Capítulo 5: 14 de mayo de 2012
Estuve encerrada durante horas en la penumbra de una habitación. Sola, angustiada y con la impresión de haber sido apuñalada por la espalda. Me sentía horrorizada, eso es lo que recuerdo. Me quedé tan consternada por la manera en que sucedían las cosas que ni siquiera estuve en condiciones de idear una estrategia de escape. ¿Qué debería de haber hecho mientras él declaraba planes diabólicos sin aparente sentido de culpa? ¿Qué podría haber hecho?
Esa fue la primera vez, querido diario, que comprendí lo que la comunidad mágica se traía entre manos. La misma forma retrógrada de pensar que, en una ocasión del pasado, impulsó las demencias de un hombre cuyo gobierno terminó condenando a toda Alemania. Esa sensación de odio alimentada por diferencias insignificantes estaba haciendo que la historia volviera a repetirse.
Por eso los magos nos detestaban. Por eso nos concebían como experimentos de laboratorio. Para ellos, el hyzcano era el ser artificial cuya mezcla genética resultaba una completa abominación para el equilibrio natural de su especie.
Toda mi vida una farsa elaborada, un plan que parecía predecir con exactitud cada una de mis acciones. El padre de Lukas no había fallado. Ni una sola vez. Era un genio perverso, un psicópata que se había concedido el permiso de cruzar el límite entre la cordura y la locura. ¿Y quién era yo comparada con él? Una simple pieza en el tablero de su juego.
Había llegado el momento de aceptar lo inaceptable: mi amado "compañero" era un mentiroso, el embustero más convincente con quien jamás me hubiera topado antes. Y ¿sabes una cosa? Ahora entiendo por qué todo el mundo no hacía más que lanzarme indirectas desde el principio. Los escuadrones de inteligencia de las SS se habían empeñado en capturarlo porque intuían de antemano lo peligroso que sería dejarlo en libertad; la comunidad mágica se había vuelto demente tratando de encontrarlo porque estaba al tanto de que sería él quien lideraría el retorno del gran imperio... El niño heredero del dominio nazi. Por favor, ¡incluso el medallón había hecho de todo con tal de dejarme en claro los problemas que arrastraba! La reliquia estuvo advirtiéndome sobre el futuro de Lukas, todo este tiempo no había hecho más que anunciarme el desastre con augurios de mala suerte y alertas en forma de acertijo, ¿puedes creerlo?
—¿Yvonne?
Miré hacia la salida.
—¿Estás aquí adentro? —la voz de una chiquilla se escuchó del otro lado de la puerta—. ¿Sí eres tú, Yvonne?
—¡Sí! —me di prisa en contestar, corriendo con rapidez hacia aquella esquina de la sala—. ¡Sí, Annaliese, soy yo!
—Te encontré —pronunció con orgullo.
—Quítale el seguro al picaporte, ¿sí? Solo gira el pestillo.
Tuve que aguardar unos segundos para que la puerta volviera a abrirse. Lo primero que mis ojos atisbaron fue el rostro inocente de la niña; en medio de una oscuridad que apenas empezaba a iluminarse con la luz del día, se esforzaba por enfocarme con la vista mientras llevaba entre brazos el cuerpo afelpado de Felix. No puedo describirte el alivio que el solo hecho de verla me provocó. De pronto sentí que todavía tenía a alguien por quien luchar, alguien que, aún a pesar de todo, se negaba a abandonarme como lo habían hecho todos los demás.
—Cielos, Annaliese, ¡te juro que eres mi heroína del día! —le expresé con toda sinceridad.
—¿Por qué estabas aquí encerrada? —quiso saber.
—Es una historia que, por ahora, no tiene mucho caso explicar. —La tomé de la mano para comenzar a avanzar por el pasillo—. Habrá que salir de aquí lo más rápido posible, incluso sería un riesgo dejar que te quedaras dentro del palacio.
—¿De qué hablas?
—Ya no estamos seguras estando rodeadas por magos.
—¿Qué le pasa a tu voz? —me cuestionó, tal vez por la forma en que mis palabras sonaban entrecortadas—. ¿Estás llorando, Yvonne?
—No importa si estoy llorando o no —sentencié a regañadientes.
—Yo creo que sí importa...
