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Capítulo 15.


Debía de parecer un bicho raro, con el ceño fruncido y mordiéndome el labio como un histérico, pero parecer raro era lo que menos me preocupaba en ese momento. Que la gente pensara lo que quisiera, me daba exactamente igual.

Casi me mareé mientras intentaba poner orden en mi mente, que reproducía a toda velocidad cada detalle de mi encuentro con Yoongi.

Ese día había previsto volver a casa andando cuando saliera del trabajo, evitando el taller de reparación de pianos, por supuesto, pero la aparición de Yoongi en la librería lo había cambiado todo y me había dejado completamente descolocado. Tenía un revoltijo de cosas tal en la cabeza que dudaba mucho que fuera capaz de caminar en línea recta, menos aún callejear hasta llegar a mi apartamento, por eso opté por el autobús, más seguro.

Procuré reducir la velocidad de vértigo de mis pensamientos, rebobiné la conversación con Yoongi y repasé todo lo que me había dicho. Qué mierda de vida había tenido. Ni siquiera ese calificativo le hacía justicia. Maltratado por sus padres hasta el punto de querer suicidarse para escapar de ellos y, después, introducido en un mundo de perversidades sexuales por su hermano, igual de tocado.

Lo extraño era que fuese tan «normal», me dije moviendo la cabeza con ironía.

Mientras pensaba en todo lo que Yoongi me había contado, me percaté con cierto sentimiento de culpa de que yo no había valorado como era debido todo lo que había tenido en mi infancia: cariño, unos padres afectuosos, un hogar seguro, apoyo, consejos y risas casi constantes. Esas cosas que todo niño debería tener, pero que Yoongi jamás había disfrutado. Tomé nota mental de llamar a mi madre al día siguiente para darle las gracias.

¿Cómo demonios iba a hacer entender a Yoongi qué eran el amor, la confianza y los vínculos si él nunca los había vivido? Sería como si a mí me pidieran que pilotara un avión sin haber recibido clases primero: imposible. Él no había conocido otra cosa que la violencia, la dominación, el silencio y el miedo. No era de extrañar que estuviera jodido. Un enorme suspiro escapó de mi pecho sin que me diera cuenta y resoplé, abrumado por la magnitud de las decisiones que debía intentar tomar.

Era evidente que para Yoongi había sido una tortura contarme los secretos de su pasado. Lo había visto perdido, vulnerable, en absoluto el hombre seguro de sí mismo al que estaba acostumbrado. Suspiré hondo, apoyado en la marquesina de cristal de la parada del autobús, consciente de que probablemente lo había abandonado cuando más me necesitaba. Me sentí de nuevo culpable y empecé a morderme las uñas para dar descanso a mi maltrecho labio inferior.

Una sensación de malestar se me instaló en el estómago al caer en la cuenta de que esa era la segunda vez en mi vida que abandonaba a alguien a quien quería en el momento en que más me necesitaba. Mi hermano Taemin había sido la primera, y aún lamentaba todos los días mi comportamiento de entonces.

Hasta la fecha me había considerado una persona bastante madura... ¿Sería posible que, en el fondo, no fuese más que una cerdo egoísta?

Cuando, ya en el autobús, pagué el billete solo para una parada el conductor me miró raro, como si se preguntara por qué demonios era tan vago, pero lo ignoré, apenas lo miré, y seguí dando vueltas a mis asuntos. Le gruñí las gracias al retirar el billete que la máquina escupía, tomé asiento en la segunda fila y continué mordiéndome las uñas. En realidad mi decisión dependía solo de una cosa: ¿podía abandonar a Yoongi, el hombre al que amaba, cuando estaba pasando por el peor momento de su vida y necesitaba mi apoyo?

El autobús llegó a mi parada, pero yo aún no había llegado a ninguna conclusión definitiva. Todavía estaba hecho un lío. Quería a Yoongi, eso lo tenía claro. Lo quería mucho más de lo que nunca había creído posible, pero ¿podía perdonarle la cagada monumental con la fusta y volver con alguien a quien le costaba tanto controlar su ira? Claro que estaba yendo a un terapeuta.

Además, en teoría, solo había visto ese lado de él con la fusta. Medité la alternativa con una mueca de tristeza: vivir sin Yoongi, sabiendo lo mucho que lo quería, y no tenerlo.

