II
10 de septiembre, 2:45 p.m.
Días pasan en un torbellino de oscuridad y desesperanza. T/N ahora está sumida en una profunda depresión. No come ni duerme, permanece inmóvil en la cama del hospital, con los ojos vacíos y sin expresión.
La policía y los paramédicos intentaron tomar su testimonio, preocupados por su estado. Pero, al escuchar sus incoherencias sobre entidades y la energía oscura que sintió en ese entonces, que ella solo ve, los profesionales de la salud asumen que su edad y el trauma reciente están jugando con su mente. Una niña con una imaginación desbordante, incapaz de distinguir la realidad de la fantasía.
— Lo que está describiendo son alucinaciones típicas en casos de trauma severo — dice un médico a sus superiores. — Es posible que su mente esté tratando de procesar el accidente de una manera que no podemos comprender del todo.
— Es solo una niña... — dicen algunos. — Su imaginación está mezclando cosas. No hay nada más que hacer.
En medio de ese mar de incertidumbre y dolor, un hombre aparece en el hospital. Su presencia es calmada pero imponente. Viste un traje oscuro, con un aire que combina profesionalismo y una profunda sabiduría. Sus ojos son agudos y observadores, como si pudieran ver más allá de la superficie de las cosas. Se dirige directamente a la recepción, donde una enfermera revisa algunos papeles.
— Buenos días. Vengo a ver a T/N Hamari. Soy un amigo cercano de la familia. —
La enfermera levanta la vista, sorprendida por la súbita aparición del hombre. Algo en su tono, en su manera de hablar, la hace dudar un momento.
— Necesitaré ver algún tipo de identificación, señor... — responde, con un tono profesional.
El hombre saca su identificación y se la entrega. La enfermera la examina, encontrando todo en orden, pero no puede evitar sentir una ligera inquietud.
— Está bien, puede verla — dice, devolviéndole la identificación. — Pero debe saber que la niña está en un estado muy delicado. Apenas ha hablado, no ha comido, y no reacciona a casi nada. Hemos intentado hablar con ella, pero no hemos logrado mucho.
— Lo sé — dice el hombre. — Es por eso que estoy aquí. Creo que puedo ayudarla.
— Con todo respeto — un médico interrumpe la conversación. — Señor...
— Yaga, Masamichi Yaga.
— Señor Yaga, ¿qué lo hace pensar que puede lograr algo donde otros no han podido? — lo observa con escepticismo. — La niña ha sufrido un trauma muy severo. Está en shock y parece estar en estado de negación. Dice cosas sin sentido.
— Estoy al tanto de la situación. Y con todo respeto, creo que debería tomar en cuenta sus palabras.
— ¿Cree en verdad lo que dice? Es absurdo — dice el doctor, no del todo convencido. — La niña simplemente está traumatizada. Lo que necesita es atención médica y psicológica.
— No estoy aquí para debatir sobre lo que es o no es real — replica Yaga. — Estoy aquí para ayudarla. Lo que necesita ahora es alguien que la escuche, que la entienda. Si me lo permiten, puedo intentar llegar a ella.
La enfermera intercambia una mirada con el médico, quien finalmente suspira y asiente, aunque todavía con dudas.
— De acuerdo. Su habitación está al final del pasillo, a la izquierda.
Yaga agradece con una pequeña reverencia y se dirige hacia la habitación. Antes de entrar, se detiene un momento, respirando hondo. Sabe que este tipo de situaciones no es fácil, pero tiene que intentar.
Al entrar a la habitación, encuentra a la pequeña sentada en su cama, con la mirada vacía y sin brillo, su cuerpo frágil y delgado. Su corazón se encoge al verla tan perdida, tan frágil. El hombre se inclina ligeramente hacia la niña, su mirada suave pero decidida.
— Hola, pequeña — dice con voz suave y reconfortante. — Me llamo Masamichi Yaga. Tengo que hablar contigo. ¿Puedo sentarme?
Ella no responde, se mantiene viendo al frente, ignorando su presencia. Sin decir una palabra, el hombre se sienta a su lado, observándola con una compasión.
— Sé que has pasado por algo traumante... y sé que les has dicho a los doctores y a la policía lo que viste.
T/N, que hasta ese momento había permanecido en silencio, voltea lentamente hacia él, mirándolo con ojos llenos de confusión y dolor.
— Sé que has visto cosas que te asustan. Sombras, formas que no deberían estar allí... cosas que otros no pueden ver.
Los ojos de la niña empiezan a llenarse de lágrimas. Es la primera vez que alguien habla de esas cosas sin mirarla con lástima o incredulidad. Siente un nudo en la garganta.
— Me toman por loca... creo que lo estoy.
— No, no estás loca — dice Yaga, firme y reconfortante. — Lo que ves es real.
— Pero... ¿Por qué? — pregunta con la voz quebrada. — ¿Por qué puedo verlas? ¿Por qué a mí?
Yaga se inclina un poco más hacia adelante, mirándola directamente a los ojos.
— Porque eres especial. Tienes un don, algo que te hace diferente a los demás. No es fácil, lo sé. Pero este don también te da la capacidad de hacer cosas extraordinarias, de ayudar a otros, de protegerte a ti misma.
La niña lo mira con una mezcla de asombro y confusión.
— ¿Protegerme?
— Sí. Pero primero, tienes que aprender a controlar ese don. Y estoy aquí para ayudarte a hacer eso, si quieres.
La niña parpadea, sorprendida por sus palabras.
— ¿Tú los ves también?
— Somos muchos como tú, que pueden ver lo que otros no, incluyéndome.
Es mucho para entender, especialmente en medio de todo el dolor y la tristeza que siente.
— ¿Qué pasará ahora? — pregunta con un hilo de voz, sintiendo cómo el peso de la incertidumbre comienza a asfixiarla.
Yaga le sonríe con amabilidad.
— Ahora, quiero que descanses. Tómate el tiempo que necesites. Cuando estés lista, te llevaré a un lugar donde puedas aprender a manejar este don, donde estarás segura y entre personas que te entienden. No tienes que decidir nada ahora. Lo importante es que sepas que no estás sola.
Yaga se levanta, pero antes de irse, coloca suavemente una mano en la cabeza de la niña, como un gesto de consuelo.
— No importa cuánta sea la oscuridad, siempre hay una luz al final. Solo necesitas poder encontrarla.
Y con esas palabras, Yaga sale de la habitación, dejando a la niña con la primera sensación que ha tenido en días.
10:30 p.m.
Su pequeña mente está llena de ecos, las palabras de aquel hombre que la visitó resuenan, pero no logran disipar el dolor que la envuelve. Los monitores a su alrededor emiten un suave pitido, como el latido de un corazón solitario.
— Ayato... ¿Por qué te fuiste? — La pregunta se repite en su mente como un mantra. Recuerda el accidente, la angustia en los ojos de su hermano, y luego la nada. — ¿Por qué no me dejan en paz? — Cada sombra en la habitación parece moverse, estirarse hacia ella, como si intentara tocarla con manos invisibles. Su respiración se vuelve más rápida, el miedo aprieta su pecho.
— No estoy loca, no estoy loca, no estoy loca — Se repite, aferrándose a las palabras de Yaga, pero es un consuelo frágil.
Con esfuerzo, se sienta en la cama, sus pies no llegan a tocar el suelo frío. Con manos temblorosas, comienza a desconectar los monitores que están sujetos a su cuerpo. Cada bip del monitor que se apaga la hace sentir más desconectada de la realidad. Sus movimientos son frenéticos y decididos.
— No puedo más... no quiero más... —
Se levanta con dificultad, el dolor físico de sus movimientos comparado con el abismo emocional que siente es casi imperceptible. Camina por el pasillo del hospital, su respiración entrecortada, el silencio alrededor es opresivo, cada paso resonando con un eco que amplifica su miedo. A lo lejos escucha unas voces.
— ¡Código Ámbar! ¡Código Ámbar! ¡La paciente de la 623 no está! —
En el pasillo, los médicos y enfermeras comienzan a moverse rápidamente, el caos se desata mientras buscan a la niña. Pero ella ya está lejos, subiendo los escalones hacia la azotea, guiada por una mezcla de instinto y desesperación.
Empuja la puerta de la azotea con una fuerza inusitada, sintiendo el frío aire nocturno que la envuelve. El cielo está nublado, la luna oculta, y las estrellas apenas visibles. Mira hacia la ciudad iluminada, sintiendo cómo su mundo se reduce a una maraña de luces y sombras.
Se acerca al borde, su corazón latiendo. Sus pequeños pies lastimados rozan el final. El hospital cuenta con 45 pisos, está a una altura peligrosa, pero ella no parece importarle mientras avanza, hasta estar en equilibrio entre el piso y el vacío.
— Paren... por favor — Siente una presencia, no física, sino una sensación en su piel, como si la observaran. La oscuridad parece moverse, tensarse, acercarse. Comienza a gritar al aire — ¡Paren! ¡Por favor! ¡¿QUÉ MÁS QUIEREN?!
De repente, un ruido sordo hace eco en la azotea. La niña se gira bruscamente, su cuerpo tenso con el miedo. Una silueta, apenas visible contra el fondo nocturno, se acerca lentamente.
— ¿Por qué estás aquí? —
— No quería que estuvieras sola — dice con tono firme y suave. — Sabía que necesitabas tiempo, pero también sabía que no debías estar aquí, sola en la oscuridad.
Yaga avanza despacio, su presencia tranquila y reconfortante en contraste con la atmósfera cargada de tensión. El viento nocturno juega con su cabello, y el silencio entre ellos es pesado, casi palpable.
— Cada vez que cierro los ojos, están ahí, esos rostros, esos ojos que me miran siempre. Me siento atrapada, no puedo escapar de ellos... quiero a mi mami... papi... — Lo mira con ojos llenos de lágrimas.
— Perdón T/N... pero no puedo traerlos de vuelta — Yaga da un paso más cerca, su voz baja y tranquilizadora. — Primero tienes que entender que tienes el poder de enfrentarlos. Aprender a reconocerlos y enfrentarlos con valor.
— Si ellos estarán siempre aquí, ¿cómo puedo hacerlo?
— No será fácil al principio — admite Yaga. — Pero podrás hacerlo con el tiempo. Lo primero que tienes que enfrentar es el miedo que te paraliza.
— No puedo.
— Claro que puedes. Lo que estás viviendo es una parte de tu camino. Eres más fuerte que cualquier niña de tu edad, y sé que encontrarás la forma de superarlo.
La noche se hace aún más silenciosa, y el viento susurra en el oído de la niña, como si tratara de calmarla.
— Vamos, este no es el lugar para resolver las cosas, ni la forma — Yaga extiende la mano. — Te prometí que te ayudaría, y lo haré, pero debes darme la mano y alejarnos de aquí.
— Pero ellos me seguirán.
— Sí, lo harán — admite. — Pero te acostumbrarás con el tiempo. Confía en mí.
La niña mira la mano. Lentamente, acepta su mano, permitiendo que él la guíe de vuelta. Mientras caminan hacia la puerta, la luz del hospital parece más cálida, el aire más ligero.
Pero al mirar atrás una última vez, la ciudad parece más distante, una vasta extensión de sombras y luces que se desvanecen en la noche. Juntos, caminan de regreso, dejando atrás la azotea y las sombras.
Cuando llegan de nuevo a la habitación, el personal ha intensificado su búsqueda. La enfermera se acerca a ellos, su expresión aliviada pero aún preocupada.
— La encontré — dice Yaga, con un tono calmado. — Está a salvo.
La enfermera respira hondo, aliviada pero aún inquieta.
— Voy a avisar al resto del personal que ha sido encontrada. Por favor, cuídela bien.
— Lo haré — promete Yaga, guiando a la niña de regreso a su habitación.
Al llegar, T/N se tumba en la cama, el peso de la noche finalmente empieza a desvanecerse. Aunque la sombra del miedo aún se cierne sobre ella, la presencia de Yaga le da el consuelo que tanto necesitaba.
16 de septiembre- 3:00 p.m.
Seis días han pasado, y la salud de T/N mejora lentamente. Su piel, antes pálida y fría, recupera algo de color. Los días en el hospital son largos, pero Yaga la visita siempre que puede, llevándole pequeñas flores, historias, o simplemente estando a su lado en silencio. La niña, que al principio apenas lo reconocía, ahora comienza a mostrar signos de recuperación, aunque el peso del trauma sigue presente en su mirada.
Una tarde, Yaga entra en la habitación con una pequeña planta en maceta. T/N está sentada en la cama, mirando por la ventana, absorta en sus pensamientos. Él coloca la planta sobre la mesita al lado de la cama, llamando suavemente su atención.
— Sé que te gustan las flores, y lo que tenga que ver con la flora también. Así que pensé en traerte esto— señala la pequeña maceta con su mano —. Es una planta de bonsái. Pensé que podrías cuidarla mientras te recuperas — dice con una sonrisa.
T/N gira la cabeza y observa la planta. Su mirada, aunque cansada, muestra un destello de interés.
— ¿Cómo se cuida? — pregunta en voz baja, extendiendo una mano temblorosa hacia las pequeñas hojas.
— Con paciencia y cariño — responde Yaga, acercándose un poco más. — Al igual que tú, necesita tiempo para crecer fuerte. Pero con cuidado, puede llegar a ser algo hermoso.
T/N asiente levemente y acaricia las hojas del bonsái. Hay un silencio cómodo entre ellos, interrumpido solo por el suave pitido de los monitores. Yaga, al verla así, siente una mezcla de tristeza y determinación. Una niña de su edad no debería estar pasando por algo tan devastador. Y lo que más le preocupa es que, en todo este tiempo, nadie de su familia ha venido a buscarla, ni siquiera su hermano ha dado una señal de dónde puede estar.
Esa noche, cuando vuelve a casa, Yaga se sienta en su escritorio con un propósito claro. Sabe que no será fácil; después de todo, legalmente, él no es más que un "amigo de la familia". Pero también sabe que es lo mejor para ella. No puede permitir que se quede sola, expuesta a un sistema que podría no entender su situación especial.
Yaga empieza a investigar. Lee sobre las leyes de custodia, las condiciones bajo las cuales un tutor puede ser asignado, y las posibles objeciones que podría enfrentar en el tribunal. Contacta a un abogado especializado en derechos de menores, buscando asesoría sobre cómo proceder. Sabe que necesita construir un caso sólido, no solo basado en su deseo de cuidarla, sino también en su capacidad para ofrecerle un hogar seguro y comprensivo.
Al día siguiente, durante su visita, Yaga lleva consigo algunos documentos. Después de pasar un rato hablando con T/N, quien parece más relajada hoy, decide abordar el tema con cautela.
— T/N, ¿puedo hablar contigo de algo importante? — pregunta, sentándose en la silla junto a la cama.
Ella lo mira con curiosidad, notando un tono más serio en su voz.
— ¿Qué pasa? — responde, abrazando la pequeña almohada que tiene entre las manos.
— No he visto a ningún familiar tuyo venir a buscarte. Y eso me preocupa.
T/N baja la mirada, apretando un poco más la almohada.
— No tengo a nadie más... — murmura — No he visto a ningún familiar tuyo venir a buscarte. Y eso me preocupa.
T/N baja la mirada, apretando un poco más la almohada.
— No tengo a nadie más... — murmura—
El corazón de Yaga se encoge al escucharla. Extiende una mano y la coloca suavemente sobre la de ella.
— Quiero cuidarte, asegurarme de que estés bien, no solo aquí, sino después de que salgas del hospital. T/N... Me gustaría ser tu tutor, alguien en quien puedas confiar, que esté ahí para ti, siempre.
— ¿De verdad? — pregunta con incredulidad.
— Sí — responde Yaga, con firmeza. — Pero necesito tu ayuda. Tengo que hablar con un juez y convencerlo de que es lo mejor para ti. Y si estás de acuerdo, si quieres que sea tu tutor, necesitaré que me lo digas.
T/N asiente lentamente, una lágrima rodando por su mejilla.
— Quiero estar contigo, Yaga-san.
Los días siguientes están llenos de preparativos. Yaga reúne testimonios de médicos y enfermeras que han visto su dedicación hacia T/N, busca pruebas de que ningún otro familiar se ha presentado, y prepara su caso para el tribunal. Cada vez que visita a la niña, le cuenta un poco sobre el proceso, asegurándose de que ella entienda lo que está en juego, pero también dándole la seguridad de que no tiene que preocuparse.
Finalmente, el día de la audiencia llega. Yaga se encuentra sentado en la pequeña sala de espera del juzgado con su abogado, sus pensamientos son un torbellino de incertidumbre. A pesar de la calma que intenta proyectar, el peso de lo que está en juego es abrumador. El juez entra en la sala, seguido de un par de asistentes y un representante del estado. La atmósfera se vuelve tensa, y Yaga siente un nudo formarse en su estómago. Respira hondo y se levanta, preparándose para lo que vendrá.
— Señor Yaga, puede tomar asiento — dice el juez con voz firme, pero no sin cierto tono de cansancio. Parece ser un hombre que ha visto muchas historias tristes, y esta no es la excepción.
Yaga asiente, sentándose frente al juez, mientras el representante del estado se acomoda en la mesa opuesta. La tensión en la sala es palpable, casi asfixiante.
— Hemos revisado los antecedentes del caso — comienza el juez, hojeando algunos documentos en su escritorio —. La niña, T/N Hamari, ha estado bajo el cuidado del hospital durante las últimas semanas, y según el informe, usted, Masamichi Yaga, ha estado visitándola regularmente. ¿Es correcto?
— Así es, su señoría — responde Yaga con voz firme, intentando controlar los nervios.
— Y según entiendo, no tiene ningún parentesco directo con la niña, pero está solicitando la custodia completa. ¿Puede explicar por qué cree que sería el tutor adecuado para la niña?
Yaga toma un momento antes de responder, eligiendo cuidadosamente sus palabras.
— Su señoría, sé que no tengo un vínculo de sangre con T/N, pero he pasado tiempo con ella, la he visto en sus momentos más vulnerables. Esta niña ha pasado por algo que ningún niño debería experimentar. Ha perdido a su familia y está lidiando con algo que pocos pueden entender. Creo que soy la persona más capacitada para ayudarla a sobrellevar este dolor y guiarla en un camino seguro.
El abogado de la otra parte, un hombre de mediana edad con una expresión fría, interviene rápidamente.
— Su señoría, quisiera señalar que el señor Yaga no tiene ninguna relación legal con la menor. Además, Ayato Hamari, el hermano mayor de T/N, aunque actualmente desaparecido, sigue siendo su pariente más cercano. La familia Haiwara tiene un historial respetable y sería inapropiado entregar la custodia a alguien que no tiene ningún vínculo legítimo.
Yaga siente un nudo en el estómago al escuchar esas palabras. El recuerdo del hermano de T/N, de cómo huyó sin siquiera mirar atrás, se mezcla con su determinación de protegerla.
— Con todo respeto, su señoría, — dice Yaga, su voz cargada de emoción, — Ayato Hamari abandonó el hospital sin dar explicaciones y no ha hecho ningún esfuerzo por contactarla o cuidarla. La niña ha estado completamente sola, sin ningún familiar que se haya presentado por ella. Es mi deber asegurarme de que esté en un entorno seguro y estable.
El juez lo mira con una mezcla de curiosidad y escepticismo.
— Señor Yaga, entiendo su preocupación, pero este tribunal debe actuar en el mejor interés de la menor. Necesito pruebas concretas de que usted puede ofrecerle un entorno adecuado. Además, hay que considerar las circunstancias actuales y el hecho de que el hermano podría regresar en cualquier momento.
El abogado de la otra parte asiente, aprovechando la duda sembrada en el juez.
— Su señoría, — añade el abogado de Yaga, — hemos presentado evidencia de que el señor Yaga ha sido el único soporte emocional y físico para la niña en estos días cruciales. La niña ha mostrado una mejoría significativa desde que el señor Yaga comenzó a visitarla regularmente. Esto, en sí mismo, es un testimonio de su capacidad para cuidarla.
El juez vuelve a revisar los documentos, pensativo.
— Lo que ustedes dicen es válido, — admite el juez, — pero necesitamos más que buenas intenciones. El bienestar emocional de la niña es esencial, pero también lo es su estabilidad a largo plazo.
Finalmente, el juez suspira, mostrando por un instante el peso de la decisión en sus hombros.
— Este es un caso complejo, y necesito tiempo para deliberar, — dice, su voz mostrando un dejo de compasión. — La audiencia se aplazará hasta nuevo aviso. Necesito revisar más a fondo la situación del hermano mayor antes de tomar una decisión final.
El martillo golpea la madera, y la audiencia se da por concluida. Mientras todos comienzan a salir, Yaga permanece sentado, su mente corriendo con pensamientos.
2 de octubre - 21:25 p.m
La noche es fría y oscura cuando el equipo de policía llega a la vivienda de la familia Hamari. Las luces azules y rojas de las patrullas iluminan la fachada de la casa. El jefe del equipo, el inspector Takeda, siente un escalofrío mientras observa la escena antes de entrar.
— Aquí hay algo muy mal, — murmura Takeda a su compañero, el oficial Nakamura, mientras ambos se acercan a la puerta principal, que está entreabierta.
— ¿De verdad crees que encontraremos algo aquí, jefe? — pregunta Nakamura, la incertidumbre en su voz evidente.
Takeda no responde, pero su mirada dice mucho. Con una señal de su mano, indica a los oficiales que se preparen para entrar. La puerta se abre lentamente, revelando el caos que los espera dentro.
El interior de la casa está en un estado de devastación absoluta. Los muebles están volteados, como si hubieran sido arrojados con una fuerza inhumana. Cristales rotos crujen bajo sus botas mientras avanzan, y el aire está cargado con un olor acre, casi insoportable. Pero lo que realmente les pone la piel de gallina son los dibujos y frases aterradoras que cubren las paredes.
— ¿Qué demonios? — exclama uno de los oficiales, retrocediendo al ver las imágenes. Son dibujos de figuras sombrías, rostros desfigurados que parecen estar gritando en silencio, atrapados en una pesadilla perpetua.
— Jefe, mire — pregunta Nakamura, su voz temblando mientras señala una de las frases pintadas en la pared: "No hay escape, no hay salvación". "Está en todas partes" "No pregunten" "Olvida mi nombre".
Takeda siente el peso de la situación mientras avanza más profundamente en la casa. Pero es cuando entran en la sala principal cuando todos quedan paralizados por la visión frente a ellos.
Un símbolo enorme, cubriendo casi toda una pared, está pintado en un rojo oscuro que se asemeja demasiado a la sangre. El símbolo es complejo, con líneas y curvas que parecen formar una figura abstracta, pero hay algo en él que induce un miedo primordial en todos los presentes.
— ¿Qué es eso? — susurra Nakamura, incapaz de apartar la mirada del símbolo.
— No lo sé, pero no es nada bueno, — responde Takeda, intentando mantener la calma. Se da la vuelta hacia los oficiales. — Revisen cada habitación. Quiero saber qué pasó aquí.
Los oficiales se dispersan por la casa, pero Takeda y Nakamura se dirigen a lo que parece ser la única habitación intacta. La puerta está cerrada, pero Takeda la abre lentamente, y lo que encuentran es un contraste inquietante con el resto de la casa.
La habitación es pequeña, con una cama perfectamente hecha y juguetes ordenados en una estantería. Todo parece estar en su lugar, como si la destrucción del resto de la casa no hubiera tocado este espacio en absoluto. En el centro de la cama, hay una pequeña nota doblada cuidadosamente.
— ¿Qué? — murmura Nakamura, mirando a su alrededor, intentando entender cómo esta habitación pudo haber escapado al caos.
— Juzgando por los juguetes y el decorado. Esta debe ser la habitación de la niña —. Dice Takeda
— Señor — hace presencia uno de los policías —. Las habitaciones de los padres y hermano están destruidas. Pero encontramos una cámara de video entre el desastre. Podría contener algo.
— Llévenla para ser catalogada como prueba.
— Sí, señor —. El soldado se retira
— "Háganse cargo de mi hermana. No pregunten, no me busquen... yo no existo". — Takeda lee en voz alta, pero su voz se quiebra al final. La nota está escrita con una mezcla de dolor y furia, y cada palabra parece sangrar desesperación.
— Es del hermano, ¿no? — pregunta Nakamura, aunque la respuesta es evidente.
Takeda asiente lentamente, todavía procesando lo que acaba de leer.
— Sí, es de él. Pero... ¿Qué le pasó? ¿Y qué demonios dice aquí? — se pregunta, su voz cargada de preocupación y curiosidad al ver lo último escrito.
— No lo sé, creo que está en otro idioma, pero no sé cuál.
Un grito desde la otra habitación rompe la concentración de los inspectores. Takeda y Nakamura corren hacia el lugar de donde proviene el sonido, encontrando a uno de los oficiales en el suelo, temblando y pálido.
— ¡¿Qué pasó?! — exige Takeda, agachándose junto al oficial.
— En... el espejo, jefe... algo... algo me miraba desde el espejo, — balbucea el oficial, señalando con un dedo tembloroso hacia el espejo roto en la pared opuesta.
Takeda se levanta lentamente y se acerca al espejo, pero no ve nada más que su propio reflejo distorsionado por las grietas. Sin embargo, el aire en la habitación parece volverse más pesado, más opresivo.
— Salgamos de aquí, — ordena Takeda, sintiendo que lo que sea que haya sucedido en esta casa no es algo que puedan manejar con sus procedimientos habituales.
Mientras se retiran, no habían notado que en la habitación de la pequeña les revela un detalle inquietante. Uno de los juguetes, un conejo que parecía estar en perfecto estado, ahora tiene una sonrisa torcida y ojos que parecen seguirlos mientras salen de la casa.
8 de octubre - 3:00 p.m.
La sala del tribunal está en silencio, cargada de tensión. Los abogados y los testigos guardan sus palabras mientras el juez se prepara para dar su veredicto. La luz tenue que entra por las ventanas altas proyecta sombras largas y ominosas sobre los rostros de todos los presentes. Es el momento que todos han estado esperando, el veredicto que decidirá el futuro de T/N.
El juez, después de una pausa prolongada, finalmente habla.
— Hemos considerado todas las evidencias presentadas en este caso. La salud mental y emocional de la menor, el abandono por parte de sus familiares, y, por supuesto, los recientes acontecimientos que la han dejado aún más vulnerable. — El juez hace una pausa, observando a todos en la sala antes de continuar. — Pero antes de llegar a un veredicto, hay un asunto más que debemos discutir.
El abogado de Yaga se adelanta, su tono afilado mientras presenta un nuevo documento al juez.
— Señoría, antes de que emita su veredicto, quiero que considere esta nota que fue encontrada en la vivienda de la familia Hamari. — Su voz adquiere un tono más grave mientras prosigue. — Es una nota de despedida del hermano de la niña, quien, como se ha informado, escapó del hospital y no ha dado señales de vida desde entonces.
El juez toma la nota y la lee en silencio, su expresión se vuelve más sombría con cada palabra. Finalmente, la coloca con cuidado sobre su escritorio y mira a Yaga.
— Esta nota es...perturbante. — Sus ojos se endurecen. — Señor Yaga, ¿tiene algo que decir en respuesta a esto?
Yaga asiente, dando un paso adelante.
— Señoría, no puedo cambiar lo que ocurrió con el hermano de T/N, ni puedo pretender entender completamente por lo que pasó. Pero lo que sí sé es que T/N merece una oportunidad para sanar, para crecer en un ambiente donde se sienta segura y amada. — Su voz es firme, pero hay un matiz de súplica en ella. — He estado a su lado desde el accidente, y aunque no soy su familia de sangre, la considero como tal. Todo lo que pido es que me permitan ser esa figura para ella. No hay nadie más que haya venido por ella.
El tribunal queda en silencio. Todos parecen contener la respiración, esperando la respuesta del juez. Finalmente, él cierra los ojos un momento, como si estuviera ponderando el peso de la decisión que está a punto de tomar. Luego, los abre y su voz, aunque firme, lleva una suavidad inesperada.
— He considerado todas las pruebas y testimonios presentados. Está claro que la menor ha pasado por una experiencia traumática que ha dejado una marca profunda en su vida. — Hace una pausa, mirando a la niña con una expresión de compasión. — Y en vista de la ausencia de otros familiares y la situación actual de su hermano, no veo una alternativa mejor que otorgar la custodia al señor Yaga.
El juez golpea el mazo sobre el estrado.
— Señor Yaga, la custodia de la menor T/N Hamari le es otorgada, con la condición de que se someta a una supervisión regular por parte de los servicios sociales. Esta corte espera que usted provea un ambiente seguro y estable para la menor
Yaga siente una oleada de alivio, aunque su rostro solo refleja una ligera inclinación de cabeza en señal de respeto.
— Lo haré, señoría. — responde con voz firme.
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Estación de policía de Shinjuku. Cámara 1 08:10 19:37:10
La estación de policía de Shinjuku está en silencio, solo interrumpido por el suave zumbido de las luces fluorescentes y el sonido ocasional de pasos en el pasillo. Los inspectores Takeda y Nakamura revisan las cajas de pruebas acumuladas en una sala de evidencia.
Entre las cajas, descubren la cámara, cubierta de polvo y con el brillo apagado, descansando sobre una mesa. Los inspectores, con el semblante serio, se miran y luego se inclinan sobre el dispositivo, sus rostros iluminados por la luz tenue de la sala.
19:47:13.
La cámara está en el suelo, ahora desordenada y rota, como si hubiera sido arrojada con fuerza. Takeda y Nakamura están de pie frente a ella, sus miradas fijas en los objetos desparramados... y con sus pistolas en mano.
Un eco sordo resuena en la estación de policía, seguido por el silencio absoluto.
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