Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

twenty seven, sintiéndonos vivos.

Zoe

Despierto con la sensación de olor a alcohol, pitidos y una jaqueca considerable. Intento moverme, y a diferencia de como he leído en muchos otros libros, yo sí lo logro.

A pesar de que mis movimientos resultaron serenos, mis brazos son pesados. ¿Son cables los que están conectados a mí?

Logro abrir mis ojos por una milésima de segundo. Pero los cierro porque la luz es increíblemente cegadora y mis párpados pesan.

Mis hombros pesan de igual forma, me siento fatigada de manera rechoncha. No es bueno porque me dan ganas de levantarme e inhalar y exhalar por cinco minutos.

Es lo que sucede cuando tomo siestas por las tardes. Por eso procuro no hacerlo, no tomo siestas, sinceramente. Despierto con pesadez y dolores de cabeza que no tolero, en lo absoluto.

Intento mover mis brazos, y me doy un abrazo cuando consigo posicionarlos, la fuerza viene después. Los brazos se me sienten pesados, más no duelen, creo que es un gran punto a favor.

Deslizarme hasta quedar sentada parece ser fácil, más no lo considero así. Es incómodo. Mi puesto está caliente, puede que esté varios centígrados más arriba de lo normal, pero sólo necesito aire.

Hago la sesión de respiración, tratando de brindarle algo de estabilidad a mi cuerpo antes de esforzarme en abrir los ojos. Creo tener tiempo suficiente para ello, puesto que no estoy desesperada.

Todo a su vez. Estoy respirando, me siento tranquila, mi mente empieza a maquinar, y por lo que mis sentidos del olfato y audición pueden percibir, estoy en un hospital.

Tendría tiempo de pensar en eso. Estoy viva, es lo primordial.

Cuando hago mentalidad sobre mis brazos y su pesadez de una buena vez, los llevo a mi rostro, restregando mis ojos, y eso quizá por un par de minutos hasta que consigo estabilizarme por fin.

Remuevo las sábanas de mi regazo hacia un lado. Mis piernas están calientes, no lo soporto. Paso mis manos con toda la tranquilidad que me concierne, mientras soy consciente de todo por primera vez.

El pitido de la máquina es constante, y me recuerda a que tengo algo en el pecho que bombea y está intacto. Casi...

El olor, contando el nunca haber tenido nada en contra de los hospitales, me agradaba. Era agradable el olor a alcohol en ese momento.

Toco mi cuello con las manos que han agarrado algo de frialdad en su superficie y masajeo. Mierda, ¿cuánto tiempo he pasado así?

Sufro de miopía, y todo es simplemente borroso a la vista, punto a favor; me vale verga, porque sólo es una habitación común y corriente. Hay un televisor en la esquina superior de mi lado izquierdo, el típico sofá pegado a la pared de mi lado derecho y ventanales con cortinas de cada lado de la cama, dándome la espalda.

Recuesto mi espalda del acolchado espaldar cuando me siento "mejor". Sólo necesitaba algo de oxígeno y ventilación. Sólo un poco.

La puerta de madera se abre y un señor de edad media con una bata blanca, un lacio cabello negro y ojos profundamente cafés se aproxima con lo que denomino ¿amabilidad? ¿simpatía? ¿lástima? ¿pena? ¿ninguna-de-las-anteriores-porque-sólo-está-haciendo-su-trabajo?

Probablemente.

—¿Zoella Ainsworth? —pronuncia ojeando esa tabla con papeles que, ciertamente, no sé qué contienen, pero casi siempre me han dado curiosidad. Aun así, con el favor de Dios, jamás lo sabré. Soy una jodida estudiante de literatura, no es mi área.

Asiento, cuidando de mi cabeza todavía algo punzante y también de mi boca —muy en lo profundo—. Jamás me gustó mi nombre, por lo que a los dieciocho quise escabullirme e ir a cambiarlo a uno de esos lugares por algo más sencillo como "Zoe".

Y a pesar de no haberlo logrado, hice que todos me conocieran de tal forma por un largo, largo tiempo. Entonces mi amigos se acostumbraron y eso a mamá le molestó un poco.

Sí, quizá ya es tiempo de irle tomando aunque fuese algo de cariño a mi nombre verdadero.

—¿Sabes porqué estás aquí, Zoella? —pregunta llevando la diminuta linterna como lápiz a mis ojos, indicándome indirectamente que siguiese la luz con mis ojos después de revisarlos, creo.

—Sí..., o no..., probablemente sí, pero es difícil de explicarlo —arrugo mi nariz. Nuevamente estoy calmada, en vez de estar enloqueciendo en preocupación como debería estar haciendo. Yo lo sé—. ¿Usted podría?

—Se ve que lo único que necesitabas era descanso y proteínas —sonríe, pareciendo tomar nota de algo con rapidez. No me molesto en saber, no me interesa en realidad—. ¿Sabes qué día es hoy?

—Uh..., ¿mediados de septiembre?

—Mediados de octubre, en realidad -dice sin mirarme. Analiza las maquinas a mi lado—. ¿Año?

—¿Finales de 2015?

—Correcto —esa cordial sonrisa de todo un profesional. Vaya doctor—. ¿Emocionada por las festividades?

No pienso responder a eso, por más que mi festividad favorita sea la Navidad. Estoy en un jodido hospital.

Hago otra mueca. Mi garganta arde cuando intento hablar. Él lo nota, por lo que parece. Lo persigo hasta que llega a la pared, presionando un interruptor rojo luminoso, murmura algo y creo que le responden, pero no lo sé.

Quizá un minuto después una enfermera entra a la habitación, tendiéndole un vaso al doctor con amabilidad que él regresa en un cordial gesto. Cordial, cordial, cordial.

Empezaría a llamarlo Dr. Cordial. O Dr. C.

—¿Puede explicarme que hago aquí, exactamente? —pregunto cuando termino con el vaso de agua que me ofreció. Agradezco en un mohín al devolvérselo—. Digo..., tengo una parte del relato, pero no me despoja de la desorientación.

—Sí, sí. Veamos; tuviste varios días sin comer o beber algo, tres o cuatro días cuanto mucho, lo cual considerando cantidades de hechos, es una exageración.

»Llegaste aquí con una contusión, y una costilla casi rota, pero milagrosamente tu cuerpo estaba entero y sólo superficialmente deteriorado por hematomas. Has estado inconsciente por semana y media ya. Pudiste haber despertado como lo hiciste justo ahora hace cinco días, pero era necesario para tu salud tanto física como mental.

¿Semana y media? Pero qué...

¿Qué hay de papá? ¿Mis amigos? ¿Mi novio? Joder, mi novio... ¡Dal!

—Tu familia está bien, tus amigos también, sólo un poco preocupados. Hubo un chico que entró todos los días, ¿sabías? Se quedaba hasta tarde a pesar de todo, y se le veía bastante cabizbajo, pero estoy seguro de que las esperanzas jamás lo abandonaron. Siempre supo que estabas bien, que simplemente dormías por el cansancio, pero eso lo desesperaba.

—¿Un chico? ¿Uno castaño, casi rubio y ojos profundamente azules?

—Sí, sí. Mencionó algo sobre ser tu novio. Supongo que sí lo es, ¿no?

No puedo evitar que una sonrisa se escape casi inconscientemente desde mi comisura. Él siempre estuvo aquí, conmigo, la sonrisa del doctor delata mucho.

—¿Dijo que siempre se quedaba?

—Es todo un terco —suspira—, aunque imagino un poco sobre el porqué lo quieres. Lo demuestra. Soltar tu mano cada vez que le anunciaban que las horas de visita habían culminado era como su decisión más difícil. No hablaba, sólo se quedaba y te observaba. Incluso si yo siempre me la pasaba merodeando por aquí.

