Capítulo 10: 26 de mayo de 2012
Como todo, lo importante es siempre ser consciente de aquello que la intuición quiere explicarte aún sin hacer uso de palabras. En muchas ocasiones, se puede estar segura de que nada alrededor hace sentido a pesar de tener pruebas; en otras, el sesgo personal llega a ser tan poderoso como para confundir la realidad con ilusiones pasajeras. Por eso es crucial tomar en cuenta cada presentimiento, cada corazonada.
A lo largo de estos últimos días, hubo decenas de señales que tomé la decisión de ignorar. Algunos diálogos están faltos de lógica, discrepancias que tú como lector seguro sí has de notar; para mí como narradora, fue difícil darme cuenta de que estaba dejando un par de cabos sueltos sin atar. Es cierto que no presté atención a los detalles, aunque justifico mis descuidos diciendo que no deseaba pensar más: para lo único que quedaba espacio en mi cabeza era para una preocupación constante por dar con el paradero de Lukas. Así de simple y, al mismo tiempo, así de elemental.
Me había planteado la idea de que encontrarlo me llevaría horas de trabajo. No contaba con rastros ni tan siquiera con leves indicios, pero gracias a Emma, tenía la seguridad de que nadie en la comunidad mágica le había seguido el paso después de la batalla. Era un chico extraviado, un desaparecido. ¿Qué estaba haciendo ahora, dónde y por qué? Me parecía un misterio que habría de resolverse pronto si en verdad esperaba no perderle la pista por completo.
Así que me di a la tarea de convertir el caso en una investigación.
De no haber vuelto al palacio, las únicas tres opciones que me restaban eran considerar que había huido en dirección a las localidades de la frontera, que había tomado un tren hacia alguna de las ciudades más cercanas o que había optado, sin más remedio, por volver a Frankfurt. Quizás era una cuestión de adivinar y acertar, mas tampoco estaba dispuesta a desperdiciar mi tiempo en vano. Tenía la impresión de que la respuesta podría deducirse si tan solo inspeccionaba a profundidad cada una de las notas que me había hecho llegar. Las recuerdas, ¿no? Aquellas cartas que se había empeñado en obsequiar por día acompañadas siempre de un par de flores frescas. Algún secreto extra debían de esconder, y era por eso que estaba cien por cien decidida a entrar en la "cabaña del lobo" con tal de tenerlas de vuelta.
Nota aclaratoria: con "lobo" me refiero a Charles, desde luego.
Fue bajo tales condiciones que tu querida narradora terminó desviando su caminata hacia la fachada de su antiguo hogar. Crucé con cuidado por la puerta principal hasta atravesar hacia el otro lado de la sala. Lo había dejado todo al interior del cesto de basura porque me había convencido de que era justo allí en donde el recuerdo de Lukas permanecería. Es obvio que se trató de una equivocación. Ahora no solo estaba segura de que anhelaba recuperar esos obsequios, sino que tenía la certeza de que eran mi montón de dudas las que, en realidad, pertenecían al fondo de aquel contenedor.
—¿Yvonne? —me llamó alguien.
Detuve mis pasos cerca del principio de las escaleras antes de echar un vistazo hacia atrás.
—¿Yvonne?
—¿Qué? —respondí con molestia, reparando en el modo en que Charles se acercaba de poco en poco por el pasillo del comedor.
—Pensé que habías dicho que no regresarías —musitó.
—Esta será la última vez —le garanticé.
—¿Viniste por algo en particular?
—No creo que sea de tu incumbencia —le espeté sin rodeos—, en especial considerando que no tardaré ni más de dos minutos.
—¿Puedo hacerte una pregunta antes de que te marches?
—No.
Giré sobre mis talones para continuar subiendo por los peldaños.
—¡Oh, vamos! —protestó—. ¡Es una pregunta importante!
—No me interesa —reiteré con indiferencia.
—Estoy seguro de que sí —apuntó.
—No me metas ya en nada que tenga que ver contigo o con los estragos de la batalla, ¿quieres?
—Entonces ¿qué repámpanos esperas que hagamos con el cuerpo?
Frené enseguida. No creo que hagan falta muchas explicaciones para darte a entender el porqué.
—¿Qué dijiste? —inquirí.
—El General me pidió a mí encargarme del asunto.
—¿De qué rayos estás hablando? —Me volví hacia él con el ceño fruncido—. ¿Cuál cuerpo?
—Es a modo de compensación, ¿okay? —Tomó una bocanada de aire—. No fue fácil esconderlo ni mucho menos traerlo hasta acá, pero es un riesgo que ambos decidimos correr a fin de extenderte nuestras condolencias.
«¿Condolencias?»
—Es obvio que estamos tratando de mantenerlo en secreto —añadió en voz baja—, es un tema delicado.
—¿Mantener qué en secreto? —dudé.
—Si ya es una falta grave servir de ese modo a un traidor, sería cientos de veces peor si la colonia llegara a enterarse...
—Te juro que no entiendo ni una palabra de lo que dices.
—Por Dios. —Soltó una pequeña carcajada y se relamió los labios con la lengua—. Vamos, Yvonne, ¡es del cuerpo de lo que estoy hablando!
—¿Asesinaste a alguien, acaso? —indagué al momento, estupefacta.
—¿Qué?
—No dejas de mencionarlo como si estuvieras tratando de involucrarme en un crimen o algo parecido —me excusé.
—Tan solo dime qué vas a querer que se haga, ¿okay? No podemos ofrecerte un funeral público, pero el General está dispuesto a darte una parcela de bosque si eso es lo que deseas.
Es increíble, pero cierto: nada de aquello me hacía sentido. Por el contrario, incluso me daba la impresión de que Charles estaba confundiéndome con otra persona.
—Y ¿por qué debería yo de tomar esa decisión, eh? —pregunté mientras me cruzaba de brazos.
—Porque eras tú quien mejor lo conocía, querida. —Me dedicó una sonrisa irónica—. ¿O prefieres que se lo pregunte a Annaliese, tal vez?
—Aguarda, ¿de quién rayos estamos hablando?
—¿De quién? —Alzó ambas cejas con incredulidad—. ¿Es un chiste?
—Ni siquiera tengo idea de...
—Estoy hablando de Lukas, Yvonne.
—¿De Lukas?
—Sí —puso los ojos en blanco—, de Lukas.
—¿Qué hay con él?
—¿Qué quieres que hagamos con su cuerpo? —insistió.
Parpadeé varias veces, perpleja.
—¿Cómo que con su cuerpo? —volví a dudar.
—¿Estás oyéndome, Yvonne?
—Es evidente que cometió muchos errores —le respondí con molestia—, pero tampoco tienes que hablar de él como si estuviera muerto.
Hubo un momento de silencio. Charles me vio a la cara y, sin nada que decir, yo lo miré de regreso. Paralizados a ambos lados de la escalera, no recuerdo muy bien cuánto tiempo pasó antes de que él volviera a abrir la boca:
—Voy a repetirlo tan solo una vez más —pronunció con lentitud y sin haberme quitado los ojos de encima—. Fue a mí a quien el General le solicitó llevar el cuerpo del chico desde el campo de batalla hasta los almacenes del Tribunal de la colonia. No podemos mantenerlo allí durante más tiempo. Ahora bien, ¿vas a querer enterrarlo? —demandó una respuesta—. Porque si es así, querida, Oskar está dispuesto a donarte una parcela de bosque para que cuentes con un espacio retirado. En caso de que prefieras la cremación, entonces buscaremos otro sitio y simplemente te haremos entrega de las cenizas en cuanto haya terminado el proceso.
—¿El cuerpo del... chico?
—El cuerpo de Lukas, Yvonne —me espetó con firmeza—. Estoy hablando del cuerpo de Lukas.
A partir de entonces, querido diario, no tengo la completa seguridad de qué ocurrió a continuación.
Sé que retrocedí unos pasos, los suficientes para que mi espalda chocara contra la puerta de mi recámara. Quizás le sostuve la mirada a Charles durante algunos segundos más antes de precipitarme hacia el interior de la habitación. Le coloqué el pestillo a la cerradura, aunque lo hice siendo consciente de que ya sentía el corazón a punto de estallar.
Mientras me apresuraba a dirigir mis pasos hacia al cesto de basura, pensaba en el modo en que Annaliese había protestado con tal de hacerme saber que Lukas no se trataba del chico perverso por quien todo mundo lo tomaba. "Aun cuando ya no esté", había dicho ella, "era un mago bueno", ¿no habían sido esas sus exactas palabras?
—¿Era? —Me puse de rodillas sobre la alfombra, solo para terminar notando que el cesto no tenía más que un empaque vacío de golosinas y algunos trozos de papel.
De pronto me hizo falta el aire, en especial cuando recordé que había sido el mismísimo General quien había insistido en omitir la palabra "tratar" de nuestra última conversación. Siendo así, ¿acaso la manera correcta de reformular mis oraciones no sería "logró deshacerse de un mago cruel y traicionero", o "no se puede exagerar el modo en que tiró del gatillo"?
—No, no puede ser verdad... —me reí—. No es verdad.
Busqué de nuevo, esta vez con más esmero e, incluso, quitando la bolsa del fondo. Estaba segura de que las rosas estaban ahí, y las cartas también, escondidas en algún lugar dentro del contenedor. Sentí las lágrimas correr por mis mejillas al tiempo que mis ojos registraban con cautela el resto de la habitación. Por desgracia, el presentimiento de que sería imposible volver a armar ese ramo de flores hizo que mi pecho se tensara y mi respiración se entrecortara.
Recién notaba la razón por la que (al igual que Charles, Annaliese y Oskar) Emma parecía dirigirse a mí con una sensación implacable de lástima. La voz se le quebraba cuando mencionaba el nombre de Lukas y los ojos se le humedecían al confesar con remordimiento que no había conseguido evitar que entrara en el campo. La última persona en hablar con él... Existe la probabilidad de que implicara, por lógica, que mi compañero no había hallado la forma de volver con vida al término de la batalla.
«¿Y la transferencia de energía?»
Tenía la certeza de que había funcionado, quiero decir, inclusive había hablado con él a las orillas de la frontera... ¿Certeza? ¿O más bien esperanza? Estaba en el entendido de que un mago jamás podría recibir energía de un hyzcano; vale decir que así era la norma, me la habían repetido en cientos de ocasiones hasta el punto de tenerla bien memorizada. Era un hito imposible, casi antinatural. Una transferencia tan inestable como esa no haría más que generar un desequilibrio genético con posibilidades de ser mortal.
«Un momento... ¿Acaso no coincide con la definición de "muerte forzada"?»
Una muerte accidental, ¿no es cierto? Un asesinato que se produce cuando el hyzcano en cuestión transfiere energía a otro de manera equivocada o...
—Por todos los cielos —me llevé las manos a la cabeza—, ¡le transferí energía a un mago!
«Hyzcanos y magos son incompatibles»
Era un error de principiante, una regla dorada que jamás habría de romperse: la energía mal compartida provoca una inestabilidad de la magia y, por lo tanto, una muerte repentina.
—Cielos, no... —titubeé—. No pudo ser culpa mía, ¿o sí?
«¿Fuiste tú quien lo mató, Yvonne?»
—No. —Negué con la cabeza, ahora terriblemente espantada—. Jamás pensaría en lastimarlo, nunca y bajo ninguna circunstancia... Estaba intentando salvarle la vida, sí, ¡eso era lo que hacía!
«No fui yo, no fue Yvonne»
—Hay otra explicación, lo sé. —Porque era impensable creer que, en medio de un arrebato, hubiera sido yo quien hubiese terminado con la vida de mi propio compañero.
Me quedé en el piso por algunos minutos, sentada y sin poder evitar que las piernas me temblaran. Había llorado tanto que mi cuerpo pedía a gritos ponerme de pie; no obstante, me sentía incapaz de moverme.
¿Dónde estaban todas esas rosas y por qué habían cambiado de lugar? No lo sabía. ¿En qué momento se habían escapado las notas y cómo habían pasado de ser evidencias tangibles a recuerdos invisibles? Tampoco tenía idea, aunque al menos daba la impresión de que ambas respuestas bastaban para proporcionar un diagnóstico certero: tu querida narradora, por fin y después de tantas locuras, estaba perdiendo la cabeza.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro