Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 4: 13 de mayo de 2012

Carezco de palabras para explicarlo... ¿Por dónde debería empezar? No me parece correcto ocultarte lo ocurrido, aun cuando en el fondo me consuma toda intención de mantenerlo en secreto. ¿Cuál sería el punto de fingir que las cosas todavía tienen algún sentido? Ciertas veces al día, cuando pienso en cómo pasó, me sorprendo a mí misma con la mente puesta en los recuerdos de esa noche. Cada latido en pausa, cada maldito segundo.

Las mentiras salen a la luz, es lo que todo el mundo siempre dice.

La mala suerte me acompaña a donde sea que voy, pero ahora me da la impresión de que no se trata solamente de mí... Parece ser que aquel quien lo controla todo por fin ha cometido una equivocación: los números y las cifras jamás pueden ser tomados por una predicción real.

Haré un esfuerzo por traer mis memorias al presente, aunque solo porque es contigo con quien estoy hablando. Todo comenzó en el anochecer del 13 de mayo. Digamos que las circunstancias se complicaron por causa y culpa mía; fui yo quien no tardó en preocuparse por los detalles insignificantes, quien no soportó ver sufrir a las personas que ama y, aceptémoslo, también quien se animó a vagar por los pasillos del palacio aún siendo consciente de que no tenía permitido hacerlo.

—La estrategia involucra una división de dos frentes —volví a señalarle el mapa a manera de resumen—, Oskar ya lo sabe muy bien. El primer frente estará constituido por soldados hyzcanos, y atacará desde la zona ciega del campo como parte de una coartada de distracción.

Lukas asintió enseguida.

—Y el segundo frente, o sea el ejército de magos, entrará en combate desde el lado contrario del campo —añadí para dejar en claro—. Solamente en cuanto el clan de las hadas haya movilizado sus tropas para responder al primer ataque.

—Y mientras todo eso sucede, el escuadrón alternativo pondrá sus esfuerzos en localizar el núcleo de oro —complementó él, no sin antes haberle echado un vistazo a su reloj de muñeca—. Sé que Norman hará un buen trabajo.

—No lo dudo —coincidí.

—El hechicero Beker también tiene la orden de abrir los portales de salto desde ambos lados de la frontera. Con eso garantizamos una alternativa de escape.

—¿Piensas dejar los portales abiertos? —lo cuestioné, desconcertada.

—En caso de que algo llegase a fallar, siempre es importante contar con un canal de salida.

«Es un buen punto»

—Necesitamos asegurar que el núcleo se encuentre a salvo tan pronto como lo tengamos en nuestras manos —volvió a desviar la mirada mientras hablaba, aunque esta vez, hacia el reloj de pared—, y sacaremos a nuestros ejércitos de la reserva en cuanto exista la oportunidad.

Para ese entonces, todavía pensaba que su impaciencia se debía a algún asunto de carácter insignificante. Lucía nervioso, igual que un chico de universidad presentándose a un examen de graduación; sin embargo, me parecía que cualquiera se sentiría inquieto estando a tan pocas horas de entrar en batalla.

—De acuerdo —accedí sin inconvenientes—, entonces abriremos una brecha a cada lado del río. Ambos portales deberán estar conectados al bosque que colinda con la reserva. —Alcé la vista hacia él—. Le dijimos a Oskar que ambos ejércitos tendrían que estar en el punto de reunión para las cinco de la mañana... El Concejo también está al tanto de eso, ¿no?

No contestó.

—¿Lukas?

—¿Qué sucede? —respondió segundos mas tarde.

—Estás distraído. —Lo conocía tan bien como para saber que algún otro tema mantenía sus pensamientos ocupados—. ¿Hay algo que esté molestándote?

—¿Algo que esté molestándome?

—Me refiero a la impresión que me dan tus acciones —especifiqué para él—. Te ves ansioso.

—¿Ansioso yo? —Soltó una débil carcajada.

—Ni siquiera has dejado de mirar el reloj.

Evitó encontrarse con mis ojos a toda costa, desviando la atención hacia la lámpara que colgaba del techo.

—Tal vez... Tal vez solo necesito un poco de aire —dijo entre balbuceos—. No me siento muy bien.

—¿De qué hablas?

—Voy a salir un momento —farfulló a toda prisa para luego levantarse de la mesa.

—¿Te sientes mareado o algo parecido? —traté de entender—. Puedo ir contigo si así lo prefieres, no creo que a esta hora haya demasiados...

—No es nada, Yvonne —interrumpió con una sonrisa de tintes falsos—. Estaré de vuelta en unos minutos, ¿vale?

Se dirigió hacia la puerta con cierta prisa, abriéndose paso entre los muebles de la sala para abandonar la habitación en cuestión de segundos. Admito que, al principio, su desesperación me pareció tanto incomprensible como carente de explicación. Era consciente de que Lukas necesitaba espacios para despejarse la mente, para entrar en calma o, inclusive, para apartarse de vez en cuando del ruido. Pero esto... Tenía el presentimiento de que era algo totalmente distinto.

—Cielos, ¿y ahora qué rayos le sucede?

Clavé la mirada en mi reloj de muñeca: apenas las 10.57 p.m.

—No —me apresuré a ponerme de pie, incluso sin haberme preocupado por dejar el montón de papeles sobre la mesa del comedor—, esto ni de chiste tiene pinta de ser nada.

Estaba cien por cien segura de que algo trataba de ocultarme. La sonrisa fingida sumada al modo tan precipitado en que había abandonado la recámara resultaban lo bastante inusuales para hacerme creer que mentía. Conozco a Lukas como la palma de mi mano: suele pretender que todo se encuentra en orden, aun cuando los problemas estén carcomiéndolo por dentro.

Ni siquiera lo pensé dos veces antes de asumir que necesitaba mi ayuda.

Avancé casi corriendo a través de la sala y, habiendo echado un vistazo hacia el sofá para asegurar que Annaliese siguiera dormida, no tardé demasiado en abrir la puerta y conferirme el derecho a ir detrás de mi compañero. Crucé hacia el pasillo con una sensación de angustia en el pecho porque, si algo malo llegaba a ocurrirle, no estaba muy segura de cómo haría para soportarlo.

«Ojalá no se trate de algo más que de una corazonada equivocada»

Con la longitud de aquel corredor, resultó sencillo ubicar a Lukas desde la distancia y disponerme a seguir sus pasos. Hice lo posible por darle alcance; no obstante, continuaba andando tan a prisa que apenas encontré la manera de igualar el ritmo de sus zancadas. Sin atreverme a alzar la voz por miedo a llamar la atención de algún mago, me mantuve rezagada por varios metros hasta que lo vi ingresar por un acceso de puertas dobles: la famosa sala de reuniones, según lo tuve entendido minutos más tarde.

Vacilé unos instantes antes de atreverme a cruzar también. Allí dentro estaba mucho más oscuro en comparación con el exterior. Se trataba de un salón amplio repleto de cuartos y despachos, todos ellos conectados por un pasillo central que a duras penas conseguí distinguir debido a la falta de luz. Fue con la poca iluminación proveniente de las ventanas que, por lo menos, estuve en posibilidades de ver a mi compañero avanzar con decisión hacia el fondo de la sala.

—Llegaste a tiempo —lo escuché decir justo después de haberse adentrado por una de las puertas.

—Quedamos a las once, ¿no? —contestó alguien—. Sé que tienes un aprecio particular por la puntualidad.

Caminé un poco más con la intención de distinguir a la persona con quien parecía sostener tal conversación. Es un hecho que haberme permitido seguirlo se trató, en realidad, de la peor de mis decisiones.

Pausa.

Te juro, querido diario, que no tengo ni idea de cómo pasó. Hasta el último instante, fui yo quien siempre puso su empeño en entender a Lukas aún a expensas de todas las veces en que algo o alguien me suplicó no hacerlo. Creía conocer a mi compañero. Pensaba que las advertencias no iban en serio, que tan solo se trataba de un chico incomprendido cuyo destino quedaba constantemente estancado entre disputas indistintas. Por desgracia, no puedo agregar ninguna otra excusa además de decir que estaba equivocada.

Mis ojos se toparon primero con la figura de una chica, una muchacha que no tardé en reconocer. La vi sonreír en un modo especial, su rostro reflejando cariño antes de que él se decidiera a recortar la distancia entre ambos para plantarle un delicado beso por encima de los labios. El aliento se me escapó de golpe. Similar a un vacío repentino. La misma sensación que alguien sentiría en caso de que el alma pudiera arrancarse de un tirón.

Quedé paralizada junto al marco de la puerta, tan ajena a la realidad como una simple espectadora. Aún con la boca abierta, los vi besarse frente a mí sin que ninguno de los dos se hubiera percatado de mi presencia todavía. Él la acariciaba con ternura, igual que como siempre solía hacer conmigo... A diferencia de que aquella chica no se trataba de mí.

—¿Lukas? —la voz se me quebró al pronunciar su nombre, mas fue suficiente para hacer que ambos se separaran entre sobresaltos.

Crucé miradas con Emma. Ella estaba nerviosa, y en su cara distinguí un atisbo de vergüenza antes de que se diera prisa en agachar la cabeza. Luego giré el rostro hacia Lukas. Lo observé con detenimiento en busca de alguna posible explicación, pero no fue hasta que lo vi desviar la vista hacia el techo que comprendí que, por más que me negara a aceptarlo, no había manera de tomar aquello por un simple error.

—¿Qué está pasando aquí? —exigí saber.

—Demonios, Yvonne, ¿no te dije que te quedaras en la habitación? —protestó él enseguida, provocando que una lágrima resbalara por mi mejilla—. Se suponía que tú no te enterarías de esto hasta el día de mañana.

—¿Disculpa? —resoplé.

—Me refiero a que iba a decírtelo, ¿vale? Tenía planeado explicártelo después de la batalla...

—Explicarme, ¿qué? —lo interrumpí con firmeza—. ¿Qué ibas a explicarme con exactitud?

—Que estoy enamorado de Emma.

Si mi corazón ya estaba partido, eso último solo terminó por destrozarlo.

—Enamorado de Emma —repetí, haciendo un esfuerzo tremendo por reprimir el llanto—. Vaya... Hubiera estado bien saberlo desde antes.

—Tuve mis motivos para mantenerlo en secreto —expresó él en tono de excusa.

—¿Has estado mintiéndome por conveniencia propia? —inquirí—. ¿Durante todo este tiempo?

—Apenas llevo unos días saliendo con ella —empezó a justificarse.

—Claro, los mismos días que tú y yo tenemos como pareja, ¿no es cierto?

—Sí, pero...

Le indiqué con una mano que guardara silencio.

—No me hacen falta más explicaciones. —Tal vez porque sentía la cabeza tan cerca de reventar que, si lo escuchaba decir una palabra más, no estaba muy segura de cómo reaccionaría—. Si eso era todo, entonces creo que me voy primero.

Ni siquiera lo pensé dos veces antes de darles la espalda. Estaba al tanto de que las manos me temblaban y que todo alrededor me daba mil vueltas, así que tuve que sostenerme del marco de la puerta para evitar que aquello se tornara en una pesadilla sin consciencia. Hice un esfuerzo por contener el aliento en cuanto sentí a Lukas sujetarme del brazo porque... No me lo creía posible, querido diario. Simplemente no me lo creía.

—Aguarda, Yvonne.

—Dije que quería irme —reiteré.

—Vale, pero podemos seguir siendo novios, ¿no? Al menos hasta que haya terminado la batalla.

Me volví hacia él de inmediato.

—¿Perdona?

—Estratégicamente hablando —especificó—, me resulta ventajoso tenerte como pareja durante el transcurso de las próximas horas.

—¿Estratégicamente hablando? —repliqué con indignación—. ¿Te parece que burlarte de mí es así de sencillo?

—Eso supongo, sí. —Se encogió de hombros.

El cambio de expresión que tuvo mi rostro lo llevó a añadir:

—Tan solo estoy respondiendo a tus dudas. Preguntaste que si me parecía sencillo burlarme de ti y, tomando en cuenta que la palabra "burlar" tiene una connotación de engaño, entonces no me queda otra opción además de afirmar...

—Por todos los cielos, ¡ya basta! —le grité tan fuerte que el propio sonido de mi voz me pareció irreconocible—. Ya basta, Lukas, ¡cállate ya!

Parpadeó varias veces antes de dejar la vista clavada sobre los estampados de la alfombra. Fue un gesto cuyo significado creía tener por seguro: el modo en que acababa de hablarle le había resultado ofensivo y, hasta cierto punto, quizás había bastado también para lastimarlo. En cualquier caso, no estaba en ánimos de siquiera tener consideración por alguna de sus emociones.

