🍎16. Reflejos de cambios y compras
La semana pasa como una exhalación y, para mi sorpresa, sucede sin ninguna alteración significativa en mi vida. Nada de Rachel, nada de fotos desprevenidas e indiscretas recorriendo los pasillos del instituto... Nada de Hadrien. Solo la presión del homecoming de la semana que viene.
Hay algo sobre los bailes de instituto, como si fueran un rito por el que tienes que pasar para probar que has aprovechado al máximo tus años de adolescencia. No solo vienen acompañados de expectación, sino también de la presión que va en aumento a medida que se acerca la gran noche. No se trata del último reencuentro con tus compañeros —que probablemente nunca volverás a ver—, sino de saber si serás el centro de atención o te perderás entre la multitud, como si eso fuera a determinar tu futuro. Por eso, ahora mismo todo lo que se respira en el interior de las paredes del Palace High School es una mezcla de ilusiones, desesperación y corazones rotos.
Mientras tanto y pese a su silencio —que no evita las miradas asesinas que nos dirige a Hadrien y a mí—, yo no puedo evitar estar alerta, esperando con los músculos agarrotados el momento en que Rachel decida hundirme, viendo con recelo cada notificación que me llega al móvil como si de pronto fuera a encontrarme la imagen publicada en Gossip Girl a la vista de todos. Ni siquiera soy consciente de la rareza extraordinaria que es que, una de mis canciones favoritas de una de mis películas de la infancia, está sonando a través de los altavoces hasta que Poppy me da un codazo que hace que el aparato se resbale de mis manos.
—¡Eh!, ¿por qué has hecho eso?
Levanto la mirada, indignada y confundida, pero Poppy no me está prestando atención y el sonido de las conversaciones a nuestro alrededor se apagan hasta desaparecer. Miro al frente, extrañada. Estamos en el gimnasio esperando a que el señor Ramírez, quien llega tarde por primera vez, aparezca, sin embargo, a quien veo atravesar la habitación es a Dylan, tan guapo como siempre, vestido con unos vaqueros y un polo verde que resalta sus ojos. Su sola sonrisa hace que la estancia entera se ilumine y las mariposas se instalan en mi estómago cuando soy consciente de que es por mí y me extiende una mano. Sin pensarlo, me levanto de las gradas con el corazón golpeándome fuertemente el pecho al ritmo de la música.
—Toma mi mano —repite Dylan la letra de la canción, cogiendo la mía—. Tomaré la iniciativa y cada giro será seguro conmigo. No tengas miedo de caer, sabes que te atraparé a pesar de todo. —Me hace girar y, sujetándome de la espalda, me tira hacia atrás para luego volver a subirme y acercarme a él.
Seguimos bailando a través del gimnasio, con movimientos suaves y un tanto torpes por su reciente lesión en la rodilla. Aun así, el mundo entero desaparece y nos quedamos solos, frente a frente, mirándonos a los ojos y con nuestras emociones a flor de piel. Sus dedos encajan entre los míos a la perfección, como si formaran parte del mismo todo y no estuvieran dispuestos a dejarme ir, y la calidez de su cuerpo junto al mío, con su fragancia envolviéndonos, me embriaga de todo él.
Dylan me hace sentir como en las películas dicen que es el amor. Tan único, especial... e irreal. Como si fuera difícil de creer que, con todas nuestras diferencias, hubiéramos encontrado nuestro lugar al lado del otro.
—Que romántico por tu parte, Dylan Smith. ¿Es ahora cuando te arrodillas? —bromeo, divertida.
—Si insistes...
Dylan se despega de mi figura e hinca con una leve mueca de dolor una rodilla en el suelo. Cuando se recupera y logra estabilizarse, sus ojos verdes, llenos de amor y ternura, se clavan en los míos y consiguen iluminar los rincones más oscuros de mi ser.
—Naomi Brown, ¿quieres ir al baile conmigo? —pregunta, sacando un ramillete de una pequeña caja aterciopelada.
Mis labios se curvan en una sonrisa. Nunca ha hecho falta que me lo pida, aun así, en el momento más inesperado, de la manera más impresionante, siempre me sorprende. Hago que se levante con cuidado y rodeo su cuello con mis brazos, volviendo a pegarme a él.
—Bueno, será una decepción para todos los que me lo han pedido antes que tú —le tomo el pelo—, pero no hay nadie más con quien quisiera ir.
Atrapo su sonrisa y le beso, saboreando sus labios, tan suaves y familiares que hacen que me explote el corazón. Sé que lo que ha dicho es verdad: pase lo que pase, no me dejará caer, porque él siempre ha sido y es mi lugar seguro donde volver. Estar entre los brazos de Dylan es fácil y lo más sensato, la apuesta segura.
Dylan desliza con delicadeza el pequeño ramillete de rosas blancas sobre mi muñeca, que contrasta con el tono moreno de mi piel. Su contacto me envía a la noche del baile, entre estas mismas paredes, y ya puedo visualizarnos cogidos de la mano y dando vueltas por toda la pista bajo los focos de luz. Antes incluso de que el momento llegue, sé que lo recordaré siempre. Sin embargo, la imagen se evapora de un plumazo cuando suena un pitido, justo en el momento en que la música cesa.
—¡Se acabó el espectáculo! —grita el entrenador, que se acerca a nosotros con sus habituales pantalones cortos y su silbato colgando del cuello—. Preciosa escena; ahora dejad que corra el aire, tortolitos. Vamos a empezar la clase.
Nos vemos obligados a separarnos, no sin que antes Dylan me robe un beso entre las protestas del entrenador, que no termina de entender cómo se ha dejado convencer para formar parte de la situación y perder el tiempo en su asignatura. Una vez mi novio está satisfecho, sale del gimnasio con aire triunfal, ajeno a las miradas llenas de admiración y celos que deja a su paso. Mientras tanto, yo me concentro en permanecer aislada del ruido que me rodea, olvidándome de las amenazas que penden sobre mi cabeza con un hilo fino y deleitándome en lo querida que Dylan me hace sentir.
El entrenador comienza entonces a explicar en qué consistirán los ejercicios de hoy, pero, de pronto, recuerdo lo más importante sobre el evento que se acerca y que ya no puedo postergar más. Me acerco a Poppy.
—Esta tarde nos vamos de compras —le susurro—. Tenemos que arrasar con el centro comercial hasta que demos con el vestido perfecto.
Nunca busco la perfección en nada de lo que hago, porque sé que nunca podré alcanzarla, pero después de todo lo que ha hecho Dylan por mí y sigue haciendo, de lo maravilloso que es, él no se merece menos.
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Desde que somos amigas, Poppy ha instaurado un sistema cada vez que vamos a comprar juntas. Dado que ella no es muy aficionada a ir de compras que no incluyan libros y yo la traigo de cabeza de un lado a otro cada vez que salimos, tenemos que seguir un riguroso plan que Poppy se encarga de confeccionar.
Empezamos descartando todas las tiendas que no se ajustan a lo que buscamos. Dado que se trata de un baile con temática, eliminamos varias opciones de primeras. A partir de ahí, ordenamos las restantes con nuestras favoritas y con las que mayores probabilidades tengamos de encontrar el vestido ideal. Entonces, Poppy marca una estrategia de ruta con diversas paradas de descanso para evitar que salga huyendo hasta la seguridad de su casa.
Cuando llegamos, el centro comercial es un hervidero de movimiento con el murmullo constante de los clientes y el brillo cegador de las luces reflejado en las vitrinas. Días como hoy, doy gracias a que mi mejor amiga tenga montado un plan de evacuación. Hordas de adolescentes buscan su vestido para el homecoming y Poppy y yo tenemos que abrirnos paso para conseguir entrar en la primera tienda, abarrotada.
—¡Esto es una locura! Creo que habría sido más fácil encontrar un vestido en mi armario —replico—. La gente pierde la cabeza cuando se acercan los bailes de instituto.
—No seas hipócrita —Poppy rueda los ojos y me da un pequeño golpe en el hombro—. ¿No te acuerdas de nuestro primer baile? Aplacaste a una chica porque se iba a llevar el último vestido que querías y saliste corriendo para comprarlo.
—Me acuerdo perfectamente. El karma me lo cobró rasgándolo en mitad de la pista de baile —sacudo la cabeza—. Y, pensándolo bien, ni siquiera era tan bonito.
—El brillo de las lentejuelas te cegó —ríe.
—Y no va a volver a pasar.
Entramos a una de mis tiendas favoritas y el olor a perfume nos recibe junto a una marea de colores y texturas. Tenemos que sortear a un grupo de chicas para conseguir coger una prenda de su percha, por no mencionar las largas colas para entrar en los probadores.
—¿Qué te parece este? —Cojo un vestido azul sobrio y se lo enseño a mi mejor amiga—. Va con el color de tus ojos.
Poppy se acerca y acaricia la tela, observándola mientras se muerde el labio, pensativa.
—Mm, no está mal.
—Si no es amor a primera vista, no vale. Vamos a ver más.
Buscamos algo que nos llame la atención, pero cuando no encontramos nada, tenemos que luchar incluso por salir. Una vez fuera, Poppy saca su agenda y tacha la tienda, indicando la siguiente. Así, entramos a varias y pasamos algunas veces por los probadores en un patrón que se repite una y otra vez: entrar, esquivar personas, encontrar algo interesante, esperar al probador y salir con las manos vacías.
—¡Mira este! —Poppy saca un vestido verde esmeralda con detalles de encaje—. ¿Qué te parece?
—Es precioso.
—Pruébatelo, vamos.
Me tiende la percha con el vestido y vamos a la cola. Las conversaciones se solapan unas con otras y la emoción y los nervios no dejan de estar presentes. Mientras esperamos, aprovechamos para hablar y ponernos al día.
—¿Cómo van los preparativos? —pregunto.
—Todos los puntos de mi lista están tachados —sonríe abiertamente, orgullosa—. Solo faltan los últimos detalles. Cuesta creer que sea nuestro último baile de bienvenida.
—Lo sé —pongo una mueca.
—Por suerte, aún nos queda el baile de fin de curso.
—¡Poppy, aún ni ha pasado este, no pienses en otro!
Otra de nuestras diferencias es que Poppy siempre está enfocada en el futuro, en descubrir lo qué le espera y recoger los frutos de su esfuerzo. Y ni siquiera es el baile lo que le interesa, sino lo que significa: acabar una etapa para empezar otra. Por mi parte, no quiero pensar aún en eso.
Llega mi turno y entro a probarme el vestido. Es largo, con una abertura en el muslo derecho y con un escote pronunciado. Aunque es bonito y se ajusta a mi figura, no estoy segura de que sea lo que estoy buscando. Salgo para pedirle opinión a Poppy.
—No me convence —digo.
—No parece que sea mucho de tu estilo.
Coincidimos y entramos en otra tienda con la esperanza de tener más suerte. Pasadas las horas y agotándose las opciones, no queremos enfrentarnos a la idea de que el temor de volver a casa sin ninguna prenda se haga realidad. Por suerte, tras varios minutos mirando, nos adentramos en una zona menos frecuentada y lo vemos, colgado de su percha, esperándonos bajo un foco de luz, reluciente.
—Poppy.
Llamo su atención y lo veo en sus ojos: es perfecto para ella. No tengo que convencerla para ir al probador y una vez que sale con él puesto, sé que la búsqueda por su parte ha terminado.
—¡Dios mío, Poppy, estás preciosa!
El vestido es de un rosa palo, que combina a la perfección con su piel pálida y su cabellera rubia. El escote es en forma de V y tiene rosas bordadas en los tirantes. La falda es amplia y tiene un encaje de mariposas que le da textura y volumen a las varias capas que tiene.
—Me siento como una princesa —sonríe, tímida.
—Y lo eres. ¡Mírate! —Le cojo una mano y hago que dé una vuelta sobre sí misma antes de que se lo quite para ir al mostrador.
Poppy paga el vestido y salimos de la tienda satisfechas pero agotadas. Revisamos la agenda y, después de varias horas, decidimos sentarnos en una cafetería del centro comercial. El aroma a café recién hecho y pretzels recién horneados inunda el local, sin embargo, Poppy pide un cruasán y yo me pido un gofre con chocolate y nata para acompañar a nuestros zumos.
—No puedo creerme que después de lo romántico que ha sido Dylan esta mañana, esté a un paso de quedarme sin vestido —me lamento.
—Sabes que para él eso es lo de menos —dice Poppy, intentando tranquilizarme.
No es solo el vestido, es todo lo que simboliza. ¿Por qué me siento tan insegura últimamente? Me revuelvo en el asiento con inquietud.
—Ya, ya lo sé. Solo es que... —Dejo los cubiertos que repiquetean sobre el plato—. Quiero recordar esa noche, que sea especial, ¿sabes? Últimamente he estado... desconcentrada con nuestra relación y no quiero que eso signifique que hay algo diferente entre nosotros. Solo quiero que todo siga igual.
Sé por la mirada que me dirige, que sabe exactamente de qué estoy hablando, pero no dice nada al respecto, lo cual agradezco. Tampoco escucho ninguna nota de compasión en su voz.
—Pero no todo puede seguir igual siempre, Naomi.
—¿Por qué no? —suelto, frustrada y abrumada.
¿Qué hay de malo en querer que las cosas se queden tal y como están? ¿En querer vivir en estos momentos para siempre? Ahora todo es seguro y familiar y, aunque sé que las cosas ahora mismo no son idílicas con Dylan, que mi relación con Hadrien cada día se vuelve más complicada, hubo un tiempo en que todo era normal. ¿Por qué no podemos retroceder a los momentos en que éramos felices, cuando todo era fácil? Sé que es poco realista, pero ¿estoy siendo egoísta al querer que nada cambie?
—No lo sé. Porque entonces no creceríamos ni aprenderíamos nunca —se encoge de hombros, dando un sorbo a su zumo—. Además, ¿por qué querrías que nada cambiara? ¿No le quitaría eso la emoción? Tú siempre dices que por eso vale la pena vivir.
—Ya, bueno, empiezo a pensar que la búsqueda de la emoción me ha metido en el lío en el que estoy.
Estabilidad, eso es lo que debería perseguir. La estabilidad que Dylan me ofrecía.
Poppy me observa en silencio y ladea la cabeza. Una sombra nubla sus ojos azules. Sé que cada vez que hace ese gesto, está intentando leerme como a uno de sus libros. Pese a que no tengo secretos con ella, detesto que lo haga.
—¿No has resuelto lo de la foto? —pregunta, interesada.
Aparto la mirada, intentando no recordar la cita desastrosa de Rachel y Hadrien y todo lo que pasó después.
—No estoy segura.
En el exterior, el cielo se tinta poco a poco de naranja y púrpura. Terminamos nuestro descanso y decidimos seguir con el recorrido una hora más en una estrategia desesperada por encontrar algo a última hora.
—¿Qué vas a hacer ahora? —pregunta Poppy, cuando salimos de la última tienda sin mi vestido.
Hemos aprovechado para comprar algunos complementos o maquillaje, pero la búsqueda de ponerme algo para el baile ha sido infructuosa. Caminamos hacia el parking.
—Podríamos mirar en otro centro comercial. Pero no tengo coche para mañana, mis madres lo necesitan —reflexiono—. Llamaré luego a Dylan para ver si puede llevarnos.
Subimos al coche y mientras conduzco hasta su casa, hablamos de todo y nada, compartiendo risas por el camino. Poppy y yo hemos compartido juntas muchas experiencias y esta es otra más que se suma a la lista. Siempre he podido contar con ella y me siento agradecida por tenerla a mi lado. Su amistad es un regalo.
Llegamos a su casa.
—¿Nos vemos mañana en mi casa a las diez? —pregunto.
Asiente y se despide con la mano, pero su rostro refleja una cara larga, impropia del buen día que hemos pasado las dos.
—¿Qué pasa, Poppy? ¡Eres tú la que ha encontrado el vestido! ¿No deberías estar emocionada?
—Yo... —vacila, agachando la cabeza.
Hay algo que está atravesando la mente de mi amiga, algo que le está preocupando y que no está segura de compartir.
—Suéltalo, Poppy —la animo—. ¿Para qué estamos las mejores amigas?
—Voy a ser la única chica de último curso que va a ir sin pareja al baile —susurra tan bajito que me ha costado entenderla.
No le digo que no creo que eso sea verdad, porque sé que eso no la va a consolar. Igualmente, no es verdad que no vaya a ir acompañada.
—¿Perdona? ¿Cómo que sin pareja? —me hago la ofendida—. ¿Y yo qué soy?
—Tú vas con Dylan... —la corto antes de que pueda decir nada más.
—Y contigo, no lo olvides —le recuerdo, como ha sido durante todos nuestros años en el instituto, tuviera cita alguna o no—. Además, no necesitas una pareja para pasar una noche increíble. Vas a estar con tus amigos y con el estúpido de Hadrien, que algo es algo. Y si quieres salir a bailar, yo te saco a bailar cincuenta veces si estás dispuesta a que te dé unos cuantos pisotones —sonrío y ella se ríe, justo lo que quería—. Poppy, eres la que ha organizado todo este evento con mucho esfuerzo, no dejes que no entrar cogida del brazo de un chico con las hormonas revolucionadas te arruine la noche.
Los adolescentes y su estúpida manía de definir su éxito en su vida dependiendo de con quién fueron o no al baile en el instituto.
Poppy asiente de nuevo, ahora entusiasmada y con una amplia sonrisa.
—Gracias, Naomi. Eres la mejor. —Me da un abrazo y sale del coche cogiendo sus bolsas—. ¡Hasta mañana!
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