—Perderemos de vista el objetivo —improvisé.
—¿Cuál objetivo?
—Huir de la comunidad mágica.
—Pero... —Hizo una pausa—. ¿Por qué haríamos eso si es aquí donde vivimos ahora?
Me detuve un instante, aunque solo porque el dolor de cabeza se volvió tan intenso que ni siquiera me dio la oportunidad de continuar andando.
—¿Por qué no me contestas? —insistió ella—. Te pasa algo malo, ¿verdad?
—Estoy bien —mentí.
—¿Y si mejor esperas aquí mientras yo voy a buscar a Lukas? Seguro que él va...
—¡No! —el grito se me escapó combinado con un sentimiento de furia, detalle que la niña notó enseguida a juzgar por el modo en que me miró con sorpresa—. No, digo, no estaba tratando de asustarte, solo... Llamar a Lukas es lo último que quiero hacer.
—¿Por qué?
—Es importante que simplemente confíes en mí —traté de ahorrarme las explicaciones.
Me dedicó un gesto angustiado antes de limitarse a asentir.
—Solo estaba tratando de ayudar, Yvonne.
—Lo sé —le rodeé los hombros con un abrazo—, pero tu silencio me sirve más por ahora.
Fue cuando me repetía a mí misma que no había cabida para perder más tiempo que, de repente, mis ojos se cruzaron con un resplandor al final del pasillo. Era una esfera radiante, algo parecido a un espejo iluminado que flotaba sin soportes al interior de la última sala.
—Aguarda, Annaliese —giré el rostro hacia el fondo de esa otra habitación—, ¿qué rayos es eso?
—¿Ese círculo de luz roja?
—Sí.
—También estaba allí cuando yo entré —se encogió de hombros—, pero no le hice caso porque creí que era más importante sacarte a ti primero.
Tal fenómeno no parecía ser producto del azar, impresión que me resultó lo bastante intrigante para animarme a avanzar en su dirección.
—¿No habías dicho que era urgente irnos de la comunidad mágica? —dudó la niña.
—Si es lo que creo que es, habremos encontrado la salida más confiable de todas.
No lo pensé dos veces antes de ir hacia aquella sala, impulsando a Annaliese a seguir mis pasos hasta detenerme frente a lo que aparentaba ser una imagen en vivo de la frontera. Sonreí para mí misma. Las orillas del río Elbe eran visibles a través del círculo brillante, pero no solo eso, sino también las otras dos brechas que conectaban a nuestro bosque con la reserva del clan de las hadas.
—Lo sabía —me felicité a mí misma—. Es un portal de salto.
—Un, ¿qué?
—Es... un atajo.
Un atajo que, seguramente, Lukas había utilizado a fin de llegar a tiempo al punto de reunión acordado. Justo como él lo había mencionado, esas brechas se mantendrían abiertas durante el resto de la batalla por la mera justificación del "por si acaso".
«Una medida preventiva que estaba a punto de volverse su perdición»
Querido diario: si ese niño nazi llegaba a salirse con la suya, sería el fin para todo lo que conocía y estaba dispuesta a proteger; el fin de todo lo que hacía que valiera la pena vivir. Era consciente de que un entrometimiento podría arrebatarme más de lo que poseía, pero también estaba segura de que aquello que me quedaba por defender era lo bastante valioso para ser digno de cualquier intento de lucha.
—¿Un atajo hacia el bosque, Yvonne?
—Uno que nos llevará hasta la frontera. —Me giré hacia ella para darle a entender que habríamos de utilizarlo—. Esto te ayudará a volver a la colonia y... a mí me ayudará a sabotear la batalla.
Porque ser un chico listo no lo exentaba de cometer errores: contarme antes de tiempo el verdadero propósito de sus planes haría de su derrota una inevitable. Quizá ya era demasiado tarde para impedir que ambos ejércitos irrumpieran en aquella reserva privada, pero no lo era todavía para convencer al General hyzcano de detener el ataque.
Me miré el reloj de pulsera para estar al tanto de las oportunidades disponibles: 6.16 a.m. Aunque el segundo frente del ejército aún no entraba en combate, el primero de ellos ya debía estar por ejecutar la coartada de distracción.
—Anda —la apremié—, no perdamos más tiempo.
—¿Estás segura?
—Lukas es metódico y cuidadoso —sin importar las circunstancias, sabía que él no podría deshacerse de dichas cualidades tan fácilmente—, así que los portales deben de conducir a los puntos referidos en el plan.
Tomándola de la mano, me atreví a dar un primer paso hacia el interior de la brecha. Al cruzar, mis ojos se toparon con el panorama imponente de la frontera: el río Elbe frente a nosotras y las localidades humanas a tan solo unos metros de distancia.
—Caracoles, ¡es justo como dijiste! —exclamó la niña con sorpresa—. ¡Sí era un atajo!
—Tenía el presentimiento de que funcionaría.
«¿Presentimiento?»
O, quizás, conocer los hábitos más arraigados de Lukas se convertiría en mi propia arma secreta. ¿Para él? Haberme otorgado esa confianza se tornaría en su ruina.
—Nos hace falta un segundo atajo —advertí.
—¿Un segundo atajo?
—Te lo dije antes, ¿no? —musité mientras pretendía no estar limpiándome las lágrimas—. Voy a enviarte de vuelta a la colonia.
—Y ¿cómo vamos a llegar al otro lado del río? —se preguntó.
—¿Puedes ver ese otro par de portales? Hay dos círculos más aparte del que acabamos de cruzar.
—Los veo.
—Conectan al mismo sitio —puntualicé—, pero los usaremos para esquivar el río. Será como usar un puente.
Aproximé mis pasos en dirección al segundo círculo de luz, aquel que parecía reflejar la imagen de un bosque de árboles prominentes.
—Pero, Yvonne —Annaliese se resistió a mi agarre para evitar que cruzáramos hacia el interior—, ¿no decías que tampoco era seguro para nosotras estar en la colonia hyzcana?
—Charles no está en casa, así que estarás a salvo mientras te mantengas con la puerta cerrada.
—¿No piensas venir conmigo? —se escuchó preocupada.
—Hay algo muy importante que está en mis manos frenar —traté de hacerle entender—. Si no llego allí a tiempo, las cosas podrían terminar en catástrofe.
—Apenas conozco el bosque, Yvonne, ¿cómo se supone que...?
—Voy a darte un guía —dije para tranquilizarla.
—¿Un guía?
—Te ayudará a regresar a casa sin que cometas ninguna equivocación en el camino.
Me desprendí del medallón sin dudar. Me había planteado de antemano la posibilidad de utilizarlo como un mecanismo de protección, pues resguardar a quien quiera que fuese su guardián era parte del protocolo preventivo, ¿recuerdas?
—Tendrás que ser muy valiente, Annaliese. —Le coloqué la cadena alrededor del cuello y me aseguré de ocultar la reliquia bajo su playera—. No presiones ningún botón.
—¿Qué estás haciendo?
—Es el protector más fiel y capaz que conozco.
—¿Vas a permitir que yo cuide tu collar? —inquirió, desconcertada.
«Todo lo contrario»
—Dejaré a tu cargo lo más preciado que tengo, ¿me oyes? —aquello se lo decía más bien al medallón en lugar de a la niña—. Ella será tu nueva guardiana... Deberás ayudarla a detectar cualquier peligro —agregué a modo de condición—, en especial si está relacionado con confundirse de ruta.
—¿Guardiana?
—Estoy segura de que el medallón te mostrará el camino correcto en caso de que llegaras a cometer alguna equivocación.
—¿Cómo que guardiana? —volvió a preguntar—. ¿Va a venir alguien a mostrarme el camino?
—Si estás en peligro, verás en tu cabeza algo parecido a una visión —especifiqué para ella—. No te asustes con las imágenes. Solo durarán unos segundos y, además, van a ayudarte a volver a casa...
—¡No entiendo, Yvonne!
—Escúchame, Annaliese. —Puse mis manos sobre sus hombros para ayudar a que conservara la calma—. Si el medallón te enseña una imagen, quiero que hagas lo posible por seguir sus instrucciones.
La niña asintió en cuanto la miré con fijeza. Necesitaba que el mensaje le quedara claro y, todavía más importante que eso, necesitaba que confiara con plena certeza en las habilidades del medallón.