Él vuelve a reírse sin mirarme, deseando internamente y con todas mis fuerzas que continuara con la lista de personas que habían asistido mientras yo le hacía de una mala Bella Durmiente, dejándolos a todos más preocupados de lo que nunca llegué a querer.

—¿Y quién más?

—Bueno, digamos que tienes una gran familia y un buen grupo de amigos que se preocupan lo suficiente por ti como para turnarse en quien se queda mientras otro se va. Es reducido pero con calidad, y es lo que importa.

Eso lo sé. Demonios, eso sí lo sé. Y me hace sentir bien, y sé que en cualquier momento me quebraré. Pero su compañía es agradable y no me apetece del todo largarme a llorar cuando alguien está intentando ser grato.

—¿Usted sabe la razón principal por la cual estoy aquí?

—Uhm..., no realmente —deja salir una mueca—. Las razones por las cuales las personas llegan como pacientes a nuestras manos nunca ha sido cosa que incumba a los doctores. Lo dejamos en la zona personal y nos centramos en nuestro trabajo. Pero sí, llegué a escuchar.

Aparto mi vista, dejándola en las sábanas blanquecinas.

No sabía el nombre del doctor, pero de haberlo hecho, sinceramente le hubiese agradecido. He conocido doctores que son realmente fríos y hasta crueles a la hora de tratar pacientes. Pero él no lo estaba siendo, le da un punto en mi tabla de valores.

—¿Quieres que deje a tu familia entrar primero? Debemos agradecer el que no despertaste mientras uno de ellos estaba aquí, como en las películas. Entonces saldrían corriendo llamando a los doctores y enfermeras y todo sería una catástrofe —se ríe.

»También procuramos el no decirles sobre que habrías podido despertar hace casi una semana, en verdad consideramos que era lo mejor. Sólo esperamos que se pueda entender.

—¡Espere! —exclamo, antes de que su mano toque el pomo de la puerta—. Un segundo, tengo más preguntas. ¿No le molesta, por favor?

—No, no —responde mirando el reloj en su mano—. Tenemos tiempo. Faltan unos quince o veinte minutos para que empiecen las horas de visita. Pero pensaba hacer una excepción.

—Claro..., pienso que será algo breve de todas formas —restriego mi rostro con mis manos. Mis brazos ya no pesan tanto como al principio, cuando analizaba las maquinas debió haber desconectado algunos cables, supongo.

—Entonces eres bienvenida a preguntar. Estás en todo tu derecho.

—Vale —suspiro—. ¿Cuál es su nombre?

—Soy el Doctor James Dewey, y he sido tu doctor desde que llegaste acá y lo seré hasta que salgas por esa puerta sana y salva.

Su sonrisa se me hace contagiosa. Me hace sentir como si tuviese trece, me siento como una niña a la que la están tratando de lo mejor, dándole algo de atención.

Creo que no me incomoda el que me trate como una niña en este momento, no me siento con la capacidad de poner alguna resistencia madura. Sólo lo dejo ahí.

—De acuerdo. Eso quiere decir que si usted es mi doctor debe conocer un tanto mi familia.

—Se puede decir que sí. Conozco a tu padre, Zoe, fuimos amigos en la universidad. Claramente luego nos graduamos y ambos formamos nuestras vidas, pero los recuerdos quedan.

—Oh, claro —sonrío—. Papá era alguien genial en sus tiempos, y lo sigue siendo. Realmente todo queda.

—Por supuesto —regresa la sonrisa—. Es como devolverle un favor a un buen amigo. Entonces están tus amigos, especialmente un chico y una chica, usualmente vienen antes de tu novio, pero han hecho hasta lo imposible por mantenerse tranquilos y no despertarte. Creo que ellos lo han comprendido.

El Dr. Dewey parece saber la información correcta que plantearme sin que yo le diga nada, como sabiendo exactamente qué es lo que yo deseo saber. Lo imagino con mi papá en su tiempo de Universidad.

Papá era de la clase popular, con Elvis Presley, chicas y motocicletas. Pienso que al llegar mamá, no todo acabó, pero sí logró sentar algo de cabeza. Nadie amaba más a mamá de lo que John hacía, así que el que el Dr. Dewey estuviese "devolviendo un favor a un amigo" me parece fenomenal. Y quizá hasta nostálgico.

Puedo asegurar que el chico se trata de Nath y la chica de Abi, y me siento idiota nuevamente por haberlos asustado de tal manera.

—Dr. Dewey —él hace un sonido con su garganta—. ¿Aquí hospedan a otra paciente apellidada "Nelson"? ¿Chloe Nelson?

Su mueca en duda no me favorece del todo. No sé si lo está pensando o si se está preparando para darme una noticia que no quiero saber, y eso él lo sabe.

Sin embargo, pasa un minuto en donde sus labios fruncidos se mueven de aquí a allá sin darme respuesta, pero lo miro con toda la paciencia que retoma mi interior.

La máquina a mi lado proyecta el cómo los latidos de mi corazón aumentan su velocidad, por lo que al percatarse de ello prosigue a contestarme.

—Creo que sí. Llegó al mismo tiempo que tú, pero ella..., ella está un poco más grave. Soy tu doctor, ella debe tener otro, pero...

—¡¿Pero?! —insisto en que continúe, pero él sólo calla, dejándome con un vacío—. ¿Sí tiene noción de quién le estoy hablando, no?

—Sí lo sé; es la chica pelirroja de ojos claros. Pero no está de mi parte decírtelo, Zoella.

—Dr. Dewey, necesito saber, no tiene idea de nada —empiezo a desesperarme, a alterarme. La máquina lo refleja con claridad—. Usted no sabe por lo que ella y yo hemos pasado.

—Zoe...

—¡Sólo respóndame una cosa! —exclamo. Me percato de que mi tono de voz lo ha espantado un poco, así que trato de respirar para formular—: ¿Ella está viva?

Él, después de un segundo de mirarme en un gesto dramático que lo que hace es llevarme al borde de la locura y desesperación, suspira dejando la tabla a un lado de la cama y apoya sus manos del acolchado.

—Sé que usted lo sabe. Pero créame que prefiero saberlo de usted antes de que alguno de mis amigos. Estarán igual de rotos.

Él vuelve a suspirar, pero le vuelvo a rogar.

Sé que las cosas no están bien. Sé que probablemente Chloe no esté bien. Pero ya ha dicho que sabe quién es y que ha llegado al mismo tiempo que yo, cosa que para mí quiere decir que por lo menos ella está respirando, aunque sea que lo esté. Que lo esté.

—Muy bien, muy bien —da otro suspiro—. La paciente Nelson llegó aquí...

—Por favor —interrumpo—, tampoco vaya a explicarlo en términos médicos poco comprensibles, no estoy en condiciones de hacer cabeza. Que sea lo más coloquial posible, por favor.

Sonríe ante mis muecas, pero prosigue.

—Llegó bastante mal, Zoe, no voy a mentirte. Las cosas se complicaron, supe lo que había pasado. Los cuchillos usualmente están infectados, eso no ha ayudado en absoluto. Hemos estado intentando hacer lo mejor que podemos pero hasta ahora sólo hemos conseguido el mantenerla viva estando conectada a máquinas.

—¿Es-está en coma? —tartamudeo.

Mi pecho se contrae, lágrimas se deslizan enseguida por mi rostro y ahogo un sollozo contra mi mano.

—Es lo más que se ha podido hacer hasta ahora, Zoe —repite en una mueca—, perdió demasiada sangre, y las infecciones son graves. No creo que sea tan difícil de comprender, pero también sé que no es fácil el decirte algo como esto.

Asiento sollozando.

No, no lo es. Le doy la razón. Y me siento culpable. Siento que yo la llevé a ese extremo, que yo empeoré las cosas.

Quiero verla, pero el saber que está en un estado vegetal, y que son sólo unas máquinas la que la mantienen viva como ha dicho el doctor, no quiero hacerlo. No quiero verla así. No quiero verla más rota de lo que ya estaba en un principio.

Además de eso, sé lo que pasó en el último momento, unos segundos antes de todo, y hasta probablemente en cuántos segundos ocurrió todo:

Tomé el arma que estaba en el suelo, escapándome de la vista de Dallon, se me ocurrió algo que vi en una película —Los Juegos Del Hambre, para ser exactos—. Disparé en el brazo de Wesley, ese que asfixiaba a Chloe, su mirada me hablaba por sí sola. Cuando disparé, ella lo tiró al suelo, y por instinto volví a disparar, esta vez con los ojos cerrados, a mi suerte.

Wesley está muerto. Yo lo maté.

Pero el remordimiento no me afecta, porque considero que hice bien. Fue en defensa, no soy una asesina.

Luego yo solté el arma, prácticamente la lancé hacia ella, y entonces logró tomarla justo antes de que —a quien conocí como Ethan, uno de los culpables de mi cicatriz de por vida— llegara a por ella.

Para ese entonces él ya había tomado el cuchillo que poseía Wesley antes de yo disparle. Chloe lo dijo; él tenía un cuchillo. Y luego, Ethan forcejeó, intentando quitarle el arma.

Lo que consiguió fue un disparo en todo el centro del estómago, y como acto de reflejo —o eso quiero suponer—, terminó por enterrar el cuchillo en el costado de Chloe, cayendo ambos al suelo después.

Yo estaba en los brazos de Keith, que había logrado zafarse, lo golpeó con la silla a la que estaba amarrado una vez yo disparé.

Por lo tanto, ella mató a Ethan. Pero no somos asesinas, no...

¿Una de las peores partes? Lo recuerdo absolutamente todo a la perfección. Me aterra. No lo comprendo.

Me tranquilizo para cuando el Dr. Dewey de pasar a mi papá, a mis hermanos y a mi sobrino primero. Me abrazan con toda la fuerza que necesito. Papá no evita soltar un par de lágrimas y debo soportar los reproches de indignación por parte de Daniel.

Mientras que Keith, él parece que con sólo abrazarme, esparcir besos por mi sien y sostener mi mano se conforma. Al igual que Nick, que al no tener siquiera idea de qué hace ahí, procura no soltar mi cuello.

Refunfuñan cuando el Dr. Dewey les avisa que deben salir, quizá una hora y media después, y es cuando Nathan, Brad, Abi y Brendon se avecinan por la habitación.

Veo a Brendon igual de cabizbajo que Nathan, intento consolar aunque sea un poco a Abigail y a Brad, porque están nadando en un mar de lágrimas.

Me hablan sobre los últimas noticias, sin mencionar nada sobre lo ocurrido, y en parte lo agradezco, me hace saber que no hay prisa y que se puede discutir después. No me siento bien del todo para haber dormido casi dos semanas.

Abigail tiene su panza más crecida, la acaricio hasta que no lo tolero y largo a llorar un poco. Abrazarla ha resultado más complicado de lo imaginado, pero no quiero soltarla. Se ve incluso más hermosa.

Me cuentan que la semana para saber el sexo del bebé ya había pasado. Sin embargo, teniéndome aquí, Abigail insistió en que no quería saberlo si yo no estaba presente, y por más que al pobre de Brendon lo haya carcomido por dentro, lo entendió.

Lo abracé con fuerza antes de que todos salieran, susurrándome "Dal está ansioso como el demonio, enseguida vendrá". Y después de sonreírle se retiró junto a los demás.

Sus palabras cobran sentido cuando siento la puerta abrirse con suavidad unos minutos después. Y lo veo entrar.

Es de noche ya, y el doctor Dewey había entrado para prender unas lámparas, así la molesta luz blanca de la habitación no molesta, y yo podría apagarlas cuando desease. Han pasado casi cuatro horas desde que desperté, mi conversación con el doctor y desde que dejó pasar a mi papá y hermanos.

No estoy realmente cansada, sólo indignada de seguir en este lugar, pero bien sé que tendría que quedarme por más días o semanas. Supongo que está bien si de mi salud trata.

El ver a Dallon parado frente a mí, midiendo sus movimientos con cautela y precisión, hace a mi corazón revolotear.

He estado a punto de perderlo. En esos tres días me había sido suficiente el asimilar las cosas.

Estoy enamorada de Dallon, y lo amo.

No cuento la cantidad de tiempo que pasamos en el necesitado abrazo, pero comienzo a llorar por enésima vez en cuatro horas y siento que voy a deshidratarme si no paro ya. Pero al verlo, al tocarlo, al saber simplemente que está ahí y no lo he perdido, me hace sentir viva.

—Nunca vuelvas a asustarme de esa manera —susurra en mi oído—. Por favor...

Hago un espacio a mi lado en la estrecha cama lo suficientemente amplio para que él pueda caber en él y vuelvo a abrazarlo con bastante fuerza. Aun sin caer en cuenta en la realidad de mis sentimientos, y que después de mucho tiempo, caí.

Yo terminé cayendo en ese mismo hueco, y no me arrepiento en lo absoluto.

Acaricio su rostro, tiene sus ojos cristalinos pero no llora, sabe que estoy bien y me aseguro el hecho de que algo así jamás volverá a pasar. Nada repentino, nada de ese calibre..., nada que pueda volver a poner nuestras vidas en peligro.

Las palabras no son necesarias en este momento. Vernos a los ojos es más que suficiente, llena ese espacio que ha quedado vacío por lo que se sintió un milenio. Acaricio su nariz con la mía, mis dedos delinean su mandíbula. Su brazo derecho se pasa por debajo de mi cabeza, con su mano proporciona caricias.

Caricias que me hacen sentir a salvo.

Su mano izquierda está ocupada, dejando las mismas caricias en mi mejilla con lentitud.

Y siento la necesidad de probar sus labios que jamás se me habían hecho tan apetitosos, jamás de esa manera. Así que lo beso con fuerza, cerrando mis ojos y probando cada extremo que se me permite. Con su lengua delinea mi labio inferior, pidiendo permiso para adentrarse a mi cavidad bucal.

No pasa nada hasta que cedo, colisionando su lengua con la mía en un beso necesitado pero lento. Ladeamos nuestras cabezas al ritmo de este, presiono su nuca hacia mí, acercándolo incluso más.

Nos separamos con lentitud cuando el aire nos queda poco, sólo dejando uno que otro pequeño beso hasta que tenemos nuestras frentes unidas, sin abrir los ojos.

—Hola —susurro. Percibo su pequeña mueca que disfraza una sonrisa.

—Hola. ¿Cómo te sientes?

—Mejor de lo que esperaba, en realidad.

Él se ríe. Y recuerdo lo mucho que amo el oírlo reír. Silenciosamente hago un recuento de todas las veces que lo escuché reír, ya fuese por algo más o por mí. Pero más que todo, amo cuando ríe por mí. Cuando soy yo la dueña de esa sonrisa que me enloquece, cuando sus labios parecen ser de alguna animación porque no parecen reales.

Hago un recuento hasta donde logro recordar y denomino uno que otro mi favorito.

Sí, lo amo. Lo amo con locura.

—El doctor Dewey resultó ser alguien agradable —le comento en otro susurro. No es necesario hablar en un tono regular tomando en cuenta tal cercanía—. Comentó algo sobre ti pasando la mayor parte de tu tiempo acá.

—Doctor traidor —farfulla por lo bajo. Vuelvo a sentir el cosquilleo cuando me hace reír—. Creía que no había comentado nada. No pude evitar hablarle sobre ti en todo ese tiempo, así fuese sólo un par, él simplemente se recostaba de una pierna y me oía decir cosas incoherentes.

—¿Incoherentes?

—Vale, ni tanto —se ríe—. Pecas, es que no tienes ni la menor idea de lo mucho que nos asustaste a todos...

Intento sacudir mi cabeza. Mi mano cubre su boca, impidiéndole seguir hablando.

—Yo estoy bien, ya no importa. Yo estoy completamente bien, ¿sí?

Él suspira con algo de resignación y vuelve a abrazarme. Sus abrazos siempre me hacen sentir segura, a pesar de que lo consciente que estoy de él pensando lo contrario.

Eres suficiente para mí, Dal. Lo eres, de ahora en adelante. He aprendido, en poco tiempo, el saber apreciarte, el saber valorarte, el saber enamorarme. El saber amarte. Pero lo más importante: el saber amarte de la misma manera en la que me amasa.

Presiento tu amor justo en mi pecho. Cuando te entregas en cada abrazo, en cada beso, en cada caricia, en cada risa. Esa vez que te entregaste aen cuerpo y alma. El saber que estuviste ahí conmigo, sosteniendo mi mano, en uno de los peores momentos. Sujeto a la esperanza de que yo volvería abrir mis ojos.

Pero yo lo añoraba un tanto más que , así no lo creas, porque de no haber sido así jamás hubiese tenido la oportunidad de volver a verte sonreír, de volver a hacerte reír a joviales carcajadas que llenan mi ser. Jamás me hubiese percatado de lo mucho que te amo.

Porque te amo. Y mucho.

—¿Cómo está Devon? -pregunto, queriendo sonar lo más cautelosa posible. Él suspira.

—Devastado. Pero tiene las esperanzas suficientes para seguir. No se despega de su habitación, pasa ahí las cinco horas de visita si le es posible. Y además, el doctor le ha recomendado el hablarle ya que eso puede que ayude aunque sea un poco, así que ahora lo hace con frecuencia, sobre lo que sea.

No me es difícil imaginarlo, pero no insisto en el tema, tendría tiempo de pensar en ello. Por el momento, estoy ocupada con él en brazos.

—Si quieres duerme un poco, pecas, mañana será mejor.

—Dormí por casi dos semanas, Dal.

—Ya lo sé, pero sigues débil. Necesitas reposo.

—Es cierto lo que dijo Dewey sobre tú siendo terco —río acariciando su nariz con la mía. Él bufa, riéndose conmigo—. Pero está bien, lo haré.

Y cierro mis ojos. Logramos quedar en la posición donde él queda boca arriba y mi cabeza se recuesta sobre su pecho. Adoro el latir de su corazón, lo adoro.

—Te quiero, Zoey...susurra en la penumbra. Mi mano se acopla a la suya, y para el momento en el que él besa el dorso de esta, yo subo mi vista.

Me deslizo hasta quedar en el hueco que se forma entre su hombro y cuello.

Sin soltar su mano, pregunto:

—¿Seguro?

A lo que él contesta:

—Más de lo que alguna vez podrás llegar a imaginar.

Pero lo miro. A pesar de la poca luz sus ojos siguen brillando. Siempre brillando, siempre.

Me reflejan sus sentimientos. De pronto siento miedo de que los míos no estén reflejando lo mismo, así que lo beso, lo beso con furor, con ganas. Con sentimiento.

Vuelvo a tomar rienda de sus labios, soy prisionera de ellos, soy su prisionera. Quiero decírselo, gritárselo, imprimirlo y empapelar el país entero con ello.

Las máquinas comienzan a delatarme, así que antes de que sea muy tarde y mi corazón explote, confieso:

—Te amo.

Y la bomba se desactiva. Mi corazón está a salvo.

Pero está a salvo porque vuelve a envolverme a él. Vuelve a besarme con la misma intensidad. Devuelve el par de palabras con gran significado.

Vuelve a hacerme sentir viva.



Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro