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two, ¡es ella!

Dallon

Ruedo mis ojos y respiro hondo. Mi hermano ya me está tocando los cojones con todo este tema de Zoe. Bien, quizás se parecía a ella, ¡pero no quiere decir que era ella realmente!

Termino de darle una calada mi cigarrillo y lo apago recordándome una vez más lo mucho que amo a mi hermano y dejando de un lado mis ganas de cachetearlo. Recuerdo muy bien a mi Zoe, no pudo haber sido ella.

— ¡Mierda, Devon! ¿Podrías dejar de joderme la paciencia? Ya es suficiente —carraspeo tirando el cigarro lejos.

No suelo fumar con frecuencia, podría decir que hay veces en las que en verdad detesto hasta el olor. Pero estoy hablando en serio cuando digo que Devon está acabando con la poca paciencia que poseo por naturaleza.

— ¡Le sonreíste! ¡Incluso le sonreíste! Por favor, Dal.

—Lo hice porque la chica era bonita y me pareció tierna la manera en la que se sonrojó —le repito lo que le he estado diciendo desde que comenzó a insistir—. Nada más. Ahora, si no te molesta, tengo cosas más importantes de las qué ocuparme que no sea tu insistencia de niña colegiala.

—Tú, cosas de las qué ocuparte —ironiza una risa—. Quieras o no, sé muy bien que esa era Zoe, no la ves desde la secundaria, pero por amor a Dios, debes estar jugando cuando esas mejillas eran las que te hacían querer levantarte todas las mañanas para ir a colegio.

No me da tiempo de responderle, se escucha que tocan la puerta del salón y sin previo aviso entra Brendon soltando un grito que retumba en mis tímpanos. Lo que me faltaba.

— ¡¿Cómo están mis perras favoritas?! —pasa su brazo por el cuello de Devon y él carcajea. Suelta una risa cuando me ve—. ¿Y a ti qué coño fue lo que te pasó?

—Nada que te interese, imbécil —farfullo.

—Muy bien, está demacrado, de mal humor y apestando a cigarro —enumera—, ¿qué le hiciste a mi hombre, Devon?

Vuelvo a rodar mis ojos. Ojalá lo que Devon estuviese diciendo fuese real, ojalá esa chica hubiese sido Zoe. Mi Zoe. Pero la misma Zoe a la que denomino mía desapareció después del penúltimo año de secundaria. Dejé de verla en clases cuando nos separaron de sección. Pero eso nunca quitó que la dejara de fastidiar en el colegio ni que despegara mi vista de ella. No me cansaría de verla.

Jamás y nunca.

Pero han pasado seis años. Seis años en los que no supe absolutamente nada más sobre Zoe Ainsworth. Sólo que había conseguido un nuevo apartamento con su amiga Abigail para los tiempos de secundaria, algo como un regalo de sus padres antes de entrar a la universidad y luego yo me mudé con mi familia a Milwaukee. Ni redes sociales ni ningún otro tipo de medio. Y no fue la falta de chicas ni mujeres, porque el gimnasio y la pubertad hicieron su trabajo, ¿pero cómo competir con el primer amor?

No se puede. Por más que Zoe me haya odiado desde siempre.

No la he superado, he creído que sí pero no es cierto. Me he resignado muchas veces en que no volvería a verla. Jamás. Me acostumbré a no verla todos los días, a no molestarla para que sus mejillas regresaran a ese rojo malvavisco ni a intimidarla con mi mirada. Todo se hizo una costumbre que costó meterme en la jodida cabeza, pero ahora Devon está aquí, diciéndome que la chica con la que se topó en la editorial es ella y no puedo creerle.

Simplemente no parecía Zoe, y por más que intente querer hacerme una idea no me es posible.

—Hoy a la tarde estuvimos en la editorial de papá —comienza a explicarle—, al entrar con lo primero que nos encontramos fue a esta hermosa chica trigueña que tiro un vaso con lapiceras al suelo y me dispuse a ayudarla. Pero, cuando la vi bien, me recordó a alguien con el rostro más familiar del mundo. Papá no me dejó saber su nombre pero estoy más que seguro de que es la persona que yo pienso.

—De acuerdo, ¿me dirás o te quedarás ahí como el gilipollas que eres? —le cuestiona Brendon y su mano va a su nuca—. ¡Eh!

—Era nada más, y nada menos que Zoe Ainsworth.

— ¿Qué? —él abre sus ojos—. ¿Te refieres a la Zoe Ainsworth de la prepa?

—Ajá —asiente, vuelvo a rodar mis ojos.

—Que no era ella.

—Ese es mi dilema, Dallon no quiere creer que es ella, no he dejado de insistirle pero es imposible.

— ¿Tú no estabas ahí? —me pregunta.

—Sí, y yo puedo asegurar que no era ella.

—Sigues soñando con esa chica, Dal. Mierda, sólo intento ayudarte —me dice, su tono ya se torna cansado y enojado, pero es tan absurdo.

—Me harías un favor si dejaras de hablar de ella, idiota.

—Eh, basta, calma —se apresura Brendon antes de que me levante de la silla en la que estoy. Ya estoy lo suficientemente cabreado.

—Me voy, no quiero seguir escuchando esta porquería —gruño, me aproximo a salir de la habitación para irme a la mía.

Tiene un balcón que me tranquiliza y la noche es fresca. Paso mis manos por mi cabeza. Todo ha sucedido demasiado rápido, hace diez horas Zoe no rodeaba mi cabeza de esta forma. Pero tenía que venir el imbécil de Devon a meterla por el medio como si fuese el mismo jodido niño de la prepa.

No siento a Brendon llegar a mi lado luego de un largo rato, pero lo noto cuando estruja mi hombro y suelto una risa. No sé qué sería de mí sin éste desgraciado.

— ¿Te sientes mejor? Te desahogaste un poco.

—De hecho no lo hice, pero sí, puede que me sienta mejor.

—Amigo, mantén la calma. Quizás lo que dice Devon no es cierto y está confundido, o quizás si lo es y tú eres un mente de pollo.

Me echo a reír. Quiero que sea cierto.

— ¿Cuál sería el punto de regresar a ella sí sé que seguirá odiándome tanto como lo hacía en el colegio, Bren? —cuestiono, él ladea su cabeza—. Ella no me recuerda. Si no recuerda a Devon, ¿cómo pretenderé que se acuerde de mí?

— ¿Es idea mía o estás aceptando lo que Devon ha dicho? —arquea su ceja. Chasqueo con mi lengua golpeando su hombro y él carcajea—. Es Zoe.

—Joder, Brendon, no lo sé —sacudo mi cabeza—. Esa chica me ha tenido mal toda mi vida, fue mi primer amor y nunca fui capaz de hacérselo saber porque estaba bien con que no lo supiera. La lastimé y me odia, lo sé porque me lo gritó y tú estabas presente ese día.

—Sí —asiente—. Lo entiendo, tampoco obtuve el perdón de Abigail cuando se lo pedí. También me dijo que me odiaba y luego se fue con ella. Lo recuerdo.

Hago un mohín.

—Pero a diferencia de mí, a ti nunca te gustó Abigail, sólo la molestabas porque querías.

—Puede que sí, pero fui un imbécil y ella siempre se mostró débil. No tenía la culpa de nada y aun así siempre era víctima de mis actos. Somos culpable, Dal, queramos o no.

—Han pasado seis años, no la he superado —río con ironía—. ¿Qué si en verdad es la chica que Devon dice?

—Debes averiguarlo. ¿Por qué no le preguntas a Mike?

— ¿Qué te hace pensar que papá me lo dirá?

—Nunca sabes —se encoge de hombros—. Vine aquí a joder y me sales con esto. Nunca van a esa empresa, y cuando por fin deciden echar un vistazo, te ocurre lo mejor. Te estoy detestando ahora mismo, zorra.

Carcajeo cuando hace lo mismo que hizo con Devon cuando llegó. Me revienta que tenga razón. Nunca vamos, y cuando decidimos ir, pasa esto. Algo me decía que no debíamos aparecernos por allá.

— ¿Te fue bien en Kansas?

—Claro que sí, las mujeres allá son lo mejor, hermano.

—Complejo de prostituta —lo golpeo.

—Como si no fueses igual —me devuelve el golpe—, me iré para que hables con tu padre, de todas formas extraño la comodidad de mi casa. Te quiero, perra.

—Ya lo sé —le doy un último golpe antes de verlo salir.

Cuando lo veo partir en su auto, me dirijo con tranquilidad al despacho de mi padre. Mamá todavía no llega de su trabajo y supongo Devon se ha encerrado en su habitación. Sé que apesto a cigarro y que probablemente él me regañe, pero realmente necesito saber sobre esa chica, debe ser ahora o nunca. Así soy yo.

Toco la puerta, he aprendido a respetar a mis padres por más que casi nunca los vea y mi relación con ellos no sea de tal cercanía. Sin embargo, han estado intentando acercarse a mi hermano y a mí los últimos meses para remendar todo el tiempo perdido por trabajo, y es algo que ambos apreciamos mucho.

La abro cuando dice y le doy un apretón de manos seguido de un puño. Me siento frente a él en una de las sillas.

— ¿A qué se debe tu visita? —reprime una sonrisa. Pensándolo bien, quizás sí lo he extrañado bastante.

—Necesito información que al parecer sólo tú puedes bridarme y te ves como una gran fuente de información, así que vengo aquí por ello.

—Bien, soy todo oídos —hace un mohín—, pero antes, ¿estuviste fumando?

—Devon me estuvo alterando bastante hoy, sabes que no lo hago con frecuencia, sólo cuando en verdad lo necesito. Prometo tomar una buena ducha después de esto.

—Que no lo sepa tu madre, sabes que se pone paranoica cuando se trata de este tipo de asuntos —pide, asiento—. Prosigue.

—De acuerdo, eh... Hay una chica en la editorial, trabaja ahí.

—Hijo, hay muchas chicas trabajando en la editorial —suelta una risa. Pauso. ¿Cómo explicárselo?

Él me mira, esperando a que yo siga.

— ¿Te suena el nombre "Zoe Ainsworth"?

Ahora él piensa. Creo que cada segundo que pasa es una estaca clavada en mi entrepierna. Literalmente. ¿Hace cuánto mis manos no sudaban de ésta manera por algo como esto?

Es lo que ocasiona el recuerdo de esa chica.

—Creo que sí. ¿Por qué tan interesado?

—Puede que sea la chica con la que Devon se topó hoy cuando llegamos allá.

— ¡Oh, claro! —parece recordar—, ¡ahora la recuerdo, sí, sí!

Suspiro. ¿Es esto una buena señal?

— ¿Quién es ella?

— ¿Qué ella no estudió con ustedes en primaria y secundaria?

Dejo salir el aire que no sabía que retenía en un jadeo.

¿Es ella?

— ¿Seguro? —murmuro, mi labio tiembla.

Es... ¿ella?

—Supongo que si buscas un poco en las fotos de los libros de la escuela podrás encontrarla, aunque está un poco cambiada para ser realista, no lo sé muy bien. Deberías preguntarle a tu mamá que pueda que se acuerde mejor, pero por los momentos creo estar seguro. ¿No le dijiste a Devon?

—Fue él quien me metió toda esta idea en la cabeza, por eso estuve fumando —digo mirando al piso. No sé cómo disimular lo estoy sintiendo ahora, ¿emoción? ¿Nervios? ¿Pánico? ¿Un zoológico jugando fútbol americano? Joder.

— ¿Dallon? —me llama—, ¿estás bien, hijo?

—Sí, sí —susurro—. Gracias, papá, necesito llamar a Brendon y hablar con Dev, te veo luego.

Rápido me levanto de la silla y me aproximo hasta la puerta, en una sola corrida. Al tener una idea me detengo en todo el umbral.

—Uh, por cierto, ¿puedo pasar por la editorial mañana también?

— ¿No tienes que estudiar?

—Sí, pero puedo hacerlo cuando regrese. ¿Puedo?

—Confío en ello, claro que puedes.

— ¡Gracias! —le doy un torpe abrazo y salgo corriendo. Necesito buscar esos libros.

Llamo a Devon para que me ayude, quien me maldice por haber interrumpido su sesión de instrumentos y por no decirle para qué busco los libros. Busco con desesperación entre las páginas, sonrío abiertamente cuando la encuentro.

Y me quedo mirándola, de nuevo, como el idiota imbécil enamorado que siempre he sido. Observo sus mejillas, su sonrisa, sus viejos lentes y su cabello, más la cicatriz ocasionada por mí. Ni siquiera recuerdo porqué lo hice pero eso incrementó su odio hacia mí. Aun así, adoraba cuando se ponía rojiza de furia y sus pequeñas pecas en su piel trigueña sobresaltaban.

Sí, así de ridículo me hace ser esta chica.

— ¿Dal? —cuestiona Devon frente a mí, subo mi vista y jadeo en una risa.

—Es ella, Dev —le sonrío, estoy agitado, él frunce su ceño—. Tenías razón. Es ella.

Su expresión cambia quitándome los libros, comienza a carcajear.

—Es ella —me dice—. ¡Es ella!

— ¡Es ella! —carcajeo abrazándolo.

— ¡Te lo dije, pedazo de...!

—Eh, cuida esa boca, William —la firme voz de mamá abarca la habitación—. Uh, ¿de qué me he perdido?

Me separo de Devon y con la misma sonrisa frenética le doy un abrazo igual de efusivo.

—Te cuento después, llamaré a Brendon —salto lejos de ella hasta arrebatarle los libros a Devon y correr hasta la sala tomando el teléfono de la casa.

Sé que probablemente será él que le cuente a mamá todo este asunto, y estoy tan desesperado que marco bien el número de Brendon —que ni sabía que sabía— y olvidé mi hedor a cigarro que mamá detesta y me reprenderá.

El chico contesta al tercer pitido. Observo a las fotos, no evito sonreír. Me siento tan patético, pero también me vale tanta verga.

—Estallarás mi teléfono, zorra americana —casi gruñe—, ¿qué pasó?

—Hablé con papá, hay un noventa y nueve por ciento de probabilidades de que la chica de la editorial sea Zoe —voy directo al grano, él suelta una risa.

— ¿Y el uno por ciento sobrante?

—Eso lo comprobaremos mañana, me acompañarás a la editorial y lo confirmaré.

—Dal.

— ¿Qué?

—Es ella.

— ¿Es ella?

—Lo es.

Y suelto un aullido que lo hace carcajear. Se despide y me quedo con la cabeza echa mierda. ¿Qué demonios ha sido todo esto?

No, no puedo dejar de mirarla. Cristo. Parezco desaliñado. Desaliñado pero feliz. ¿Volveré a ver a mi Zoe? No sé. Si es realmente ella, entonces quiero golpear mi cabeza contra una jodida pared cientos de veces por haber sido tan imbécil y no haberla reconocido.

Aun así, necesito mirarla otra vez, sólo otra vez.

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