Capítulo 6: 15 de mayo de 2013
En cuanto abrí los ojos, me di cuenta de que las cosas normales se habían vuelto anormales y que a las casualidades reales les faltaba muy poco para convertirse en irreales. Al principio, me costó reconocer que me hallaba recostada sobre el colchón de mi antigua recámara, aquella habitación que hacía días estuve decidida a abandonar por causas que tampoco hace falta repetir. Digamos que me sentí tan ajena al espacio como una intrusa en medio de un cuarto desconocido que, aparte de todo, daba la impresión de estar rodeado por paredes asfixiantes.
Entonces, en apenas un parpadeo, todo lo acontecido en las horas anteriores vino a mi memoria con el mismo impacto que un baño de agua helada. Me levanté de súbito hasta quedar sentada a las orillas de la cama... Una transferencia de energía, ¿no es cierto? Era justamente lo que me había propuesto terminar.
—Por todos los cielos —vaya elección más estúpida—, ¿qué rayos fue lo que hice?
¿Cuánto tiempo pasó antes de que me precipitara en mirarme las manos? Apenas un momento, creo recordar. Mis ojos se encontraron con la sangre que me manchaba las palmas, sangre que no se trataba precisamente de la mía. Ignoraba la clase de efectos que tal intercambio había producido en él; no obstante, era consciente de que mi montón de dudas crecían sin control a medida que los instantes transcurrían.
No tardé ni unos segundos en correr hacia el cuarto de baño. Me di prisa en abrir el grifo del agua, asegurándome de eliminar todo rastro de aquel rojo espantoso al mismo tiempo que hacía un esfuerzo por reprimir las lágrimas. La superficie del lavabo terminó teñida de salpicaduras y, cuando menos lo esperé, el blanco de la cerámica se había tornado en un lienzo perturbador del cual no pude apartar la mirada.
—Es pintura, tan solo es pintura —me forcé a imaginar mientras me tallaba las manos—, un simple derrame de pintura.
Limpié el lavabo, me deshice de las pruebas. Me enjaboné las manos en más de tres ocasiones y me limité a pretender que nada de aquello había sucedido en realidad. No tenía ni idea de qué hacer a continuación, mas cuestionar lo que en verdad significaba aquella sangre no estaba haciendo más que revolverme el estómago en un espiral de horror.
«Sin permisos de pensar»
Salí del baño con la impresión de que todo estaría en orden, siempre y cuando me forzara a mantener la mente en blanco. Desde luego que las prohibiciones tampoco resultaron de mucha utilidad, en especial en el momento en que mis ojos se encontraron de nuevo con el frente de la recámara.
—Cielos... —Tomé una bocanada de aire—. Tiene que ser una broma.
Estupefacta, mi vista recorrió de arriba abajo el "obsequio sorpresa" que decoraba la superficie de mis sábanas.
Es cierto que permanecí en silencio, querido diario, aunque justifico mi incapacidad de reacción diciendo que aquel presente era el último que hubiese esperado recibir: los pétalos eran visibles incluso desde la distancia, y aún más lo era el trozo de papel que protagonizaba la entrega. Avancé algunos pasos para observar más de cerca, solo hasta notar que era una especie de carta a caligrafía la que venía acompañada de dos rosas azules increíblemente hermosas.
Un gran remolino de furia me inundó al instante. ¿Qué rayos era eso y con qué maldito propósito estaba ahora sobre mi cama? Me sentí molesta, pero lo más extraño fue que también me sentí aliviada. Se trató de un leve respiro en medio de la tormenta, pues saber que él había hallado la forma de inmiscuirse en mi habitación implicaba, por consiguiente, que yo había encontrado el modo de salvarle la vida.
«Transferencia exitosa»
Pero ¿era ese un motivo por el cual debiera alegrarme?
«Transferencia dudosa»
Un mago jamás podría ser receptor de energía hyzcana, ¿o sí? No existía teoría que lo respaldara ni, mucho menos, algún espécimen viviente que lo corroborara. Pese a ello, resultaba evidente que algo allá afuera había bastado para curarle las heridas. Y si ese algo había sido mi propia energía, pues... ¿Significaba, acaso, que por culpa mía él encontraría la manera de salirse con la suya?
—Fue una estupidez —me di prisa en justificar—, no estaba pensando en la suficiente claridad.
«¿Estás segura de eso?»
—No lo hice a propósito.
Se trataba de una mentira porque, en el fondo, tenía la certeza de que parte de mí sencillamente se había negado a la idea de dejarlo morir.
