twenty, yo puedo aprender.
ADVERTENCIA: Este capítulo contiene escenas sexuales explícitas.
Dallon
—No te preocupes —murmuro con cansancio por enésima vez al parlante. Incluso puedo imaginarla con su mano en la cadera, con ese típico aire de reproche en los que suele querer ponernos a Devon y a mí en nuestro lugar—. Estaremos bien, mamá. Será sólo una semana, estaremos de vuelta en Tampa cuando menos te lo esperes.
—Eso espero —dice en tono quedo—. ¡Ni siquiera conozco a tu novia! Te amo, hijo, pero sé cómo eres, y tú no sueles tener novias. ¿Cuándo fue que me perdí de ello?
Me río, dedicándole una sonrisa a Zoe que está acomodando unas cuantas cosas junto a Abi, Chloe, Nathan y Brad, que se ha reintegrado a su grupo, mientras que Brendon y Devon han estado acomodando las habitaciones de nuestro apartamento aquí en Miami. Detuve mi trabajo de ayudarlos para poder tranquilizar la angustia de mi querida madre.
Me cuesta creer que esta mujer está siendo atrapada por Mike. Si lo pensaba bien, lo que me dijo Zoe sobre mi padre pareciendo intimidante tenía algo de sentido después de todo.
No quiero hablar sobre mi padre siendo un imbécil que jodió nuestras vidas y no merece nuestro perdón, porque nada de eso es la verdad. Amo a mi papá, Devon también, nada podrá cambiarlo. Sólo se equivocó, y realmente estoy feliz de que mamá haya decidido ser ajena a todo el tema pasado entre Wesley, Zoe y yo.
Por otro lado, no había podido presentarles de manera formal a Zoe, lo cual ha sido un grave error puesto que me gustaría ser del tipo normal donde el novio lleva a la novia a conocer a su familia y todos tienen una cena un tanto incómoda donde los padres no dejan de hacernos preguntas sobre nuestras vidas, pero más sobre la pareja en sí.
Obviando el hecho de que empezamos con el pie izquierdo, es decir, de la manera menos correcta; quizá intentaría organizar algo similar para cuando regresemos.
—Prometo llevarla a casa para que papá y tú la conozcan mejor cuando regresemos —esta vez la escucho reír. Amo tanto a mi mamá. Me hace prometérselo nuevamente y luego me pide que le pase el teléfono a Devon, quien suspira, cosa que me hace gracia, porque sé que es prácticamente para darle el mismo sermón que me dio a mí sobre el viaje tan inesperado.
Fue inesperado pero al menos funcionó para nosotros. La estadía era la base, y una vez la tuvimos, lo demás ya era lo de menos, por lo que nada nos impedía venir a pasar unos cuantos días al agradable Miami. He venido aquí bastantes veces, ya sea por negocios o porque a mamá no le parecía la idea de dejarnos a Brendon, Devon y a mí solos en casa. Sí, Brendon siempre ha contado.
Sabía sobre este apartamento desde hace mucho tiempo, pero no había tenido a Zoe conmigo como para poder disfrutar de la estancia. Ahora somos algo a lo que comenzamos a llamar "una familia desastrosa" junto a un pequeño bebé en camino, al que Brendon llama "ponqué" o "ponquecito" porque tiene todas sus esperanzas puestas en que será niña.
Claro que eso me lo dijo a mí a espaldas de Abigail, ya que exactamente a ella le haría ilusión de cualquier forma, ya fuese hembra o varón. Pero lo de "ponquecito" si es está a oídos de todos.
Incluso a Zoe le hace ilusión. A la mierda, todos estamos ilusionados con ponquecito, tendría los ojos de Abigail según Chloe y su temperamento según Nathan. Pero con venir de Abigail, ya eso para mi amigo es mucho más.
Yo digo esto, y me lo callo, porque sé que suena mejor de todas las formas en mi cabeza, por más que quisiera poder decírselo a mi amigo sin tener que recibir una piña estampada contra las bolas: Brendon será un gran padre.
