
010.
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Taila sabía que tenía que hablar con su antigua maestra. Era consciente de la tensión entre ellas mientras encarcelaban a la magistrada y avisaban a los habitantes de aquella ciudad de Corvus de que el reino del terror de la mujer se había terminado.
Ahsoka y Taila se pasearon por las calles de la ciudad sin prisa aparente. Los niños habían comenzado a salir a la calle para jugar. Taila vio al padre con quien habían hablado al llegar. Estaba sonriendo, y eso la hizo sonreír a ella también.
Mando las esperaba cerca de la puerta que llevaba al bosque. Taila no quería tener aquella conversación delante de él, así que dejó de andar a medio camino, haciendo que Tano se detuviera también.
La togruta cruzó los brazos sobre el pecho y asintió en su dirección, como si hubiera estado esperando a que hablara.
Taila tomó aire antes de hablar.
—Recuerdo lo que me dijiste antes de irte —empezó—. Que me dejaba controlar por mis emociones, que, con el tiempo, habías perdido la esperanza de que entendiera el camino Jedi. Pero las dos sabemos que ese es un camino que tú tampoco sigues al completo. Los mandatos de la Orden han quedado atrás. Fue por su hipocresía por la que te fuiste del Templo, tú misma lo dijiste. Y yo...
Quiso seguir hablando, pero se le hizo un nudo en la garganta. Ahsoka suspiró.
—No puedo decir que fuiste una mala alumna, Taila: estaría mintiendo si lo afirmase —le prometió—. Lo que puedo decir es que no estaba preparada para entrenarte, y dudo que lo esté nunca. Intenté hacerlo como Anakin me enseñó a mí, y con la visión que él aprendió de Obi-Wan... Pero tú misma lo has dicho, esas doctrinas son unas que yo dejé de practicar con tu edad. Intenté enseñarte como pensé que debería haberlo hecho, hasta que me vi incapaz de seguir.
—Y también te da miedo —soltó Taila—. Te da miedo que, como yo conocí a mis padres, me pase como a él.
Ahsoka apartó la mirada. Después se giró al camino, mirando hacia donde Mando esperaba junto a la puerta.
—Me da miedo haberte enseñado lo que sabes pero no haber podido enseñarte a controlar tus sentimientos. Me da miedo que la historia se repita, sí, pero que también te pase... lo que le pasó a Ezra.
Taila agachó la cabeza. Su amigo, que había desaparecido después del dolor que le había ocasionado perder a su maestro. Ahsoka quería encontrarle, entender si el lado oscuro le había consumido o sí se mantenía en el equilibrio. Días después de que ocurriera aquello, había dejado de entrenar a Taila.
Y Taila pensaba que debía de mirarla a ella, a su anterior aprendiz, y debía de ver los errores que había cometido en el pasado. Debía de verse a sí misma, tal vez, un poco más mayor pero aún con la misma mirada ansiosa por aprender que debía de haber tenido ella cuando la habían expulsado de la Orden. Cuando se había dado cuenta de que los Jedi de la Orden no eran completamente buenos, que estaban consumidos por su propia hipocresía.
Y por miedo a todo lo que podría pasar si seguía entrenando a Taila con aquellos valores, había dejado de hacerlo.
Taila se daba cuenta en ese momento de una cosa.
De que Ahsoka no había terminado su entrenamiento, lo había dejado a la mitad tras sentirse traicionada por la institución que consideraba su familia. Había intentado entrenar a Taila, aunque quizás se veía incapaz, de la manera en la que la habían entrenado a ella. Pero, ¿y si esos métodos se habían quedado anticuados? ¿Y si Taila debía aceptar aquello y acabar su entrenamiento por sí sola?
Pestañeó, confusa y asustada. Enfadada, como llevaba sintiéndose mucho tiempo, también.
Levantó la cabeza.
—Pues estabas equivocada —le dijo a Ahsoka—. Sé que puedo controlar mis emociones como me enseñaste. Sentir no está mal, dejar que eso nuble tu juicio sí puede ser peligroso. Aprendí mucho en los años en los que me entrenaste. Pero quizás, desde que te fuiste de Seelos tras nuestra última lección, yo también me he dado cuenta de que, aunque tú no me entrenes, ya es muy tarde como para detener mi entrenamiento. Yo no puedo abandonar mis habilidades como Grogu, dejarlas atrás.
—Lo sé —dudó Tano—. Entonces, no vendrás conmigo, ¿no?
Taila pensó en Mando y en el niño.
—No —respondió—. Tengo que ayudarles a ellos.
—Está bien —suspiró Ahsoka—. Además, que yo no pueda entrenarte no significa que nadie más pueda. —Ambas se giraron hacia la salida de la ciudad—. Vamos.
Se unieron a Mando, y las dos salieron con él de la ciudad. Ahsoka le ofreció la lanza que le había quitado a la magistrada.
—Creo que esto era tu pago.
—No —respondió él—. No puedo aceptarla. No cumplí el encargo.
Taila suspiró.
—No —le dijo a Mando—. Pero os pertenece a los mandalorianos.
Mando la miró mientras Ahsoka asentía y le ofrecía de nuevo el arma. Él la acabó tomando.
—¿Dónde está tu amiguito? —preguntó Ahsoka.
—En la nave —respondió él—. Esperad aquí: iré a por él.
Comenzó a dar un paso hacia el bosque, pero ella sacudió la cabeza.
—No puedo entrenarlo. Y tampoco puedo entrenar a Taila.
Mando se giró hacia Ahsoka rápidamente.
—Hicimos un trato, y yo he cumplido mi parte —le recordó él.
Ahsoka asintió con pesar.
—Hay una posibilidad: id a Tython. Encontraréis las ruinas de un templo con una gran conexión con la Fuerza. Pon a Grogu en la piedra de la visión —explicó.
—¿Y luego?
—Quizá Grogu elija su camino. Si se comunica con la Fuerza, puede que un Jedi perciba su presencia y acuda en su busca. Aunque cierto es... que no quedan muchos.
Taila se mordió el interior de la mejilla.
—Encontraremos otra manera —le prometió a Mando, intentando sonar tranquila.
Él acabó asintiendo.
—Gracias —le dijo finalmente a Ahsoka.
—Que la Fuerza os acompañe —les dijo ella a ambos.
Mando comenzó a abrirse camino hacia el bosque, hacia la nave.
—Y que te acompañe a ti, Maestra —le dijo Taila.
Intercambiaron reverencias: ambas sabían que aquella no iba a ser la última vez en la que se verían.
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Dejaron al niño durmiendo en la parte de abajo de la nave. Mando supervisó el despegue en silencio, con Taila sentada en el asiento a sus espaldas.
Se alejaron de Corvus, y fue cuando saltaron al hiperespacio y las estrellas se alargaron frente a ambos, que Mando se giró hacia ella.
—Te vi hablar con ella —le dijo—. Teniendo en cuenta que estás aquí, supongo que te dijo que no te volvería a entrenar...
Taila negó con la cabeza.
—Creo que es la mejor decisión. Si Ahsoka no se ve capaz de entrenarnos a mí y a Grogu... Entonces, quizás es mejor que aprendamos de otras personas.
Pero la verdad es que Taila aun no entendía qué camino quería seguir. No sabía si se quería dar a otro maestro, sin saber lo que eso podría significar para ella y para su familia. No le diría eso al mandaloriano, porque no creía que la fuera a entender.
Mando asintió.
—Entonces iremos a Tython. Si otro Jedi viene, quizás te pueda entrenar a ti también.
Taila asintió con intención de detener la conversación ahí. Se levantó, caminando hacia su bolsa y sacando de ella un transmisor portátil.
—Tengo que hablar con mis padres —le dijo a Mando—. Avisarles de que vamos a Tython.
Él acabó asintiendo.
Taila bajó las escaleras a la parte de abajo de la nave, donde estaba la zona de carga, y se sentó en una caja tras dejar el disco en el suelo. Tomó aire y contactó con su madre.
El rostro de Riane Unmel apareció en el holograma. Llevaba el pelo ondulado recogido en un moño, y su expresión, en aquellos colores azules de la transmisión, dejaba ver algunas arrugas dadas por la edad.
La mujer sonrió al distinguir a su hija, girándose hacia la derecha.
—¡Rex! Una transmisión de Taila, ven.
Eso hizo sonreír a la chica.
—Hola, mamá.
—Taila, hija, ¿cómo estás?
La transmisión se amplió y Taila pudo distinguir a su padre también. El hombre estaba, también, igual que como Taila le recordaba, lo cual la tranquilizó. Seguía teniendo la misma sonrisa de siempre, la que se asomaba entre la barba blanca.
El hombre rodeó a su pareja por el hombro, y eso hizo que Taila ensanchara su sonrisa. Desde que había sido pequeña, Taila había asumido que el amor debía de ser tan bueno y puro como el de sus padres para ser verdad. Cualquier otra cosa que no se pareciera a eso no debía de ser amor.
—Bien, estoy bien —respondió—. Acabamos de dejar Corvus.
Sus padres intercambiaron una mirada.
—¿Hablaste con la tía Ahsoka?
Taila asintió despacio.
—Sí. Hablamos con ella. —Hubo una pausa en la que intentó ordenar sus pensamientos—. Hablamos de lo que pasó hace unos meses... pero se negó a continuar entrenándome o a entrenar a Grogu.
Riane suspiró. Rex parecía decepcionado.
—¿Arreglasteis las cosas, al menos?
Taila se encogió de hombros.
—No volvimos a discutir, si es lo que estás preguntando, papá. Entendí las razones que me dio, como que ella no había acabado su entrenamiento. Y después, lo que pasó con Ezra...
Sus padres asintieron.
—Vuelves a casa, ¿entonces? —le preguntó su madre.
Taila negó con la cabeza.
—No —respondió—. Estamos de camino a Tython. Ahsoka nos dijo que, a través de un Templo, podríamos contactar con otro Jedi. Quizás alguien que pueda entrenar a Grogu.
Hubo un momento de silencio.
—Está bien, Tai —dijo su padre—. El mandaloriano... Te fías de él, ¿verdad?
—Sí —respondió la chica—. No es muy hablador, pero tiene buenas intenciones. No tenéis que preocuparos, estoy a salvo con él.
Su madre suspiró. Sus cejas castañas se arrugaron hacia abajo, lo cual le decía a Taila que aún estaba preocupada.
—Manténnos al corriente de todo, hija. —Luego sonrió—. Que yo hice muchas locuras con tu edad, pero así me quedo más tranquila.
Rex rió entre dientes.
—No sería tu madre si no se preocupara.
Taila sonrió.
—No os preocupéis. Os informaré de lo que pase cuando abandonemos Tython.
Ambos asintieron.
—Está bien, cielo —suspiró su madre—. Cuídate.
—Adiós, Tai —se despidió su padre.
—Adiós. Os quiero.
La transmisión se cortó.
Taila suspiró, dejando que la Fuerza la rodeara un momento. Sólo que no fue un momento, en realidad se pasó un buen rato allí abajo, meditando, hasta que oyó a Mando llamarla y abrió los ojos.
—Estamos llegando —le estaba diciendo él—. ¿Estás bien?
Taila se puso de pie, agarrando el transmisor.
—Sí, perdón. Estaba meditando. Se me ha ido volando el tiempo.
Mando asintió, y los dos subieron a la cabina del piloto y tomaron sus asientos. Ambos accionaron los controles correspondientes y la nave salió del hiperespacio.
Taila parpadeó, viendo Tython frente a ellos. Las montañas decoraban la superficie de verde y marrón.
Mando se giró hacia ella.
—Pues nada —suspiró—. Hora de encontrar a otro Jedi.
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