—Cielos, pero ¡qué prioridad más absurda! —me reprendí, convencida de que había cometido la peor de las equivocaciones—. Poner mi vida en riesgo para salvar la suya... ¡Qué completa tontería!
No pasó mucho tiempo antes de que me exigiera deshacerme de aquel obsequio. Tiré ambas rosas a la basura y arrugué el papel con ganas, lanzándolo al interior del contenedor con la misma determinación que alguien firme poseería. Fuerte, inquebrantable y de decisiones incuestionables; esa sería yo de ahora en adelante. Si le había salvado la vida o no, pensaría en ello como una compensación por sus deudas pendientes... Quizás a cambio de todo eso que, alguna vez, creí verdadero.
—¿Yvonne? —Aquel llamado me sobresaltó del susto, en especial porque mis ojos aún permanecían clavados en el azul de los pétalos para cuando él abrió la puerta—. Despertaste.
Me giré hacia Charles con la intención de bloquearle la vista hacia el cesto de basura. Su semblante lucía ojeroso y desgastado, igual que el de un muchacho que ha acortado sus horas de sueño como parte de una coartada de victimización.
—¿Cuánto tiempo estuve inconsciente? —le pregunté.
—¿Perdona?
—El tiempo, Charles —demandé con impaciencia y sin rodeos—. ¿Vas a decirme cómo llegué hasta aquí o, tan siquiera, cuánto tiempo ha transcurrido desde que abandoné el campo de batalla?
—¿Por qué la rudeza en las palabras? —protestó, molesto—. ¿Podrías calmarte primero antes de exigirme respuestas?
—Déjate de estupideces y contesta.
Me sostuvo la mirada. Después de verlo apretar la mandíbula, dio la impresión de que estaba a punto de comenzar a gritar, pero no lo hizo.
—Estás enojada —dedujo con facilidad.
—Qué sorpresa —me reí—. No tenía idea de que fueras un sujeto tan perceptivo.
—Empecemos el día ahorrándonos las ofensas, ¿quieres?
—¿Por qué esperas que sea amable? —inquirí, cruzándome de brazos.
—Porque tu enojo no tiene nada que ver conmigo, y eso te consta.
Aparté la vista. Era consciente de que, por primera vez, el origen de mi frustración no se trataba de él, sino de otro chico cuyas acciones incongruentes estaban confundiéndome en más de un sentido.
—Fui yo quien te trajo a casa —dijo en tono de heroica hazaña—. Habrías muerto hacía horas de no ser porque me ocupé de transferirte energía.
—¡Por favor! —resoplé, negando con la cabeza—. Ni siquiera estaba herida.
—Estabas tendida a la mitad del campo, Yvonne. —Me dedicó una sonrisa forzada—. Completamente inconsciente.
Fue voluntario, querido diario. Me había agotado mi propia energía por no más que elección personal.
—¿Significa que la batalla terminó? —insistí en saber.
—Hacía casi once o doce horas.
—¿Hoy es miércoles?
—Quizá todavía es de madrugada... —Se llevó una mano a la frente y lanzó un suspiro al aire—. No tengo idea, ¿de acuerdo? No he hecho más que pasar el rato merodeando por tu habitación.
—Ah, ¿sí?
—Ronda tras ronda. —Avanzó unos pasos para recortar nuestra distancia—. Estaba preocupado, Yvonne, pensaba que... En serio llegué a creer que no volverías a despertar.
«¿Preocupado por mí?»
Parecía más un detalle sobreactuado que una verdadera confesión de amor.
—Las recuperaciones son lentas cuando los recursos están por terminarse —me excusé de inmediato, buscando que no indagara al respecto—. Se me agotó la energía. Eso es todo.
—¿Haciendo qué? —cuestionó sin demora.
—¿Dónde está Annaliese? —improvisé.
—¿Annaliese?
—Ha pasado tiempo desde que la envié de vuelta —me abrí paso hacia la salida para evitar encontrarme con sus ojos—, ya debería de estar aquí.
—Está aquí.
—¿En casa? —La sonrisa que acepté dirigirle fue sincera, al menos por esa ocasión—. ¡Por fin una buena noticia!
—Pero no solamente ella —apuntó—. Los tres tenemos horas enteras esperando por el final de tu transferencia.
«¿Los tres dijo?»
Continué andando por el pasillo hasta alcanzar el principio de las escaleras. Con Charles pisándome los talones, hice un esfuerzo por apresurar mi marcha al mismo tiempo que las orillas del barandal dejaban entrever a quienes, sentados a la mesa, aguardaban pacientemente por el momento de mi regreso. Mis ojos se cruzaron primero con los del General. Aquel hombre noble (todavía con uniforme y rastros de hollín en el rostro) me dedicó una sonrisa cálida en cuanto me vio bajar por los peldaños. Por su parte, Annaliese desvió la vista hacia mí con una expresión de completo alivio; el medallón colgando de su cuello era, desde luego, un añadido difícil de ignorar.
—¡Yvonne! —exclamó ella entre chillidos de alegría—. ¡Despertaste, despertaste!
Llevando sus pasos en mi dirección, se lanzó a mis brazos sin vacilar. La recibí con el mayor sentimiento de cariño. Estaba orgullosa, feliz de que se encontrara a salvo pese al montón de exigencias que le había encomendado seguir. Fue una maniobra arriesgada, querido diario, eso lo tuve claro desde el momento en que entró al portal con aquel animal de felpa aún entre sus manos.
—¡Te extrañé mucho! —lloriqueó—. ¡Muchísimo!
«Yo más, compañera»
—Encontraste el camino a casa —la felicité mientras la abrazaba de vuelta—. Sabía que lo lograrías.
—Tuve muchísimo miedo, Yvonne.
—Pero lo conseguiste —enfaticé.
—Solo porque tuve ayuda...
—Ese es el trabajo del medallón. —Me acuclillé a su lado para hacer que me mirara a los ojos—. Si él acepta brindarte su apoyo, entonces solo significa una cosa.
—¿Qué significa? —quiso saber.
—Que elegí bien a la siguiente guardiana.
Ella me sonrió con emoción. Yo le sonreí con ternura.
—Serán buenos amigos —le garanticé—, casi inseparables.
—¿El medallón y yo?
—Es un excelente compañero de viajes. —Posé la vista en el centro de rubí—. Lo digo con base en mi propia experiencia...
—Y también detecta todo lo que es peligroso, ¿no?
—Mejor que nadie. —Asentí.
—Entonces ya sé cuál es la respuesta —me dijo.
Yo fruncí el entrecejo.
—¿De qué hablas?
—La respuesta —repitió con cierto matiz de tristeza—. Eso de lo que mi hermano y el General han estado hablando durante horas... Aunque ya no esté, estoy segura de que ellos están equivocados.
—¿Equivocados? —dudé.
—Perdona la interrupción, Yvonne. —Fue Oskar quien, ahora parado detrás de mí, carraspeó con la garganta para hacer que me girara hacia él—. Es importante que vuelva pronto al Tribunal, pero no puedo hacerlo sin antes haber discutido contigo un par de asuntos pendientes.
Me di prisa en ponerme de pie, un tanto avergonzada por el modo tan imprudente en que me había olvidado de respetarle el tiempo.
—Tiene razón, General —me disculpé, acercando a la niña hacia mí para indicarle que se mantuviera a mi lado—. Lamento mucho la demora.
—Se supone que estoy aquí por una razón muy particular además de asegurar que tu transferencia se completaría con éxito —vaciló, bajando sospechosamente el volumen de su voz—. El comité de la Unidad te encuentra culpable por cargos de robo y conspiración... Tienen pensado sentenciarte a un aprisionamiento extendido.
Parpadeé varias veces, perpleja.
—¿Cómo?
—Quieren que sea yo quien lleve a cabo tu arresto —me confesó con el rostro serio—, pero no pienso siquiera tomarme la molestia de hacerlo. —Soltó al aire un suspiro profundo—. Cometiste algunos errores, pero ambos sabemos que, de no ser por ti, la colonia entera habría estado condenada para el final del día.
Bajé la cabeza. Más por remordimiento que por cualquier otro motivo.
—Es verdad que la comunidad mágica nos traicionó —añadió—, y también es cierto que tu intervención casi nos hace perder más de lo que habíamos logrado recuperar.
—Le juro que yo nunca...
—Sé lo que sucedió en el campo —intervino, alzando una mano frente a mi rostro para pedirme que guardara silencio—. Y puedo imaginar las causas, aun así, estoy en plena consciencia de que tus intenciones estuvieron siempre de nuestro lado.
Respiré hondo, pues me parecía una completa locura que alguien como Oskar aún continuara confiando, sin reservas y después de todo lo ocurrido, en alguien como yo.
—Es fácil dejarse convencer por las ideas más apacibles —me sonrió, aunque resultó difícil no confundir aquel gesto con una mueca de tristeza—. Por fortuna, me hiciste saber de tus equivocaciones y reconociste a tiempo tu culpa.
—¿Se refiere a que en verdad marcó una diferencia? —quise corroborar.
—Todavía más que eso —se escuchó animado—. Créeme cuando digo que jamás había sido tan sencillo romper varitas.
«De magos a humanos... Vaya cambio de circunstancias»
—Entonces la comunidad mágica... —Lo miré con incertidumbre—. Ya sabe, ¿ellos se rindieron?
—Se dieron por vencidos una vez acabamos con el primer escuadrón.
—¿Y el fuego? —pregunté también.
—Ofrecimos el apoyo de nuestro ejército para reparar los daños —contestó—. Se estableció un pacto provisional con el clan de las hadas, y estoy convencido de que se trata del inicio de una verdadera alianza de cooperación mutua.
Quizás las cosas no siempre suceden como uno espera, pero es un hecho que actuar bajo las reglas de la intuición es una forma de dar siempre con la respuesta correcta. Porque si nos dejamos llevar por el miedo en los momentos más decisivos, entonces nos volvemos incapaces de defender lo que más se ama.
—Me alegra escuchar que no todo terminó en desastre —suspiré con alivio.
—Es un acto muy valiente aceptar la culpa, Yvonne. —Apoyó una mano sobre mi hombro—. Te lo dije antes, ¿no? Asumir las responsabilidades habla mucho de quién eres, y las personas que aceptan sus errores con honestidad siempre merecen una segunda oportunidad.
«¿Siempre?»
—Admiro tu coraje. Te has ganado mi confianza y mi respeto...
—Se lo agradezco, General.
—... por eso te ruego que me perdones.
—¿Disculpe? —inquirí, confundida.
—Si bien está en mi poder retirar los cargos del comité —se aclaró la garganta—, queda fuera de mi facultad ignorar las demandas del servicio social.
—¿Cuáles demandas?
—Me refiero a la niña —especificó para mí mientras desviaba la vista hacia Annaliese—. Es obvio que ella no debería de estar aquí, y eso tú lo sabes mejor que nadie.
Crucé miradas con Annaliese.
—Burlaste nuestra seguridad para sacarla del Tribunal, ignoraste las restricciones de los auxiliares y luego la llevaste fuera de la colonia cuando ni siquiera contabas con un permiso de visita —resumió Oskar, encogiéndose de hombros—. Rompiste las reglas.
—Hice lo que consideraba mejor para ella —justifiqué sin pena mientras le acariciaba el cabello a la pequeña—. Solo estaba tratando de ofrecerle algo de libertad.
—¿Libertad en la comunidad mágica? —ironizó.
—Quería darle una familia —se me quebró la voz—. Pensé que alejándola de este sitio encontraría la forma de brindarle un hogar y de mantenerla a mi lado sin importar las circunstancias.
—Escucha, Yvonne, solo...
—Ella necesita estabilidad —insistí—. Necesita confianza, cariño y...
—Necesita un tutor —sentenció él con firmeza—. No puedes tenerla en casa sin antes haber cumplido con los requerimientos oficiales.
—Pero ¿cómo se supone que voy a hacerlo si los auxiliares exigen que compartamos el mismo apellido? —protesté.
—Existen diferentes procedimientos para ganar una custodia.
—¿Le gustaría decirme cuál de ellos es compatible conmigo?
—Levantaré tus cargos, Yvonne —retrocedió unos pasos para guardar su distancia—, pero solamente si prometes que, esta vez, intentarás llevártela de la forma legal.
Me miró con la misma fijeza que un profesor exigente tendría, como si en serio me conociera lo suficiente para persistir con tal advertencia. Después de eso, encaminó sus pisadas hacia la salida. Se despidió de Charles con un asentimiento de cabeza y avanzó con decisión hasta alcanzar la puerta.
—Una semana, ¿de acuerdo? —añadió mientras ponía una mano sobre el picaporte—. Les daré una semana.
—¿Solo una? —traté de alegar con persistencia.
—Vendrán por ella al séptimo día, Yvonne. Es el mejor trato que puedo ofrecerte.
Me dedicó una última sonrisa como reflejo de resignación al tiempo que se daba prisa en cruzar hacia el exterior.
