Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

🍎14. Nuevo titular bomba

El lunes, con la luz de la mañana colándose entre las cortinas entreabiertas, pretendo despertarme con la promesa de que, a partir de ahora, todo va a ir bien. Voy a seguir adelante y el peso de los secretos y las mentiras no va a hundirme, porque quiero convencerme de que he hecho lo correcto dejando el pasado donde pertenece, lejos del presente y sin interferir en mi futuro.

Sin embargo, después de pasar gran parte de noche sin dormir, pensando en Dylan en el hospital, en cómo estuve a punto de contarle la verdad, me despierto cansada y con los músculos del cuerpo agarrotados. Por si fuera poco, cuando voy a levantarme la segunda vez que suena la alarma, las sábanas enrolladas en mis piernas me lanzan al suelo de cabeza, que rebota contra las baldosas y me manda una punzada de dolor que me llega hasta la nuca.

—Mierda —gruño entre dientes, previendo el chichón que me va a salir.

—¡Esa boca, Naomi! A ver si te la voy a tener que lavar con jabón como cuando eras pequeña.

La repentina voz de mi madre en la puerta me espanta haciéndome saltar en el interior de la sábana que me envuelve como una gruesa segunda piel. Recuperada del susto, la miro plantada en el umbral con expresión divertida. Lleva una blusa azul a juego con sus ojos y el cabello liso le cae hasta los hombros. Una vez más, vuelvo a reparar en nuestras diferencias. Salvo en la altura y en los labios gruesos, no nos parecemos en nada. Supongo que he salido más a mi padre, pero ni siquiera tengo ninguna foto con la que compararme. Y, a decir verdad, nunca hablamos de él.

—Sí, estoy bien, mamá, gracias por preguntar. —Ruedo los ojos por su falta de preocupación e intento salir de mi capullo.

Empiezo a revolverme en el suelo, contorsionándome, pero están tan tirantes y revueltas que lo único que consigo es enredarme más. La frustración y la desesperación escalan por mi cuerpo mientras lucho por liberarme de las sábanas. Cada movimiento me empuja más al borde, poniendo fin a mi poca paciencia, y la idea de estar atrapada, a pesar de no ser claustrofóbica, despierta una oleada de pánico en mi pecho.

—¿Qué estás haciendo en el suelo? —reconozco la voz divertida de Jane.

—Nada, estoy haciendo gimnasia rítmica —bufo, altamente irritada—. ¿Qué te parece, mujer? ¿Puede alguien sacarme de aquí, por el amor a los cerdos?

Mamá y Jane, después de un momento de risas contenidas, se deciden a ayudarme. Con movimientos coordinados, estiran de aquí y allá hasta que el peso de las mantas desaparece, arremolinándose bajo mi cuerpo. Entonces, me tienden una mano cada una y me impulso para ponerme en pie, saboreando por fin la libertad, hasta que el exceso de fuerza vuelve a lanzarme al suelo, esta vez, acompañada de dos cuerpos más.

—¡Mierda, mierda, mierda! ¡Esto debe de ser el puto karma!

—¡Esa boca, Naomi! —dicen a coro mis madres.

De pronto, me echo a reír ante la situación tan absurda, porque es lo único que puedo hacer. Empieza como una carcajada suave, pero se intensifica gradualmente hasta llenar la habitación y contagiar a mis madres. Las lágrimas de diversión se arremolinan en mis ojos y, sin darme cuenta, la tensión desaparece de mi cuerpo.

Nos quedamos así durante un minuto, puede que más, unidas por la risa, hasta que empezamos a relajarnos y mis madres se incorporan, cerciorándose de que tienen todos los miembros donde corresponde y arreglándose la ropa arrugada.

—El desayuno ya está listo, chicas. No tardéis que se enfría —anuncia mi madre, con una sonrisa de diversión y ternura mientras nos observa, disfrutando del caos matutino familiar.

Sale de la habitación y nos deja solas a Jane y a mí, quien me ayuda a recoger las sábanas que siguen en el suelo y luego se sienta en mi cama. Deduzco que quiere hablar, así que me siento a su lado.

—¿Cómo está Dylan? —pregunta.

—Un poco desanimado; este partido era muy importante para él, pero estará bien —contesto—. Con la rehabilitación creen que en dos semanas podrá volver a jugar y el entrenador va a encargarse de que los ojeadores le den una segunda oportunidad.

—Es una muy buena noticia, cariño, seguro que quedan encantados con él —sonríe.

Admiro la relación que tiene Dylan con mis madres. Se tratan con cariño y respeto y siempre están dispuestos a apoyarse unos a otros en los momentos más difíciles. Ver cómo las piezas de mi vida encajan a la perfección me hace sentir afortunada.

—¿Y tú cómo estás?

La pregunta me pilla un poco desprevenida y, por un segundo, no sé qué contestar. La respuesta siempre ha sido fácil, directa y honesta, pero esta vez las cosas se han complicado demasiado. A veces, incluso, me llego a preguntar cómo es posible. Cómo he podido pasar de ser una chica alocada y feliz con mi novio a tener que proteger mi corazón y mentir a los que quiero.

—Estaré bien también.

—Me alegro, cielo. Sabes que puedes contar conmigo y tu madre siempre que lo necesites —dice y, con una caricia, me coloca un mechón de pelo rebelde detrás de la oreja.

—Lo sé. Gracias, mamá.

Jane no es mi madre biológica, ni siquiera adoptiva, pero hace muchísimo tiempo que la considero tal y, con esa simple palabra, trato de recordárselo todos los días.

Sonríe y se levanta de la cama, dándome un beso en la cabeza antes de salir de la habitación. Una vez que me quedo sola empiezo a prepararme para ir a clase. La rutina matutina me ayuda a enfocar mi mente en cosas más prácticas: ducharme, vestirme, preparar mi mochila. Más tarde, comparto el desayuno con mis madres y tomo un bol de cereales con leche y una buena taza de café que termina de despertarme.

Lo que obtiene mejor resultado, sin embargo, es el mensaje que recibo.

Estoy llevando el cuenco a la cocina cuando el móvil me vibra en el bolsillo del pantalón. Lo saco y veo que se trata de un número desconocido, pero quien lo envía debe de conocerme muy bien a mí y mi relación con Dylan. Se me detiene el corazón. En la imagen que envía estoy yo con Hadrien en la hoguera del viernes, apartados de la multitud y demasiado cerca el uno del otro como para negar que hay algo que está pasando entre nosotros. Casi puedo ver la escena en mi mente y lo revivo todo. Su mano en mi rostro, sus labios rozando los míos, nuestros ojos sosteniéndose, cómplices, la mirada...

Se me cae el cuenco de las manos, salpicando las últimas gotas de leche, y la cerámica rebota contra el suelo, rompiéndose con estruendo en una docena de pedazos.

—¡Naomi!

Mi madre corre hacia mí y entra en la cocina, asustada y preocupada por el repentino estrépito. Mira el bol roto y luego a mí, totalmente congelada y con el corazón dando tumbos dentro de mi pecho. Ni siquiera estoy segura de estar respirando.

—¿Estás bien, hija?

Parpadeo varias veces, obligándome a reaccionar, y cojo aire antes de que la falta de oxígeno me deje inconsciente. Guardo el móvil a toda prisa y la esquivo mientras se hace con la escoba y el recogedor para recoger el desastre que acabo de hacer.

—Lo siento, mamá. Tengo que irme.

Avanzo a zancadas hasta la mochila en el sofá del salón, me la cuelgo en el hombro y salgo corriendo por la puerta tras coger las llaves del coche de la entrada. Atravesando el jardín delantero, aún puedo escuchar a mi madre llamándome a gritos, pero no me detengo. Entro en el coche y enciendo el motor, sin embargo, mis manos tiemblan tanto que apenas puedo sostener el volante y continúo aparcada. La angustia se apodera de mí mientras repaso una y otra vez la imagen, entrando y saliendo de la conversación sin entender cómo ha podido pasar, en qué momento, queriendo alejarme de Hadrien para proteger a Dylan, he dejado que nos inmortalicen de manera tan comprometida. Grito de frustración. No hay ningún mensaje más, lo que en vez de aliviarme me genera más ansiedad. No obstante, reparo en la foto de perfil que se esconde detrás del número y la abro. Reconozco a la persona.

Arranco en dirección al instituto, concentrada en la carretera y con la sangre resonando en mis oídos mientras aprieto con fuerza el volante, cuando me entra una llamada. Esta vez es Poppy.

—Hola, ¿ya estás de camino? —pregunta cuando descuelgo y pongo el altavoz—. Tengo que pasarme por el periódico antes de entrar en clase.

La mención del periódico escolar trae una idea horrible a mi mente. Si la imagen saliera a la luz, si es esa la intención del mensaje anónimo y solo me estuviera poniendo en sobre aviso para poder torturarme, ya puedo imaginarme el titular bomba que correría por todos los pasillos como la pólvora:

PALACE HIGH SCHOOL'S NEWS

Lunes, 17 de septiembre de 2018

DYLAN SMITH, EL NUEVO CORNUDO DEL INSTITUTO

«Y yo la nueva estúpida arpía».

—¿Naomi? —La voz de Poppy me devuelve a la realidad.

—Mierda. Sí, ya voy —contesto, más borde de lo que pretendo.

—Te habías olvidado, ¿verdad? —suspira.

—¡Claro que no! —intento defenderme, pero no sirve de nada.

—Ya, haré como que te creo.

Cuelga el teléfono y vuelvo a maldecir. El día está lejos de ir como yo esperaba. Siempre que cojo el coche desde que me saqué el carné desde hace más de un año, recojo a mi mejor amiga para ir a clase, sin fallar ni una sola vez. Ahora estoy tan nerviosa, con ganas de deshacer el enredo en el que estoy metida y enfrentarme a la persona culpable, que lo había olvidado por completo.

Doy media vuelta en la próxima intersección que me lo permite y conduzco hasta su casa. Cuando llego y detengo el coche en mitad de la carretera, Poppy ya me está esperando vestida con su blusa y su falda y con su mochila a cuestas.

—¿Qué te pasa? —pregunta al entrar y sentarse de copiloto—. Sueles tener mala memoria, pero nunca te olvidas de mí.

—Si te enseño algo, ¿prometes no poner el grito en el cielo?

No me ando con rodeos. Mantengo la vista fija en la carretera, pero puedo escuchar la desesperación en mi voz y siento cómo mi mejor amiga frunce el ceño, confundida ante el ímpetu de mis palabras. Intento mantener la calma, pero la imagen y las terribles consecuencias que podría traer me persiguen.

—Me estás asustando.

—Promételo.

—Te lo prometo.

Le indico que coja el móvil y abra la primera conversación. No tengo necesidad de darle la contraseña puesto que ya se la sabe. El corazón, que no me ha dado tregua desde que he recibido el mensaje, se me acelera mientras espero que lo desbloquee y me diga que en realidad no es tan malo, que soy yo quien está distorsionando la imagen y malinterpretando la situación, claramente inocente.

—¡Naomi, ¡¿qué narices es esto?! —chilla de pronto, tan alto que consigue asustarme.

Por un segundo, pierdo el control del coche y el morro se cuela en el carril contrario, justo cuando otro vehículo viene de frente. Da un bocinazo y maniobro ágilmente hasta volver a mi carril. Lanzo una mirada acusadora a Poppy, pero la verdad es que no puedo culparla.

—Perdón —suelta, agachando la cabeza.

Mis nulas esperanzas se evaporan. Su reacción no hace más que recordarme todo lo que está en juego y me prometo a mí misma encontrar una solución antes de que sea demasiado tarde.

—¿Esto es del día de la hoguera? —pregunta, mirando con detalle la foto, estudiándola—. ¿A qué estás jugando, Naomi? Creía que ibas a parar esta locura...

Me parece advertir un ligero tono de reproche en su voz y sus palabras me duelen. Tengo que recordarme que solo intenta ayudarme y abrirme los ojos antes de que me pierda.

—¡No estoy jugando a nada! De hecho, me negué cuando tú misma me lo propusiste —recrimino—. ¿Y crees que no he intentado pararlo, que me gusta estar en este limbo de sentimientos? Pero no lo entiendes, Poppy. Me está atormentando.

«Me estoy ahogando en Hadrien O'Connell».

No dejaba de repetirle lo mismo, pero lo cierto es que yo tampoco lo entendía. Me tenía aturdida.

—Es de Hadrien O'Connell de quien estamos hablando, sé que tiene ese poder —hace una pausa con el ceño fruncido—. ¿Qué vas a hacer ahora? Si esta foto llega a Dylan... —Su voz decae hasta desaparecer y sé que está pensando lo mismo que yo. La culpabilidad, el pánico y la inquietud me azotan como un torbellino.

—Lo único que puedo hacer.

Aparcamos en el instituto y cada una nos dirigimos a nuestros respectivos destinos, yo con una nube negra sobre mi cabeza. El aleteo mortífero de las mariposas en mi estómago amenaza con hacerme perder la cordura. Recorro los pasillos con pasos rápidos y firmes y no tardo en localizar a la persona que busco y que ha inmortalizado su carta blanca para pedirme lo que quiera y que se lo conceda: Rachel Hollins, con su piel pálida y su cabellera lisa y pelirroja.

—Rachel. —Me posiciono a su lado en la taquilla.

—Naomi, qué sorpresa —dice, pero su expresión denota todo lo contrario—. ¿Qué necesitas?

—Que borres la foto ahora mismo. —Voy directa al grano.

—No sé de qué me estás hablando.

Se mira en el espejo que tiene en el interior de la taquilla, retocándose el pintalabios en su papel de chica inocente con exagerada calma. Definitivamente, no sabe con quién está hablando. Agotada mi paciencia, le cierro la puerta de un golpe, no pillando su nariz grande y alargada por centímetros. Se muestra horrorizada, incluso un poco asustada. Doy un paso hacia el frente, acercándome más a ella.

—Mira, mosquita muerta, sé muy bien que has sido tú la que me ha enviado esa foto. La próxima vez que quieras que sea anónimo, te sugiero que elimines tu foto disfrazada de zorrón, así que borra ahora mismo nuestra imagen si no quieres que...

—Si no quiero, ¿qué? —me interrumpe—. No estás en posición de amenazarme, Naomi. Me pregunto qué opinará Dylan si ve la foto y descubre que su mejor amigo y su novia se están revolcando a sus espaldas.

Siempre he sabido que es mejor no cruzarse en su camino cuando quiere algo, pero tengo que admitir que es astuta.

—No tienes ni idea de lo que está pasando —gruño, sintiendo el peso de la situación aplastándome el pecho.

—¿Tú crees? Aunque qué importa lo que yo piense, ¿no? Importa lo que crea Dylan.

Saca el móvil y la veo teclear. En un vistazo, me parece distinguir el nombre de mi novio y temo que le esté enviando la foto en ese mismo momento. Intento arrebatarle el teléfono de sus garras, pero se hace a un lado. Ella se ríe, alimentando mi furia. Vuelvo a intentarlo y consigo cogerle de la camisa, hasta que, alarmada, estira de mi agarre y se suelta. El resto de estudiantes que camina por los pasillos nos miran, curiosos.

—Inténtalo otra vez y le doy a enviar —amenaza sin ningún rastro de diversión.

Podría hacerlo, pero es mejor que no siga tentando a la suerte. No por mí, sino por Dylan. Por todo lo que hemos construido juntos y que ahora está a punto de venirse abajo.

—¿Qué quieres, Rachel? —pregunto entre dientes.

—Veo que empezamos a entendernos —sonríe astuta, guardando el móvil—. Quiero una cita con O'Connell.

Su petición me llega tan de sopetón que no puedo evitar reírme. Por querer, yo también quiero la paz mundial. Pero parece que Rachel no entiende la misión imposible que me está pidiendo. Tener una cita con Hadrien es como convertirte en Spider-Man después de que una araña radiactiva te pique. Probable, sí, pero en un mundo de cómics.

—Tendrás esa cita —le dirijo a Rachel mi sonrisa más falsa, consciente del aún mayor problema en el que me estoy metiendo.

—Estupendo —da una palmadita contenta—. Espero su llamada para definir los detalles.

Sé cuál va a ser la respuesta, pero decido probar suerte una vez más.

—Tenemos un trato. Ya puedes borrar la foto.

—No, cariño. Pienso quedármela hasta asegurarme de que todo sale como yo quiero. —Me guiña un ojo y se marcha, satisfecha.

Respiro hondo e intento calmarme; tengo que ponerme en marcha y rápido. Con determinación en cada paso, avanzo por los pasillos del instituto, sorteando el flujo constante de estudiantes que pululan a mi alrededor y buscando en cada rostro el de Hadrien. Sé que no va a ser nada fácil convencerlo. Nunca lo es. Hadrien O'Connell es como un muro impenetrable. Cada palabra, cada gesto, es como tratar de abrir una puerta blindada con una llave desgastada. No hay garantía de éxito, solo la certeza de que será arduo y agotador. Pero no tengo elección. Necesito su ayuda. Al fin y al cabo, esto también le afecta a él.

Finalmente, diviso su figura al final del pasillo, rodeado de su séquito de seguidores. Su cabello oscuro cae desordenado sobre su frente y su mirada penetrante me escudriña con curiosidad cuando me acerco a él.

—Tienes que llevar a Rachel Hollins a una cita —suelto, sin preámbulos y con la seriedad que requiere este asunto.

—¿Qué? ¿Por qué cojones iba a hacer eso? —responde con incredulidad mientras me mira con suspicacia.

—Por favor, Hadrien. —Miro a nuestro alrededor para asegurarme de que nadie nos escucha y veo que sus amigos nos han dejado solos—. Tiene una foto nuestra en la hoguera y me ha amenazado con enviarla a Dylan si no sales con ella —le explico con urgencia, esperando que entienda la gravedad de la situación.

—Pues buena suerte. Esa tía está loca y no pienso aguantarla toda una noche.

Me gustaría decirle cuatro cosas bien dichas, hacer algo que le haga entender que sus decisiones tienen consecuencias para los demás, que no todo es un juego. Pero si esto no es suficiente, no sé qué puede serlo.

—Hazlo por mí, por favor —suplico, sintiendo cómo la desesperación se apodera de mí, consciente de que esta es nuestra única opción para proteger a Dylan y evitar que la fotografía arruine nuestras vidas.

—¿Por ti? —Frunce el ceño, como si fuera estúpida por pensar que de verdad haría algo por mí—. A ver si te queda claro de una vez, nena. Yo no tengo citas, yo follo.

🍎

Con la determinación de Hadrien de no ir a la cita y con una sensación abrumadora de impotencia, no me queda más que poner en marcha el plan B. Lo he tenido que improvisar, temerosa de que se me acabe el tiempo, pero confío en que salga bien. Francamente, no me queda otra alternativa.

Esa misma tarde en mi habitación, paseando arriba y abajo, cojo el teléfono y marco el número.

—Naomi, estaba esperando tu llamada. —La voz chillona de Rachel me hace alejar el móvil en cuanto descuelga—. ¿Has conseguido lo que te he pedido?

—¿Ni un «hola, Naomi, ¿cómo estás?»? —inquiero, contrariada. No le costaría nada ser amable teniendo en cuenta que no soy la celestina de Atlanta y no estoy haciendo esto por placer.

—No me interesa —repone; yo ruedo los ojos—. ¿Lo has conseguido o no?

«Estoy en ello, maldita lunática».

No puedo decir que no admire su ambición y su fiereza. Tienes que apuntar alto y luchar con uñas y dientes para conseguir lo que quieres. Sin embargo, todo tiene sus límites cuando se trata de perjudicar a otras personas y parece que Rachel no lo tiene claro... Y todo por una cita con el mujeriego y rompecorazones de Atlanta, como si fuera todo lo que necesita para conquistarlo.

—¿Sabes dónde está Donkey Monkey? —inquiero.

—¿Esa pizzería cutre al lado de la parada 84? —dice asqueada.

Aprieto los dientes al escuchar su opinión de nuestro lugar sagrado. ¿Se cree que puede atacar todo lo que quiero, así como si nada? Primero mi relación con Dylan y ahora nuestro sitio especial. En esa «pizzería cutre», merendando una ración entera de pizza con patatas fritas y un refresco grande, es donde nació nuestro grupo, «Pizza pandilla», donde nos juntamos todos por primera vez y oficialmente nos conocimos. A partir de esa tarde llena de risas, lo compartimos todo: vamos de fiesta juntos, organizamos viajes, etcétera; y esta cucaracha que se cree reina y señora solo por haber conseguido pruebas con las que chantajearme, debería sentirse afortunada de que pierda el tiempo con ella, de que le deje pisar el local y que permita que lo intoxique con su presencia y su perfume barato.

«Relájate, Naomi, es por el bien de todos», me digo antes de soltarle un improperio y colgarle como me gustaría hacer siguiendo mis impulsos.

—Es el lugar favorito de Hadrien —digo con paciencia, aunque no estoy segura de que esté por encima de cualquier bar.

—¡Oh! Creía que tenía mejor gusto —musita—. Aunque para enrollarse contigo...

Se acabó. La mato.

JURO QUE LA MATO.

Respiro hondo y me trago mis palabras que son el pase perfecto para que Dylan vea esas fotos.

—¿Quieres la cita o no, Rachel? —digo apretando los dientes.

—Sí, sí. En una hora estoy allí —dice rápido—. Ahora adiós. Me tengo que poner guapa.

—Aunque la mona se vista de seda, mona se queda —le digo, pero ya me ha colgado.

Cierro los ojos y suspiro, aliviada. Primera parte del plan: conseguida. Sin embargo, no es la que me preocupaba y, mucho menos, la parte más difícil. Ahora tengo que conseguir que Hadrien caiga en la trampa y acuda. Marco el segundo número del día, con los nervios atacándome sin piedad mientras espero, pero nadie contesta. La ansiedad se apodera de mí. Lo vuelvo a intentar una vez más antes de ir personalmente a su casa y sacarlo a la fuerza, aunque tenga que arrastrarlo.

—¿Qué quieres, nena? Estoy ocupado —me dice chasqueando la lengua en cuanto descuelga, molesto.

—Me importa un cuerno, O'Connell.

—¿Has llamado para incordiarme, Brown? ¿No tienes novio para eso?

La angustia me juega una mala pasada y ser amable con Hadrien, la persona que logra irritarme incluso más que Rachel, deja de ser una de mis prioridades incluso a pesar del enorme favor que me voy a cobrar.

—En realidad, tengo una propuesta mucho más interesante que cualquier otra cosa que te traigas entre manos —sueno seductora y algo desesperada a propósito. Allá vamos—. He pensado que podríamos vernos. Solos, tú y yo.

Percibo un cambio al otro lado de la línea y Hadrien de repente se muestra interesado. Sea lo que sea que está haciendo, pasa a un segundo plano y ahora soy yo quien capta toda su atención. Por un segundo, me siento emocionada de haber embaucado al embaucador. Sabía que no podría rechazar una posible e insinuante propuesta indecente.

«No cantes victoria tan rápido, Naomi, que el conejo aún tiene que entrar en la madriguera».

—¿Dónde? —pregunta.

—En Donkey Monkey. En una hora.

—¿No prefieres venir a mi casa? —insinúa.

—Adiós, Hadri —respondo con una sonrisa traviesa en mi cara dado que no me ve—. No llegues tarde.

«O sí, no me importa».

Cuelgo rápido y lanzo el teléfono al colchón, lejos de mí, como si así pudiera evitar que lea mis planes. Mi parte del trabajo ya está hecha. Ahora solo falta que Hadrien colabore y no la fastidie.

Mi vida está en sus manos, con lo que será mejor que me vaya despidiendo de todo lo que conozco hasta ahora porque Hadrien equivale a que un chimpancé sostenga el mundo sin que juegue con él.

Probabilidades de éxito: 1% en descenso.


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro