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IV

7 de diciembre - 8:00 a.m

La escuela ahora está envuelta bajo un manto de nieve invernal. Los techos son cubiertos por una capa blanca. El bosque que rodea la construcción parece un océano verde oscuro, suavemente acariciado por la nieve que se ha asentado sobre sus copas. Los caminos se delinean entre los edificios, enmarcados por los árboles desnudos congelados. La neblina matutina con la nieve, difuminando los límites entre el cielo y la tierra, mientras la ciudad en la distancia emerge como un murmullo apenas visible.

En la habitación de T/N, el ambiente es acogedor. Rodeada de sus peluches y las sabanas térmicas, la niña se acurruca para no sentir el frío presente. La puerta de su habitación se abre y Yaga entra silenciosamente. Se arrodilla frente a la cama y aparta un poco la sabana.

— T/N, es hora de despertar.

— No quiero. Cinco minutos más—. Dice de forma soñolienta y se vuelve a acurrucar, lo que provoca la suave risa de Yaga.

— Bueno, si no te levantas, tendré que comerme el pan francés con nutela que está esperando en la mesa — dice levantándose y salir de la habitación. Cierra la puerta y se inclina en la pared, manteniendo una sonrisa confiada en sus labios —. Tres, dos, uno.

La puerta se abre rápidamente.

— ¡Nutela! — grita con emoción, dando pequeños saltos. — ¡Quiero, quiero, quiero!

— Siempre funciona — susurra Yaga con una sonrisa — Ok señorita, primero lávate las manos.

La niña asiente y regresa al cuarto para lavarse las manos en su baño. Mientras Yaga esperaba afuera, desde donde estaba puede divisar que en el cuarto de T/N todas las flores y plantas que adornan su cuarto. A pesar de las bajas temperaturas, estas siguen resplandecientes y aromáticas.

— Mmm, seguro Ijichi la llevo a comprar flores artificiales — dice viéndolas detalladamente, pero es interrumpido por los pasos rápidos de la pequeña.

— ¡Listo! ¡Vamos, vamos!

T/N toma la delantera y corre hacia la cocina. Yaga ve una última vez su cuarto y luego se dispone a seguirla.

La mesa del comedor está puesta con dos desayunos diferentes. El primero es un Tamagoyaki, con ensalada de lechuga y tomate, una rebanada de pan tostado y jugo de naranja. Mientras que el segundo era un pequeño pan francés, decorado con fresa, plátano, un pedazo de mantequilla y relleno de nutela, con leche de vaca como bebida.

— ¡Itadakimasu! — dijeron al unísono y comenzaron a comer.

— ¿Qué aprenderé hoy? — dice T/N con la cara manchada de Nutela. Yaga no puede evitar soltar una risa nasal y toma una servilleta para limpiar las mejillas de la niña.

— Veamos, has aprendido ya lo básico de artes marciales, y te has aprendido casi los diferentes tipos de técnica que existen en la hechicería — "Pero sigo sin poder descubrir la tuya" piensa algo preocupado mientras termia de limpiar su rostro—. Hoy no aprenderemos. Este día tengo que ir a visitar un lugar en Kyoto.

— ¿Kyoto? ¿Por qué? —

— Debo ir a una reunión con un clan importante.

— ¿Clan?

— Sí — después se queda pensando un momento —, aunque pensándolo bien, si aprenderás algo hoy. Estos clanes son familias de hechiceros importantes. Surgieron como resultado de los grandes logros que hubo en el pasado, en la era Heian, y han mantenido su posición a lo largo de los años con sus hazañas.

La niña se le queda viendo con ojos maravillados.

— ¿Puedo ir contigo?

— No lo sé T/N. Es una reunión importante. No tendrías nada que hacer ahí, y no sé cómo te reciban

— Me portaré bien, lo prometo. ¿Por favor, sí? — lo último le dijo haciendo cara de perrito regañado. El hombre le dedica una mirada juzgadora.

— No dejarás de insistir hasta que acceda ¿Verdad?

— No —dice inocentemente. Yaga la mira por unos segundo para luego suspirar rendido y negar con la cabeza

— Ok, puedes venir. Pero prométeme que te comportaras.

— ¡Sí! — celebra alzando sus manos en señal de victoria.

El resto del desayuno fue en un silencio agradable. Cuando termina, Yaga levanta los platos sucios y se los lleva para limpiar.

— Anda, ve a prepararte —. Dice tranquilo. La niña asiente eufórica y se levanta de su lugar para irse corriendo, pero no sin antes hacer una pregunta.

— ¿Cuál es el clan al que iremos? — dice la niña ya lejos de la mesa. Yaga, aun lavando los platos, logra escucharla y le responde.

— El clan Gojo —

La niña llega a su habitación y comienza a buscar en su armario la ropa adecuada para salir. Con la curiosidad, revoloteando en su mente, termina de arreglarse, poniéndose su mejor vestido de invierno, uno sencillo pero bonito con estampado de flores, que Yaga le regaló poco después de que empezara a vivir con él. En ese momento Yaga llega a su habitación, ya vestido con su habitual ropa negra y con un aire de seriedad en su rostro. La niña se para firme y lo ve sonriente

—¡Lista! — dice feliz, pero su expresión se confunde cuando Yaga suelta una risa nasal.

— Claro, ¿Y te irás con ese peinado? —Yaga señala divertido.

T/N se mira en el espejo solo para ver que su peinado estaba hecho un desastre. No puede evitar sonrojarse de la vergüenza y hacer un ligero puchero. Yaga se acerca a ella y se arrodilla a su altura, toma el cepillo entre sus manos y comienza a peinarla suavemente. Después de unos segundos, su peinado está listo: una media cola sencilla con un broche de flor de loto.

— Ahora si ya estás lista — dice con una sonrisa.

T/N, al mirarse en el espejo, respira hondo y asiente, como si se estuviera dando ánimos a sí misma. Y esboza una sonrisa.

— Ahora, sí, podemos irnos — se levanta y le ofrece la mano — Tomaremos el tren y de ahí nos pasarán a recoger.

La niña asiente, aunque en el fondo, un leve nerviosismo comienza a asentarse en su estómago.

10:20 a.m

Durante el trayecto en auto hacia la residencia del clan Gojo, T/N no puede evitar lanzar varias preguntas sobre ellos, pero Yaga responde con brevedad, intentando no revelar demasiado. A pesar de su insistencia, comprende que algunos temas son delicados, por lo que termina conformándose con las respuestas que recibe.

Cuando llegan a la residencia del clan Gojo, el aire alrededor se siente denso, casi cargado de una energía que T/N no puede describir, pero que le hace sentir un ligero escalofrío. La mansión es una combinación impresionante de arquitectura tradicional japonesa y detalles modernos, con amplios jardines de bonsáis meticulosamente cuidados y senderos de piedra que serpentean a través de estanques llenos de carpas koi. Los muros de la residencia, altos y robustos, parecen estar diseñados para mantener el mundo exterior a raya, protegiendo un espacio lleno de secretos antiguos.

Al bajar del auto, T/N toma la mano de Yaga, aferrándose a él mientras avanzan hacia la entrada.

El recibimiento es solemne, con miembros del clan que los observan con una mezcla de respeto y reserva. T/N se siente pequeña en comparación con la grandeza del lugar, pero también fascinada por la belleza y la tranquilidad que emanan del entorno.

Una vez dentro, Yaga es guiado hacia una sala de reuniones por uno de los sirvientes del clan. Antes de partir, se inclina hacia T/N, su expresión seria pero suave.

— Tendrás que esperarme aquí, T/N. No te alejes mucho, ¿de acuerdo? No quiero que te pierdas.

Ella asiente, aunque no puede evitar sentir un ligero pinchazo de decepción. Pero en cuanto Yaga desaparece por uno de los largos pasillos, la curiosidad de la niña se despierta, y pronto se encuentra caminando por los corredores de la residencia.

Los pasillos son amplios, con suelos de tatami que amortiguan sus pasos. Grandes puertas de madera corredizas están decoradas con delicadas pinturas de paisajes y flores, y las ventanas, hechas de papel de arroz, permiten que la luz del sol se filtre suavemente, creando patrones brillantes en el suelo. El aroma, a incienso, suave y relajante, llena el aire, envolviendo a T/N en una sensación de calma mientras explora.

Al doblar una esquina, T/N se encuentra en un pequeño jardín interior. En su centro, un gran cerezo extiende sus ramas cubiertas de escarcha, cuyas pocas flores blancas caen delicadamente al suelo como una nevada de pétalos. Fascinada, la niña se acerca, perdiéndose en la belleza del árbol y la tranquilidad del lugar.

Es entonces cuando, al otro lado del jardín, nota a un niño de cabello blanco, vestido con un kimono azul claro, observándola con una expresión curiosa. Al principio, T/N parpadea, sin saber si lo que ve es real, pero cuando el niño da un paso adelante, su presencia se vuelve innegable.

"¿No lo he visto antes?" Se pregunta así misma viendo al chico fijamente

— ¿Quién eres? — pregunta él, su tono firme, pero no hostil, mientras sus ojos la miran con intensidad. A diferencia de los adultos que la han observado antes, él parece más intrigado que cauteloso.

T/N, aún sorprendida por el encuentro, siente una mezcla de nerviosismo y curiosidad.

— Soy T/N Hamari... — responde, sus palabras suaves mientras sigue mirando al niño con cautela.

El niño asiente, como si estuviera evaluando su respuesta.

— ¿Por qué estás aquí? —le pregunta.

T/N baja la mirada por un momento, sintiendo la ligera presión de la pregunta.

— Vine con el señor Yaga, él ahora está en una reunión... Me dijo que podía esperar aquí — responde.

El niño se acerca más, y al estar frente a ella, la observa con una intensidad que la hace sentir como si él pudiera ver más allá de lo que muestra en la superficie.

— Este es un lugar aburrido para esperar — comenta, con una pequeña sonrisa que empieza a asomar en sus labios. — ¿Quieres ver algo interesante?

T/N, sintiéndose más cómoda con la presencia, asiente tímidamente. Sin decir más, él le hace un gesto para que lo siga. Mientras lo sigue, el corazón de T/N late con una mezcla de emoción y expectativa.

— Satoru, yo me llamo Satoru — le dice dándole la espalda.

Satoru guía a T/N por un estrecho sendero que atraviesa el jardín, bordeado por altos muros de bambú que crujen suavemente con la brisa invernal. Las ramas de los árboles están cubiertas por una fina capa de escarcha, y el aire frío hace que sus respiraciones sean visibles en pequeños nubarrones. A pesar del frío, el silencio entre ellos es cómodo, casi reconfortante, como si ambos estuvieran disfrutando de la calma del entorno sin necesidad de palabras.

El camino los lleva hasta un pequeño estanque parcialmente congelado, donde algunos peces koi nadan bajo la superficie helada. Satoru se detiene junto a la orilla, sus ojos azules observando el reflejo del cielo gris en el agua. T/N se para a su lado, mirando el estanque con una mezcla de curiosidad y asombro.

— Hoy es mi cumpleaños — dice de repente, su tono casual, pero con un matiz de importancia.

T/N lo mira sorprendida. No esperaba que lo mencionara, y mucho menos de una manera tan simple.

— ¿En serio? — pregunta, con un tono que denota tanto curiosidad como una ligera incredulidad. — Pero... ¿Por qué no lo estás celebrando?

Satoru se encoge de hombros, sin apartar la vista del estanque.

— No hoy. Dicen que es mejor no llamar mucho la atención cuando uno es especial — comenta, una sombra de melancolía pasando brevemente por su rostro antes de que vuelva a sonreír levemente.

T/N no está segura de qué responder. Para ella, un cumpleaños debería ser un día lleno de alegría, con amigos, familia, y muchas risas. Pero algo en la forma en que Satoru lo dice le hace pensar que su vida es diferente, que ser "especial" para él no es lo mismo que para los demás.

— ¿Te gusta ser especial? — pregunta finalmente, su voz sincera, queriendo entender más de él.

Satoru la mira por un momento, como si considerara su pregunta con seriedad. Luego, con una sonrisa que no llega del todo a sus ojos, responde:

— Claro, es genial serlo, ¿no? Además, las celebraciones no siempre son lo que parecen— responde, encogiéndose de hombros como si no fuera gran cosa. — A veces es mejor tener un día tranquilo.

— ¿Es por eso que estás aquí, entonces? — pregunta ella. — ¿Para tener un día tranquilo?

Satoru sonríe ligeramente, aunque hay una melancolía escondida detrás de esa expresión.

— Algo así —

Las palabras de Satoru flotan en el aire frío, resonando en T/N de una manera que no esperaba. Mientras caminan en silencio, una idea empieza a formarse en su mente. Aunque no tiene mucho a su disposición, decide que quiere hacer algo, aunque sea pequeño, para alegrar el día de Satoru.

T/N se detiene por un momento, observando los alrededores, y nota un pequeño grupo de flores que, a pesar del invierno, aún florecen cerca del estanque. Son flores modestas, pero su presencia en medio del frío le da una sensación de calidez. Con cuidado, se acerca a ellas y recoge algunas con delicadeza.

Satoru se detiene y la mira, curioso por lo que está haciendo. T/N, con una sonrisa tímida, pero decidida, empieza a trenzar las flores en una pequeña corona, algo que ha hecho muchas veces para sí misma, para Yaga... o para su familia.

— ¿Qué estás haciendo? — pregunta Satoru, inclinándose un poco para ver mejor.

— Es una corona de flores — responde T/N mientras sigue trabajando con esmero. — Quiero dártela... para que tengas algo especial hoy.

Satoru la observa en silencio, sorprendido por el gesto. Nadie había hecho algo tan sencillo y, al mismo tiempo, tan considerado por él en mucho tiempo. T/N termina la corona y se la ofrece, sus mejillas ligeramente sonrojadas por el frío y por la emoción de hacer algo bueno.

— Feliz cumpleaños, Satoru — dice con una sonrisa dulce. Le coloca la corona de flores sobre la cabeza del niño, su expresión se suaviza, y la ve con una sonrisa sincera.

Entonces otra idea se le viene a la cabeza a la niña.

— ¿Te gustan los postres? — pregunta con curiosidad, mirando a Satoru con una pequeña sonrisa.

Satoru la mira con un brillo en sus ojos y asiente, aunque su expresión es algo traviesa.

— Me gustan mucho, pero el chef aquí no siempre me deja comerlos. Dice que no debo consentirme tanto.

T/N frunce el ceño, decidida a intentar algo.

— Pues... tal vez si pedimos juntos, nos dé uno — sugiere, su tono esperanzado.

T/N y Satoru comienzan a caminar de regreso hacia la residencia principal. El camino está cubierto por un manto fino de nieve que cruje bajo sus pies, y el aire frío se cuela entre las capas de sus ropas, haciendo que ambos se acurruquen un poco más en sus abrigos.

El sendero serpentea a través de un pequeño bosque de bambú, cuyas delgadas ramas se balancean suavemente con la brisa invernal, emitiendo un susurro que acompaña sus pasos. A lo largo del camino, las hojas de los pinos y cipreses están cubiertas de una escarcha brillante, creando un paisaje casi mágico, como si todo a su alrededor estuviera atrapado en un momento congelado en el tiempo.

A medida que se acercan a la mansión, el camino de piedra se vuelve más definido, flanqueado por linternas de piedra que, aunque apagadas durante el día, marcan la ruta hacia el corazón de la residencia. Los altos muros de la mansión, que parecen aún más imponentes a la luz invernal, comienzan a rodearlos nuevamente, ofreciendo una sensación de protección y aislamiento del mundo exterior.

Finalmente, cruzan un pequeño puente de madera que cruza un arroyo helado, cuya superficie refleja el cielo gris. Al otro lado del puente, las puertas corredizas de madera de la mansión se abren para revelar el calor y la luz del interior. Al entrar, la diferencia de temperatura es inmediata, el frío queda atrás mientras avanzan por los pasillos, guiados por el aroma dulce que flota desde la cocina.

El tatami bajo sus pies se siente cálido en comparación con el exterior, y los corredores están adornados con cuadros y biombos pintados a mano que reflejan escenas de la naturaleza en estaciones más cálidas. A medida que se acercan a la cocina, el sonido del ajetreo en su interior se hace más claro, con el sonido de cuchillos cortando y sartenes chisporroteando, creando una atmósfera de actividad constante en contraste con la quietud del exterior.

Cuando finalmente llegan a la cocina, están listos para enfrentarse a lo que sea necesario para obtener ese pequeño placer dulce que ambos anhelan.

Sin más, ambos se dirigen a la cocina, siguiendo el aroma dulce que flota en el aire. Al llegar, encuentran al jefe de cocina, un hombre alto y robusto, con un semblante severo. Está ocupado preparando algo cuando los niños entran, y al ver a Satoru, su expresión se endurece aún más.

— Oye, chef, quiero algo dulce — dice Satoru, casi con un tono arrogante

— No, joven maestro. Ya sabe que no puede estar aquí pidiendo postres cada vez que quiere — dice el chef, su tono firme mientras sigue trabajando.

— Pero es mi cumpleaños.

— Los señores dijeron que hasta más tarde, ya no insista —. Dice el chef finalizando su conversación

Satoru se cruza de brazos y suspira, claramente frustrado, pero no responde. Es una situación con la que parece estar familiarizado, y sabe que no tiene mucho sentido discutir.

— Se lo pido, ¿podríamos tener un pastelito? — dice, sus palabras cargadas de una dulzura que desarma.

El chef la mira por un momento, como si estuviera a punto de negarse de nuevo, pero cuando los ojos de T/N se encuentran con los suyos, algo extraño ocurre. Sus ojos, usualmente de un color normal, brillan brevemente con un tono dorado, al igual que los del chef. Es un instante apenas perceptible, pero lo suficiente para que el chef cambie su actitud. Su rostro se relaja, y asiente lentamente.

— Claro... pueden tomar lo que deseen — dice, con una voz vacía, mientras se gira para sacar una bandeja llena de pastelitos y otros dulces.

Satoru, sorprendido, pero encantado, no pierde la oportunidad y toma algunos pasteles. T/N, sin darse cuenta completamente de lo que ha hecho, también toma uno, sus ojos, regresando a la normalidad mientras lo hace.

El chef, aun con los ojos dorados, se retira sin decir nada más, dejándolos solos con la bandeja de postres. T/N mira a Satoru, compartiendo una sonrisa cómplice mientras disfrutan de sus dulces.

— No sé cómo lo hiciste, pero me alegra que lo intentaras — dice Satoru, mientras saborea un pastelito, su voz llena de agradecimiento y diversión.

T/N, aunque todavía algo confusa por lo que ocurrió. Salen de la cocina, justo en el momento que los ojos del chef vuelven a la normalidad. Sacude su cabeza y voltea a todos lados confundidos.

— ¿Qué acaba de pasar? — se pregunta confundido

2:00 p.m.

Con los dulces en mano, T/N y Satoru regresan al jardín donde se encontraron por primera vez. Encuentran un rincón protegido del viento, donde el sol invernal logra filtrarse entre las ramas, creando un pequeño oasis de calidez en medio del frío. Se sientan sobre una piedra plana, que ha absorbido el calor del sol, y empiezan a disfrutar de sus pasteles.

Mientras saborean los postres, comienzan a charlar, intercambiando preguntas sobre cosas simples, como sus gustos y disgustos, y sobre las pequeñas aventuras que han tenido. La conversación fluye con facilidad, y ambos se sienten más relajados, como si el compartir esos momentos dulces hubiese disuelto cualquier barrera entre ellos.

— ¿Cuál es tu comida favorita? — pregunta Satoru entre bocados, mirando a T/N con curiosidad.

— Me gustan las frutas, especialmente las manzanas — responde ella con una sonrisa. — ¿Y la tuya?

— Los mochis — dice Satoru, riendo ligeramente, como si eso explicara mucho sobre él. — Aunque no debería comer tanto, según el chef.

— ¿Qué haces con Yaga?

— Oh, es mi tutor.

— ¿Tutor? — pregunta con suavidad, mirándola con esa intensidad que caracteriza sus ojos azules. — ¿Y tu familia?

T/N, que hasta ese momento había estado disfrutando de la conversación, siente que su corazón se encoge al escuchar la pregunta. Las imágenes de sus padres, el accidente, y el abandono de su hermano, todo regresa a su mente en un torbellino de emociones.

— Mis padres... ya no están — dice en voz baja, mirando su pastelito como si intentara encontrar las palabras adecuadas. — Y mi hermano... se fue.

Sus palabras son simples, pero cada una de ellas lleva un peso que Satoru parece percibir. T/N, aunque se esfuerza por no mostrar su dolor, no puede evitar que su mirada se vuelva melancólica, perdida en los recuerdos de lo que ha perdido. El silencio entre ellos se vuelve denso, pero Satoru no la presiona para continuar.

En lugar de hacer más preguntas, Satoru simplemente asiente, mostrando una comprensión tácita. Con un gesto pequeño, pero significativo, le ofrece uno de los pastelitos que aún no ha probado.

— ¿Sabes? — dice con una sonrisa suave, tratando de cambiar el tema sin ser brusco. — Estos pastelitos son mucho mejores cuando los compartes con alguien.

T/N acepta el pastelito y, aunque la tristeza sigue presente, agradece el intento de Satoru por aligerar el ambiente.

Ella no puede evitar sentirse culpable por haber dejado que su tristeza se filtrara en la conversación, temiendo que haya arruinado el día de Satoru. Mira el pastelito que tiene en las manos, pensando en cómo cambiar el ambiente de nuevo, pero antes de que pueda decir algo, Satoru la interrumpe con una risa ligera, casi burlona.

— ¿Crees que un poco de tristeza arruinaría mi cumpleaños? — dice, alzando una ceja, su tono lleno de seguridad.

Ella lo mira, sorprendida por su respuesta, y Satoru, con una sonrisa traviesa, se inclina hacia ella, quitándole el pastelito de las manos con rapidez y llevándoselo a la boca antes de que ella pueda reaccionar.

— ¡Oye! — exclama T/N, sin poder evitar sonreír.

— No te preocupes tanto — dice Satoru con la boca llena, la misma seguridad brillando en sus ojos. — Estoy acostumbrado a muchas cosas, pero tener a alguien con quien compartir este día... eso es lo que realmente importa.

T/N no puede evitar sentirse culpable por haber dejado que su tristeza se filtrara en la conversación, temiendo que haya arruinado el día de Satoru. Mira el pastelito que tiene en las manos, pensando en cómo cambiar el ambiente de nuevo, pero antes de que pueda decir algo, Satoru la interrumpe con una risa ligera, casi burlona.

— ¿Crees que un poco de tristeza arruinaría mi cumpleaños? — dice, alzando una ceja, su tono lleno de seguridad.

Ella lo mira, sorprendida por su respuesta, y Satoru, con una sonrisa traviesa, se inclina hacia ella, quitándole el pastelito de las manos con rapidez y llevándoselo a la boca antes de que ella pueda reaccionar.

— ¡Oye! — exclama T/N, sin poder evitar sonreír.

— No te preocupes tanto — dice Satoru con la boca llena, la misma seguridad brillando en sus ojos. — Estoy acostumbrado a muchas cosas, pero tener a alguien con quien compartir este día... eso es lo que realmente importa.

La niña sonríe, siente que ha hecho todo lo posible para que el cumpleaños de Satoru sea especial. Sin embargo, algo dentro de ella la impulsa a hacer una última cosa.

— Espera un momento — dice de repente, levantándose y corriendo hacia el gran cerezo que se encuentra en el centro del jardín.

Satoru la observa, curioso, mientras ella se agacha para recoger una pequeña piedra afilada del suelo. T/N, con cuidado y determinación, comienza a tallar algo en el tronco del árbol. Cada golpe de la piedra es preciso, como si quisiera asegurarse de que lo que está haciendo perdure.

Satoru se acerca lentamente, observando en silencio mientras ella trabaja. Finalmente, T/N se aparta, dejando al descubierto lo que ha tallado: dos pequeñas figuras, que parecen ser ellos dos, y entre ellos, un kanji.

Ella se queda mirando su obra por un momento, una sonrisa suave y melancólica en su rostro. T/N se da cuenta de que, aunque había intentado hacer que el día de Satoru fuera más dulce, también ha ganado algo invaluable. En medio de la tristeza y la soledad que la han acompañado durante tanto tiempo, hoy ha encontrado algo diferente.

— Es bueno tener un amigo — susurra, apenas audible, más para sí misma que para él.

Satoru se inclina ligeramente para ver mejor lo que ha tallado y, al entender el significado, su expresión se suaviza.

Mientras permanecen junto al cerezo, disfrutando de la tranquilidad del momento, una sombra se mueve rápidamente entre los árboles. Es Yaga, que finalmente ha llegado al jardín tras una búsqueda ansiosa.

— ¡T/N! — llama Yaga con voz preocupada, alzando la vista y notando la presencia de la niña y el niño del clan Gojo. Su rostro muestra una mezcla de alivio y preocupación al encontrarla, pero su expresión cambia a una de inquietud al ver con quién está.

T/N se da vuelta al escuchar su nombre y nota el tono de preocupación en la voz de Yaga. Se levanta rápidamente, su rostro de sorpresa mezclado con un poco de incomodidad por el repentino cambio en el ambiente.

— ¡Yaga! — exclama, sonriendo nerviosa mientras se dirige hacia él. — Solo estaba... Yo, yo solo — Se le traban las palabras por los nervios

Yaga observa a Satoru con una mirada cautelosa, su expresión se endurece mientras evalúa la situación. Aunque no quiere interrumpir el momento, la preocupación por la seguridad de T/N lo hace actuar con rapidez.

— ¿Por qué no me dijiste dónde estabas? — le pregunta Yaga con una mezcla de reproche y alivio, mientras se aproxima a T/N. — Me preocupé mucho al no encontrarte.

Satoru, viendo la tensión en el rostro de Yaga, se levanta y se acerca a él, ofreciendo una sonrisa educada aunque algo desconcertada.

— No se preocupen, está bien — dice Satoru con un tono calmado. — Solo estábamos charlando y conociéndonos un poco.

Yaga observa a Satoru y luego a T/N, su preocupación no desapareciendo del todo, pero aliviado al ver que la niña está bien. Su mirada se suaviza ligeramente, aunque sigue siendo evidente su inquietud.

— Vamos, T/N — dice Yaga, tomando suavemente la mano de la niña. — Es hora de regresar. No quiero que te alejes de mí de nuevo.

T/N asiente, comprendiendo la preocupación de Yaga. Se despide de Satoru con una sonrisa, agradeciendo el tiempo que pasaron juntos.

— Adiós — dice en voz baja.

Satoru, aunque un poco decepcionado de que su tiempo con T/N se haya cortado tan abruptamente, la despide con su mano.

— Adiós — dice Satoru en voz baja también.

T/N, con una última mirada hacia Satoru, sigue a Yaga hasta la salida del lugar.

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