
003.
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Estando solo en la zona que aquella familia consideraba el salón, Mando posó al niño en el suelo y frotó sus manos, escondidas en los guantes oscuros, una contra la otra.
Suspiró, mientras Grogu avanzaba tras él soltando monosílabos.
—No tengo ninguna gana de hacer esto —se quejó al niño.
Pero sabía que debía tener esa conversación con la chica, aunque fuera con pocas intenciones de convencerla.
Apreciaba su ayuda y la de su familia, por supuesto, pero no necesitaba que le acompañara. Además, su misión era llevar al niño con los suyos, no llevar a cabo una gran reconciliación familiar.
Grogu musitó algo incomprensible de vuelta, y Mando se lo tomó como su indicación de picar a la puerta tras la que se había metido Taila.
Nadie respondió, pero la puerta se abrió y Mando pestañeó para acostumbrarse a la poca luz que había en el interior.
La única luz que estaba encendida era una pequeña y amarilla que había cerca de la cama. Esta era una litera, con una mesa (también pequeña), debajo. Además, había una silla y un armario.
Taila estaba sentada en lo alto de la cama, con las piernas cruzadas. Le miró con escepticismo desde arriba, pero sonrió cuando vio al niño abrazar la pierna de Mando y asomarse para saludarla.
—Hola, pequeño —respondió cuando él balbuceó algo.
Después miro a Mando y esperó a que dijera algo. El hombre se revolvió mientras la puerta se cerraba tras de sí. Taila no apartó sus ojos oscuros de él, incluso cuando su maraña de pelo rizado parecía taparle la cara incómodamente.
—Percibo lo que te pasa desde aquí, mandaloriano —sonrió cuando él no dijo nada.
Mando frunció el ceño.
—¿Puedes leerme la mente?
Sonó más estúpido de lo que pretendía. Pero es que aún le sorprendía que se hubiera podido comunicar con el niño usando la mente. Si podían mover cosas sin tocarlas y hablar sin palabras... ¿quién decía que los Jedi no tenían poderes para entrar en la mente de uno?
—No es así como funciona —respondió ella—. Simplemente puedo saber que no quieres estar aquí. Es bastante útil, si me preguntas. Sobre todo porque no te puedo ver la cara.
En otra situación, quizás el comentario entrometido de siempre le hubiera molestado. Esta vez Taila estaba sonriendo, así que él relajó los hombros y decidió decirle lo que pasaba. No le gustaba que cuestionaran su estilo de vida, porque él no cuestionaba el de nadie, pero le pareció que Taila no estaba haciendo eso.
—Tus padres me han dado las coordenadas de Ahsoka Tano —le informó—. Quería agradecerte tu ayuda.
Ella ladeó la cabeza hacia un lado, asintiendo cortamente.
—¿Qué más?
Mando frunció el ceño bajo el casco. Comenzaba a frustrarle aquella cualidad de los Jedi. O de aquella mujer en concreto.
Cruzó los brazos sobre su pecho mientras Grogu se metía debajo del escritorio y asomaba su gran cabeza verde dentro de una caja que había cerca de la silla.
Quizás Mando debería haberle detenido, pero estaba muy ocupado manteniendo una lucha visual con la joven frente a él. Y eso que ella no le podía ver los ojos.
—He hablado con tu madre —escupió él rápidamente—. Me ha pedido que te convenza de que vengas con nosotros para solucionar tus problemas con la Jedi.
Taila arqueó las cejas. Luego se recostó hacia atrás en la cama, con las manos detrás de la cabeza, calmadamente y sin preocupaciones aparentes.
—Pero pasas de tener compañía.
Mando se agachó para agarrar al niño. Tenía algo en la boca. Parecía papel. Él se quejó, pero Mando le abrazó contra su pecho firmemente mientras se volvía a incorporar. Aquella habitación le recordaba a la tienda de Taila. Estaba llena de cachivaches.
—Aprecio tu ayuda —le dijo seriamente—. Pero no me quiero inmiscuir en tus asuntos personales. Mi misión es devolver al niño a los suyos. —Le pareció que aquello sonaba muy borde—. No creo que esté en mi mano convencerte de venir.
Taila asintió, cerrando los ojos y haciendo como que quería dormir. A Mando se le ocurrió que lo hacía para no tener que ver al niño hacer pucheros cuando Mando se lo llevase.