—Aguarde, General. —No tardé ni unos segundos en decidirme a seguirlo. Corriendo a zancadas para darle alcance, me aseguré de cerrar la puerta tras de mí en cuanto me encontré con él al final de los escalones—. Espere un momento.
—Aún me quedan muchos pendientes por resolver —utilizó como excusa.
—Lo sé, pero no me sentiré tranquila sin antes haberle hecho una pregunta.
—¿Vas a meterme en más problemas, Yvonne?
—Eso dependerá de su definición de "problemas".
Tenía la intención de cuestionarlo respecto al desenlace de la batalla. Me parecía que revelarle lo que había sucedido conmigo era una situación de vital importancia, en especial si ese niño nazi aún continuaba suelto por alguna parte del bosque.
—El tema, General, es que hay cierto mago que...
—Ya sé lo que vas a decirme —interrumpió, sin dejarme comenzar con mi discurso—. Fue muy ingenuo de mi parte creer que lo dejarías pasar.
—¿Perdone?
—No tengo ni la menor idea de lo que pasaba por mi mente y, en serio lo juro, no fue más que un acto de mero impulso.
«¿Se supone que tal explicación habría de hacerme algún sentido?»
—Nunca pensé que con eso bastaría para... ¡Agh! —Se llevó una mano a la frente—. En mi cabeza solo estaba la noción de proteger a la colonia, ¿comprendes? Aún sin importar el costo.
—Me refería al final de la batalla —especifiqué—. Es justo de lo que quiero conversar.
—¿El final?
—Ocurrió algo más, General... Algo que no cualquiera hubiera considerado pertinente o, siquiera, momentáneamente aceptable —balbuceé con nerviosismo, todavía cuestionando cuáles serían las palabras más indicadas para contarle la verdad—. Una transferencia como esa... No estoy muy segura de las implicaciones, tampoco de los efectos que habrá como consecuencia.
—Repámpanos. —Soltó un chasquido de lengua—. No me gustaría que fuese por culpa mía que tú acabaras terriblemente mal, Yvonne.
«Espera, ¿qué?»
—No lo hice con la intención de lastimarte —agregó—, mucho menos con el afán de hacerte pagar por tus errores.
—Aguarde, yo...
—Nunca pensé en lo que significaba para ti ni tampoco en el daño que te hacía. Y, para el momento en que esos detalles me cruzaron por la mente... Vaya, ¡era demasiado tarde para fingir que no lo había empeorado todo!
—Ni siquiera sé muy bien...
—Vas a perdonarme, ¿no es cierto? —preguntó de súbito, mirándome a la cara como quien está arrepentido de las circunstancias aún sin haber cometido ninguna clase de delito.
—No tengo nada que perdonarle —me limité a contestar, segura de mi respuesta.
—¡Deja la decencia de lado! —bufó—. Te cambié la vida en menos de un parpadeo, te arrebaté la oportunidad de arreglar las cosas y te quité la única posibilidad de obtener a cambio una explicación —enlistó con angustia, pese a que nada de aquello fuera realmente cierto—. ¿Estás diciéndome que nada de eso te molesta?
—Me parece que está exagerando el modo en que trató de tirar del gatillo —aludí.
—¿Exagerando?
—Entiendo que estaba enfadado, incluso yo lo estaba todavía más. —Me encogí de hombros—. No voy a culparlo por tratar de deshacerse de un mago cruel y traicionero.
—Hay algo mal con tu manera de formular las oraciones, Yvonne.
El desconcierto me obligó a cerrar la boca.
—Quita la palabra "tratar" de tu vocabulario y darás con la interpretación más acertada —solo tras haberlo oído pronunciar aquello caí en cuenta de lo culpable que en realidad se sentía—. Quieras o no, aún me pesa haber continuado con una batalla que pudo haber terminado desde hacía horas.
Tomó una bocanada de aire, lo bastante atribulado para dejar entrever su urgencia por olvidarse del tema. Por eso no le impedí la marcha en cuanto se dispuso a darme la espalda. Lo seguí con la mirada, perpleja, mientras él se limitaba a negar con la cabeza y a recorrer con prisa el resto del sendero.
Hay una cosa, querido diario, que me hace suponer que soy yo quien no está atendiendo a los hechos con completa lucidez: ese presentimiento de que estoy perdiéndome de algo no es fácil de ignorar. Pareciera que existe otra versión de la historia, una que desconozco y que, en definitiva, se trata de la verdadera culpable de que todos a mi alrededor aparenten saber más de lo que deberían.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro