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Capítulo 9: 25 de mayo de 2013

Tengo la impresión de que, cuando dudamos de la veracidad de un testimonio, lo hacemos únicamente por dos motivos: uno, porque tenemos la confianza lastimada hasta el límite o, dos, porque la persona que lo cuenta nos evoca sensaciones que deseamos dejar en el olvido.

No voy a mentir diciendo que, para este punto de la cronología, todo se había resuelto para tu querida narradora. En realidad, estaba tan harta de no poder sacarme a cierto chico de la cabeza que me había prometido hacer lo posible por recordarme (cuantas veces fuera necesario) que aquella historia que él había inventado para mí no era más que justamente eso: un invento. Excusas baratas. Mentiras convenientes que, por mera cuestión de azar, se ajustaban a la perfección con el resto de los acontecimientos.

—Entonces, ¿van a asignarte a la unidad productiva? —le pregunté para confirmar—. No suena nada mal tomando en cuenta tus deseos insistentes por hacer lo que te plazca en el trabajo.

Entornó los ojos con ironía antes de limitarse a escribir su contestación en el papel:

Hubiese sido gracioso de no ser porque tienes cara de muerta.

Lo fulminé con la mirada.

—Gracias por el halago, Roland. Ten la seguridad de que eso me hace sentir mucho mejor.

Me indicó con una mano que regresara la vista a la libreta:

De nada.

—Qué increíble —resoplé—. Aun sin poder hablar, sigues ofendiéndome con la misma frecuencia que antes. —Él me sonrió en respuesta—. ¿Al menos tienes contemplado algún propósito nuevo? Aparte de convertirte en un comediante de primera, claro.

Se tomó un momento para pensar al mismo tiempo que llevaba el cuaderno detrás de su espalda.

Haberme topado con Roland a las afueras del Tribunal no solo fue cuestión de coincidencia, sino también de una concordancia en nuestros horarios para el almuerzo. El General me había pedido a mí retomar mi trabajo como consejera y el servicio social le había solicitado a él presentar los resultados de sus pruebas como parte del protocolo de empleabilidad. En ratos, me daba la impresión de que todo volvía a ser igual que antes; la rutina se restablecía y mi vida en la colonia regresaba de poco en poco a la normalidad... Todo igual de insignificante y vacío que como solía serlo al principio.

—¿No quieres contarme tus planes o qué? —inquirí.

Negó con la cabeza, concediéndose unos segundos más de reflexión antes de mostrarme el frente de aquella libreta:

Mi hermana sueña con abrir una pastelería. Con la experiencia de la unidad productiva, tal vez pueda ayudarla a emprender su negocio.

—Eso se escucha prometedor, a este sitio le hace falta buena repostería —apunté con una sonrisa—. Tú y tu hermana deberían de visitarme algún día, acabo de cambiar de apartamento a las afueras de...

—¿Yvonne?

Aquella interrupción inesperada me hizo girar la cabeza hacia las laderas del bosque. Era una chica la que venía caminando hacia mí, una muchacha de tez morena cuyas facciones reconocí estando todavía a varios metros de distancia. En un primer impulso, mis ojos se cruzaron con los de Roland. Percibí el desconcierto en su mirada, aunque, con probabilidad, no fue la misma emoción inofensiva lo que él distinguió en la mía.

—No es motivo de alarma —lo tranquilicé enseguida, encogiéndome de hombros con tal de hacerle saber que necesitaba un momento a solas—. Te buscaré más tarde, lo prometo.

Me detuvo del brazo en cuanto intuyó mi disposición a avanzar. Tampoco tuvo problemas para identificar mi sensación de sofoco, lo digo por el modo en que se apresuró a anotar otro mensaje en su libreta:

¿Segura que estás bien?

—Muy segura —mentí—. Es solo que... la conversación que ella y yo tenemos pendiente es sobre un asunto que me pone algo incómoda.

«Demasiado incómoda, mejor dicho»

Bastó con fingir otra sonrisa para que accediera a soltarme, limitándose a darme unas palmadas en el hombro a modo de consuelo. Luego nos despedimos con un asentimiento de cabeza, no sin que él levantara ambos pulgares para darme a entender que todo estaría en orden... ¡Ja, claro! Si tan solo hubiera sabido la clase de pensamientos que para ese entonces me nublaban el juicio, estoy convencida de que no habría tardado ni un par de segundos en impedir que me marchara.

Por resentimiento, ya estaba molesta para cuando me dispuse a avanzar hacia Emma. Su simple presencia me fastidiaba. Metro a metro y entre más cerca la tuviera, más me daba cuenta de que el rencor crecía sin precedentes en mi interior. La furia que de pronto sentí me espantó inclusive a mí misma; no obstante, encontré la manera de controlar mi respiración y conservar la compostura al tiempo que frenaba mi caminata a unos insignificantes pasos de ella.

—¿Qué estás haciendo aquí? —No me preocupé por saludar y, en su lugar, la recorrí con la vista de arriba abajo—. Eres humana. El solo hecho de entrar a nuestro territorio puede ser peligroso para ti.

—Quise correr el riesgo —respondió mientras recortaba un poco más la distancia—. Es importante que hable contigo antes de que vuelva a la comunidad.

—No hay mucho que tengamos por discutir, Emma.

—A mí me parece que es todo lo contrario —puntualizó con una sonrisa forzada—. No puedo irme de aquí sin antes haber aclarado las cosas contigo.

—Lo que sea que quieras decirme, no pienso creértelo ni aunque fuera por cortesía. —Me crucé de brazos.

—¿Perdona?

—¿Intentarás convencerme de que todo ese espectáculo fue parte de tus dotes de actuación? —insinué entre carcajadas—. No trates de engañarme con eso.

—No voy a hacerlo —contestó sin demora.

—Ah, ¿no?

—Más bien, trataré de convencerte de que fue parte de los dotes de actuación de Lukas.

Cerrando los ojos, me llevé las manos al rostro para darme la oportunidad de respirar hondo.

—Por todos los cielos... No me hables de él como si en serio tuvieras el derecho a defenderlo.

—¡Por supuesto que lo tengo! —exclamó—. Lo conocí mucho mejor de lo que piensas, tal vez incluso mejor que tú.

—Oh, por favor —me burlé.

—Era un chico muy especial para mí, Yvonne.

—Lo sé —puse el gesto serio—, y es precisamente por eso que no voy a creerte ni la mitad de las palabras.

—Las cosas no fueron como imaginas, ¿okay? —Tomó una bocanada de aire antes de recalcar—: Fue un beso estratégico, no uno romántico.

—Cielos, ¿y cuál es la diferencia?

—Yo trabajaba para el Concejo.

—¿Y?

—Lukas era parte del Concejo —aludió—. Sin importar la orden que él me diera, yo tenía la tarea obligada de acatarla. —Hizo una pausa—. No me refiero a que hubiera pasado en más ocasiones, yo... Lo que trato de decir es que solo hacía mi trabajo.

—Qué excelente trabajo —ironicé.

—No lo estás entendiendo bien, Yvonne, no estaba...

—Lo estoy entendiendo a la perfección —le espeté con rudeza—. Que él te lo hubiera ordenado o no, el caso es que tú habrías aceptado sin importar las circunstancias.

Nos sostuvimos la mirada por algunos segundos, los suficientes para darme cuenta de que la tensión entre ambas estaba bastante cerca de alcanzar el punto de no retorno. Fue un instante en que el presente y el pasado chocaron, un silencio momentáneo que podría cambiarlo todo o, quizás, meramente confirmar lo que ya sabíamos pero temíamos admitir.

—No voy a negártelo, ¿bien? —Soltó un suspiro—. Es obvio que acepté sin vacilar, o sea, Lukas me ha gustado desde que tengo memoria.

—Entonces, ¿por qué rayos sigues aquí? —la cuestioné, molesta—. ¡Vete ya y deja de pedir disculpas por algo que ni siquiera lamentas!

—Tampoco me conoces a mí.

—¡Por todos los cielos! —Solté una carcajada ruidosa para luego darle la espalda—. Estás comenzando a hartarme.

—No crucé el bosque entero con la tonta intención de fastidiarte —refunfuñó.

—Pues eso es lo que parece.

—Tan solo escúchame unos segundos más de....

—Con cada segundo, termino más y más molesta —advertí.

—Estás comportándote como una celosa sin remedio, ¿sabes?

—¿Y qué esperabas de mí? —la desafié, volviéndome de nuevo hacia ella—. "Está bien, no tengo problemas con prestártelo un rato" —fingí una voz dulce y apaciguada—, o tal vez un "no importa, igual podría compartirlo contigo".

—Oye, en ningún momento me...

—Aguarda, tengo una mejor. —Después agregué con una mueca fingida—: "Por haber sido tan persistente, te obsequio dos besos más y una noche entera a su lado."

—¿Qué caramba te sucede? —increpó con el ceño fruncido.

—Estoy enojada, Emma, ¡eso es justo lo que me sucede!

Es probable que una lágrima de profundo resentimiento se me haya escapado en el instante en que me obligaba a apartar la vista de ella. Me sentí terrible, querido diario, tanto que la única alternativa a mi alcance consistió en lanzar un quejido de frustración y resignarme a quedar sentada a las orillas de la banqueta. No solo me daba la impresión de que extrañaba a Lukas por montones, sino que también estaba convencida de que recordarlo tan cerca de Emma era, en realidad, el detalle catastrófico que más tenía el poder de lastimarme.

—¿Yvonne?

—¿Y ahora qué quieres? —farfullé.

—¿Tienes idea de cuántas veces le rogué a Lukas por una oportunidad? —se atrevió a añadir entre murmullos—. Casi veinticuatro veces, tal vez veinticinco.

—¿Llevas una cuenta de eso? —me mofé.

—¿Sabes cuántas veces tomó la decisión de rechazarme? —Ignoró mi comentario anterior—. Veinticuatro, incluso podría decir que veinticinco.

Alcé la vista hacia ella.

—El hechicero me tomó prisionera aquel mismo día que tú y Lukas desaparecieron —me hizo saber—. Un 29 de septiembre, ¿recuerdas? No le costó mucho esfuerzo dar con mi escondite y decretar que, como humana, sabía demasiado para ser dejada en libertad.

—¿Adónde vas con todo eso? —quise entender.

—Estuve encerrada en la prisión de la comunidad mágica durante meses, pero tener la ilusión de que, algún día, el chico que vivía en el palacio se daría el tiempo para conocerme mejor y fijarse en mí... —Tragó saliva de manera audible—. Te juro que era la única esperanza que me quedaba.

—Él sí se fijaba en ti, Emma —insistí.

—Error.

—No te habría besado si fuera el caso contrario —dije entre susurros.

—Vamos, ¿en serio piensas que estaba enamorado de mí?

Me encogí de hombros.

—Probablemente le gustabas y solo no tenía idea de cómo decírtelo —traté de darle una explicación.

—No parece muy lógico tomando en cuenta mi versión de los hechos —objetó.

—Tal vez no fuiste lo suficientemente perspicaz para notarlo.

—Caramba, Yvonne. —Contuvo la risa mientras que, al igual que yo, se permitía pegar las rodillas al suelo—. No estaba para nada equivocada cuando dije que lo conocía mejor que tú.

—¿Vas a burlarte ahora?

—Mi mayor sueño siempre fue distinguir tan siquiera una gota de cariño en su mirada —admitió sin pena—. De ser como tú aseguras, ¿no crees que habría sido yo la primera en enterarme?

—Puede que tu problema no haya estado en la cantidad de veces, sino en el tipo de intentos que...

—Escribir cartas, hornear pasteles, obsequiarle canastas enteras de fresas con chocolate, vestirme de gala, pedirle que aceptara bailar conmigo e, incluso, dedicarle una canción en medio de una multitud de miembros del ejército.

Parpadeé varias veces, perpleja.

—Que hiciste, ¿qué?

—No me enorgullezco de aquel día —se aclaró la garganta—, pero el punto es que nada nunca funcionó, o sea, ¡ni siquiera la idea de los pasteles! Sin importar lo que dijera o hiciera, en verdad parecía que no le salían otras frases de la boca además de "no me toques", "déjenme volver a Frankfurt" o "Yvonne es mi novia".

No pude más que clavar la mirada en el pavimento.

—Dijo "no" sin pensarlo a cada una de mis declaraciones —continuó argumentando—. E historias como la mía, Yvonne, te aseguro que hay cientos.

—¿Cientos?

—Tengo el presentimiento de que desconoces el número total de chicas que, en algún momento, trataron de invitarlo a salir —intuyó correctamente.

—Nunca quiso hablarme sobre eso —mascullé.

—Estaríamos considerando un promedio de... —Se perdió un momento en sus pensamientos—. Tal vez un promedio de entre dos a tres chicas por mes —concluyó.

«¿Por mes dijo?»

—Era reservado y todo, pero no por eso lo dejaban respirar.

—¿Rechazó a cada una? —pregunté con cierta intriga.

—Siempre y sin excepciones —respondió—. Incluso Philip llegó a suplicarle que al menos fingiera interés por alguna de ellas.

—Y no lo hizo porque...

—... estaba enamorado de alguien más.

—Claro. —Lancé un suspiro al aire—. De ti, Emma.

—No —pronunció con seguridad—. De ti, Yvonne.

«Ni de chiste»

—Tú le gustabas desde que eran niños —se dio prisa en justificar.

—Sabes que soy una hyzcana, ¿no?

—¿Y? —Se encogió de hombros—. Yo soy una humana.

—No es lo mismo, alguien como yo... Todos allí estaban en contra mía. —Era sencillamente imposible que un mago de tercer rango hubiera aceptado fijarse en un hyzcano por voluntad propia—. Él mismo me lo dijo, ¿de acuerdo? Mi especie es la raza enemiga de la suya.

—Y, aún siendo consciente de eso, él nunca cambió de opinión.

—No es la historia que yo conozco. —Me abracé a mis rodillas.

—Solo porque estaba obligado a olvidarse de ti —simplificó—, pero, siendo yo como soy, los detalles perceptivos nunca se me escaparon.

—¿Y eso qué rayos significa?

—Que Lukas quiso regresar contigo desde el principio —resumió a modo de dictamen—. Era un romántico sin remedio que estaba completamente enamorado de ti.

«¿Enamorado en serio?»

—Trató de escapar de la comunidad en cientos de ocasiones, priorizaba regresar a Frankfurt antes que cumplir con sus responsabilidades, entregaba sus reportes diarios con tu nombre escrito en las esquinas y le dolió hasta el alma cuando se enteró de que estabas saliendo con otro chico.

Acepté levantar la mirada.

—¿Cómo dijiste?

—¿No lo sabías? —inquirió, sorprendida—. Casi le da un infarto el día que su padre le permitió usar un portal de salto. Philip dice que estabas teniendo alguna clase de cita de picnic con un muchacho de cabello rojizo.

«Charles»

—Luego de eso fue como si Lukas no fuera Lukas —musitó con una sonrisa triste—. Se volvió todavía más reservado y, en ratos, daba la sensación de que no tenía emociones..., como si le hubiera dado una crisis depresiva o algo parecido.

De acuerdo, pausa.

En un primer momento, no pude hacer mucho además de quedar inmóvil y absorta. Aquello que Emma estaba atestiguando sin reservas jamás me había pasado por la cabeza ni tan siquiera como una posibilidad. Pensaba que Lukas no había tenido tiempo para mí, que había decidido seguirle las reglas a su padre así sin más y que sus obligaciones como futuro líder de la comunidad le habían impedido encontrar una hora para abandonar el palacio. Al contrario de lo que tenía por supuesto, nunca imaginé que él en verdad hubiera intentado de todo con tal de volver a casa.

Nada de conjeturas, querido diario, pues aún hace falta una peor hipótesis por discutir: utilizando una lógica aplastante, ¿crees posible que Lukas todavía me considerara su novia para cuando tuve esa primera cita con Charles? Porque, de ser así, la probabilidad de que lo hubiese interpretado como una total falta de lealtad no estaba muy lejos de ser bastante alta.

—Por todos los cielos... —Me llevé las manos a la frente, pasmada—. Ese día fue la primera vez que besé a Charles.

Y él había estado allí, ¿no es cierto? Si Lukas había estado allí en el instante más decisivo de todos... Quizás había sido suficiente para romperle el corazón. De amor a odio en menos de un chasquido. Reflexionándolo con mayor detenimiento, ¿habría sido aquello la causa principal de que aceptara seguir órdenes sin pensar?

—Cualquiera hubiese creído que bastaría con algo como eso para que te tuviera alguna clase de resentimiento —se quejó Emma a regañadientes—. Pero verás, Yvonne, que su nivel de nobleza sí que podía llegar a tornarse en un motivo de total fastidio.

«Noble e incapaz de convertir su dolor en venganza... Eran las mismas cualidades del Lukas que yo creía conocer»

—Por más que lo negara o se convenciera de lo contrario —negó con la cabeza—, era obvio que seguía enamorado de ti.

—¿Aún después de lo que vio en el portal?

—Aún a costa de lo que vio en el portal —corrigió ella, riendo con incredulidad—. Durante años me pareció ridículo, ¿sabes? Era estúpido y además iba en contra de las reglas, pero no por eso dejaste de ser su centro de atención.

«Entonces, ¿él estaba diciendo la verdad?»

Todo lo que aseguró el pasado martes cerca de la frontera, ¿acaso había sido mucho más que un simple invento?

—Te miraba como si fueras la persona más especial del planeta, ¿me oyes? Hablaba de ti con cariño y admiración, le valieron un comino las cosas malas que escuchó decir sobre tu especie y fuiste su único interés durante años enteros.

—¿Cómo puedes estar tan segura? —murmuré.

—Porque yo siempre quise que fuera así como me viera, hablara o pensara de mí —sus palabras temblequearon en cuanto pronunció eso en voz alta—. Te amaba como yo quería que me amara. Su sonrisa volvió a ser genuina gracias a ti, o sea, ¡podía distinguirse incluso a kilómetros de distancia! —exclamó—. Eras su mundo, Yvonne, no existía escenario en que simplemente no fuera así.

«Todo cuanto dijo fue verdad»

Sonreí, no solo porque ese último comentario me permitió comprobar aquello en lo que más deseaba creer, sino porque, por fin, comenzaba a notar que el amor y la lealtad hacían un excelente dúo cuando de compensar las equivocaciones se trataba. Concederme el permiso de otorgarle una segunda oportunidad no estaba muy distante de ser la elección más razonable.

—Te juro que él no me besó solo porque así lo quisiera —reiteró en tono de súplica—. Todo era parte de su plan.

—Es suficiente con eso, Emma.

—No, no es suficiente. —Me retuvo de un brazo en cuanto se dio cuenta de que estaba por ponerme de pie—. Entiendo que tal vez no tengas intenciones de perdonarme a mí, pero te ruego que no des todo por terminado sin antes perdonarlo a él.

—No hace falta que...

—¡Claro que hace falta! —insistió—. Después de todo lo ocurrido, ¡lo último que quiero es ser la culpable de que lo recuerdes con molestia por el resto de la eternidad!

—Me refiero a que no hace falta que sigas tratando de convencerme. —Coloqué una mano sobre su hombro para luego levantarme del piso—. Eso era todo lo que necesitaba escuchar.

Arrugó el entrecejo, confundida. Al menos así pareció estarlo antes de que el gesto le cambiara por una mueca de sorpresa.

—Aguarda, ¿con eso quieres decir que estás cambiando de opinión? —quiso confirmar.

—Tu versión de la historia no suena tan descabellada después de todo —concluí, más para mí misma que para ella.

—¿Significa que vas a perdonarlo? —Parpadeó varias veces—. ¿Sin resentimientos?

—Significa que tal vez haga mucho más que eso.

Soltó un suspiro profundo, dejando entrever su enorme carga de alivio.

—Gracias, Emma. —Le ofrecí una mano para ayudarla a ponerse de pie—. Al contrario de lo que esperaba, me quitaste un gran peso de encima.

—¿Lo dices en serio? —sonrió.

—Por supuesto.

—No tienes idea de cuánto me duele no haber sido capaz de detenerlo —se lamentó también.

—¿De qué hablas?

—Lukas. —Sus ojos se cruzaron con los míos, un intercambio momentáneo donde, además de pena, me pareció distinguir una profunda tristeza en su mirada—. Yo estuve allí cuando... Ese mismo día, antes de que entrara en la batalla, creo haber sido yo la última persona con quien conversó.

«¿La última persona?»

—Puede que, si tan solo lo hubiera intentado con mayor insistencia... ¡Agh, qué va! —Se llevó una mano a la frente—. ¡Estoy segura de que habría encontrado la forma de que me escuchara!

—¿De que él te escuchara? —dudé.

—Traté de advertírselo, Yvonne, en verdad te juro que lo hice.

Sus labios se curvaron en un intento desesperado por sostener una sonrisa, aunque comenzaron a temblarle en cuanto le resultó imposible seguir reprimiendo el llanto. Permanecí inmóvil frente a ella, no solo sin poder comprender ni un ápice de lo que ocurría, sino también convencida de que hablar sobre Lukas estaba lastimándola en una forma que solo hasta entonces empezaba a notar.

Sin decir una palabra, dio un paso hacia atrás. Estoy obligada a confesar que no traté de detenerla. La observé con preocupación, sí, pero algo en el fondo me indicó que cuestionarla al respecto no sería lo más pertinente. Una especie de sollozo se le escapó de la boca al momento en que encaminó sus pisadas de vuelta a los límites del bosque. La seguí con la mirada solo porque me dio la impresión de que estaba perdiéndome de algo. El qué era un misterio que me intrigaba, pero aún más curioso resultaba el cómo y el porqué.

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