🍎6. No siempre se consigue lo que se quiere
El sol calienta nuestra piel y el agua del lago refleja el resplandor de sus rayos mientras Dylan y yo flotamos en ella desde hace media hora, escuchando el trino de los pájaros y entregados a la serenidad del momento. A pesar de que nuestras pieles arrugadas recuerdan a pasas deshidratadas y mi conciencia comienza a susurrarme acusaciones por haber dejado a mi mejor amiga sola durante tanto tiempo, estamos demasiado cómodos y tranquilos como para salir.
—Tengo que contarte algo. —Dylan me mira súbitamente emocionado, como si acabara de recordar el momento más importante de su vida—. El viernes vendrán varios ojeadores de diferentes universidades al partido. El señor Ramírez dice que podrían estar interesados en Hadrien y en mí. Es una buena oportunidad para intentar conseguir una beca deportiva.
—¡Eso es genial, Dylan! —le abrazo, igualmente emocionada—. Estoy segura de que lo conseguirás.
Dylan es uno de los mejores corredores del equipo de fútbol americano y su talento, así como su habilidad y su astucia, son innegables a la hora de internarse a través de los agujeros de la defensa del equipo contrario e ir ganando yardas. Quien no sepa reconocerlo estará desperdiciando una gran oportunidad de tenerlo en su bando.
—Se rumorea que una de las universidades es Stanford.
Más que emocionado, ahora Dylan parece estar concentrado en el juego que todavía no ha empezado y enseguida entiendo por qué.
—Si me admitieran, podría volver a jugar en el mismo equipo que Cory y compartir el campo otra vez —continúa.
Cory Smith, el hermano mayor de Dylan y su modelo a seguir desde que eran pequeños. Ahora él está en el segundo año de universidad estudiando economía para luego poder licenciarse en derecho como su padre y trabajar en uno de los bufés más importantes de la ciudad, justo como mi novio planea hacer también.
—Así que ¿te irás a la otra punta del país...? —Las palabras escapan entre mis labios sin pretenderlo.
Ya lo había mencionado antes, pero ahora entiendo la magnitud de sus palabras. Stanford, en el estado de California, se encuentra a más de dos mil kilómetros de Atlanta y a treinta seis horas de viaje en coche, lo que podría implicar varias cosas en el futuro de nuestra relación. Solo pensarlo me produce ansiedad y no puedo evitar sentir un nudo en el estómago.
—No lo sé —pone una mueca—. Estoy sopesando otras universidades más cerca de casa como Yale o Harvard —dice—. Incluso la universidad de Louisville. Solo está a cinco horas de aquí y podríamos vernos a menudo si te vas a quedar aquí.
Sus palabras son como un puñetazo en el estómago y consiguen robarme el aliento. A medida que nuestra relación avanzaba y también el final de nuestra etapa en el instituto, esta es la conversación que más he temido entre Dylan y yo. Mi parte enamorada y egoísta no quiere que se vaya, lo admito, pero tampoco quiero pasarme los cuatro próximos años de mi vida metida cinco horas en un coche conduciendo para ver a mi novio solo los fines de semana y darme cuenta de que ya no encajo en su mundo. Además, sé que su sueño es ir a Stanford y compartir la experiencia con su hermano. No podría arrebatarle eso.
Poso mis manos en sus mejillas y hago que me mire a los ojos. Quiero que escuche atentamente mis siguientes palabras.
—Dylan, te quiero, pero no voy a permitir que dejes de hacer lo que quieres por mí ni por nadie que no sea por ti mismo.
—No es eso —niega con la cabeza—. Son buenas universidades con buena reputación y un buen programa de deportes y no quiero cerrar puertas antes de tiempo. Ni siquiera sé si conseguiré entrar en Stanford.
Parece razonable lo que dice, así que, como tampoco es el lugar y el momento, decido no seguir con la conversación hasta llegado el día en que reciba las cartas de admisión y tenga que subir las maletas a un coche o un avión y alejarse de la ciudad que ha sido su hogar durante dieciséis años.
Alejarse de mí.
—¿Qué te parece si seguimos disfrutando de este día? —pregunto, intentando ignorar la sombra de las decisiones futuras.
Asiente con una sonrisa. Decidimos entonces salir del agua y seguir divirtiéndonos en el resto del parque de atracciones, sin ninguna otra preocupación que no sea esa.
Al llegar a nuestras toallas, custodiadas por Poppy, la encontramos inmersa en su libro con las gafas deslizándose por el puente de su nariz. Parece tan absorta que apenas nota nuestra presencia. Por encima de su hombro, puedo leer la siguiente frase: «Estaba ya medio enamorado de ti antes de saber que te quería».
—Poppy, ¿vamos a tirarnos por los toboganes? —Me lanzo en plancha a su lado y apoyo mi cabeza sobre mis manos.
—Estoy acabando un capítulo —responde sin mirarme.
—Perdona, ha sonado a pregunta, pero quiero dejar claro que no tienes otra opción. Vamos, hemos venido a pasárnoslo bien —sollozo con un puchero infantil.
—Solo un capítulo más —promete como una drogadicta antes de desintoxicarse.
Conozco a Poppy y sé que «un capítulo más» significa los que hagan falta hasta acabarse el libro de hojas amarillas y desgastadas de tanto releerlo, aunque no parece que le quede mucho. De hecho, estoy segura de que ya debe saberse de memoria cada uno de sus párrafos, así que no pienso aceptar sus condiciones. Le arrebato el libro de entre sus manos pequeñas y lo guardo en mi bolso. Poppy intenta recuperarlo entre quejidos, pero interpongo mi cuerpo entre ella y él.
—Vamos a tirarnos por los toboganes y te prometo que luego te lo devuelvo.
A Poppy no le queda más que aceptar, resignada, y empezamos nuestro trayecto. En el parque debe de haber unas quince atracciones y pienso disfrutar de cada una de ellas antes de irnos, empezando por el Intimidator en la parte este, unos metros más arriba de donde nos encontramos.
El Intimidator se alza imponente ante nosotros y la caída pronunciada parece desafiar la gravedad. Dylan y yo nos miramos cómplices, extasiados, mientras observamos cómo turistas descienden por el tobogán, gritando y riendo, hasta que llega nuestro turno.
Me siento en la parte alta. El encargado me da una breve advertencia y cruzo los brazos sobre el pecho antes de dejarme caer por la pendiente. El viento azota mi cuerpo y el agua me golpea con fuerza la cara haciéndome entrecerrar los ojos, convirtiendo todo en un borrón cuando cojo velocidad. La siento en la boca del estómago y grito, emocionada. En apenas tres segundos que hacen un total de cinco, caigo a la piscina como una bomba caída del cielo, salpicando agua por todas partes.
—¡Qué pasada! —grita Dylan, una vez se lanza después de mí.
—Necesitaba esto antes de volver al estrés de las clases —coincido.
Intento no pensar en ello y en todo lo que esconde esa simple frase y nos acercamos a la siguiente atracción. La cola del Cat 4 es más pequeña que la anterior, pero, aun así, sigue habiendo gente esperando para subir. Por suerte, encontramos a Poppy —quien no ha querido lanzarse por el tobogán— a mitad de la fila y nos acercamos para unirnos a ella. Para mi sorpresa, la acompaña otra chica rubia alta y un chico que no tardo en reconocer como el causante de mis pesadillas.
—Y yo que creía que podíamos librarnos un día de ti —suelto, claramente descontenta con su presencia.
Hadrien, con su pecho desnudo bronceado y su bañador rosa que, para mi frustración, le queda increíblemente bien, rodea con su brazo la cintura de la Barbie que tiene al lado. Es evidente que en la hora que ha estado desaparecido no ha perdido el tiempo.
—Ya te gustaría, nena.
—Sí, la verdad que sí —admito, cruzándome de brazos—. ¿Quién es ella?
La chica rubia de piel clara, ojos azules y pechos voluminosos que parece sacada de una revista de modelos en bikini, se presenta y extiende una mano frente a mí con una sonrisa blanca y radiante. La mantiene en alto, a la espera, pero no se la estrecho, lo que a ella no parece importarle.
—Soy Mitchie, encantada. —El fuerte acento británico me da a entender que es una turista.
—¿Y qué te ha hecho atravesar el océano hasta aquí, Mitchie?
—Vacaciones —contesta—. Es mi último día aquí y mis amigas y yo hemos decidido venir al parque antes de volver a casa.
—¿Y te ha gustado Estados Unidos? —pregunta Dylan amablemente.
—Mucho. —Se gira hacia Hadrien sin disimular la mirada de lujuria que le echa—. Hay chicos muy guapos aquí.
Mitchie se aferra a él como una niña pequeña a su globo, con miedo a que se le escape y salga volando. Debería saber que cuanto más intentes aferrarte a él, más rápido se esfuma de tu lado.
—Sí, eso es lo que más caracteriza a nuestro país —ironizo—. ¿No deberías volver con tus amigas?
Solo llevamos cinco minutos con ella y no veo la hora de librarme de su molesta presencia. Su tono de voz demasiado agudo me provoca dolor de cabeza y sinceramente, no tengo ganas de aguantar más las miradas lascivas que intercambian ella y Hadrien, los toqueteos a plena vista y las mentiras que él le susurra, asegurándole cuánto la echara de menos cuando se vaya por donde ha venido.
—No, se están bañando en la playa mientras Hadri se tira conmigo por los toboganes.
Si me faltaba una razón lógica para la irracional aversión que he sentido hacia su persona nada más la he visto, ahora ya la he encontrado.
—¿Cómo le has llamado? —le fulmino con la mirada.
—Hadri —repite—. Es más bonito, ¿no crees?
—Se llama Hadrien. —Y solo yo le llamo Hadri.
Como buen jugador de fútbol americano y haciendo honor al nombre que aparece impreso en la parte trasera de su camiseta en cada partido, Hadrien prefiere que le llamen por su apellido, cosa que no acabo de entender teniendo en cuenta a quién va asociado, pero tengo dos teorías. La primera, que tal vez sea la más acertada, es seguir alimentando el odio hacia su progenitor. La segunda, que suena un poco estúpida pero que Poppy me ayudó a ver con sus psicoanálisis que a veces me sacan de quicio, es que es una manera de mantener el anonimato a pesar de su indudable popularidad. Todos saben quién es O'Connell, el quarterback del Palace High School y el mismo Adonis resucitado, pero nadie sabe quién es Hadrien. Suena un poco contradictorio tratándose de la misma persona, pero supongo que tiene sentido, más si recuerdo la primera vez que tuve la osadía de llamarle por el nombre que Mitchie también se ha atrevido a mencionar como si fuera cualquier cosa.
—No vuelvas a llamarme así.
—¿Por qué no?
—No va a pasar.
—No va a pasar, ¿qué?
—No intentes conocerme. No quieras acercarte a mí.
Irónicamente, los dos no dejamos de acercarnos el uno al otro, como dos imanes de polos opuestos que se atraen innegable y mutuamente. No es que sea el caso. Ambos hemos dejado claro lo que pensamos el uno del otro. Pero sí quiero conocerle, y una parte suya, aunque sea en lo más profundo y recóndito de su ser, aunque sea una parte microscópica, debe querer que lo haga cuando no ha vuelto a oponerse a que yo solo le llame Hadri. Y nadie, menos una cualquiera, va a quitarme ese privilegio.
—Pero a él no le importa, ¿verdad? —Le parpadea poniendo carita de ángel, lo que, por alguna razón, me hace querer pegarle un puñetazo si no fuera por el corte que está a punto de recibir.
Se cree especial y alguien necesita recordarle que solo es un pasatiempo. Sin embargo, mis ganas de verla humillada y con el orgullo herido se evaporan cuando reconozco la sonrisa traviesa de Hadrien, única y exclusivamente dirigida a mí.
—Puedes llamarme como tú quieras, nena —le contesta.
La mirada de satisfacción de Mitchie me da otra razón más para odiarla. Y a él también.
Hadrien la besa con pasión desmedida, introduciendo su lengua hasta lo más profundo de su boca, lo que provoca un gemido desagradable por parte de ella y un bufido de disgusto por mi parte. Hago acopio de toda mi fuerza de voluntad para reprimir las ganas de vomitar, me giro bruscamente y les doy la espalda, avanzando decidida en la cola. Por suerte, somos los siguientes en lanzarnos por el Cat 4. Poppy se coloca a mi izquierda en el primer tobogán, mientras que Dylan se sitúa a mi derecha y Hadrien a su lado, en el cuarto y último tobogán. A pesar de que Hadrien ha dejado de intercambiar fluidos con la chica, su presencia me resulta aún más irritante. Mitchie se queda detrás de él, frunciendo el ceño y cruzándose de brazos al darse cuenta de que no hay espacio para ella entre nosotros. Personalmente, no me importaría que se largara y no regresara.
—Vaya, lo siento, me parece que vas a tener que esperar al siguiente turno —imito su expresión con pena fingida.
Me gustaría quedarme un minuto más observando su cara de indignación, pero lo cierto es que ya me he cansado de verla tanto. Encuentro la razón perfecta para dejar de hacerlo en cuanto Dylan propone una carrera. A la cuenta de tres, me deslizo junto a los demás con la colchoneta redonda por las bolas de metal del tobogán hasta caer en la piscina justo después de los chicos.
—¡Exijo la revancha! —protesto.
—Acepta la derrota, Brown. No siempre se consigue lo que se quiere. —Hadrien me guiña un ojo y sale del agua.
Apartar la mirada de Hadrien mientras las gotas recorren cada milímetro de su cuerpo es sumamente difícil y evoca todas las tardes y noches que pasamos juntos en la piscina de un motel en Carolina del Sur, pero si a eso le sumamos sus palabras, lo único que puedo hacer es quedarme inmóvil en el sitio. Solo reacciono cuando veo que Dylan y Poppy ya me esperan fuera de la piscina. No parecen haber notado mi distracción y gracias a los dioses, el motivo de mi ensimismamiento ya se ha alejado totalmente de nosotros en busca de la Barbie Malibú, que ha decidido no tirarse sola.
—¿Qué ha querido decir con eso? —pregunto, no pudiendo pasar por alto su comentario.
Mientras caminamos hacia la siguiente atracción, no paro de darle vueltas. Conozco lo suficientemente bien a Hadrien como para saber que me ha intentado decir algo, pero ahora mismo soy incapaz de descifrar uno de sus tantos acertijos sin sentido. Estoy segura de que ni el mismísimo Indiana Jones podría descubrir los misterios que envuelven a Hadrien O'Connell, incluido el magnetismo que desata imposible de repeler. Aunque para ello, sería más acertado pensar en Isaac Newton y su estudio de la gravedad como una fuerza de atracción.
—¿Por qué le das tanta importancia a lo que dice o hace? —cuestiona Dylan en mitad de mis cavilaciones.
En vez de responderle que eso no es lo que hago, porque Hadrien no me importa —que es justo lo que debería hacer y no hago—, le rebato con otra pregunta.
—¿Por qué dices eso?
—No es que hayas sido muy simpática con Mitchie... —me acusa.
—Bueno, después de conocer a la conquista número cien de cinco minutos, ser agradable no es una de mis prioridades —hago una pausa—. Debería reaccionar y dejar esa actitud de mierda de lado antes de que se lamente.
—Estoy de acuerdo, pero creo que lo estás convirtiendo en algo trascendente —objeta—. Es su vida y es libre de equivocarse. No deberías meterte.
El tono de voz de Dylan se encuentra entre amable y agrio y entiendo que hoy ya ha tenido suficiente entre la palpable tensión que existe entre su mejor amigo y su novia. Por eso, decido no decir nada más, pero me gustaría que todo fuera tan fácil como lo hace ver. He intentado ignorar a Hadrien. Es más, he hecho todo lo posible por expulsar a Hadrien O'Connell de mi vida, pero siempre se las ingenia para volver a mí como un boomerang. Ya ni siquiera espero lo contrario y, a decir verdad, en el fondo de mi corazón, tampoco quiero. Forma parte de mi vida y, aunque eso no me dé derecho a opinar sobre la suya, no puedo negar que Hadrien me importa y sus decisiones, de un modo u otro, me afectan. Una parte de mí, esa parte estúpida que ya he dejado claro que no es la más sensata y que encima, es peleona, quiere pensar que Hadrien puede ser mejor que esto aun y cuando él se empeña en demostrarme que no.
Ya lo he dicho: Hadrien es lo que es. Y aunque soy la primera en saberlo, ahora veo que tal vez soy yo la que se empeña en creer que no es así.
—Se refería a él.
—¿Qué?
Cuando llegamos a la cola de la siguiente atracción igual de infernalmente larga que las demás, Poppy, a mi lado, me susurra al oído para que Dylan, que nos ha dado la espalda frente a nosotras, no la escuche.
—Lo que quieres y no puedes tener —explica como si fuera evidente—. Se refería a él.
Lo que quiero y no puedo tener... Lo que quiero... A él...
—¡La madre que lo parió!
Poppy me sisea para que me calme y baje la voz, pero es demasiado tarde. Mi enfado va escalando mi cuerpo a pasos agigantados hasta que finalmente explota y sale al exterior.
—¡Como lo encuentre, pienso matarlo!
—¿Qué pasa? —pregunta Dylan, alarmado.
Le miro a los ojos, verdes y preciosos, y veo su genuina preocupación por mí. Una que no creo que me merezca. Me muerdo el labio inferior e intento aplacar la rabia que corre por mis venas.
—Creo que me ha picado un bicho —miento, intentando salir del paso.
Frunce el ceño, extrañado ante mi reacción desmesurada, pero no se me ocurre nada mejor. ¿Cómo se atreve Hadrien a decir que en mí hay sentimientos que van más allá de la profunda aversión que siento hacia su persona? ¡Y ni más ni menos que delante de mi novio! Es evidente que su ego desmesurado no puede aceptar que haya una sola persona que se resista a sus encantos, pero yo le voy a demostrar lo equivocado que está.
—¿Estás bien?
—Sí, no es nada —asiento y hago una pausa—. Voy a por una botella de agua.
—Te acompaño —dice.
—No, vosotros quedaros y tiraros. No tardaré.
Dylan no parece muy convencido, pero finalmente accede y se queda solo con Poppy. Camino por la playa en busca de Hadrien, pero no lo encuentro y comprendo, tras varios minutos, que localizarlo será como buscar una aguja entre un pajar que se extiende varios kilómetros. Con la sensación de impotencia todavía apoderándose de mí, veo la tirolina que pasa por encima de mi cabeza y atraviesa el lago hasta la pantalla gigante que reproduce el videoclip de Ariana Grande y su God is a woman. Doy la vuelta y atravieso el paseo y el bosque que rodea el parque hasta su inicio. Al cabo de los minutos, estoy arriba de la plataforma preparada para tirarme.
—¿Lista? —pregunta el chico que me sostiene por las caderas.
—Nací lista.
El responsable comprueba una vez más el arnés y me lanza, haciendo que me deslice por el cable. Mientras resbalo, contemplo el esplendor que rodea el lago de las islas Lanier y mi estado de ánimo empieza a serenarse, fusionándose con la sensación de júbilo y felicidad que se respira en el ambiente. El viento sopla con fuerza, removiendo mi pelo, y consigue eliminar todo pensamiento. La adrenalina recorre mis venas y me olvido del futuro de mi relación con Dylan, de Hadrien y de todo lo que me pueda perturbar lo que falta de semana.
La sensación revitalizadora acaba en lo que tardo en llegar al otro lado y aterrizo en la plataforma. Decido entonces dar un paseo por la orilla del lago, pero las palabras de Hadrien siguen resonando en mi cabeza: «Lo que quieres y no puedes tener». Una risa amarga escapa de mis labios. ¿Acaso piensa que lo que quiero es estar con él? Es un completo egocéntrico si cree eso. Sin embargo, no puedo negar que su comentario remueve algo en mi interior de manera inexplicable.
Y, tras sus palabras, recuerdo otras: «Estaba ya medio enamorado de ti antes de saber que te quería».
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