Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

001.

━━━━━━━━━━━ ✦₊˚.

Desde la trastienda, Taila pudo oír el sonido de la puerta al abrirse, y la campana electrónica también le avisó de que había entrado un nuevo cliente.

Sacó los archivos que estaba ordenando de una caja y los posó en una de las mesas auxiliares mientras traspasaba la cortina y salía al exterior. Por un momento, no pudo ver a nadie. La entrada a la tienda quedaba fuera de la vista si estabas detrás del mostrador, debido a todos los cachivaches que había en todos lados.

Taila Unmel regentaba una tienda de antigüedades en la capital del planeta Seelos, donde sus padres la habían criado.

La verdad era que no tenía muchos clientes y el negocio no iba muy bien. La ciudad del planeta desértico no era el mejor lugar para regentar ese tipo de negocio, su padre ya le había avisado, pero Taila no había querido escucharle.

Aquella decisión había sido uno de sus actos de rebeldía. No eran muy comunes, pero podía contar los más importantes de sus veinte años de vida con los dedos de una mano.

El primero, la tienda. El segundo, el apartamento roñoso que había justo encima de esta, al que ahora llamaba su casa. Tercero, dejar su entrenamiento.

Ese era el que más le costaba recordar, y el único del que aún se arrepentía.

Volviendo a lo que tenía entre manos en aquel momento: su par de clientes. Puede que no les viera en un primer momento, pero sí les sintió a ambos en la Fuerza. Y una de sus presencias era, sin duda, muy poderosa.

—¿Hola? —preguntó la voz de un hombre.

Taila frunció el ceño y salió de detrás del mostrador. Entonces él apareció desde detrás de un montón de cajas.

Un mandaloriano. Vestido en una armadura completa de beskar. Era más alto que ella, llevaba el casco y la armadura sin pintar, plateados y brillantes. La visión de él le sorprendió. No era, para nada, su clientela habitual. No era ni siquiera algo usual que ver en Seelos.

Llevaba un cinturón de armamento, una pistola bláster IB-94, y un rifle Amban.

No sé quitó el casco, como esperaba, así que tuvo que darle una sonrisa educada al visor negro.

—¿Puedo ayudarle en algo? —le preguntó.

Él esperó a responder. Inevitablemente, los ojos de Taila viajaron solos a la capa del hombre, la cual tapaba una bolsa en la cual podía percibir a la otra forma de vida. Una forma de vida pequeña, pero poderosa en la Fuerza.

—¿Eres Taila Unmel? —preguntó él por fin.

Las alarmas de la chica se encendieron en su cabeza.

Se dio la vuelta, tensa, y caminó hasta la parte de atrás del mostrador. Se recordó dónde tenía su propia pistola y su espada láser.

—Depende de quién lo pregunte.

Intentó que sonara como una broma, pero la verdad era que lo decía en serio.

Puso las manos encima del mostrador de durita, para que él pudiera verlas. Se observaron, quizás ella más tensa que él. ¿Cuántos años tendría? ¿Por qué no se quitaba el casco?

Y, más importante... ¿cómo narices sabía su nombre?

—Me envía Bo-Katan —dijo, y cuando ella no respondió, añadió—: Bo-Katan Kryze.

Taila no pudo evitar arrugar el ceño.

—Ya sé quién es Bo.

Salió de detrás del mostrador, cogiendo la DL-44 y poniéndola en el cinturón que llevaba por encima del vestido. Después se acercó a la puerta, introduciendo un código en el panel de control para que se cerrara. Se volvió hacia el mandaloriano de nuevo. Posó una mano sobre el cinturón del arma como mensaje.

—¿Qué es lo que quieres?

El mandaloriano pareció pensar, después acabó apartando la capa que llevaba y dejó que Taila pudiera ver dentro de la bolsa. Dentro había un niño. Un niño pequeño y verde, de una especie con las orejas alargadas, con el cuerpo pequeño. Una especie que, aunque Taila no sabía cómo se llamaba, sí reconocía.

Reconocía aquella especie, porque había habido un gran Jedi que se parecía a aquel niño. O aquel niño, más bien, se parecía al gran Maestro Yoda.

Y era, también, sensible a la Fuerza.

—Bo-Katan me dijo que eras una Jedi —explicó el mandaloriano—. Y que sabrías dónde encontrar a Ahsoka Tano.

Taila se dio la vuelta, compungida, cuando el niño emitió un sonido de aceptación. Le sudaban las manos y se le había acelerado el corazón, como si no hubiera, durante años, recibido entrenamiento para controlar sus emociones.

—Estás en el lugar equivocado —le dijo, intentando parecer convincente—. Yo no soy una Jedi.

El hombre no se dio por vencido.

—Bo-Katan me dijo que eras la aprendiz de Ahsoka Tano, y que ella era una Jedi que había luchado en las Guerras Clon. Me dijo que me podrías ayudar a encontrarla.

Taila se giró hacia él. Sus ojos marrones, caramelo como los de su padre, estudiaron al mandaloriano con mala leche. El niño escondió la cabeza verde en la bolsa.

—¿Qué quieres de Ahsoka?

El mandaloriano señaló al niño, ya casi perdiendo la paciencia.

—Según mi credo, debo devolver el niño a los suyos. El crío, él... tiene poderes, como vosotros los Jedi.

De repente, Taila sonrió. El hombre se le quedó mirando, y puede que el gesto le sorprendiera.

—Poderes —musitó ella, divertida—. Te refieres a que es sensible a la Fuerza.

—Sí —asintió él—. Y necesito que vuelva con los Jedi. Para que esté con los suyos, y reciba el entrenamiento que le corresponde.

Taila suspiró.

Giró la cabeza hacia un lado, perdiendo la sonrisa fuera de lugar, y la volvió a invadir la preocupación. No tenía nada que ver con Ahsoka, ni con los Jedi. Ya no.

Pero aquel niño...

Se acercó al mandaloriano, y, sorprendentemente, él le dejó alzar al niño de la bolsa. Se tensó visiblemente, protector, pero suspiró más tranquilo cuando el pequeño rió y alargó las manitas de tres dedos hacia el rostro de Taila.

Ella observó su rostro verde y arrugado, de grandes ojos y visible inocencia.

—Es cierto que su presencia en la Fuerza es muy poderosa —le dijo ella al mandaloriano.

Él no respondió.

El niño emitió otro sonido, y Taila se concentró en percibir su consciencia en la Fuerza. Hacía mucho tiempo que no la utilizaba así, para conectar con alguien más. Hacerlo la llenó de paz y de felicidad.

Pero también de frustración.

—No te seré de mucha ayuda —le advirtió al mandaloriano—. Yo no completé mi entrenamiento, y mis "poderes", como tú los llamas, apenas me dejan comunicarme con Grogu.

—¿Con quién?

Taila alzó la cabeza, mirando hacia el casco del mandaloriano. Cayó en la cuenta de que aquel hombre no sabía cómo se llamaba su protegido, de que no se entendía con él.

—Es su nombre. Grogu.

Le pasó al niño, y el mandaloriano lo sujetó con sorpresa. El hombre dijo el nombre del crío en voz alta y él rió de nuevo. A Taila le dio ternura la escena, y la situación ablandó su corazón.

No tenía por qué involucrarse. Sus padres sabrían dónde estaba la tía Ahsoka. Podría llevar al mandaloriano a verlos, para que obtuviera la información y se marchara para ver a Tano. Taila no tenía por qué volver al niño o a su antigua maestra, pero habría cumplido con su deber como antigua Padawan.

Observó al mandaloriano, a la manera en la que sujetaba al niño. Si Bo-Katan le había enviado a ella, es que era de fiar. Además, Taila podía sentir su cariño por Grogu; parecía tener buenas intenciones.

—Te ayudaré a encontrar a Ahsoka —decidió—. Pero necesitaremos ir a ver a mis padres: ellos seguro que tienen más información sobre su paradero. Yo hace mucho tiempo que no sé de ella.

El mandaloriano asintió.

—Está bien. Gracias.

Taila alargó la mano. Su sable láser descansó sobre su palma abierta, volando desde el cajón abierto del mostrador a través de la Fuerza. El mandaloriano observó el movimiento con admiración.

Grogu rio de nuevo.

—¿Cómo te llamas? —preguntó ella—. Tú ya sabes mi nombre.

Él respondió sin dudarlo.

—Mando —le dijo.

Ella elevó una ceja.

—Y... ¿tú nombre de verdad? —Se extendió un silencio incómodo, y Taila supo que no le iba a responder. Puso los ojos en blanco mientras se ponía una capa por encima de los hombros—. Está bien, entonces te quedas con Mando. Venga, no tenemos tiempo que perder.

━━━━━━━━━━━

Taila dirigió a Mando a su apartamento antes de marchar hacia la casa de sus padres. El mandaloriano subió las escaleras de madera incómodamente, encogiendo los hombros porque su armadura le hacía demasiado ancho para el camino.

Luego esperó en el marco de puerta en silencio mientras Taila rebuscaba en la estancia. Era dormitorio, cocina y salón al mismo tiempo, con una única puerta que daba al baño.

Taila tenía sus sentidos fijos en el mandaloriano. Supuso que se fiaba de él, y que Bo-Katan confiara en él sí que le daba algo de tranquilidad. Aun así, no parecía querer mostrar su rostro o decirle su nombre. Y eso Taila no lo entendía bien.

Sin embargo, Grogu parecía confiar en Mando ciegamente, casi como si le considerara su padre. Taila no podía sentir nada excepto miedo e inocencia de ese niño. Era él, realmente, quien le impulsaba a moverse. Eso, y el recuerdo que tenía de sus años como rebelde, cuando había conocido a Ezra y a Kanan.

Antes de dejar atrás sus intentos de, como ellos, convertirse en Jedi. Quizás este niño tuviera más suerte que ella. Era su deber acercarle a ese camino.

Oyó un murmullo detrás de ella. Se giró, con una nueva capa en las manos, para ver a Grogu apoyando sus manitas en el sofá mugroso.

Taila suspiró, mirando a Mando de reojo, pero él no se había movido del sitio.

—¿Cómo llegaste hasta aquí? —le preguntó a Mando—. ¿Tienes una nave?

Él asintió.

—Sí.

—Perfecto —suspiró Taila—. Definitivamente, paso de presentarme en casa de mis padres llena de arena y tras horas de caminata.

Grogu rio. Tenía entre las manos una bayeta que Taila usaba para limpiar el polvo. La chica alargó la mano y le quitó el objeto a través de la Fuerza. Lo sostuvo en su mano, para ver si él lo volvía a agarrar, pero Grogu hizo un puchero y se volvió, tambaleándose en busca de otra cosa con la que jugar.

Taila se puso de pie, dejando el trapo en el sofá.

—¿Utiliza usualmente la Fuerza? —le preguntó a Mando, mientras seguía mirando al niño.

—Le he visto hacerlo en un par de ocasiones, cuando estábamos en peligro, pero luego siempre acaba agotado y duerme.

Taila frunció el ceño.

—¿Qué quieres decir con cuando estábamos en peligro?

El casco del mandaloriano se inclinó hacia un lado.

—Hay gente interesada en atrapar al niño.

A Taila le empezaba a doler la barriga. Cogió una bolsa y metió un par de objetos personales dentro, dándole la espalda al hombre.

¿En dónde se estaba metiendo?

Se dijo que aquel no sería su problema. Sus padres cooperarían, les dirían dónde estaba Ahsoka, y Taila les desearía suerte a Mando y al niño y les vería marcharse de Seelos. Dejaría que Ahsoka decidiera qué hacer con el iniciado.

Ella se quedaría en aquel planeta seco y lleno de arena.

Miró por la única ventana de su casa.

—Deberíamos irnos —le dijo a Mando.

Él agarró a Grogu y observó cómo la chica cerraba la puerta.

—¿Estás segura de que tus padres sabrán dónde está la Jedi?

—Sí —asintió Taila, sin aportar nada más.

Mando la guio a través de la plaza y de las calles principales de la capital, que era pequeña, pero a esas horas estaba algo concurrida. Unmel se levantó la capucha y agachó la cabeza para que no la reconocieran. Lo último que necesitaba eran rumores de que la habían visto en compañía de un mandaloriano y de un niño verde con orejas enormes. No creía que fuera propaganda muy buena para la tienda al borde de la bancarrota.

Fue en ese momento cuando Taila se fijó en la insignia del clan del mandaloriano. Era un animal con un cuerno muy grande en el morro. Taila lo reconocía: un cuerno de barro.

Al ver la nave del mandaloriano, Taila dedujo que era un cazarrecompensas. No veía otra razón para tener una cañonera modificada, especialmente no una con dos cañones láser.

La rampa se abrió y el mandaloriano caminó dentro. Ya anochecía, y Taila le siguió.

—¿Cómo se llama tu nave? —le preguntó Taila.

—El Razor Crest —respondió él sin girarse.

La zona de carga era bastante amplia, había un baño y una zona con literas. Una escalera vertical llevaba a la cabina del piloto.

Taila asintió, mirando hacia las paredes de metal a su alrededor. Su abuelo había sido ingeniero de naves en Naboo.

—Puede que mamá te pida verla por dentro.

Mando elevó una ceja por dentro del casco. No dijo nada durante un momento, quizás incómodo con la idea.

—¿Tu madre es mecánica?

Eso le sacó una sonrisa a la chica.

—No —rio—. No exactamente. Pero a ella y a papá le gustan las naves de guerra. Más a ella.

Quizás a Mando no le interesaban los detalles, tampoco. Dejó al niño, adormecido, en una cuna algo rudimentaria en la zona de las literas. Después cerró la puerta mientras la trampilla se sellaba detrás de Taila. Comenzó a subir las escaleras para llegar a la cabina y la chica hizo lo mismo detrás de él.

Se sentó en la silla del copiloto y guardó silencio mientras Mando hacía despegar la nave. Vio cómo la ciudad de Kywar se hacía pequeña bajo ellos, y, con un suspiro, se preguntó si estaría cometiendo una locura.

Quizás se estaba metiendo en problemas, dejando atrás su vida tranquila para ayudar a aquel iniciado. Pero su corazón le decía que era lo correcto. Además, sólo iba a darle unas coordenadas. Nada más.

Se inclinó sobre el ordenador de navegación e introdujo las coordenadas aproximadas de la casa de sus padres en él. Mando no dijo nada.

—La casa debería de estar por esta zona: es una casa móvil, lo entenderás cuando la veas.

El mandaloriano tampoco respondió, se limitó a pilotar durante los pocos minutos que les llevaría el viaje.

Y Taila estaba a punto de descubrir que su vida sería, durante bastante tiempo más, una lucha constante.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro