Capítulo 1: 9 de mayo de 2012
Las circunstancias cambian, ¿sabes? A veces para bien, a veces para mal. El rumbo de la vida es un río impredecible, por eso es toda una dicha darse cuenta de que las elecciones hechas han dado como resultado escenarios complacientes.
Lukas era más de lo que nunca antes había sido para mí, y con eso me refiero a que, por primera vez, las cosas comenzaban a compartirse entre dos. Le comunicaba mis intenciones, le expresaba mis inquietudes sin temor alguno y le confiaba mis secretos como si de mi propio diario se tratase. Conversábamos, deliberábamos y decidíamos, pues llegar a un acuerdo no solo exigía estar en la misma sintonía, sino también tener la consciencia de que un equipo solo funciona si todas las piezas hacen su parte.
—Repasaré el plan una última vez: pedir permiso para entrar en su casa, revelarle todos los acercamientos que he tenido con la comunidad mágica, aclarar los malentendidos de la primera batalla, proponer los detalles de una alianza y solicitar su apoyo para adquirir la custodia de Annaliese. —Lancé un suspiro al aire y asentí con la cabeza—. Lo tengo.
Sentados a las orillas del césped, ambos manteníamos la vista fija en el umbral de la cabaña de enfrente. Se trataba de una propiedad elegante, una finca perteneciente a la Unidad cuya residencia solo podía ser ocupada por el General en turno. Por deber laboral, conocía los horarios de Oskar a la perfección, de allí que supiera de antemano que no tardaría en aparecer por el final de la calle hasta cruzar por la puerta de entrada.
—¿Estás segura de que se trata del plan correcto? —dudó mi compañero—. Todavía tenemos tiempo para pensar en diferentes opciones.
—¿Otra vez con eso?
—Tengo miedo de que sea un error —murmuró entre dientes—, después de todo, no pienso que consista en una estrategia cien por cien confiable.
—Es una idea brillante, créeme.
—Sí, pero...
—Y también es confiable porque proviene de ti —garanticé.
No estuvo muy conforme con esa respuesta, lo supe por el modo en que me apretó la mano con mayor firmeza.
—Hace unas semanas dijiste que era un plan que necesitaba de muchos ajustes —apuntó.
—Pues claro —expresé con indiferencia y, para restar importancia al asunto, agregué—: Todavía tenía mis dudas respecto a tu comunidad y estaba en la obligación de adaptarme a mis tareas como consejera.
—¿Y si no funciona?
—Va a funcionar. —Estaba más que convencida de ello, en especial porque el chico detrás de la propuesta tenía pinta de ser un verdadero genio—. "Alianza Estratégica de Emergencia", ¿recuerdas? Aunque no quisiéramos implementarla, es de carácter urgente establecer alguna clase de acuerdo con el General.
—¿Y eso significa que es impostergable?
—Exactamente.
Clavó la mirada en el suelo. No necesitaba de más pistas para intuir que los posibles resultados de su plan le tenían angustiado.
—Vamos, Lukas. —Sostuve su rostro entre mis manos para plantarle un rápido beso en la boca—. No te preocupes más, ¿de acuerdo?
Con eso solo conseguí que reprimiera una carcajada.
—Cielos —protesté con una sonrisa—, ¿y ahora de qué te ríes?
—No, no es nada.
—Anda, dímelo —insistí.
—No importa, solo... —Inspiró hondo—. Es que todavía me parece que hueles a chocolate.
Tampoco voy a mentir diciendo que aquello no me aceleró de golpe los latidos. Sucumbí a la vergüenza y, para colmo, mi cara se tornó tan roja en cuestión de segundos que sencillamente me resultó imposible seguir sosteniéndole la mirada.
—¿Es en serio, Yvonne? —se burló él enseguida.
—Es culpa tuya —utilicé como excusa.
—Ni siquiera estaba tratando de ponerte nerviosa...
—Olvidémonos del chocolate, ¿quieres? —Fue por el rabillo del ojo que pude distinguir a alguien caminando por el umbral de la entrada—. Por fin tenemos compañía.
Me di prisa en ponerme de pie, sacudiéndome los restos de tierra del pantalón al tiempo que una voz en mi cabeza me repetía que había llegado el momento de actuar. Pensaba en cómo haría para poner a prueba mis habilidades de persuasión cuando vi a Lukas levantarse del suelo, aparentemente con la intención de sacar la varita.
—¿Qué haces? —lo cuestioné al momento.
—Preparándome para ir contigo —respondió.
Solté al aire un bramido de incredulidad.
—¿Te has vuelto loco?
—Pues...
—¿Tienes idea de lo peligroso que eso sería? —inquirí—. ¡El General podría tratar de atacarte!
—Y lo único que haría, en ese caso, sería defenderme.
—Ni un millón de años. —Le arrebaté la varita de las manos y tan solo me limité a atascarla devuelta bajo la correa de su cinturón—. Esto se queda aquí, ¿oíste?
—¿Por qué? No voy a meterme en problemas.
—¡Ese hombre tenía la intención de matarte hace tan solo unos días! —exclamé con frustración—. ¿Entiendes la gravedad del asunto? ¡Él mismo me dijo que su nueva prioridad era dar con tu ubicación!
—Lo dijo porque todavía desconoce sus posibilidades para formar una alianza.
—¿Y qué hay con eso? —minimicé—. Da igual si, sin importar lo que hagas, él sigue asegurando que tu captura es lo que esta colonia necesita.
Negando con la cabeza, se tomó un instante para destrabar de nuevo su varita.
—Vamos, Yvonne, ¿cómo pretendes conseguir su aprobación sin siquiera proporcionarle alguna especie de prueba? —se puso a cuestionar—. ¿Estás esperando que te crea cada palabra así sin más?
—Bueno, yo... —Fue un hecho lamentable caer en cuenta de que, para variar, en ningún momento me había planteado cómo hacer para lidiar con tal inconveniente—. Es un gran punto.
—¿Pensaste que bastaría con contarle la verdad?
—Asumí que no le costaría mucho esfuerzo confiar en mí. —Me encogí de hombros.
—Resulta un testimonio un tanto difícil de creer, ¿sabes? Independientemente de quién provenga.
«Lógica innegable»
—Podría tener problemas para aceptar la alianza si no somos los dos quienes le hacemos la propuesta —añadió.
—Tal vez sea cierto, pero... —Me llevé una mano a la frente—. ¡Agh! ¡Realmente esperaba no tener que arriesgarte de esa forma!
«¿Cansada de poner su vida en peligro? Más bien harta»
—Estaremos juntos, Yvonne. —Me dedicó una leve sonrisa—. Te aseguro que complementaremos muy bien cada detalle de la historia.
Aparte de inteligente, Lukas era precavido; por eso mis impulsos pedían a gritos que confiara a ciegas en su intuición. De sentirse inseguro o amenazado, estaba cien por cien convencida de que no dudaría en hacérmelo saber.
—De acuerdo. —Me resigné a decir, tomando una bocanada de aire—. Vendrás conmigo, pero solamente a condición de que te mantengas privado de magia.
—¿Y si se presentara alguna emergencia?
—Solo en ese caso tendrías permitido usarla.
—Vale —accedió al trato guardando la varita dentro del bolsillo de su pantalón: no totalmente visible, pero tampoco completamente inaccesible—, me parece un arreglo justo.
Asentí con la cabeza e, indicándole que viniera detrás de mí, me dispuse a llevar mis pasos en dirección a aquella fachada. Atravesando los jardines del patio, me apresuré en guiar a Lukas a lo largo del pórtico hasta que estuvimos lo bastante cerca de la puerta principal. Lo suficiente para, además de todo, concederme la oportunidad de presionar el timbre.
—Cuánto nerviosismo, ¿no? —susurré para él en voz baja.
—Todo estará en orden, Yvonne, ya lo verás. —No pude más que sonreír en cuanto lo sentí plantarme un beso en la mejilla—. Eres increíble, lo harás bien.
—¿Basta con ser increíble?
—No, pero también eres convincente, astuta, hábil y capaz. —Acompañó aquello con un gesto de picardía—. Y con eso sí que basta, mi muy querida compañera amada.
La puerta de enfrente se abrió de un momento a otro, haciendo que la mirada tierna que tenía puesta sobre Lukas se desviara enseguida hacia el semblante agotado de Oskar.
—¿Yvonne? —Una expresión de desconcierto le cruzó por el rostro en cuanto sus ojos se encontraron con los de Lukas—. Y... ¿un amigo de Yvonne?
«Corrección: novio de Yvonne»
—Siento mucho tener que interrumpirlo en una noche de descanso, General —me di prisa en intervenir—, pero es imprescindible que, como su consejera, me apruebe una audiencia privada.
—¿Perdón?
—Seré rápida —le aseguré—, no más de treinta minutos.
Lo vi fruncir el entrecejo antes de se limitara a preguntar:
—¿Motivo de la urgencia?
—Estrategia de intervención política y militar —simplifiqué.
—¿Propósito?
—Salvaguardar la integridad tanto de la Unidad Hyzcana como del resto de la colonia.
Por la forma en que entrecerró los ojos, tuve el presentimiento de que algo no andaba del todo bien.
—Escucha, Yvonne, lamento ser yo quien te diga esto, pero... —soltó un chasquido de lengua— no eres bienvenida ya en la colonia, ¿comprendes? Más aún en alusión a tus deberes como consejera.
Parpadeé varias veces, perpleja.
—¿Cómo dice?
—Hubo un juicio en tu ausencia —explicó entre carraspeos—. El comité decidió declararte culpable después de que un testimonio les brindara las pruebas suficientes para corroborar las acusaciones.
—Culpable —me reí—, ¿de qué exactamente?
—De formar un pacto clandestino con un miembro de la comunidad mágica.
Mis ojos se desviaron hacia Lukas. Nos observamos el uno al otro con carga de incomodidad, aunque no por tanto tiempo como para que Oskar reparara en el significado de aquellas miradas.
