Capítulo 2: 10 de mayo de 2012
Parte I
Henos aquí, querido diario: a punto de realizar aquello que años atrás juré nunca más volver a intentar. Después de tanto, por fin estoy dispuesta a activar mi medallón con la confianza de que un error no puede cometerse dos veces cuando se han comprendido los motivos del primer fallo.
Tenía muy claro cómo proceder a continuación: tres días y ocho horas era exactamente el rango de tiempo que necesitaba retroceder, pues sabía de antemano que el 6 de mayo se trataba de la fecha decisiva que habría de marcar la diferencia entre presente, pasado y futuro. Estaba obligada a ser rápida; había aprendido por experiencia que a menor tiempo concedido en épocas impropias, mejores serían los resultados. Por eso me aseguraría de llevar un cronometraje controlado para la ocasión: solo tres horas habrían de bastarme para dar cumplimiento al objetivo.
Con Lukas enfrente de mí, la reliquia entre mis manos y un panorama de bosque que colindaba directamente con la frontera, solo quedaba sincronizar mi reloj de muñeca con el tiempo acordado y, por supuesto, hacerme el ánimo de retomar el oficio de viajera en el tiempo.
—¿Yvonne?
Giré el rostro hacia mi compañero.
—¿Sí, Lukas?
—Te amo.
Me reí, aunque ciertamente observándolo con cariño.
—Oh, vamos. —Recorté la poca distancia que todavía nos separaba—. No va a pasarme nada malo, en serio.
—¿Estás segura?
—Completamente —garanticé—. No tienes ni un solo motivo por qué angustiarte.
Él asintió a la par que dejaba escapar un suspiro nervioso.
—Ni un solo motivo por qué angustiarme —repitió para sí mismo.
—Incluso regresaré más rápido de lo que podrías llegar a imaginar —prometí.
—¿Qué tan rápido?
—En cuestión de segundos, quizá. —Me limité a acariciarle la mejilla a modo de consuelo—. Ni siquiera habrás notado que me fui.
—Oh —se apresuró en negar con la cabeza—, lo habré notado, créeme.
—Me refiero a que estaré de vuelta muy pronto..., increíblemente pronto.
Regresé la mirada hacia el medallón. Tenía en mente tanto la combinación de números que debía elegir como la cantidad de veces que habría de presionarlos.
—Y, por cierto —levanté el rostro hacia él, no sin que las manos me hubiesen temblado un poco al concederme el permiso de tocar los interruptores—, yo también te amo.
La última escena que mis ojos alcanzaron a percibir fue el instante en que su boca se curvó en una leve sonrisa.
Después de eso, todo se esfumó.
Me tomó algunos parpadeos volver a enfocar la vista con claridad, lo suficiente para darme cuenta de que mi compañero había desaparecido junto con la oscuridad de la noche, ambos reemplazados por un río en quietud y un cielo resplandeciente previo al atardecer.
«Bienvenida a los viejos tiempos»
Miré mi reloj de muñeca para dar inicio al cronómetro: dos horas con cincuenta y nueve minutos y contando.
* * * * * * *
Contaba con un par de pistas de carácter determinante, señales que me daban a entender qué debía hacer primero y qué cosas debía dejar para el final. ¿Recuerdas cuando, hacía algunos días, te mencioné que cierto cambio de circunstancias me había impulsado a tomar la decisión de cancelar mi boda así sin más? En aquel momento me pareció que omitir los detalles sería lo más prudente, aunque solo porque estaba convencida de que tal evento llegaría a repetirse en algún otro punto de la historia.
Mi contador de pulsera marcaba dos horas con veintinueve minutos para cuando alcancé el pórtico de mi antigua cabaña. Aquel sitio me traía malos recuerdos, mas no por eso me permití vacilar mientras cruzaba hacia el interior entre pasos cautelosos. Tenía la certeza de que Charles estaba en su cuarto (era así como ella me lo había hecho saber), de modo que no lo pensé demasiado antes de abrirme paso a través de la sala hasta posarme al pie de las escaleras.
—No queremos accidentes —escuché decir a alguien justo cuando estaba por subir el primer peldaño—. En especial cuando son producto de estupideces —con ese último murmullo, caí en cuenta de que se trataba de la voz de una mujer.
Me hice a un lado lo más aprisa que pude, ocultando el cuerpo detrás de una pared mientras observaba a aquella modista bajar por los escalones con aire de frustración.
—Piensa que lo sabe todo, pero, ¡por favor! Es una niña nada más —continuó quejándose en voz alta—. ¿Vale la pena invertir la vida en algo que ni por asomo quieres hacer? ¡Bah! Por supuesto que no.
Avanzó otros pasos en dirección a la salida, los suficientes para concederme la oportunidad de abandonar mi escondite y apresurarme a subir hacia el segundo piso. Recorrí el pasillo a largas zancadas y, sin titubear, me obsequié la libertad de llamar con un par de golpes a la puerta de mi recámara.
—No voy a dejarte entrar, Charles —me contestaron desde el otro lado—. Por favor confórmate con esperar afuera.
Golpeé más fuerte para darle a entender que se trataba de una urgencia.
—Cielos, ¿no has escuchado bien lo que dije? —insistió—. ¿Qué rayos quieres?
Había pasado la vida entera con decenas de personas describiéndome como terca y testaruda, y he de admitir que apenas hasta ahora puedo comprender el porqué.
—¿Hola? —dudó segundos después—. ¿Quién está allí?
—¡Ábreme ya, Yvonne! —le exigí con molestia—. ¡Vamos! No tengo todo el tiempo del mundo.
Al menos bastó con alzar la voz para que accediera a abrir la puerta. Sus ojos se cruzaron con los míos en una especie de sorpresa chocante. No esperaba una respuesta distinta: conocía con exactitud los momentos decisivos por los que ella pasaba y, además de todo, era consciente de que encontrarse conmigo no haría más que confundirla a la vez que enfurecerla.
—¿Te has vuelto loca? —me dijo boquiabierta—. No me lo puedo creer, o sea, ¡esta era la última opción en la lista, por todos los cielos!
Tuve que empujarla un poco para poder cerrar la puerta tras de mí.
—Las otras opciones apestaban —justifiqué.
Negó con la cabeza, todavía incapaz de apartar la vista del medallón que colgaba de mi cuello con notable libertad.
—Es un error activarlo y lo sabes.
—Te equivocas —sentencié con seguridad.
—¡Lo echarás a perder todo! —me gritó, llevándose las manos a la cabeza—. La cronología no se altera ni se manipula, ¡nos había quedado bastante claro!
—A diferencia de ti, yo no estoy peleada con lo que ya ocurrió. —Me vi en la necesidad de conservar la calma al tiempo que le dirigía una leve sonrisa—. Quiero apoyar a que todo suceda de la misma manera, ¿comprendes? No estoy aquí para corregir las cosas que se han salido de mi control.
—¿Y eso qué rayos significa? —Enarcó una ceja.
—Tampoco vine a darte una cátedra sobre los usos alternativos del medallón.
—¡Faltaba más! —resopló mientras me apuntaba con el dedo—. No solo rompiste nuestra regla más arraigada, sino que también te niegas a explicar el porqué.
—No tengo tiempo ahora.
—Claro. —Se cruzó de brazos, indignada—. Me lo imagino.
—Pero lo entenderás más tarde, lo prometo. —Avancé con decisión hacia el centro de la recámara, haciendo que ella me siguiera con la vista—. Por el momento quiero concentrarme en un tema completamente distinto.
—¿Vas a decirme cómo ganar una custodia sin caer en ilegalidades? —ironizó, todavía con ese toque de incredulidad reflejado en la voz.
—Me refiero a algo todavía más importante —puntualicé.
—¿Qué puede ser más importante que Annaliese?
—Tú.
Parpadeó varias veces, perpleja.
—¿Perdona?
—Cancela la maldita boda y vete —le espeté sin ataduras.
—¡Por supuesto! —rio con tintes de sarcasmo—. ¡Cómo si realmente fuera así de sencillo!
—Lo es —murmuré.
—No pienso abandonarla, no —negó con la cabeza—, bajo ninguna circunstancia.
—De acuerdo —le dediqué una sonrisa forzada—, entonces abandónate a ti misma y, de paso, abandona también a Lukas.
La ofendí de una manera que sabía que la lastimaría en cientos de sentidos, pues estaba al tanto de lo mucho que extrañaba a nuestro chico y de lo disgustada que se encontraba por haberle pedido que se marchara.
—Vamos, ¿qué piensas hacer después de la boda, eh? —la encaré finalmente—. ¿Permanecer encerrada en la habitación a costa de seguir evadiendo los abusos de Charles? Ambas sabemos que tiene la fuerza suficiente para obligarte a hacer lo que sea.
—No voy a permitir que vuelva a tocarme. —Tragó saliva de manera audible.
—Si te quedas aquí, lo único que conseguirás será un boleto directo a otro más de sus desenfrenos —advertí.
—Voy a huir en cuanto me otorguen la custodia y...
—Huir, ¿adónde? —la interrumpí mientras soltaba una carcajada—. ¿Cómo y después de cuántos años?
Bajó la mirada, incapaz de contestar a mis preguntas porque, en el fondo, era consciente de que carecían de respuesta.
—Te lo preguntaré una vez más —insistí para dejar en claro lo que trataba de darle a entender—: ¿qué piensas hacer después de la boda?
—Ya se me ocurrirá algo —improvisó.
—Eso es lo que siempre dices —bufé. Mitad represalia para mí, mitad reprimenda para ella—. Actúas sin pensar en las consecuencias y luego te enfrascas en posibilidades que terminan siendo las peores soluciones.
—Yo sé lo que tengo que hacer —reiteró con molestia.
—¿Es eso lo que tú crees, o es lo que quieres obligarte a creer?
—¿Ahora vas a decirme que necesito de un par de clases de filosofía para resolver mis problemas?
La jalé de un brazo para hacer que se viera al espejo.
—Esa no eres tú, ¿o sí? —pronuncié en tono de desafío.
—Pues es mi reflejo, así que...
—Mírate a los ojos y dime que te sientes cómoda con la persona que ves enfrente.
No hizo ademán siquiera de levantar la cabeza. Y los motivos yo los conocía a la perfección.
—Sería estúpido afirmar que eres la misma de antes, ¿no es cierto? —inquirí con dureza.
—Ya basta, ¿quieres?
—¿Por qué no decides cambiar las cosas aún sabiendo que es justo lo que necesitas? —puse el cuestionamiento principal sobre la mesa.
—Porque hice un juramento. —Volvió el rostro hacia mí—. Le prometí a Annaliese que jamás la dejaría sola, aun cuando su hermano hiciera todo lo posible por separarnos.
—¿Y qué hay con eso?
—Las promesas no se rompen —una lágrima resbaló por su mejilla—, y tú lo sabes mejor que nadie.
—Me queda bastante claro, pero...
—No cumplir los juramentos lastima a los demás.
—Lo sé. —Asentí.
—Entonces, ¿por qué me pides que lo rompa?
—Porque antes de esa promesa iba otra. —Viéndola llorar, tampoco pude evitar que un nudo de lágrimas alterara el sonido de mi voz—. Sé que no la recuerdas porque... resultaba mucho más fácil olvidarla que simplemente tenerla en mente todos los días.
—¿De qué estás hablando? —preguntó—. ¿Qué promesa?
—Lukas —sonreí—. Juramos nunca apartarnos de su lado, estar allí para y junto a él sin importar las circunstancias.
Inhaló profundo.
—Ya te volvió a la memoria, ¿no? —inferí al instante—. Incluso lo dejamos plasmado en nuestro primer diario.
—En las últimas páginas —complementó.
—Teníamos la firme convicción de que era lo que más deseábamos.
—Sí... —se permitió contemplar el anillo de esmeraldas que aún le decoraba la mano—, ahora lo recuerdo.
—Y se trata del juramento más sincero y real que hemos hecho —puse una mano sobre su hombro—, ¿o me equivoco?
—No, esa promesa iba... —Soltó un suspiro al aire—. Cielos, iba totalmente en serio.
Se quitó la sortija con cierto cuidado, no sin haber avanzado unos pasos como quien acaba de caer en cuenta de la verdadera cara de una muy convincente mentira.
—No puedo casarme —la escuché murmurar para sí misma—, no puedo hacerlo o estaría rompiendo con la promesa más valiosa que tengo.
—En efecto —apunté—. Sería incongruente y sin sentido.
—Pero si no lo hago, estaría faltando al otro juramento que...
—No —interrumpí de inmediato con tal de tranquilizarla—, hay otras maneras de recuperar a Annaliese y eso es justo de lo que estoy por encargarme ahora.
—¿Cómo así?
—Deja que yo lo resuelva todo, ¿de acuerdo? —Le guiñé un ojo al mismo tiempo que le mostraba el medallón—. No te preocupes por nada y simplemente asegúrate de regresar a la comunidad mágica.
—¿A la comunidad mágica? —dudó.
—Confía en mí, es importante que hables con Lukas.
—Maldita sea. —Cerró los ojos con pesadumbre—. Dime que no está en peligro o algo parecido.
—No, pero... —los ánimos tormentosos, a veces, pueden resultar mucho más problemáticos de lo que se piensa— sí que te necesita el día hoy. Tan solo dile toda la verdad y hazle saber cuánto lo amas. —Me limité a tomarla de ambas manos para hacer que me viera a la cara—. Son un equipo, tú y él. Son dos piezas que, unidas, siempre dan lo mejor de sí mismas.
—¿Estás sugiriendo que escape así sin más?
—Tal vez. —Me encogí de hombros.
—¿Por qué?
—Es hora de que empieces a pensar en lo que quieres para ti —me tomé la libertad de cruzar la habitación para adueñarme de una de las mochilas del perchero—, no en lo que querría Annaliese ni tampoco en lo que querría Charles.
—Pero yo...
—¿Qué es lo que tú realmente quieres, Yvonne?
Dejó pasar unos instantes de silencio antes de responder:
—No lo sé.
—Sí lo sabes. —Le dirigí una mirada de complicidad—. Y déjame decirte que ese algo tiene nombre.
Su gestó se suavizó un poco con eso último.
—Entonces, ¿estás segura de que puedes encargarte de todo? —quiso confirmar.
—Totalmente —garanticé.
—Y eso significa que puedo... Bueno, ya sabes —me sonrió con nerviosismo—, ¿volver con él ahora mismo?
No pude más que devolverle la sonrisa.
—Empaca tus cosas. —Le entregué la mochila en las manos—. No te daré más de cuatro minutos.
—¿De qué hablas?
—Tengo el tiempo contado, pero aún con eso, voy a ayudarte a escapar.
—Charles está allá abajo...
—Está en su recámara, pero me aseguraré de que no se encuentre en casa para cuando sea tu turno de salir. —Me tomé un momento para activar una vuelta en mi cronómetro, justo cuando el minutero en el reloj de pared llegaba a su reinicio—. Espera aquí hasta que haya terminado el plazo, los relojes están sincronizados.
—Entiendo.
—Cuatro minutos, ¿oíste? —Fijé la vista en el contador—. Más bien... tres minutos con cincuenta y cinco segundos.
Crucé la salida en aquel mismo instante, bajando con prisa los escalones hasta alcanzar el mueble del teléfono fijo. Sabía con exactitud qué hacer para mantener distraído a Charles, pues el plan que había preparado con antelación contemplaba un detalle en particular que el General me había hecho el favor de secundar.
—Cuatro, uno, dos, cinco, seis, nueve, ocho, siete, siete —repetí para mí misma con la confianza de que había memorizado el número correctamente.
No tardé demasiado en marcar cada dígito hasta que el tan anhelado timbre del teléfono llegó a mis oídos. Dejé que sonara durante algunos segundos antes de cortar la llamada y darme prisa en ocultarme tras la puerta del comedor. Por fortuna, aquello bastó para hacer que Charles cayera en la trampa: portando un traje de gala y sujetando el celular entre manos, salió de su habitación con pasos apresurados para luego cruzar sin vacilaciones por la puerta de salida.
«Perfecto»
Después de eso, me resigné a la única posibilidad de seguirle el paso. No extenderé este relato especificando cómo fue que anduve de escondite en escondite detrás de Charles hasta haberlo visto encaminar sus pisadas hacia el Tribunal. En pocas palabras, querido diario, esperé un par de minutos después de verlo ingresar en el edificio para finalmente concederme el permiso de cruzar también por las puertas.
El punto número dos en mi lista de pendientes consistía en avanzar por el vestíbulo principal hasta toparme con las escaleras del fondo. Lo conseguí con éxito. La tercera planta también estaba vacía por causa mía, pues había sido mi antigua yo quien se había asegurado de reunir a los dirigentes de la Unidad a costa de una "celebración de bodas" que, ahora sabía, nunca llegaría a efectuarse.
—Despachos de documentación, despachos de documentación... ¡Despachos de documentación! —Giré por el pasillo en cuanto mis ojos se toparon con los señalamientos en las paredes.
El cronómetro en mi muñeca marcaba una hora con cincuenta y siete minutos para cuando alcancé el corredor de múltiples habitaciones. Por fortuna, solo quedaba insertar el código de bloqueo en cada una de las cerraduras hasta dar con la puerta correcta.
«Cuatro, cuatro, cinco, cero»
Lo intenté con la primera. No funcionó. La segunda y la tercera tampoco condujeron al resultado que buscaba.
—Vamos, tiene que ser esta. —Coloqué la combinación en la última pantalla, permitiéndome sonreír con orgullo en cuanto miré el sensor cambiar de rojo a verde—. ¡Eso!
Mi vista se posó primero sobre el montón de archiveros; las paredes estaban tapizadas por libreros y carpetas, toda la documentación apilada en hileras a fin de que el centro dispusiera de un poco de espacio libre. Habían colocado un colchón a las orillas, además de una serie de cobertores y revistas para colorear junto a las estanterías más cercanas. Mi mirada se desvió entonces hacia la esquina más apartada: con una mano sobre la perilla, Annaliese me observaba boquiabierta desde la entrada al cuarto de baño.
—¿Yvonne? —El gestó le cambió enseguida por una mueca de profundo alivio—. ¡Yvonne!
El corazón se me derritió con ternura, sobre todo cuando esquivó con agilidad aquella montaña de papeles con tal de apresurarse a venir hacia mí.
—¡Sí llegaste! —exclamó con alegría—. ¡Llegaste!
—Siempre cumplo mis promesas, ¿no?
No pude más que acuclillarme en el suelo en cuanto reparé en sus intenciones de lanzarse a mis brazos. La estreché contra mí tan pronto como la tuve cerca; ella me rodeó por la espalda con mucho más empeño de lo que nunca antes lo había hecho.
—Ellos decían que ibas a tardar meses —balbuceó—, pero yo estaba segura de que iba a ser muy rápido.
—Ni estando loca te hubiera dejado encerrada aquí durante meses —le aseguré de inmediato.
—No, yo sé que no. —Respiró hondo—. Yo sabía que ibas a encontrar una manera de venir porque... sí me quieres mucho, ¿verdad?
—Muchísimo.
—¿Igual de mucho de lo que quieres a Lukas?
Esa pregunta me pareció contundente: seguramente había pasado los días pensando en lo ocurrido aquella última noche que estuvimos juntas. No había otra forma de interpretarlo.
«No más secretos entre nosotras»
Le planté un beso en la frente para después mirarla a los ojos.
—No es una competencia, Annaliese —le hice saber con una media sonrisa—. A los dos los amo de diferentes formas, pero eso no significa que una sea mejor que la otra.
—Entonces, ¿vas a perdonarme por haberte gritado? —inquirió con rastros de vergüenza—. Nunca quise que dejáramos de hablarnos.
—No tengo nada que perdonarte —sentencié—. Ambas cometimos algunos errores que más tarde habrá que discutir.
—¿Y Lukas? —se precipitó en cuestionar—. ¿Crees que él se haya enojado conmigo?
—Tengo la certeza de que no —me levanté del suelo para ayudarla a ella a ponerse de pie—, aunque eso podrás preguntárselo tú misma en cuanto estemos fuera de la colonia.
—¿Iremos fuera?
—Aquí ya no estamos seguras —apunté con el rostro serio—. Si la Unidad llegara a enterarse de que fui yo quien vino por ti...
—¿Eso sería malo?
—Bastante malo, sí.
La sujeté por los hombros, encaminándola hacia la salida para darle a entender que sería necesario abandonar el despacho cuanto antes.
—Habrá que ser rápidas y sigilosas —dije a modo de advertencia—. No nos queda mucho tiempo para que alguien tenga el turno de supervisar el área.
—¿Nos iremos justo ahora? —dudó.
—Entre más pronto, mejor.
—Entonces voy a llevar a Felix. —Regresó a toda prisa por aquel muñeco de felpa—. No le gustará quedarse solo y, además, también quiere ver reunida a su familia.
—¿Qué familia? —pregunté sin pensar.
—Tú, Lukas, Felix y yo. Somos cuatro ahora, ¿no?
Había una sonrisa inocente pintada en su rostro, una llena de consuelo, ilusión y entusiasmo... El mismo gesto que hacía años solía decorarle la carita a Lukas cada vez que yo mencionaba algo respecto a ofrecerle un hogar provisional.
—Tienes razón, Annaliese —me convencí de decretar mientras asentía—. Seremos cuatro a partir de hoy.
Amplió la sonrisa, finalmente colocándose detrás de mí para verme cerrar la puerta.
—Vas a tener que prometerme que seguirás mis instrucciones al pie de la letra —condicioné al mismo tiempo que insertaba la clave de bloqueo en la pantalla—. Es importante que no nos vean los auxiliares del servicio social ni tampoco alguna persona de alto cargo.
—¿Alguien como el General o el sargento? —trató de adivinar.
—Exacto.
—¿Y eso significa que estamos escapando sin permiso?
«Cielos... ¿Alguna idea, Yvonne?»
Solamente una:
—Que no tengamos permiso no quiere decir que estemos haciendo algo incorrecto —me limité a explicarle con calma—. Ambas sabemos que no estamos bien aquí, y es indispensable hacer lo que sea necesario cuando se trata de mantenerse a salvo.
Ella asintió, por eso no vacilé antes de tomarla de la mano y empezar a guiarla hacia el final del corredor. Avanzamos con prisa y en silencio, al menos así fue hasta que mis ojos se cruzaron con la entrada a la antecámara de ensayos de campo.
—Aguarda. —Volví la cabeza hacia la soledad de aquella sala—. Creo que... podría ser conveniente cerciorarnos de que las cámaras no van a poder filmarnos.
—¿Qué cámaras? —quiso saber ella.
—En el bosque del oeste hay puestos de vigilancia... —y si alguno de ellos llegara a grabarnos sería ciertamente preocupante—, no podemos correr ese riesgo.
—Pero tú siempre andas por el bosque, ¿no?
—Esta vez es diferente —repliqué.
—¿Por qué?
«Porque esta vez estoy cometiendo un delito»
—Nadie tiene prohibido caminar por el bosque, Annaliese, pero hacerlo las dos juntas sí que podría traernos algunos problemas.
Ni siquiera me permití ponerlo en duda antes de hacer el cambio de rumbo. Le indiqué que se mantuviera en silencio al momento de atravesar por el corredor de oficinas y, habiéndome asegurado de mirar en todas direcciones, la llevé hasta el ingreso del despacho de Oskar en tanto me daba prisa en marcar el código de acceso.
—Vamos, entra —la apremié a cruzar hacia el interior una vez la puerta estuvo abierta—. Aquí también estamos a salvo.
—¿Y qué vamos a hacer en este cuarto? —dudó.
—Sacar algo de información.
Me abrí paso hacia el escritorio para tomar de la superficie un cuadernillo de notas, escogiendo una página en blanco a la par que me adueñaba de uno de los lápices.
—¿Qué tipo de información? —indagó al instante.
—Los puestos de vigilancia. —Posé la mirada en las pantallas frontales con el propósito de comenzar a bosquejar el mapa del oeste—. Esta parte de la colonia tiene rutas muy distinguibles, se pueden ubicar fácilmente con meras simbologías.
—¿Con símbolos?
—Taches y flechas en los puntos de referencia más importantes —especifiqué—. Nos servirán de guía, ya lo verás.
—¡Igual que un mapa! —expresó con asombro al mismo tiempo que yo le sonreía—. Pero... ¿qué hay de esa línea que pusiste allí?
—¿Cuál?
—Justo esa. —Apuntó con el dedo a mi más reciente trazo—. Es diferente a las demás.
—La hice curva porque es un río.
—No entiendo, Yvonne —ladeó la cabeza—, ¿cómo se supone que vamos a saber por dónde no caminar?
—Si indico con otro color los lugares monitoreados...
Me detuve de golpe, enfocando la mirada en el papel solo para caer en cuenta de que aquella improvisación de mapa ya la había visto antes. La frontera entre Alemania y República Checa bien delimitada, las cámaras señaladas por pequeños taches y los senderos a lápiz diferenciados del resto gracias a los marcajes de tinta roja... ¿Te viene a la memoria un boceto de rasgos similares, querido diario? Estoy segura de que sí.
«Vamos, tiene que ser una broma»
—¿Qué te pasa, Yvonne?
—Nada, es solo que... —El patrón de trazos era exactamente el mismo—. Acabo de darme cuenta de una cosa.
—¿Qué cosa?
«La culpable soy yo»
—Me refiero a que, tal vez, puede ser que haya interferido con la cronología en más ocasiones de las que creía recordar —musité, más para mí misma que para Annaliese.
—¿Qué es una cronología?
Giré el rostro hacia a ella.
—Una secuencia temporal —respondí—, el orden de los sucesos según sus fechas.
—¿Y qué tienes que ver tú con esa secuencia?
—Me parece que... fui yo quien la ordenó.
Porque ahora los hechos me parecían más claros que el agua: había sido tu narradora la verdadera responsable de bosquejar aquel mapa, la hyzcana infiltrada causa de la difusión de información confidencial y, para colmo, la culpable de la ocurrencia planeada de su propio secuestro.
—¿Qué haces ahora? —me cuestionó al verme regresar el bolígrafo al papel.
—Asegurándome de que todo suceda de la misma manera.
Pues en eso consistía la misión: no solo era mi deber, sino que realmente estaba convencida de que era la mejor opción para alguien como yo, quiero decir, ¿qué hubiera pasado conmigo si no hubiese sido capturada por el ejército mágico? No quería deducirlo, imaginarlo o siquiera pensarlo; en pocas palabras, no deseaba tener algo que ver con un mundo del cual Lukas no formara parte.
—Necesito que me ayudes a hacer un dibujo, Annaliese.
—¿Un dibujo? —se escuchó emocionada.
—Sí, una chica que lleve el cabello pintado de rojo. —Le señalé el lugar correcto para después extender el bolígrafo hacia ella—. Justo aquí, en el centro.
—¿Y por qué tiene que estar una chica en el mapa?
—Decorará las rutas. —Fue una excusa ridícula, pero funcional.
Se encogió de hombros antes de limitarse a cumplir con mi petición. Mientras tanto, por mi parte me di a la tarea de arrancar una nota adhesiva de la base del computador a fin de plasmar un nuevo mensaje que, estaba cien por cien segura, también estaba en mis manos redactar:
Querido Norman,
Ayuda a Yvonne a cruzar la frontera: 6 de mayo de 2012, cerca de las 6.30 de la tarde.
—¿Así está bien, Yvonne?
Posé la mirada sobre el cuadernillo que la niña se afanaba en mostrarme: su dibujo improvisado era igual al que recordaba.
—Así está perfecto —la felicité.
—Y ahora, ¿qué sigue? —Me devolvió la libreta con cierta incertidumbre.
—Solo requiere de unos últimos toques.
Completé los trazos de las orillas, añadí los taches faltantes y me tomé la molestia de agregar un garabato en la esquina superior de la página: "10.48 a.m. 24 de febrero de 2012". ¡Y listo! Se podría decir que el trabajo quedó terminado en menos de unos minutos, hecho a mano por las únicas dos hyzcanas con la misma ilusión de volver a casa.
—Con eso bastará —dije, orgullosa.
—¿Y por qué necesitamos ese papel? —me preguntó la niña al verme guardar aquella otra nota dentro mi bolsillo.
—No es para nosotras —le aseguré—, es para alguien más.
—¿Para quién? —insistió en saber.
—Para un amigo.
—Alguien que también es un mago, ¿verdad?
Asentí, tomándola de la mano para retomar nuestra caminata en dirección a la puerta.
—Escucha, Annaliese, sé que la idea de estar cerca de magos puede sonar peligrosa, pero te juro que estaremos más a salvo que...
—No creo que estar con magos sea peligroso —me contradijo enseguida.
—Ah, ¿no?
—Lukas es bueno. —Volvió el rostro hacia mí y me dirigió una sonrisa—. No va a dejar que nos pase nada porque todos allí hacen caso a lo que él dice.
«¿Todos allí hacen caso a lo que él dice?»
—Bueno, no creo que... —Eran los miembros del Concejo quienes daban las órdenes, ¿no? Lukas mismo me lo había hecho saber en cientos de ocasiones—. Tienes razón, Annaliese —improvisé—, con él junto a nosotras, no hay forma de que algo pueda salir mal.
Al final, daba igual lo que sea que le dijera siempre y cuando coincidiera con mi propia manera de ver las cosas: sentirse segura era, sin falla, cuestión de estar rodeada de las personas correctas.
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