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🍎12. Una (no) perfecta mentirosa

En medio del atardecer, las luces intermitentes rojas y azules del coche de policía destellan marcando nuestro camino a través de la carretera. Abren paso a una caravana de camionetas adornadas con globos y pancartas, donde los alumnos del Palace High School celebramos el inicio de clases y la nueva temporada deportiva con un desfile que recorre las calles de Atlanta.

Nuestra querida mascota, ataviada con la camiseta de los Dolphins, encabeza la marcha, seguida de cerca por las animadoras que hacen su presentación llena de bailes y piruetas perfectamente sincronizadas. A su vez, detrás de ellas, la banda del instituto proporciona la banda sonora. El ritmo es festivo, contagioso y se fusiona con los aplausos de excitación de alumnos y familiares que han acudido a vernos.

Los estudiantes del departamento de arte, del que formo parte, después de dos semanas de esfuerzo creativo, presentamos con orgullo nuestra carroza. Lleva siendo la misma desde hace años: un delfín con un casco de fútbol americano sosteniendo un balón sobre un campo verde elaborado con meticulosidad. Cada temporada nos encargamos de restaurar las zonas más afectadas por el uso y el paso del tiempo y de darle un toque distintivo. Al ser este nuestro último año, hemos colaborado con el departamento de fotografía y los rostros del último curso están impresos en un mural lleno de nombres y deseos.

Bajo el nombre de Dylan Smith se puede leer "entrar en la universidad de mis sueños", igual que Poppy Montgomery. Hadrien, en cambio, ha mencionado el fútbol. Mi deseo, por otro lado, ha sido seguir todos juntos.

De momento, aquí y ahora, lo estamos.

Le sigue una multitud de camiones llenos de alumnos disfrazados o con las caras pintadas. Todos están presentes; todos quieren sentir que forman parte de algo importante, especial. Saben que una vez acabe todo, pese a los momentos malos y con todo lo bueno, momentos como estos no se van a volver a repetir.

Por último, los jugadores del equipo de fútbol americano cierran la cabalgata. Vestidos con sus equipajes deportivos, ríen y saltan, haciendo tambalear el vehículo y dejando sus gritos resonando en el aire nocturno.

Llegamos al instituto entre pitidos y silbidos y corremos hasta el aparcamiento, apenas iluminado por las farolas que están repartidas aquí y allá. En mitad de este, una pira de troncos apagada nos recibe. Es la tradición más antigua y esperada del desfile: encender el fuego y bailar alrededor de él, como una forma de invocar la buena suerte y el espíritu de equipo.

Antes de eso, el capitán del equipo y quarterback siempre da un discurso motivacional. Llegado su momento, pavoneándose con aires de grandeza, Hadrien se coloca delante de la hoguera y la multitud le rodea para escucharle. Tiene una voz potente y carismática que se hace oír por encima del murmullo del gentío.

—¡Delfines! ¿Estáis listos para conquistar?

—¡Sí!

—¡Quiero oíros!

—¡Surcando las olas con audacia, delfines listos para conquistar!

Un coro unificado responde a viva voz, cargando el ambiente de júbilo. A pesar del ligero aire frío de mitad de septiembre, la euforia colectiva otorga una sensación cálida a la atmósfera que contrarresta la brisa nocturna.

—¡Vamos, equipo! Esta temporada vamos a demostrar quiénes somos y de qué estamos hechos. Esta es nuestra última temporada. La temporada en que hacemos historia, dejamos nuestra huella y en la que hacemos honor a nuestra mascota.

A su lado, la mascota del delfín hace un baile que anima más a la gente. Veo a Poppy con su cámara en mano, paseándose entre los jugadores del equipo que se encuentran en primera fila, sacando fotos para el anuario. Desde mi posición más atrás, también localizo a Dylan, tan guapo como siempre, disfrutando del momento especial para él y sus compañeros. Sonrío en el mismo instante que nuestras miradas se cruzan y me guiña un ojo, seductor. En la espalda del uniforme blanco y azul tiene el número 23, impreso también en una de sus camisetas antiguas que esta noche llevo como un vestido.

Hadrien continúa hablando frente a todos.

—No nos vamos a dejar intimidar por esos cabrones que se creen superiores y que nos subestiman. No tienen ni idea de lo que somos capaces de hacer, lo que hemos trabajado y lo que hemos sufrido. Nos alimentamos de sus errores, de sus debilidades, de sus miedos. Sabemos dónde están, dónde van, dónde fallan. No pueden contra nosotros.

Vítores y aplausos llenan el aire, a los que le acompañan los míos. Ver a Hadrien, en su lado más competitivo pero inspirador, con un brillo de determinación en sus ojos negros, manda una corriente que sacude todo mi cuerpo.

—Mañana y todos los partidos siguientes vamos a salir al campo con la cabeza en alto y la mirada fija. Vamos a salir a ganar y a humillar a quien se cruce en nuestro camino. Vamos a ser los campeones. ¡Arriba, delfines! ¡A por ellos!

Hadrien levanta el puño en alto y la multitud estalla en una ovación frenética. A continuación, recibe la antorcha que un compañero le ofrece y acerca la llama hasta la hoguera, el fuego extendiéndose por la madera y creando sombras y luces hasta elevarse, roja y naranja, al cielo negro.

Esta noche es mágica. Esta noche es nuestra.

Mientras la multitud sigue vitoreando, la música resuena a través de un gran altavoz colocado cerca y el fuego arde en el centro del campo, voy a buscar a mi novio. Está en un corro hablando con sus compañeros, de espaldas a mí. Le doy unos toquecitos en el hombro y antes de que se gire a mirarme, digo:

—Perdona, ¿no serás tú el mejor running back de Atlanta?

Dylan sonríe, me coge de la mano y nos apartamos un poco del bullicio.

—¿Estás nervioso por el partido de mañana? —pregunto.

Si lo está, no lo demuestra, sino que habla con confianza, lejos de las preocupaciones y los miedos que días atrás le han estado atormentando.

—No, tengo ganas de salir al campo y demostrar lo que valgo.

—Dirás salir a humillar al contrincante —sonrío. No sé si habrá sido el discurso de Hadrien el que le habrá motivado, pero me pone feliz escuchar la determinación de su voz.

—También —me devuelve la sonrisa—. Cory va a venir desde California para verme jugar.

El hecho de que su hermano venga a apoyarle en el primer partido de temporada, cuando los ojeadores han mostrado su interés en él y con la posibilidad de ficharle, dice mucho de su relación y puedo entender los deseos de Dylan de seguir a Cory hasta California.

—Eso es genial, Dylan. Va a ser una temporada increíble para ti, ya verás —le digo, creyendo firmemente en ello.

—Si estás tan sexy como hoy, es probable que me distraigas cuando salga al campo —dice, dándome un repaso de arriba a abajo con su mirada abrasadora.

Solo llevo su camisa con unas botas altas sobre las calzas transparentes.

—¿Estás insinuando que te vuelvo loco, Dylan Smith? —Me acerco más a su cuerpo y a sus labios, rozándole tentadoramente sin llegar a besarlo.

—Total e irrevocablemente, Naomi Brown.

Lo veo en sus ojos. Del mismo modo que lo he estado viendo todos los meses que llevamos juntos. Ese brillo en la mirada que ilumina su rostro cada vez que me mira, cómo sus labios se tuercen en una sonrisa cada vez que habla de mí. Como si fuera consciente de la suerte que tiene de estar conmigo.

Como si yo fuera especial.

Y lo sé por qué es lo que he hecho yo cada segundo que hemos estado juntos. Preguntarme qué he hecho bien en esta vida para que alguien como él me quiera y piense que me lo merezco.

Su boca impacta contra la mía, firme pero suave. Las mariposas de mi estómago empiezan un revoloteo contenido y el cosquilleo se extiende por toda mi piel. Es tan fácil querer a Dylan, que a veces se te olvida cómo hacerlo. Suena ridículo y contradictorio; pero entonces, me acerca más a su pecho y me abraza y recuerdo todo lo que me hace sentir. Y cuando me besa, todavía puedo ver las estrellas.

—Te quiero —digo cuando nos separamos para recuperar el aire.

—Te quiero, preciosa.

Estamos a punto de volver a besarnos, perdidos el uno en el otro, cuando un cuerpo impacta contra nosotros intentando capturar un balón de fútbol. La burbuja que parecía haberse creado a nuestro alrededor se rompe, fastidiando el momento.

—¿Quieres algo de beber? —pregunto entonces.

Asiente y voy a por nuestras bebidas. Hay un cubo lleno de refrescos y hielo en un lado del aparcamiento, aunque pocos se acercan a cogerlos cuando traen su propio alijo de alcohol desde casa. Por supuesto, a escondidas. Esta noche no hay mucha vigilancia, pero se puede ver al entrenador Ramírez paseándose arriba y abajo, acompañando a sus jugadores, incitándolos a prepararse para el juego de mañana. Asegurándose de que nadie meta la pata unas horas antes.

Cuando vuelvo, no hay ni rastro de Dylan. Por el contrario, cerca del fuego localizo a Hadrien justo cuando nuestras miradas se cruzan. Me doy la vuelta y finjo que no está, pero siento su mirada encima de mí, acercándose.

—¿Vas a seguir ignorándome?

—¿Qué quieres? —pregunto, irritada.

Hadrien da otro paso hacia mí, pero mantiene las distancias.

—Si me acerco más, ¿vas a tirarme la bebida por encima?

—No lo sé, tal vez.

Después del incidente de hace dos días, no hemos vuelto a hablar. Yo he estado más centrada en mis optativas y mi relación con Dylan y él... bueno, prefiero no saberlo, aunque me lo imagino. Tampoco ninguno de los dos ha hecho ningún esfuerzo por acercarse al otro. Desde luego, yo no. Hubiera ido en contra de mis reglas y sigo pagando el precio por no cumplirlas.

—Tenemos que hablar —suelta.

—Yo creo que ya nos hemos dicho todo lo que había que decir.

Todo quedó claro desde nuestra última conversación. Para mí, él era un insensible rompecorazones y para él yo no era nada. No sé qué más hay que saber.

Hadrien suspira, pero sus labios rosados se estiran en una mueca divertida.

—¿Sabes? Creo que eso de fingir que me odias ya está un poco anticuado.

Me envaro, con los músculos en tensión, y refuerzo mis barreras para protegerme. Me molesta su manera de mirarme, con la barbilla en alto y un brillo burlón en sus ojos negros, como si pudiera ver a través de mí. Como si para él todo fuera un juego.

—No te atrevas a decirme lo que siento o no, Hadrien.

—Como quieras. Solo creía que eras más valiente que eso.

Se encoge de hombros, como si no significara nada lo que dice. En cambio, yo trago saliva intentando deshacer el nudo de mi garganta. Recuerdo todas y cada una de sus palabras el día que vimos juntos el amanecer subidos al techo de su coche, la manera de decirme que era "auténtica" entre las paredes de aquel gimnasio de motel, con sus ojos reluciendo bajo la luz de la luna, fijos en mí. Aunque no lo dijera, llegué a creerle, y que ahora me lo niegue, arrebatándome todo de golpe, me duele más de lo que soy capaz de admitir.

—Ya te dije que te equivocabas —murmuro, tratando de sostenerle la mirada para que no vea el daño que me ha hecho.

—Empiezo a ver que tal vez sí —su voz es fría, distante. Indiferente—. No sabía lo bien que se te daba mentir.

Sus palabras son una bofetada detrás de otra. Empiezo a sentirme humillada, pequeña ante él. Odio sentirme así. Odio que Hadrien me haga sentir así.

—No hables de engañar como si tú no lo hubieras hecho —siseo entre dientes.

Ninguno pronunciamos el nombre de Dylan, pero los dos sabemos bien de quién estamos hablando. Lo localizo a varios metros y veo que se ha entretenido con Poppy. Al parecer, mi mejor amiga le está haciendo una entrevista para el periódico escolar, pues lleva la cámara colgada al cuello y una grabadora en la mano.

Vuelvo la vista hacia Hadrien, agradecida de que Dylan no pueda escuchar la conversación. Las personas que tenemos alrededor tampoco parecen prestarnos mucha atención.

—Eh, yo lo admito —Levanta los brazos como si fuera inocente, pero sus ojos reflejan todo lo contrario—. Cuando tú también quieras admitir la verdad, ya sabes dónde encontrarme.

—No sé de qué estás hablando y tampoco me interesa.

Pretendo darle la espalda una vez más, pero veo que un músculo de su mandíbula se contrae y sé que he provocado alguna reacción en él. Es curioso. Me produce una especie de satisfacción ver que no es tan frío como aparenta ser.

—Estoy intentando comportarme de manera coherente y paciente, pero me lo estás poniendo muy difícil —suena hastiado—. Te dije que no te lo iba a poner fácil, pero a tomar por culo. Ven conmigo.

—Yo contigo no voy a ninguna parte.

—Si es lo que quieres, podemos hablar delante de toda esta gente sobre lo que ha pasado entre nosotros. A mí no me importa.

Miro a un lado y a otro buscando testigos de sus palabras, pero nadie nos mira. Cuando me aseguro de que solo yo las he escuchado, cojo a Hadrien del brazo y lo arrastro hasta una de las paredes laterales del instituto, alejados de la multitud y del calor del fuego. Me cruzo de brazos, manteniéndolos en alto como si se trataran de un escudo, y me encaro hacia él.

—¿Querías hablar? Pues habla antes de que me arrepienta y me largue —hago una pausa, meditando mis palabras y la situación en la que estamos y que parece nunca terminar—. ¿Sabes qué? En realidad, no sé qué hago aquí.

Estoy a punto de dar media vuelta y dejarle solo cuando me detiene.

—Estás complicando mucho las cosas, Naomi.

—¿Que yo estoy complicando las cosas? ¿Y qué coño estás haciendo tú? —espeto—. ¿Qué es lo que se supone que debo hacer? ¿Qué opciones me has dejado?

—Nos besamos, Naomi. Asúmelo de una vez. Será más fácil si aceptas que me deseas.

—¿Desearte? —Intento imprimir toda mi ironía en la palabra, como si se tratara de una mala broma—. Te equivocas. Me arrepiento de ese beso y de nuestro estúpido verano juntos.

Pero incluso mientras lo digo, sé que estoy mintiendo. No con lo del beso. Deseaba que nunca hubiera sucedido, que las cosas no fueran tan complicadas como lo son ahora. Pero ese fin de semana de agosto me había salvado del sopor del verano. Había sido lo que necesitaba sin saberlo. Había sido más que una aventura y todo había sido gracias a él.

Hadrien da un paso hacia mí y me coge de la muñeca, tirando de ella hasta ponerla frente a nuestros ojos. Un destello plateado me hace centrar la vista en ella y se me forma un nudo en la boca del estómago.

—Entonces, ¿por qué sigues llevando mi pulsera?

Siento el frío del metal envolviendo mi muñeca como un abrazo gélido, pero reconfortante y familiar. Como si siempre hubiese formado parte de mí y hubiese estado allí en vez de solo un mes.

Me deshago de su agarre de un tirón e, inconscientemente, como otras tantas veces, acaricio con la yema de los dedos el coche y el sol que se entrelazan en una figura que representa nuestro viaje. Nunca debí subirme a ese coche. Nunca debí aferrarme con todas mis fuerzas a aquel chico en el puente, incapaz de soltarlo. Todo había sucedido como un sueño, etéreo y fugaz. Nos habíamos convertido en personas diferentes que simulaban estar en un mundo aparte del que vivían y ahora la vuelta a la realidad se había convertido en una pesadilla.

Sabía que tenía que desprenderme de ella. De él.

—Porque así podría devolvértela y olvidarlo todo.

Abro el cierre y dejo que la fina cadena se deslice por mi piel hasta que su ligero peso desaparece. Es liberador, pero al mismo tiempo, el vacío que deja clama su lugar y grita su nombre. Intento ignorarlo. Extiendo la mano, cojo la suya y dejo que la pulsera caiga sobre su palma con un leve tintineo.

Hadrien la observa como si no estuviera allí. Su rostro está medio oculto entre las sombras, apenas iluminado por las farolas que ahora quedan lejos, pero me parece percibir en sus ojos el dolor de la traición. Solo dura un segundo. Luego, aprieta el puño que contiene la pulsera y se la guarda en el bolsillo delantero del pantalón. No insiste en que me la quede. No me dice que me pertenece.

—Olvídalo si quieres, pero eso no cambia nada, Naomi.

—Tampoco significa lo que tú crees —contraataco.

—Demuéstramelo.

Sus palabras me pillan por sorpresa y tardo en reaccionar.

—¿Qué?

—Bésame ahora mismo y dime que no sientes nada.

Me entran ganas de salir corriendo e intento dar un paso hacia atrás, pero mi cuerpo deja de obedecer en ese instante y me anclo al suelo, incrédula. ¿Cómo puede tener el valor de pedirme algo así? ¿Cómo puede ser tan egocéntrico y frívolo?

Sin embargo, me encuentro a mí misma mirando sus labios, carnosos y sensuales, y humedeciendo los míos. Son asequibles, tentadores. Embriagadores.

—No tengo nada que probarte, Hadrien.

—No, a mí no, a ti.

La noche nos envuelve y un silencio tenso carga el ambiente, como si el universo estuviera conteniendo el aliento esperando mi elección. Al menos, sé que yo lo hago. La música, las risas distantes, todo desaparece. Estamos solos, de pie entre la línea que separa lo correcto de lo incorrecto.

—En todo caso ese sería mi problema, Hadrien, no el tuyo.

—Es solo un beso, no significa nada si no me deseas como dices, ¿no? —apunta.

Entrecierro los ojos ante su mirada desafiante y aprieto los labios con fuerza. Está jugando conmigo, intentando colarse en mi cabeza para conseguir lo que quiere. Sabe que lo sé, pero aun así no le importa.

¿Quieres ser un rompecorazones? Reduce el significado de una mirada, de una caricia, de un beso a la más absoluta nada y solo piensa en jugar y divertirte.

—¿Qué pretendes con todo esto? —inquiero al fin, exasperada—. ¿Que me rinda ante ti o algo? Quiero a Dylan.

Imprimo mi voz con toda la fuerza y convicción que me es posible, pero Hadrien no parece ponerlo en duda.

—¿Quién ha dicho nada de querer? —dice, acercándose más a mí. Lo hace despacio, calculando sus movimientos, como el cazador que acecha a su presa—. Estoy hablando de tentación, de deseo, pasión... Sé que lo sientes, nena. No puedes negarlo. Dylan puede ser tu elección segura, pero no puedes ignorar la atracción que hay entre nosotros.

Su aliento cálido acaricia mi piel mientras sus ojos buscan los míos con intensidad. La tensión en el aire es palpable, como una tormenta a punto de desatarse.

—No. No puedo...

Me doy cuenta enseguida de mi terrible elección de palabras.

—No puedes resistirlo, ¿verdad? —susurra con eco seductor—. Entre nosotros hay algo, te guste o no. Deja de luchar contra ello.

Sus labios están peligrosamente cerca de los míos y mi corazón late con fuerza. Estoy parada frente al abismo, contemplando la catástrofe inminente, pero algo en mí se niega a retroceder. La fuerza gravitacional que irradia me arrastra inevitablemente hacia él. Lo siento en cada poro de mi piel, en cada centímetro de mis huesos.

—¿Te das cuenta de que ahora mismo no eres más que un problema? —susurro. Tengo la boca seca y me cuesta respirar.

—A veces los problemas valen la pena, nena —dice, acariciándome la mejilla, lo que manda un escalofrío a través de todo mi cuerpo.

El magnetismo entre nosotros es irrefrenable, y aunque mi mente grita precaución, mi cuerpo parece tener voluntad propia. Un roce, un instante de rendición, y toda lógica se desvanece en el aire nocturno cargado de deseo.

Entonces, como una sacudida, vuelvo al presente y me alejo abruptamente. Un repentino jaleo alrededor de la hoguera rompe el hechizo. Hadrien también parece escucharlo. Frunce el ceño y una extraña tensión se apodera de sus músculos, como si se estuviera preparando para algo que no tenía previsto y que no es bueno.

—Vamos.


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