—Es que... —retomó su palabrería—, hay otras cosas que tal vez sería conveniente confesarte desde ahora, Yvonne.

—No me importa ninguna de esas otras cosas, ¡maldita sea!

—Tienes que escucharme —insistió.

—Suéltame ya, ¿quieres? —ordené a regañadientes, tratando de mirar únicamente hacia la puerta.

—Te conozco, estoy seguro de que sí te importan...

—¡Olvida lo que sea que pienses saber sobre mí! —increpé—. ¡No quiero oír nada!

—¿Incluso aunque esas cosas tuvieran que ver con tu padre?

Me paralicé al instante. Al principio con simple desconcierto, después con algo más que mera incredulidad.

—¿Qué dijiste? —Me volví hacia él.

—Que estas cosas tienen que ver con tu padre —repitió—. Es la verdad, lo juro.

—No lo has entendido todavía, ¿cierto? —espeté con enfado, empujándolo un poco para zafarme de su agarre—. Ya no te creo nada, Lukas.

—Pienso que... Pienso que lo mejor será que yo me vaya.

Ambos nos volvimos hacia Emma en cuanto pronunció entre balbuceos esa última oración. La seguí con la mirada, en especial cuando me echó un rápido vistazo para, finalmente, abrirse camino hacia la puerta. Al pasar junto a mí ni siquiera hizo un intento por verme a la cara. Se limitó a cruzar por la salida con aire de incomodidad, dándose prisa en escapar hacia el pasillo como quien está en plena consciencia de los errores cometidos.

—Y yo pienso que debería de hacer lo mismo que ella —anuncié con disgusto, provocando que Lukas no tardara ni unos segundos en volver a sujetarme del brazo.

—Vamos, Yvonne —suplicó—, no seas absurda y quédate un momento más.

—¿Que no sea absurda? —Me reí—. Lo he sido desde el momento en que me di la oportunidad de confiar en ti.

—No me refiero a eso.

—Fue absurdo tomarte por un mago honorable —continué ironizando.

—Tampoco a eso.

—Cielos, ¡créeme que no estoy en ánimos de jugar a las adivinanzas!

—Entonces trataré de ser más específico. —Todavía sin soltarme, caminó en dirección a las butacas del fondo con el propósito de buscarme un asiento—. Es crucial que me escuches, ¿vale?

—No quiero hacerlo, ya te lo dije.

—Vas a cambiar de opinión —se atrevió a asegurar—. La curiosidad es una de tus mejores cualidades.

Quería largarme de allí, pero al mismo tiempo, me daba la extraña sensación de que sería importante no dejarme llevar por el impulso de huida. ¡Qué humillante! No solo estaba en la obligación de soportar su presencia, sino que, además, también tenía que resignarme a la única alternativa de prestar atención a sus palabras.

—Anda, toma asiento. —Me arrimó una de las sillas con cierta intención de "cortesía"—. Esta es mucho más cómoda que todas las demás. El respaldo es suave, los descansabrazos pueden moverse según al gusto de...

—¿Quisieras dejar de fingir que te importo en alguna clase de sentido?

Soltó un chasquido de lengua.

—Claro —se mofó—. Si complicar las cosas es lo que tú prefieres, no pienso tomarme la molestia de protestar por ello.

—Ser amable conmigo ya no te queda —apunté con una sonrisa forzada.

—Al contrario de lo que tú piensas, compañera, lo cierto es que soy muy bueno para mentir.

—No me llames así —le espeté con el gesto serio.

—¿Sabías que algunas personas en la misma condición que la mía pueden desarrollar estrategias para la imitación social efectiva? —Rebuscó en el bolsillo de su chaqueta—. Imitamos comportamientos como una forma de adaptación, aún sin entender muy bien el significado detrás de dichos comportamientos.

—¿Por qué estás diciéndome algo como eso justo ahora?

—Tan solo se trata de una pista —murmuró.

—Una pista, ¿para qué?

—Tiendo a representar bien algunos roles, Yvonne. —Extendió para mí lo que al principio identifiqué como una tarjeta de cartoncillo—. Y lo mejor de todo es que tengo a mi servicio otro montón de fantásticos actores.

La tomé de entre sus manos sin haberme puesto a pensar en las implicaciones. Tampoco dudé antes de clavar la vista en la nota, pues en ningún momento me detuve a considerar la posibilidad de que se tratara de algo más que de un simple mensaje:

Di que sí y entra en el juego.
–Anónimo

Le di la vuelta para encontrarme con el reverso: una carta de Joker, el naipe maestro con la capacidad de hacerse pasar por cualquier otra carta... Un bufón especialista en engaños y disfraces.

—¿De dónde sacaste esto? —lo interrogué de inmediato.

—Yo la escribí.

Negué con la cabeza.

—¿Quién te la dio, Lukas? —volví a preguntar.

—¿No acabo de decirte que yo la escribí? —inquirió, cruzándose de brazos—. Especialmente para ti, de hecho.

—Eso no puede ser verdad.

—¿Por qué no?

—Porque tú no eres así, tú no... —Lo miré a los ojos y él me miró a mí. Un par de breves instantes en que no pude distinguir nada en su rostro más allá de una carátula de indiferencia. Con aquel gesto inescrutable y después de todo lo que acababa de ocurrir, ¿acaso podía decir que en verdad lo conocía?—. Tú no eres malvado.

«¿Es esa una pregunta o una afirmación?»

Me sonrió.

—Déjame contarte una historia, Yvonne.

—¿Una historia? —mi voz se escapó temblorosa.

—Una que, además de todo, está basada en hechos reales.

—No quiero escucharla.

Estaba asustándome, a tal grado que no demoré demasiado en dirigir mis pasos hacia la puerta de salida.

—Tu padre, Thomas, fue un amigo muy cercano de mi padre.

Frené de golpe.

—Se conocieron durante las convenciones de un comité científico en Alemania... Mi padre y el tuyo participaron en la primera sesión de investigación y, a partir de entonces, ambos se volvieron tan buenos colegas que hasta organizaron reuniones trimestrales para mantenerse en contacto —relató a modo de discurso formal, dando la impresión de que lo tenía bien memorizado—. Thomas ignoraba la verdadera naturaleza de mi padre, claro. Siempre lo creyó un humano de simples intereses por las ciencias metodológicas.

—¿Por qué estás metiendo a mi familia en todo esto? —dudé, molesta.

—Porque fue gracias a tu padre que el mío se dio cuenta del montón de posibilidades que aún estaban al alcance de sus manos.

«¿Montón de posibilidades?»

—Complementaré mi historia confesándote un secreto personal...

—Preferiría no saber más de tus secretos —lo interrumpí.

—Jamás se lo he dicho a nadie, pero la verdad es que yo nunca debí de haber nacido.

Tras eso último, no pude evitar girarme de vuelta hacia él.

—Soy producto de un error de mi padre, un accidente que, al final, se convirtió en su única alternativa de acción —musitó, tomando un respiro hondo—. Verás, compañera, que un mago de tercer rango en ocasiones suele ser bastante... útil.

—¿A qué te refieres? —quise saber.

—Papá siempre supo que moriría de un cáncer de pulmón —me reveló de repente—. Los médicos humanos se lo detectaron desde años atrás, aun así, nunca estuvo dispuesto a aceptar ninguno de sus tratamientos.

—¿Qué?

—Sabes lo que es el cáncer de pulmón, ¿no? Es una enfermedad en la cual las células crecen de manera anormal, propagándose en los tejidos pulmonares y causando un descontrol...

—Por todos los cielos, Lukas —protesté con hartazgo—, ¡créeme que la definición es lo que menos me interesa ahora!

—Lo que trato de decir es que él siempre pensó en mí como su reemplazo.

—¿Y eso qué tiene que ver conmigo? —refunfuñé.

—Me da la impresión de que no vas a creerme ni una palabra si te lo cuento tal como es.

Resoplé al aire, molesta.

—¡Fabuloso! —se trató de una exclamación irónica, por supuesto—. En ese caso, me parece que no hay sentido alguno en continuar perdiendo mi tiempo con esta charla.

Esta vez sí iba a marcharme. Giré sobre mis talones con decisión, dándole la espalda con tal de escapar de todo aquello que ya amenazaba con romperme la cabeza.

—No me lo vas a creer si te lo cuento —contestó—, pero... quizás podría mostrártelo.

—Ni de chiste —sentencié, pues sus expresiones inconclusas empezaban a darme un mal presentimiento.

—Vamos, Yvonne. —Avanzó a largas zancadas hasta interponerse en mi camino—. Seré rápido y conciso.

—Me vale un comino el resto de tu historia.

—El precio de un gramo de comino podría variar entre tres y cinco centésimas de centavo —me informó—. ¿Significa, entonces, que mi historia tiene un valor de tres a cinco centésimas de centavo para ti?

—No estoy de humor para esto.

—Siendo así, ¿me permites hacer un intento por cambiarte de ánimo? —No tuve ni la menor idea de cómo responder en cuanto puso una mano sobre mi medallón—. Incluso tu collar está dispuesto a cooperar conmigo.

—¿Mi collar? —pregunté, sintiendo incrementar mi desconfianza.

—Los dos estamos llenos de magia negra —se encogió de hombros—, somos más parecidos de lo que podrías imaginar.

—Estás asustándome —advertí.

—No tengo intención de asustarte.

—Lo estás haciendo. —Tomé una bocanada de aire, ya al borde de comenzar a llorar—. Créeme que lo estás haciendo.

—Solo estoy buscando la manera más apacible de contarte la verdad.

—Deja de tocar mi medallón —dije en tono de orden.

Él negó con la cabeza.

—Eres la protagonista, Yvonne —recalcó—. Mereces estar enterada de todo.

Lo último que alcancé a distinguir con claridad fue el modo en que posó la vista sobre mí. Una mirada que me heló hasta los huesos, un instante que me permitió reconocer que ya nada volvería a ser igual que antes. El verde de sus ojos se perdió, más tarde, entre colores borrosos y detalles irreconocibles. Vi hacia la nada, al menos durante unos segundos mientras todo a mi alrededor recuperaba la nitidez habitual. Luego fue un brillo rojizo lo que se apoderó del resto de mi visión: cristales escarlatas por doquier, reflejos de luz y paredes de perspectiva vidriosa rodeándome por cada esquina. Daba la sensación de encierro luminoso, de resplandor rojo y vibrante... De estar atrapada en algo parecido a un centro de rubí.

«El interior del medallón»

—Lo he descubierto, Nic. Mi trabajo cambiará el rumbo de la historia —escuché decir, una voz que me resultó tan familiar como reconfortante... Estaba cien por cien segura de que era la voz de mi papá.

Hice lo posible por seguirle el rastro, girando la cabeza en todas direcciones hasta que conseguí dar con la fuente del sonido: una estructura cristalina en cuyos destellos fui capaz de percibir la imagen de mi padre. Me acerqué con cautela. Sentado a las orillas de una mesa, él hablaba con otro hombre de rostro difuso, alguien que sorbía de una taza de café al mismo tiempo que le echaba un vistazo a un par de carpetas de oficina.

—¿Así que, ahora, vas a enfocarte en la investigación? —No me cabían dudas de que aquella voz pertenecía al padre de Lukas—. No hay mucho campo laboral para los exploradores teóricos, Thomas.

—No lo hago por dinero —replicó mi padre.

—Ah, ¿no?

—Esto es todavía más importante de lo que imaginas —trató de explicarse, emocionado—. No solo expandirá nuestros horizontes, Nic, sino que también ayudará a mi familia.

—¿En qué clase de investigación estás trabajando?

—Es... —Papá vaciló antes de animarse a responder—: Es un asunto privado. Pero prometo que te haré llegar el primer ejemplar en cuanto encuentre la manera de publicarlo.

—Tengo la impresión de que eso te llevará años enteros.

—No tantos si involucro a mi hija en el proceso —argumentó con orgullo—. Yvonne es brillante, ¿sabes? Apenas tiene once, pero ya está entrenada con la mente de una detective de primera.

Sonreí. La confianza que papá me tenía dejaba entrever un cariño incondicional, no había otra forma de interpretarlo. Añoraba su presencia y extrañaba la calidez de sus consejos, tanto que ni siquiera lo pensé dos veces antes de alargar una mano hacia él. Sin embargo, estando a punto de tocar aquel cristal, la escena cambió de repente: ahora se trataba de una sala de muebles antiguos, un despacho que reconocí al instante como parte de la mansión Diederich.

—Voy a usar a la niña —oí decir.

—¿Cómo? —preguntó una voz femenina.

—La hija de Thomas, la más pequeña de ellas —era el padre de Lukas quien pronunciaba eso con aire de entusiasmo, caminando de un lado a otro mientras Isabel le seguía con la mirada—. Es la candidata perfecta.

—¿Es una broma, Nic?

—Encontraré la forma de hacerla venir a la casa —aseguró a su mujer.

—¿Estás consciente de lo desquiciado que te escuchas? —lo cuestionó ella—. Ese hombre es tu amigo. Nos ha apoyado con la mudanza desde el principio y su esposa fue tan amable conmigo al teléfono que...

—¡Margarethe es terapeuta! ¡Eso es!

—Basta, Nic. —Isabel se dio prisa en levantarse de su asiento—. Vas a meterte en problemas y lo sabes. Nada de esto está bien.

—Vamos, preciosa, ¿no fuiste tú quien, hacía unos días, insistía en conseguirle ayuda psicológica a Lukas?

Ella reemplazó su gesto en desacuerdo por una mueca de perplejidad, pero, así como la expresión le cambió en menos de un parpadeo, también lo hizo el resto del escenario. El despacho de aquella mansión fue sustituido por otra habitación, un cuarto al interior de lo que aparentaba ser el palacio de la comunidad mágica.

—Lo lamento mucho, Maestro, pero sigo sin poder localizarlo.

—¿Es un chiste, Beker? —Distinguí la furia en los ojos de Nic, especialmente cuando golpeó con los puños la superficie de su escritorio—. ¡Incluso lo marcaste, por un demonio!

—Hay algo que está interfiriendo con el rastreador —trató de justificarse ese tal Beker—. Es una fuente de magia negra —especificó—, que proviene de otra línea temporal.

—¿Disculpa?

—No pude encontrar a su hijo, pero, en el camino, me crucé con el hechicero correspondiente a esa realidad alternativa.

—No entiendo ni un bledo de lo que estás diciéndome ahora —objetó el padre de Lukas, haciendo ademán de acusar a su subordinado por ello.

—Él dice que todo es culpa de la niña.

—¿La niña? —Enarcó una ceja—. ¿Qué niña?

—La hija de Thomas, majestad. Parece ser que también posee la habilidad de dar saltos en el tiempo.

Nic soltó al aire una carcajada ruidosa.

—No, eso es imposible. —Todavía entre risas, no hizo más que negar con la cabeza—. La niña es hyzcana, no tiene manera de conjurar tanta magia negra.

—El otro hechicero asegura que utiliza un collar para hacerlo.

—¿Un collar?

—Un medallón común y corriente, pero con la capacidad de viajar entre épocas pasadas.

La imagen cambió de nuevo, aunque esta vez, lo hizo sin alterar ningún detalle del fondo. El padre de Lukas había abandonado su posición al frente del escritorio y, ahora, centraba su atención en un cuadernillo de notas. Al menos hasta que el hechicero volvió a irrumpir, sin anunciarse, por la puerta del despacho.

—Dime que traes buenas noticias, Beker.

—Tenía razón, Maestro. —Se confirió la libertad de avanzar unos pasos antes de dirigirle una reverencia de cabeza—. La investigación de Thomas Fellner sí está relacionada con el medallón que porta su hija.

—¿Estás seguro? —lo interrogó—. ¿Lo has examinado bien?

—Le seguí la pista durante días, pero sus reportes no son solamente acerca del collar, sino también sobre aspectos vinculados a la existencia de una colonia hyzcana.

Nic cerró aquel cuadernillo de golpe.

—¿La colonia hyzcana, eh? —musitó para sí mismo al tiempo que dibujaba una sonrisa—. Así que mi viejo amigo encontró la manera de descubrirlo.

—Falleció antes de que la investigación llegara a publicarse.

—Lo sé. —Asintió—. Pero, por desgracia, también tengo la leve impresión de que fui yo quien lo mandó a asesinar.

—¿Cómo dice?

—Vamos, Beker, ¿no te parece curiosa la gran conveniencia que su muerte trae consigo? —insinuó.

—¿Conveniencia? Solo si se le percibe desde un punto de vista estratégico.

Aquel mago giró el cuerpo hacia la ventana mientras el hechicero todavía le observaba con incertidumbre. Parte de las cabañas del pueblo eran visibles desde tal altura del palacio, así como también lo eran las primeras hileras del bosque.

—Si Thomas hubiese conseguido la publicación —pensó Nic en voz alta—, nuestro plan habría terminado sin remedios en el fondo del basurero.

—No lo entiendo, majestad.

—Piénsalo bien, ¿quieres? Unas semanas de diferencia y mi viejo amigo habría tomado la decisión de contactar con la colonia hyzcana. Días más tarde, estaría en pleno proceso de mudanza junto a toda su familia.

—Claro —coincidió el hechicero—, habrían sacado a la niña de Frankfurt antes de tiempo.

—Una posibilidad inaceptable... Tanto para mí como para el futuro de mi hijo.

Nic regresó la mirada hacia el interior del despacho.

—Necesito que te hagas cargo de todo. Si la muerte de Thomas fue culpa mía o no, averígualo —pronunció con firmeza, llevando a su subordinado a asentir—. Y, en caso de que la respuesta sea congruente con mis suposiciones, asegúrate de que las cosas sucedan como lo han hecho hasta ahora.

Me congelé en el sitio y, perpleja, en un instante sentí resquebrajarse mi último rastro de cordura.

—¿Lo has entendido bien, Beker? No me importa lo que sea que hagas siempre y cuando ese hombre abandone la investigación para principios de agosto.

Las palabras resonaron en mis oídos como una melodía sin acordes, una verdad que nunca imaginé estar en posición de enfrentar. Mis pensamientos se atoraron en un laberinto, querido diario, luchando por encontrar una salida mientras trataba de comprender cómo algo tan impensable podía ser producto de una realidad.

—La orden es clara, Maestro.

Entre el dolor y la confusión, sentí la primera lágrima resbalar por mi mejilla al mismo tiempo que la escena volvía a cambiar. De pronto fue el solitario bosque de Frankfurt lo que tuve frente a mis ojos; no cualquier parte del bosque, sino una en particular que me trajo un centenar de recuerdos de un solo golpe.

—No fue tan difícil, ¿o sí?

—Me llevó días enteros, majestad.

—Pero lo conseguiste.

Otra vez eran Nic y su hechicero quienes conversaban, ambos manteniendo la vista en la entrada de aquella cueva.

—El hechicero de esta realidad ni siquiera ha encontrado la manera de dar con su ubicación. —Le dio unas palmadas en el hombro a modo de felicitación—. Estoy orgulloso de ti, Beker.

—Mis habilidades se ven afectadas por el estado de ánimo —explicó él—. El otro está angustiado y desesperado. Su magia le falla, aun cuando haga su mejor intento por igualar la energía del medallón.

—De ahora en adelante, puedes seguirle el paso a la niña, ¿no es cierto?

—Cada rastreo requerirá de mucha acumulación de magia negra, Maestro.

—¿Significa que es mejor mantenerlos bajo vigilancia? —dudó Nic—. ¿Todo el tiempo?

—Diría que se trata de la opción más viable.

—Vale, pero... ¿hay forma de que, de algún modo, te mantengas conectado con el medallón?

—¿Conectado, majestad?

—Será imprescindible conocer cada uno de esos desafíos por adelantado —condicionó—. Thomas creía tener la certeza de que así funcionaba la reliquia. Página trece del manuscrito de su investigación: "los desafíos son misiones, tan difíciles que son casi imposibles de cumplir". —Soltó un chasquido de lengua justo cuando, a lo lejos, una Yvonne de apenas trece años se permitía salir de la cueva para echar un vistazo a los alrededores del bosque—. La niña necesitará de nuestra ayuda. Estando sola, terminará no solo con su propia vida, sino también con la de mi hijo.

Mi incredulidad se entrelazó, entonces, con la decepción. Durante años, guardé la convicción de que había sido por mérito mío que el desafío había llegado a su fin. Era yo quien había resuelto los enigmas, quien se había puesto en peligro a fin de estar a la altura de cada misterio y quien había hecho de todo con tal de proteger a Lukas... Ahora ni siquiera estaba segura de qué logros habían sido míos, y qué logros habían sido suyos.

—Si ella no resuelve esto para cuando acabe el año, lo habremos perdido todo, Beker.

Las manos empezaron a temblarme y, retrocediendo entre respiros agitados, no pude hacer mucho además de sucumbir a aquella avalancha de revelaciones.

Vi más imágenes de las que creo recordar. Nic deshaciéndose de cámaras y grabaciones de video, atrapando a un montón de cuidadores de orfanato al interior de una habitación, haciendo uso de su dinero para persuadir a un granjero, pegando afiches de empleo alrededor del bosque, impulsando el retraso de denuncias por secuestro, entregando cajas repletas de provisiones, distrayendo grupos de médicos, llamando al teléfono celular de un director de colegio, dejando incomunicados a un par de padres preocupados y manteniendo una charla seria con un sacerdote de gesto angustiado... La lista parecía nunca terminar.

—La investigación de Thomas está llena de notas interesantes —decía Nic al hechicero mientras le mostraba unas páginas de apariencia antigua—. Incluso dio con las instrucciones para la manipulación de sueños.

—¿Piensa usarlas, Maestro?

—Quiero que Yvonne se tome la libertad de relajarse. —Bajó la mirada hacia el reloj que sostenía entre manos. Mi viejo y muy querido reloj de pulsera—. Usaré la apariencia de Lukas, quizás pueda ayudarla de cerca si ella no percibe mis intervenciones como una amenaza.

Estaban destruyendo mi confianza, esa fortaleza que alguna vez consideré mi mayor orgullo estaba al borde del colapso. Las certezas y los recuerdos... Todo se desmoronaba en una sensación abrumadora de vacío.

—¿Puedes inducirle el sueño, Beker? —solicitó Nic—. Es importante que no vaya a despertar.

—Claro.

—Necesito que encuentres el modo de hackear el medallón. —Mantenía la vista clavada en mí, una Yvonne de ilusiones intactas y esperanza todavía en ánimos de subsistir. Dormía profundamente sobre el asiento trasero de una patrulla de policía; el conductor del auto parecía haber perdido la conciencia, pero eran aquellos dos hombres quienes daban la impresión de haberlo provocado—. Lo que acaba de pasar casi hace que todo se vaya a la ruina. No voy a permitir que ocurra de nuevo, ¿me oyes? La necesito sana y salva.

—No entiendo, majestad.

—El medallón cuenta con un mecanismo de protección para su guardián —explicó—. Suele proveerlo con visiones de peligro y, de ese modo, le brinda posibilidades de anticipar cualquier clase de riesgo.

—¿Significa que la niña no es guardiana todavía? —dudó el hechicero.

—Uno se convierte en tal cuando la reliquia es voluntariamente heredada. Yvonne le robó el medallón a su padre.

—Thomas es el verdadero guardián —concluyeron.

Nic abrió la puerta del auto, asegurándose de levantar a mi antigua yo para cargar con ella en brazos.

—Hackea el medallón, Beker, haz que reconozca a Yvonne como su guardiana legítima.

—¿Está seguro, Maestro?

—No pienso correr ningún otro riesgo.

Sentía la cabeza a punto de reventar. Mi pulso se había vuelto loco, aunque, esta vez, porque cada latido parecía estar gritando en silencio al mismo tiempo que todo alrededor se desmoronaba. Me percibí a mí misma a la deriva; sin guía, sin mapas. ¿Y la película de enfrente que amenazaba con nunca terminar? Escena tras escena, solo mostrándome lo bien elaborada que estaba esta farsa.

—¡Ya basta! —exclamé con desesperación—. ¡Tienes que sacarme de aquí, te lo ruego!

Me dejé caer de rodillas justo en el momento en que veía a Nic pedirle un último favor a su hechicero: llevar a Lukas consigo, valiéndose de cualquier recurso para persuadirlo de aceptar la invitación.

—¡Basta! —supliqué entre lágrimas—. Por favor... Ya basta, Lukas, por favor.

Cerré los ojos con fuerza.

En medio de la desilusión y de una realidad que parecía estar cerca de tambalearse, hice todo lo que estuvo a mi alcance para no perder la conciencia. Tomé una bocanada de aire, advirtiendo que alguien me sujetaba por ambos antebrazos. Luego me di cuenta de que mis ojos volvían a toparse con la oscuridad de una habitación. El silencio de mi respiración agitada se combinó con el alivio de estar nuevamente en la penumbra; no obstante, el miedo regresó de súbito en cuanto comprendí que era Lukas quien se hallaba acuclillado enfrente de mí.

—¿Yvonne? —me preguntaba—. ¿Puedes escucharme?

—¡Quítame las manos de encima! —Me di prisa en apartarlo de un empujón—. ¡No quiero tu maldita ayuda!

—Ibas a caerte si no te detenía —justificó.

—¡Dejarme caer hubiese sido cientos de veces mejor que mantenerme atrapada allí dentro!

Hice un intento por levantarme del suelo, aunque es un hecho que ni por asomo encontré la forma de ponerme de pie.

—Tenía que mostrarte la verdad, Yvonne.

—¿Se supone que debería de estar agradecida por eso? —resoplé con ironía—. No tienes ni idea de cómo me siento ahora por culpa tuya.

—Como protagonista de los planes de mi padre, merecías estar enterada de todo.

—Nic estaba demente, Lukas —traté de hacerle entender—, tan lunático como...

—Mi padre hizo lo que creyó conveniente para la comunidad mágica —me interrumpió—. Y, de estar en su posición, yo habría tomado exactamente las mismas decisiones.

—¡Asesinó a un hombre inocente por mera ventaja estratégica! —le reclamé, furiosa—. ¡Papá estaría vivo de no ser porque su simple manuscrito les resultó una amenaza!

—El fundamento principal de la vida consiste en que el fuerte aplaste al débil —utilizó como argumento.

—¿Qué?

—Así es como todo funciona, Yvonne: el más fuerte siempre sobrevive.

«¿La teoría de Darwin?»

—¿Por qué estás hablando ahora sobre selección natural? —dudé.

—¿Tu padre contra mi padre? El mío ganó la contienda, el tuyo fue eliminado. —Se encogió de hombros—. ¿Hyzcanos contra magos? Los magos ganan la contienda, los hyzcanos son eliminados.

—Aguarda —me reí—, ¿qué rayos dijiste?

Se tomó un momento para ponerse de pie y, observándome desde arriba, me dedicó un gesto inescrutable antes de volver a apartar la mirada.

—Dije que los magos ganarían la contienda, y que los hyzcanos serían eliminados. —Le echó un vistazo a la esvástica nazi que portaba en la banda del brazo—. Han pasado años desde entonces, pero los ideales se mantienen intactos.

Parpadeé varias veces antes de preguntar:

—¿Qué quieres decir con eso?

—Hubo una época en que el pueblo alemán fue superior a todos los demás... Ser parte del partido exigía una completa subordinación al sistema. Obediencia ciega, lealtad inquebrantable, ausencia de cualquier sentimiento hacia el enemigo e inhumanidad para el de raza inferior.

Escucharlo pronunciar algo como eso fue... Uf, ciertamente inesperado. Quedé con la mente en blanco, segundos enteros de silencio antes de que todo a mi alrededor comenzara a cobrar un sentido bastante terrorífico.

—Dijiste que era un simple símbolo, Lukas. —Negué con la cabeza, sin poder apartar la mirada de aquella insignia—. Dijiste que se trataba de un disfraz.

—Sé cómo mentir —contestó con frialdad.

—No, esto es diferente.

—¿Diferente?

—Hablar de ese modo es un asunto muy delicado —estipulé para dejar en claro—. No se trata de cualquier otra cosa.

—Lo sé. —Asintió con seguridad, dando la sensación de que estaba en plena conciencia de lo que hacía—. La inclusión de la ideología nazi a nuestra cultura como comunidad es una forma de honrar la memoria de quienes lucharon por ver la resurrección de Alemania.

«No puede ser verdad»

—Las injusticias deben corregirse —añadió—. A veces, incluso, vengarse.

—¿Vengarse?

—Mi padre dice que Hitler estaba equivocado...

—¡Claro que estaba equivocado, por todos los cielos! —Ni siquiera lo pensé dos veces antes de levantarme del piso, dándolo todo por hacer que razonara—. Era un asesino, un completo psicópata.

—Un asesino —repitió para sí—. Un completo psicópata.

—Tú no eres eso, tú no...

—¿Yo no soy eso? —Aceptó mirarme a los ojos, un breve instante que me bastó para detectar en su cara algunos destellos de tristeza—. Quizás habría que comprobarlo. —Apartó la vista y prosiguió—: Mi padre decía que Hitler estaba equivocado por dos motivos en particular. Uno, eligió mal a su grupo de aliados; dos, eligió mal a su grupo de contrincantes.

—¿Seguirás con eso?

—Ningún grupo humano podría ser alguna vez superior —sentenció—. Los magos son la raza inmejorable, no los alemanes.

—Ya basta —insistí.

—Ningún grupo humano podría ser alguna vez inferior. Los hyzcanos son la raza detestable, no los judíos.

—¡Dije que ya basta!

Cerró la boca de golpe. Sabía que mi corazón estaba partido, querido diario, pero al menos tenía la esperanza de que eso último consistiera en una mera filosofía que lo habían obligado a memorizar.

—Dime que no estás hablando en serio —le supliqué—. Por favor.

—Mi padre estaba convencido de que la colonia hyzcana estaba llena de seres artificiales, productos inhumanos de la ciencia que no merecían ni siquiera un atisbo del control de la magia.

Y, tras esa respuesta, perdí de lleno toda esperanza.

—Un hyzcano siempre será un hyzcano —continuó recitando—. Un verdadero mal que habrá de ser erradicado a fin de salvaguardar la estabilidad de la especie que en serio importa.

Retrocedí unos pasos, todavía más decepcionada de lo que me hubiera gustado admitir.

—¿La especie que en serio importa? —inquirí.

—Me refiero a los magos, por supuesto.

—Estás loco —tragué saliva de manera audible—, exactamente igual que tu padre.

—Me alegra saber que estoy a la altura —apuntó con una sonrisa.

—¿Y no te molesta ser consciente del modo tan espantoso en que estás comportándote ahora?

Una lágrima resbaló por mi mejilla al instante en que mis ojos volvieron a cruzarse con los suyos.

—Escucha, Yvonne... —Se acercó unos pasos—. He estado mintiéndote desde el principio, ¿vale? No me reuní contigo después de la primera batalla porque buscara recuperar mi varita, mucho menos porque estuviera interesado en formalizar un acuerdo de paz. Programé encuentros que en ningún momento fueron desconocidos para el Concejo, fui amable contigo porque era así como el plan de mi padre lo exigía. —Puso el gesto serio—. Necesitábamos entablar una alianza con tu colonia, hacer uso de su ejército para robar el núcleo que le da poder al clan de las hadas. Solamente eso.

