
007.
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Taila meditó frente a la trampilla cerrada de la nave, mientras Mando comprobaba el estado de Grogu. El hombre no admitiría que la había estado observando hacerlo, pero la verdad era que sí.
Apreciaba su aviso respecto a la Jedi, y también que le hubiera intentado dar una explicación sobre la historia de aquella Orden. Mando no había entendido todo sobre lo que había dicho, pero sí había captado una cosa: que los Jedi podían ser entrenados, y, aún así, usar su poder para el mal.
Miró a Grogu entre sus brazos. El niño alargó la mano con la intención de tocar su casco. Se negaba a pensar eso de él.
Se giró hacia Taila. La chica seguía con los ojos cerrados, mirando hacia la trampilla.
Habían aterrizado entre los árboles hacía poco. Ella no había abierto la boca desde entonces.
Dejó al niño en el suelo y accionó la trampilla para que se desplegara. El sol de la tarde se coló dentro de la nave. La chica abrió sus ojos enormes y marrones y le miró desde abajo.
—¿Estás lista? —preguntó él.
Taila asintió, poniéndose en pie. Llevaba puesta su capa, con el sable láser en su cinturón.
—Todo lo lista que se puede estar.
Mando asintió, bajando la trampilla para observar el paisaje forestal a su alrededor. Oyó la voz de Taila a sus espaldas, pero no iba dirigida a él.
—¿Qué tienes ahí, peque?
Mando se giró para mirar a Grogu, sentado sobre la trampilla de la nave. Tenía algo plateado en la mano: la bola que formaba parte de uno de los controles de la nave. ¿Acaso la había agarrado sin que Mando se diese cuenta?
Él se arrodilló frente al niño.
—¿Qué te tengo dicho? —suspiró mientras le quitaba la bolita—. Esto tiene que quedarse en la nave.
Grogu miró a Taila con cara de pena. Ella sonrió, agarrándole en sus brazos y sujetándole contra su pecho.
El niño le acarició el pelo rizado.
—Aquí fuera no hay mucho que ver —le dijo Mando a la chica—. A parte de contigo, nunca he hecho tratos con un Jedi. ¿Algún consejo?
La chica ladeó la cabeza, apartando la capa para que él pudiera ver el mango plateado de su sable.
—Que no te degüelle con esto.
Le pasó al niño, y Mando asintió.
—Vamos a la ciudad —declaró—. A ver si nos dan alguna pista.
Fue así como se alejaron del Razor Crest. Caminaron durante un tiempo hasta una ciudad amurallada, donde un hombre les miró desde lo alto.
—¿Qué os trae por aquí?
—Llevamos varios días de rastreo —mintió Mando—. Buscamos un lugar de descanso.
El hombre alternó la mirada entre Mando y Taila. Ella se había subido la capucha, y habían metido al niño en la bolsa de Mando para que nadie le viera.
—Bonita armadura —comentó el hombre mirando a Mando. Él no respondió—. ¿Eres cazador?
—Así es.
—¿Del Gremio?
—Que yo sepa, sí...
El rubio de cara larga inclinó la cabeza hacia Taila con curiosidad.
—¿Y ella?
—Mi ayudante —soltó Mando rápidamente—. Aprendiz.
Taila puso los ojos en blanco bajo su capa.
El hombre parecía escéptico, pero acabó girándose hacia uno de los guardas y asintiendo en su dirección.
—Abrid la puerta —comandó.
Mando y Taila se miraron de reojo. Él asintió, liderando el camino hacia las compuertas de metal que se abrían frente a ellos.
Una vez dentro de la ciudad, vieron el pequeño mercado. Todo parecía muy triste, como si la ciudad entera fuera gris y de tonalidades apagadas. Taila intentó encontrar la presencia de Ahsoka, por si estaba allí, pero no detectó nada.
Mando se giró hacia una mujer de pelo blanco que servía comida en una mesa de metal.
—Perdone, vendedora, ¿sabe usted de alguien...?
La mujer se dio la vuelta y se alejó. Mando miró a Taila, sorprendido, pero ella tenía la mirada fija en el camino que había tomado la mujer.
—Percibo mucho miedo, Mando —susurró—. Esta gente está sufriendo... teme a algo más.
El hombre no respondió.
Probó suerte con un padre que le hablaba a sus dos hijos en un callejón.
—Perdonad. Necesito información.
El padre miró con sorpresa hacia Mando. Percibiendo que también quería salir huyendo, Taila le posó una mano en el hombro a Mando para que callara. Él la miró de reojo mientras la chica bajaba su capa, mostrando su rostro al hombre y a los niños con una pequeña sonrisa de amabilidad.
Intentó transmitirles calma a través de la Fuerza.
—Buscamos a alguien —les dijo.
Grogu asomó la cabeza desde dentro de la capa de Mando. La niña y su hermano le miraron con curiosidad. Taila soltó a Mando (aún tenía la mano en su brazo, vaya), y la posó en la cabeza del niño, acariciando entre las orejas.
El padre hizo que los niños se levantaran y se alejaran por el callejón. Cuando se giró hacia Taila, ella casi trastabilló hacia atrás. El miedo que emanaba aquel hombre era sofocante. Cuando habló, lo hizo atropelladamente y temblando.
—Por favor, no habléis con nosotros o con... con los niños.
Taila ladeó la cabeza.
—Mire, sólo queremos saber si...
Percibió dos presencias a sus espaldas. Se giró de pronto, antes que Mando, para ver a dos guardas armados.
—La magistrada quiere verte, mandaloriano.
Mando se giró hacia ellos, y Taila aprovechó para hacerle al hombre un gesto, indicándole que se fuera. Él asintió, escurriéndose por el callejón, lejos de los guardas.
Mando y Taila fueron escoltados por los hombres hasta la casa más grande de la ciudad, donde la magistrada debía de vivir. Tenía sus propios muros y su propia compuerta.
Y, alrededor... Taila tembló. Se sorprendió al sentir la mano de Mando tocando débilmente la suya. Era sólo su dedo índice, escondido tras el guante rojizo, haciendo contacto con el dorso de su mano y advirtiéndole de que mantuviera la calma.
Habían puesto a hombres, aún vivos, en la entrada, en postes electrificados que les impedían huir.
Taila tuvo que apartar la mirada, asqueada y enfurecida con la situación, pero mentiría si no dijera que Mando tenía razón: habría tiempo luego para pensar en aquello.
Además, su prioridad era encontrar a la tía Ahsoka.
—Ayudadnos —pidió uno de los hombres.
El poste le electrificó.
Taila seguía mirando al suelo. Mando se detuvo frente a la puerta mientras esta se abría.
Taila usó la Fuerza para mover la capa de Mando y que esta cubriera a Grogu de nuevo. El niño había escondido la cabeza en la bolsa, y Taila no se extrañaba.
Ella también lo sentía: el odio que emanaba de aquella casa.
Atravesaron dos puertas dobles que les llevaron a un oasis dentro de aquella ciudad sumida en la tristeza y el color gris.
La casa, una edificación circular, estaba flanqueada por dos ríos artificiales y muchos árboles de un verde vibrante. Había un guarda en la puerta, y una mujer vestida en túnica negra estaba en el pasillo central de hormigón, estudiando una de las plantas.
—Acercaros —les pidió.
Taila tomó aire, serenándose para estar alerta, mientras Mando daba el primer paso hacia la mujer. Taila le siguió desde atrás, recordando que, supuestamente, era su aprendiz.
—¿Eres un mandaloriano? —preguntó la mujer, aún sin mirarlos.
Tenía el pelo grisáceo y recogido en una trenza.
Mando se detuvo a unos metros de distancia.
—Sí.
—Tengo una propuesta que puede que te interese.
La mujer comenzó a lanzar pétalos rojos sobre el agua, como en un ritual de algún tipo.
—Mi precio es alto —advirtió Mando.
Taila se dio cuenta de que tenía los brazos a cada lado del cuerpo, como preparado para la lucha. Estaba claro que él tampoco se fiaba de aquella mujer.
Ella por fin se giró para mirarlos. O para mirar a Mando, porque parecía ignorar la presencia de Taila completamente, quizás porque se suponía que era su aprendiz.
—Este objetivo no tiene precio—declaró la mujer—. Una Jedi me atormenta. Quiero que la mates.
A Taila se le pusieron los pelos de punta. No necesitaba más confirmación: estaba hablando de Ahsoka.
Antes de que se diera cuenta, estaba hablando:
—Es muy difícil atrapar a un Jedi. No hablemos ya de matar a uno.
Mando giró el casco levemente hacia ella, pero no dijo nada. La mujer la miró a los ojos, y Taila no se dejó amedrentar. ¿Qué cara se le quedaría si viera el sable de Taila bajo su capa?
—Tu aprendiz es algo impertinente, ¿no? —le preguntó a Mando con la cara seria.
El respondió con la voz llana, como parecía hablar siempre.
—Dice la verdad —declaró él—. Es una tarea difícil.
—Para la que tú eres muy adecuado —razonó la magistrada—. Los Jedi son el antiguo enemigo de Mandalore.
Taila miró a Mando de reojo. En eso la mujer tenía razón.
—Como he dicho —presionó él—, mi precio es alto.
La mujer alzó una ceja, extendiendo una mano hacia el guarda de la entrada. Taila observó con curiosidad la lanza de combate que el soldado le dio a la mujer. No tardó en darse cuenta de que estaba hecha de beskar puro.
Ni siquiera un sable láser podía cortarlo.
—¿Qué te parece esto? —le preguntó la mujer, moviendo la vara entre sus manos para que Mando la viera.
Él dio un par de pasos hacia la mujer, dejando que ella le pasara el arma para estudiar su peso.
Taila observó el intercambio unos metros más atrás. Ahora que la mujer no tenía el arma, si saltaba y la degollaba con el sable...
Se tragó un suspiro, pero la verdad era que estaba enfadada. Primero tenía a los habitantes de la ciudad presos y expuestos, y ahora quería matar a Ahsoka.
Mando golpeó la lanza contra la guarda de su muñeca. El beskar hizo un sonido claro al chocar contra sí mismo.
—Beskar —declaró él.
—Beskar puro —matizó ella—. Como tu armadura. Mata a la Jedi, y será tuya.
Mando le devolvió la vara.
—¿Dónde encuentro a esa Jedi?
Taila pasó saliva. La mujer tenía una sonrisa triunfante en los labios.
Taila y Mando abandonaron la ciudad, escoltados por dos guardas y el hombre rubio fuera de los muros. Pasó de darle una sonrisa a Mando para darle una sardónica a la chica.
Taila se había vuelto a subir la capucha y estaba en silencio, pero no pudo evitar tensarse cuando el hombre deparó en Grogu, adormecido en la bolsa de Mando.
—¿Qué es esa cosa? —preguntó.
Unmel arrugó la boca. Iba a responder, pero Mando se adelantó, haciéndolo con voz totalmente seria.
—Lo tengo para que me de suerte.
Taila tuvo que morderse la lengua con fuerza para tragarse la carcajada que casi suelta allí en medio.
El hombre miró a Mando con confusión, pero el mandaloriano no parecía preocupado.
—Te hará falta en tu destino —comentó.
Mando le dedicó una última mirada al hombre. Después le hizo un gesto a Taila y los dos comenzaron a caminar hacia los árboles, dejando la ciudad amurallada a sus espaldas.
Caminaron entre la maleza y la neblina en silencio durante un rato. La magistrada les había dicho que encontrarían a Ahsoka en ese sector.
Tras un rato de silencio, Mando decidió hablar.
—Sabes que no voy a matarla, ¿no?
Taila puso los ojos en blanco.
—Sí, lo sé.
El mandaloriano asintió.
—Nos dio las coordenadas de la Jedi, que piense o no que la voy a ayudar es indiferente.
Taila asintió, pensando en el miedo de los habitantes de la ciudad y en los prisioneros fuera de la casa de la magistrada. Se dijo que podrían hablar de eso más tarde, ahora estaba intentando calmar sus miedos al darse cuenta de que vería a Tano en cuestión de minutos.
Poco tiempo después, llegaron al lugar que buscaban. Mando había sacado su rifle, sólo por si acaso.
—Bueno, estas son las coordenadas —dijo en alto—. Abre bien los ojos. Debemos de estar cerca.
Taila no sabía si se estaba dirigiendo a ella o al niño. Se centró en abrirse a la Fuerza, rozando el sable que estaba en su cinturón con la mano, mientras seguían atravesando el bosque.
De repente lo sintió.
Se detuvo, pero Mando no reparo en ello.
—¿Oyes eso? —le susurró al niño mientras le posaba en una piedra—. Tranquilo, quédate aquí.
Se giró hacia Taila para pedirle que vigilara al niño, pero entonces la vio alerta, mirando entre los árboles, con el sable apagado, pero ya en su mano derecha.
—¿Qué pasa? —le preguntó.
Ella no respondió. Se quitó la capa y en un instante estaba en el aire, saltando con el sable verde encendido. Mando giró hacia su izquierda sólo para ver dos sables blancos que se dirigían hacia su cabeza.
Taila interpuso su arma justo a tiempo.
Mando tropezó hacia atrás, aún sorprendido, viendo cómo las mujeres luchaban frente a él.
La otra Jedi era una togruta de mediana edad, pero Mando no podía ver nada más mientas se movían en círculos, dando saltos la una alrededor de la otra, chocando sus sables por el medio.
Se separaron, Taila dio una voltereta hacia atrás, agachándose y levantando el sable sobre su cabeza en forma defensiva. Ahsoka Tano la miraba con el labio arrugado, sus sables blancos rodeando su cuerpo, uno atrás y otro delante.
Las mujeres se estudiaron con la mirada. Mando aguantó la respiración.
De pronto, la togruta apagó sus sables y se estiró. Taila resopló mientras Ahsoka miraba al mandaloriano y al niño de reojo.
—Padawan —le dijo a la chica—. Creo que tienes mucho que explicar.
Taila apagó su sable. Lo puso en su cinturón y forzó a su cuerpo a inclinarse en una reverencia.
—Sí, maestra.
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