
009.
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La voz de Mando rompió el silencio del claro.
—¿Es por eso que dejaste de entrenarla a ella? —preguntó, y Taila supo que la estaba señalando.
Ahsoka pareció ignorarle rotundamente.
—Es mejor que pierda sus habilidades —respondió calmadamente, refiriéndose a Grogu—. Me he retrasado mucho, he de volver a la aldea.
Taila pasó saliva. Oyó a Grogu llorar.
—La magistrada me envió a matarte —soltó Mando—. Yo no accedí a nada. Y te ayudaré con tu problema si te encargas de que Grogu sea entrenado como es debido.
Taila miró sobre su hombro. Ahsoka se había detenido en mitad del sendero, mirando a Mando con sorpresa. Grogu había dejado de llorar.
La togruta se cruzó de brazos. Asintió. No miró a Taila en ningún momento.
—Está bien.
Mando se acercó al niño y le cogió en brazos.
—Nos reuniremos contigo en las coordenadas donde te encontramos. Quiero hablar con mi compañera.
Ahsoka intercambió la mirada entre el mandaloriano y su antigua Padawan. Acabó asintiendo.
—Está bien —repitió.
Sin más, se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia el sendero.
Mando se giró hacia Taila. Ella pestañeó, sin expresión, mientras el niño alargaba los brazos hacia ella, como si quisiera que le cogiera en brazos. La chica no reaccionó.
—Pensé que dirías algo —le reprochó él.
Ella pestañeó de nuevo.
—¿Qué quieres que le diga? —respondió sin ganas—. Ya la has oído: se arrepiente de haberme comenzado a entrenar. Está claro que no va a plantearse volver a aceptarme como su alumna.
Grogu ladeó la cabeza. Mando no se movió ni un centímetro.
—Conseguiste que Grogu utilizase la Fuerza. ¿No le vale en nada eso?
Taila suspiró.
—La prueba era también para mí. Ahsoka sabe que estoy muy unida a mis padres —miró al niño—. Es algo parecido a lo que Grogu siente por ti. Su miedo a perderte podría influenciarle. —Hubo una pausa—. Cuando Ahsoka me dijo que ya no me entrenaría, dijo a que se debía a que era incapaz de controlar mis emociones cuando se trataba de la gente a la que quería.
Mando sacudió la cabeza.
—No lo entiendo. ¿Y dejarte a medio entrenar era la solución?
Taila volvió a rodear su torso con los brazos.
—No lo sé, Mando.
—No lo entiendo —repitió él.
Volvió a alzar al niño, para mirarle.
—El Código Jedi prohíbe los lazos de afecto. Comenzar a entrenarme en ese camino fue una contradicción para Ahsoka: yo estaba ya unida a mi familia. En los tiempos del Templo, los niños eran separados de su familia antes de que pudieran formar lazos de afecto con ellos.
Mando volvió a mirarla.
—¿Y no hay otra manera? ¿Otro código que seguir, y utilizar la Fuerza? —Se encogió de hombros—. Yo hace poco descubrí que algunos mandalorianos se quitan el casco... Y supongo que todos seguimos siendo mandalorianos de todas maneras.
Taila pestañeó un par de veces. Se quedó pensando en eso mientras Mando metía al niño en la bolsa.
—Vamos —le dijo a la chica—. Ahsoka nos está esperando.
Ella asintió, dejando que él liderara el camino. La chica posó la mano sobre su sable, levantando la cabeza.
—Entonces... ¿somos compañeros?
Lo dijo en broma, pero se avergonzó de la pregunta cuando él no respondió. Quizás no la había oído.
—Sí —respondió él de pronto—. Supongo que sí. —Hubo una pausa, ambos seguían caminando—. Te preocupas por Grogu, y quieres ayudarnos. Si puedo, te ayudaré a cambio de eso.
No se giró para mirarla. Taila asintió para sí misma.
Quizás no era un viejete cascarrabias después de todo.
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La noche se acercaba mientras recorrían el bosque hacia la ciudad.
—Tienen un pequeño ejército de guardias con blásters A350 —informó Mando.
—Y dos droides asesinos HK-87 —añadió Taila—, y un pistolero a sueldo. Con pinta de exmilitar.
Mando asintió.
—Tus sables de luz no podrían protegerte contra todos ellos juntos —le dijo a la togruta—. Nos necesitas.
Ahsoka miró a Taila. Ella elevó las cejas con autosuficiencia. Eso era cierto. Ahsoka sabía que Taila podía luchar, y no había dejado de lado su entrenamiento sólo porque ella no hubiera estado ahí.
Quizás incluso podría sorprenderla.
—No subestiméis a la magistrada —les advirtió ella.
—¿Quién es? —presionó Taila—. Le ofreció a Mando una lanza de beskar puro por matarte.
Ahsoka cruzó los brazos sobre su pecho, ladeando la cabeza antes de responder.
—Morgan Elsbeth. Masacraron a su pueblo en las Guerras. Ella sobrevivió —asintió—. Su rabia alimentó una industria que ayudó a formar la Flota Imperial. Saqueó mundos... y los destruyó.
Taila inspiró. Ahsoka le dio la espalda.
—Esto es sobre Ezra, ¿verdad? Le estás buscando. A él y a Thrawn.
Ahsoka tensó los hombros. Taila notaba la mirada curiosa de Mando sobre ella, pero no dijo nada en su dirección.
—Busco respuestas —fue todo lo que dijo Ahsoka.
Taila resopló. Mando intentó aliviar la tensión:
—Pues la mujer parece seguir en activo.
Ahsoka asintió.
—¿Visteis prisioneros en la ciudad?
—Sí —escupió Taila—. Atados cerca de la puerta interior.
—Tenemos que liberarlos.
La joven puso los ojos en blanco.
—Obviamente. Como los viejos tiempos, ¿no?
Ahsoka ladeó la cabeza.
—Sí. Como los viejos tiempos.
Mando alternó la vista entre ellas.
—¿Un mandaloriano y dos Jedi? No lo vendrán venir.
A eso, Taila sonrió. Ahsoka lo hizo también, más débilmente.
—Sí —respondió—: no puedo negar que vosotros dos formáis un dúo peculiar.
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Se prepararon para atacar la ciudad cuando cayó la noche. Así serían casi invisibles.
Los habitantes de la ciudad no se esperaban el ataque: pensaban que Mando y Taila iban a intentar acabar con Tano. Así que, al menos, contaban con el factor sorpresa.
Aun así, cuando Taila y Ahsoka corrieron hacia el muro y lo escalaron, los guardas dieron la alerta. De todas maneras, ambas utilizaron sus sables para acabar con los soldados.
Taila sentía la adrenalina de la lucha en sus venas, pero también la extraña sensación de volver a luchar junto a Ahsoka.
No fue difícil encargarse, entre las dos, de los soldados estacionados en lo alto de la muralla. Ahsoka cortó la campana de alarma en dos.
Taila ladeó la cabeza con una sonrisa.
—Eso les dará qué pensar —comentó.
Giró el sable verde en su mano, viendo cómo los guardas en la calle principal bajo ellos se reagrupaban. Apagó finalmente el sable, escondiéndose detrás de uno de los pilares como Ahsoka había pedido.
Su antigua maestra tenía uno de sus sables gemelos encendidos, preparada para enfrentarse a la magistrada.
Saltó a la calle, dejando atrás a Taila. Sabiendo que el foco de atención ya no era la muralla, se asomó para ver cómo Ahsoka apagaba su sable y caminaba hacia la magistrada tranquilamente.
Después, Ahsoka lanzó la hombrera de Mando al suelo. La que tenía grabado el escudo de su clan: el cuerno de barro.
—Tu cazarrecompensas ha fracasado —mintió Ahsoka—. Ahora, respóndeme: ¿dónde está tu jefe?
Taila vio en su mente el rostro de Thrawn. Vio la cara de Ezra, contorsionada por el dolor. Después recordó el dolor que le había ocasionado su marcha.
Inspiró. Apretó el sable en su mano y se preparó para descender hacia la calle. Lo hizo en silencio, serpenteando entre las calles. Sus botas negras no hacían ruido mientras corría: la Fuerza la ayudaba a ser silenciosa y rápida, tal y como necesitaba.
Comenzó a oír los disparos. Esa era su señal. Y la de Mando. Las tropas se separarían al seguir a Ahsoka hacia otra parte de la ciudad, tal y como habían acordado.
Taila se impulsó a lo largo de la pared de una casa hasta llegar al tejado. Después saltó sobre los guardas que estaban a punto de disparar hacia los hombres presos por los postes. Decapitó al primero con un sable, atravesando el pecho de un segundo, junto cuando Mando aparecía de detrás de un muro para disparar a los demás.
