Capítulo 7: 20 de mayo de 2012
Las circunstancias son cada vez más desconcertantes. Existen pistas que no puedo resolver, cabos sueltos que no encuentro el modo de atar e incongruencias que, aún manteniendo la mente abierta, me parece que simplemente no logran encajar. Pieza tras pieza, me da la impresión de que estoy armando mal el rompecabezas.
Bastó con el transcurso de esta misma tarde para que mi incertidumbre empeorara; casi las 7.00 p.m., es importante que lo puedas recordar. ¿Qué estaba haciendo tu querida narradora para ese punto de la historia? Llenando una valija, por supuesto. Me había convencido de que ayudar a Annaliese con su equipaje sería una mejor idea que dejarla marchar sin ninguna clase de dotación provisional. De esa manera, al menos daba la sensación de que estaba por salir de campamento y no de desplazamiento por orden judicial, igual que como haría cualquier niño normal durante las vacaciones de verano.
—No tendrás que preocuparte por nada, ¿de acuerdo? —dije para tranquilizarla—. Los auxiliares se mantendrán al pendiente de ti y el General me ha prometido que revisará los informes cada noche. —Guardé su crema para peinar en el bolsillo exterior de la maleta—. Cualquier inconveniente que surja, él me lo hará saber.
Annaliese sonrió con pesar antes de volver a bajar la cabeza. Me sentía fatal con solo mirarla; me rompía el corazón tener que explicarle cómo actuar en casos de emergencia y me resultaba una tortura verme en la obligación de conversar a modo de despedida.
—Oye, compañera —la sujeté por los hombros para convencerla de alzar la vista—, te prometo que no habrá día en que no esté buscando la manera de sacarte de allí —prometí—. Voy a quedarme con esa custodia, ¿me oyes? Firmaré cada uno de esos papeles y regresaremos juntas a Alemania. Nos marcharemos sin que ya nadie tenga la posibilidad de separarnos.
—¿Y qué hay de mi hermano? —Su gesto se volvió un reflejo vivo de angustia—. ¿Crees que vaya a permitir que yo me vaya contigo?
—No podría negarse aunque así lo quisiera.
—¿Por qué no?
—Porque yo seré tu tutora legal. —Solo si en verdad me otorgaban el permiso, claro—. Oficialmente, él no tendría derecho a decirte qué hacer nunca más. Seré yo quien cuide de ti de ahora en adelante.
—Pero, ¿y quién va a cuidarte a ti? —preguntó con preocupación.
—¿Cuidarme a mí?
—Charles aún está en la casa —me susurró en voz baja, como si se tratara de un tema prohibido—. ¿Qué pasará si él intenta lastimarte otra vez?
Negué con la cabeza para sentenciar:
—No, ni de chiste.
—Mi hermano se enoja muy fácil, Yvonne.
—Aun así, te garantizo que no volverá a suceder —reiteré.
—¿Cómo estás tan segura?
«Habrá cambios»
—Buscaré otro apartamento —le expliqué—. El General me ayudará con el proceso y me mudaré de sitio a más tardar el jueves por la mañana.
—Oh. —Parpadeó varias veces, dando la impresión de que aquello la había tomado por sorpresa—. Entonces... las dos vamos a estar a salvo, ¿verdad?
—Será como tomar unas vacaciones. —Con una sonrisa que me obligué a fingir, la abracé por la espalda hasta que conseguí sacarle la risa a base de cosquillas—. ¡Por fin un descanso de la rutina! Sin pendientes, sin tareas, sin angustias.
—¡Para, Yvonne! —suplicó entre carcajadas—. ¡No puedo respirar!
—Aprovecha tu tiempo a solas para decidir qué cosas quieres hacer primero en cuanto estemos en territorio humano.
—¡Yvonne!
Me resigné a soltarla justo cuando ella utilizaba una almohada para cubrirse de mi ataque.
Independientemente del momento, era consciente de que contar con un espacio para ella misma al menos le resultaría útil para poner sus pensamientos en orden y descubrir los primeros atisbos de sus metas a futuro. Sus intereses, sus sueños, sus alegrías... Quería que lo anotara todo en una libreta, que plasmara en papel sus buenas memorias y que aquello le sirviera de consuelo cada vez que las horas se tornaran en instantes eternos.
—Espera un segundo —le dije—. Vuelvo enseguida.
—¿Adónde vas?
—A traer algo muy importante —me limité a murmurar con propósitos de crear un aire de misterio—, algo que me parece indispensable que lleves contigo.
No tardé demasiado en abandonar su habitación para luego entrar en la mía. Para ese entonces, había tenido la fortuna de olvidarme momentáneamente de mis pesadillas, mas cierto detalle despreciable me devolvió a la realidad en cuanto crucé por la puerta de mi recámara. Otra vez reposaba sobre la superficie de mis sábanas: se trataba del mismo obsequio, aquella carta a caligrafía acompañada por dos rosas azules igual de radiantes que todas las demás.
«Basta ya, Lukas»
—Maldito niño nazi —me quejé en voz alta, harta de su intromisión.
Avancé a zancadas para darme prisa en deshacerme de sus disparates. Así de simple, así de insignificante. Arrugué el papel con molestia, asegurándome de tirarlo a la basura a la vez que ocultaba ambas rosas en el fondo del contenedor.
A pesar de haber transcurrido casi una semana desde el final de la batalla, aquel mago descarado todavía se empeñaba en infiltrar flores en mi habitación como si en serio se tratara de un buzón de entregas. Día tras día, daba la impresión de que él no tenía nada mejor que hacer además de escribir notas a mano y hacerme llegar rosas de un color inusual. Martes, miércoles, jueves, viernes, sábado y domingo; todas las mañanas había sido lo mismo. En resumen: tu querida narradora disponiendo ya de una colección de plantas y cartoncillos al interior de su cesto de basura.
—Parece que estar lejos de él no será ni de cerca suficiente para tener una vida tranquila —musité a regañadientes mientras inspeccionaba el escritorio en busca de la libreta que tanto ansiaba encontrar—. Cielos... ¡Cómo odio a los chicos que no aceptan un no por respuesta!
Porque, tomando en cuenta las circunstancias más recientes, lo último que me importaba era conocer el contenido de aquellas cartas. No las quería, no me interesaban, no las necesitaba.
«Pretendamos que nunca existieron y ya está»
Di con la ubicación del cuaderno que buscaba momentos más tarde. Colocando mi mochila de vuelta en el perchero, no me otorgué ni un solo instante para pensar antes de regresar al cuarto de Annaliese y cruzar por la puerta de la entrada con una sonrisa genuinamente falsa.
—Una libreta de sueños —le anuncié—. Guardarás en ella todo cuanto te ilusiona o te hace feliz. Igual que un diario de notas.
—¿Quieres hacerme creer que escribir es divertido mientras me miras con esa cara de payaso?
—¿De qué hablas?
—Tienes cara de payaso —enfatizó con el rostro serio—. Tu sonrisa me da miedo.
Quité aquella mueca forzada de mi cara.
—Estás intentando engañarme —conjeturó sin demora.
—Más bien estaba tratando de darte ánimos —corregí.
—Pues no está funcionando. —Se cruzó de brazos, molesta—. Tú también estás triste y solo no quieres que me de cuenta.
—Yo no estoy triste.
—Ah, ¿no? —ironizó en tono de reclamo—. Entonces ¿por qué lloras todas las noches? Puedo oírte si estoy por el pasillo, ¿sabes?
«Pillada en medio del embuste»
¿Alguna justificación que como mínimo pareciera creíble? Contaba con una:
—No me gusta saber que te vas —respondí. Era mitad verdad, mitad excusa.
—¿Solamente por eso? —inquirió.
—¿Esperas que existan más razones?
—Yo también sé lo que pasó en la batalla —me dio la espalda—, ya no soy una niña.
Todavía lo era para mí. Desconocía los detalles que su hermano le había revelado e ignoraba aquello que aún se escapa de su conocimiento; sin embargo, me quedaba claro que Annaliese sabía más de la cuenta y que, por desgracia, se trataba del motivo por el que estaba comportándose una chiquilla sumamente perspicaz.
—Tú también crees en esa mentira, ¿no? —espetó entre dientes, dando la impresión de que estaba ofendida.
—¿Qué mentira?
—Eso que todo el mundo está hablando sobre Lukas.
La simple mención del nombre me llevó a tragar saliva de manera audible.
—¿Cómo dijiste, Annaliese?
—No es verdad lo que cuentan. —Me echó un vistazo por encima del hombro—. El General y Charles están equivocados porque... alguien tan bueno jamás podría hacer cosas tan malas. —Negó con la cabeza—. Nunca jamás.
Estaba atorada en el pasado, todavía inmersa en la ilusión que la comunidad mágica se había empeñado en fabricar... Igual que como yo solía estarlo desde hacía meses. Ingenua, cegada y enamorada. Créeme, querido diario: días atrás, también lo hubiera dado todo con tal de hacerles notar que eran ellos (y no yo) quienes interpretaban mal las circunstancias.
—Ser bueno y fingir ser bueno no es lo mismo —debatí.
—Él no estaba fingiendo —me contradijo al instante.
—Lukas es un muy buen actor, Annaliese. —Me había obligado a memorizar eso hasta el punto de poder decirlo en voz alta sin que el corazón me temblara—. Su trabajo estaba en ganar nuestra confianza para hacernos creer que estaba de nuestro lado.
—No tiene sentido.
—¡Claro que lo tiene! —bufé.
—No —reiteró mientras se giraba hacia mí—, porque no puedes ser un malo fingiendo ser bueno y al mismo tiempo hacer cosas buenas sin que ninguna otra persona lo sepa.
—¿Qué?
—¡Él hacía cosas buenas, Yvonne!
—Aguarda un momento —le advertí antes de que continuara discutiendo—, ¿cuál es tu definición de "cosas buenas"?
—Cosas que ayudan a los demás.
—¿En serio te parece que alguna de sus acciones ayudó a alguien más? —me burlé.
—Sí.
—¿A quién?
—A ti —pronunció con firmeza—. Y a mí también.
«¡Oh, por favor!»
—¿Lo estás defendiendo ahora? —cuestioné con incredulidad, no sin que un par de lágrimas se me escaparan por accidente—. ¿Te estás poniendo de su lado aún sin estar enterada de todo lo que hizo?
—¡Tal vez porque solo estoy enterada de los detalles que sí importan!
Distinguí el recelo en su mirada. Por primera vez, estaba tan inconforme con mis respuestas que le bastaba para ponerse en contra de mí sin dudarlo. Entonces me sentí sola. Daba la impresión de que continuar fingiendo sonrisas para ella carecía de propósito, en especial si ambas estábamos al tanto de las verdaderas emociones detrás de mi máscara de indiferencia.
«Deja de pretender que no te encuentras increíblemente rota»
Tomé asiento a las orillas de su cama, haciendo un esfuerzo por contener el llanto al mismo tiempo que colocaba aquella "libreta de sueños" encima de su maleta.
—Aun cuando ya no esté, Lukas era un mago bueno —repuso la niña en voz baja, no muy segura de que seguir hablando fuera lo más prudente—. Y yo tengo pruebas.
Alcé la vista hacia ella.
—¿Pruebas?
—Se lo conté a mi hermano, pero él cree que estoy mintiendo. —Se concedió un momento para rebuscar algo en el bolsillo de su pantalón—. Dice que fui yo quien la escribió.
Fue un trozo de papel lo que Annaliese extendió hacia mí. La página estaba arrugada y con marcas de haber sido arrancada de un tirón; no obstante, la mala calidad del escrito no resultó un impedimento para que mis ojos desentrañaran el resto del mensaje:
Querida Annaliese,
Necesito tu ayuda. Yvonne está encerrada en la sala de reuniones del palacio, por favor abre la puerta y sácala de allí por mí, ¿vale? Te dejaré las siguientes instrucciones para que puedas dar con el lugar correcto: saliendo al pasillo exterior, ve hacia la izquierda y avanza por el corredor hasta alcanzar un acceso de puertas dobles. Estará oscuro adentro, pero continúa andando hacia el frente. La primera puerta que veas será la indicada.
Confío en que puedes lograrlo. Lleva a Felix contigo, pues no le gustará quedarse solo para siempre en mi habitación.
Tu nuevo hermano Lukas
«Mente en blanco»
La inclinación de las letras, las astas en ligera curvatura y cada punto reemplazado por un círculo sin rellenar... La caligrafía era auténtica, no había manera de pasarlo por alto.
Sentí las preguntas acumularse en mi cabeza igual que una avalancha, pues es un hecho que aquel escrito desencajaba por completo con todo lo que creía tener por seguro. ¿Qué clase de "genio malvado" no solo libera a su contrincante de la jaula, sino que, además, sabotea sus propios planes sin aparente sentido de remordimiento? Me parecía inexplicable. Peor aún, ¿por qué motivo habría de tomarse la molestia de actuar en favor de quienes más aseguraba odiar? ¿Significaba, acaso, que estaba al tanto de lo que pasaría conmigo incluso desde antes de que los eventos transcurrieran? Los portales de salto, la partida de Annaliese, mi intervención en la batalla, el cambio de estrategia militar y la alianza improvisada entre hyzcanos y hadas... Incoherente, absurdo e inconexo. Sus intenciones eran irracionales, no había otra forma de resumirlo.