—Estarás a salvo, te lo puedo garantizar. —Me concedí la oportunidad darle un último abrazo en cuanto la vi formar una mueca de agobio—. Cuando llevas esto puesto, no hay razones para tener miedo.
—De acuerdo —suspiró.
—Regresaré por ti en cuanto todo esto termine, ya lo verás.
—¿Es una promesa, Yvonne? —insistió en confirmar.
—Por supuesto.
Me dedicó una sonrisa de tintes tristes que no hizo más que estrujarme el corazón. Sabía que estaba asustada; estaba al tanto de lo mucho que le aterraba la idea de quedar atrapada en el bosque y, en realidad, también era consciente de que mi rostro lucía tan destrozado por las lágrimas que costaba creer que estuviera hablando con total cordura.
—Anda, vamos. —Volví a tomarla de la mano para darme prisa en cruzar el portal—. Es importante que sigamos adelante.
Unos pasos bastaron para encontrarnos con las explanadas de un nuevo bosque. Los árboles eran más frondosos en comparación con los que solían rodear a la frontera, aunque también era verdad que los cielos apenas iluminados por el sol no dejaban distinguir el panorama con completa claridad. Aún con eso, me daba la impresión de que aquel sitio se asemejaba a una especie de parque nacional: el césped lucía bien cuidado, los senderos estaban trazados de forma ordenada y las plantas tenían pinta de haber sido recién regadas.
—¿En dónde estamos, Yvonne?
—En alguna parte del noroeste de Bélgica —murmuré.
—¿Bélgica?
—Es una reserva privada —giré el rostro para toparme con la tercera brecha—, pero eso no te concierne tomando en cuenta que tú no estarás aquí durante mucho tiempo.
Le indiqué con una seña que la única opción a su alcance continuaba tratándose de aquel último portal.
—No te detengas —le ordené—. Sin importar lo que pase, concentra todos tus esfuerzos en regresar a casa.
—Lo haré —garantizó mientras asentía varias veces.
—Volveremos a estar juntas mucho más rápido de lo que imaginas.
Entre suspiros temerosos, se soltó de mi agarre para encaminar sus pisadas hacia el frente del portal.
—Hiciste una promesa —me recordó segundos antes de entrar al círculo—, y no puedes romperla.
Le dirigí una sonrisa, aunque solo porque me pareció la mejor manera de no sentir que estaba destruyéndome por dentro. Detrás de esa máscara radiante, por lo menos se podía fingir que todo continuaba en orden y que no era mi corazón lo que estaba a punto de estallar. Porque había llegado la hora de asumir los hechos, querido diario: entrometerme en esa batalla también implicaba no estar segura de que tuviera la oportunidad de regresar.
* * * * * * *
El fuego es un elemento destructivo, en particular cuando se utiliza con el propósito incorrecto. Podía distinguir las columnas de humo desde la distancia, alzándose con el suficiente rigor para indicarme la ruta a seguir. No hace gran diferencia especificar la enorme cantidad de pensamientos que me nublaban el juicio; me reprendía a mí misma constantemente porque era consciente de que aquel alboroto no había sido más que causa mía. Entregué mi confianza a ciegas, y lo único que conseguí a cambio fue convertirme en la verdadera culpable de un bosque que poco a poco se reducía a cenizas.
Fui muy egoísta. Deseaba ver la unión entre dos especies con tanta urgencia que me olvidé por completo de no meter en el conflicto a una tercera.
Me topé con las orillas del incendio minutos después de haber corrido a toda prisa por los senderos trazados. El fuego se propagaba rápido, consumiendo todo a su paso. Los árboles estaban en llamas, los pájaros huían del sitio entre aleteos desesperados y los destellos anaranjados que se lanzaban como chispas al cielo parecían tornarse en una plaga. Admito que quedé estupefacta mientras miraba aquel escenario horroroso siendo exhibido como espectáculo. El escuadrón de soldados hyzcanos se había dispersado alrededor del campo, todos ellos esforzándose por amplificar el fuego mientras el ejército de hadas luchaba por detener el alcance de las llamas. ¿La parte más terrorífica? Percibir el miedo en los rostros de quienes portaban las insignias de las SS.
«Están luchando hasta la muerte por proteger al bosque»
Solo entonces caí en cuenta de lo importante que esa reserva debía resultar para su clan: creía recordar que el espíritu de un hada se mantenía atado a factores del ambiente, uniéndose a través de conjuros con un elemento a elección a fin de volverse uno mismo. ¿Eso no significaba, por consecuencia, que sus vidas dependían por entero de la protección de la naturaleza? ¿Acaso quemar su bosque no sería lo mismo que cometer el acto imprudente de asesinar a montones?
«¿Qué rayos fue lo que hice?»
Con la impresión de haber cometido el peor de los errores, avancé por las orillas del campo al mismo tiempo que mis ojos revoloteaban en todas direcciones en busca del General. El calor sofocante se intensificó a medida que me aproximé al origen del caos... A pesar de que sentía el humo estorbarme al respirar, no me permití dudar ni un instante mientras me abría camino hacia el lado más prominente del incendio. Por fortuna, unos metros de tal recorrido también bastaron para visibilizar el semblante de Oskar desde la distancia. Aumenté la velocidad de mis zancadas, en especial cuando lo escuché hablar con otro par de hyzcanos e indicarles a gritos que debían guiar las llamas hacia la parte norte del bosque.
—¡Aguarde, General! —exclamé con potencia—. ¡Tiene que ordenarles a todos que se detengan!
Mis advertencias no surtieron mucho efecto, quizá porque el sonido del fuego resultaba lo suficientemente crepitante para opacar mi voz. Tuve que obligarme a saltar por encima de un sendero en llamas para encontrar el modo de recortar la distancia, precipitándome con desesperación hacia donde Oskar ya comenzaba a dirigir el fuego en torno a los árboles del oeste.
—¡Aguarde, alto! —insistí—. ¡En verdad tiene que escucharme!
—Por Dios, Yvonne —se exaltó Oskar al verme correr hacia él—, ¿qué repámpanos estás haciendo aquí?
—¡Deje ya de propagar el incendio!
El General me empujó hacia atrás en cuanto hice un intento por interponerme en su camino.
—El humo podría asfixiarte —increpó—. ¡Lárgate, ahora mismo!
—¡No sin que les haya ordenado a todos que se detengan!
—¿Detenerse?
—Es una trampa, General —traté de hacerle entender—, ¡nos están usando como distracción!
—¿Acaso no era esa la función principal de nuestro escuadrón? —ironizó.
—¡Me refiero a la comunidad mágica! —especifiqué a gritos.
—¿Qué hay con ella?
—Son nazis, General.
—¡Pues claro! —resopló al aire—. ¿No te bastó con ver el símbolo en sus mangas para deducirlo desde hacía días?
—No hablo de los emblemas —me vi en la obligación de sujetarlo por ambos antebrazos para evitar que me hiciera a un lado—, hablo de los planes que tienen para después de la batalla.
—¿Planes para después de la batalla?
—Van a encerrarnos, ¿me escucha? ¡Están esperando que les demos la ventaja suficiente para luego capturarnos!
Parpadeó varias veces, por fin dando la impresión de que empezaba a comprender lo que ocurría.
—No podemos confiar en ellos —reiteré—, mucho menos en los acuerdos de la alianza.
—Pero dijiste que...
—¡Yo sé lo que dije, maldita sea! —la voz se me quebró por culpa de un inmenso nudo de lágrimas—. ¡Estaba equivocada! ¡Fue un error haber creído que estaban de nuestro lado!
—Significa que... —frunció el entrecejo, mirando alrededor una vez más—, ¿es a ellos a quienes debemos atacar?
—Como General, su deber está en proteger a la colonia sin importar el costo, ¿no es cierto?
Sus ojos se encontraron con los míos, un extraño intercambio de miradas que no requirió de palabras para intuir que ambos pensábamos en lo mismo.
—Ordenaré que cambien el blanco de ataque —me hizo saber enseguida.
—Pídales que rompan su formación —coincidí—. Distribuya a los soldados en dos nuevos frentes y apoye al ejército de las SS a apagar el fuego.
—Los menos experimentados a los alrededores...
—... y los veteranos de la Unidad en el centro —completé su oración con una sonrisa de complicidad. Después de todo, era un hecho que mantenernos en sincronía sería vital para entrar en el juego con el pie derecho.
«Una partida sólida de ajedrez requiere de movimientos bien coordinados»
—Les diré a los novatos que se concentren en hacer transferencias de energía —pensó en voz alta.
—Parece lo más adecuado, General.
—La estrategia está clara —puso el gesto serio al mismo tiempo que se soltaba de mi agarre—, pero lamento tener que repetirte que tú no formas parte de ella.
—No soy un soldado —asentí—, lo sé.
—Tener el coraje de aceptar los errores es un acto muy valiente. —Unas palmadas en mi hombro y con eso le bastó para retomar su curso—. Has hecho bien, ¿de acuerdo? Ahora sal de aquí antes de que el humo termine asfixiándote.
Lo vi dirigir sus pisadas hacia el lado opuesto del campo, avanzando entre zancadas rápidas con tal de detener a los muchachos que distribuían el fuego por el norte. Me dije a mí misma que aquella advertencia habría de ser suficiente. Oskar ya estaba al tanto de la información y estaba convencida de que también sería gracias a él que el clan de hadas aceptaría unirse a nuestra causa. "Solo el más fuerte sobrevivirá", me lo había hecho saber Lukas en una de sus notas anónimas, y era un hecho que unir las fuerzas de ambos ejércitos nos tornaría en el equipo más resistente.
«La comunidad mágica estará perdida»
Con la vista nublada y una tos que se negaba a escapar de mi garganta, guié mi marcha de vuelta a las orillas mientras observaba a algunos hombres de las SS transformar sus propios cuerpos en corrientes de agua. Tal como alguna vez lo imaginé, las hadas parecían poseer la habilidad de camuflarse con la naturaleza, tornándose en su elemento afín como si en serio se trataran de espíritus mimetistas.
Por ese motivo me distraje, o quizás simplemente me costaba respirar entre tantas cortinas de humo... En cualquier caso, no estaba prestando la atención suficiente al camino cuando el sonido de una voz me hizo frenar de golpe:
—¿Qué hace una chica como tú en plena zona de batalla?
Me volví con rapidez hacia el sujeto que acababa de pronunciar eso con aire de burla. Mantenía la vista fija en mí, parado a pocos metros de distancia a la par que la esvástica nazi le lucía con arrogancia sobre la manga del uniforme.
«¿Un mago?»
Me concedí la oportunidad de mirar hacia el centro del campo: el segundo frente acababa de entrar en combate. No obstante, su líder causa del llanto atrapado que sentía en el corazón no se encontraba entre las primeras filas.
«¿En dónde rayos estás, Lukas?»
—Eres hyzcana, ¿no es cierto?
Regresé el rostro hacia aquel soldado.
—Será una pena para ti haberte topado con un miembro de la especie superior —empezó a alardear—. Tenemos órdenes de capturar a cada uno de ustedes sin importar que sean militares o no...
—¿Dónde está tu líder? —intervine a toda prisa.
—¿Qué?
—Tu líder —le reiteré con enfado—, ¿dónde está?
Se rio.
—¿Por qué puñetas crees que contestaré esa pregunta, híbrida?
—Puede que también estés cansado de seguirle las órdenes.
—No es nuestro trabajo cuestionarlo —se encogió de hombros—. El plan lleva tantos años en desarrollo que prácticamente fuimos entrenados para esto desde que éramos niños.
—Claro, es obvio que no conoces ninguna otra cosa además de los disparates que les han enseñado —lo encaré, sin poder evitar que el enojo propiciara mi atrevimiento—. Es una lástima que, aún con tantos años de preparación, la única alternativa a su alcance sea volver a perder la guerra.
—¿Disculpa?
Hice ademán de señalar al escuadrón de magos que acababa de entrar por el lado contrario del bosque.
—¿Acaso ves a tu líder por allí? —inquirí—. No parece que se encuentre entre las filas, ¿o sí?
El muchacho parpadeó varias veces, echando un vistazo al campo antes de volver a posar la mirada sobre mí.
—Significa que algo en su muy adorado plan no está saliendo del todo bien —aclaré para él—. Tu líder es tan meticuloso que un solo fallo le llevaría a retractarse casi de inmediato.
—Eso no es verdad —me contradijo a regañadientes.
—Es un maldito cobarde —continué ofendiéndolo—. Tan cobarde que ni siquiera se atreverá a poner un solo pie en la reserva.
—Cállate —exigió.
—Está desertando porque sabe que no conseguirá nada yendo por este camino, y quizás eres tú quien ya empieza a asustarse porque estás en plena consciencia de que yo tengo la razón.
—¡Dije que te callaras, condenada híbrida detestable!
Estaba furioso. Lo supe no solo por sus palabras, sino también por el modo en que apretó la mandíbula con desdén al mismo tiempo que sacaba la varita. Por supuesto que perder la batalla era una posibilidad que le aterraba, y aquel miedo se vio reflejado en la forma en que de pronto utilizó las plantas de alrededor para aprisionarme las piernas. Segundos después, me hizo caer al suelo en cuanto intenté dar unos pasos hacia adelante.
—Te crees muy lista, ¿no es así? —casi escupió las palabras—. Pero tu charla parece más una coartada que una verdadera estrategia para librarte de mí.
Me sujetó por la espalda, inmovilizando mis antebrazos para impedir que continuara arrastrándome en dirección al campo. Enseguida extrajo una daga de su bolsillo, tan terriblemente enfurecido que tampoco tardó demasiado en pegarme el cuchillo al cuello.
—Estamos por descubrir quién de los dos ganará la contienda —me susurró al oído—. ¿Piensas que burlarte de un mago es divertido? Te lo preguntaré de nuevo el día de mañana para corroborar que mantengas la misma opinión.
En aquel instante, me di por perdida. Sabía que un solo movimiento mío bastaría para que él se decidiera a utilizar la daga, pero también estaba al tanto de que permanecer quieta sería lo mismo que concederle el permiso de tomarme prisionera. ¿Qué hacer, entonces? Tenía la mente en blanco. Sentía el ritmo acelerado de mi corazón y la hoja del cuchillo raspando de poco en poco sobre la superficie de mi piel. Estaba asustada, derrotada por la impresión de que, justo cuando parecía más importante contar con un As bajo la manga, hubiera tan poca claridad acerca de qué elección tomar.
—Maldita sea —murmuró de repente—, ¿qué puñetas está haciendo allí?
Al principio no entendí de lo que hablaba, no hasta que mi vista se desvió hacia el centro del campo.
¿Sorprendida? Incluso más que eso, pues lo cierto es que quedé estupefacta en cuanto mis ojos distinguieron a Lukas desde la distancia. Portando el característico uniforme de su ejército, avanzó con determinación para detenerse cerca de las primeras filas del combate. Algunos soldados hyzcanos retrocedieron enseguida, presas del miedo y la incertidumbre; no obstante, fue el General Oskar quien no se permitió vacilar antes de atreverse a dar unos pasos al frente.
La batalla se paralizó durante unos segundos que parecieron eternos. La tensión en el ambiente se vivió como una completa locura, al menos antes de que, de manera inesperada, todos alrededor quedáramos boquiabiertos al ver a Lukas arrodillarse sobre la superficie del césped.
Que conste que yo estaba tan confundida que apenas pude comprender lo que ocurría.
Pasados unos instantes de silencio, fue como si aquel movimiento se hubiese tratado de alguna especie de señal en cadena: uno a uno, los magos presentes en el campo comenzaron a ponerse de rodillas. Así sin más, todos optaron por seguir el ejemplo de su líder hasta que la armada entera acabó doblegada ante los suelos del bosque.
Aquel muchacho junto a mí tampoco tardó en hacer lo propio, liberándome de su agarre para obligarse a sí mismo a cumplir con el código de conducta.
«Es el equivalente a la bandera blanca: una solicitud para detener la batalla»
Fue una muestra clara de rendición. Estaban entregándose, literalmente renunciaban al combate con una fe ciega en las decisiones de su líder. Cabe destacar que aquello me dejó todavía más confundida que antes... ¿Qué clase de "plan soberbio y presuntuoso" habría de contemplar el sometimiento de sus fuerzas? ¿Para qué retractarse? ¿Por qué justo ahora? Las preguntas se acumularon en mi cabeza, una tras otra, luchando por encontrar una respuesta que como mínimo se ajustara a las explicaciones lógicas que creía conocer.
Daba la impresión de que todo había llegado a su fin; no más guerra, no más violencia, no más problemas... Estaba equivocada. Las circunstancias cambiaron en un parpadeo, pues es un hecho que nadie alrededor esperaba que el General se tomara la libertad de sacar un arma de su bolsillo. No me dio tiempo para pensar en cuanto lo vi apuntar hacia Lukas, mucho menos cuando tiró del gatillo para inundar el campo con dos estruendosos disparos.
Querido diario: contemplar su cuerpo desplomado sobre el césped me causó tal sobresalto que, al principio, ni siquiera supe cómo reaccionar. Algo en mi interior se retorció con una pena inimaginable, una sensación horripilante en el pecho que no hizo más que dejarme paralizada a las orillas del campo.
Recuerdo con precisión cómo todo a mi alrededor se tornó en un completo caos. El espacio se llenó de bramidos incesantes, en especial al momento en que el ejército de magos se recobró desde los suelos para retomar con furia el combate. Lucían increíblemente molestos, tanto como para reflejar su rabia en el modo tan intenso en que comenzaron a lanzar sus nuevos ataques.
Es verdad que la pelea continuó sucediendo frente a mis ojos, pero yo... no pude apartar la mirada del mago que había quedado tendido entre los pies de tantos soldados. Tal vez no estaba pensando con claridad cuando me apropié de la daga que mi antiguo contrincante había dejado caer al piso, tampoco cuando utilicé el filo del cuchillo para liberarme de las enredaderas. Habiendo advertido que aquel otro muchacho se había esfumado de mi lado, no me tomó demasiado levantarme del sitio para empezar a correr en la misma dirección que mis ojos se negaban a perder de vista.
No tengo ni la más remota idea de cómo hice para cruzar entre ese montón de militares enfurecidos, pero sé muy bien que acabé acuclillada a un costado de Lukas aún sin contar con la lucidez suficiente para estar segura de lo que hacía.
«No, Yvonne. Tienes que irte»
Le vi el pecho cubierto de sangre y distinguí el modo en que sus ojos miraban sin enfoque hacia alguna parte del bosque. ¿Respiraba o no? Tampoco lo sabía, pero eso no impidió que me sintiera impotente mientras me repetía a mí misma que ya no había nada que pudiera hacer para evitar que muriera.
«Se lo merece... Se lo merece, ¿no es así?»
Coloqué mis manos en su abdomen en un intento de detener la hemorragia, rendida a la impresión de que las probabilidades a mi alcance eran prácticamente de cero. Cero alternativas, cero opciones... Cero indicios de que, por alguna casualidad, fuera yo quien contara con la facultad repentina de utilizar mi desesperación como una muy potente fuente de magia negra.
«¿Una transferencia de energía?»
Ni siquiera estaba convencida de que fuera posible. ¿Sería capaz un mago de recibir energía hyzcana? Jamás me lo había cuestionado y no creía que alguien más lo hubiera hecho antes; no obstante, fue por causa de esa leve posibilidad de acierto que mi mente se enfrascó en la decisión de intentarlo.
En esos instantes en donde todo parece definirse, solo hay espacio para pensar en actuar aún sin prestar atención a las repercusiones. Me olvidé de todo, querido diario: traiciones, memorias, objeciones y reglas; no dejé que nada se interpusiera en mi camino mientras me convencía de hacer lo que estuviera en mis manos con tal de salvarle la vida.
«Cierra los ojos»
Concentré mis esfuerzos en acumular cada recurso disponible, respirando hondo en cuanto me dispuse a romper la barrera entre mi energía y la suya. Fue cuestión de segundos para que comenzara a sentir el flujo de tal desplazamiento, aunque también para que cayera en cuenta del montón de energía fugada que estaba transmitiéndole.
«No te detengas»
Seguir adelante fue lo que hice, incluso cuando reparé en que tal circulación estaba siendo demasiado potente para ambos. Me dio la impresión de que mi energía empezaba a drenarse, así como si él lo estuviera absorbiendo todo a la vez que yo se lo permitía con total y pleno consentimiento. No tengo muy claro qué ocurrió después de que mi vista se volviera borrosa. Creo haber hecho lo posible por evitar que la conexión se rompiera, pero cuando se está por perder la noción de la propia realidad, es un hecho que no se puede tener la certeza de lo que está por suceder o, inclusive, de lo que sucederá a continuación.
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