—Buen viaje, mandaloriano —zanjó ella.
Mando se dio la vuelta, mirando sobre su hombro una última vez antes de irse.
Ella seguía en la misma posición, bocarriba y con los ojos cerrados sobre las sábanas blancas.
Las puertas del diminuto dormitorio se cerraron mientras Mando salía de la habitación, Grogu quejándose como había esperado.
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Taila se dio la vuelta de nuevo en la cama, intentando encontrar una posición cómoda para dormir un rato. Enseguida oiría la nave del mandaloriano despegar y podría olvidarse de lo que había pasado.
La verdad era que aquello había despertado muchas emociones dormidas en su interior. Había despertado recuerdos en los que no quería volver a pensar.
Por primera vez en mucho tiempo, deseaba volver a la tienda. A su tienda de antigüedades donde nadie solía molestarla.
Allí, al menos, había pocas probabilidades de que alguien que pensaba que todos los Jedi eran buenos viniera a molestarla.
Alguien llamó a la puerta. Taila apretó los dientes, pero se sentó sobre la cama al percibir a su padre afuera. Encendió la luz a través de la Fuerza.
—Adelante.
El capitán Rex entró. Llevaba la barba blanca muy bien cuidada. Era un aspecto que había adquirido cuando Taila había cumplido los diez años.
El hombre, mucho más barrigudo que en su juventud, agarró la mesa del escritorio y la sacó hacia atrás para sentarse en ella y poder ver a Taila en lo alto de la litera al mismo tiempo. Ella le dio una sonrisa pequeña.
En realidad, le entristecía ver lo rápido que envejecía. Ya había perdido a su tío Gregor, quien había muerto luchando como un buen soldado, pero no quería ni pensar en perder a Wolffe, y, en especial, a su padre.
El día en que eso pasara su madre y ella se quedarían solas. Y la galaxia sería mucho más oscura para las mujeres Unmel.
—Yo no soy un Jedi —dijo el clon—. Pero puedo ver que algo te molesta, pequeña.
Taila volvió a sonreír, aunque fuera de mentira.
—Eso es porque me conoces bien, papá.
Él sonrió con orgullo.
—Puede ser.
Se quedó en silencio, las manos sobre el estómago, esperando a que su hija hablase.
—Mamá le ha pedido al mandaloriano que me convenza de ir con él.
Rex se rascó la cabeza.
—Tu madre puede ser algo tozuda —admitió—. Pero eso es algo que heredaste de ella.
Taila sacudió la cabeza.
—No quiero volver a ver a la tía Ahsoka. ¿Es eso tan difícil de entender?
Rex no respondió durante un momento. Taila sabía que aquel tema era delicado en la familia, sobre todo después de lo que había pasado antes de la caída del Imperio, cuando todos habían sido parte de la causa rebelde.
Además, tanto su padre como su madre habían sido amigos de Ahsoka desde que ella era muy joven. Después Taila había nacido, y las tiranteces entre ella afectaban a todos.
Pero aquello no podía resolverse tan fácil como sus padres creían. No conocían toda la historia, y, aunque lo hiciesen, no lo entenderían.
—No creo que tu madre diga eso sólo para que hables con tía Ahsoka —dijo Rex entonces—. Creo que también lo hace por ti, porque salgas de esta bola de arena y...
Taila esperó a que siguiera, pero parecía tener problemas eligiendo las palabras que quería usar.
—¿Sí, papá?
—Y que encuentres tu lugar, hija. Tienes un don muy poco común hoy en día. Puede que la senda Jedi no sea tu camino, pero ya sabes que tampoco fue el de la tía Ahsoka.
Taila no respondió.
Sabía que su padre le decía eso ahora porque el Imperio había caído. De lo contrario, no la animaría a buscar su camino como Jedi, o lo que fuera.
Ahsoka había dejado la Orden durante las Guerras Clon. Cuando los padres de Taila habían aceptado que fuera entrenada en los caminos de la Fuerza, Ahsoka la había aceptado como su Padawan, y la había intentado entrenar como Jedi, aunque ella nunca había completado su entrenamiento en primer lugar.
Quizás de ahí venían sus problemas.
—No lo sé, papá.
Rex suspiró, poniéndose en pie.
—Llevas mucho tiempo buscando las respuestas en los libros que tienes en esa tienda tuya, hija —le recordó—. Quizás es el momento de que busques en otros lugares.
Salió de la habitación y Taila volvió a quedarse sola. Consideró sus palabras, y después se levantó de la cama y saltó al suelo sin hacer una gota de ruido. Observó su sable cuando lo sacó del cinturón.
Resopló.
¿Podría de verdad una conversación con Tano volver a darle sentido a su vida? ¿Podría por fin encontrar su camino, entender por qué Ahsoka no había querido seguir entrenándola?
No aprobaba todas las decisiones de Tano en el pasado, pero quizás... Quizás su madre tenía razón y se podían llegar a entender. Quizás, como decía su padre, eso le daría paz interior.
Además, quizás el mandaloriano fuera a necesitar protección para él y para el niño. Era imposible que luchara tan bien como Bo-Katan.
Taila se volvió a calzar las botas.
Después salió al pasillo del caminante, donde vio a Wolffe sentado, mirando un datapad.
Su tío le guiñó un ojo.
—Si vas a pedirle al mandaloriano que te lleve a algún lado, creo que aún estás a tiempo.
Taila sonrió y se despidió de él.
Subió por la escalera hasta la trampilla, y después se asomó a la noche de Seelos. Podía ver la nave de Mando en la arena, a unos cuantos metros del AT-TE.
Sus padres estaban cerca de la barandilla, mirándola.
Taila se acercó a ellos.
—Debo de conocerte muy bien —dijo su madre sobre su hombro—, porque sabía que decidirías ir.
—Mi charla ha influenciado la situación —avisó Rex inflando el pecho.
Taila se encogió de hombros, un poco fastidiada porque su madre tuviera razón.
—No había tenido una excusa para volver a buscarla antes.
Riane asintió, abrazándola.
—Ese niño es la excusa perfecta para que habléis las cosas.
Y para quitarme la espina clavada que tengo dentro, pensó Taila.
Su madre le besó la frente.
—Gracias, hija. Y por favor, ten cuidado.
Taila asintió. Se acercó a su padre y él la abrazó también.
—No os preocupéis. Dejaremos al niño, y volveré cuando hable con Ahsoka.
Ellos asintieron. Taila estaba acostumbrada a despedirse de sus padres desde sus tiempos de rebelde, pero decidió hacerlo corto porque siempre dolía de igual manera.
Se acercó a la barandilla y les sonrió una última vez para que estuvieran tranquilos.
Después sintió la Fuerza a su alrededor y saltó.
El tiempo que pasó en el aire se le hizo corto. El viento chocando contra sus oídos la mareó, pero se mantuvo concentrada mientras desplegaba su láser y lo utilizaba como ancla para aterrizar en el suelo, patinando varios metros.
Aquello la dejó cerca del Razor Crest, que tenía la pasarela desplegada, con Mando sobre ella, mirando a la chica.
Ella apagó el sable y caminó hasta él.
—Ya veo que has cambiado de opinión.
Taila se encogió de hombros, algo incómoda. No le gustaba pedir favores.
—Me debes una, ¿no? —dijo con tono bromista.
Mando pareció pensárselo, pero finalmente accedió, suspirando y caminando al interior de la nave. Dejó que Taila subiera tras él y después cerró la plataforma.
—Te llevaré a ver a la Jedi a cambio de tu ayuda, pero eso es todo —le advirtió—. Esto no nos hace compañeros de viaje.
Taila puso los ojos en blanco disimuladamente. Menudo humor tenía aquel tipo. Muy agradecido no debía estar si aceptaba sólo a regañadientes.
Aun así, asintió.
—No te preocupes —dijo, elevando la voz mientras él subía a la cabina del piloto—. ¡Soy una muy buena compañía para viajar!
Él suspiró de nuevo, esta vez sin responder.
Taila se dispuso a seguirle y sentarse en el asiento del copiloto.
Cuando estaban despegando y el AT-TE se hacía pequeño bajo ellos, Taila tuvo un momento de lucidez.
¿Qué narices estoy haciendo?
Se obligó a serenarse al instante con un suspiro.
Todo saldría bien. Sólo tenía que ir, hablar con Ahsoka, y volver. Con algo de suerte lo haría con algunas preguntas menos y con más tranquilidad para su mente.
¿Verdad?
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