿Lukas? —volví a alzar la voz—. No finjas que no estás escuchándome —protesté—. Es obvio que puedes oírme desde metros atrás.

No se movió, ni siquiera por un centímetro. Lucía tan ensimismado en sus pensamientos que tampoco me demoré en concluir que habría de tomar medidas firmes en el asunto. Respirando hondo, no hice caso a las prohibiciones mientras pisaba por el camino empedrado, dejándome caer en el medio del césped hasta quedar sentada junto a él. Al principio me pareció que estaba siendo un poco invasiva (en especial cuando las puntas de mis zapatos chocaron por accidente contra la lápida de su madre), pero al caer en cuenta del modo en que le lloraban los ojos, me convencí de que tener algo de compañía no le vendría nada mal.

—Atranqué la puerta principal de la sala de reuniones —improvisé, no solo porque quería sacarlo de aquel trance de silencio, sino porque saberlo quizás le serviría como consuelo—. Solo se podrá ingresar por la puerta trasera mientras Yvonne siga allí dentro. Nadie más que Philip y la niña pelirroja podrían utilizar el pasillo de las habitaciones para entrar por...

—Perdón, Emma —dijo de repente.

—¿Disculpa?

—Estoy pidiéndote perdón porque no encuentro otra manera de compensar lo que has hecho por mí.

Parpadeando con sorpresa, me limité a mirarlo de reojo.

—¿De qué hablas? —lo cuestioné—. Una actuación de apenas diez minutos no es razón para compensarme.

—Me refiero a todo lo que has hecho desde que llegué a la comunidad mágica —se ocupó de aclarar—. Te has mantenido al pendiente de mí aún con todas esas veces en que yo te he retribuido de mala manera.

—Por favor, nunca fue nada serio...

—Te ofendí de forma terrible —interrumpió para contradecirme—. Te rechacé en público, te avergoncé en incontables ocasiones frente al Concejo e, incluso, llegué a tratarte considerablemente duro con tal de hacer que te apartaras.

—No por eso tengo algún resentimiento contra ti —me encogí de hombros—, sé que te cuesta trabajo medir las palabras.

—No es excusa —insistió.

—Puede que no, pero...

—No eres la persona que pensaba que eras, ¿vale? No eres fastidiosa ni irritante, tampoco una debilucha, una ignorante ni una odiosa.

Me reí, en especial porque cada insulto pasó por mi cabeza acompañado de una serie de experiencias casi imborrables... Dicho de otro modo, eran historias divertidas que mantendría resguardadas en mi memoria a pesar de sus trágicos finales:

El día de su cumpleaños (tal vez hacía dos o tres años) intenté robarle un beso durante una asamblea de ajustes de otoño del Concejo. No solo no lo logré, sino que, además, quedé humillada frente a los ojos de los siete magos más importantes del segundo rango. Recuerdo muy bien cómo Lukas retrocedió ante mi imprudente intención y, después de levantarse del asiento, me rebajó todavía más diciendo:

"—No todos queremos el camino fácil, Emma. Ofrecerte a todo no evitará que parezcas una chica solitaria y desesperada."

Suelo ser impulsiva, lo sé, pero continuamente me repetía que bastaría con ser un poco más persistente para que él se diera el permiso de cambiar de opinión. Quizás fue la ilusión de que algún día aceptaría fijarse en mí lo que, al final, me alentó a probar unas cuantas locuras más:

Hacía apenas unos meses, decidí infiltrarme en su habitación con el único propósito de cumplirme el capricho de verlo dormir. Así de estúpido como se escucha, robé la copia de llaves del despacho de Philip y, durante una noche de tormenta, me concedí el pase hacia la última planta hasta dar con la puerta correcta. Fue un hecho que los ruidos de la lluvia ayudaron a opacar mis pisadas. Subí por las escaleras sin ninguna complicación y me tomó unos segundos colocarme al borde de su cama.

Ver a Lukas dormir no solo resultó tranquilizante, sino también gracioso debido al montón de balbuceos que en ratos se le escapaban de la boca. "Tú me dijiste que no había ningún dinosaurio", "Quiero devolverte tu reloj" y "¿Cómo que una bolsa de fresas cuesta quinientos euros?" se convirtieron en las frases célebres que fui incapaz de dejar en el olvido. Juro que pasé minutos enteros sin aburrirme, aparte de todo, sintiéndome como la chica más afortunada del mundo.

Cerca del término de la tormenta, tuve el atrevimiento de subirme al colchón hasta encontrar la forma de recostarme a su lado. Me pegué a él, tan solo limitándome a sonreír. No estoy muy segura de cuánto tiempo transcurrió antes de que me quedara dormida, aunque es evidente que, al despertar ambos con el timbre de su reloj, las cosas se tornaron en un completo escándalo. En un principio, Lukas no hizo más que parpadear y mirarme a los ojos; tras haberme reconocido, no tardó ni un instante en apartarse de golpe, como si me tomara por una plaga tóxica o algo parecido.

"—¿Acaso estás loca, Emma? —me gritó mientras se levantaba de la cama—. ¿Tienes idea de lo absurdo que es esto? ¡Es ridículo!"

Sus palabras no solían dejar un impacto en mí, ni siquiera sus insultos parecían afectarme. En su lugar, lo único que Lukas lograba era volverme una persona torpe, me hacía sentir como si estuviera a punto de hacer algo realmente estúpido. En esa ocasión, solo pude mirarlo de pies a cabeza, o sea, traía puesto un pantalón, pero nada más... Apartar la vista de él me fue imposible, y una vez intuyó lo que pasaba por mis pensamientos, me sacó a toda prisa de su recámara.

Me apena admitir que su carácter sigue siendo un total enigma para mí. Es obvio que domino casi cada detalle sobre él, incluso cosas tan insignificantes como su preferencia por el sabor a fresa, su afición por organizar objetos, su odio por los insectos o su necesidad por utilizar gafas de lectura. Aún conociéndolo a profundidad, continuaba tratándose de un chico que guardaba secretos a diario; alguien que, sin importar por dónde se mirase, siempre resultaba un misterio.

Lo sé, es porque él es diferente. Y no me refiero a ese tipo de cliché sin gracia en el cual la chica enamorada asegura haberse topado con el único hombre "irrepetible y distinguido" del planeta. No, hablo de que Lukas en verdad es diferente. Lo supe desde que, en una ocasión y por accidente, escuché a Isabel mantener una conversación con una mujer a las afueras del despacho de la mansión. En ese momento, entender lo que habían catalogado como un "trastorno autista leve" no me pareció muy relevante, así como tampoco estar al tanto de las implicaciones que traería consigo. Para mí, Lukas siempre sería Lukas, por mucho que un diagnóstico clínico tratara de sentenciar lo contrario.

—¿Recuerdas cuando dije que tenía una charla pendiente contigo? —me preguntó con el gesto serio.

—El día que te quité la corbata, sí. —Asentí.

—Bueno, pues es esta.

—¿E-esta? —titubeé con nerviosismo, volviendo el rostro hacia él—. Te refieres a... ¿tener esa conversación justo ahora?

—Exacto —me confirmó.

—¿Por qué?

—Porque tal vez no disponga de la oportunidad de hacerlo más tarde.

Giró el cuerpo en mi dirección para quedar sentado frente a mí.

—Escúchame con atención, ¿vale? —condicionó—. Es importante que sepas esto.

—Siempre te escucho con atención —me pareció importante especificar.

—Me alegra, porque tengo la impresión de que no eres consciente del valor que tienes como persona.

—¿Como persona?

—Me das valor a mí, lo sé, pero ¿de qué sirve algo como eso si no te estimas primero a ti misma?

—Caramba —no pude evitar que una carcajada se me escapara de la boca—, ¿de qué diantres estás hablando ahora?

—Tu actitud impulsiva proviene de una urgencia intrínseca por demostrar tu valía —me sermoneó con formalidad—. No la consideras suficiente, por eso asumes que es indispensable incrementarla a través de acciones atrevidas.

Lo observé en silencio, en un inicio porque ni siquiera supe cómo contestar a eso.

—No necesitas "perder la dignidad", o como sea que tú lo llames, para convencer a alguien del valor que tienes —continuó diciendo—. No pienses en ponerte en vergüenza como primera opción y, en su lugar, enfoca tu interés en personas que sí estén dispuestas a notar lo importante que eres.

—No entiendo por qué estás...

—La teoría está en los libros, ¿sabes? —Lanzó un suspiro al aire—. Te recomiendo visitar la antepenúltima estantería de la biblioteca. Ese pasillo está lleno de manuales de estudio en psicología, lenguaje corporal y personalidad.

Bien, tal vez era cierto. Siempre quise ser alguien encantadora: una chica admirable, decidida y excepcional... Alguien como Yvonne. Pero ahora que me detengo a pensarlo con mayor detenimiento, ¿acaso tratar de ser alguien diferente también me hizo olvidarme de quién era yo en realidad?

—¿En serio piensas que soy importante? —lo interrogué de inmediato.

—No solo eres importante, Emma, eres valiente, alegre, compasiva y perseverante —complementó—. No permitas que otras personas se aprovechen de tu nobleza; defiende lo que eres y no te quedes callada si algo te molesta.

Desde el principio, tuve la intención de impresionar a cierto chico y hacerle notar lo maravillosa que alguien como yo podía llegar a ser. Por desgracia, fingir audacia y pretender que era lo suficientemente fuerte para soportarlo todo no fue, ni de cerca, lo mismo que ser impresionante o maravillosa.

—Si aprendes a confiar en ti, te darás cuenta de que puedes lograr cosas fantásticas —trató de darme ánimos—. No tienes que ser alguien más, solo... ámate a ti misma, aunque todos te digan lo contrario.

Eso último resultó tan inesperado que me dejó con la mente en blanco.

Tragué saliva de manera audible, de allí que él me observara con una sonrisa que me paralizó de pies a cabeza. Luego se acercó unos centímetros más, haciendo que mi estómago se revolviera y mi corazón se detuviera por unos instantes. La corta distancia que nos separaba ya no formaba parte de un plan, tampoco de una solicitud de ayuda o de una orden que ambos tuviéramos la responsabilidad de acatar. Me refiero a que, por primera vez, era real: no solo una mentira que pudiese engañar al Concejo, ni una estrategia que pudiese detener una batalla.

Era extraño pensar que se tratara de Lukas, que fuera justo él quien se encontrara enfrente de mí cuando, años atrás, me había convencido de que sería imposible tener siquiera un atisbo de aquel anhelo. "¿Cómo se sentirá estar cara a cara con la persona que amas?" me preguntaba día tras día, y por fin creía conocer la respuesta: mariposas. Sí, era como tener un centenar de mariposas en el estómago, una sensación tan cautivadora como reconfortante.

Sabía de antemano que Lukas planeaba besar mi mejilla, aun así, con moverme un poco conseguí que me plantara el beso casi por encima de los labios. Estoy convencida de que pude haber hecho más que solo girar la cabeza, en especial teniéndolo así de cerca; sin embargo, me pareció que aprovecharme de las circunstancias sería nefasto considerando el estado de ánimo en que él se encontraba.

Por su parte, Lukas retrocedió de golpe y no dijo nada. Tenía la certeza de que estaba incómodo, pues tampoco hacía falta contar con un "lector de mentes" para intuir que acababa de tomarlo por sorpresa.

—Lo lamento, Emma, no quise... —vaciló, avergonzado—. No estaba tratando de que fuera en la boca.

Entonces, sin poderlo evitar, traje ese momento a mi memoria. Sí, hablo de ese momento. Tomé una bocanada de aire en cuanto el recuerdo amenazó con nublarme la mente: sus labios sobre los míos, durante un breve pero eterno instante. Sentir su piel contra mi boca, mi corazón acelerándose tras cada suave y delicado movimiento. Sujetarlo del saco para tenerlo todavía más cerca, acariciarle el cuello sin que él impusiera ninguna clase de resistencia y detenerme justo cuando una de sus lágrimas caía sobre la parte baja de mi mejilla... Sé que no es ético recordarlo. Me había prohibido pensar en ello porque era cien por cien consciente de lo doloroso que había sido para Lukas.

—Fue mi culpa, no tuya. —Cerré los ojos, solo para impedir que tal recuerdo se adueñara del resto de mi cordura—. No debí cambiar de posición, lo siento.

—Pensé que sería un buen gesto para quedar como amigos —justificó.

—Lo sé.

—Y, a la par, también esperaba que se convirtiera en una excusa para pedirte otro favor.

Alcé la vista hacia él.

—¿Otro favor?

—Es mucho más simple que el primero —se apresuró a añadir—, te lo garantizo.

—Oh —sonreí—, qué decepción.

—Tan solo necesito tu ayuda para hacer entrega de un obsequio.

—¿Un obsequio de qué y para quién? —me ocupé de indagar.

Levantando una pequeña florecilla de la superficie del césped, vaciló un poco antes de sujetarme del brazo e indicarme que sostuviera aquella planta sobre la palma de mi mano. Extrajo la varita de su bolsillo momentos más tarde, apuntando al centro de la flor para empezar a transformarla en una especie de racimo de pétalos. Segundo tras segundo, el tallo en conjunto adquirió la apariencia de un capullo fresco, creciendo en tamaño hasta convertirse en una hermosa rosa de color azul.

—El obsequio es esta rosa —me informó—, y la receptora es Yvonne.

—Caramba —me quejé entre carcajadas—, ¿en serio esperas que ande por el bosque tratando de encontrar a mi rival amoroso solo para darle una flor en tu nombre?

—En serio. —Asintió.

—Y ¿por qué piensas que voy a aceptar?

—Porque también será tu oportunidad de hacer las paces con ella. —Me dirigió una sonrisa forzada.

—Créeme, su respuesta sería cientos de veces más positiva si fueras tú quien se la obsequiara —le garanticé.

—Queda fuera de mis posibilidades.

—¿Por qué?

Desvió la mirada hacia la tumba de su madre para luego ponerse de pie.

—No sé lo que ocurrirá conmigo una vez pise el campo de batalla —respondió finalmente.

—¿De qué hablas? —Me di prisa en levantarme para volver a mirarlo de frente—. Tan solo pondrás en marcha el código de rendición y eso es todo.

—No creo que las cosas resulten así de sencillas.

—¿Por qué no? —quise entender.

—Para ellos, el culpable de la traición soy yo. —Se encogió de hombros—. Quizás sea lógico pensar que tratarán de adoptar conmigo alguna clase de represalia.

—¿Represalia?

—Respuesta de venganza —definió.

—Conozco el significado, más bien... —Hice una pausa para reflexionarlo—. Aguarda, ¿lo que estás tratando de decirme es que podrías no salir de allí con vida?

—Solo dale la rosa a Yvonne y ya está, ¿vale?

Negué con la cabeza.

—No voy a hacerlo, Lukas —sentencié sin mayor demora.

—Te lo estoy pidiendo por favor —insistió.

—No voy a hacerlo, ya te lo dije. —Me aseguré de retroceder unos pasos mientras pegaba esa rosa a mi pecho—. Serás tú quien regresará a buscar a Yvonne y quien, personalmente, le hará entrega de la flor... De otra flor —agregué.

—¿Qué pasará si no estoy en posición de obsequiársela por cuenta propia?

—¡Claro que vas a estar en posición de obsequiársela! —reaccioné con molestia.

—¿Y si no?

Lo fulminé con la mirada, aunque solo porque estaba tratando de hacer que mi miedo pasara desapercibido. Mis ojos, que normalmente reflejaban ternura cuando se encontraban con los suyos, ahora estaban cargados de una preocupación que tampoco hallaba el modo de ignorar.

—Pues siendo así y si tienes tantas dudas, entonces aguarda conmigo hasta que termine la batalla —le propuse.

—Me necesitan en el campo, Emma. —Desvió la vista hacia las lápidas—. Sabes muy bien que mi ejército no se rendirá si no soy yo quien emite la orden.

—¿Y?

—Podrían morir muchos si no me aseguro de estar allí en unas horas.

—Me vale un comino, ¡en serio te lo juro! —Ni siquiera lo pensé dos veces antes de interponerme entre él y el sendero de salida—. No voy a dejar que te vayas.

—El precio de un comino...

—Vamos, Lukas, sé que entiendes a qué me refiero —refunfuñé.

—Parándote enfrente no vas a impedir que me marche —advirtió.

—De acuerdo. —Hice un esfuerzo por contener las lágrimas al tiempo que me dejaba caer de rodillas sobre el césped—. Pero una súplica tal vez sí lo haga.

—¿Vas a suplicar?

—Por favor, no te vayas —le rogué sin vergüenza, juntando las manos para que comprendiera la gravedad del asunto—. Van a asesinarte si no esperas a que todo haya terminado y, si tú te fueras... Por favor, ¡sería lo mismo que continuar encerrada en una celda!

—Como líder, es mi responsabilidad guiar el actuar de...

—No, no lo es. —Lo jalé del saco para hacer que también se acuclillara en el piso—. No tienes responsabilidades de nada, mucho menos de utilizarte a ti mismo como carnada.

—Suéltame, Emma —dijo a secas—. No quiero...

—No.

—... verme en la obligación de utilizar mi magia en tu contra.

—¡Y yo no quiero verme en la obligación de perderte! —increpé.

—¿No piensas soltarme?

—Te amo, ¿no te ha quedado claro todavía? —admití—. ¡Demasiado para siquiera soportar que algo malo te suceda! —añadí a mi confesión—. No voy a permitir que entres en esa batalla porque estoy enamorada de ti, ¡para mí es así de sencillo!

Eso último pareció tener más efecto, lo supe por la forma en que se quedó prendido a mi mirada por algunos segundos que, ciertamente, fueron tan valiosos como inolvidables.

—Escucha, Emma, eres una persona maravillosa, ¿sí? —farfulló en voz baja para después apartar la vista—. Estoy seguro de que, algún día, encontrarás la felicidad que te mereces.

—No la quiero si no es contigo —murmuré.

—No soy el chico que buscas, ¿vale? Para mí es así de sencillo.

Resoplé al aire con incredulidad.

¡Por favor! Tenía años enteros estudiándolo a profundidad y conocía (al lujo de detalle) todas esas implicaciones que cualquiera habría de considerar para estar a su lado: sabía de sus errores, talentos, deseos, miedos, preferencias, defectos, actitudes, creencias y valores. Si él no fuera el chico que yo buscaba, lo habría notado ya desde hacía tiempo.

—Es una broma, ¿verdad? —La carcajada se me escapó de la boca—. No sé si estás fingiendo o si tan solo eres un cabeza hueca.

—Sea cual sea de las dos, Emma —suspiró—, no pienso cambiar de respuesta.

—Claro, ¿y eso es por culpa de Yvonne?

—No.

—¿Seguirías rechazándome, aun cuando ella no estuviera? —Volví a reír, aunque, esta vez, porque aquello resultó suficiente para lastimarme el orgullo—. Caramba, ¡sí que debes odiarme!

—No te odio.

—¿Te parece que soy fea, acaso? —continué interrogándolo, deseosa de comprender sus motivos—. ¿O es que te molesta que sea humana?

—Eres muy bonita y no me importa en absoluto que seas humana —se permitió ser sincero.

—¡Oh, por favor! —resoplé—. Entonces ¿por qué nunca aceptaste siquiera darme una oportunidad?

—Simplemente me parecía que...

—¿Es porque mi familia es judía? —sumé a la lista de preguntas—. No me digas que en serio crees en esas barbaries que replicaba tu padre.

—¿Qué?

—Mi familia —repetí—. Todos ellos eran y son judíos.

Cerró la boca de inmediato. Absorto y mudo, parpadeó varias veces antes de que en sus ojos comenzaran a percibirse leves destellos de amarillo, así como si en verdad acabara de confesarle la noticia más impactante del planeta.

—¿Judíos? —preguntó.

—Sí, eso fue lo que dije.

Hubo otro momento de silencio.

—Demonios, Emma... —maldijo entre balbuceos—. Lo lamento mucho.

—¿Qué lamentas, exactamente?

—No, digo... —Cerró los ojos con fuerza mientras hacía un intento por reformular su oración—. Lo siento, no quise... Me refiero a que es una hipótesis ridícula, ¿vale? —Respiró profundo—. No tiene nada que ver con que seas judía.

—¿Entonces?

—No tenías confianza en ti misma, ya te lo había dicho.

—¿Me rechazaste porque pensaste que me faltaba autoestima? —inquirí, incrédula.

—En resumen, sí. —Asintió—. Justo eso.

—¿Y qué si lo hubiera corregido a tiempo? —quise saber—. En ese caso, ¿crees que las cosas entre nosotros habrían sido diferentes?

—Si con "a tiempo" quieres decir "antes de que conociera a Yvonne"... —lo pensó por unos instantes—, quizás sí —concluyó—. Las cosas entre nosotros dos pudieron haber sido muy diferentes.

Aparté la mirada de él en cuanto caí en cuenta de que ese nombre le regresaba a la mente a cada minuto y sin importar la circunstancias. La tenía presente en todo momento, igual que si se tratara de un amuleto de la suerte o de un candado de cerradura bloqueada. Lo suficientemente enamorado para, además, admitir sin pena que su noción de "antes" y "después" se definía por entero por la aparición de Yvonne en su vida.

—Hiciera lo que hiciera, o dijera lo que dijera... —musité—. No piensas olvidarte de ella, ¿verdad?

—Yvonne fue, es y seguirá siendo mi mundo aún pese a que hiciera una infinidad de intentos por cambiarlo.

Lo que vi en sus ojos no fue solo el reflejo de un cariño incondicional, sino también de una tristeza que parecía estar destruyéndolo a pedazos como consecuencia de lo ocurrido hacía apenas un par de horas.

—Yvonne va a perdonarte, te juro que lo hará —me resigné a decir, rindiéndome a la idea de que sería solamente a ella a quien mi chico aceptaría amar—. Puedo convencerla si así lo requieres.

—¿Acostumbras ser persuasiva? —Arqueó una ceja.

—Igual que como sucedió en el templo en la segunda celebración, no me importa saltarme las reglas si es mi ayuda para armar un discurso lo que necesitas.

Aquello le sacó una sonrisa.

—Eres buena para exagerar relatos —me dio la razón—, no voy a negarlo.

—Es justo lo que hace falta, ¿no?

—¿Crees que vaya a entenderlo con solo decirle que hacía lo posible por protegerla? —El gesto se le puso serio—. Si Yvonne supiera mi versión de los hechos..., ¿piensas que me perdonaría?

—Cualquier lo haría, Lukas. —Incluso lo harían con los ojos cerrados.

—Yvonne no es cualquiera —objetó en voz baja.

—Pero estoy segura de que todavía le importas —argumenté.

—¿Qué gano yo con eso si, de todas formas, no voy a tener la oportunidad de volver a verla?

Si bien se dio el permiso de verme a la cara, no se pudo decir lo mismo del modo en que optó por permanecer callado.

Algo andaba mal, y no solo lo sabía por cómo me miraba, sino también por la presión asfixiante que ya comenzaba a sentir a los costados de las piernas. Al bajar la vista, caí en cuenta de que mi peor pesadilla se estaba volviendo realidad: indefensa y vulnerable, las plantas de alrededor iban escalando por mi piel en forma de enredaderas, impidiéndome la movilidad. Estaban convirtiéndome en una chica impotente, obligándome a permanecer quieta aún pese a que la persona que más amaba pareciera necesitarme más que nunca.

—Lukas, ya basta —le espeté, aunque no por eso las plantas dejaron de envolverme las piernas—. Esto no es gracioso.

—Lo siento mucho, Emma, pero no me beneficia en absoluto que estés tratando de evitar que me marche.

—Déjate de tonterías y suéltame ya, ¿quieres?

—Agradezco profundamente haberte conocido —empezó a decir—, así como también haberte tenido como aliada durante los momentos más críticos de mi existencia.

—Caramba, ¡no te atrevas a despedirte de mí! —le advertí a gritos.

—Fuiste una pieza crucial durante mi mandato como líder de la comunidad —continuó hablando, haciendo caso omiso a mis súplicas—. Tú más que nadie debería ser consciente de eso.

—¿Estás escuchando lo que digo? —insistí—. ¡Cállate ya!

—Mantente al pendiente de mi hermana, ¿sí? Ella va a necesitar de tu ayuda.

—¿De quién?

—Y, aunque tal vez nunca lo pronuncié en voz alta, todos los chocolates que alguna vez compraste para mí estaban deliciosos; haberme dedicado una canción en público fue un acto vergonzoso, pero admirable; el rojo te queda muy bien y la canasta de pasteles fue mi obsequio favorito. —Me dedicó un asentimiento de cabeza, una especie de reverencia con tintes de formalidad que no hizo más que dejarme pasmada—. Como muestra de agradecimiento, voy a fingir que no sabía desde el principio que ibas a quedarte con esa rosa.

No no pude decir nada mientras lo observaba pasar junto a mí. Me quedé allí, estupefacta e insuficiente. Sin opciones y con los pies literalmente atados a la superficie de la tierra. Lo que más me importaba en esta vida, lo que más apreciaba en el mundo entero... Se marchaba detrás de mí sin que yo pudiera hacer algo por evitarlo.

—Vuelve aquí, ¿me oyes? —No obtuve respuesta—. ¡Lukas! ¡Regresa ahora mismo, caramba!

Era terrible darme cuenta de que, hiciera lo que hiciera, solo era una humana y nada más. Cambiar el modo en que acontecían los hechos quedaba fuera de cualquiera de mis posibilidades, y ser consciente de eso estaba matándome del mismo modo que tener una estaca enterrada en el corazón lo haría.

Después de haber notado que tenía las mejillas cubiertas por lágrimas, mis ojos se desviaron hacia la lápida de la izquierda. Apenas iluminada por la luz de las farolas, la tumba de Luisa Diederich parecía estar burlándose de mí, en especial con aquel símbolo nazi marcado al centro de la placa. De generación en generación, su envenenada venganza no solo había corrompido por completo a su hijo, sino que, además, había terminado por ensombrecer el alma de su nieto hasta el punto de volverlo indiferente ante la mera noción de morir.

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