—¿Así que un pacto clandestino, eh? —fue lo único que pude responder.
—Precisamente, y más te vale salir de aquí de inmediato si no quieres verte involucrada en alguna especie de proceso penal. —Lució afligido al pronunciar esas palabras, como si, muy en el fondo, todavía lamentara estar en la obligación de advertírmelo—. Esto es lo último que voy a hacer por ti, ¿me oyes? No emitiré el aviso si realmente prometes no volver a poner un pie dentro de la colonia.
—¿Dieron un juicio por terminado, incluso sin haberme ofrecido la oportunidad de defender mi postura? —protesté.
—¿Algún problema con eso? Los cargos por conspiración son ineludibles, ¿o es que acaso también tienes la osadía de negar las acusaciones?
Transcurrieron algunos segundos de silencio antes de que mi mente decidiera dejar de lado la charla para prestar atención, en su lugar, a la lejana secuencia de sonidos que parecía provenir del exterior... No se trataba de un simple bullicio, sino de una curiosa combinación entre bramidos irónicos y aplausos pausados. Eché un vistazo por encima de mi hombro: Charles estaba allí, querido diario, su rostro iluminado por la tenue luz del alumbrado público. De pie. Esperando. Inmovilizado a unos insignificantes metros de la misma fachada en donde Lukas y yo todavía permanecíamos vulnerablemente plantados.
—No, General. —Me conferí la libertad de regresar la mirada hacia Oskar—. No pienso negarlas.
—¿De repente estás de acuerdo con asumir los cargos? —se escuchó sorprendido.
—No puedo más que declararme culpable.
—Por un demonio, Yvonne... —Movió la cabeza con decepción—. ¿Tienes idea de lo mucho que yo confiaba en ti? Te nombré consejera porque estaba seguro de que deseabas proteger a la colonia tanto como yo, ¡de que tus buenas intenciones bastarían para ganarle a todo aquello que los soldados decían sobre ti!
No estaba atendiendo a ninguno de sus reclamos cuando empujé a Lukas con premura hacia el interior de la cabaña. Me di prisa en cerrar la puerta tras de mí, asegurándome de bloquear la cerradura con el único propósito de mantener a Charles fuera del asunto.
—¿De qué diantres se trata todo esto? —increpó Oskar con molestia—. ¡Ahora resulta que también vas a irrumpir sin permiso en mi propia casa!
—¿Qué está pasando, Yvonne? —fue Lukas quien me susurró eso al oído, alarmado con mi carga de impaciencia—. ¿Esto formaba parte de tu plan?
—No —contesté, aturdida—, pero te lo explicaré más tarde. —Entre tartamudeos, me giré de nuevo hacia el semblante enfurecido de Oskar—: Lo lamento mucho, General, pero le juro que no estoy tratando de sobrepasar sus límites.
—¿Qué no estás tratando de sobrepasarlos? —resopló—. ¡Bah, demasiado tarde!
—Solo hice lo que estuvo en mis manos para mantener viva a la colonia...
—Eras mi más fiel consejera, Yvonne, pero ahora no eres más que una traidora.
—No está escuchándome, General.
—¿Por qué habría de hacerlo? —ironizó—. Formaste un pacto con el enemigo, con un desconocido que busca la destrucción de nuestra especie y que quién sabe en dónde demonios... —Sus ojos se posaron sobre Lukas—. Un momento... Un pacto con un mago, ¿no es cierto? —Soltó otra suave risotada antes de llevarse ambas manos al rostro—. Vamos, no puede ser verdad.
Retrocedió unos pasos casi enseguida, perturbado, todavía sin poder despegar la mirada de mi compañero al tiempo que continuaba negando repetidamente con la cabeza. Su histeria fue tal que incluso llegó a perder la noción del espacio, tropezando con el borde de las escaleras hasta terminar cayendo de espaldas al suelo.
—¿Qué es lo que has hecho, Yvonne? —balbuceó con espanto mientras pasaba saliva de manera audible—. ¿Cómo pudiste permitir que entrara?
—Concédame la oportunidad de explicárselo —supliqué.
—Maldita sea, ¡esto sí que es imperdonable!
—No soy lo que usted piensa —se atrevió Lukas a alzar la voz, cosa que me sorprendió inclusive a mí—. Puede que sea un mago, pero eso no significa que tenga la voluntad de lastimarlo.
Creyendo que aquel hombre se limitaría a confiar en sus palabras, mi compañero recortó la distancia con la intención de ayudarlo a levantarse. Vi a Lukas extender su mano y agacharse un poco para estar frente al General, pero también vi el miedo reflejado en Oskar, una especie de terror combinado con un sentimiento de furia que tampoco me costó mucho esfuerzo interpretar. Tomé la delantera en el instante en que todo estaba por irse a la ruina y, previendo la determinación de alguien bajo la influencia del rencor, me interpuse entre ambos justo a tiempo para impedir que aquello se tornara en el inicio de una pelea:
—¡Oiga, tranquilo! —Me vi en la obligación de empujar a Oskar hacia atrás, en especial cuando se puso de pie en un intento por arrojarse encima de Lukas—. Ni por un segundo tenga el atrevimiento de tocarlo, ¿me escucha?
—Por un demonio, Yvonne, ¡quítate de en medio!
—No voy a hacerlo, General —repuse con firmeza.
—¡Maldito monstruo asesino! —le espetó a Lukas entre gritos—. ¿Sabes acaso del montón de soldados que murieron en batalla por causa de los tuyos? ¡Decenas y decenas de vidas! —increpó—. ¿No eras tú el mago con el diabólico control sobre los suelos? ¡Es gracias a ti que muchos de mis camaradas terminaron bajo tierra!
No supe qué hacer o siquiera decir, mas haber detectado una penosa aflicción en el rostro de mi compañero fue lo que me llevó a sujetarlo de la mano.
—Mago o no, puedo asegurarle que él no es malvado, General —sentencié sin vacilar.
—Un momento. —Alternó la vista entre ambos, fijando la mirada en la unión de nuestras manos antes de disponerse a soltar una carcajada ahogada—. Aparte de todo, ¿ustedes son pareja?
—Lukas es la persona que ha estado colaborando conmigo durante todo este tiempo —me limité a confesar—. Desde lo ocurrido tras la batalla, ha sido solamente él quien se ha preocupado por ofrecer su ayuda a nuestra colonia. Los planes de reconstrucción, las estrategias de recuperación económica y el asilo para las familias afectadas —puntualicé—, todo ha sido una labor de investigación suya.
—¿De qué hablas? —dudó Oskar—. Fuiste tú quien...
—Usaba sus planos —especifiqué al instante—. Esquemas ilustrados, mapas y guías de trabajo; cada cosa que alguna vez compartí con usted, se discutió primero en nuestras reuniones programadas.
Los ojos del General se posaron sobre mi compañero, aunque esta vez con algo de sorpresa.
—Si nuestra especie ha conseguido mantenerse en pie es gracias a él, ¿comprende? —dije para dejar en claro—. Sería una tontería tachar de criminal a quien no ha hecho más que prestarnos su ayuda.
—No lo entiendo, Yvonne...
—Mi comunidad ha cometido una variedad de atrocidades, yo incluido en tal acusación —añadió Lukas en un intento de explicar lo sucedido—. Estábamos desesperados por la crisis de recursos, y el Concejo simplemente optó por acortar los tiempos y dar la orden de arrebatarlos a alguien más.
—¿Estás buscando la manera de justificar sus errores? —lo desafió Oskar con recelo.
—Más bien estoy buscando la manera de corregirlos.
Después de eso, me dio la impresión de que algo cambió en la mente del General. De pronto se concedió el permiso de permanecer quieto y calmado. Con el gesto inescrutable, pareció que se tomaba un momento para reflexionar, como si cada detalle dicho hubiese resultado lo bastante revelador para comenzar a dudar de aquello que creía tener por seguro.
—Confíe en mí, General, ninguno de nosotros tratará de atacarlo —advertí por precaución al mismo tiempo que me apartaba de en medio—, y usted tampoco tiene por qué hacerlo.
—Eso no me garantiza que otros como él —ladeó la cabeza para señalar a Lukas— vuelvan a sentirse tentados por la idea de una segunda batalla.
—De ninguna manera pienso dejar que mi comunidad acabe con su colonia —reiteró mi compañero con seguridad—, y si no cree en mí por el interés social de preservar la vida de su especie, al menos créame por el interés personal que ello me implicaría.
Mi querido mago me sujetó más firmemente de la mano, y aunque aquel cambio de posición fue un movimiento casi imperceptible, sí que fue notorio para Oskar a juzgar por el modo en que volvió a posar la vista sobre mí.
—¿Qué es lo que están buscando? —Regresó la mirada hacia Lukas—. No han venido hasta aquí solo por el simple afán de contarme la verdad, ¿o sí?
—Tanto Yvonne como yo tenemos planeado hacerle una propuesta.
—¿Qué clase de propuesta?
«Un pacto que cambiará el curso de la historia»
—Una alianza entre ambas especies —aclaré—, un acuerdo para el aprovechamiento de ambos ejércitos a fin de localizar una fuente externa de recursos.
—¿Te gustaría ser más específica?
—¿Tiene usted algún mapa de Europa central, General?
Por el modo en que me dirigió una rápida sonrisa, tuve la certeza de que todo estaba por mejorar. Aceptaría escucharnos. Y eso era ya, por sí mismo, un logro que no estaba dispuesta a desaprovechar.
—Vengan conmigo.
Dicho esto, encaminó su marcha hacia el fondo del corredor para permitirnos la entrada a la antesala principal. Me concedí la libertad de suspirar con orgullo, abriéndome paso hacia el resto del pasillo justo después de que Lukas me hubiese indicado que fuera delante de él.
Avanzamos a través de una estancia de muebles antiguos hasta alcanzar un vestíbulo de cortinas elegantes y múltiples accesos a diferentes habitaciones. Unos metros de caminata bastaron para encontrarme con el rostro de una chica desconocida: una mujer de cabello castaño y mirada temerosa, de edad joven como la mía, aunque quizá demasiado descarada para estar casada con alguien tan honrado como el General.
Ya verás a lo que me refiero con eso último.
En cualquier caso, la chica se mantenía oculta detrás del marco de la primera puerta, asomando la cabeza con timidez como si estuviera tratando de llamar la atención de su marido.
—¿Está todo en orden? —la escuché murmurarle a Oskar entre balbuceos.
—Por supuesto que sí, cariño —le contestó él—. ¿Por qué no traes para nosotros algunas tazas de té y un cuenco de panecillos dulces? Nos reuniremos por un tiempo en el despacho.
Los ojos de su esposa se cruzaron con los míos antes de que se limitara a responder:
—Lo llevaré enseguida.
Ella desapareció tras la puerta, concediéndonos la oportunidad de continuar avanzando hacia el interior de lo que parecía ser un salón de trofeos y escritorios de oficina. Sofisticado pero simplista, aquel sitio tenía pinta de ser un excelente gabinete en donde pasar las tardes atiborradas de trabajo.
—En algún lugar de por aquí recuerdo haber visto un mapa. —Oskar centró su atención en los libreros del fondo mientras nos señalaba con un gesto que tomáramos asiento—. Estaba por comenzar a ordenar todos los documentos con relación a estrategias militares, así que llegaron a punto de caramelo.
Crucé el resto de la estancia hasta dejarme caer sobre las butacas correspondientes. Vi a Lukas ocupar el espacio contiguo, acercando su asiento un poco para poder quedar a un costado mío.
—Oye, Yvonne —me susurró mi compañero al oído—. ¿Qué significa "llegar a punto de caramelo"? ¿Que entramos justo a tiempo para el postre o algo parecido?
Contuve la risa.
—No —le hice saber enseguida—, quiere decir que llegamos en el momento más oportuno.
—Oh.
—Aquí lo tenemos —ambos alzamos la vista en cuanto el General colocó los planos correctos sobre la superficie del escritorio—, un mapa de Europa central —puntualizó—. Ahora, Yvonne, habías mencionado algo acerca de una fuente de recursos, ¿no es así?
—Una fuente externa, sí.
—¿Te refieres a una dotación que esté fuera de nuestro alcance habitual? —trató de entender Oskar.
—Exactamente —le confirmé—. Tomemos en cuenta que nuestra colonia apenas comienza con los reabastecimientos de oro y que, por obvias razones, requerimos de un generador de ingresos que nos permita continuar con los avances en materia de recuperación económica.
—Claro.
—Por otro lado, la comunidad mágica está falta de recursos y se encuentra en búsqueda de una fuente alterna de suministro —continué argumentando—. Por eso existe la posibilidad de que los concejales tomen la decisión de volver a invadir nuestra colonia.
—Una segunda batalla que...
—... nos dejaría al borde de la extinción —completé su oración.
—En efecto —coincidió—, pero hay algo que no entiendo todavía, quiero decir, ¿no era la comunidad mágica lo suficientemente poderosa para tener la capacidad de abastecerse por sí misma?
Ambos nos vimos en la necesidad de girar el rostro hacia Lukas. Ciertamente, en ningún momento se me había ocurrido cuestionar el motivo por el que una localidad tan autónoma como la suya había terminado en la total escasez de recursos.
—¿Han escuchado el concepto de fuga de capitales? —insinuó mi compañero a modo de justificación—. Ocurre cada vez que algunos dirigentes manipulan el presupuesto disponible para emplearlo en proyectos impertinentes y sin sentido.
«¿Impertinentes y sin sentido?»
—¿Los miembros de tu Concejo son así de irracionales? —le pregunté.
—Quedarías sorprendida, Yvonne, créeme.
—Sea como sea, sigue quedando fuera de nuestro campo de incumbencia —apremió Oskar con tal de dejar el tema de lado—, ¿qué tiene que ver todo esto con el mapa?
—La cosa es, General, que existe una reserva al noroeste de Bélgica a cargo del clan...
Interrumpí mi discurso de golpe porque el chirrido que la puerta hizo al abrirse me hizo perder la concentración. Mis ojos se desviaron hacia la figura esbelta de la esposa de Oskar, una mujer de semblante serio y extrañas zancadas silenciosas. Evitó a toda costa mirar en nuestra dirección y se limitó a continuar andando hasta posicionarse al frente del escritorio. No tardó en colocar un cuenco de panecillos dulces encima de la superficie y, así sin más, concederse el permiso de dirigir sus pisadas de vuelta a la salida.
—No sobre el mapa, Marine —balbuceó el General en voz baja, haciendo lo posible por apartar del centro el recipiente—. ¿Por qué no repites eso último, Yvonne? No creo haberlo entendido correctamente.
—Claro, yo... —Parpadeé varias veces—. Como decía, el área forestal en cuestión se encuentra bajo la tutela de los principales jefes del clan de las hadas. —Le señalé en el plano las orillas del municipio de Deinze, no sin antes haberme asegurado de robar uno de aquellos panecillos para ofrecérselo a Lukas con cierto disimulo—. Es una zona de difícil acceso, en particular porque se trata de una reserva de alta seguridad de las SS.
—¿Alta seguridad? —inquirió Oskar con preocupación.
—Protegen un conjuro bastante especial, uno que les permite contar con un productor de oro infinito.
—¿Un qué, perdón?
—Escuchó bien, General, un productor de oro infinito —repetí para enfatizar—. Sé que parece una historia descabellada, pero le juro que es totalmente real.
—Se trata de un núcleo de magia negra —complementó Lukas, apoyando mi intervención entre asentimientos de cabeza—. Si nuestros ejércitos aceptaran cooperar, no tendríamos ningún problema para entrar en el territorio y dividir esfuerzos, al menos hasta dar con la ubicación del conjuro.
—¿Cómo diablos suponen irrumpir en una reserva que, muy por seguro, se trata de la zona más vigilada por agentes de las SS?
—Portales de salto, General —apunté.
—¿Disculpa?
—Son brechas en el espacio —aceptó explicar mi compañero—. Los magos solemos utilizarlas a modo de puertas de viaje, como un atajo interconectado entre dos puntos territoriales completamente distintos.
—¿Teletransporte? —simplificó Oskar con una mueca de incredulidad—. ¿En serio tiene tu especie el control sobre algo tan inestable como la manipulación de los planos?
—No todos nosotros —corrigió Lukas—. En realidad, hay solamente un mago que posee las habilidades necesarias para acumular y sincronizar grandes cantidades de magia negra.
Mis ojos se posaron sobre su reloj de muñeca. Quizás Lukas lo ignoraba todavía, pero tener a su merced aquella piedra de ópalo lo convertía a él, sin más preámbulos, en un mago inclusive más poderoso que el mismísimo hechicero.
—Digamos, entonces, que ponen a mi disposición el uso de los portales, los planes de estrategia y las bases de una alianza perdurable con la comunidad mágica —resumió Oskar con una sonrisa forzada—. ¿Cuál es el precio a pagar? Me imagino, desde luego, que el préstamo de tales servicios no se trata de un acto de mera caridad.
—Revoque el dictamen del juicio —me atreví a alzar la voz—. Quiero mi empleo de vuelta.
—Cielos, Yvonne, ¿en serio crees que simplemente puedo subestimar la autoridad del comité?
—Tiene la facultad de hacerlo, General, estoy segura de que sí.
Me sostuvo la mirada mientras arqueaba una ceja, tal vez más por recelo que por cualquier otra causa.
—Bien, puedo regresarte el puesto si eso es lo que deseas —se encogió de hombros con tal de fingir indiferencia—, de cualquier modo, tengo la impresión de que no es lo único que vas a pedirme a cambio.
—Es una impresión acertada, General.
—¿Qué es lo que prosigue en la lista? —infirió.
—La custodia de Annaliese —dije para ir sin rodeos—. Necesito que me ayude a conseguirla.
Todos sus esfuerzos por conservar la compostura se fueron a la basura al concederse la oportunidad de soltar una carcajada.
—Maldita sea, Yvonne... —negó con la cabeza—, definitivamente no.
—Sabe muy bien que la niña estaría mejor bajo mi cargo —argumenté a regañadientes.
—Los trámites del servicio social quedan completamente fuera de mis manos.
—Oh, ¡vamos! —protesté—. Debe tener algún dominio sobre las actas de población.
—Te equivocas.
—¡Entonces permítame alterar esos documentos!
—Basta ya, ¿entiendes? —Se puso de pie—. Ni por asomo pienso dejar que te pases de lista con las reglas del Tribunal.
Con un irritante ánimo de frustración, ambos nos observamos cara a cara justo en el momento en que su esposa volvía a irrumpir en la habitación. En esta ocasión, cargaba con una bandeja de plata acompañada por una serie de tazas de porcelana; separó el azúcar en un pequeño tarro metálico y se preocupó por llevar un arreglo floral para complementar el decorado. A pesar de su altanería, al menos parecía estar consciente de las implicaciones que el puesto de su marido entrañaba.
—Té negro para nuestros invitados —anunció con tan exagerada amabilidad que, por supuesto, solo dejó entrever su enorme peso de fastidio.
Molesta, pegué la espalda al respaldo del asiento y me limité a quedar de brazos cruzados.
—Te debo una, cariño —agradeció Oskar mientras su mujer le acercaba la bebida a las orillas del escritorio.
Aquella chica —quien al parecer respondía al nombre de Marine— decidió tomarse otros instantes para servir el té, extendiendo primero una taza hacia mí para luego terminar por arrimarle a Lukas la última de las vasijas. Todo parecía ir bastante bien para tratarse de una interrupción innecesaria, al menos así lo fue durante los primeros quince segundos. ¿El motivo? Creo haberlo anticipado desde el momento en que la vi parpadear con sorpresa, pues, en efecto, cometió el error de quedarse con la mirada prendida en quien todavía se hallaba sentado a un lado mío.
«Claro, ¡lo que faltaba!»
Marine dejó caer la bandeja por mero descuido, quebrando la última de las tazas y derramando, para colmo, el resto del agua hirviente sobre la superficie de la alfombra. Fue Lukas quien se dio prisa en ponerse de pie a raíz de que algunas gotas del té alcanzaran a salpicarlo.
—Maldita sea, ¡en serio lo lamento! —tartamudeó ella y, cubriéndose la boca con vergüenza, no tardó demasiado en dirigir sus pasos hacia él—. Las cosas tan solo se me resbalaron y...
—No hay problema, ¿vale? —trató de tranquilizarla Lukas—. Fue un accidente.
—¡Espero no haberte quemado! El agua estaba increíblemente caliente y... también te mojé la ropa, ¿no es así?
Me interpuse entre ambos justo cuando ella estaba por tener el atrevimiento de tocarle la camisa.
—¿Estás bien? —cuestioné a mi compañero, ni siquiera pensándolo dos veces antes de moverlo un poco más hacia mí—. ¿Todo está en orden?
—Sí, digo, apenas y fueron algunas gotas —contestó.
—Lo has oído, ¿no? —Me giré hacia aquella chica con una sonrisa falsa—. Mi novio dice que está bien, Marine.
—Me alegro —improvisó ella. También con una sonrisa forzada, desde luego—. Es un alivio que no le cayera la taza encima.
—Los accidentes pasan —fingí indiferencia—, estoy convencida de eso.
«En especial cuando no son producto del azar»
—No tenía intenciones de interrumpirles la sesión, lo lamento —se disculpó ella—. Tan solo me distraje unos segundos y...
—Distraída, claro.
—Está bien, cariño —fue el General quien se apresuró en intervenir, levantándose del asiento en cuanto cayó en cuenta de la forma tan tensa en que ambas sosteníamos tal conversación—, no hubo mayores percances.
—¿No estás molesto? —Marine hizo esa pregunta por obvias razones, quizá esperando que su marido no hubiera reparado en el motivo de su tropiezo.
—Desde luego que no, linda, es solo una alfombra.
El General lo había pasado por alto, eso era un hecho. Aunque solamente porque, a diferencia de mí, él no había tenido la oportunidad de vislumbrarlo desde el frente del escenario.
—No te preocupes demasiado, lo limpiaremos más tarde —dijo para restar importancia al asunto—. Dame oportunidad de terminar con la reunión y más tarde te veo arriba.
—Nuestros invitados son primero, es cierto —agregó ella entre débiles murmullos, concediéndose la osadía de volver a posar la vista sobre el chico detrás de mí—. En verdad siento mucho haberte salpicado.
«Oh, ¡por favor!»
Mi compañero le dirigió un asentimiento de cabeza.
—Supongo que será mejor que me retire —expresó Marine en respuesta—. Están ocupados y no quiero que sea por culpa mía que no terminen el trabajo. —Recogió la bandeja del suelo y encaminó sus pasos en dirección a la salida—. ¿Hay algo más que pueda ofrecerte? —Su voz se dirigía a Oskar, pero sus ojos estaban clavados en Lukas—. Puedo dártelo sin importar lo que sea.
«Por un demonio, ¿es en serio?»
La miré con la boca abierta, aunque no creo que ninguno de los dos tuviera la suficiente perspicacia para notarlo.
—Por ahora no, cariño —respondió el General—. Bastará con los panecillos dulces.
Querido diario: estoy segura de que fue mi gesto de completo fastidio lo que finalmente convenció a Marine de abandonar la habitación.
—Entonces, ¿en qué estábamos? —retomó la conversación Oskar—. Lamento mucho la interrupción, no esperaba que mi mujer...
—Quiero a Annaliese de vuelta —solté de golpe, así sin más y por mero motivo de mi enfado—. Sin ella no hay trato, General.
—Ya te dije que no —repuso él con firmeza.
—No voy a irme de aquí sin que acepte liberarla...
—No puedo hacerlo.
—¡Claro que puede!
—Por todos los cielos, Yvonne, ¡no puedo hacerlo porque ella ya ni siquiera se encuentra aquí!
Parpadeé varias veces, perpleja.
—¿Cómo?
—La niña desapareció, ¿de acuerdo? —Entre suspiros, volvió a dejarse caer sobre el asiento detrás de su escritorio—. No tenemos ni la menor idea de qué fue lo que sucedió y, te lo aseguro, llevamos días enteros tratando de dar con su ubicación.
Sé que las cosas, en ocasiones, parecen tener tintes de misterio; existen sorpresas que no tienen explicación y circunstancias que carecen de completo sentido. Pero esta no es una de esas veces. Para ser más concreta, por fin estaba en el entendido de que los imprevistos a mi alrededor ocurrían por una razón en particular.
—Incluso aunque quisiera regresarla a casa, lo cierto es que no hay mucho que yo pueda hacer para ayudarte —murmuró Oskar cabizbajo—. No sabes cuánto lo siento, Yvonne, yo... Juro que estaba bajo cuidado, los miembros del servicio le habían adaptado una habitación pequeña en el tercer piso del Tribunal y...
—¿Una habitación pequeña? —lo interrumpí sin ataduras.
—Los despachos de documentación —aclaró enseguida—. Están asegurados con candado electrónico, ni siquiera entiendo cómo fue que...
—¿Bajo qué código, General?
—¿Perdón?
—El código de bloqueo —insistí mientras volvía a mirarle a la cara—. La combinación que abre la cerradura.
—Cuatro, cuatro, cinco, cero.
—Vaya —suspiré—. No es una serie numérica lo bastante compleja, ¿o sí?
—¿Estás insinuando que fue culpa nuestra? —se puso a la defensiva.
—No lo creo, digo, ¿cómo podría? —ironicé—. Sus sistemas de seguridad son sin duda incorruptibles.
Indignado, Oskar soltó al aire un bramido de incredulidad.
—Maldita sea, Yvonne, ¿estás protestando por nuestra falta de seguridad cuando fuiste tú quien dejó entrar a un mago a los principales terrenos de la colonia?
—Creí que ese tema ya había quedado resuelto, General.
—No puedo aceptar una alianza sin antes estar convencido de que este chico —observó a mi compañero de arriba abajo— no está aquí por meros propósitos de espionaje.
—¿Piensa que formo parte de alguna clase de escuadrón subordinado? —intervino Lukas de repente, quizá algo ofendido.
—Es probable, sí —respondió Oskar, encogiéndose de hombros.
—Entonces le sugiero que lo piense dos veces antes de emitir un juicio equivocado sobre mi persona.
—¿Así que tú también vas a pasarte de listo? —inquirió el General entre resoplidos—. ¡Por favor! ¿Tienen idea de lo difícil que es creer que la comunidad mágica simplemente está de nuestro lado?
—Merecen una segunda oportunidad —me precipité en debatir—, no todos ellos están dispuestos a seguir peleando.
—Seguro, ¿y cómo diablos esperan garantizarme eso?
—Yo voy a hacerle tal promesa en nombre del resto de mi pueblo.
Oskar pareció tener intenciones de reír después de que mi compañero se hubiera permitir pronunciar eso último en voz alta.
—¿Tú? —se burló—. ¿Una promesa en nombre de la comunidad mágica entera?
—En efecto —expresó Lukas con sencillez.
—¿Es un chiste acaso?
—No.
El General procuró mantener el gesto serio mientras, poniéndose de pie, se disponía a avanzar unos pasos en mi dirección hasta lograr posarse a un costado.
—Voy a hacerte una pregunta, Yvonne —me susurró con voz casi inaudible.
—Lo escucho —accedí.
—¿Tu novio está en posición de asegurarme algo tan extravagante como eso?
«Vaya escepticismo»
Suspiré con cierto agobio antes de girar el rostro hacia él.
—Evidentemente sí, General.
—Ya veo... —balbuceó para sí mismo—. Ahora me hace un poco más de sentido.
—¿Tendría algún caso traer hasta aquí a un mago de rango menor? —insinué.
—Fui un tonto, no hace falta que lo menciones. —Asintió a modo de sentencia para después dirigir su discurso hacia Lukas—: De acuerdo, quienquiera que seas, creo que voy a tomarte la palabra.
—Me alegra escuchar eso —respondió mi compañero con formalidad.
—Es lo que dice mi consejera que haga.
Alcé la vista al mismo tiempo que Oskar me dedicaba una leve sonrisa.
—Cuéntenme algunos detalles más, ¿quieren? —Nos dio la espalda con la intención de volver al asiento detrás de su escritorio—. Tal vez me convenzan de aceptar esa alianza que tanto parecen promocionar.
—Hay un par de últimas cosas que no le he pedido todavía —me di prisa en añadir.
—¿Un par de cosas más, Yvonne? Espero no se traten de otras ocurrencias imposibles de solucionar.
—Por el contrario, General, diría que consisten en solicitudes bastante prácticas.
—¿Qué clase de solicitudes? —se ocupó de indagar.
—Dos simples insignificancias —sinteticé—. La primera es que me proporcione el número telefónico del portátil de Charles, el que funciona como comunicador entre los miembros del ejército. —Evidentemente tenía mis motivos para hacer tal petición—. La segunda es que nos permita a Lukas y a mí utilizar la puerta de su patio al momento de salir de aquí.
Tanto mi compañero como Oskar se giraron hacia mí con aire de desconcierto.
Porque, en realidad, ninguno de ellos estaba al tanto de las intenciones de quien todavía esperaba allá afuera. Alguien que no dudaría ni un instante antes de lastimar lo que yo más apreciaba o, inclusive, alguien que no tendría ningún inconveniente para iniciar un juicio en contra mía y además fungir como testigo. Sin importar cuál fuera la descripción correcta, estaba consciente de que la alternativa más sensata sería evitarme con él toda posibilidad de encuentro. Aún a expensas de cualquier precio.
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