
013.
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—Cara Dune, marshal de la Nueva República —dijo Mando, lanzándole a su amiga la insignia identificadora que la unía al gobierno—. Me han dicho que te habías vuelto legal.
—Yo tampoco diría tanto —sonrió ella.
Mando pasó saliva.
—Necesito tu ayuda —le dijo sin más rodeos.
Ella levantó las cejas.
—Dime —soltó secamente.
—Localízame a alguien en el registro penitenciario —le pidió.
—Lo intentaré —asintió mientras encendía su ordenador.
—Un exfrancotirador del Imperio. De apellido Mayfield. Capturado cerca de Dilestri en una nave prisión abandonada.
Ella asintió, encontrando su foto en el ordenador.
—Migs Mayfield. Cumple cincuenta años en los campos de trabajo de Karth por ayudar a un preso a fugarse. Cómplice de matar a un oficial de la Nueva República. Parece una buena pieza —comentó, mirando al mandaloriano—. ¿Qué quieres de él? ¿Es esto sobre la chica?
Mando miró hacia la puerta. Taila no había querido acompañarle: decía no fiarse al cien por cien del mandaloriano Fett, por mucho que les hubiera jurado lealtad, y había querido quedarse con ellos para asegurarse de que no les traicionaban de ninguna manera. Mando supuso que aquello tenía que ver con el hecho de que el hombre compartía rostro con su padre, pero, aparentemente, ninguna otra cualidad.
—¿Taila? No —respondió—. Ella ya es parte del equipo —suspiró—. Lo que quiero es que Mayfield se fugue para que me ayude a dar con el crucero del Moff Gideon.
Dune se reclinó en la silla.
—Ya sabes lo que pienso del Imperio —le dijo ella, para luego señalar a la placa de la Nueva República que estaba en la mesa—. Pero estos galones me obligan a cumplir normas.
Mando sacudió la cabeza. Taila hubiera podido decir esto hacía ya minutos. A él le costaba incluso pensar las palabras:
—Tienen al crío —escupió por fin.
Dune frunció los labios y después asintió.
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El hombre que Dune trajo a la rampa del Esclavo Uno no era como Taila se esperaba. Era calvo, más bien flaquillo y de apariencia simplona. Parecía tener unos treinta años y un humor de mal gusto.
Cuando vio a Fett a los pies de la nave, empalideció más que su tono de piel natural. La barba pelirroja intentó esconderle la cara de miedo, pero no hizo un buen trabajo. Mando y Taila miraban la escena desde la nave, aún ocultos en las sombras de la trampilla.
—¿Es este? —le preguntó Taila a Mando en un susurro—. No parece muy listo.
Él rió por lo bajo. El sonido salió muy grave, y ella no sabía si su voz era siempre así o si era por el modulador del casco.
—Nunca dije que lo fuese —le susurró él de vuelta.
Taila sonrió, pero perdió el gesto cuando volvió a mirar al hombre, que había recuperado la sonrisa burlona.
—Ah, pensé que eras otro que conozco —le dijo a Fett.
Mando suspiró, comenzando a bajar la rampa con Taila detrás. Mayfield perdió la sonrisa definitivamente.
—Mayfield —saludó Mando al estar frente a él.
Taila inclinó la cabeza a sus espaldas, estudiando al hombre, pero él estaba mirando al suelo como si le tuviera mucho miedo al mandaloriano.
—Hombre, Mando —intentó sonreír—. Cuánto tiempo. —Miró a Taila con nerviosismo—. ¿Es esta tu novia? Es guapa.
Ella levantó las cejas y aplanó los labios.
—Y tú estás más guapo callado —le espetó al preso.
Él frunció el ceño y volvió a mirar al mandaloriano.
—Pegáis juntos —comentó—. ¿Has venido a matarme?
Dune habló desde sus espaldas.
—Sólo te voy a contar que me he saltado un montón de normas para traerte aquí.
Mayfield estaba mirando a la marshal.
—¿A qué debo esa suerte?
—A que eres imperial.
Él sacudió la cabeza.
—Eh, de eso hace mucho tiempo. ¿Vale?
—Pero aún recuerdas todos los protocolos imperiales, ¿verdad? —le preguntó Mando.
Taila tenía que reconocer que podía sonar muy intimidante cuando se lo proponía.
Mayfield no respondió. Todos empezaron a subir a la nave, y el hombre se quedó mirando a Taila. Ella apartó la capa y le enseñó la empuñadura del sable láser. Los ojos del hombre se abrieron como platos.
—Sube —le ordenó.
—Por el Creador... —suspiró él mientras obedecía.
Una vez en la nave y habiendo despegado, Mando se giró desde los controles hacia Mayfield.
—Necesitamos las coordenadas del crucero del Moff Gideon.
—¿El Moff Gideon? —preguntó Mayfield con incredulidad—. ¡Ja! Ni de coña. Llevadme de vuelta al desguace: no pienso hacerlo.
Mando miró a Taila. Ella se puso de pie, y miró a Mayfield.
—Tienen al niño —le dijo.
Él intercambió la mirada entre ella y Mando.
—¿Al crío verde?
Ella arrugó el gesto.
—Sí. Al crío verde.
Mayfield frunció el ceño.
—¿Y si os ayudo a recuperarlo me dejaréis irme?
—Esto no funciona así —le dijo Dune.
—¿Entonces qué saco yo?
—Tendrás mejores vistas —sonrió la marshal.
Mayfield miró a Taila. Ella acarició el sable láser en su cinturón.
—¿Tú cuántos años tienes? —le preguntó él.
—Los suficientes como para saber cómo matarte.
Él suspiró, girándose hacia Mando.
—Vale, pero un dato: no puedo conseguir esas coordenadas si no tengo acceso a un terminal imperial interno. Creo que hay uno en Morak.
Mando inclinó el casco hacia un lado.
—¿Morak? —le preguntó—. En Morak no hay nada.
—Es un centro minero imperial secreto. Si podéis meterme ahí, os conseguiré las coordenadas.
Mando se giró hacia Taila, ella asintió.
—Fett —llamó Mando hacia la cabina del piloto sobre ellos—. Introduce las coordenadas de Morak.
—Recibido.
Taila se sentó junto a Mando, sintiendo cómo la nave aceleraba. Se inclinó hacia él.
—Le encontraremos, tranquilo —susurró.
Él asintió.
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Al acercarse al planeta, todos se reunieron alrededor de la mesa de transmisiones, donde Fett había desplegado un holograma del planeta.
—He hecho un escaneo inicial del planeta —dijo el clon, haciendo zoom sobre un edificio—. ¿Es esto a lo que te referías?
—Sí, eso es la refinería —respondió Mayfield.
Fennec arrugó la cara.
—A saber qué refinan ahí.
Taila se inclinó sobre el holograma.
—Parece rhydonium.
A su lado, Fett asintió.
—Tu padre te ha enseñado bien, hija de clon —comentó—. El rhydonium es muy volátil y explosivo.
—Sí. Como esta, ¿eh? —rio Mayfield.
Taila se giró sobre su hombro, dándole una mirada dura.
—Cállate la boca —le advirtió.
Él perdió la sonrisa.
—Sí, señora.
—Tienen cañones antiaéreos protegiéndola —siguió Fett.
Todos volvieron a poner atención al tema entre manos.
—Y un pelotón de fuerzas de seguridad —añadió Fennec.
Mando asintió.
—Entraremos en silencio —dijo—. Vamos a verlo más de cerca.
Fue así como acabaron en la superficie del planeta, el cual estaba cubierto de montañas, niebla y bosque. Se apostaron en un risco, observando las carreteras de tierra desde arriba. Por ellas pasaban los transportes imperiales llenos de rhydonium.
—No tardaré mucho —les dijo Mayfield a todos—. En cuanto tenga las coordenadas, sacadme a toda leche de ahí.
—Sube al tejado —le dijo Fett—. Subiré ahí y te sacaré.
—Mayfield y yo nos cambiaremos por los conductores en el túnel —declaró Dune.
Él negó con la cabeza.
—Aunque me encantaría hacer un viajecito con la asaltadora rebelde, no va a funcionar.
—Ah, ¿no? —preguntó ella con sorna—. ¿Por qué?
—Porque las bases del Remanente las dirige exmiembros del BSI. Si te escanean y tu firma genética aparece en algún registro de la Nueva República, te detectarán y dispararán —explicó él con tono definitivo.
Dune chasqueó la lengua.
—Sabes mucho de remanentes imperiales.
—Si quieres acusarme de algo, dilo.
Taila suspiró.
—No tenemos tiempo para esto —declaró la joven—. Iré yo. Fui rebelde, pero no afiliada a la Nueva República: el Imperio no tiene mi firma genética en sus bases.
—¿Estás segura? —le preguntó Mayfield.
Taila elevó las cejas.
—Soy una Jedi —dijo—. ¿Crees que seguiría viva si me tuvieran fichada? Se toman muchas molestias por atraparnos.
—No —declaró Mando—. Irá Fennec.
Taila se giró hacia él, pero antes de poder quejarse, la francotiradora respondió.
—No, a mí me busca el BSI: saltarían las alarmas.
El mandaloriano se giró al otro hombre.
—¿Fett?
Él señaló con la cabeza a Taila.
—Digamos que reconocerían mi cara: la comparto con su padre y con un montón de hombres más.
Taila caminó hasta Mando y le agarró del brazo. Tiró de él hasta que pudieron hablar lejos de los demás.
—¿Qué te pasa? —le preguntó mirando hacia el visor oscuro de su casco—. ¿Qué pasó con lo de ser compañeros?
Él suspiró. Hubo un momento de silencio, hasta que Mando se rindió y respondió, como si no le quedara otra opción.
—Somos compañeros, Taila, pero no me fío de Mayfield. No te puedo mandar a ti sola con él.
Ella se cruzó de brazos.
—Entonces es que me ves como una niña y piensas que no me puedo cuidar solita. Pues que sepas que luché durante mi adolescencia contra el Imperio y salí de una pieza...
Mando chasqueó la lengua, mirando brevemente a los demás, pero parecían estar esperando tranquilamente mientras discutían entre ellos. Agachó la cabeza para volver a mirar a la chica.
—Taila, claro que sé que puedes con él —le dijo—. No es que te vea con una niña, sí solo tengo como que seis años más que tú...*
Ella pestañeó, registrando esa información. Pero enseguida recuperó su rostro duro.
—¿Entonces? —le preguntó, para después suspirar—. Oye, yo también quiero encontrar a Grogu, le he cogido mucho cariño desde que he estado viajando con vosotros.
—Lo sé —le dijo—. Has demostrado que te preocupas por él... Podrías haberte vuelto a casa hace mucho y no lo has hecho: eres parte de nuestro equipo, nos has ayudado todo lo que has podido. Por eso tengo que asegurarme de que no te pasa nada, como a él.
Taila bajó la cabeza, sin saber qué decir. En otras circunstancias, le habría enfadado la sobreprotección de Mando. Pero mentiría si dijera que no le gustaba ver que la apreciaba y que él también compartía la amistad que habían comenzado a crear entre los tres desde que ella había decidido ayudarles y viajar con ellos.
Mando sacudió el casco y se giró hacia la carretera, por la que justo estaba pasando un transporte. Activó el zoom de su casco, asintiendo y dirigiéndose hacia los demás.
—Iremos los tres: por si algo sale mal.
Taila subió las cejas y Mayfield soltó una risa.
—Oye, que tengo mucha labia, pero no podré justificar a un tío con armadura mandaloriana ante los guardias. Así que o te quitas el casco, o tendremos que ir la chica Jedi y yo. Eso, o despídete de tu amiguito.
Taila sacudió la cabeza. Sabía lo que significaba para Mando quitarse el casco, el sacrificio espiritual y personal que sería eso para él.
—No vais a ir solos —declaró Mando—. Iré con vosotros: pero no voy a mostrar la cara.
* Algunos hechos pueden haber sido modificados respecto a los materiales conocidos como "canon", así como la línea temporal de los mismos. Las edades de los protagonistas han sido modificadas para adecuarse a la trama, pero espero que eso no altere tu experiencia de lectura. ¡Gracias!
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