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𝗲𝗽𝗶𝗹𝗼𝗴𝘂𝗲

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MANDALORE.

DÍAS DESPUÉS DE LA RECONQUISTA.

Frente a las aguas vivas de Mandalore, sonaban los tambores mandalorianos. La armera estaba frente al agua, y los miembros de las dos tribus presenciaban el bautizo mandaloriano de Ragnar Vizsla.

—Juro por mi nombre y por los nombres de los antepasados —le dijo la armera al niño.

—Juro por mi nombre y por los nombres de los antepasados —repitió él, con el casco tapándole el rostro.

—Que recorreré el Camino del Mandalore...

—Que recorreré el Camino del Mandalore...

—Y que las palabras del Credo quedarán grabadas en mi corazón.

—Y que las palabras del Credo quedarán grabadas en mi corazón —terminó Ragnar.

El niño bajó la cabeza, y la mandaloriana dejó caer, del cuenco en sus manos, las aguas vivas sobre su casco.

—Este es el Camino —les dijo la armera a los presentes.

El niño y el resto de los mandalorianos (incluida una Jedi) repitieron las palabras.

Din, al lado de Taila, avanzó con Grogu en brazos. La Jedi se serenó, aguantando la sonrisa al verlos avanzar hacia el agua.

Din posó a Grogu en las escaleras cercanas a las aguas, en las que la armera estaba metida hasta las rodillas. Taila avanzó al lado de Din, y Bo-Katan asintió hacia ellos con la cabeza cubierta por su casco.

Entonces Din le dijo la armera:

—Grogu es mi aprendiz. Ahora ya no es un huérfano. —Miró al niño, y Taila percibió su amor y emoción—. Añádele al Cantar.

—Es demasiado joven para hablar, así que también para jurar el Credo. —Ante las duras palabras de la armera, Grogu bajó la cabeza, triste—. Debe seguir como huérfano.

Taila y Din se miraron.

—Si su padre diera permiso —razonó él—, ¿no se convertiría en un aprendiz mandaloriano?

—Sí —dijo la armera, con un tono de rendición, y Taila percibió claramente las palabras que quería sacar de Din—. Pero sus padres están lejos de aquí, si es que están vivos...

Din alargó la mano hacia Taila. Ella la tomó, y, juntos, metieron los pies en las aguas vivas de Mandalore.

—Entonces, mi esposa y yo le adoptaremos: como hijo nuestro.

Grogu soltó un murmullo de pura felicidad, y Taila sonrió con la boca y con el corazón.

Din se lo había pedido la noche anterior, entre susurros, mientras estaban acostados en la misma cama y Grogu dormía. Ella había dicho que sí, y había bastado con que ambos recitaran las palabras con el otro presente para convertirlos en un matrimonio mandaloriano.

"Cuando estamos juntos, somos uno. Cuando estamos separados, somos uno. Lo compartimos todo".

Al hacerlo, Taila había jurado, en cierta forma, también seguir el Camino. Y, aunque no llevaba casco como la tribu de Din hacía, ahora caminaba por dos mundos. Como lo hacía por ambos lados de la Fuerza.

—Este es el Camino —les felicitó la armera.

—Este es el Camino —repitió la pareja.

La armera se giró hacia los presentes, anunciando con voz solemne:

—Que quede escrito en el Cantar que Din Djarin y Taila Unmel aceptan a este huérfano como hijo suyo. —La mujer miró hacia Grogu, y la mano de Din apretó con más fuerza la de Taila cuando dijo—: Ahora eres Din Grogu, aprendiz mandaloriano.

—¡Este es el Camino! —gritaron los demás.

La armera se giró hacia la pareja, mientras Taila cogía a Grogu en brazos y besaba su cabeza.

—Debéis dejar Mandalore, y llevaros a vuestro aprendiz a sus viajes, tal y como tu maestro hizo contigo, Din Djarin.

—Este es el Camino —dijo Din.

La armera miró a Taila.

—Como mi maestra hizo conmigo, juro que Grogu verá la galaxia a nuestro lado —respondió la Jedi—. Este es el Camino. Y la Fuerza está con nosotros. Siempre.


ADELPHI.

POCOS DÍAS DESPUÉS, TRAS EL ENCENDIDO DE LA GRAN FRAGUA DE MANDALORE.

El Totale aterrizó en Adelphi, en una pequeña base de la Nueva República. Din y Taila entraron junto a Grogu. Al verlos, una sonrisa se extendió en el rostro del capitán Carson Teva.

—¡Os invito a una copa, Mando y Unmel!

Din sonrió bajo el casco.

—Gracias, pero estamos aquí por negocios —dijo el mandaloriano.

Grogu saltó a la barra y la camarera le sirvió un snack que el niño comenzó a engullir de inmediato.

—Os agradecemos lo que habéis hecho —les dijo el capitán—. Nos habéis facilitado mucho el trabajo.

—Todos íbamos detrás del Moff Gideon —dijo Taila, cruzándose de brazos mientras Din se inclinaba contra la barra—. Vosotros lo habríais atrapado: nosotros sólo llegamos antes.

—A vuestro niño le encantan los trofeos —les dijo el hombre, ya que Grogu estaba mirando cascos y cabezas de droides colgados sobre la barra.

El niño balbuceó, cada vez más cerca de las palabras, señalando una cabeza parecida a la de IG-11.

—No es él, chaval —le dijo Din. Después le explicó a Carson—: Uno de ellos le recuerda a alguien que conoció.

—Tenemos una propuesta de negocios —le dijo Taila al capitán, cambiando de tema.

—Disparad.

—Este niño es mi aprendiz —dijo Din—. Nuestro hijo.

—¿Y eso qué tiene que ver conmigo? —respondió el hombre, con una sonrisa.

—Soy cazarrecompensas. Ahora que él está conmigo, y que estoy casado, tengo una familia de la que cuidar —dijo Din sin rodeos, y Taila sonrió—: seré más selectivo en mis misiones.

Carson asintió.

—Continúa.

—Ustedes no tienen recursos para proteger el Borde Exterior, ni para dar caza a los remanentes imperiales. Y yo necesito trabajo.

Taila se encogió de hombros.

—Lo mismo digo.

Carson sonrió.

—¿Vuelves al ruedo, Jedi?

Taila enseñó los dientes, riendo.

—¿Me he ido alguna vez?

—A ver si lo he entendido —se serenó Carson—. ¿Queréis trabajar para la Nueva República?

—En función de cada caso —negoció Din—. Trabajaríamos como contratistas independientes.

—Uhm... Va contra el reglamento: lo sabes, Unmel. Jamás lo aprobarán.

La Jedi se acarició la larga trenza que Din le había hecho esa mañana.

—Y por eso no se lo dirás, capitán.

Carson meneó la cabeza.

—Dejad que lo piense —les dijo.

—Ya lo ha hecho —respondió Din con seguridad.

Taila asintió.

—Es un buen trato y lo sabes, Carson.

—Sí, ¿seguro?

Ella sonrió, mientras Din cogía a Grogu en brazos.

—Venga, viejo amigo: además, sólo pedimos un pequeño anticipo.

El hombre los miró con expresión interrogante. Leyéndole la mente a su mujer, Din señaló la cabeza del IG-11 sobre ellos.

—Lo que queremos a cambio, es eso.

—¿Una cabeza de droide asesino?

Taila se encogió de hombros, mientras la mano de Din recorría su trenza y Grogu intentaba robársela para tirar de ella.

—La necesitamos como recambio —fue todo lo que dijo la Jedi.


NEVARRO.

MESES DESPUÉS.

Fue así como Din y Taila repararon y reprogramaron a IG-11, quien se convirtió en el nuevo marshal de Nevarro. Y fue así como Greef Karga les regaló una pequeña cabaña a las afueras de la ciudad, donde su familia descansaba... Entre aventura y aventura.

Taila colgó la transmisión con sus padres, quienes junto a su tío Wolffe, estaban de camino para visitarles en su pequeño hogar.

Como cada mañana, Taila agarró dos tazas de café y las sacó afuera. Aunque su marido se levantaba el casco de manera incómoda para beberlo, hacerlo juntos era ya una tradición.

Se sentó junto a Din en el pequeño banco de la entrada: él había puesto los pies sobre una caja de baratijas importadas por Taila desde el Borde Medio, y cuyas reliquias aún debía clasificar. Cogió la taza de manos de la chica, y, sin una palabra, tiró de ella para que se sentara en su regazo y se acurrucara contra su pecho.

Juntos, observaron a Grogu jugar junto a la charca frente a casa, haciendo levitar algunas ranas con la Fuerza, antes de soltarlas y reír cuando golpeaban de nuevo el agua.

Fue cuando habían acabado el café y las tazas habían quedado olvidadas junto al banco, que Din tiró un poco de Taila hacia su cuerpo. Ella giró la cabeza para mirarle, y en silencio, el hombre apoyó su casco sobre su frente.

La Jedi cerró los ojos, aceptando el beso mandaloriano, sintiendo el frío del beskar contra la piel de su frente. Aunque debería de haberle enfriado, sólo le calentó el corazón.

La Fuerza vibró en su interior, contenta, plena. Taila se sentía equilibrada. Feliz por tener el tiempo que tuviera junto a su familia. No dispuesta a temer perderlos. Sólo deseosa de aprovechar cada segundo que tuviera a su lado.

No se dejaría sentir miedo. No, a no ser que volviera a ser necesario.

Siempre que fuera posible, estaría en el equilibrio. Era fácil junto a Din. Era fácil sentirse a salvo.

Ni kar'tayl gar darasuum —le expresó ella. "Te quiero".

Ni kar'tayl gar darasuum —contestó él. "Te conoceré siempre".

Grogu les llamó, riendo, al otro lado de la parcela. Taila suspiró, contenta, antes de que ambos fueran a jugar con su hijo.

Ser feliz era muy fácil a su lado.


FIN DEL LIBRO

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