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Mando sabe que se las arregló bien. Después de todo volvió al trabajo, que es lo único que se le daba decentemente en realidad: luchar, capturar, vender. Era una vida fácil (quizás demasiado), y estaba satisfecho.
El único problema es que no tenía su nave. Eso le creaba un gran inconveniente.
Pero la verdad es que en parte agradecía no tener que estar dentro del Razor Crest. Si hubiera sido así, estaba seguro de que habría echado en falta a Grogu y a Taila mucho más de lo que lo hacía ahora. Y eso que se pasaba las noches pensando en el niño, y muchas veces miraba a su alrededor en busca de los comentarios de Taila respecto a algo, como si ella aún estuviera allí.
Sabía que despedirse del niño sería duro, pero no se había dado cuenta de lo mucho que había llegado a apreciar a Taila hasta que ya no la tuvo como compañera de viaje. O quizás sí, y por eso le había enseñado su rostro.
No estaba seguro.
La cosa es que cuando volvió a los mandalorianos del gremio y le preguntaron si había mostrado su rostro alguna vez, no pudo mentir. Sentía que eso habría sido un deshonor más grande aún. Había roto el credo, pero al menos era lo suficientemente noble como para reconocerlo.
Y no se arrepentía de ello. Lo había hecho para salvar al niño.
Y cuando lo había hecho delante de Taila, al despedirse... No estaba seguro de por qué lo había hecho en esa ocasión. Pero lo había hecho, y ya estaba.
Mentiría si dijera que no se le había roto el corazón con el rechazo de los suyos, pero en ese tiempo viajando con el niño y Taila había aprendido que el camino mandaloriano que ellos llevaban, no era el único. Y eso le daba esperanza.
Se sintió perdido durante mucho tiempo, pero al menos se llevó con él el sable oscuro y la pequeña cota de malla para el niño, la cual sabía que le llegaría a dar en algún momento.
Le llevaría tiempo aceptar lo que había pasado y encontrar de nuevo su camino e identidad como mandaloriano, pero supo que al final lo haría.
Aún era joven, y tenía que continuar viviendo. No valía de nada apenarse por los errores del pasado, (aunque tampoco los veía como errores realmente). Tenía que mirar al futuro y hacerle frente. Solo así sería fiel a su identidad mandaloriana realmente.
Estuvo viajando durante meses alrededor de la galaxia, intentando ganarse la vida y conseguir los créditos suficientes como para comprarse otra nave.
Fue entonces cuando recibió la llamada. Peli Motto, que tenía un establecimiento de reparación de naves en Tatooine, le aseguró de que tenía la nave perfecta para él. La mujer estaba al corriente del hecho de que Mando se había quedado sin transporte, así que supuso que no tenía nada que perder. Reservó el siguiente vuelo comercial a Tatooine después de cerrar un trabajo y se dirigió al sistema arenoso.
No sabía muy bien qué esperar cuando llegó al establecimiento, pero definitivamente no esperaba lo que encontró.
Al principio sólo vio a Peli, inclinada sobre la trampilla frontal abierta de un carguero plateado que no parecía de última generación, pero tampoco totalmente anticuado. Mando no sabría bien decir qué modelo era exactamente, pero el diseño le decía que era una nave de Naboo, un planeta que había pertenecido a la Antigua República y en el que él no había estado nunca.
Los droides de Peli pitaron al verle, y la bajita mujer se giró hacia él.
—¡Mando! Por fin estás aquí.
Tras reprocharle que Grogu no estuviera con él, la mujer estaba lista para pasar a los negocios.
—¿Qué te parece? Es preciosa, ¿verdad?
Mando estudió la nave, calculando al instante las cosas que no le gustaban de ella, y las que sí.
—Algo diferente al Razor Crest —pronunció—. Pero tiene potencial. ¿Cuánto pides?
La mujer rizosa extendió su sonrisa.
—¡Esa es la mejor noticia! ¡Completamente gratis! ¿Qué te parece, Mando? —dijo para después aplaudir—. Tu amiga sólo quiere que le ayudes con unas reparaciones y dijo que después llegaríais a un acuerdo respecto a los viajes...
Mando frunció el ceño bajo el casco. No tenía ni idea de lo que estaba hablando Peli.
—¿Mi amiga? —preguntó.
Mando frunció el ceño debajo del casco, pero la expresión no le duró demasiado tiempo.
—Estás exactamente igual a la última vez que te vi, mandaloriano.
Mando ni siquiera pudo frenarse. Se giró tan rápido hacia la voz de Taila que casi pierde el equilibrio. Ella no estaba igual que la última vez. Parecía haber crecido, pero no hacia arriba, simplemente su presencia era diferente.
El pelo castaño le había crecido, y llevaba las ondas oscuras recogidas en una trenza larga que le rozaba la cintura, aunque algunos mechones rizados le tapaban la cara, enmarcándosela. Estaba cruzada de brazos dentro del porche del taller, entre las sombras, de manera que Mando no la vio al llegar.
Cuando caminó hacia él y la luz la iluminó mejor, él se dio cuenta de que la ropa que llevaba era diferente. Se había puesto una chaqueta de cuero azul oscura sobre unos pantalones y camiseta negros. Lucía distinta, pero él tenía que admitir que estaba muy guapa.
Le sonrió al llegar a su altura y sus ojos marrones de siempre se empequeñecieron con el gesto. A Mando le recorrió una sensación familiar de felicidad.
—Taila —pudo decir por fin.
Ella ensanchó su sonrisa, dulce y confiada a la vez.
—Mando. ¿Qué te parece el Totale entonces?
Él se volvió a girar hacia la nave mientras Peli observaba el encuentro con una sonrisa. Mando aún estaba demasiado confuso como para entender lo que estaba pasando.
—Es grande —es todo lo que pudo decir, aún demasiado sorprendido por lo que acababa de pasar. El hecho de verla allí aún le resultaba demasiado chocante, después de todos los meses que habían pasado.
—Sí —coincidió ella—. Era de mi madre, de cuando aún servía como guardaespaldas de la senadora Amidala de Naboo. Increíble que la haya encontrado, ¿no? —Él sólo pudo asentir—. Peli y yo coincidimos en una de mis visitas a Tatooine el mes pasado y decidimos que hablábamos del mismo Mando... Así que aquí estamos.
Din se volvió a girar hacia ella, una sonrisa debajo del casco.
—¿Qué necesitas?
Taila levantó una mano para taparse los ojos y esquivar los rayos de los soles.
—Sólo darle algunos toquecitos para actualizarla —respondió—. Si aún necesitas repuesto para el Razor Crest, creo que podemos llegar a un acuerdo.
Peli por fin intervino, aplaudiendo.
—¡Qué feliz me hace ver a viejos amigos reencontrarse! Bueno, os dejo con lo vuestro, que tengo que arreglar unos papeles.
Se dio la vuelta y Taila sonrió en su dirección.
—Gracias, Peli.
Los dos viejos amigos, ahora solos, se miraron durante un segundo.
—Tú estás muy cambiada —le dijo Mando.
Taila sonrió, y quizás Mando se imaginó que se sonrojaba. Después señaló la empuñadura del sable oscuro que él llevaba en el cinturón.
—Veo que aún la tienes.
—Así es. —Mando decidió cambiar de tema, porque no quería hablar ahora mismo de lo que había pasado con los otros mandalorianos—. ¿Le has dicho a Peli que eres una Jedi?
Taila se pasó una mano por el pelo.
—Prefiero el término "busca reliquias". Ya sabes, para mi tienda.
Mando levantó una ceja.
—Ya no tienes la tienda, ¿no? —Ella negó con la cabeza—. Entonces eso es una tapadera, Tai.
Ella rió.
—Puede que tengas razón. Pero puede ser nuestro secreto.
Se pusieron a trabajar en la nave, y tardaron varios días en tenerla a punto. Durante el proceso, Taila le contó sobre sus viajes, sobre las cosas que había entendido y aprendido en esos meses, y sobre el termino de "Jedi Gris".
Mando no tenía claro qué es lo que decía en cada ocasión, pero con el tiempo vería y comprendería el crecimiento que había habido en Taila como mujer y como Jedi. Él le dio un resumen de cómo esos meses habían ido para él, pero se ahorró el encontronazo entre los suyos. No valía la pena centrarse en el pasado, así que aprovechó para disfrutar de la compañía de su amiga, a quien había echado de menos y quien sabía que le comprendía.
Cuando hubieron hecho las pruebas de vuelo del Totale, llegó el momento de hablar del futuro.
—La verdad es que no tengo un plan de a dónde ir, pero no tengo intención de volver a casa más que para visitar —le dijo Taila mientras los dos cenaban, aunque se daban la espalda para que Mando se pudiera quitar el casco.
—¿Quieres seguir viendo la galaxia? —le preguntó él.
—Sí. La verdad es que sí.
—Pues eres bienvenida a hacerlo conmigo —respondió él—. Aunque eres tú quien me quiere dejar subir a la nave, así que quizás deberías ser tú quien dijera eso.
Ambos rieron.
—Que el Razor Crest explotara es una buena excusa para pedirte que volvamos a viajar juntos, supongo —respondió Taila—. ¿Hay algún lugar al que quieras ir primero? ¿Algún trabajo?
Mando negó con la cabeza, hasta que se dio cuenta de que ella no estaba mirando por respeto (aunque ya había visto su cara antes, y no sabía si seguir el credo ahora valía de algo).
—No, ningún trabajo —dijo, y después de un momento añadió—: Pero la verdad es que me gustaría volver a ver al niño, tengo algo para él. ¿Crees que será posible?
Taila guardó un momento de silencio.
—Creo que te puedo ayudar con eso —le dijo—. Así que mañana al alba, salimos.
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