—No lo entiendo... —fue lo único que pude balbucear.
—Fue él quien nos ayudó a escapar, Yvonne.
—¿Ayudarnos?
—También fue quien me ayudó a volver a casa. —Avanzó hacia el tocador, abriendo el cajón principal para ir en busca de algo—. Y el medallón lo sabía.
—El medallón a veces se equivoca cuando está bajo la influencia de otras personas —traté de objetar.
—Pero estaba tratando de protegerme —argumentó—, así como tú le pediste que hiciera.
—Es fácil de hackear —insistí.
—Dijiste que sabía detectar los peligros mejor que nadie.
—¿Y?
—En lugar de alejarme de Lukas, me llevó hacia él.
Con solo verla acercarse bastó para distinguir el ejemplar que ahora sostenía entre manos. Se trataba de una rosa de espinas incrustadas y pétalos azules marchitos... Exactamente igual a las otras que aguardaban incesantes en el cesto de mi habitación.
—Mi nuevo hermano no era malo, Yvonne. —Me entregó aquella flor, mirándome a los ojos con aire de súplica—. Tienes que creerme.
Después de eso, me quedé sin alternativas. Era consciente de que solo existía una forma de exigir respuestas, un único modo de reacción que, esta vez, no había manera de eludir. Posando la vista en el azul de los pétalos, en mi cabeza no hubo espacio para ninguna otra cosa además de una intensa necesidad por llegar al fondo del asunto.
«Acéptalo: habrá que leer esas cartas»
Respirando hondo, ni siquiera contesté a su último comentario antes de convencerme de regresar a mi recámara. Avancé por el corredor entre pasos vacilantes y apresurados. Me sentía confundida, tanto que tampoco sabía muy bien qué hacer a continuación. Qué creer, qué pensar o qué preguntar... No tenía claro siquiera cómo había llegado esa rosa a manos de Annaliese.
Recuerdo con exactitud el modo precipitado en que, habiendo cruzado por la puerta, me abalancé hacia el cesto de basura. Vacié sin reservas su contenido en el suelo, centrando toda mi atención en seleccionar alguno de los papeles hasta decidirme por el primero en el que mis ojos se fijaron. La espera fue eterna en cuanto me permití separar los pliegues de aquella página. Al contrario de lo que había supuesto, querido diario, se trataba de una nota en lugar de una carta:
"Frontera, 18 de mayo, 10:30 a.m."
Una invitación, eso era precisamente lo que significaba.
«Una cita a la que nunca llegué»
Claro, porque el 18 de mayo no era más que una fecha atrasada. Ya habían pasado casi dos días desde entonces.
«¿Error suyo, acaso?»
Negué con la cabeza.
—Lukas no acostumbra cometer errores de cálculo.
Hice las flores a un lado mientras que colocaba por encima aquella que la niña acababa de obsequiarme. Sumadas en conjunto, hacían un bellísimo ramo de trece rosas azules cuyo grado de frescura variaba según su orden de aparición. Las más recientes aún lucían brillantes y coloridas, las más antiguas se opacaban de poco en poco hasta el punto en que sus pétalos ya empezaban a desprenderse.
«Una escala temporal. Igual que la representación gráfica de un calendario»
Con un presentimiento que no tuve posibilidades de ignorar, me dispuse a abrir el resto de las notas hasta caer en cuenta de que cada una de ellas llevaba escrita la misma oración: lugar, fecha y horario. ¿El único detalle que las distinguía entre sí? El número del centro cambiaba por ocasión: 16, 17, 19 y 20 de mayo; cada papel haciendo alarde de un día diferente.
Mi respiración se entrecortó en cuanto me topé con la invitación correspondiente a la entrega de hoy: 21 de mayo, 10:30 a.m. La nota iba dirigida al día de mañana, una reunión programada que solo hasta que finalizara el plazo tendría la oportunidad de aceptar.
¿Es posible tomar una decisión tan drástica en una simple tarde de domingo? No me lo preguntes todavía, pues es una incógnita que no tengo ni idea de cómo resignarme a resolver.
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