Lo digo porque hará de todo por esa criatura, está más que dispuesto. Ellos pueden formar una familia. Padre es el que cría, y yo estoy seguro, y la verdad no sé qué es lo que me hace estarlo tanto, pero estoy seguro de que Brendon no dejará escapar esta oportunidad de por fin servir para algo en la vida. Se presentará como el primer voluntario para ser llamado "papá".
—¡Muy bien, todo está listo! —exclama Chloe dejándose caer en el sillón, a un lado de Brad que se ríe junto a Nathan. A mis brazos llega mi novia pecosa y su amiga es atrapada por lo brazos de mi amigo —discretamente—, mientras que Devon sólo se acuesta en el piso, exagerando el estar exhausto.
—Al fin, quiero dormir —dice con la voz ahogada, con su cabeza en la alfombra—. Esta mierda huele delicioso.
—No quería saberlo, pero gracias de todas formas, Dev —se ríe Zoe viendo a Devon enterrar su rostro en la aterciopelada alfombra. Todos nos lanzamos a reír, hasta él.
—¿No haremos nada por hoy? —parece que Abigail hace un puchero, que le sigue mi amada novia, negando con su cabeza, pero nadie protesta. El silencio se vuelve cómodo entre todos, son casi las seis de la tarde, llegamos rápido a pesar de creer que no lograríamos llegar antes de las seis.
Mi cabeza se gira a Zoe, que está con su cabeza recostada sobre mis piernas y sus ojos cerrados. Incluso hasta cuando los tiene cerrados, por encima de sus párpados puedo percibir su color, un bello marrón resaltante, junto a una preciosa melena negra y labios gruesos. Perfectos para besarlos.
Me inclino, presionando primero mis labios sobre su frente, después ambas de sus mejillas, recorriendo su mentón y su nariz para terminar sobre esos dichosos labios que me envuelven en la locura y perdición siempre que los beso, sintiendo una sonrisa formarse contra mi comisura y luego son sus dientes que tiran de mi labio inferior con soltura, sólo una pequeña mordida.
Le sonrío.
—Quiero mostrarte algo —le susurro al oído, dejando un beso en su cabeza después—. Acompáñame.
Avisamos que subiremos, porque es un apartamento de dos pisos y las habitaciones quedan en la parte de arriba. Abigail avisa que irá a descansar también, y como ya nos asignamos habitaciones —y me he asegurado de dejar la de invitados para Zoe y para mí—, nos despedimos porque de hecho ha sido un recorrido cansón.
En la habitación que elegí para nosotros, está este enorme balcón que parece sacado de una película, porque es más como una mini plaza y se puede ver absolutamente todo. Y me he percatado de que a mis pecas le encanta el aire fresco y la gran brisa profanar, así que ahora procuro elegir ciertos lugares, así ella no me lo pida, sé que le gustan.
—He visto este tipo de balcones antes —comenta ella ojeando el lugar. Trae un short púrpura que resalta su trasero... Sí, quizá tenga una pequeña obsesión por esa parte de su cuerpo, pero no es mi culpa tener una novia jodidamente caliente—... En las películas de Barbie.
—Algo me decía que lo había visto en el algún sitio antes —muevo mi dedo índice hasta llegar a ella. Se apoya del barandal con el sonar de su risa.
Maldita melodía preciosa que hace deleitar mis tímpanos, joder.
Hace un par de días logré confesarme, diciéndole que la amo, porque no pude aguantármelo. Pude haberme escuchado más idiota de lo que ya de por sí soy, porque, ¿qué clase de novio le dice a su novia que la ama a dos semanas y medias de noviazgo? Y sé que le dije que paráramos de medir el tiempo, ¡pero es que inevitable!
Sin embargo, ella no permitió que me viera de esa manera. No respondió que me ama de igual forma, o hasta más. Ella comprendió mi punto, sabiendo de alguna manera que es eso lo que me he estado conteniendo por más de una década en general y que estaba bien el desamarrar ese nudo, golpeando tortuosamente en mi garganta y pecho, asfixiándome.
Está dispuesta a quererme, su corazón está abierto a mí, y eso me hace estremecer. Repito, no quiero lastimarla. Pero creo que si sigo persistiendo en el mismo dilema, entonces será lo primero que haré. La lastimaré si no dejo de plantearme el hecho de lastimarla.
Sólo debo amarla. Con todas mis fuerzas. Las que tengo y las que no. Porque sé que seré recibido por ella de cualquier forma, y nada me hace sentir más seguro que aquello. Me siento seguro a su lado. Y no me importa si sueno como un jodido cursi enamorado, a fin de cuentas, es lo que soy.
—Haz hecho más por mí en dos meses de lo que he hecho yo por ti en doce años, Dal —mi nariz se hunde en cuello, aspirando ahora un olor florar, creo que es manzanilla, no puedo descifrarlo bien, pero es fantástico. Todo sobre ella es fantástico—. Gracias.
—No me digas "gracias" —levanto mi cabeza para mirarla. Mierda, ¡¿pero cómo es posible que me fascine tanto?! Me siento como un adolescente hormonal—. "Gracias" se dice cuando alguien te hace un favor, yo no he hecho ninguno.
—Claro que sí —afirma—, me has hecho feliz en dos meses cuando antes de eso a penas conocía ese tipo de contactos. Te lo comenté, nada sobre relaciones estables antes de ti.
—Yo soy el hombre más afortunado del mundo —logro carcajear subiendo mi cabeza los cielos, sin despegar mi agarre de ella, que comienza a reír. Abrazándose a mí mientras nos balanceamos—. Somos tan patéticos.
—Somos muy patéticos —concuerda conmigo, sin parar de reírse—. Pero eso es bueno. No me interesa ser patética. En el buen sentido de la palabra.
—Mi mamá quiere conocerte —le digo de repente, y por alguna razón su sonrisa disminuye, cosa que no era mi punto—. Está sorprendida del que tenga novia, según ella, no soy esa clase de chicos, por lo cual está bastante entusiasmada de saber sobre ti.
—Lo haces ver como si tu madre pensaba que eras gay —ríe sonoramente, sacudo mi cabeza con sonrisa vacilante.
—De hecho, no te equivocas del todo. Hace un par de años, cuando regresé de una fiesta junto a Brendon, estábamos ebrios. Y espero que me creas, pecas, porque cuando te digo que estábamos ebrios, ¡es porque realmente lo estábamos!
—¿Qué hicieron? —sus ojos se abren a la par de mis palabras, sopesando lo peor. Presiono mis labios en una línea.
—Pues... Digamos que las cosas se subieron algo de tono, y mamá nos cachó a ambos a las cuatro de la mañana, en mi habitación, teniendo uno de los besos más sucios, gays y condescendientes que puedas llegar a imaginar.
Tanto sus labios como sus ojos se abren con sorpresa, casi que llevando su mano a su boca para apaciguar la expresión inevitable. Pero sólo consigo reírme ante ello.
—¿No es joda?
—Oh, como quisiera que no lo fuera. Al día siguiente, tuvimos una conversación con ella, y por un momento hasta nosotros creíamos que éramos homosexuales —me encojo de hombros—, no nos habíamos retenido a los actos del otro, pero estábamos ebrios y después de un tiempo, de hablar y hasta experimentar, ambos nos dimos cuenta de que sólo había sido eso; alcohol.
—Vaya —aminora su asombro, pero permanece casi intacto—. ¿De ahí viene su peculiar trato mutuamente?
—Se podría decir —me encojo otra vez—, es algo divertido de recordar. A Devon también le pasó, pero en una disco y casi no lo recuerda. Cam, uno de nuestros amigos de la librería, fue el que lo vio.
—Tú realmente debes presentármelos. Sería genial poder hablar de todo esto junto a todos.
—¡Eh! —exclamo cuando veo sus intenciones—. No quieras aprovecharte, fue algo loco.
—Ya lo sé —carcajea—. Ahora que lo estamos mencionando, creo que debo decirte cómo fue que conocí verdaderamente a Nathan.
Hago un sonido con mi garganta, entrecerrando mis ojos.
—Teníamos trece, recién cumplidos Abigail y yo, Bexter Luka me invitó a su fiesta no muy lejos de donde yo vivía y no quería irme sola, debía llevarme a Abigail porque entonces no iría. Sería un ambiente diferente, gente fumando, con tatuajes, cosas que usualmente nos aterraba a ambas, ¿sabes? Como niñas.
>>De repente, en medio de la fiesta, ya estábamos algo tomadas, no mucho puesto que éramos novatas, nada del otro mundo, sólo un par de cervezas. Pero estaba este chico que vuelto más mierda no podía estar, era Nathan. El punto es que no sé en qué momento comenzamos a bailar, pero también nos besamos, y hasta el día de hoy creo que seguimos en las mismas. No nos afecta.
—No creo poder procesar esa imagen al cien por cien —arrugo mi entrecejo. En realidad, no lo es. Sí, son los celos invadiéndome. Pero es absurdo, ¿Nathan? ¿En serio? No jodas, Dallon—. ¿Dices que siguen haciéndolo?
—Quizá —ahora es ella quien se encoje de hombros—. Vivíamos cerca, era gay, sólo estábamos borrachos en una fiesta de secundaria. No hace mucho, en la fiesta de fin de año que llegamos a organizar, creo que fue la última vez que sucedió. Dos meses después conoció a Brad y pues, henos aquí, señor Francés.
—¿No debo estar celoso?
—¿De Nathan? —ahoga una risa—. ¿De verdad?
—Sí, pensé lo mismo. Lo siento.
—Tenemos parejas ahora, Dal. Estamos conscientes. Abigail espera un bebé, a Nathan le encanta los penes, y tú y yo seguimos teniendo un asunto pendiente.
—Así que no lo has olvidado —hago un mohín. Ella muerde su labio, sacudiendo levemente su cabeza.
La miro, no luce nerviosa del todo. Probablemente tenga esa típica sensación de revoltijo en el estómago, porque todos lo tenemos, pero sus manos no sudan ni tiemblan, su pulso está medianamente acelerado gracias a que con nuestra cercanía puedo verificarlo y sus ojos son opacos. Ya no hay sol.
—¿Por qué lo haría?
—No quería que lo hicieras, pecas.
Ella me sonríe y pronto tengo sus brazos rodeando mi cuello, sumiéndonos en un caluroso beso para la brisa que se torna densa y fría en el exterior de Miami. Muerdo y succiono con delicadeza. Es increíble que por primera vez sea yo el que está nervioso por realizar tal acto.
Pero es que, mierda, ¡es Zoe! ¡No es la prostituta del antro! ¡Ni mi prima la fácil! ¡Es jodidamente mi Zoe y ella merece alguien mejor que un canalla con bolas!
Estoy severamente aturdido, no comprendo por qué me lo tomo a la complicada. Por un lado no es sólo sexo, estoy claro qué es tener sexo. Otra cosa es "hacer el amor", y jamás en mi vida he estado tan consciente de un concepto, por lo que sé que se trata de "tener relaciones con alguien a quien verdaderamente quieras y viceversa".
¡Deja de sobre pensarlo tanto y sólo hazlo, Dallon, joder!
—¿Quieres hacerlo ahora? —pregunto sobre sus labios, con sutileza, con mi mirada azul colisionando con la suya café. Exquisito—. Tenemos otros siete días por delante.
—Tienes miedo a lastimarme —dice. Y voy a responderle hasta que me doy cuenta de que no es una pregunta, sino una afirmación—. Dal, lo hablamos...
—Ya lo sé —me estremezco—. Es que... Yo simplemente jamás me había sentido así con una chica, ¿comprendes? Antes de esto. Tengo miedo a decepcionarte, a lastimarte, a...
—Es un simple acto del cual estás alardeando. Sólo hagámoslo. Me convertiré en profesional si así lo deseas.
Por más que trato de evitarlo, me río, porque Zoe siendo sucia me resulta una novedad para alguien que se ve tan inocente, pero sé obviamente que no lo es.
—¿Qué es lo que tengo que hacer para convencerte y que dejes de ser un idiota pensando en que me vas a lastimar y para que dejes de sobre pensar y arruinarlo de esa manera?
—Me estoy tomando las cosas muy en serio, ¿no es así? —hago una mueca. Ella es la que asiente—. Tengo excusas para eso, pero serán en vano, porque estoy aprendiendo a conocerte, y eso es maravilloso.
—Maravilloso.
—Maravilloso —repito, esta vez con una sonrisa. Me acerco para besarla, e inmediatamente sus labios y su cuerpo se acoplan al mío. ¿Ella quiere algo fuera de lo común en la primera vez? Entonces que sea así—. A la mierda, te haré mía.
Sólo bastó un segundo para hacerla dar un pequeño salto y así tenerla enroscada a mi cadera, envueltos en un húmedo beso y posicionando mis manos en su trasero. Hasta este punto, ya creo estar perdiendo la cordura.
No se escucha nada por afuera de la habitación, puede que ya todos hayan ido a descansar, lo que va a la perfección para mis pecas y para mí en estos momentos. Mentiría si no es algo por lo que estaba esperando. Zoe siempre ha tenido ese algo que me hace querer arrancarme la cabeza, y no sé en qué sentido, pero así es.
Mi camisa desaparece junto a la chaqueta negra que llevaba consigo, y de nuevo utiliza una camisa con tirantes, esta vez negra con variables puntos blancos, y ese short púrpura del cual ella se encarga de remover.
La beso, la beso profundamente, siempre como si fuera la primera vez que pruebo de ese elixir que desprende sus labios al tocar los míos. Mis besos descienden con delicadeza por su garganta, entreteniéndome ahí por un par de segundos hasta que me empiezo a dar cuenta del bulto creciente entre mis pantalones. Esto es lo que ella provoca.
Se ríe contra mis labios cuando me presiona contra ella, y sé que va a decir algo pero la callo volviendo a presionar nuestros labios. Sus piernas se separan, dejándome reposar cómodamente entre ellas y con mis codos hago presión para no caerle encima.
Me gusta este ángulo, la luz de los faros entra por la puerta entreabierta del balcón y pega a un de la cama, reflejando un poco sobre ambos y haciendo sus labios brillar por la humedad recién esparcidas por mis besos. Poder apreciarla es mi actividad favorita, contando con que podría mirarla todo el día, todos los días.
Su camisa de tirantes es retirada junto a mis jeans, es cuando llega mi momento de apreciarla en una bonita lencería beige que combina con su tono de piel y me hace querer tocarla. Lo hago, sintiéndola acariciar en mi espalda y luego me acerca para besar de nuevo mis labios.
Con fuerza, logro tomarla en brazos hasta tenerla sentada en mi regazo, de manera que mi erección ya crecida, se preciosa contra la parte baja de su vientre y ella lanza pequeños jadeos momentáneos.
Yo estoy en el jodido cielo.
Las luces están apagadas, sólo hay como un rayo de luz viniendo desde la puerta del gran balcón y la brisa se cuela, mezclando frío con caliente, y las cálidas ráfagas es literalmente por lo que vivimos ahora, mientras me hundo en su cuerpo.
Y no puedo evitar pensar que se ve preciosa, diciendo mi nombre casi inaudibles jadeos mientras tiro su sostén beige por alguna parte de la habitación, poco me interesa. Ella se presiona contra mí, puedo sentirla de todas sus extremidades, que quiere esto tanto como yo. Vamos lento y seguro.
Dejo de besarla para poder retirar la última prenda sobre ella, que obstaculiza mi paso a la libertad, muerdo mi labio, pero no reprimo mi sonrisa. Oficialmente tengo a mis pecas desnuda debajo de mí.
Sus mejillas se enrojecen, sólo un poco, eso no le impide movilizarse con agilidad, y pronto la tengo encima de mí nuevamente, tomando mis manos para llevarla a sus pechos. Hermosos, carnosos y perfectos pechos. He visto muchos en mi vida, sin contar los de las películas porno, pero estos son mejores que cualquier par de pechos que alguna vez he llegado a ver, y me fascina.
Vuelvo a darme cuenta de lo mucho que lee Zoe cuando entre besos comienza a moverse sobre mí, y decido que es tiempo de ponerse en acción, por más que tengo unos segundos aferrándome al pensamiento imbécil sobre Zoe realmente siendo virgen, porque puede que sea una quisquillosa mentira de mis pecas, más no le encuentro sentido.
Me despego de ella a regañadientes, estoy jodidamente empalmado, y eso para ella puede que sea excelente ya que con sus expresiones se delata.
—Tengo preservativos en la billetera —jadeo por falta de aire, pero maldición, es lo de menos justo ahora. A la mierda el aire, yo quiero a Zoe.
Ella se remueve con rapidez para buscar el pantalón, pero lo termino encontrando yo primero. No me quejo, pude admirar su trasero en ese movimiento, le sonrío cuando lo tengo en mis manos.
—¿Cuántos penes has visto en tu vida, pecas? —le pregunto cuando estoy bajando mi bóxer para poner el preservativo en su lugar. Ella sigue mis movimientos con una sonrisa pícara amenazando con salir y luchando por mirarme a la cara. No lo consigue.
—Sin contar el porno, quizá un par, y nunca llegaron tan lejos como lo has de hacer tú —ladea su cabeza—; así que felicitaciones, Haggart.
Risoteo posicionándome frente a ella, abriendo con lentitud sus piernas. Es cuando la ola de nervios que me había abandonado por un momento regresa, y mi rostro se apaga, cosa de la que ella se percata.
—No vas a lastimarme, Dal —me susurra, dejando su casto beso en mis labios—, no soy de porcelana. Y he tenido orgasmos antes, no creo que debas preocuparte. Sólo haz lo tuyo.
Quiero parecer sorprendido, pero he de saber que con mis pecas, todo puede suceder, todo suele ser una sorpresa. Y lo he dicho, no quiero que deje de sorprenderme.
Pronto parezco ser yo el virgen y ella la experta en relaciones sexuales. Al parecer leer bastante sí es de gran ayuda. Pero recuerdo quién soy después de un segundo, pisando tierra. Por primera vez —también—, el pisar tierra me hace sentir asombroso, porque estoy con ella.
—No despegues tu vista de mí, ¿está bien? —le susurro. Mordiendo su labio, me asiente. Pero prefiero torturarla por un momento, y bajar mi boca a ese lugar tan preciado: sus senos.
Hago un camino casi clandestino desde su clavícula hasta su seno izquierdo, donde procuro empezar a esparcir lamidas y suaves mordidas, también una que otra succión mientras mi mano se encarga de darle la misma atención al otro. Y cada vez me convenzo más de que estoy en el jodido cielo.
Ella se convierte en un manojo de gemidos y jadeos, enganchando sus manos a mi cabello para hacer presión, pero mi mano se coloca encima de su boca, acallándola.
—Silencio, pecas. No queremos que los demás despierten.
Ella asiente, y cuando estoy satisfecho con mi trato hacia sus pechos, regreso a su rostro, arrebatándole otro beso profundo que me ha hecho perder más de una vez la cordura en todo este rato.
—Hazlo —me dice—, debería estar aterrada porque quieras meter esa cosa en mí, pero estoy lista. Hazlo.
—Sus deseos son órdenes —mi voz sale rasposa, encuentra cómo morder mi labio. Tomo su pierna izquierda con mi brazo, creando una mejor posición—. Mírame.
Una vez tengo su vista fija en mí, siento el zoológico avanzar por encima de mí, pisoteando todo a su merced y luego le estoy sonriendo, pronunciando un "te amo" sin emitir sonido y hundiéndome en ella de una vez por todas.
Su espalda se arquea, comienzo lento, sin despegar su vista de la mía. El azul y marrón están teniendo una pelea justo ahora, es algo maravilloso.
Mis embestidas van tomando velocidad conforme a paso de los segundos, tiene sus ojos medianamente abiertos, pero lucha por no despegar su mirada de la mía.
—Dios mío, eres tan estrecha —carraspeo, moviéndome con gentileza. Ella responde a mis embestidas moviéndose otro poco más—. Me encantas tanto, Zoe. Me encantas.
Recuerdo que una vez quise prometerme que siempre la observaría, en todos los aspectos posibles. Y me perdí de todo ello por seis años. Pero ahora estamos aquí, perdiéndonos entre nosotros mismos, saboreando la gloria y como dicen, tocando el cielo con las manos.
Saboreando el paraíso. Sintiendo el amor florecer.
Quizá sí leí unos cuantos libros de poesía en todos estos años.
—Más... Rápido —jadea y gruño, teniendo que soltar su pierna y apoyar mis codos a cada lado de su cabeza, lamiendo su cuello. Todo para darle rienda a sus órdenes de ir más rápido.
Sus manos se incrustan a las sábanas, arrugándolas. Y de nuevo estamos luchando por no perder ese contacto visual. Sus piernas se enredas en mi cadera, consiguiendo presionarse más. Empieza a mover su cadera en un vaivén realmente favorable para ambos. Suelta suspiros.
Ni siquiera cuando nos besamos dejamos de mirarnos, y me hace carraspear de excitación. Maldición, esto se siente tan bien. Estoy probando las nubes, las estrellas, ¡la galaxia entera con agujero negro y demás!
Me preparo para cuando siento el característico cosquilleo en mi estómago que me indica lo cerca que estoy de desparramarme. Pero debo prolongarlo, por lo que hago mis movimientos menos rápidos, pero con el mismo sabor, siendo deliciosamente fabuloso.
Dejo que por un momento ella lleve el ritmo, elevando sus caderas, permitiéndole tomar el control por unos minutos hasta que lo creo suficiente. Comienzo a moverme yo, sin desviarme de lo que venimos haciendo.
Acaricio y beso todo lo que tenga a mi alcance, pasando mis manos por su trasero, ese que me he muerto por tocar desde que volví a verla por primera vez en seis años. Dios, sí. Sí a todo. Gracias por tanto y perdón por tan poco.
Con habilidad tomo a Zoe desde su cuello, presionando nuestros labios en un sucio y brusco beso que responde de inmediato.
—Zoe —pronuncio entrecortadamente, sin dejar de moverme, sin dejar de mirarla—. Me vengo...
—Yo igual —articula apenas audible, siendo un increíble desastre de gemidos y más jadeos que desaparecen en mi boca.
Cuatro embestidas más y estoy acabando yo primero, puedo saber cuándo ella me sigue después. Me muevo con lentitud, esta vez permitiéndonos cerrar nuestros ojos para poder besarnos y disfrutar de la magnífica sensación de nuestros cuerpos unidos el uno al otro.
Vuelvo a atacar su cuello con mis labios. Sí, definitivamente me gusta besar esa área de su cuerpo. Tan deliciosa como su boca.
—¿Lo ves? —dice, riéndose—. Intacta.
Yo asiento con una sonrisa de lado, aun algo anonado.
—¿Ya no puedo llamarte "chica virgen"? —mi nariz roza la suya. Ella niega.
—Te dije que necesitarías encontrar otro apodo. Suerte que tienes el "pecas". No más chica virgen, hijos de puta.
Esta vez mis carcajadas sobre salen, ella tapa mi boca con su mano.
—Cállate que los chicos te van a escuchar —me doy cuenta de que se le hacen paréntesis casi invisibles cuando sonríe. Lamo su mano, la aparta enseguida.
—Nadie te manda a hacerme reír —le reprocho, mientras me percato de que sólo estamos medianamente cubiertos por una de las cobijas.
También me percato de que sigo adentro de ella, por lo que cuidadosamente salgo, incitándola a morderse su labio para no cometer alguna falta y jadear o gemir. Le hago un nudo al preservativo y lo tiro a la papelera cerca del armario.
Vuelvo a mi posición y hago que vuelva a ponerse encima de mí, abrazándola por la cintura, también beso la parte posterior de su cabeza. Hace un rato hubo una fuerte brisa que cerró la puerta del balcón, por lo que el aire acondicionado ahora funcionaba con mayoridad.
Con su nariz reparte caricias en mi cuello con su mano en mi pecho, sólo puesta ahí, inmóvil. Incluso así no puedo evitar sonreír.
—Tomaré nota de lo cariñosa que eres después de hacerlo —murmuro, ella risotea bajito.
—¿Te das cuenta que hace casi tres meses nos reencontramos? ¿Sólo así? ¿De la nada?
—Me doy cuenta.
Por un momento, su cuerpo se siente algo tenso mientras sigue dando caricias en mi cuello, ahora su pulgar se mueve en mi pecho. Acaricio su brazo, presionando el agarre de su cuerpo contra el mío.
—Dos meses y medio después de doce años —me susurra—. Yo puedo aprender a amarte también, Dal.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro