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🍎9. Bajo la máscara (parte 2)

Cogidas de la mano, Poppy y yo traspasamos las dobles puertas de cristal del instituto que hoy parece haberse transformado en un escenario de Monster High. Todos los alumnos, incluso algunos de los profesores, los más relajados y divertidos, van disfrazados de todo tipo de personajes. El espíritu creativo, las conversaciones que se entrelazan unas con otras y las risas que se contagian, crean un ambiente festivo; el instituto nunca había estado tan lleno de vida como en este momento.

A medida que avanzamos por el pasillo, hay zombis maquillados de manera asombrosa, vampiros elegantes con capas de terciopelo y hombres lobos. El señor Rodriguez, el profesor de historia, ahora es el Profesor Dumbledore, mientras que la señora Davis, la profesora de literatura, se ha convertido en una reina medieval con una corona reluciente. Poppy se va corriendo a la sala del periódico para coger su cámara y empezar a hacer fotos.

Entre tanto alboroto, un pitido se oye desde los altavoces iniciando la comunicación: el director va a hablar.

—¡Buenos días alumnos y alumnas! Os recuerdo que es la semana en la que celebramos el espíritu escolar y además recaudamos fondos para el baile de inicio de curso. A los más rezagados en buscar pareja, daos prisa antes de que tengáis que invitar a vuestras primas y primos y hagáis el ridículo —hace una pausa, como si esperara nuestras carcajadas, y prosigue con su discurso—. Con motivo de este evento, mañana no habrá clases en todo el día, pero antes de que os emocionéis, la asistencia es obligatoria. Chicas, preparad vuestro mejor bikini. Chicos, sacad a pasear vuestros coches porque, redoble... ¡se viene el lavacoches de las animadoras! La semana continuará con el desfile y la hoguera del viernes y la noche del sábado, el primer partido del Palace contra los de Whitmore. Con el mejor equipo y Hadrien O'Connell como quarterback, tenemos la victoria asegurada. ¡Arriba Delfines!

El altoparlante vuelve a emitir un sonido poniendo fin al anuncio de las actividades de esta semana y ni siquiera se menciona a los chicos del coro, que abrirán las puertas del auditorio por la tarde antes del partido, como si no formaran parte de la pirámide que conforma el Palace High School.

Una ola de vítores empieza a recorrer los pasillos y estos aumentan de tal manera que estoy segura de que las personas que viven a cinco manzanas pueden oírlos. El motivo no es otro que la aparición de la mascota del colegio: un delfín que baila break-dance. Detrás de él llega a la carrera todo un grupo de superhéroes y testosterona. Me uno a los gritos de éxtasis.

Nuestro equipo de fútbol se pavonea con orgullo, luciendo sus trajes bajo las luces tenues del pasillo principal. Luego, comienzan una coreografía que simula una batalla épica entre los jugadores que tienen el balón y los que ansían arrebatárselo. El espectáculo llega a su clímax con la mitad de los superhéroes en el suelo, derrotados, mientras que la otra mitad, liderada por Superman, celebra su victoria con los puños en alto.

Los gritos y los flashes de las cámaras inundan el pasillo.

Cuando el ajetreo disminuye y los pasillos se van disipando, me atrevo a acercarme a Dylan. Por un momento, al verle, sus ojos verdes y cautivadores, tengo el impulso de salir corriendo, pero es estúpido e irracional. O al menos eso me digo para obligarme a seguir adelante e ir a su encuentro. En cuanto me ve, una sonrisa radiante se extiende por su cara y un nudo me sube por la garganta. Trago saliva, intentando eliminar esa bola de culpa y sabor amargo y me armo de valor.

—¿No será este el culo de América? —pregunto cuando termino de acercarme a él, dándole una palmadita en el trasero.

Dylan, que va con un traje de Capitán América que se adhiere con sensualidad a cada músculo de su cuerpo, se ríe y me acerca más a él. En una mano tiene el escudo de Steve Rogers y en la otra, su casco. En el pómulo izquierdo tiene dos arañazos falsos con sangre que le dan un aspecto más varonil y heroico.

—No hay mejor que el tuyo, Sulley —susurra con una sonrisa—. Estás monstruosamente preciosa.

Termina de acortar los pocos centímetros que nos separan, sujetándome por la parte baja de mi espalda, y me besa. Durante los segundos que dura el roce de nuestras bocas, siento que el contacto de sus labios con los míos es diferente. El tacto, el sabor... No son lo mismo. Es como si estuviera besando a un extraño, pese a que son los mismos labios suaves y dulces que llevo besando casi un año.

Nos separamos y algo llama mi atención por detrás de mi novio, haciéndome soltar un jadeo de la impresión.

—Tiene que ser una broma —murmuro entre dientes.

Hadrien se acerca a nosotros y no puedo evitar fijarme en su cuerpo envuelto en el traje de Superman, con la icónica "S" marcada en el pecho. La tela elástica, roja y azul, se adhiere a sus músculos como una segunda piel, resaltando cada contorno de su figura atlética.

Sus fuertes brazos, que han lanzado incontables pases de touchdown en el campo de fútbol, ​​ahora se ven aún más poderosos bajo las mangas del traje. La musculatura de sus piernas se destaca a medida que se acerca con confianza, como si estuviera listo para despegar y surcar el cielo en cualquier momento.

El pelo oscuro está peinado hacia atrás, igual que el famoso superhéroe, y sus intensos ojos negros parecen chispear con la misma determinación. Incluso su mandíbula cuadrada y su sonrisa ligeramente arrogante, que hace que las chicas suspiren, encajan a la perfección.

El efecto general es impresionante, como si Hadrien hubiera salido directamente de las páginas de un cómic.

—¿Necesitas que te salve otra vez, nena?

—No va a volver a pasar —suelto—. Para eso tengo a Capitán América, ¿verdad?

Me cuelgo del brazo de Dylan y miro a Hadrien fijamente, esperando que pueda ver el doble sentido de mis palabras. Lo que sea que fuera que pasó ayer en las duchas entre nosotros, no va a ir a más. Necesito tomar el control de mi vida otra vez y él no me lo va a arrebatar.

—Siempre, preciosa. —Mi novio me corresponde dándome un beso en la mejilla.

—Venga ya, ¿quién es Capitán América comparado con Superman? —Rueda los ojos, presumido—. Hasta yo tengo mejor culo que él.

Dylan bufa, divertido, y yo evito mirar su trasero para comprobar si es verdad.

—Por favor, puedo acabar contigo —dice mi novio.

—¿Lo comprobamos?

Antes de que Dylan pueda contestar, Hadrien rodea su cuello con un brazo y lo empuja hacia abajo, pegándole puñetazos en el estómago de manera amistosa con su mano libre. Mientras tanto, Dylan se encoge con el rostro contraído en una falsa mueca de dolor, pero no puede ocultar la sonrisa.

—¡Quieto, Hombre de Acero, que vas a dañar la imagen del Capitán América!

Superman se ríe y afloja el agarre, lo que le permite a Dylan devolverle el gesto en un movimiento rápido. Hadrien se tira al suelo con una mano en las costillas y actúa como si estuviera malherido de muerte. Parecen dos niños jugando y no puedo evitar sonreír al verlos.

—¡Piedad, por favor, piedad! —grita Hadrien, gimoteando en el suelo.

Capitán América finge darle las últimas estocadas con su escudo y Hadrien enmudece antes de que mi novio, sin llegar a rozarle, ponga un pie sobre su pecho y suelte un grito de guerra, vencedor. El público que se ha ido aglomerado a su alrededor aplaude y ambos sueltan una carcajada que queda ahogada por la sirena de inicio de clases.

Dylan tiende una mano a Hadrien para que se levante y este la acepta, dándole unas palmaditas en la espalda cuando está en pie y revolviéndole el pelo. Más que dos niños jugando, parecen un hermano mayor y otro pequeño.

La imagen me deja descolocada. ¿Cómo puede comportarse así con él y luego actuar a sus espaldas sin mostrar ni la más mínima compasión?

No estoy segura de querer saber la respuesta y no pienso en ella cuando ambos se colocan a cada lado de mi cuerpo, rodeándome con sus brazos. Dylan me coge de la cintura y me pega hacia él mientras que Hadrien pone una mano sobre mis hombros. El corazón me empieza a latir de manera violenta dentro del pecho.

—Mis dos héroes. —Les doy un beso en la mejilla a cada uno.

—¿Impresionada, nena? —suelta Hadrien—. Pero no te dejes engañar, todavía tengo algunos trucos bajo la capa.

Me guiña un ojo, pícaro, y mira por encima de mi hombro antes de acortar la poca distancia que hay entre nosotros y susurrarme al oído.

—Solo uno de los dos puede hacerte volar.

Sus palabras que revelan un segundo sentido, así como el suave y cálido aliento acariciándome la piel, logran estremecerme de pies a cabeza. Lo miro fijamente. Las chispas de tensión que hay entre nosotros son evidentes. Por suerte, Dylan no parece darse cuenta, pero no puedo dejar que esto continúe. La situación es peligrosa y me siento atrapada entre dos mundos, dos chicos.

Solo cuando nos separamos para dirigirnos cada uno a nuestra clase, me permito soltar el aire que no sabía que estaba reteniendo. Sin embargo, la sensación de libertad no dura mucho. No puedo dejar de pensar en Dylan, la culpa que siento, Hadrien, sus provocaciones, su beso... Estoy desbordada y siento que me estoy asfixiando, y seguiré hundiéndome hasta que no ponga remedio a la situación.

Levanto la mano e interrumpo la lección de la señora Smellie, la profesora de geografía de avanzada edad y pelo canoso que me recuerda a Miss Finster de La banda del patio.

—Profesora, ¿puedo ir al baño, por favor? —Cuando asiente, me levanto no sin antes pedirle un favor a mi mejor amiga—. Cúbreme

—¿Qué vas a hacer, Naomi?

—Tomar el control.

Salgo de clase y recorro los pasillos vacíos del instituto con determinación hasta llegar al aula donde se encuentra Hadrien. Me asomo por la ventana de la puerta. La profesora se encuentra al frente de la clase dando la lección mientras Hadrien, al fondo, hace equilibrio con su silla. Entonces, nuestros ojos se encuentran. Le hago un gesto con la cabeza para que se reúna conmigo. Escucho cómo da una excusa y el sonido de la silla arañando el mármol del suelo antes de que, segundos después, la puerta se abra y aparezca su cuerpo.

—¿Qué pasa, nena? —sonríe—. ¿Vienes a por más?

Sin perder más tiempo, cojo a Hadrien de la mano y lo arrastro hasta el hueco de la escalera. Lo empujo contra la pared y clavo un dedo con fuerza en su pecho. Lo miro con dureza. Hadrien enarca una ceja, desconcertado.

—Oye, no es que no me ponga cachondo, pero ¿a qué viene lo de golpearme?

—Voy a ser clara, Hadrien. —Voy directa al grano—. Lo que fuera que pasó ayer, no va a volver a suceder, ¿queda claro?

—Habla con propiedad, Naomi. Nos besamos y tú querías ese beso tanto como yo. —Me coge de la cintura hasta atraerme hacia su cuerpo y baja la voz en un susurro seductor—. ¿O necesitas que te recuerde tus palabras de aquella noche? Porque no me creo que las hayas olvidado.

«¿Me dejarías besarte?»

Reprimo un escalofrío, alejando el recuerdo que no he podido olvidar, y me separo de él de golpe, dejando atrás sus manos y la abrasión de su contacto.

—¿Crees que no sé lo que estás haciendo? ¿Crees que no veo en tus ojos... la emoción de la persecución, la adrenalina? Estás intentando demostrar algo, hacer ver que tienes alguna clase de poder sobre mí o no sé. Tal vez intentes sentirte vivo o alimentar tu ego, pero verás, a diferencia de ti, tengo sentimientos y para mí esto no es un juego —suelto, con la respiración agitada—. ¿Qué creías que iba a pasar? ¿Que después de que me besaras traicionaría a mi novio, que, por cierto, es tu mejor amigo, y me acostaría contigo solo para que pudieras darme la patada al día siguiente como a todas las demás?

La mirada de Hadrien se ensombrece y su mandíbula se contrae.

—¿Crees que esas chicas quieren conocerme? —exclama—. No te equivoques, Naomi, solo quieren saber lo que se siente al estar con alguien como yo para convencerse de que no es lo que quieren y no arriesgarse. Me utilizan tanto como yo a ellas.

Siento un nudo en la garganta mientras las palabras de Hadrien resuenan en el aire. Suena tan vulnerable, tan desgarradoramente humano... Sus ojos negros muestran una tormenta de emociones que no me atrevo a descifrar. Yo quiero conocerle y él lo sabe, pero no se lo digo. Un silencio incómodo se apodera de nosotros.

—Pero veo que ya has tomado tu decisión respecto a quién soy, así que qué importa, ¿no?

«¿Quién eres? Porque si eres el chico del puente, el chico del amanecer, hay algo que querría hacer pero que no puedo».

—No, Hadrien, has sido tú. A mí no me has dado elección.

Todo este tiempo he estado persiguiendo un fantasma, pero ahora sé que no era real. Todas las personas llevamos una máscara para ocultarnos, para protegernos... Pero bajo la máscara de Hadrien O'Connell solo está... Hadrien.

—¿Recuerdas que una vez hablaste de sentir una conexión especial con alguien? Eso que dijiste que esa persona podía saber quién eras realmente sin necesidad de fingir —pregunta de repente, tragando saliva—. Creía que podías ser tú, Naomi, pero me equivocaba.

Hadrien se marcha, dejándome sola en el mismo instante que la sirena anuncia el cambio de clase. Pero yo no me muevo, sino que lo veo alejarse mientras siento sus palabras golpearme en el estómago como un puñetazo y una sensación de vacío se instala en mi pecho. Sé que he tomado la decisión correcta, pero pasado el alivio momentáneo, no puedo evitar sentir que algo se ha roto entre nosotros.

Todos mis esfuerzos, todos mis anhelos se han desmoronado en un abrir y cerrar de ojos.

Yo quería ser esa persona.

Quiero ser más de lo que soy para Hadrien ahora.

Y me está matando no serlo.

Suspiro y me obligo a reaccionar. Los pasos de los estudiantes resuenan en el pasillo a medida que se van llenando y sus voces inundan el espacio, ahogando mis pensamientos mientras me dirijo a mi próxima clase. Poppy ya está allí con mi mochila. Me dejo caer a su lado, llamando su atención. Me mira intrigada, como si pudiera leer todos mis pensamientos solo con mi expresión. Y también inquieta, como si estuviera debatiéndose en decirme algo.

—Hay algo que se me ha olvidado preguntarte esta mañana.

La miro con curiosidad, instándola a hablar.

—¿Te gusta? ¿Estás enamorada de Hadrien?

La pregunta me toma desprevenida y tengo que aguantarme al respaldo de la silla para no caerme de ella.

—¿Por qué diablos me preguntas eso, Poppy?

—Porque soy tu mejor amiga y, si es así, debo decirte que estás en un grave problema.


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