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Capítulo 8: 21 de mayo de 2013

Ver cara a cara a la persona que más te hizo daño es una emoción indescriptible. Es una mezcla entre confusión, despecho y furia. Es resentimiento.

Me había convencido de que aceptar su invitación no sería ni de cerca lo mismo que obsequiar segundas oportunidades. Llevar mis pasos hacia las orillas de la frontera no era cuestión de cariño o compasión, sino de incertidumbre e inquietud. Necesitaba respuestas. Quería tener una versión completa de la historia, algo que por lo menos resultara útil para entender las decisiones tomadas y asimilar los motivos detrás del cambio tan drástico de circunstancias. Deseaba que como mínimo tuviera las agallas de darme una explicación... ¿Se trataba, entonces, de una actitud de venganza?

Estaba segura de que no se podía confiar en él, por eso crucé la última fila de árboles con vacilación. Tenía miedo; no obstante, como chica entrenada para resolver acertijos, estaba al tanto de que mis ganas por comprender eran mucho más poderosas que cualquier otro indicio de temor o sospecha. De allí que me atreviera a dar el paso decisivo en cuanto mis ojos se cruzaron con su figura desde la distancia.

«La curiosidad mató al gato»

—Pero la satisfacción de lo que vio lo revivió —me empeñé en repetirme mientras avanzaba con cautela en dirección al río.

Me costó algo de esfuerzo fingir que no me incomodaba caminar sin reservas hacia él. Desde metros atrás, fui capaz de distinguir que iba vestido con ropa casual. Nada de trajes, corbatas, sacos o uniformes; en esta ocasión, tan solo camisa y pantalón de mezclilla, tal como un chico normal vestiría durante una mañana de martes. Era un detalle extraño, en especial tomando en cuenta que aún se trataba del líder por derecho de la comunidad mágica.

Créeme, querido diario: no hubo momento en que me sintiera tan vulnerable como en el instante en que detuve mis pisadas junto a quien, para variar, ya estaba revolviéndome la cabeza aún sin haber pronunciado palabra todavía.

—Voy a obsequiarte diez minutos de mi tiempo y solamente eso.

Al expresar esa oración con tanto recelo, no solo conseguí que se volviera de golpe hacia mí, sino también que me dirigiera un gesto de aflicción cuyo significado no resultó tan difícil de adivinar: mi tono de voz estaba lastimándolo, tal vez lo suficiente para afectarle el orgullo.

—De verdad pensé que no ibas a venir —contestó.

—Sí, bueno... —La sorpresa también era mía—. Cambié de opinión en el último minuto.

—Estoy agradecido por eso.

—No malinterpretes las cosas, ¿quieres? —me di prisa en advertir—. No estoy haciendo esto por ti.

—Respeto el tiempo que los demás aceptan concederme —sonrió—, aún sin importar la manera o el motivo.

Lancé un resoplido de incredulidad al mismo tiempo que mi vista se cruzaba con las figuras de un par de soldados. Ambos hombres vagaban por las orillas de la carretera, girando la cabeza en diferentes direcciones a la vez que guiaban sus pisadas hacia las laderas del bosque.

—Fue muy insensato de tu parte venir a este sitio —le hice saber—. La zona está vigilada por el ejército hyzcano desde que terminó la batalla.

—Están registrando el lugar, pero eso no significa que estén buscándome a mí.

Me reí.

—¿Es un chiste, acaso? Eres el principal responsable de una batalla que casi nos deja en la ruina —subrayé—. Es obvio que deben de estar buscándote.

—No van a buscarme —repuso con seguridad.

—¿No oíste nada de lo que acabo de decir?

—Escucha, Yvonne, solo... —Cerró los ojos un momento antes de limitarse a retomar la palabra—: Solo quiero hablar contigo, ¿vale?

—¿Justo aquí y ahora?

—Esperaba que...

—¿Simplemente piensas que estaré dispuesta a dejar que medio mundo nos vea conversar? —me burlé.

—Dos personas no son medio mundo —discrepó.

—Casi me arrestan por conspiración, Lukas. El comité entero votó a favor durante el juicio —espeté aquello sin rodeos, con la intención de que comprendiera la gravedad del asunto—. Me hubiesen sentenciado a un aprisionamiento extendido de no ser porque el General aceptó creer en mi historia.

Bastó con mirarlo a los ojos para que él se apresurara a apartar la vista.

—Por todos los cielos, ¡incluso tienen planeado separarme de Annaliese! —protesté a gritos—. Sanciones y condenas, ¿comprendes? ¡Eso es lo único que gané por haber confiado en ti!

—Entonces, ¿qué sugieres que hagamos? —inquirió.

—¿Disculpa?

—Sigues parada frente a mí, Yvonne. —Me observó de arriba abajo—. Asumo que con el interés de sostener conmigo alguna clase de charla.

«Niño ingenioso»

Por desgracia, tampoco me quedaba otra alternativa además de darle la razón: no iba a marcharme de allí sin antes haber obtenido respuestas. Era más un capricho mío que un verdadero motivo para terminar cediendo.

—¿Puedes abrir un portal en alguna parte más inaccesible del bosque? —me resigné a sugerir—. Solo aceptaré mientras no haya nadie cerca.

—Podría si no hubiese dejado al hechicero en libertad —murmuró.

—¿De qué hablas?

—Me pareció que seguir teniendo el control de sus poderes no tenía mucho caso. —Se encogió de hombros.

—Pero sin él... ¿Cómo hiciste, entonces, para infiltrar las flores en mi habitación? —dudé.

—La rosa de ayer era mi último intento. —Me mostró el frente de su reloj: el cristal estaba roto, así como también la piedra que solía ir al centro del contador—. Fracturé mi tótem apenas esta mañana. Si no hubieras elegido venir hoy, pues... —Hizo una pausa—. Sin la magia del hechicero, tampoco habría contado con la oportunidad de seguir insistiendo.

—¿Pensabas rendirte si yo no aparecía hoy?

—Pensaba respetar tu decisión —corrigió—. Si rechazabas la última nota, entonces habría asumido que simplemente no querías verme y ya está.

—No vine porque quisiera verte —me pareció importante aclarar.

—¿No?

—Eres un maldito nazi, Lukas —lo ofendí sin reservas—. Es obvio que no estoy aquí por gusto.

No dijo nada. Prefirió mirar hacia el río y permanecer con el rostro serio, exactamente igual que como un culpable lo habría hecho.

—Estoy dándolo todo por recuperar la custodia de Annaliese —farfullé entre dientes—. Lo que menos necesito ahora es que me vinculen con alguien como tú.

—¿Significa que vas a irte?

—No. —Le dediqué una sonrisa forzada antes de girar el rostro hacia el conjunto de cabañas que teníamos detrás—. Hablaremos por allá —propuse—, a un costado de los muros de piedra.

—Pero... son residencias humanas.

—Da igual mientras nos sentemos a las orillas del muro —minimicé—. Estaremos ocultos de cualquiera que ande por el bosque al mismo tiempo que nos mantenemos alejados de las propiedades.

Asintió. Al principio algo vacilante, después con mayor determinación.

—Vale. —Me indicó una mano que yo fuera por delante antes de añadir—: Muéstrame el camino.

Entrecerré los ojos y lo miré con molestia. Ya estaba harta de tener que soportar sus actitudes falsas de cortesía. Al contrario de lo que seguramente él daba por hecho, tu querida narradora no había venido hasta aquí solo para tornarse en un blanco fácil de manipular.

—Basta de amabilidad fingida —refunfuñé—, ya te lo había dicho antes.

—No estoy fingiendo nada, Yvonne.

—Deja las actuaciones de lado y ya está —insistí en tono de súplica—. Tus contradicciones no me causan mucha gracia.

Avancé con rapidez a través de las colinas de césped, llevándome las manos a los bolsillos en un intento de ignorar la incomodidad que la presencia de Lukas parecía provocarme. Saber que iba detrás de mí no solo me evocaba una sensación de fastidio, sino también de fragilidad: anticipar cualquiera de sus movimientos sería imposible mientras se mantuviera tan apartado de mi campo visual. En pocas palabras, era igual (o peor) que estar siendo custodiada por el mismísimo villano aún sin contar con ningún As bajo la manga.

«¿Decisión inteligente? Más bien imprudente»

Me obligué a continuar andando hasta cruzar la carretera. Para cuando alcancé los muros de piedra, pensaba en las preguntas que estaría dispuesta a hacerle a la vez que echaba un vistazo por encima de mi hombro: yo iba varios metros por delante, los suficientes para confirmar que él había lentificado su marcha a propósito.

—¿Te molestaría agilizar el paso, Lukas? No tengo tanta libertad de... Aguarda, tu nombre sí es Lukas, ¿no? —ironicé entre carcajadas—. A estas alturas, ya no se puede estar segura de nada.

—¿De nada?

—No me resultaría descabellado creer que tu nombre real es Nicolaus Junior, por ejemplo, o tal vez algo así como Adolf...

—Aún sin poder distinguir si estás bromeando o no —me interrumpió—, lo cierto es que no te culpo por tratar de vincularme con una herencia tan infame.

Aparte de extraño, aquello me pareció carente de sentido. ¿No había sido él quien, hacía unos días, se había jactado con orgullo de pertenecer al linaje del antiguo partido nazi? Fruncí el ceño, en particular en el instante en que se puso de rodillas frente a mí.

—¿Qué estás haciendo? —lo cuestioné, desconcertada.

—En ocasiones, cuando el pasado de una familia es tan perverso como para ser asimilable, no queda más que pedir perdón en nombre de todos aquellos que no estaban pensando con claridad cuando recibieron la orden de cometer atrocidades.

—¿Cómo dijiste?

—No se puede vivir con algo tan horroroso —constató—. Difícilmente puedes hacerte idea del efecto que tiene la venganza sobre las acciones de una persona.

¿Alguna comprensión clara de lo que él trataba de insinuarme? Ni por asomo la tenía.

—Los momentos de discordia entre padres e hijos, los abusos y hasta los malos tratos... —Respiró profundo—. Desde pequeño, el niño ya tiene el hábito de obedecer sin cuestionar hasta que acaba por normalizar las actitudes más brutales.

—Párate ya, ¿quieres? —le demandé con frustración—. No me gusta sentir que estás pidiéndome algo.

—No estoy pidiéndote nada.

—Entonces levántate y ya está.

—Estás enojada conmigo —la risa se le escapó de la boca en cuanto alzó la vista hacia mí—, y ¿quién no lo estaría, cierto? Te hice daño en más de tres formas distintas.

—Tampoco estoy esperando una disculpa, ¿de acuerdo? —Me aclaré la garganta—. Ni siquiera pienso tomarme la molestia de recordar cada estupidez que te oí...

—Toda palabra que me escuchaste decir la planeé por anticipado en un guion narrativo —soltó rápidamente—. La mayor parte estuvo basada en hechos reales, aunque también es verdad que se trató de un discurso incompleto.

Me apresuré a negar con la cabeza, aterrada con la mera idea de revivir lo ocurrido durante aquella noche de espanto.

—No me interesa escuchar el resto —le advertí—, no quiero que me cuentes nada que no esté relacionado con tus motivos para sacarme del palacio o hacer que tu ejército se rindiera.

—Imaginaba que no te importaría, pero...

—Estás en lo correcto.

—... ¿si te dijera que es crucial que conozcas los detalles que dejé fuera del guion? —Me sostuvo la mirada—. Tal vez sean insignificantes para ti, pero, sin duda, no creo que lo sean para mí.

Me dedicó una sonrisa triste, que no hizo más que obligarme a cerrar la boca. Era consciente de que cada segundo transcurrido estaba sensibilizándome al modo tan afligido en que me observaba, aunque también estaba cien por cien convencida de que solo lo dejaría explicarse por causa de lástima.

—Siento haber tenido que revelarte todo de esa forma —se disculpó de la nada.

—¿Lo sientes? —Enarqué una ceja.

—Lo digo en un sinónimo de rogar por tu perdón.

—No tienes mi perdón —me aseguré de dejarle en claro.

—No solo por la noche del 13 de mayo, sino también por los últimos días de febrero, el 7, 23, 24 y 25 de marzo, el 4, 10, 18, 26, 28 y 29 de abril, y, sobre todo, por el amanecer del 7 de mayo.

Parpadeé varias veces, perpleja.

—Todas mis acciones las fundamenté siempre en favor del plan de mi padre, pero después del 29 de abril, no pude hacerlo más —expresó entre balbuceos—. El Concejo me tenía harto. Sus normas eran las mismas que papá solía tener por certeras y, por primera vez y a partir de esa noche, comencé a darme cuenta de que actuar por desquite se trataba de un error.

—¿Te refieres a la noche del 29?

—Me permití romper las reglas ese día porque reparé en que serías la única que podría ayudarme. No había manera de que alguien como yo llenara las expectativas del puesto —trató de justificar—. Tendría que ser alguien más, como mínimo una persona que no estuviera tan tentada a huir por capricho personal.

«¿Capricho personal?»

—Estaba volviéndome loco, Yvonne, ¡cada vez más cansado y nervioso! —Se llevó ambas manos a la frente—. Tenía que fingir que las cosas estaban en orden, poner buena cara durante las jornadas laborales y pretender que en mi cabeza solo había espacio para una ideología que ni de chiste podría pasar por la mía.

Sin mucho qué decir al respecto, lo único que pude hacer fue observarlo en silencio a la par que él bajaba la mirada.

—Durante años, fue lo único en lo que tuve permitido pensar —musitó—. Ni siquiera valía mi opinión o mis convicciones, solo importaba ejecutar la consigna. Papá me repetía a diario que el plan era un intento por acabar con lo artificial y, quizás, fue por eso que me resultó más fácil creer que hacíamos lo correcto.

—Asumiste que lo correcto sería deshacerte de todos nosotros —acusé.

—No me correspondía cuestionar, Yvonne —me sonrió con resignación—. Se determinó que la especie hyzcana era el verdadero mal de este mundo, durante los entrenamientos no se escuchaba decir ninguna otra cosa.

—Eran ideas que tu padre había inventado.

—Claro —volvió a reír—, exactamente igual que Hitler inventó las propias, así que... Vale, estoy seguro de que provengo de una familia de monstruos.

Me pareció distinguir extraños tintes de colores alrededor de sus ojos, detalle que, en un principio, pretendí ignorar. Sin embargo, al notar que su voz comenzaba a quebrarse por causa del llanto, no pude continuar fingiendo que lo único que sentía por él era indiferencia. Mi corazón se apretujaba con dolor aún estando al tanto de que aquello no se trataba de una simple "aflicción empática" que debiera tener.

—No soy alguien bueno, creo habértelo dicho antes... Verás que no se puede lidiar tan fácilmente con un pasado familiar cuando es tan inhumano, mucho menos compartirlo o, siquiera, mencionarlo.

—Escucha, Lukas, no estaba...

—¿Supremacía de raza? —se mofó—. ¡Vaya tontería! ¡Solo individuos deplorables serían capaces de causar la pérdida de generaciones completas de mujeres y niños!

—No eres el único, ¿de acuerdo? —intervine para hacerlo entrar en razón—. Ocurrió lo mismo con los hijos de muchas otras familias.

—¿Tienes idea de cuál era el nombre de mi bisabuelo, Yvonne? —Fue suficiente con que me echara un vistazo para darme cuenta de que ya tenía los ojos pintados de tinto—. No me parece que quieras saberlo. A los asesinos en masa nadie acepta recordarlos si no es a través del delito que cometieron.

«Maldita sea»

—El principal encargado del exterminio en campos de concentración, ¿puedes creerlo? —aludió, soltando una leve carcajada—. No solo asesinó a miles de personas, sino que lo hizo de la manera más metódica, cruel y sistemática que pudieras imaginar.

—Vamos, Lukas, el país entero cometió errores durante la Segunda Guerra.

—¡Y yo les seguí el ejemplo! —se reprochó—. Preferí darle la espalda a la historia en lugar de haber hecho lo posible por evitar que papá pusiera el plan en marcha... Significa que lo que sucedió en el pasado también es culpa mía.

—No, no es así. —Sin pensarlo demasiado, pegué las rodillas al suelo para quedar frente a él—. No es así.

Te preguntarás, querido diario, qué hacía yo de pronto consolando al antagonista pese a todos los problemas que por causa suya estuve obligada a enfrentar. Me apena lo que estoy por admitir, pues es verdad que tan solo me bastó con ver una lágrima resbalar por su mejilla para que todos mis esfuerzos por permanecer imperturbable se fueran de lleno a la basura.

—Lo que sea que haya acontecido en esa época no solo se escapa de nuestro conocimiento, sino también de nuestras responsabilidades —le recordé.

—¡Pero es mi familia, Yvonne! Todo lo que alguna vez hicieron recae ahora sobre mí.

—Ocurrió en el pasado, uno en donde ninguno de nosotros existía todavía —contextualicé—. Una persona jamás podría ser considerada culpable de algo que no cometió.

—¿Y si se tratara de un crimen colectivo? —se cuestionó—. Un acto delictivo que requirió de la participación de múltiples individuos como conjunto. —Tragó saliva de manera audible—. En contraste con los crímenes individuales, en uno colectivo no se puede determinar con precisión la responsabilidad de cada quien porque se trató de una actividad compartida. Fue un acto tan horroroso que, incluso, se volvió un ejemplo de mutismo entre toda la población, ¡igual que un secreto!

—Basta —le advertí.

—Tan pesado de sobrellevar que culmina en una incapacidad de encontrar las palabras adecuadas para describir la magnitud del suceso. ¡Todos fallamos! Fallamos como humanidad y... se mira como un recordatorio. Un recordatorio, Yvonne, de que cometimos cientos de errores. ¡Y ahora todo el mundo cree que, por causa de la historia, nos convertiremos para siempre en los villanos!

Detectaste lo mismo que yo, ¿no es cierto? En medio de tal arranque de palabras, no solo lo miré con la certeza de que estaba mentalmente quebrado, sino que me vi en la obligación de resignarme a la única posibilidad que, por desgracia, vino a estancarse en mi cabeza:

—Basta ya, ¿de acuerdo? —Le cubrí los oídos con ambas manos—. Para ya.

—Pero en los actos que se llevaron a cabo...

—No todos los que vivieron la guerra eran iguales, Lukas, no se puede afirmar que lo fueran. No todos los alemanes estaban de acuerdo con las políticas —me enfrasqué en argumentar mi punto—. Había quienes se avergonzaban por el comportamiento que tenía el ejército en las calles, por la forma en que se otorgaban el derecho de separar por raza.

—¿Se avergonzaban?

—Claro, porque no todos por ser soldados eran malos, y no todos por ser parte del pueblo eran buenos. Algunos fueron despiadados, pero otros arriesgaron sus vidas por defender lo que creían correcto. —Lo sujeté del brazo derecho y pasé mis dedos por su tatuaje: la marca que llevaba en la muñeca era el ejemplo más claro de ello—. Negro y blanco, ¿recuerdas? Nada nunca es completamente negro, y nada nunca puede ser completamente blanco.

—Igual que el equilibrio natural de la magia —coincidió.

—La magia negra no existe sin la blanca, y la magia blanca no existe sin la negra —repuse—. Así como hubo personas crueles, también hubo gente buena.

—Te mentí porque necesitaba asegurar que estarías a salvo —confesó sin motivo aparente, haciéndome cruzar miradas con él—. El negro jamás podría permitirse perder al blanco porque, en ese caso, ni siquiera podría saberse que es negro.

No pude apartar la vista de sus ojos, aún siendo consciente de que me incomodaba tenerlo tan cerca.

—Permitir que se quedaran en el palacio no era una opción —me susurró—. Tenía que sacarlas a ambas de allí, pero a la vez, necesitaba que fueras tú quien saboteara la batalla.

—¿Por qué? —Una lágrima resbaló por mi mejilla.

—Quería dejar a mi padre en la ruina.

—¿Utilizándome como medio para lograrlo?

—Mi objetivo requería de un estratega. Alguien que supiera de logística militar y que, además, tuviera bien ganada la confianza del General. —Le estaba suponiendo todo un reto mantener la mirada fija en mí, y eso lo supe por el modo en que hacía una pausa tras cada frase—. Armé una puesta en escena contigo como protagonista. Incluí en el guion todo acontecimiento que estuviera relacionado con mi padre, cada detalle que pudiera brindarte una pista clara respecto al desastre que estaba por ocurrir.

—Entonces me contaste todo a modo de advertencia —inferí.

—Tenía prohibido romper las reglas —confirmó mientras asentía—, mas tenía la obligación de seguirlas.

—¿Qué significa eso?

—Necesitaba hacerte saber que mi ejército traicionaría a tu colonia sin levantar sospechas entre los miembros del Concejo. Tuve que valerme de nuestros propios códigos de conducta para que a ninguno de ellos le resultara preocupante oírme revelar las claves del plan frente a ti —explicó—. Actuar de forma insensible ante un hyzcano no está penado, así que apegarme a esa condición se volvió la única opción a mi alcance.

—¿Te comportaste como un idiota a propósito?

—Te dije que era bueno para mentir, ¿no? —Estaba hablando en referencia a su discurso de aquella noche—. Sé de lenguaje corporal y conozco las estrategias de imitación social, creo haberte especificado que se trataba de una pista.

—¿Cómo esperas que tenga la certeza de que no estás mintiéndome justo ahora?

Me sonrió. No con cualquier sonrisa, sino con una que aparentaba estar emparejada con tristeza.

—Solo podría asegurarlo de palabra —se limitó a contestar.

—Vaya... —suspiré—. Eso no me sirve de mucho.

—Esa noche, en la sala de reuniones, todo el Concejo escuchaba nuestra conversación en el cuarto de al lado.

«Espera, ¿qué?»

—Tenían contemplado deshacerse de ti —se apresuró a especificar—. Pensaban que eras un obstáculo para la realización del plan, que hallarías la manera de influenciarme y de disuadirme de cambiar de estrategia.

—¿Querían asesinarme? —pregunté, perpleja.

—Sospechaban de mi conducta y de mis constantes retrasos. Temían que fuera por ti que yo me negara a las peculiaridades de la séptima fase. —Lo sentí tomarme de la mano, un movimiento tan discreto que tampoco me dio tiempo para reaccionar—. Un par de días antes del 13 de mayo, convoqué una reunión para asegurarles que estaban equivocados. Les dije que encontraría el modo de probárselos y que mi única intención contigo consistía en divertirme nada más.

Me zafé de su agarre casi enseguida.

—Ellos me creyeron con solo ser testigos del espectáculo —agregó—. Aceptaron retirar la condena y prometieron dejarte tranquila a cambio de que yo bloqueara la puerta de salida.

—Me humillaste —le reiteré con voz entrecortada, causa del llanto que ya amenazaba con nublarme la vista.

—Tuve que hacerlo. —Se encogió de hombros—. Me pareció cientos de veces más preferible que dejarte morir.

—¿Qué hay de ser sincero y contarme la verdad? —lo encaré, decepcionada.

—¿Contarte la verdad?

—Te habrías ahorrado cientos de problemas con solo decirme lo que en realidad estaba ocurriendo.

Apartó la vista.

—Tenía que parecer real, Yvonne —se empeñó en argumentar—. Una sola falla y el Concejo lo notaría.

—No querías correr más riesgos —concluí.

—Más bien quería protegerte sin importar el costo.

—¿Llamas a eso proteger? —me burlé enseguida—. Me lo arrebataste todo en cuestión de minutos, ¡solo para luego dejarme tirada en el piso de una habitación!

—Fui muy duro —asintió—, lo sé.

—Duro, insensible y despiadado —quise corregir.

—Necesitaba que al Concejo no le quedara ni un solo motivo para dudar.

—¿Usándome no solo a mí, sino también a Emma en el proceso?

Fue evidente la forma en que se obligó a sí mismo a contener la respiración.

—Emma... —vaciló unos segundos—. Emma también estaba actuando.

—No, no es verdad —lo contradije sin demora, soltando una leve carcajada—, eso ni de chiste es verdad.

—Omití algunas cosas del guion, ¿recuerdas? La parte en la que Emma y yo...

—Se daban cuenta de que estaban enamorados el uno del otro —asumí.

—... nos poníamos de acuerdo para armar la puesta en escena.

Me puse de pie. Estaba molesta, querido diario, y aquel enfado empeoraba cada que traía a mi mente el recuerdo de Emma estando tan cerca de quien yo ciegamente consideraba mi "compañero del alma".

—Me resulta difícil creerte —admití, negando varias veces con la cabeza.

—¿Por qué? —dudó.

—Porque tú le gustas a esa chica desde que tenía once o doce años.

—Vale, pero ¿realmente tiene eso algo que ver conmigo? —Alzó la vista hacia mí.

—Si la besas como si fuera ella lo que más quisieras —tomé una bocanada de aire—, entonces sí.

—Alto. —No tardó ni unos instantes en levantarse también del césped—. Estaba actuando, Yvonne, acabo de decírtelo.

—Por cómo le correspondiste, parecía que... —mi voz se escapó temblorosa—. Parecía que te gustaba muchísimo.

—¿Y si tuviera el atrevimiento de decirte que jamás he estado enamorado de alguien más que no sea de ti?

Evité por todos los medios encontrarme con sus ojos.

—Tampoco te lo creería —sentencié.

—¿No te basta con recordar cada día después del 29 de abril para saber que estoy diciendo la verdad?

—No. —Me mantuve firme.

—Pero tú... Vamos, ¡me conoces al cien por cien! —exclamó, incrédulo—. ¿Por qué finges que no tienes ni idea de lo que estoy hablando?

«Porque a un mentiroso no se le cree ni siquiera cuando dice la verdad»

—Yo también pensaba lo mismo hasta que te convertiste en la viva imagen de un nazi sin corazón ni cabeza. —Me crucé de brazos.

—Tengo corazón y cabeza —protestó.

—Es una metáfora, Lukas.

—No me crees nada en absoluto, ¿es eso?

Cerré los ojos, solo mientras hacía lo posible por mantener en mente lo que estaba en juego.

—No voy a darme el permiso de confiar en alguien que ya me lastimó una vez —dictaminé, no solo para él, sino también para mí misma.

—Pero tú y yo...

—Tú y yo no somos nada —le hice constar—. Ni una complementariedad de blanco y negro ni tampoco compañeros del mismo equipo.

—Pero tengo la certeza de que todavía te importo —insistió.

—¡Qué va! —exageré un resoplido—. Eso ni en broma.

—Entonces, ¿por qué me transferiste energía?

Quedé paralizada en el sitio. No disponía de una respuesta, así como tampoco tenía noción de cómo había llegado él a enterarse de aquello.

—Fue un s-simple... —tartamudeé, no muy segura de cómo contestar—. Una manera estúpida...

—... de hacerme saber que soy alguien significativo para ti —concluyó.

—No —improvisé con rapidez—, más bien fue una forma absurda de evidenciar que un mago es capaz de recibir energía de un hyzcano.

—Me salvaste la vida —reiteró para probar su punto.

—Lo hice con propósitos científicos, no sentimentales.

—¿Estás segura de eso?

—Por todos los cielos —me quejé—, ¡estás comenzando a hartarme con tantos cuestionamientos!

Le di la espalda, concediéndome la libertad de avanzar a través de los jardines y en dirección a las orillas de la carretera.

—De donde sea que hayas venido, puedes volver ahora —me atribuí el permiso de pronunciar aquello en tono de orden—. Ya perdí más de diez minutos.

—¿De qué hablas? —No lo pensó dos veces antes de ir detrás de mí—. ¿En serio vas a irte ya?

—Esas eran todas las respuestas que necesitaba.

—¿No te interesa saber nada más?

—Odio verte asumir que me conoces mejor de lo que yo me conozco a mí misma —farfullé entre dientes.

—Espera, Yvonne, solo... Admito que cometí muchos errores, ¿vale? —Eso me hizo frenar de golpe—. No puedo culpar a nadie más por las equivocaciones que debieron de haberse evitado y también sé por experiencia que no existe...

Sin motivo, detuvo su oración como quien se ha olvidado del tema de su discurso justo a mitad de una exposición. Me giré hacia él, confundida, mas lo único que obtuve a cambio fue verlo llevarse ambas manos a la cabeza.

—¿Qué te ocurre? —lo cuestioné.

—No es nada —minimizó.

—No parece que nada sea la respuesta.

—Es solo un mareo. —Parpadeó con cierto agobio antes de volver a posar la vista sobre mí—. Me ha pasado varias veces en los últimos días, pero... Lo que trataba de darte a entender es que soy consciente de que cometí muchos errores.

—Cuánta verdad en una sola frase —apunté con una sonrisa forzada.

—Una disculpa era lo menos que podía ofrecerte, por eso te pedí que vinieras.

—Evítate el drama y, quizá, sonarías un poco más convincente —me burlé.

—Si no vas a creerme, te pido que tan siquiera me perdones. —Juntó las manos a manera de ruego—. Me importa mucho lo que sea que pienses sobre mí.

—Ah, ¿sí?

—Completamente —aseguró.

—¿Quieres que te perdone por haberme mentido, humillado, engañado y, aparte de todo, utilizado a tu conveniencia?

—Y por no haber sido capaz de detener todo a tiempo —añadió a la lista sin pena—. Me equivoqué al creer que mi voluntad era la misma que la de mi padre, y no tienes idea de cuánto lo lamento.

La gente no suele tomar responsabilidad de sus actos, no es usual; las equivocaciones se cometen, pero no muchos tienen la convicción de pronunciarlo en voz alta... ¿No era esa la misma lección que el General se había enorgullecido de comunicarme antes de estar dispuesto a confiar en mí una vez más? "Las personas que aceptan sus errores con honestidad siempre merecen una segunda oportunidad", me lo había dejado en claro durante aquella madrugada de miércoles en que estuve al borde de perderlo todo.

«Vaya maldita coincidencia»

Daba la impresión de que devolver el favor era cientos de veces más complejo que el solo hecho de recibirlo.

—Te perdono —me permití acceder mientras fingía indiferencia—, pero eso no significa que tenga intenciones de volver a toparme contigo.

Alzó la cabeza de golpe. Un momento después y el verde de sus ojos se había reemplazado por un amarillo oscuro y profundo.

—¿Qué? —musitó en voz baja.

—Tal como lo escuchaste. —Actué con frialdad.

—Pero tú eres mi compañera y...

—Era tu compañera —corregí—. Ocurrió en el pasado y es allí donde se quedará para siempre.

—¿Ocurrió en el pasado y es allí donde se quedará para siempre?

—No más visitas sorpresa, ramos decorativos ni tampoco charlas a escondidas —sentencié, algo vacilante pero decidida—. Es más, si llegaras a encontrarte conmigo, aunque fuera por mera casualidad, te pido de favor que no tengas siquiera el atrevimiento de dirigirme la palabra.

Incapaz de mirarlo a la cara, giré sobre mis talones para continuar andando por la banqueta. Caminé a toda prisa, no solo convencida de que no deseaba arrepentimientos, sino también garantizando que no tendría la oportunidad de regresar en caso de que así llegara a tenerlos. Fue un cierre tenso e increíblemente hipócrita.

«¿Hipócrita?»

¡Por supuesto! Pues, en el fondo, era consciente de que mi corazón pedía a gritos todo lo contrario: quería decirle en voz alta lo mucho que aún me importaba, revelarle que la idea de dejarlo morir me había parecido insoportable y confesarle que una parte de mí todavía se desbordaba de amor cada vez que me miraba a los ojos. Pese al modo en que mi pulso se aceleraba con solo pensar en volver, me obligué a mí misma a escuchar a la razón mientras me esforzaba por alcanzar las orillas del bosque.

Fue una clara demostración de que, en ocasiones, lo que uno muestra por fuera no corresponde ni de cerca con lo que uno siente por dentro.

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