
014.
━━━━━━━━━━━ ✦₊˚.
Fue así como, en el túnel, asaltaron el transporte y se pusieron las armaduras de los imperiales que lo dirigían.
Mando se cambió de espaldas a todos para que nadie le pudiera ver la cara, y Taila enrolló los pantalones del soldado porque la ropa le quedaba grande. Esperaba que no se notara mucho. Se metió el sable láser por la parte de atrás de los pantalones y sujetó el casco. ¿Es esto lo que había sentido su madre cada vez que se ponía la armadura, aquel peso tan extraño sobre su cuerpo? Ella nunca había llevado ropa igual.
Oyó la risa de Mayfield y se giró.
—¡Fíjate! Qué vergüenza. Eso sí que es un espectáculo digno de ver.
Ella se acercó a Mando, que había metido toda su armadura en una bolsa para dársela a Dune.
—¿Estás seguro? —le preguntó Taila. Él asintió, y ella sonrió para aligerar el ambiente—. Si te dijera que te queda bien, mentiría.
Mando bajó la mirada a las botas de la chica mientras le pasaba la bolsa a Dune.
—A mí al menos me queda bien de talla —respondió él, bromeando, y su voz sonaba diferente por el modulador del otro casco. Se giró a Dune—. Aseguraros de acabar con los tiradores del tejado o no saldremos de aquí.
—Os cubriremos —asintió ella.
—Eh, chicos —dijo Mayfield desde lo alto del transporte—. Queda poco tiempo. —Después se giró hacia Mando—. ¿Qué dirían en Mandalore?
Él le ignoró, subiendo al transporte y alargando la mano para ayudar a Taila a subir. No necesitaba su ayuda, podría haber usado la Fuerza, pero tomó su mano de todas maneras y dejó que la aupara arriba.
Después se puso el casco y se sentó a las espaldas de los dos hombres, en la silla que quedaba libre.
Mayfield condujo durante un rato. Salieron del túnel sin problemas, y el preso se giró hacia Mando al hacerlo.
—¿Qué se siente? —le preguntó, señalando el casco—. ¿Eh? Venga, sigues llevando casco, ¿no? —Hubo un momento de silencio en el que Taila decidió no decir nada, y en el que Mando ni siquiera miró a Mayfield—. Vale, ¿sabes qué? Yo me lo voy a quitar. No veo nada. —Otro momento de silencio—. ¿Cómo podéis llevar estas cosas? Me refiero a vosotros, a los mandalorianos.
Taila puso los ojos en blanco.
—Habla incluso más que yo —le dijo a Mando.
Él asintió.
—¿A que sí?
Mayfield frunció el ceño en su dirección, quizás porque Taila sí había conseguido que Mando le respondiese.
Siguieron avanzando por los caminos de tierra durante un rato. Nadie dijo nada hasta que Mayfield volvió a hablar.
—Se está mejor sin él —dijo, mirándolos a los dos—. ¿Ves bien, Jedi? —le preguntó a Taila.
—No necesito ver con los ojos —respondió ella—. Puedo ver a través de la Fuerza.
Él puso los ojos en blanco.
—Vale, te ha quedado muy poético.
Un rato después, pasaron por lo que parecían ser restos de naves y otros transportes. Todos giraron el cuello para mirar por las ventanas.
—Juggernaut Cuatro —se oyó por la radio—. No corras. Controla tu cargamento, la temperatura y velocidad.
—Recibido, Tres —respondió otro hombre—. Había un par de baches, gracias por avisar.
Mando se giró hacia Mayfield.
—No te preocupes por la carga —le dijo—. Si conduces de forma estable, llegaremos a la refinería.
Lo que vieron a continuación era un pueblo. Los niños y sus familias, claramente pobres y viviendo en condiciones deplorables, se apartaron de la carreta al oír el sonido del transporte.
—Sí... —gruñó Mayfield—. El Imperio, la Nueva República... Para esta gente es lo mismo. Invasores de su tierra, eso somos.
Taila no dijo nada, porque sabía que el hombre, aunque fuera un impresentable, en esa ocasión sí tenía razón.
Mando le miró de reojo, moviendo ligeramente la cabeza, y eso hizo que volviera a hablar.
—Sólo digo que en esta galaxia hay gente que gobierna, y otros son gobernados —le dijo a Mando—. Fíjate en tu raza: ¿te crees que la gente que murió en las guerras que libraron los mandalorianos tuvo elección? ¿Y en qué se diferencian del Imperio?
Taila frunció el ceño.
—Te equivocas —le dijo—. Mis padres y mi tía (mi maestra) lucharon en el Asedio de Mandalore, al final de las Guerras Clon. Y sí tuvieron elección. Una mandaloriana les pidió ayuda para que liberaran su planeta del control de las sociedades que lideraban el mercado negro. Y la Antigua República respondió: los hombres que murieron en esas guerras lo hicieron para liberar a las gentes de Mandalore. Y murieron con honor.
Mayfield sacudió la cabeza, sonriendo.
—Si naciste en Mandalore, crees una cosa. Si naciste en Alderaan, crees otra. ¿Pero sabéis qué? Que ninguno de los dos existe ya. Por mucho que el ejército clon luchara allí en el pasado, Jedi.
Taila arrugó el gesto. Mando se había quedado mirando a Mayfield, pero no decía nada. Él se encogió de hombros.
—Eh, sólo soy realista. Soy un superviviente, como tú, Mando.
—Vamos a dejar una cosa clara —advirtió el mandaloriano—: tú y yo no nos parecemos en nada.
Mayfield sonrió.
—¿Qué pasa, no quieres que tu novia sepa las cosas que has hecho en el pasado? —Se burló, señalando a Taila con la cabeza—. Vamos, Mando. Yo creo que tus reglas empiezan a cambiar cuando estás desesperado. Mírate: dijiste que no podías quitarte el casco, y ahora llevas uno de soldado imperial. ¿En qué quedamos? ¿Qué no puedes quitarte el casco de Mando o que no puedes mostrar la cara? Porque hay una diferencia.
Taila comenzaba a enfadarse.
—Una gran Jedi dijo una vez que hace falta valor para serle fiel a unos principios* —le dijo a Mayfield—. Que tú no tengas de eso no significa que esté bien criticar a los demás por cómo le son fiel a los suyos.
Mayfield sacudió la cabeza.
—Yo solo digo que, al final, tomos somos iguales. Todo el mundo tiene un límite que no traspasa hasta que la cosa se pone fea. Para mí, si llegas al final del día y luego puedes dormir, estás mejor que la mayoría.
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La cosa se puso fea tras eso. Unos piratas que querían volar el rhydonium atacaron su convoy, y Mando y Taila tuvieron que subir a lo alto del transporte para poder librarse de ellos. La verdad es que no fue tarea fácil. Además, Taila le tuvo que dar su DL-44 a Mando cuando su bláster se quedó sin carga y se libró de los piratas con la Fuerza, porque no quería herirlos con su sable.
Por suerte, llegaron de una pieza a la refinería. Lo hicieron rodeados de vítores de los otros trabajadores, que admiraban el hecho de que hubieran sobrevivido. A Taila le hubiera parecido algo de lo que alegrarse si no fueran trabajadores imperiales.
—Nunca pensé que me alegraría de ver soldados de asalto —comentó la chica mientras se sentaba en su asiento, después de que las fuerzas de la refinería les hubieran ayudado a llegar a la fábrica.
Se bajó del transporte junto a sus compañeros, y los tres se reunieron en el suelo, ignorando a los soldados que les gritaban felicitaciones.
—Vale —dijo Mayfield—. Ahora sólo hay que encontrar un terminal. Estará en el comedor de oficiales.
Se abrieron paso hasta la cantina al fondo de la estancia, asintiendo a varias personas como si estuvieran cansados pero felices de estar allí, para no levantar sospechas. Mayfield incluso dio algunos saludos militares.
Mayfield se asomó a la cantina, asintiendo.
—Ahí está. Me voy.
—Buena suerte —le dijo Mando.
Mayfield comenzó a entrar, hasta que, de pronto, se dio la vuelta.
—No puedo entrar —les dijo.
—¿Qué? ¿Por qué? —demandó Taila.
—Es Valin Hess —les dijo.
—¿Quién?
—Valin Hess. Serví a sus órdenes —respondió.
—¿Te reconocerá? —preguntó Mando.
—No lo sé. Sólo era operativo de campo, pero no me arriesgaré. Se acabó.
—No —dijo Mando—. Vamos a hacerlo rápido y nos largamos.
—No, no puedo hacerlo, hay que abortar. Lo siento.
Intentó pasar por el lado de Mando, pero él le retuvo.
—No, no puedo. Sin esas coordenadas, perderé al crío para siempre. Dame la tarjeta de datos.
—Olvídate —respondió Mayfield—. Para poder acceder a la red, la terminal te escanea la cara.
Taila sacudió la cabeza. Le quitó la tarjeta a Mayfield de las manos.
—Iré yo —declaró.
Mando la miró un momento, después asintió. Taila comenzó a caminar dentro de la cantina, sintiendo a través de la Fuerza que Mando la seguía y Mayfield se quedaba atrás, con miedo. Se estaba quitando el casco para acercarse a la terminal cuando alguien llamó su atención.
—¡Soldado! ¡Acércate!
A Taila se le secó la boca. Dudó, y sintió a Mando arrancarle la tarjeta de datos de la mano para acercarse él mismo a la terminal.
Con el corazón a cien, Taila ser acercó a la mesa de Valin Hess y se cuadró en estilo perfecto. Al fin y al cabo, sus padres eran soldados.
—¿Sí, señor?
—¿Estabas en el convoy que ha derrotado a los piratas?
—Sí, señor —respondió ella sin moverse.
El comandante miró sobre su hombro.
—¿Es ese tu compañero?
Taila tuvo que girarse. Y al mirar a la terminal vio a Mando. Sin el casco.
No podría explicar lo que se le pasó por la cabeza al verle la cara. Era como se lo imaginaba, y a la vez no. Tenía razón, no parecía mucho más mayor que ella. Tenía el pelo castaño y ligeramente rizado, los ojos oscuros, barba del mismo color.
Y era guapo, tenía que admitirlo.
Estaba metiendo el disco de datos: parecía haber podido acceder a la terminal.
—Sí, señor —respondió ella a duras penas.
Apartó la mirada de Mando al darse cuenta de que... Por el Creador, le acababa de ver la cara.
—¿Es eso todo lo que sabes decir? —le preguntó el teniente con mala cara—. ¡Soldado! —llamó a Mando.
A Taila se le pusieron los pelos de punta, más si puede ser. El comandante la dejó atrás y comenzó a andar hacia él: les iban a descubrir.
—Eh, yo... —tartamudeó Taila, sin saber qué decir.
—Eh, soldado —seguía el hombre.
—Disculpe... —intentó Taila de nuevo, siendo ignorada.
Mando arrancó la tarjeta de datos de la terminal, girándose hacia el teniente, pero sin decir nada. Sus ojos se clavaron temporalmente en los de Taila y ella tembló. Tenía los ojos marrones, más oscuros que los de ella.
—Presta atención si su superior le habla —seguía Hess—. ¿Cuál es su designación?
Mando pasó saliva.
—Equipo de transporte.
Su voz sonaba diferente sin el casco, más humana.
—¿Qué?
Taila hizo un gesto de dolor. Esa no era una designación...
—Mi designación es copiloto de transporte —siguió Mando.
Taila buscó algo que decir antes de que él fastidiara más la situación.
—No, hijo —dijo Hess muy despacio—. ¿Cuál es su número TK?
Taila dio un salto.
—Señor, es mi oficial al mando, TK-1409, señor —dijo con toda la confianza que pudo, cuadrándose de nuevo—. Soy la teniente de transporte de asalto, TK-7567 a su servicio.
Usar el número del tío Echo y el de su padre parecía buena idea. El teniente la estaba estudiando con la mirada, y también podía sentir la mirada de Mando sobre ella. Ella se puso al lado de Mando y se cuadró otra vez. Él la imitó.
Desde allí, podía ver a Mayfield mirándolos con preocupación desde el marco de la puerta.
Sonrió como pudo, volviendo a hablar porque el teniente no hacía más que mirarlos con sospecha.
—Y va a tener que hablarle más alto —dijo, se giró hacia Mando y se encontró con su mirada—. Ya que su nave perdió presión en Tanak.
Todo aquello estaba saliendo de lo que recordaba de sus tiempos de rebelde. Esperaba que el comandante se lo comiera.
Entonces, el comandante gritó.
—¡¿Cómo se llama, oficial?!
Mando elevó las cejas y Taila se tragó una risa. Aun así, Mando no respondió.
—Su mote es Ojos Marrones —soltó Taila, como vómito verbal—. ¡¿Verdad, oficial?! —dijo, levantando la voz y sonriendo a Mando.
Él asintió. Taila seguía gritando, agarrándole del brazo e intentando llevarle hacia la puerta, pensando en las cosas que su madre y su padre le habían contado de su tiempo como soldados.
—¡Vamos a rellenar los informes de TPS para recargar las bobinas!
—No he dicho que se retiren —dijo el comandante a sus espaldas.
Ellos se quedaron clavados en el sitio. Se dieron la vuelta, pero Taila sentía a Mayfield acercarse a ellos.
Se puso al lado de Taila, y aunque el comandante le miró con curiosidad, no pareció reconocerle.
—Nuestro piloto, señor —explicó Taila—. TK-5555.
Ahí iba, el número del tío Cincos. La 501 al completo, había que reírse.
Mayfield asintió.
—¿Son los pilotos que han entregado el cargamento de rhydonium, entonces?
Taila volvió a asentir.
—Sí, señor —dijeron Mayfield y ella a la vez.
—Sí... señor —dijo Mando un segundo después.
El hombre les estudió con la mirada.
—Pues han conseguido ser el único transporte que ha entregado su cargamento hoy.
Les puso la mano a Mayfield y a Mando en el hombro, pero miraba a Taila.
—Vengan conmigo —les dijo—. Tomemos una copa —sonrió a Mando—. Ojos Marrones...
Fue así como acabaron sentados frente al comandante, Taila en el medio de los dos hombres. Los tres tensos mientras le daban sorbos a la bebida alcohólica frente a ellos.
—¿Por qué brindamos? —les preguntó el comandante—. Puedo decir cualquier tontería como... la salud o el éxito. Pero me gustaría hacer algo menos típico.
Taila miró a Mando de reojo.
—¿De dónde es, Ojos Marrones? —le preguntó el imperial a Mando.
Mando iba a responder cuando Mayfield se interpuso.
—¿Qué tal un brindis por la Operación Ceniza?
Mando y Taila intercambiaron otra mirada. Esta vez, confusa.
—He aquí un hombre que conoce su historia —comentó Hess.
—No sólo la conozco. La he vivido. Estuve en Burnin Konn.
¿Qué narices estaba haciendo?
—¿Burnin Konn? —preguntó el comandante—. Fue un día duro. Tuve que tomar muchas decisiones desagradables.
—Sí, así es —sonrió Mayfield, aunque se notaba que la sonrisa era falsa—. Una ciudad entera desaparecida en un instante. Perdimos a toda nuestra división. Fueron cinco o diez mil personas.
Taila estaba recordando las historias de combate de sus padres y sus tíos, y aquello no le gustaba.
—Sí... —dijo el comandante, antes de sonreír—. Todos héroes del Imperio.
—Sí —suspiró Mayfield—. Y todos muertos.
Mando y Taila se miraron con incomodidad. Ella comenzaba a acostumbrarse a verse reflejada en sus ojos marrones, que eran mucho más expresivos que el visor del casco. Ahora mismo reflejaban incomodidad y tensión. Emociones que Taila sentía también.
—Un sacrificio por un bien mayor, hijo.
Mayfield pareció pensarse la respuesta del comandante.
—Depende de a quién pregunte.
—¿A dónde quiere llegar, soldado?
Taila pensó en intervenir, pero no le dio tiempo.
—Toda esa gente, la que murió... —dijo Mayfield—. ¿Fue bueno para ellos? ¿Para sus familias? ¿Mis compañeros? Los civiles, esos traga-barros que murieron luchando por la libertad. ¿Fue bueno para ellos?
Mando y Taila intercambiaron una mirada tensa.
—Hemos durado más que ellos, hijo. Se están devorando vivos. La Nueva República es un desastre, y nosotros nos hacemos más fuertes. Con el rhydonium que han entregado, podemos causar estragos que harán que Burnin Konn, a su lado, parezca una niñedad. Y acudirán a nosotros una vez más.
Mayfield suspiró. Taila se miró las manos, intentando controlar sus emociones ante las palabras del hombre, las cuales le ponían los pelos de punta. Taila se comenzó a llevar la mano al bláster que tenía en su cintura, la DL-44 de su madre, pero Mando posó su mano sobre la de ella, deteniéndola, aprovechando que no les podían ver por debajo de la mesa.
Como ninguno decía nada, el comandante se inclinó sobre la mesa hacia ellos.
—Muchachos, todo el mundo cree que lo que quiere es la libertad —les dijo—. Pero lo que quieren en realidad es orden. —Mando levantó su mano de la de Taila y ella se preparó—. Cuando se den cuenta de eso, nos recibirán con los brazos abiertos. —Mayfield asintió, aunque parecía que estaba a punto de llorar. El hombre levantó el vaso—. Por el Imperio.
Se desató el caos. Mayfield disparó al hombre en el pecho y Taila dio una voltereta hacia atrás, sacando su pistola.
Hubo un momento de silencio sorprendido, y después comenzaron a ser atacados.
Mataron a los soldados que estaban en el comedor y Mayfield le pasó el casco a Mando para que se lo pusiera.
—Has hecho lo correcto —le dijo, porque él tenía la cara descompuesta con tensión y arrepentimiento—. Yo no te he visto la cara —dijo, mirando a Taila—. Y ella tampoco.
Ambos apartaron la vista de Mando y él se volvió a poner el casco. Los demás hombres que habían estado en esa sala estaban muertos, de todas maneras. Taila y Mayfield le guardarían el secreto a Mando, aunque ella no podía imaginarse lo que aquello debía de significar para él. Le dolía el corazón de sólo pensar en lo que acababa de sacrificar, todo porque Taila no había pensado lo suficientemente rápido.
Cuando llegaron el resto de soldados, Mando ya se había puesto el casco. Lucharon contra ellos hasta que pudieron salir por la ventana hacia el muro sur. Sus compañeros estaban cubriéndolos, y Taila empujaba a los soldados que les seguían hacia fuera de la ventana con la Fuerza para que cayeran a la presa de agua bajo ellos.
Comenzaron a trepar hacia el tejado con la ayuda de Dune y Fennec, que les cubrían.
Una vez allí, consiguieron subir al Esclavo Uno. Y Mayfield voló por los aires las reservas de rhydonium con un fusil.
Puede que hubieran cumplido su objetivo, pero Taila no podía evitar pensar que había venido con un gran precio.
Sobre todo, para Mando. Y, en parte, era por su culpa.
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—Pues nada, toca volver al desguace —dijo Mayfield.
Se reunieron con Dune afuera del Esclavo Uno.
—Gracias por tu ayuda —le dijo Mando, de nuevo en su armadura.
—Sí —dijo él, alternando la vista entre él y Taila—. Espero que recuperéis al crío. —Se giró hacia Dune y le ofreció sus muñecas—. Muy bien, oficial...
—Habéis tenido un buen tiroteo —comentó ella.
—¿Lo has visto? —preguntó Mayfield—. No formaba parte del plan, pero necesitaba quitarme un peso de encima.
Dune asintió, mirando hacia Taila y Mando.
—Qué pena que Mayfield no saliera de allí con vida —les dijo.
Taila asintió, cruzándose de brazos.
—Ya te digo, me comenzaba a caer bien.
—Sí, qué pena —coincidió Mando.
—¿De qué habláis?
—Me parece que el prisionero 3-4-6-6-7 —dijo Dune—, murió en la explosión de la refinería de Morak.
Mando asintió.
—Entonces, ¿puedo irme? —preguntó Mayfield con una sonrisa—. ¿Eh? Porque me iré.
Nadie le respondía. Taila se limitó a mirarle y sonreír. Mando le hizo un gesto con la cabeza.
Comenzó a andar, girándose un par de veces hacia atrás.
—De acuerdo —dijo—. Vale.
Les dio una sonrisa y, medio corriendo, se marchó.
—¿Tenéis las coordenadas del Moff Gideon? —les preguntó Dune.
—Así es —respondió Mando.
—¿Y ahora qué hacemos?
Él se giró a mirar a Taila. Ella le dio una sonrisa tímida, recordando el rostro bajo el casco, aunque intentaba no hacerlo.
—¿Por qué no le mandas un mensaje a Gideon?
TRANSMISIÓN GRABADA DE DIN DJARIN:
"Moff Gideon: usted tiene algo que yo quiero. Es posible que crea que sabe lo que tiene en su poder. Pero no... Y pronto estará de nuevo conmigo. Para mí significa más de lo que pueda imaginar."
*Frase de Dhejah Ernark. (Prólogo de BLAME).
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