Una vez más los nervios me produjeron ganas de vomitar, algo que parecía estar sucediendo con mucha frecuencia últimamente, como lo de morderme el labio y tocarme el pelo de forma casi obsesiva. Era un catálogo ambulante de tics nerviosos; cualquier psicólogo habría encontrado una mina en mí. Sin embargo, esbocé una sonrisa sardónica y me olvidé de las náuseas.

Supuestamente no era más que un aburrido librero, ¿cómo demonios se me había complicado tanto la vida? Veinte minutos después metí la llave en la cerradura de la puerta principal. Sin embargo, la retiré al cabo de un segundo y decidí llamar al timbre. Tras el torbellino de pensamientos que me había aturdido en el autobús, de pronto me encontraba ante la resplandeciente puerta de la casa de Yoongi, no en la vieja entrada de mi apartamento, y decidí que irrumpir sin anunciarme quizá no fuese la mejor forma de llegar.

El señor Lee me abrió casi inmediatamente, impoluto como siempre y con un gesto de agradable sorpresa al verme. Incluso después de cuatro meses, seguía encontrando divertido que Yoongi tuviera servicio y aún más divertido haber salido con alguien que tuviera mayordomo. ¡Qué maravilla!

—Señor Park —me saludó con una sonrisa cariñosa y una inclinación de cabeza; mucho me equivocaba o se sentía visiblemente aliviado de que estuviera allí.

—Hola, señor Lee. ¿Está Yoongi en casa? —pregunté tímidamente mientras volvía a guardarme la llave en el bolso.

Si las cosas no iban bien en la próxima media hora, tendría que devolver a Yoongi la copia que me había dado, y hacer lo posible por olvidarme de él y del papel importantísimo que había desempeñado brevemente en mi vida. Eso no iba a resultarme sencillo, porque era el hombre más sexy, dominante y carismático que había conocido jamás.

Pero decidí no darle más vueltas.

—El señor Min ha llegado a casa hace unos diez minutos —confirmó el mayordomo lanzando una mirada breve y tensa por encima de mi hombro—. Estaba algo agitado y se ha ido directamente a la sala de música.

Cielo santo, Yoongi agitado. Al parecer, iba a ponérmelo fácil.

Agucé el oído, pero solo pude oír unas notas suaves al piano que llegaban flotando desde la habitación de arriba.

La melodía sonaba triste, y puse los ojos en blanco: era obvio que se autocompadecía.

—¿Desea subir? Estoy seguro de que no le importará que usted lo interrumpa —ofreció el señor Lee al tiempo que, esperanzado, enarcaba sus pobladas cejas grises.

Asaltaron mi memoria recuerdos de la sala de música, con su piano, y de las travesuras que habíamos hecho allí juntos. Tragué saliva ruidosamente. No era el sitio ideal para sincerarse con alguien: demasiada distracción para mi mente ya desconcertada.

—Prefiero que le diga que he venido. ¿Me hará el favor? Lo esperaré en el salón —propuse con una falsa sonrisa.

—Desde luego —respondió afablemente el señor Lee, con cara de entender mis motivos.

Aunque Yoongi no le hubiera confiado nuestra ruptura, mi ausencia de las últimas tres semanas debía de haber dejado claro al anciano que había sucedido algo entre nosotros. Se dispuso a subir, pero entonces se volvió, titubeante.

—Me alegro de verlo de nuevo por aquí, señor Park. Le hemos echado todos de menos.

Dado que allí no vivía nadie más, lo interpreté como una discreta alusión a que Yoongi me había echado de menos y probablemente había sido una absoluta pesadilla para el señor Lee tratar con él. Por un segundo, al verlo con la boca abierta, pensé que iba a decir algo más, pero entonces apretó los labios y se dirigió con elegancia a la escalera mientras yo entraba en el salón y me dejaba caer nerviosa en el sofá.

Al poco, la casa quedó en silencio repentinamente cuando el piano dejó de sonar. Luego oí la voz incrédula de Yoongi en el piso de arriba:

—¿Que Jimin está aquí? ¿Dónde?

—En el salón, señor.

Pero antes de que el señor Lee hubiera terminado siquiera de decir esa frase oí que alguien descendía la escalera al trote, el estrépito de cada paso resonando en las paredes de ladrillo. Era evidente que Yoongi bajaba los escalones de dos en dos. Entonces apareció en el umbral de la puerta, con los ojos muy abiertos, acalorado, el pelo revuelto sobre la frente.

Durante un rato nos limitamos a mirarnos el uno al otro y la atmósfera se hizo densa, como si por alguna extraña reacción química eso siempre ocurriera entre nosotros. Al ver su rostro cauteloso pero expectante supe que había tomado la decisión correcta yendo allí. Lo quería y, aunque nunca terminaría de aceptar la forma en que me había tratado con la fusta, al menos empezaba a entender por qué lo había hecho.

—Creí haber entendido que te ibas a casa —murmuró inseguro desde la puerta.

—Y me iba —dije sin más, y mi enigmática respuesta le hizo fruncir el ceño. Así que, suspirando, me expliqué —: Mi apartamento no es más que eso, Yoongi, un sitio donde comer y dormir; pero la casa, el hogar, es donde están las personas que te importan... Así que me he bajado del autobús y he venido aquí.

Conforme Yoongi comprendía el sentido mis palabras vi brillar en sus ojos un destello de esperanza, si bien, aún receloso, se quedó donde estaba, aferrado al marco de la puerta, los nudillos blancos de la tensión que acumulaba. Deduje que tendría que dar yo el primer paso, así que palmeé el sofá para pedirle que se sentara a mi lado. Enarcó las cejas, sorprendido.

Después de observarme unos interminables segundos, se humedeció nervioso los labios y, dirigiéndose hacia mí con cautela, dobló su esbelto cuerpo y tomó asiento junto a mí.

La tensión que había entre nosotros podía palparse. A juzgar por lo rígido que estaba, Yoongi hacía todo lo posible por no tocarme, pero, pese al vacío que nos separaba, surgió de nuevo el magnetismo de antaño. Traté de calmarme y, respirando hondo, decidí echarle valor y abordar primero la parte difícil. Yoongi había sido lo bastante franco para revelarme su doloroso pasado, así que yo debía hacer lo mismo, pese a lo mucho que me había esforzado por no tener que volver a hablar con nadie de aquel asunto.

Inspiré hondo, solté el aire por la nariz y asentí una vez con la cabeza; tenía que contarle todo lo de Taemin y hacerle partícipe del horrendo cargo de conciencia con el que vivía cada día, hacerle comprender que, hasta cierto punto, entendía cómo se sentía.

—Para empezar, quiero pedirte disculpas por marcharme del bar tan bruscamente... —dije, pero Yoongi me interrumpió haciendo un gesto con la mano, como quitándole importancia.

—Jimin, la culpa de todo esto es solo mía. No tienes por qué disculparte —murmuró negando con la cabeza.

—Claro que sí, Yoongi —contesté con determinación—. Te he abandonado cuando más me necesitabas.

Frunciendo los labios me pregunté cómo contarle lo siguiente, y decidí que hacerlo de forma rápida y directa probablemente era lo mejor. Lo breve si bueno... ¿no era eso lo que decía el refrán? Claro que no había nada bueno en mi historia.

—Me he ido en parte para poder pensar en nosotros, pero sobre todo porque tu historia me recordaba mucho a una época muy dolorosa de mi pasado, bueno, del pasado de mi hermano—me corregí—. Necesito contarte esto antes de que hablemos de lo nuestro, porque tiene ciertas similitudes con lo que me has explicado y, en cierto modo, me ha ayudado a entender cómo te sentías de adolescente.

Confundido, abrumado y en absoluto parecido al Yoongi que conocía, se volvió en el sofá para poder prestarme toda su atención y, cuidándose mucho de seguir manteniendo las distancias, me indicó con la cabeza que siguiera.

«Sé breve», me recordé mientras me preparaba para sacarme del pecho aquel horrible secreto.

—De niños, mi hermano y yo no nos llevábamos bien. De hecho, más bien nos odiábamos —le aclaré con un mohín —. Tae siempre quería ser el mejor en todo y, al cabo del tiempo, empezó a fastidiarme, supongo. —Me entrelazaba los dedos en el regazo desesperadamente, otro tic nervioso que añadir a la lista—. El caso es que cuando éramos adolescentes íbamos a muchas fiestas. Mis padres insistían en que fuéramos y volviéramos siempre juntos, para mayor seguridad, pero, aparte de eso, no intercambiábamos más de dos palabras cuando estábamos fuera.

Empezaba a revolvérseme el estómago otra vez, así que inspiré hondo para intentar recomponerme. Contar aquella historia iba a costarme más de lo que pensaba.

—Una noche nos invitaron a una fiesta de la universidad. Al poco de entrar, Taemin se lió con un tipo y empezó a revolcarse con él. Estaba haciendo lo de siempre y mirándome con una sonrisa de satisfacción, presumiendo de que era más guapo y siempre conseguía que los chicos se fijaran en el.

Solté un suspiró. Todo aquello parecía parte de un pasado muy lejano, pero, ahora que lo estaba contando, los detalles de pronto estaban muy frescos en mi memoria.

—A mí me dolía la cabeza esa noche y, cuando hacía alrededor de una hora que habíamos llegado, le dije que quería volver a casa, pero Taemin pensó que me había enfadado, y me soltó que dejara de lloriquear y que me tomase una copa. Y me dolía la cabeza, de verdad, no es que estuviera enojado —añadí, tratando de convencerme de que tenía motivos para irme de allí—. Esa noche, incumpliendo la regla de mis padres, cogí un taxi, me fui solo a casa y dejé a Taemin en la fiesta.

Llegada a este punto noté una opresión en la garganta que casi me impedía seguir hablando.

Al verme cada vez más angustiado Yoongi se revolvió inquieto a mi lado y me puso una mano en el hombro en señal de apoyo.

—No hace falta que me cuentes esto si no quieres, Jimin —dijo con ternura.

—No... Tengo que hacerlo — respondí resuelto, aunque me retorcía las manos en el regazo—. Cuando me fui, el salió al jardín con aquel tío para hablar y besarse, pero... él lo forzó.

Oí que Yoongi inspiraba hondo a mi lado e hice una mueca, porque aquella no era en absoluto la peor parte del suceso.

—Por desgracia la cosa empeora — musité—. Tae no contó a nadie lo que le había sucedido esa noche, pero, a los dos meses, mi madre se lo encontró inconsciente en el baño con un frasco de pastillas vacío a su lado. —Noté que Yoongi se ponía tenso a mi lado al entender de pronto por qué había dicho que su historia y la de mi hermano se parecían—. Resultó que el violador lo había contagiado. —Me humedecí los labios secos y moví la cabeza con tristeza antes de continuar—. El pensó que no podía contárselo a nadie, y estaba tan avergonzado y angustiado que quiso acabar con todo. En internet encontró un cóctel de pastillas que se suponía que era un kit casero de suicidio.

Concluí mi relato precipitadamente, incapaz de reunir el valor necesario para mirar a Yoongi a los ojos.

—Tae sobrevivió, pero sufrió daños cerebrales, en parte por los fármacos y en parte por la falta de oxígeno en el cerebro. Si no lo hubiera dejado solo en la fiesta... —Negué con la cabeza, desolado, pero, asombrosamente, no rompí a llorar—. Nada de eso habría pasado jamás y ahora Tae sería... normal —dije en voz baja, y volví a odiarme.

Se hizo un breve silencio y Yoongi se revolvió a mi lado.

—Cielos, Jimin, qué horror. Pero no puedes culparte por lo que sucedió esa noche; el culpable es el gilipollas que se aprovechó de tu hermano, no tú —señaló apretándome el brazo, pero me limité a encogerme de hombros.

—Puede... Aun así, me siento culpable. Ahora el se encuentra muy inestable, dependiente por completo de la medicación e inquieto en presencia de extraños. El no me culpa, pero yo no puedo perdonármelo. Quizá si hubiera sido mejor hermano, como Taehyung lo fue para ti, Taemin no habría tenido problemas para empezar.

Me volví hacia él, inspiré hondo y retomé el tema de nuestra relación rota.

—Quería contarte esto para que sepas que entiendo lo que es vivir con alguien que ha sufrido algo tan traumático. No puedo ni imaginar lo que debiste de pasar con tu padre, Yoongi, pero es evidente que influyó en tu forma de ser como adulto. —Acababa de soltar el eufemismo del día.

Ahora que le había revelado lo de Taemin decidí dejarme llevar por mi instinto, así que me volví hacia Yoongi, lo eché hacia atrás en el sofá, pasé una pierna por encima de su regazo y me senté a horcajadas encima de él.

Así podía mirarlo directamente a los ojos, como a él le gustaba. Mi jugada lo pilló por sorpresa, porque inspiró entrecortadamente y parpadeó incrédulo ante mi súbita proximidad.

—Te quiero, Yoongi —reconocí, y dejó de pestañear—. No hace falta que me lo digas tú también —añadí enseguida negando con la cabeza, convencido de que una declaración como la mía jamás saldría de sus labios —. Aunque, en el fondo, sé que me aprecias —añadí, porque me había quedado claro con las caras que había puesto en el bar hacía un rato.

Suspiré con suavidad, pero mantuve el contacto visual.

—No puedo abandonarte como abandoné a Taemin. Te quiero demasiado —dije inspirando hondo—. Han pasado muchísimas cosas entre nosotros en muy poco tiempo. Acepto que seas controlador y todas las rarezas que te encanta hacer en la cama... De hecho, lo cierto es que la mayoría de ellas me gustan, pero si vamos a intentarlo de nuevo hay dos cosas que debes saber —le dije con firmeza.

—Lo que sea —me instó, colocando tímidamente las manos en mis caderas, sus preciosos ojos brillantes de esperanza.

—En primer lugar, tienes que reconducir tu relación con Taehyung. Entiendo que él siempre ha cuidado de ti, pero no permitiré que se te vaya la cabeza cada vez que quedes con él. No voy a pedirte que elijas entre él o yo, eso no lo haría, pero tú decides lo que debes hacer.

Recé en silencio para que la cosa no acabara en un desagradable enfrentamiento entre el difícil hermano de Yoongi y yo.

Asomó a sus labios una sonrisa, y sus ojos se clavaron en los míos mientras con manos inquietas me recorría los muslos de arriba abajo, calentándome la piel a través de los vaqueros.

—Ya está hecho, Jimin. Tuve una larga conversación con él al día siguiente de que te marcharas y me desahogué. De hecho, fue él quien me persuadió al final de que fuera a verte hoy. Quise hacerlo desde el mismo día en que me dejaste, pero, como me habías pedido que no me pusiera en contacto contigo, procuré mantenerme alejado... por ti —me explicó con voz suave—. Taehyung ha visto que he cambiado, sobre todo después de que te fueras. Creo que todo esto lo confunde, pero se ha dado cuenta de que soy mejor gracias a ti. Ha sido él quien me ha dicho que vuelva contigo.

Eso sí que me sorprendía. Sin embargo, asentí con la cabeza, complacido por sus palabras. Pensaba que Taehyung sería un obstáculo mayor y me alivió que ya no fuera un problema.

—¿Y en segundo lugar? —inquirió Yoongi, de nuevo cauteloso.

—En segundo lugar, y esto no admite discusión, si vuelves a hacerme daño, como hace tres semanas, me marcharé y no volveré jamás —sentencié apretando la mandíbula solo de pensar en aquella horrible noche.

Noté que sus manos se tensaban en mi cintura. Cerró los ojos con expresión afligida y ocultó la cara en el hueco de mi cuello, donde descansó en silencio unos segundos, inspirando hondo...

—Jamás, Jimin, te lo prometo... —murmuró, calentándome la piel con su aliento—. Ese no era yo. Estaba muy confundido. Nunca había tenido sentimientos así y me asustaba lo que sentía por ti...

Me estrechó con fuerza entre sus brazos, rodeándome la cintura, su respiración rápida y entrecortada en mi oído.

—Lo nuestro empezaba a ser serio y, pese a todo, no me habías dejado. No lo entendía. No podía pensar más que en mi padre y en que debía de ser como él, y luego Taehyung me dijo que yo jamás podría querer a nadie... No sabía qué pensar —confesó con un hilo de voz.

—¿Y ahora? —pregunté acariciándole la espalda en suaves círculos como había querido hacer en el bar cuando lo había visto tan angustiado.

—Ahora sé que no soy como mi padre. —Yoongi alzó la cabeza y me asombró ver que tenía las mejillas humedecidas por las lágrimas—. Me había negado a reconocerlo, pero por fin lo sé. Te... te quiero, Jimin —me susurró con voz ronca, los ojos muy abiertos y sinceros, como si dudara de que fuera a creerlo y menos aún a aceptarlo.

Era mi turno de quedarme pasmado.

¡Me quería! Sabía que Yoongi sentía algo por mí, que había renunciado a cosas por mí, que había cambiado su forma de vida por mí, incluso, pero jamás esperé que confesara que me quería. Había dado por supuesto que eso lo superaba, sobre todo después de saber de su infancia sin amor.

—Jamás podré disculparme lo suficiente por lo que te hice, Jimin. Me odio por ello todos los días. Por favor, por favor, intenta perdonarme. Eres muy importante para mí. Lo eres todo —se corrigió negando con la cabeza—. Me estoy esforzando por combatir mis ataques de ira y mi tendencia a la posesividad. El doctor Shin es fantástico... No puedo prometerte que no vaya a disgustarme a veces, pero te juro que nunca volveré a pegarte así. Jamás. Por favor, Jimin, vuelve conmigo —me imploró acariciándome nervioso los costados y produciéndome un intenso cosquilleo en la piel.

Le limpié las lágrimas con las yemas de los dedos y, bajando los labios a su cara, le besé con dulzura las mejillas. Luego posé los labios sobre los suyos. No fue un beso apasionado, como solían ser los que nos dábamos, sino uno lento e intenso que dejaba muy claro lo que sentía por él.

—Vale, vuelvo contigo, Yoongi — accedí con una sonrisa al tiempo que él me apretaba contra su pecho, cortándome la respiración—. Pero tienes que tirar la fusta —añadí tenso.

No quería ni pensar que la tuviera en casa.

—Ya lo he hecho. Lo he tirado todo —respondió mientras dejaba un reguero de besos muy suaves a lo largo de mi mentón.

—¿Lo has tirado todo? —Me eché hacia atrás, confundido.

—Ven —me pidió y, retirándome de su regazo, se puso de pie y me tendió una mano.

Ansioso por tener el máximo contacto posible con él después de tres semanas separados, le cogí la mano con excesivo entusiasmo y le apreté los dedos. Dios, qué patético me ponía con aquel hombre.

Tras llevarme escalera arriba debió de notarme tenso a medida que nos aproximábamos a la puerta del cuarto de las visitas porque se detuvo, con los dedos en el pomo, y me miró con cautela. Pensar en la última vez que habíamos estado allí me producía escalofríos. No estaba seguro de ser capaz de entrar de nuevo en esa habitación sin que me dieran ganas de vomitar.

—¿Confías en mí? —me susurró Yoongi, instándome con la mirada a hacerlo.

Quería volver a confiar en él, de verdad que quería, así que, aunque algo nervioso, asentí con la cabeza. Abrió la puerta sin dejar de contemplarme, y me asomé por el umbral, indeciso, para echar un vistazo al interior.

Cuando me había dicho que lo había tirado todo había supuesto que se refería a las fustas, las esposas, los grilletes y los demás juguetes, pero al ver lo que tenía delante me quedé boquiabierto y lo miré sin creérmelo.

—Después de que me dejaras no me soportaba a mí mismo y decidí que, aunque no volvieras conmigo, había cambiado demasiado para volver a querer entrar aquí. Hice pedazos la cama, quemé las sábanas y vacié el vestidor —me explicó encogiéndose de hombros—. Al principio no sabía bien qué hacer con este cuarto, pero, como sé que te encantan los libros, igual que a mí, pensé que una biblioteca sería una buena forma de aprovecharlo.

Terminó la frase bajando la voz poco a poco y miró un instante la habitación reconvertida.

Parpadeando varias veces, entré en el cuarto de las visitas que era ahora una biblioteca completísima. Llenaban las paredes amplias librerías de madera, suaves alfombras cubrían los suelos y, junto a la enorme ventana, había dos sillones de piel. Uau, era preciosa.

Perplejo, negué con la cabeza y observé que incluso se había deshecho de las viejas cortinas, con lo que la luz de la luna de primera hora de la noche inundaba la estancia de un resplandor pálido.

Pasé las yemas de los dedos por los lomos de los libros que ocupaban una de las estanterías mientras me encaminaba despacio al vestidor. Al asomarme vi que ahora estaba completamente vacío.

Los estantes habían desaparecido, igual que los juguetes y demás objetos, la mayoría de los cuales ni siquiera habíamos llegado a usar juntos. Al volverme hacia la estancia principal me llamó la atención una caja pequeña que había en el suelo y la miré con curiosidad.

—Ah, esto... He guardado unas cuantas cosas que me recordaban a ti. Cosas que parecía que te gustaban — balbució algo avergonzado y con un rubor inusual en las mejillas.

No pude evitar sonreír cuando levanté la tapa de la caja. Dentro estaban los grilletes mullidos, las pinzas para los pezones, el látigo de colas y algunos pañuelos y vibradores.

—Me gustan, sí —reconocí sonriéndole tímidamente, y las mejillas se me encendieron de inmediato como las suyas.

De pronto Yoongi se acercó y me atrajo hacia sí, apretándome contra su pecho tan desesperadamente que me dejó sin aliento.

—Ay, Dios, Jimin, no tienes ni idea de lo que me asustaba que no volvieras conmigo...

Me echó la cabeza hacia atrás tirándome del pelo y me besó apasionadamente, como si deseara asegurarse de que de verdad estaba allí.

Su lengua caliente y voraz exploró mi boca y volvió a familiarizarse con ella, y me sumé con igual entusiasmo. Eso sí que era un beso, no el que yo le había dado hacía un momento en el salón.

Ay, cuánto echaba de menos sus besos, me dije embriagado mientras sus labios devoraban los míos. Su pasión era tal que tuve que aferrarme a su hombro para mantenerme en pie. Cuando esos labios iniciaron un recorrido insistente por mi cuello brotó en mi corazón un fuego que me abrasó de tal modo que busqué de nuevo su boca y le devolví el beso con igual intensidad.

Entonces Yoongi se retiró un instante, jadeando, y me sostuvo con firmeza. Sin embargo cerró los ojos para calmarse.

—Gracias por compartir tu historia conmigo, yoongi.

Me pegué aún más a él y le acaricié la cadera, lo que hizo que escapara de su garganta un gemido.

—Nunca había contado todo eso a nadie, salvo a la policía el día en que detuvieron a mis padres —reconoció apretando los labios al recordar el desagradable incidente—. Pero me alegro de haberlo hecho. Me siento mejor ahora que lo sabes.

—Yo también me alegro de haberte contado lo de Tae. Quizá puedas conocerlo algún día —sugerí, si bien me dije que era improbable que mi hermano quisiera conocer a un extraño que yo le presentara—. Pero primero tendré que ver si se adapta bien a la nueva medicación. —Como no quería dedicar mucho tiempo a esos recuerdos incómodos, cambié de tema—. ¿Tus padres siguen en prisión? —susurré, sin saber bien si querría contarme algo más de ellos.

—No. Mi madre fue condenada a tres años de cárcel por cómplice de maltrato a un menor y la soltaron cuando solo había cumplido la mitad de la condena por buena conducta. A mi padre lo condenaron a seis años, pero salió a los cinco, creo. Los de Servicios Sociales me dijeron que se habían separado. Mi madre vive en Estados Unidos, por lo visto... No he tenido contacto con ellos. De hecho, no sé dónde está mi padre, ni me importa, sinceramente —masculló en un tono repentinamente desprovisto de emoción.

Unas condenas tan breves por infligir años de dolor y una vida entera de cicatrices emocionales. Me parecía increíble.

—¿Has comido? —me susurró Yoongi a la frente, queriendo también cambiar de tema, algo que me pareció estupendo. Con tanta confesión, el día ya me estaba resultando bastante duro, y debía de estar siendo igual de traumático para él.

—No —contesté—, pero no tengo hambre. En realidad, tras pasarme en vela las noches de las tres últimas semanas, querría irme a dormir. ¿Puedo quedarme?

Después de todos nuestros altibajos, lo dije con timidez, pero estaba casi seguro de que Yoongi aceptaría, y sabía que muy posiblemente esa noche dormiría como un tronco teniéndolo de nuevo a mi lado.

—Ni loco te dejaría marchar —me confirmó, permitiendo que aflorara su antigua posesividad—. Pero tienes que comer algo primero. ¿Qué tal un sándwich rápido y a dormir, Jimin? —me propuso con un beso persuasivo en los labios.

En cuanto sentí el calor de su cuerpo en el mío cedí sin rechistar.

—Vale.

Me condujo a la cocina cogido con fuerza de mi mano todo el tiempo.

—Sé a lo que te refieres con lo de no dormir. Menos mal que mis vecinos no tienen el sueño ligero, porque he estado tocando el piano de madrugada casi todas las noches.

Después de devorar unos deliciosos sándwiches de beicon que no pensé que fueran a apetecerme, de nuevo con mi mano en la suya, me dejé llevar por Yoongi a su dormitorio, salvo que él lo llamó «nuestro dormitorio», y me gustó el cambio. No eran más que las nueve de la noche, pero, como había padecido insomnio durante casi la totalidad de las últimas tres semanas, estaba más que dispuesto a acostarme temprano.

En cuanto logré persuadirlo de que me soltara un momento entré en el baño y de inmediato me detuve en seco al ver que todas mis cosas seguían allí: el cepillo de dientes, el del pelo, el maquillaje... Todo estaba exactamente donde lo había dejado hacía tres semanas. Me quedé mirándolo pasmado unos segundos, preguntándome por qué no lo habría tocado. Dios mío, debía de haberle resultado difícil ver mis cosas allí expuestas después de que hubiéramos roto.

Estremecido, dejé de lado esos pensamientos y me aseé rápidamente para irme a la cama.

Tras lavarme los dientes y cepillarme el cabello salí al dormitorio y me encontré a Yoongi sentado al borde de la cama sin otra ropa que un bóxer negro, esperando mi regreso. Casi había olvidado aquel cuerpo de infarto, así que me di el capricho de mirarlo un rato, con descaro, repasándolo con la mirada.

Se puso de pie y me sonrió como si yo fuera lo más valioso de la tierra, luego negó con la cabeza un tanto asombrado, me pareció, y entró en el baño sin mediar palabra, no sin antes darme al pasar un beso rápido y casto en la coronilla.

Un simple beso y ya estaba como un flan. Lo mío no tenía remedio, me dije sonriente mientras me quitaba el suéter de trabajo.

Como no tenía ni camisón ni pijama en su casa me desnudé sin más y me metí bajó las sábanas; tampoco era algo inusual: Yoongi odiaba llevar ropa en la cama, de manera que siempre me acostaba así cuando me quedaba a dormir. Al poco regresó Yoongi y se acurrucó a mi espalda, soltando un gruñido de satisfacción al descubrir que estaba desnudo y acariciando brevemente mi cuerpo antes de apretarme contra el suyo.

Aunque estaba cansado, más de lo que recordaba haber estado nunca, el contacto de su cálida piel era una tentación demasiado fuerte para pasarla por alto. Sobre todo después de tres semanas de abstinencia. Me puse en modo juguetón y, apretando el trasero contra su entrepierna, lo balanceé un poco. Asomó a mis labios una sonrisa cuando noté que su miembro empezaba a despertar, me volví para mirarlo y sonreí picaron en la penumbra.

—Pensaba que estabas cansado —me reprendió, pero había en sus ojos una chispa de emoción que delataba su falsa reprimenda.

—Y lo estoy, pero hace tres semanas que no te tengo dentro y... no creo que pueda esperar ni un minuto más.

Me ruborizó mi descaro, que hizo que escapara de sus labios un suspiro contenido.

—A ver qué podemos hacer al respecto... —murmuró con un deje de lujuria.

La mirada turbia de Yoongi no era sino un reflejo de mi deseo, así que empecé enseguida a acariciarle, voraz, el pecho. Al momento se inclinó sobre mí con una seductora sonrisa y me besó.

Sus labios se pasearon por los míos despacio y con ternura al principio, mordisqueándome y tentándome la boca hasta que empecé a gemir en ellos, anhelando más, pero entonces aquel magnetismo de siempre volvió a surgir entre nosotros, y no pudimos hacer otra cosa que acelerar nuestra reconciliación y devorarnos el uno al otro.

Yoongi me puso boca arriba y empezó a adorar mi cuerpo de todas las formas que sabía. Pasó una eternidad besando cada centímetro de mí hasta estremecerme por completo con sus labios tentadores.

—Yoongi, por favor... —le supliqué al ver que regresaba a uno de mis pezones para chupármelo y recorrerlo lentamente con la lengua.

—¿Por favor, qué, Minie? —preguntó Yoongi mirándome a los ojos, los labios aún ocupados en su incesante provocación.

—Por favor... —Hice una pausa, porque no me gustaba suplicar, hasta que se me ocurrió algo y sonreí—. Por favor, hazme el amor —le susurré, encantado de poder pronunciar aquellas palabras por primera vez sabiendo que eran ciertas. Yoongi me quería, igual que yo a él. Esa noche haríamos el amor, no follaríamos.

Gruñó posesivo ante mi solicitud y, abandonando mi pezón, ascendió por la cama hasta mi rostro de nuevo. Sus labios dieron con los míos, y me besaron apasionadamente, su lengua se zambulló en mi boca y recorrió con fruición la mía.

—Con mucho gusto —me contestó al instante.

Mientras se colocaba entre mis piernas me contempló con cara de absoluta adoración, luego se introdujo, despacio y con ternura, en mi interior calentito. Los dos gemimos al conectar de nuevo, y Yoongi tuvo que detenerse y apoyar la frente en la mía unos segundos para recobrar el aliento antes de iniciar un ritmo más pausado, más de amantes.

Esa noche Yoongi me demostró, con hechos y no solo palabras, que de verdad me amaba; me cubrió de besos y me hizo el amor de forma lenta y deliciosa. Quizá fuera porque sabía que me quería, o por las tres semanas que habíamos estado separados, pero me produjo uno de los orgasmos más intensos de mi vida. Jamás me había sentido más feliz que cuando mi cuerpo se contrajo alrededor de su miembro y él alcanzó el clímax dentro de mí pronunciando mi nombre en la oscuridad.

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¿Que tal están pasando la cuarentena?

Yo no muero por salir xD

-I Purple U

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