Girándose, vio al hombre con quien habían hablado al llegar a la ciudad. Los tres intercambiaron una mirada antes de ponerse a desatar a los cautivos, siendo recibidos con agradecimientos sinceros.
El padre de los niños se los llevó de allí cuando acabaron de ayudarles a liberarse.
Taila se giró hacia Mando entonces.
—Han ido...
Antes de poder acabar la frase, se giró de nuevo. El líder de los guardas estaba allí.
Mando se puso al lado de la chica, sujetando su bláster y mirándola cortamente.
—Puedo encargarme de él.
Taila encendió su sable. El brillo verde iluminó su cara. Se giró sobre su hombro, viendo cómo Ahsoka estaba ya sobre el muro interior que llevaba a la casa de la magistrada.
El guarda pestañeó, incrédulo, al darse cuenta de que los tres estaban en el mismo bando.
Ahsoka saltó hacia el interior del muro.
—Vete a ayudarla —le repitió Mando—. Yo me puedo encargar de él.
Taila le miró, debatiéndose.
—¿Estás seguro?
Él inclinó el casco en un corto asentimiento.
—Sí. Tienes que ir a demostrarle que vale la pena entrenarte.
Taila frunció los labios y asintió, apagando su sable.
—Gracias —susurró.
Y, sin mirar atrás, corrió, tomando carrerilla, hacia el muro. Y después usó la Fuerza para impulsarse y lo saltó.
Al saltar la compuerta, aterrizó justo al lado de Ahsoka. La togruta se giró hacia ella con expresión curiosa.
Taila se incorporó, encogiéndose de hombros.
—No te iba a dejar tener toda la diversión.
Tano asintió.
—Ya veo.
Ambas se giraron hacia la magistrada. La mujer sujetaba la lanza de beskar puro que le había ofrecido a Mando, cerca de la puerta de la casa.
Miró a Taila con curiosidad.
—Pensé que tu profesor estaba muerto —le dijo.
Taila sonrió. Ahsoka y ella dejaron que sus capas cayeran al suelo.
—Mi profesora está bastante viva.
Encendió su sable, y Tano la imitó. La mujer asintió, entendiendo y dejando que su propia capa cayera al suelo.
Tano y ella se inclinaron, como si aquello fuera un combate de entrenamiento, pero Unmel no se movió. Tomó su posición defensiva, tomando su sable con un agarre invertido y poniéndolo a su espalda.
Se concentró en la Fuerza. Se preparó.
Y, cuando Ahsoka dio el primer paso adelante, se unió a ella.
El beskar puro chocó contra los sables.
Taila se sumió en el baile que era la lucha, sincronizando sus movimientos con los de Tano como si no hubiera pasado nada de tiempo entre aquel momento y la última vez que habían luchado lado a lado.
Su corazón sangró un poco, pero no dejó que eso la sacara de la batalla.
Dejó que Ahsoka asumiera el liderazgo, dejándole espacio y ayudándole donde podía.
La magistrada sabía defenderse con la lanza, usándola casi como un sable, y estaba claro que era de beskar puro, ya que era imposible partirla.
Ahsoka perdió un sable. Taila empujó hacia adelante, separando a la magistrada de su antigua maestra mientras enseñaba los dientes, resollando con esfuerzo.
Su sable verde chocaba contra el beskar una y otra vez, con golpes más rápidos y menos defensivos que los de Ahsoka, intentando abrumar a la otra mujer.
Después sintió a Ahsoka volver a aproximarse y giró, dejándole sitio para que se uniera a ella.
Usó la Fuerza para empujar lejos a la mujer. Ahsoka saltó adelante, usando su sable corto para defenderse mientras se acercaba y agarraba la lanza, desarmando a la mujer.
El arma cayó al suelo. Taila bajó el sable y atrajo la lanza a través de la Fuerza hasta su mano.
El beskar estaba frío y su tacto le erizó la piel.
El sable de Ahsoka estaba casi apoyado contra el cuello de la mujer: la batalla se había acabado.
Oyó un disparo afuera y pensó en Mando. Otro disparo tras un grito inteligible.
Ahsoka habló, atrayendo su atención:
—Respóndeme —le dijo a la magistrada, el sable blanco iluminando ambos rostros—. ¿Dónde está tu jefe? ¿Dónde está el gran almirante Thrawn?
La magistrada miró sobre el hombro de Ahsoka, hacia Taila. La Padawan giró su sable verde en su muñeca. Apretó la lanza en su otra mano.
—Ya has oído a mi Maestra —gruñó—. Habla.
Y la magistrada habló.
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