Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 9. Segunda parte

Aquí está la segunda parte...

Agarren sus pelucas porque se viene algo intenso.

.

.

.

.

.

«Joder, joder, jodeeer.»

¿En qué demonios estaba pensando?

¿Cómo se me ocurría enfadarlo tanto?

Un dominante y castigador de hombres confeso me llevaba al hombro; no podía culpar a nadie más que a mí misma.

«Muy bien, Jimin, te has lucido», me reprendí. Bajo mis manos percibía literalmente la rabia que bullía en su piel y la tensión de sus músculos, que se contraían con cada una de sus zancadas.

Notaba igual de tenso el brazo con el que me rodeaba, y me apretaba con fuerza contra el ángulo de su hombro. El corazón se me aceleró de forma dolorosa hasta resonarme en los oídos.

Se me pasó por la cabeza pedir socorro a gritos —el señor Lee, el ayudante, mayordomo o lo que fuera de Yoongi, debía de andar por la casa—, pero me contuve, llevada por mi injustificada confianza en él, y decidí, estúpido de mí, seguir adelante. Pasara lo que pasase.

Yoongi se detuvo delante de una puerta al final del pasillo y volvió a dejarme con brusquedad en el suelo. Me tambaleé, mareado por la descarga de adrenalina que me recorría el cuerpo.

—Última oportunidad para cambiar de idea —murmuró con voz ronca, pero me mantuve firme y lo miré en silencio, respirando despacio por la nariz.

Tenía que saber qué hacía, cómo podía llegar a ser. Además, estaba tan nervioso que se me cerraba la garganta y tampoco creía que pudiera hablar en ese momento.

—Mira que eres testarudo, joder — bramó Yoongi con la mirada fija en mí.

Entonces, como si hubiera pulsado un interruptor, lo vi cambiar delante de mis propios ojos. Su rostro se tornó inexpresivo, falto de emoción, como súbitamente cubierto por una máscara que le ocultara los rasgos. Se encorvó amenazador y todos los músculos de su cuerpo se tensaron. Me pareció más alto, más corpulento y cien veces más intimidatorio. Cuando se volvió hacia mí vi que irradiaba poder y control; todos los poros de su piel rezumaban autoridad, y su mirada, extrañamente ausente, rebosaba intensidad.

Así era el Yoongi dominante.

—En cuanto crucemos esta puerta ya no hablarás salvo que yo te lo diga. ¿Entendido?

Me soltó aquello con una voz recia y áspera que no conocía. Asentí de inmediato. El corazón me aporreaba el pecho.

—Cuando tengas que hablar te dirigirás a mí como «señor» o «amo», porque, para ti, yo soy quien manda. ¿Queda claro?

Sus ojos oscuros brillaban, pero de un modo muy distinto al que yo estaba acostumbrado. Volví a asentir. La sangre me zumbaba en los oídos y casi ahogaba sus palabras; me masajeé el pecho con una mano para intentar calmar mi desbocado corazón. Creo que no había estado más aterrado en toda mi vida.

—Dilo —me ordenó con el rostro hermético, impenetrable, y la mandíbula tensa.

—Sí —chillé.

—Sí, ¿qué? —me exigió en un tono grave, seco y desconocido para mí, al tiempo que se acercaba amenazador.

Mierda.

—Sí, señor.

—Me responsabilizo de tu seguridad, estarás a salvo, pero, si te impongo una regla y la incumples, recibirás el castigo que yo crea conveniente. ¿Entendido?

Me miró frunciendo el ceño, y empecé a dudar seriamente de mi determinación de seguir adelante. ¿En qué demonios estaba pensando? Como bien me había advertido antes, Yoongi parecía ahora otra persona... Una a la que no es que me apeteciera especialmente conocer mejor.

—Sí —susurré nervioso. Enarcó una ceja y me entró el pánico—. Señor — añadí enseguida.

—Cuando entremos, quiero que te quites la camisa y te sientes en la silla de madera.

Dicho esto abrió la puerta, se apartó y con una seña me indicó que pasara primero. Inspiré hondo, me armé de valor y entré con paso vacilante en la estancia.

La primera sensación que mi mente aterrada registró fue alivio, porque era un cuarto como muchos otros, parecido, de hecho, al dormitorio de Yoongi. En el centro había una cama adoselada con sábanas celestes, de las ventanas colgaban cortinas de un azul tenue, y el mobiliario estaba compuesto por varias cómodas de roble muy elegantes. Uf.

Ningún instrumento de tortura a la vista.

No había estantes en las paredes ni artilugios espeluznantes a los que atarme; en general, todo parecía muy normal. A lo mejor Yoongi exageraba, a lo mejor todo salía bien. A lo mejor yo estaba al borde de un ataque de pánico y procuraba distraerme con desvaríos y pensamientos que empezaban por «a lo mejor...»

Recorrí la estancia con la mirada y vi la silla de madera a la que Yoongi se había referido. Con dedos temblorosos fui a desabotonarme la camisa mientras me dirigía hacia ella, al tiempo que Yoongi entraba en un vestidor que estaba situado al fondo de la habitación.

Cuando por fin conseguí quitarme la dichosa prenda, la colgué del respaldo de la silla y me senté hecho un manojo de nervios; me sentía completamente estúpido, allí desnudo en una silla en medio de aquel cuarto.

Entonces Yoongi regresó y se situó delante de mí. Iba vestido todavía solo con la parte inferior del pijama. Pese a lo estresante de la situación, no puede evitar admirar lo sexy que estaba así: los pantalones de suave algodón le colgaban holgados de las caderas, ajustados a sus muslos y entrepierna, insinuando apenas el asombroso cuerpo que yo sabía que se ocultaba debajo.

Cuando volví a mirarlo a los ojos descubrí que me observaba detenidamente, su gesto aún impenetrable, así que me quedé allí sentado, callado, la espalda recta, sosteniéndole la mirada. Yo me lo había buscado, no iba a revelarle mi miedo.

Pero estaba asustado, vaya si lo estaba.

—No me mires —me indicó.

¿Qué? Pero si le obsesionaba que mantuviera el contacto visual...

—¡Obedece! —me espetó con el rostro encendido de rabia.

Ceñuda, le eché un último vistazo y tras bajar la mirada al suelo, odié de inmediato que hubiéramos perdido nuestra conexión habitual.

—Eso está mejor —dijo y, alargando la mano, me acarició una mejilla.

Para mayor confusión, su voz volvía a ser suave, casi como la del Yoongi al que estaba acostumbrado, y a punto estuve de levantar la cabeza para tranquilizarme. «Respeta sus normas», me recordó enseguida mi pobre mente aterrada.

—Si en algún momento quieres parar, la palabra de seguridad será «burbuja» —me explicó Yoongi en voz baja, pero su tono suave solo hacía que sus palabras sonaran más espeluznantes. No pude evitar mirarlo con expresión perpleja.

¿Burbuja?

—¿Por qué iba a necesitar una palabra de seguridad? —chillé sin pensar; el corazón me latía con tanta desesperación que parecía que fuera a salírseme del pecho.

—¡Nada de preguntas! ¡Baja la mirada! —me gruñó furioso—. Se hará lo que yo diga: si quieres parar, di la palabra. ¿Cuál era, Jimin? —dijo con una voz tan autoritaria que me removí en el asiento.

Menos mal que estaba sentado, porque las piernas me temblaban tanto que, de lo contrario, probablemente ya me habría caído de culo.

Sí que era espeluznante todo aquello. Yo no era más que una librero, por el amor de Dios, un librero aburrido, aburridísimo. ¿Cómo demonios me había metido en una situación en la que podría llegar a necesitar una palabra de seguridad? La cosa empezaba a tomar un giro tan aterrador que hacía que me cuestionara seriamente mi cordura.

—Burbuja —mascullé con voz pastosa sin alzar la vista del suelo y aferrándome al borde de la silla en busca de estabilidad.

Empecé a ver puntitos de luz delante de los ojos a la vez que procuraba controlar la respiración e inhalar el aire necesario. Desde luego, no era buena señal. Se mezclaban en mi pecho pánico y excitación en grandes dosis, y empecé a pensar que iba a desmayarme.

—¿Perdona? —me espetó Nicholas visiblemente enfadado, y di un bote en el asiento al reparar en mi error.

—La palabra de seguridad es «burbuja», señor —rectifiqué con una pizca de sarcasmo por los nervios. Uf, tenía que acordarme de lo de «señor» y dejar de cabrearlo.

—¿Te burlas de mí? —preguntó incrédulo, y me aterró.

Acto seguido se dirigió al vestidor, de donde regresó al poco.

Estaba a punto de disculparme cuando me fijé en lo que llevaba en las manos. ¿Desmayarme? No, casi me da un infarto.

Se situó a mi espalda e inclinándose me susurró al oído:

—No voy a tolerar el sarcasmo de mi sumiso, Jimin. Abre la boca.

Me lo dijo en voz muy suave, pero estaba muerto de miedo tras ver lo que traía. Apreté los labios y me pregunté si podría, quizá, marcharme en ese instante.

Sin embargo, por absurdo que parezca, quería demostrar a Yoongi que era lo bastante fuerte para soportar aquello. Había sido yo quien le había pedido que me mostrara su lado oscuro y, si me iba, siempre me sentiría débil y me preguntaría qué habría pasado. No, maldita sea, debía quedarme, decidí con firmeza. Estaba prácticamente seguro de que Yoongi no se excedería conmigo, y la verdad es que, en el fondo, sentía curiosidad por ver qué más me tenía reservado.

Además, debo reconocer que, por alguna perversa razón, me excitaba muchísimo todo aquello. Me notaba duro entre las piernas y, aunque la cabeza me decía que eso no estaba bien, sabía que mi cuerpo no estaba de acuerdo.

—Querías que te tratara como mi sumiso, Jimin. Pues bien, esto es lo que sucedería si alguien me desafiara. O usas la palabra de seguridad para pararlo o abres la boca, tú eliges. No voy a repetírtelo —me dijo en un tono tan glacial que se me erizó el vello de los brazos y tuve que abrazarme de inmediato para ocultar el temblor de mis extremidades. Mierda. De pronto la respiración se me hacía muy difícil. Me costaba decidir qué debía hacer: ¿quedarme o salir corriendo? ¿Descubrir su lado oscuro o huir del primer hombre con el que había sentido una conexión? La cabeza me daba vueltas.

Aquello era un error en muchos aspectos y, sin embargo, me ponía a cien: tenía los pezones tan duros que me dolían y ansiaba desesperadamente algún contacto entre mis glúteos. No podía negar la evidencia: no quería que parara. ¿Qué demonios me pasaba? Seguramente era pecado desear eso. Tragué saliva, templé mis emociones y aparqué los sentimientos encontrados para analizarlos en detalle más adelante, cuando estuviera solo.

Quizá tuviera que leerme unos cuantos libros de autoayuda al día siguiente para resolver mis problemas personales.

Inspiré hondo para reunir valor, dejé de apretar los dientes y, súbitamente lleno de valentía, abrí la boca como Yoongi me había ordenado. Estoy casi seguro de que lo oí resoplar a mi espalda; por lo visto, esperaba que usara la palabra de seguridad y me acobardara, y pese al miedo me complació un poquitín asombrarlo.

Recuperando la compostura, Yoongi me pasó una mano por delante y me metió en la boca una pelota blanca, algo más pequeña que una de golf, con una correa de cuero en cada extremo, o un collar, supuse. Me lo ató a la nuca, amordazándome de forma eficaz. De hecho, la pelotita era lo bastante pequeña para permitirme coger aire por la boca, pero me retenía la lengua de tal modo que me impedía hablar.

Se me pasó por la cabeza que no podría utilizar la palabra de seguridad, pero, antes de pensar seriamente en ello, noté el aliento de Yoongi en el cuello.

Se agachaba para hablarme.

—Es posible que ahora te cueste decir la palabra de seguridad, Jimin, así que, si quieres que pare en algún momento, levanta la mano y me detendré de inmediato.

Mientras hablaba me rozaba con los labios la piel caliente. Se me erizó el vello y me estremecí de deseo. La súbita dulzura de Yoongi y el que me proporcionara otro modo de parar aquello me relajaron y noté que los músculos se me distendían cuando apoyé de nuevo la espalda en la silla. Era extraño que, dadas las circunstancias, me encontrara tan sereno; quizá, en el fondo, confiara en Yoongi mucho más de lo que creía.

—Por fin te sometes —masculló, tal vez más para sí mismo que para mí, con un visible deje de frustración.

Me masajeó los hombros con suavidad unos segundos y, situándose delante de mí, sacó algo que llevaba a la espalda y me lo mostró.

Mi respiración ya alterada se aceleró casi hasta el jadeo.

¡Joder! Era... Era una cosa que no le había visto antes. Debía de habérselo escondido en la cinturilla elástica del pantalón del pijama, porque estaba segura de que hacía un instante no lo tenía. Si hubiera llevado eso en la mano, se lo habría visto, seguro.

Por un segundo me pareció que el objeto era la pala que me había propuesto que usara en mi piso hacía unas semanas, porque el mango era similar, pero cuando lo bajó descubrí que era completamente distinto. De aquel mango macizo pendían multitud de tiras de... ¿qué? Al verlo de cerca pude distinguir cuero, ante y unas cuantas fibras más toscas que me resultaban desconocidas. ¿Algún tejido anudado, quizá? Por cómo lo sostenía, parecía un pompón de animadora cuyas finas hebras colgaban lacias, aunque supuse que no era eso.

Se alzó imponente sobre mí, aún vestido solo con el pantalón azul marino del pijama, por alguna razón aterrador y sexy de mil demonios a la vez, y balanceó el objeto suavemente hacia delante y hacia atrás. Inspiré a duras penas y, mientras contemplaba aquel artefacto llegó hasta mí el aroma de Yoongi.

—Esto es un látigo de colas —señaló con tranquilidad, haciéndome enarcar las cejas hasta arrugar la frente. Vaya, eso saciaba mi curiosidad. Era un látigo de colas; el nombre no dejaba mucho espacio a la imaginación, ¿no?

—Pese a lo que puedas pensar, sirve para producir tanto placer como dolor, Jimin. Si haces lo que te ordene sin titubear, lo usaré para satisfacerte; si me desobedeces o incumples alguna de mis reglas, lo emplearé para castigarte. ¿Entendido?

Había vuelto a hablarme con voz grave, acerada y teñida de una autoridad que, no sé por qué, me emocionaba tanto que me tenía estremecido, revolviéndome en el asiento e intentando calmar mi rabiosa excitación.

Asentí aturdido, con los ojos aún fijos en el látigo de colas. Parecía inofensivo, así de laxo, pero estaba casi convencido de que esas hebras finas me causarían dolor si él así lo quería. El pensamiento me hizo temblar, pero no sabía si de miedo o de expectación.

Dios mío, ¿por qué oscuro camino me había llevado aquel hombre que, de pronto, empezaba a ver aceptables, e incluso potencialmente placenteras, todas esas cosas? Parpadeé varias veces para despejarme, incapaz de centrarme en la batalla que se libraba en mi cabeza y consciente de que tenía que recuperar la cordura de inmediato.

—Me has pedido que te enseñara este lado mío, ¿lo recuerdas, Jimin? —me dijo Yoongi mientras volvía a rodearme con el látigo de colas colgando a un costado—. Levántate, ve a la cómoda que hay junto a la cama y agárrate al borde —me ordenó con sequedad, y obedecí, como buen sumiso.

Estaba ya tan excitado que apenas podía soportarlo, y quise hablar para pedirle que empezara, pero la bolita de la boca convirtió mis palabras en un simple gemido de deseo.

Por fin lo oí situarse a mi espalda. Con una mano me rodeó desde atrás y posándola en mi vientre me atrajo hacia sí. Noté su erección sobre las nalgas. La tenía caliente, dura y lista, y de pronto me vi empujando las caderas hacia su cuerpo. Por lo que parecía, Yoongi estaba pasándolo en grande. Bajó los labios a mi hombro y me dio un mordisquito.

—Estate quieto —me advirtió y luego me separó las piernas con la rodilla para estabilizarme un poco—. No te sueltes de la cómoda —me ordenó con brusquedad mientras me echaba las caderas hacia atrás hasta dejarme inclinada con la vista pegada a los cajones.

Reparé en que en esa postura la mordaza me hacía salivar en exceso, y tuve que concentrarme en tragar cada cierto tiempo para no babear. Qué cosa más desagradable.

—De momento lo estás haciendo muy bien para ser la primera vez, Jimin—me confesó sensual al oído—, pero me has desafiado en una ocasión al hablar sin mi permiso. Tienes que aprender a no cuestionarlo todo. Voy a castigarte un poco por desobedecerme... Y luego te daré un placer inmenso —me dijo en un tono calmado pero tremendamente sugerente.

Cielo santo, ¿primero me castigaría y a continuación me daría placer? Qué embriagadora combinación. Un cóctel de miedo y deseo me tensó entero y, en contra de lo que cabía esperar, mi erección creció. Pero bueno... ¿qué clase de monstruo era?

—Relaja los músculos —me ordenó Yoongi en un susurro mientras me masajeaba con delicadeza el trasero desnudo con la palma de la mano—. Si te relajas, esto te gustará en lugar de dolerte.

Intenté hacerle caso, de verdad, pero cuando sabes que te van a azotar, no, azotar no, ¡flagelar!, resulta difícil conseguir que los músculos te obedezcan. Puede que Yoongi se diera cuenta, porque noté que algo suave me recorría la espalda en una especie de sensual jugueteo. Fue algo casi hipnótico que hizo que mis músculos se distendieran instintivamente. No parecía que me rozara con los dedos, pero no lograba adivinar con qué otra cosa podía hacerlo. ¿Con una pluma, quizá?

De pronto sentí un golpe en la nalga tan fuerte que me vi impulsado hacia delante. El primer latigazo. Caí en la cuenta de que la suave sensación que había notado en la espalda hacía un momento me la habían proporcionado las puntas del látigo de colas. ¡Dios mío! Yoongi tenía razón: esa cosa podía producir tanto dolor como placer.

Mordí la pelotita de la boca, y el inesperado escozor que empezaba a calentarme la piel me hizo gemir.

—Chis. Relájate, nene —me susurró Yoongi, su voz parecía de pronto más calmada.

Y ahí estaba otra vez esa palabra, «nene», que sonaba tan tranquilizadora en sus labios incluso en esa extraña situación. Cuando vi que se alejaba supe lo que venía después y me tensé, previendo el siguiente golpe. En esa ocasión Yoongi me sacudió en la otra nalga. Acto seguido se inclinó y me dio en la espalda un beso febril con la boca abierta, pero luego se apartó y volvió a arrearme con el látigo. Me besaba y me golpeaba, menuda locura. Siguió flagelándome durante más o menos un minuto hasta que las dos nalgas me ardieron y empezaron a dolerme más que un poco.

Como me esperaba otro latigazo en el trasero me pilló por sorpresa que Yoongi sacudiera el utensilio entre mis nalgas separadas y me diera directamente en el ano. Joder, ese golpe fue mucho más suave e increíblemente erótico. Gemí en la pelotita de la boca y, traspuesta por el bajón del miedo que había sentido y por el creciente placer, agaché la barbilla y me así a la superficie de la cómoda en busca de apoyo.

—¿Ese ha sido un gemido de goce o de dolor, Jimin? —me preguntó Yoongi con voz suave—. Niega con la cabeza si quieres que pare, asiente si quieres que vuelva a fustigarte la entrada.

Lo medité apenas un instante y después, sintiéndome un tanto pervertido, levanté la cabeza y asentí.

Un sonido ronco escapó de su pecho, posiblemente de aprobación, y el látigo de colas volvió a fustigarme esa zona tan sensible. Dios mío, como lo hiciera mucho más, igual acababa poniéndome en pie, y no estaba seguro de que mi cuerpo pudiera soportarlo después de todos los esfuerzos que habíamos hecho esa noche, madrugada...lo que fuera.

—Suéltate —me ordenó y, agarrándome de las caderas, me ladeó hacia la derecha para que me apoyara en la cama. A mi espalda oí la suave caída al suelo de su pantalón de pijama y sentí que un escalofrío de emoción me recorría desde la nuca hasta la entrepierna.

—Te has portado muy bien, Jimin. Voy a quitarte la mordaza. Pero no hables —me recordó con firmeza.

Noté que sus dedos hurgaban bajo mi pelo y que soltaba con suavidad unas correas que se resistían y me quitaba el collar, pero, una vez más, me pilló por sorpresa porque, al tiempo que con una mano manipulaba la mordaza, con la otra me exploraba suavemente la entrada del ano. Pero ¿qué demonios...? No eran sus dedos, era algo más grueso y hecho de un tejido extraño, frío y resbaladizo al contacto con la carne húmeda y pulsátil de mis entrañas.

La mordaza de bola, acompañada de una ingente cantidad de saliva, ¡puaj!, cayó de mi boca a la cama, y me lamí los labios, tragué varias veces y me alegré de que Yoongi la apartara de mi vista. Después extendió su mano caliente y relajante en mi nuca y empezó a masajearme en círculos la parte superior de la espalda. Cuando consiguió relajarme del todo desplazó la palma al hombro y, con cuidado, tiró de mí hacia atrás en dirección al objeto que tenía entre las piernas, de forma que este quedó introducido por completo en mi interior en un solo movimiento.

—Aaah —gemí por la placentera intrusión.

Noté un cosquilleo en la parte superior de las piernas, y supuse que debía de ser el mango del látigo de colas lo que me había metido. Era muy grueso, pero no pude calibrar cuánto, porque Yoongi empezó a moverlo en círculos en mi interior mientras, de vez en cuando, me acariciaba la erección con la palma de su otra mano.

Estallaba de placer.

Estaba tan ebrio de deseo que cerré los ojos, pero, por suerte, como estaba inclinada, Nicholas no pudo percatarse de mi desliz.

—Joder... —mascullé, abrumado de excitación.

No pretendía decirlo en voz alta, pero, cuando se me empezó a pasar el subidón de adrenalina, no pude controlar las intensas sensaciones de mi cuerpo. Aunque había incumplido su regla de no hablar, oí que se reía con disimulo mientras me apretaba cariñosamente el hombro. Por lo visto su enfado anterior había remitido y otra vez se parecía más al Yoongi que yo conocía, lo que me ayudó a relajarme y disfrutar del momento.

—Eso es lo que pretendo que hagamos, Jimin. De hecho, voy a follarte tan fuerte y tan rápido que no sabrás si estás a punto de correrte o ya lo has hecho. Pero correrte te correrás, te lo aseguro —masculló amenazador—. Por eso te pongo a tono con esto, aunque debo decir que te veo bastante lubricado. Parece que has disfrutado de la flagelación; quizá tú y yo seamos más parecidos de lo que pensé en un principio.

Dios mío, se me contrajo el interior de imaginarlo tomándome fuerte y rápido, y estuve a punto de correrme alrededor del condenado mango del látigo, aunque deseaba que Yoongi lo reemplazara por su miembro.

Me lo extrajo y pasó unos minutos acariciándome la espalda y el trasero, casi como si me masajeara. Después me ayudó a enderezarme y, despacio, me volvió hacia él.

—Túmbate en la cama, dobla las piernas y pon los pies al borde del colchón —me ordenó.

Sabía que no debía hacerlo, pero me arriesgué a mirarlo y vi radiante su rostro anguloso. Sin embargo, cuando descubrió que lo miraba una mueca de tristeza tiñó su semblante, así que volví a agachar enseguida la mirada y me tumbé en la cama como me había pedido.

Desenredó las cadenas sujetas a los postes del cabecero —¿cómo no las había visto antes?— y me ató un suave grillete de cuero a cada tobillo. Reseguí con la mirada el recorrido de las cadenas y vi que iban de estos hacia arriba por encima de una barra transversal de la cama con dosel y luego caían al otro lado, donde Yoongi sostenía los extremos.

Asomó a su rostro una sonrisa oscura cuando, bajando despacio el brazo derecho, tiró de la cadena y, para mi sorpresa, me levantó la pierna izquierda hasta ponérmela en ángulo recto con respecto al resto del cuerpo. Acto seguido hizo lo mismo con la otra pierna y me dejó tumbada boca arriba con ambas extremidades en alto.

Por lo visto yo era la marioneta y él movía mis hilos. Muy gráfico.

Oí un traqueteo mientras Yoongi ataba las cadenas. Entonces me puso las manos entre las rodillas y me abrió los muslos como si estuviera descorriendo unas cortinas. La cadena se deslizó por la barra de la parte superior, y me quedé tumbado con las piernas separadas y la zona lumbar algo levantada del colchón.

En la vida me había sentido más expuesto o vulnerable... pero a la vez tratada como una posesión valiosa.

—Qué bonita vista tengo desde aquí—murmuró Yoongi examinándome el ano, sin duda abierto, húmedo y perfectamente visible para él.

Menudo apuro. Me ruboricé y cerré los ojos.

—¡Ay!

Un fuerte golpe del látigo de colas en el dorso del muslo me hizo abrirlos y mirarlo sorprendido. Ese me había dolido de verdad.

—No cierres los párpados, Jimin, y que no te dé vergüenza —me reprendió con firmeza—. Eres hermoso. Siéntete orgulloso.

Qué fácil decirlo cuando no era él quien estaba dando un espectáculo en la cama, me dije amargamente al tiempo que intentaba volver a relajarme.

Entonces procedió a pasear el látigo suavemente por mi vientre, haciendo que los músculos se me tensaran y aflojaran con cada pasada de las tiras. A juzgar por la cara risueña de Yoongi, debió de producir resultados curiosos en mis bajos también. Los latigazos eran delicados y provocadores, no como los que me había dado antes en el trasero, y empecé a retorcerme y casi a esperar ansioso la siguiente pasada.

Después de excitarme la entrepierna me dio un latigazo en el pezón derecho haciendo que este se me endureciera aún más con tan delicioso contacto; el placer que me abrasó el cuerpo entero hizo que me aferrara a las sábanas.

—Aaah...

—¿Te gusta?

Me sonrojé. ¿Por qué me costaba tanto reconocerlo?

—Sí, señor —respondí con un hilo de voz; ya no me avergonzaba tener que usar el estúpido tratamiento.

—Mmm... Eso me ha parecido. — Despacio, me azotó el pezón izquierdo con resultados similares—. Eres una caja de sorpresas, Jimin.

«Lo mismo digo», pensé con ironía, pero todos mis pensamientos se esfumaron cuando volvió a flagelarme los pezones y, arqueando la espalda, sentí el ansiado comienzo de un orgasmo que se avecinaba.

Me sentí perdido cuando Yoongi me privó de sus atenciones, pero enseguida me percaté de sus intenciones cuando me asió de las caderas y se quedó de pie entre mis piernas, su cuerpo desnudo y erecto a pocos centímetros de mi ano.

—Ya puedes mirarme —me ordenó, y lo miré con su permiso por primera vez.

Estaba increíble: los ojos le brillaban de pasión, tenía el pelo alborotado de una forma muy sexy y su figura baja y musculosa situada entre mis piernas emanaba un control tan absoluto que solté un pequeño gemido de deseo.

Me agarró de las caderas y me encajó en su potente erección de un solo movimiento, suave y lento. Con las piernas colgadas de los postes, no había nada que pudiera hacer; Yoongi tenía el control absoluto. Después de contemplarme extasiado durante unos segundos, de pronto pestañeó varias veces e inició una embestida rítmica que me obligó a agarrarme a las sábanas al tiempo que luchaba por no cerrar los ojos.

Nuestros cuerpos impactaban mientras Yoongi me penetraba sin descanso, pero, con todo lo que me había excitado previamente, no tardé en explotar alrededor de su miembro, y exhausto, eché la cabeza hacia atrás y grité de placer. Él no dejó de mirarme ni una sola vez en todo el tiempo, aunque observé que apretaba la mandíbula intentando controlarse.

Después de varios embates más se introdujo hasta el fondo, y noté que se vaciaba en mi interior en una serie de ráfagas calientes. Luego se derrumbó entre mis piernas y cayó sobre mi pecho.

Madre mía, así que ese era el Yoongi dominante. No era un hombre al que fuese a olvidar fácilmente, eso seguro, sobre todo al principio, cuando lo había visto tan enfadado y, la verdad, tan aterrador. Una de dos: o estaba más loco de lo que había imaginado jamás o era más valiente de lo que creía, decidí respirando hondo. O tal vez ambas cosas a un tiempo.

De algún modo, había logrado darle la vuelta a su rabia, porque, al final, había sido mucho más parecido al Yoongi al que conocía. Bueno, ya era oficial: había sobrevivido a mi encuentro con su lado dominante y, salvo por el trasero dolorido y el corazón bien ejercitado, estaba estupendamente. Claro que igual al día siguiente andaba un poco raro después de las tres sesiones de sexo duro de ese día, me dije con una sonrisa. En mi vida había practicado tanto sexo.

Después de varios minutos se retiró de mi interior sin mediar palabra, me soltó los tobillos, me masajeó las articulaciones para reactivármelas, me cogió en brazos y me devolvió a su dormitorio. Los primeros rayos de sol se colaban por entre las cortinas cuando me depositó con delicadeza en la cama, se tumbó a mi lado, nos tapó a los dos y me estrechó en sus brazos.

—¿Estás bien? —me preguntó al oído muy preocupado, casi enterrando el rostro en mi cuello, angustiado por mi posible respuesta.

¿Lo estaba? Lo medité. Sin duda había sido toda una experiencia, pero, sí, en general, creo que estaba bien.

Salvo por el trasero, que aún me notaba sensible y debía de tener como un tomate en ese momento.

Me tumbé boca arriba, levanté la mirada y me topé con sus ojos, muy abiertos, recelosos, y de nuevo con esa expresión extraña, de mucha vulnerabilidad. Que el Min Yoongi dominante pareciera vulnerable era algo que seguía extrañándome.

—Sí —dije al fin, con bastantes menos palabras de las que él esperaba, pero aún no sabía bien cómo articular los pensamientos que asaltaban mi mente sobre lo que acababa de ocurrir entre nosotros.

—Estás muy callado, Jimin... No irás a marcharte, ¿verdad? —me susurró. Casi me eché a reír a carcajadas, porque la diferencia entre el Yoongi dominante de «métete esto en la boca y disfrútalo» y el aterrado de «por favor, no me dejes» era increíble.

¡Menudo contraste!

—No, no voy a marcharme. — Levanté una mano para acariciarle la barba incipiente que oscurecía su mentón—. No te negaré que me he asustado un poco —admití en voz baja —. En algunos momentos has sido tan feroz, tan agresivo... —dije tímidamente, y me estremecí al recordar cómo había reaccionado a mi sarcasmo.

Uf, la mordaza.

Antes de que pudiera continuar, Yoongi apoyó la espalda en el cabecero y, sentado, me atrajo hacia sí y me acunó en sus brazos, pegado a su pecho, como si abrazarme en la cama no le hubiera bastado. Enterró el rostro en mi pelo y me besó una y otra vez, y por un segundo creí que iba a echarse a llorar de verdad.

—Lo siento mucho, Minie. Te dije que no te gustaría esa parte de mí... Intenté advertirte...

—¿Eso es lo peor que puede pasar? —le pregunté en voz baja, y noté que todo su cuerpo se tensaba.

Soltó una carcajada fuerte, áspera y seca. —No —me contestó con un hilo de voz, pero su respuesta me dijo mucho—. Eso es una muestra minúscula de lo que suelo ser... —Hizo una mueca de disgusto—. Muchísimo más estricto. Y los castigos... mucho más severos. Pero no quería hacer eso contigo. —Bueno, eso era un consuelo, pensé al oírlo—. Si hubieras sido mi sumiso habrías llevado la mordaza de bola durante toda la sesión por responderme con sarcasmo, pero, como he visto que estabas asustado, te la he quitado. Puede que no seas un sumiso de campeonato, pero has estado muy cerca, nene —bromeó con ternura y me arrimó aún más a su pecho, dejándome sitio para que enroscara los brazos en su cuerpo.

—Sí, no creo que esté hecho para ser un sumiso absoluto, y llevar la mordaza no es algo que me entusiasme repetir... —observé, procurando sonar desenfadado y sereno—. ¿Las usas a menudo?

—No quiero hablar de ello, Minir, de verdad. Me estoy esforzando por olvidar todo eso... Contigo es muy distinto. Antes disfrutaba de esas cosas, pero esta noche me ha costado, ha sido mucho más difícil. —Tragó saliva y casi la oí bajar por su garganta—. Por eso he ordenado que no hubiera contacto visual — admitió en voz baja—. Si no te miraba a los ojos, podía fingir que no era a ti a quien se las estaba haciendo.

—Tiene sentido. Me ha extrañado que me dijeras que no te mirara. —Alcé la cabeza y busqué sus ojos, y me sentí culpable por empujarlo a hacer algo que lo incomodaba de ese modo—. Siento haberte obligado a hacerlo... No pensé que te costase tanto.

—Minie, estas últimas semanas... todo lo que ha habido entre nosotros... —Negó con la cabeza, visiblemente desconcertado por sus propios sentimientos—. No mentiría si dijera que jamás había tenido una conexión así con nadie. La idea de gritarte, de castigarte... me desagrada —murmuró acariciándome suavemente la mejilla con la yema del pulgar.

Mientras me pasaba la mano por la cara volví a reparar en la fea cicatriz de su muñeca izquierda y olvidé por un momento nuestra discusión.

—¿Cómo te hiciste esto? —pregunté rozándole apenas la piel abultada. Su ceño fruncido le afeó el rostro.

—Un accidente de la infancia —dijo, no queriendo entrar en detalles—. No volveré a tomarte en el cuarto de invitados —sentenció de pronto, retomando nuestra anterior conversación.

—Vale. ¿Has disfrutado en algún momento? —inquirí, y noté que el sentimiento de culpa me reconcomía hasta que por fin se relajó su cuerpo, pegado al mío.

—Bueno, conseguir que te corras siempre es una gozada, Minie, independientemente de las circunstancias —me dijo risueño—. También me gusta usar juguetes de vez en cuando para hacerlo más interesante.

—Sí, el látigo de colas es genial — señalé tímidamente, asombrada de mi propia confesión—. Usado para dar placer, claro —añadí.

Mi culo no ansiaba una repetición en breve, eso seguro. De hecho, notaba que aún me ardía de la sesión anterior pese al rato que había transcurrido ya. Yoongi me levantó de su regazo, salió de la cama en toda su espléndida desnudez y se inclinó para depositarme en la coronilla un casto beso.

—Debe de dolerte un poco. Espera, que lo soluciono.

Entró en su aseo y salió poco después con un tarro de crema en la mano.

—Vuélvete, Minie —me dijo acercándose a la cama, pero fruncí el ceño.

¿Qué se proponía?

—¿Para qué?

—Voy a hacer que te sientas mejor — señaló con una sonrisa de satisfacción, y vi que el tarro contenía manteca de cacao—. ¡No te preocupes! Solo te aplicaré un poco de crema para calmarte la piel en las zonas donde te he flagelado con el látigo.

Mmm... Eso sonaba muy bien, así que le sonreí tímidamente y, obediente, me puse boca abajo para darle acceso a mis, sin duda, coloradas posaderas. Soltó un gruñido de admiración.

—Debo decir que el color te sienta bien —murmuró, y enseguida noté que extendía con la mano una crema delicada y fría por mi trasero irritado.

Cuando me lo hubo untado a conciencia, y conseguido que me sintiera mucho mejor, subió de nuevo a la cama y volvió a acurrucarme en su regazo.

—Entonces ¿estás satisfecho ahora que ya has visto mi yo oscuro? —me preguntó en un tono extraño.

«No del todo», quise contestarle. Aún quería saber a qué se debía su lado dominante; estaba convencido de que había alguna razón profundamente arraigada que le hacía comportarse de ese modo, pero, ahora que lo había experimentado, al menos tenía la sensación de que podía esperar hasta que él se sintiera lo bastante cómodo para contarme el resto.

—Sí. Gracias por compartirlo conmigo. Ahora tengo la sensación de que te conozco mejor, Yoongi.

Acurrucándome más en sus brazos, se me ocurrió algo.

—Siento curiosidad: ¿por qué has vuelto a traerme aquí si hay una cama en el otro cuarto?

Observé que su mirada volvía a oscurecerse.

—Porque el otro lo asoció con los sumisos y tú, Jimin, no eres mi sumiso —dijo torciendo el gesto.

—¿Qué soy, pues? —pregunté automáticamente, soltando las palabras

casi sin darme cuenta, y noté que Yoongi se tensaba debajo de mí. «Mira que soy bocazas», pensé, consciente de lo rígido que se había puesto.

—Perdona, no pretendía preguntar eso... No pasa nada. Me gusta lo que tenemos... sin presiones —balbucí al tiempo que le acariciaba el pecho con la intención de que se relajara de nuevo.

—Ya te he dicho antes que quiero verte más a menudo, Jimin. Ahora que te he mostrado otra parte de mí, ¿te importaría dejar de interrogarme y permitirme que pruebe todo esto de la relación como es debido? —preguntó exasperado, hablándome muy serio junto al oído.

Sorprendido, me incorporé y lo miré a los ojos.

—¿Es eso lo que quieres, una relación? —pregunté tímidamente, notando que la emoción se me agolpaba de inmediato en la boca del estómago. Cuando Yoongi me había propuesto verme más, había supuesto que solo quería más sexo... Pero una relación de verdad era justo lo que yo ansiaba y mucho más de lo que jamás lo había creído capaz.

—Sí, lo es. Si tú aún lo quieres, después de todo lo que te he hecho pasar.

Lo vi tan inseguro que, en respuesta, me levanté, le tomé la cara entre las manos y le di un beso largo y sensual en la boca.

Pese a la forma tan poco común en que había conocido el estilo de vida de Yoongi, no encontré razón para titubear.

—Muchísimo —le susurré sobre los labios.

Como si hubiera pulsado un botón, un suspiro suyo me los acarició. Supe que la tensión abandonaba su cuerpo.

—Ahora bien, te advierto que deberás armarte de paciencia... Nunca he hecho algo así. Estoy casi seguro de que la voy a cagar y tendrás que encarrilarme — dijo, y me devolvió el beso durante unos segundos más, hasta que noté su excitación bajo mi cuerpo. Dios, era insaciable.

Gruñendo, se apartó con una sonrisa tímida que no le había visto antes pero que me encantó.

—Casi ha amanecido, y creo que, tras los últimos acontecimientos, debo apartar mis labios de los tuyos y dejarte dormir, si no acabaremos los dos agotados.

Me ayudó con ternura a retirarme de su regazo y tumbarme de lado y se acurrucó a mi espalda, con la perturbadora erección pegada a mí. Mientras me vencía el sueño decidí que me sentía absurdamente feliz para ser un hombre que había sido objeto de su primera sesión de sexo BDSM.

Minutos después me quedé profundamente dormido en sus brazos... también por primera vez.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro