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Mando apreciaba profundamente la preocupación de Taila, pero aún le costaba abrirse ante ella. Bastante le había costado aceptar su abrazo y permitirse disfrutarlo. No podía recordar la última vez que alguien le había mostrado afecto así, si no contaba a Grogu.
Dejar al niño atrás había sido más duro de lo que se esperaba. Precisamente porque ya lo había hecho una vez, volver a alejarse de él de nuevo le resultaba incluso más doloroso. Sabía que se había pasado el viaje de vuelta a Tatooine más callado de lo normal, y agradecía que Taila no hubiera intentado llenar el vacío con conversaciones sin importancia. Le daba su espacio para estar triste, y Mando supuso que darse cuenta de aquello ya era una muestra de que se conocían muy bien y de que ambos aceptaban los sentimientos del otro.
Cuando llegaron al antiguo palacio de Jabba, que ahora pertenecía a Boba Fett, Mando y Taila fueron escoltados a una sala de reuniones. Allí, Fennec Shand explicó la situación a todos los reclutas que habían conseguido para aquella misión, mientras Mando y Taila escuchaban entre las sombras.
El Sindicato Pyke estaba intentando hacerse con Mos Espa y el nuevo territorio de Fett. Ellos lucharían para evitar aquello.
Fennec los vio en el umbral de la habitación y dijo:
—Este es el mandaloriano, Din Djarin.
Mando dio un asentimiento de cabeza ante los jóvenes y el wookie de la sala. Boba Fett sonrió al ver a Taila.
—Y que la chica joven que va con él no os engañe —advirtió Fennec—. Taila Unmel es una Jedi.
Una de las chicas de la sala, la cual tenía un brazo robótico, abrió los ojos como platos, pero nadie cuestionó las palabras de Fennec. Quizás ni siquiera estaban seguros de lo que significaba esa palabra.
La mercenaria explicó la situación, y Mando accedió a ayudarles en su búsqueda de soldados, ya que conocía a los habitantes de un pueblo cercano que podrían ayudarles. Antes de que él partiera, Taila se acercó a él.
—No hace falta que te diga que lleves el Totale —le sonrió al casco—. Y que me pegues un toque al comm si pasa algo. Llegaré en un periquete a salvarte, mandaloriano.
Él le posó la mano en la cabeza como caricia de despedida.
—No te preocupes, Tai. Volveré enseguida.
Ella asintió, y le observó irse por el pasillo hasta que Boba Fett se aclaró la garganta tras ella. Se giró hacia el hombre que compartía el rostro con su padre y sonrió.
—Hija de clon —saludó él—. Gracias por ayudarnos.
Taila le restó importancia con un gesto.
—Enséñame las armas, tío Fett —pidió—. Tenemos que poner a estos críos a punto.
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La lucha comenzó antes de lo que todos esperaban, pero Taila le dio la bienvenida como a un viejo amigo al que conocía bien.
Mando, Fennec, Fett y Taila se atrincheraron en una antigua cantina de la ciudad, esperando al enemigo o a los refuerzos de Ciudad Libre, a donde Mando había ido hacía poco tiempo.
Esperaron hasta que llegó Cad Bane, un cazarrecompensas a quien Taila conocía gracias a las historias de su antigua maestra Ahsoka Tano. Ella misma se las había visto con el asesino simpatizante de los Separatistas cuando había sido una Padawan. Al parecer, Boba Fett tenía una extensa historia con aquel hombre, pero el encontronazo entre ellos acabó con Boba victorioso.
Eso no fue antes de que los Pykes llegaran de varios lados, atacando varios frentes al haberse aliado con algunos locales.
Fennec partió hacia Mos Eisley para intentar acabar con los líderes Pykes en su guarida, y tras intentar negociar con la delegación que el enemigo había mandado (y fallado en ese intento), Taila se puso a luchar.
Las calles se volvieron una zona de batalla, pero cuando todos pensaron que aquello estaba a punto de terminar, sobre todo después de que llegaran los ansiados refuerzos, todo se volvió más complicado. El enemigo mandó dos tanques enormes con forma de araña y cañones súper potentes. Y escudos. Uno no podía olvidar eso.
La lucha se prolongó mucho más que lo que a nadie le hubiera gustado, y aunque Taila sabía que sus sables láser hubieran ayudado, también sabía que no iba a poder penetrar esos escudos.
Al final, Mando y Taila tuvieron que distraer a los tanques mientras Fett traía refuerzos. En medio de aquello apareció Peli en un taxi carroza, típico de Tatooine, y ambos se agarraron a la parte de atrás para que el vehículo también los llevara, ayudándoles a huir de los dos tanques que les perseguían.
—¡¿Qué demonios haces aquí?! —le gritó Taila, enfadada, mientras devolvía disparos con su sable.
—¡Traigo una sorpresa para Mando! —respondió la mujer.
Peli levantó la manta que había a su lado en el asiento y Taila observó con sorpresa la figura de Grogu. Con todas las emociones de la batalla, no le había percibido.
—¿Qué? —preguntó Mando—. ¿Pero qué haces tú aquí?
El niño saltó hacia él, y Taila sacudió la cabeza mientras les cubría en su reencuentro.
—No me lo puedo creer —dijo la chica.
—No sabía cuándo te volvería a ver —le dijo Mando al niño, quien se abrazaba a su casco—. Tranquilo. Sí. Yo también te he echado de menos. Pero ahora mismo estamos en un buen apuro. Quédate ahí y no salgas hasta que todo esto acabe —siguió, posando al niño en el asiento—. Llevas la cota —añadió de pronto—. Te la dieron.
Los disparos de los tanques volvieron a interrumpir el reencuentro. Mando y Taila continuaron luchando, ahora con la preocupación de que el niño y Peli estuvieran a salvo, pero al final los refuerzos de Boba llegaron. Esos refuerzos acabaron siendo una rancor con mucha hambre.
Cuando la bestia aplastó a las máquinas, Taila pudo utilizar su sable para acabar con una de ellas, mientras que Mando intentaba hacer lo mismo con la otra y su sable oscuro.
Cuando por fin acabaron con los tanques, fue turno de intentar amansar al rancor, que estaba descontrolado e intentando cargarse la ciudad entera. Mando usó su propulsor para volar hasta la bestia, y Grogu soltó un sonido preocupado desde los brazos de Peli, y la mujer le pasó el bebé a Taila.
—No te preocupes, criatura. Tu papá es un hombre muy apañado. Mira, te paso con tu mamá.
—No soy su madre —respondió Taila, aunque el niño había escondido la cara en su cuello para no mirar.
La mujer simplemente se encogió de hombros.
Al final, el rancor soltó a Mando y Taila tuvo que volver a pasarle el niño a Peli. Salió corriendo frente al cuerpo inconsciente de Mando y se puso de pie frente a la bestia, alzando las manos mientras ella gruñía.
Después se concentró en la Fuerza, conectando con el miedo que sabía que la criatura sentía.
—Tai —oyó a sus espaldas—. Apártate.
Ignoró a Mando mientras la criatura volvía a gruñir, y se sumió profundamente en la Fuerza hasta que consiguió calmarla y dormirla. Después cayó de rodillas hacia delante, jadeando por el esfuerzo, y sintió las manos de Mando en sus hombros, sujetándola.
—¿Cómo has hecho eso? —preguntó el hombre, completamente sorprendido.
Ella giró la cabeza a duras penas para sonreírle al visor del mandaloriano.
—Todos tenemos nuestros secretos, Din —dijo.
Él negó con la cabeza.
—Gracias.
Ella dejó que la ayudara a levantarse.
—De nada. Siempre te cubro las espaldas, ya lo sabes.
Un pequeño gemido a sus pies llamó su atención. Grogu levantaba los brazos hacia arriba, y Mando le cogió en brazos antes de decir:
—Los tres juntos de nuevo. ¿Quién lo iba a pensar?
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Todo había acabado, y por fin Taila y Mando le mostraron el Totale a Grogu. El niño estaba cansado de su viaje y de la batalla que había tenido que presenciar, así que se quedó dormido en cuanto Taila le subió en la cuna improvisada que habían hecho.
Mando se giró hacia ella.
—Aún no me puedo creer que esté aquí.
Ella asintió.
—Al parecer, que le dieras esa cota le hizo ver dónde estaba su lugar.
El hombre asintió, volviendo a mirar al niño dormido brevemente.
—Pero ¿qué pasa con su entrenamiento? ¿No es peligroso que lo detenga aquí?
Taila le puso una mano en el hombro a Din y sonrió, señalando la espalda láser en su cinturón.
—No te preocupes. Tendrá a otra Jedi cerca.
Mando asintió, y los dos caminaron hacia la cabina. Se sentaron frente a los controles, y cuando hubieron despegado, él dijo:
—Tienes razón. Grogu tiene suerte de tenerte. Y yo también.
Taila rio, aunque se había ruborizado.
—Anda, deja los sentimentalismos, Din. —Ambos se sonrieron—. ¿A dónde ponemos rumbo?
Él se encogió de hombros.
—A donde suene mejor.
Taila ensanchó su sonrisa, inclinándose sobre la palanca del centro de la consola.
—Perfecto.
Y con eso, saltaron al hiperespacio.
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