«Solamente eso»

—Lamento haber tenido que fingir una relación de pareja, pero comprenderás que era indispensable tenerte de mi lado si en verdad buscaba garantizar tu apoyo. Usé palabras bonitas porque parecía la única manera de recuperar tu confianza. Los abrazos, besos, y... Bueno, todo lo demás. —Hizo una pausa y suspiró—. Eso se me salió un poco de las manos.

—¿Un poco?

—Es una expresión —se dio prisa en agregar—. Cuando digo que se me salió de las manos, me refiero a que no lo tenía contemplado como parte de mi coartada. De repente se dieron las cosas y...

—Por todos los cielos, Lukas —lo interrumpí a secas y le di la espalda—, cállate ya.

¿La incondicionalidad que siempre juré tenerle? Desvanecida en medio de la oscuridad. ¿Todo el amor que a ciegas le entregué? Tirado en el suelo de aquella misma habitación. Créeme cuando digo que las lágrimas me brotaron sin control, mezcla de rencor y de tristeza.

—Te juro que no pensaba llegar tan lejos...

—Cállate, ¿entiendes? —increpé—. ¡Mejor cállate ya!

Sobra especificar que no me sentía nada bien. Me abrí paso hacia el final de la sala para dejarme caer en el asiento que él mismo había arrimado para mí hacía tan solo unos minutos.

—Escucha, Yvonne, solo... quiero agradecértelo.

—¿Agradecérmelo? —Me eché a reír.

—Es por ti que conseguiremos hacer uso del núcleo y, aparte de todo, es gracias a tu apoyo que también encontraré la manera de cumplir el sueño de mi padre.

Alcé la vista hacia él. No solo con la sensación de haber sido traicionada, sino también con un doloroso ímpetu de rabia.

—¿Te refieres a ese estúpido plan que involucra el resurgimiento del imperio nazi? —aludí con una sonrisa forzada.

—Así es —confirmó.

—Plan que, imagino, también conlleva la extinción de la raza hyzcana, ¿no es cierto?

—No exactamente... —lo pensó por un momento—. Al menos no de inmediato.

—Lo dices como si fuera una buena noticia —ironicé.

—Mi padre propuso que fueran capturados por la fuerza y trasladados hacia los terrenos de construcción. Tenemos contemplada la expansión de la comunidad mágica, pero es un hecho que necesitaremos de algunos obreros para desempeñar el trabajo más pesado.

A partir de entonces, juro que el miedo pude sentirlo como si en serio se tratara de una planta trepadora. Primero estrujándome el estómago, luego presionándome el pecho y, más tarde, envolviéndome la mente en un nudo de horror.

Me vinieron a la memoria todas esas noches en que papá me sentó frente a su escritorio, con el rostro serio y artículos periodísticos en manos, relatando para mí aquello que había ocurrido durante la Segunda Guerra para que encontrase la forma de entenderlo mejor. "Fue un crimen de una peculiar crueldad" es lo que él solía repetirme, "y nos forzamos a recordarlo porque es así como nos aseguramos de no cometer los mismos errores". La historia está allí, en el pasado; concreta, espantosa e infame.

—¿Campos de concentración? —casi se me escapa el aire por tener que obligarme a pronunciar esas tres palabras—. ¿Te has vuelto loco?

—Trece barracas de ladrillo: ocho para el pueblo, cuatro para el ejército, una para los principales jefes al mando. Distribuido en trescientas hectáreas de terreno abierto, dividido en secciones de trabajo y repartido en hileras de manera que se asigne un espacio central. Todo eso bordeado por un alambrado de púas eléctrico de cinco metros de alto, imposible de saltar o desgarrar.

Ni siquiera supe cómo rayos contestar a eso.

—Agotamos la totalidad de nuestros recursos en la construcción del campo, pero como mínimo puedo decir que ya se encuentra listo para recibir a los primeros prisioneros —concluyó, orgulloso.

—¿Estás escuchando lo que dices? —insistí en cuestionarlo.

—Mi padre dejó las órdenes muy claras: quebrantar al enemigo desde cualquier punto de vulnerabilidad posible —estipuló—. Psicológica, física y moralmente.

—Dime que es un chiste —balbuceé.

—Estaría riéndome si fuera el caso, ¿no?

—¡Dime que es un maldito chiste!

Su silencio me comunicó a gritos la respuesta, haciendo que cada detalle macabro se estancara en mi cabeza como una inquietante certeza de los horrores que nos aguardaban.

—Debiste haber escuchado a Charles con mayor detenimiento —comentó con indiferencia mientras encaminaba sus pasos en dirección a la puerta—. Tenía razón cuando dijo que yo era el villano.

Me puse de pie a toda prisa.

—No te atrevas a irte, Lukas.

—Es una pena que te enteraras de todo antes del tiempo fijado —se lamentó.

—Oíste bien, ¿no es cierto? —repuse con firmeza—. No te atrevas a irte.

—Disfruta de tu soledad en la sala de reuniones, compañera. —Se giró hacia mí para dedicarme un guiño—. Todavía hay una batalla que tengo que liderar.

—Por todos los cielos, ¡eso ni lo pienses!

Corrí hacia él lo más rápido que pude, pero es evidente que ni siquiera el mejor de mis intentos habría bastado para impedirle la salida. Me cerró la puerta en la cara, justo antes de que pudiera hacer algo por detenerlo o, siquiera, por hacerlo entrar en razón.

—¡Lukas! —le grité entre lágrimas de furia—. Maldito nazi insolente, ¡sácame ahora mismo de aquí!

Moví la perilla con fuerza, solo para darme cuenta de que él acababa de bloquearla por el otro lado de la puerta.

—¡Lukas!

Me dejé caer de rodillas sobre el piso de aquella sala, consciente de que no había manera de que se tomara la libertad de escucharme. Me abracé a mi cuerpo en un intento por contener la angustia. Podía sentir el miedo (un hueco tan espeluznante como un cuchillo atravesando mi pecho) y la ira, creciendo lentamente para mezclarse con el odio en una combinación que me aterraba. Es increíble como un instante puede ser suficiente para cambiarlo todo. Me sentía sola y, para colmo, la única persona en quien confiaba acababa de dictarme una sentencia de muerte.

Hay una última verdad que tal vez sea prudente admitir, querido diario: desde el principio supe que Lukas me rompería el corazón.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro