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Capítulo 3: 10 de mayo de 2013

Parte II

Para ese entonces, todavía creía que el plan se ejecutaba a la perfección, pues me había hecho la idea de que nuestros movimientos habían sido lo suficientemente discretos para pasar desapercibidas. Es verdad que salimos por las puertas del Tribunal sin ningún tipo de contratiempo, incluso recorrimos las calles y alcanzamos los límites del bosque con mayor facilidad de la que hubiera previsto; no obstante, es importante mencionar que todo eso lo hicimos sin haber caído en cuenta de que alguien más nos seguía las pisadas muy de cerca.

—Todos los auxiliares fueron buenos conmigo —continuó relatándome Annaliese a raíz de que le hubiese pedido un recuento de sus experiencias estando bajo cuidado del servicio social—. Me visitaban varias veces al día y tenían turnos para jugar conmigo.

—Me alegra que la semana no haya sido una tortura total. —Mi vista estaba clavada en el mapa; aún por más improvisados que fueran sus trazos, como mínimo resultaban útiles para ubicar con certeza cada uno de los puestos de vigilancia.

—Fue porque nos hicimos amigos —trató de explicar—. Siempre venían en las noches a preguntarme cosas y luego nos quedábamos mucho rato hablando, así como si fueran pijamadas.

—¿Tomaban notas a la par que charlaban? —inquirí.

—Sí, siempre apuntaban en unas libretas todo lo que decíamos.

—Claro —solté un suspiro al aire—, ya me lo imaginaba.

—¿Por qué? —se oyó preocupada—. ¿Es algo malo?

—No, simplemente hacían su trabajo.

—¿Trabajan haciendo notas?

—Suelen armar expedientes y después los usan como apoyo para guiar sus intervenciones. —Mamá tenía la costumbre de redactar bitácoras enteras cuando se trataba de llevar estudios de caso a la práctica—. Les ayuda a formular mejores análisis.

—¿Cómo?

—Con toda esa información en papel, es más fácil darse cuenta de los problemas que se ignoran —especifiqué.

—¿Los problemas también pueden ser personas? —preguntó ella, bajando el volumen de su voz.

—Supongo que depende del contexto, pero...

—Los auxiliares dijeron que lo mejor para mí era estar lejos de mi hermano.

Despegué la vista del mapa, justo a tiempo para verla entrelazar las manos y bajar la mirada con carga de nostalgia.

—Lo lamento, Annaliese —aquello se lo decía más en serio que nunca—. Sé que te gustaría que las cosas fueran distintas, pero, a veces, es conveniente apartarnos de quienes nos hacen daño aún a costa del cariño que les tengamos.

Permaneció callada. Tal vez porque estaba esperando una respuesta como esa, o quizás porque estaba sorprendida de que los auxiliares y yo hubiésemos coincidido en puntos de vista.

—Ven, vamos —me limité a tomarla de la mano—, ya estamos bastante cerca.

Insistí en que avanzáramos con más premura en cuanto divisé las orillas de la carretera.

—Ha llegado el momento de que te haga una pregunta muy importante, Annaliese —le hice saber después de que nos topáramos con los canales de césped que bordeaban al río.

—¿Una pregunta importante? —dudó con intriga.

—¿Recuerdas aquella vez que me seguiste sin permiso por el bosque? El día que nos oíste charlar a Lukas y a mí acerca de la alianza.

—Sí, y luego de eso me perdí. —Me dedicó una sonrisita traviesa—. No lo volveré a hacer, Yvonne, lo prometo.

—En realidad, lo que me interesa saber es qué tanta atención le prestaste a nuestra conversación.

Se encogió de hombros.

—Solo entendí algunas cosas —contestó—, pero de otras no me acuerdo tanto.

—¿Qué hay de lo que dije respecto a mi medallón? —Me llevé una mano hacia el collar de rubí—. ¿Acaso algo de eso te pareció extraño?

No pudo más que frenar su marcha. Alzó la vista hacia mí, poniendo el rostro serio antes de animarse a responder:

—Sí, pero...

—Pero, ¿qué?

—No creo que lo haya escuchado muy bien —dijo entre balbuceos.

—¿Será porque la idea de viajar al pasado te parece una posibilidad increíblemente descabellada?

Me sostuvo la mirada. Algo en el fondo me decía que ella ya estaba al tanto de la verdad, aunque por la forma tan firme en que me veía, estaba segura de que se esforzaba por convencerse de lo contrario.

—¿Recuerdas mis relatos de noche, Annaliese? —le pregunté, buscando que trajera a la memoria todo ese montón de anécdotas extravagantes.

—¿Las historias que me contabas antes de dormir?

Asentí.

—Hacía unos meses decías que te gustaban porque eran muy fantasiosas —apunté.

—Sí —tragó saliva de manera audible—, estaban llenas de cosas imaginarias.

—¿Y qué pasaría si te dijera que no eran simples inventos, sino recuerdos?

Negó con la cabeza casi de inmediato.

—Eso sería muy raro, Yvonne.

—¿Alguna vez consideraste probable que la chica del cuento estuviera inspirada en mí?

—No, porque eso sería todavía más raro.

—¿Y qué hay del chico? —seguí cuestionándola a propósito—. ¿No se te ocurrió pensar en que, quizás, se trataba de alguien como Lukas?

Dio unos pasos hacia atrás, ahora clavando la vista con desconfianza en el medallón que colgaba de mi cuello.

—Quiero enseñarte algo. —Le ofrecí mi mano para impulsarla a regresar a mi lado—. Es una forma de vivir el pasado, el presente y el futuro, todo al mismo tiempo.

—Ese tipo de magia no existe —farfulló al instante.

—Algunas magias son reales solamente para quienes deciden verlas.

Clavó la vista en el suelo, no muy segura de qué hacer o siquiera decir.

—¿Quieres que el cuento sea real, Annaliese? —la persuadí a modo de propuesta—. No muchos tienen la oportunidad de ver lo que estoy a punto de mostrarte.

Vaciló. Se puso a dudar durante algunos segundos, solo unos cuantos antes de concederse el permiso de volver a sujetarme la mano.

—Bueno, tal vez..., tal vez sí q-quiero hacerlo —tartamudeó, respirando hondo—. Tus cuentos siempre me gustaron porque me hacían sentir en un mundo más bonito, uno con brillos y colores.

Me reí.

—¿Brillos y colores?

—Sirven para decorarlo todo —pronunció con seguridad.

—De acuerdo—me di prisa en seguirle la corriente—, decoremos las cosas, entonces.

Posé la mirada en el reverso del medallón, preparándome para presionar el interruptor de retorno al mismo tiempo que caía en cuenta de que a mi cronómetro le restaban apenas trece minutos.

—¿Estás lista? —quise confirmar.

—Creo que sí. —Me apretó la mano con más fuerza.

—No tienes nada que temer —garanticé para tranquilizarla—. No sentirás nada además de un pequeño mareo.

Para ahorrarle la incertidumbre, apresuré el asunto haciendo lo que en ese momento tocaba: un movimiento rápido y, sin más ni menos, de vuelta en la época correcta.

Parpadeé varias veces para enfocar la vista: una vez más, el cielo nocturno y las orillas del río iluminadas por la poca luz del alumbrado público. Vislumbrar la quietud del panorama me hizo dibujar una sonrisa, pues encontrarme frente a la frontera implicaba estar de regreso junto a las únicas dos personas que significaban todo para mí.

—Vaya, Yvonne, tenías razón. —Mis ojos se desviaron con cariño hacia Lukas en cuanto lo escuché dirigirme la palabra—. Eso sí que fue rápido.

A la niña le tomó un instante caer en cuenta de lo ocurrido, lo digo por la forma en que giró la cabeza en todas direcciones hasta volver a posar la vista sobre mí.

—No me lo creo, Yvonne, ¡sí es real! —exclamó con sorpresa—. Pensaba que tal vez sería algo tenebroso, ¡pero no estaba equivocada cuando dije que habría brillos y colores! —Me dedicó una sonrisa entusiasta antes de permitirse centrar su atención en mi compañero—. Hola, amigo mago... ¿Estás aquí por que sabías que Yvonne vendría por mí?

—Tenía que darte la bienvenida, ¿no? —justificó él mientras se agachaba un poco para estar a su altura—. El acto de recibir a alguien se complementa con saludos amistosos cuando la llegada en cuestión es causa de alegría.

La niña le dedicó un ceño fruncido.

—¿Eso significa que no estás molesto conmigo? —dudó.

—¿Molesto? —cuestionó Lukas, sin comprender muy bien cuál era el punto de esa pregunta.

—La última vez que nos vimos te grité —Annaliese bajó la cabeza—, te dije que no éramos amigos y tampoco te respondí cuando intentaste hablar conmigo.

—Oh, eso.

—Por mi culpa tuviste que irte —lloriqueó ella—, y, además, hice que te sintieras mal.

—Por tu culpa tuve que irme y, además, hiciste que me sintiera mal... —repitió Lukas, pensativo—. Ya veo.

—La verdad no estaba tratando de separarte de Yvonne, más bien estaba tratando de no separarme a mí de Yvonne.

—Separar o no separar... —continuó balbuceando él—. Eso es interesante.

—Creía que si ustedes estaban juntos, yo me quedaría sola con mi hermano y entonces no podría volver a verlos nunca más. ¡Por eso me enojé y me dieron ganas de llorar! Porque no estaba pensando en que tal vez podíamos compartir a Yvonne y...

—¿Compartirla? —Lukas negó con la cabeza casi de inmediato—. No, Yvonne no puede compartirse.

Annaliese parpadeó varias veces, perpleja.

—¿No?

—Si quisiéramos compartir a Yvonne, tendríamos que partirla en pequeñas porciones de un tamaño considerablemente similar, luego ponerle un orden a cada parte y asignar una dinámica de repartición en donde tú y yo pudiéramos seleccionar... —Fulminarlo con la mirada fue suficiente para hacer que se diera prisa en cerrar la boca—. No estamos hablando de esa otra definición de "compartir", ¿o sí?

—Evidentemente no —lo reprendí en voz baja, haciendo un esfuerzo por dejar la risa de lado.

«Existe cierta gracia en sus comentarios literales, eso no voy a negarlo»

La chiquilla me echó un vistazo cargado de desconcierto antes de regresar su atención al modo en que Lukas trataba de corregir su oración:

—Me refiero a que el amor de Yvonne no se puede compartir porque tampoco se puede dividir.

—¿Dividir? —preguntó Annaliese, confundida.

—"Dividir" significa distribuir —aclaró Lukas—, y eso está relacionado con la idea de tener que ceder algo a otra persona. Pero yo no quiero quitarte nada, y tú tampoco tienes por qué darme algo a mí.

—Entonces... —dudó la niña—, ¿qué va a pasar con Yvonne?

—Así como yo lo veo, una conexión como la que ustedes dos tienen, sumada a la que yo tengo con Yvonne, hace que el amor se multiplique en lugar de dividirse. En otras palabras: que ella nos ame a los dos no quiere decir "menos para ti o menos para mí", más bien quiere decir "más para los tres".

«Vaya, ni siquiera yo lo había razonado de ese modo»

—¡Más amor para todos! —exclamó ella de repente, como si aquella explicación en verdad le hubiese bastado para cambiar de perspectiva—. Significa que los tres ganamos una familia.

—Una familia —le confirmó Lukas entre asentamientos de cabeza—, justo eso.

El rostro de la niña se llenó de ilusión. Él le devolvió la sonrisa, mas fue en el instante en que se forzaba a sí mismo a mirarla a los ojos que Annaliese se tomó la libertad de lanzarse a sus brazos. La escuché respirar profundo, abrazando a mi compañero como a quien se le tiene reservado un cariño muy especial.

—Gracias por ser parte de mi familia —le dijo al oído, un susurro lo suficientemente audible para que yo también alcanzara a descifrarle las palabras—, ya necesitaba un nuevo hermano.

No pude evitar contemplar la escena con ternura, sobre todo cuando Annaliese se apartó un poco con tal de limpiarse las lágrimas que ya le corrían por las mejillas. Lágrimas de alegría, no de tristeza.

«Habilidad persuasiva de Lukas, eres fantástica»

Me giré hacia mi compañero con una mezcla entre admiración e incredulidad.

—¿Cómo lo haces? —lo interrogué mientras él se ponía de pie.

—Cómo hago, ¿qué?

—Hacer que tus palabras sean suficientes para cambiar el ánimo de las personas —especifiqué—. En verdad es sorprendente.

—No tenía idea de que mis comentarios tuvieran esa clase de efecto —sonrió con cierta sorpresa—, la mayoría de las veces suelen causar más bien indignación.

—Solo porque eres increíblemente honesto.

Enarcó una ceja antes de cuestionarme de vuelta:

—¿Eso es lo que crees?

Recorté la distancia entre ambos para poder mirarlo a la cara.

—Tengo experiencia contigo —le recordé—. Eres sincero y sin filtros, te conozco muy bien.

—También puedo mentir, Yvonne.

—Claro, pero tengo la hipótesis de que solo lo haces en ocasiones que...

—Eso fue muy conmovedor —me interrumpió alguien más, alguien cuya voz me resultó terriblemente familiar—. En serio, casi me hacen tener la intención de fingir un par de lágrimas.

Recuerdo cómo el miedo me embriagó de golpe al momento en que giré la cabeza hacia quien ya caminaba en nuestra dirección. Su semblante lucía diferente: no se trataba del necio y obstinado Charles que ya tendía al drama por costumbre, sino de un desesperado y furioso hombre cuyas palabras, además de todo, parecían estar sometidas a la influencia del alcohol.

—Así que no tuviste suficiente con quitarme a mi novia —acusó, apuntando con el dedo hacia Lukas—, sino que, para rematar, también te llevarás a mi hermana.

La sonrisa se desvaneció del rostro de Annaliese, reemplazándose de súbito por la mueca más angustiosa que le hubiese visto reflejada en la cara.

—Cielos, ¿es eso realmente necesario? —insinuó Charles con aire de burla, haciendo referencia al modo en que me di prisa en esconder a su hermana detrás de mí—. ¿Y tú cómo has estado, Yvonne? No luces muy contenta para haberte saltado las normas que tanto decías querer romper. —Sus ojos se cruzaron con los míos. Un par de segundos de total silencio y con eso tuve suficiente para sentir que el corazón me temblaba—. ¿Qué ocurre, querida? ¿Te ha comido la lengua el gato?

—Solo márchate, ¿quieres? —me resigné a contestar—. Ninguno aquí tiene ya algo que ver contigo.

—¿Por qué te saltas las formalidades? —Se echó a reír—. Vamos, Yvonne, ¿cuándo fue que sostuvimos nuestra última charla? Si mal no recuerdo... —frunció el entrecejo, fingiendo estar confundido—, ¿fue antes de que huyeras de nuestra ceremonia de bodas, o después de que convencieras al General de entablar una alianza con un mago? ¡Maldición! Esto de verte jugar con el tiempo está haciendo que mi cabeza sea un desastre.

Me mostró la sortija que traía entre manos (la misma que yo me había permitido abandonar sobre el tocador de mi recámara) antes de arrojarla con resentimiento sobre la superficie del césped. Aquel anillo cayó a pocos pasos de mí, lo suficientemente cerca para que alcanzara a distinguir el brillo de las esmeraldas bajo la luz del alumbrado público.

—¿Pensaste que una simple llamada bastaría para sacarme con facilidad del camino? —farfulló con molestia—. Todavía te hace falta algo de práctica, en especial para aquellas actividades que requieren de un toque de discreción —agregó—. Ese día, querida, te cruzaste conmigo en el Tribunal y ni siquiera lo notaste. Lucías demasiado distraída con el final de las escaleras que ni siquiera te diste cuenta de que yo esperaba por la confirmación de un supuesto llamado militar en el módulo de recepción.

«Error número uno»

—Aguardé lo necesario para ver que volvieras a bajar, ¿sabes? Te vi salir de allí con mi hermana pisándote los talones, y todavía peor, ¡sin ninguna clase de pena por estar cometiendo un crimen a plena luz del día!

«Error número dos»

—Y cuando te vi dirigirte con ella hacia los límites del bosque... —Negó con la cabeza, incrédulo—. En ningún momento te creí capaz de traicionar mis condiciones. Es verdad que no me costó mucho esfuerzo seguirles el paso, aunque verlas desaparecer así de repente sí que tuvo sus efectos. —Enfocó la mirada en mi medallón—. Por fin puedo decir que entiendo por qué nunca te quitas esa cosa del cuello. Me preguntaba si abría alguna clase de portal entre espacios, al menos eso pensaba hasta que el día de hoy tuve la fortuna de comprobar que se trata, más bien, de un portal entre tiempos.

«Error número tres»

—Tienes idea de cómo lo supe, ¿no? —inquirió—. Vamos, Yvonne, ¡se vuelve obvio cuando estás usando la misma maldita ropa!

«Error número cuatro»

—¡Acabo de verte entrar en la casa de Oskar! —empezó a gritar sin control—. ¡La misma ropa del 6 de mayo! —No pude evitar mirarme las botas y la playera de mezclilla. Él estaba en lo cierto, querido diario: hacía unas horas me había topado con Charles frente al umbral de la cabaña, incluso lo había escuchado aplaudirme con cierta ironía justo cuando estaba por entablar una conversación con el General—. ¿En serio creíste que iba a quedarme de brazos cruzados después de haber visto algo como eso? ¡Ni de chiste! Este es el mismo punto en donde las vi esfumarse días atrás y el mismo lugar en donde estaba seguro de que no tardarían en regresar.

Debí suponerlo, ¿no es así? Uniendo los cabos sueltos, era evidente que seguirnos la pista no resultaba un hito tan complejo.

—Entonces, ¿esperé lo suficiente para interrumpir su mejor momento? Todavía cabe felicitarte, Yvonne, no tenía idea de que tu descaro pudiera ser tan ridículamente...

—De acuerdo, ya basta —lo interrumpió Lukas, no solo tomándome por sorpresa, sino también colocándose frente a mí—. Ya me tienes harto.

Mi antes mejor amigo se concedió un momento para observarlo de arriba abajo, estudiándolo con un gesto de desprecio para después retomar su palabrería:

—Yvonne nunca nos presentó... Es la primera vez que te veo y, aun así, creo que te odio más que a nadie en el mundo, ¿no te parece curioso?

—No —contestó él a secas.

—Tú debes de ser Lukas —adivinó Charles mientras soltaba un chasquido de lengua—. ¿Acaso el niño de la relación a distancia es también un mago de alto renombre?

—No veo el sentido de contestar esa pregunta si no es para recordarte que pasarte de listo no te servirá de mucho —puntualizó mi compañero.

—No hay por qué ponerse rudos, hombre. —Charles rio con arrogancia, como si en serio estuviera en posición de recurrir a las burlas—. La niña que está detrás es mi hermana, ¿recuerdas? Y la chica que tanto tratas de esconder sigue siendo mi prometida.

«¡Bah! Tonterías»

—Si eres realmente astuto, joven mago, te ahorrarás las complicaciones y regresarás a la comunidad de bárbaros a donde perteneces.

—¿Con qué propósito? —lo desafió Lukas—. ¿Dejarte fingir que tienes el derecho a controlar sus vidas?

Lo sujeté por la camisa a modo de advertencia: continuar provocando a un sujeto en estado de ebriedad no sería ni por asomo la mejor de las ideas.

—Tengo algunos derechos sobre ellas, sí —repuso Charles con indiferencia.

—Vale, entonces asumo que nadie te ha explicado todavía que lastimar a una chica te convierte en un verdadero idiota.

«Por todos los cielos, Lukas»

—¿Ahora resulta que el idiota es quien lastima a la chica? —se mofó Charles—. Concédeme la oportunidad de ampliarte la perspectiva, joven mago: Yvonne suele ser resbalosa e impulsiva —exageró—. Un día tiene la ocurrencia de decirte cuánto te ama y al otro decide salir huyendo hacia el bosque; en ocasiones se hace la coqueta con diferentes chicos, otras veces te acusa a ti de ser el abusivo de tintes celosos. —Quedé boquiabierta con eso último, por supuesto—. Así, pues, ¿no será el idiota aquel que le perdona todo y pretende que no le molesta verla cambiar tan rápido de opinión?

«¿Indignada? Todavía más que eso»

—Cielos, Charles, ¿qué rayos te sucede? —me entrometí, molesta—. Estás inventándolo todo y eso te consta.

—¿Inventándolo? —Se encogió de hombros—. Solo le cuento al chico la verdad.

—No, estás manipulando las palabras para que se ajusten a tu verdad —desmentí a toda prisa, en especial tras haber notado que el rostro de Lukas se había puesto increíblemente serio.

—Tu nuevo novio merece estar enterado de tus cualidades de traicionera. —Alzó la voz para volver a dirigirse a mi compañero—: Vamos, hombre ¿vas a decirme que en serio confías cien por cien en sus promesas? Yvonne va a dejarte en cuanto tenga la oportunidad de hacerlo, te lo aseguro.

—Basta ya de mentiras —protesté.

—¿Cuánto duró tu primera relación con ella, eh? —continuó diciéndole a Lukas, ignorando mis advertencias—. ¿Un día? ¿Tal vez diez o doce horas? Ni siquiera le importó romper cual fuera el trato que tuviera contigo antes de precipitarse en formalizar un noviazgo conmigo.

«Está distorsionándolo todo, Yvonne»

—¿Incluso sabiendo eso te parece que sigue siendo una chica digna de fiar? —ridiculizó—. Por favor, ¡es absurdo!

—Nada de eso es verdad, Charles, sabes muy bien que yo ni siquiera...

—No trates de arreglarlo, querida —me interrumpió él con desdén—. No soy yo quien engaña a medio mundo con tal de hacerles creer que siempre cumplo mis promesas, más aún cuando se trata de fingir que en verdad estás enamorada de alguien...

—Estás agotando mi paciencia —intervino Lukas de repente, haciendo que me diera prisa en girarme hacia él: el verde de sus ojos estaba pintado de café y, aparte de todo, era la primera vez que le distinguía en la voz un rastro de furia tan pronunciado como ese—. Una palabra más y te juro que encuentro la manera de cerrarte la boca.

—Entonces, ¿así serán las cosas, hombre? —se quejó Charles al momento—. ¿Vas a creérselo todo a ella, incluso sabiendo que no tardará en decepcionarte?

—Vale —murmuró Lukas entre asentamientos de cabeza—. Voy a repetírtelo por mero acto de benevolencia: dije que con una palabra me bastaba para encontrar la manera de cerrarte la boca.

No pasaron ni unos segundos antes de que el piso empezara a temblar. Las plantas y tallos se arrastraron hacia Charles, como si el pequeño círculo de hierbas alrededor de él hubiera cobrado vida así sin más. Observé, atónita, cómo las raíces de las orillas emanaban de bajo tierra y el suelo se agrietaba ligeramente hasta armar lo que solo puedo describir como una "trampa de lianas". En poco tiempo, sus piernas quedaron envueltas por enredaderas firmes y robustas, lo bastante densas para también obligarlo a ponerse de rodillas.

—¿Estás inmovilizándome ahora? —Charles soltó una carcajada ruidosa—. Te lo dije, ¿no, Yvonne? Cruel y despiadado, ¡todos los magos son iguales!

«Simples falacias»

—¡Eres un maldito niño neonazi! —increpó para insultar a mi compañero—. ¡Un monstruo asesino, igual que todos los demás!

—Vámonos ya —sugirió Lukas mientras me tomaba de la mano, actuando con indiferencia ante el modo en que Charles le gritaba ofensas a viva voz—. Odio cuando las reuniones familiares se vuelven escandalosas.

Me limité a asentir, optando por seguir su consejo al tiempo que le indicaba a Annaliese que retomara su marcha en dirección al río.

—Te arrepentirás más tarde, Yvonne, ¡tu tan apreciado mago es el verdadero villano y eso nunca lo podrás cambiar! —bramó Charles con furia, una exclamación ahogada que se convirtió en lo último que le escuchamos decir luego de que el juego de enredaderas creciera lo suficiente para taparle la boca.

Mis ojos se desviaron hacia el rostro de la niña. Ella le miraba con tristeza desde la distancia, aferrándose a su animal afelpado con angustia en tanto que trataba de hacer caso omiso a los quejidos de su hermano.

—No se preocupen por él —añadió Lukas tras haber reparado en los esfuerzos de Annaliese por contener las lágrimas—. Romperé la conexión y quedará libre en cuanto hayamos entrado a la comunidad.

Tan siquiera había una parte que resultaba motivo de alivio: bastaba con mirar a mi compañero a la cara para darme cuenta de que todas aquellas mentiras que Charles se había empeñado en mencionar no parecían haberle afectado a mayor escala.

«Gracias por creerme»

—Aguarda, Lukas —detuve su andar interponiéndome en su camino—, hay un favor que casi me olvido de pedirte.

Sonriéndole con cariño, me tomé un momento para extender ambas notas hacia él. Tanto el mapa de bosquejos a lápiz como la carta improvisada terminaron en sus manos, tal como estaba contemplado que sería.

—Necesito que se las entregues al hechicero —le hice saber.

—¿Al hechicero Beker? —dudó.

—No las mires y solo dáselas —condicioné—. Es importante que utilice su magia para llevarlas al pasado, particularmente a cualquier momento del mes de enero.

—Pero... —vaciló—. No entiendo, Yvonne.

—Confía en mí, ¿sí? Ambas notas tienen que acabar en el despacho de Norman para principios de este año.

Porque era así como los hechos estaban destinados a suceder. Aquel "agente infiltrado" en la colonia hyzcana no se trataba de nadie más que de mí y, hasta cierto punto, era evidente que solo alguien en una posición como la mía habría tenido el coraje suficiente para poner información confidencial al alcance de un mago. Incluso sin titubear.

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