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16| Hacer lo que se Debe

El teléfono suena, logra robar mi atención de la hermosa "fogata" que hice.

Sin siquiera fijarme en el número atiendo.

—¿Dónde están? ¿Se encargaron de él?

—Oh, hola Massimo.

—¡Mikey! —grita.

—Ya, ya, no estoy sordo anciano.

—¿Dónde están Adney y Alexei?

—Esos dos, justo ahora deben estar pasando por el purgatorio... Si creían en el.

—¿De qué mierda hablas? —vuelve a gritar.

—Espera, te enviaré un vídeo.

Cuelgo antes de que pueda replicar. Entro a la cámara del teléfono y capturó la "hermosa" escena.

Mi antigua casa, aquella que alojaba mis recuerdos, ardiendo. Las llamas naranjas devoran la madera, el humo sube en forma de espiral hasta el cielo. Los fantasma de mi pasado están siendo purificados por las flamas.

Un suspiro escapa de mis labios, se siente tan liberador...

Le envio el vídeo a Massimo. Aparto la mirada del teléfono para seguir viendo las llamas.

Las sirenas resuenan, el teléfono vuelve a sonar; es hora de huir.

Empiezo a correr, en dirección contraria a las sirenas, y atiendo la llamada.

—¡Tu, maldito! ¿Qué hiciste? —grita de forma iracunda.

—Los queme hasta su muerte, ¿no es obvio? —suelto de forma cínica.

—¡Estás muerto Mikey!

—Yo me siento vivo, más vivo que nunca.

—¡Mocoso de mierda!

—¡Esto solo acaba de comenzar! —grito y una carcajada escapa.

La llamada se corta, una sonrisa de triunfo se dibuja en mi rostro.

—Mocoso, eres un idiota —ruge la bestia.

—Cállate —ordeno.

Me detengo cuando el sonido de las sirenas ya no me llega, volteo solo para ver el ahora diminuto pilar de humo, ¿así que aún no controlan las llamas?

Esto es tan fabuloso... ¡Este caos es tan hermoso!

Oh Massimo, Massimo, este caos tan solo está empezando.

La bestia está suelta.

                     [———————]

—Lo siento estamos ce-

Veo como su expresión se tuerce en cuestión de segundos, pasa de ser un gerente respetable a un patético gato asustadizo, no lo culpo, encontró el peor trabajo posible... No debe ser fácil dirigir el falso local de Ashley, al fin y al cabo ella lleva el título de: "los ojos de la calle del pecado".

—¿Sigue aquí?

—Si-si señor, está abajo.

—Genial.

El hombre se hace aún lado, temblando como ternero que es llevado al matadero. Una pequeña sonrisa se dibuja en mi rostro, paso, y sin dirigirle la palabra bajo hasta la "oficina" de Ashley.

—¿Y ahora quién es? ¿Otro perro faldero de Massimo, algún puto mercenario? —replica sin siquiera verme.

—Vaya recibimiento me das... ¿Acaso no intentaste salvarme?

La peli azul se sobresalta, abandona su trabajo delante de un ordenador y voltea a verme.

—Mikey...

—Si, sigo vivo —suelto sin ánimos.

—Lo lamento Mikey, yo.

—Intentaste ayudar —interrumpo—, solo que no entendí la advertencia... No vayas con él, ¿qué hubiera pasado si te oía?

—No lo se... Auri tal vez —comenta optimista.

—No... No me digas que estaría viva, no pongas más pesares sobre mis hombros.

—Lo lamento.

Yo también lo lamento... Si Auri no me hubiese conocido, tal vez, solo tal vez seguiría con vida.

Si yo hubiese muerto en ese callejón, si Massimo no me hubiese salvado.

Todo esta maldita situación.

—¿Tu le dijiste a ellos dónde encontrarme?

—Si... ¿Dónde están, no vienen contigo?

Un suspiro escapa de mis labios. Ashley, hiciste lo mejor que pudiste, lo que tú corazón te señalo como correcto.

Así que ya no hay vuelta atrás.

Dejo mi arma contra el rostro de la chica, una vez más se sobresalta; pero de la nada se calma, me regala una mirada carente de emociones.

—¿Vas a matarme? —pregunta de forma tétrica.

—Tu sabes acerca de mi... Y no puedo dejar cabos sueltos.

—Ya veo... ¿Así qué no debí ayudarte?

—Lo lamento Ashley, no es nada personal —señalo, y le quitó el seguro al arma.

—Lo entiendo Mikey, siempre supe que tendría un final como este.

—La muerte solo es el comienzo...

—Aja, claro... Intenta aliviar tu moral.

Ella cierra los ojos, lista para recibir el disparo. Yo dejo escapar otro suspiro...

Nunca quise llegar a esto, pero ahora no hay vuelta atrás, es todo o nada.

Y lo necesito todo... Su información.

Ashley, gracias por todo... Hasta pronto.

                    [———————]

Me detengo en el centro, en la peor parte de los barrios bajos, rodeado por casas que son habitadas por los integrantes de "Cerbero".

Mi vista viaja por las calles, por los callejones, por las casas; sitios abandonados y llenos de grafitis, niños corriendo con paquetes negros, niñas paradas en las esquinas cubiertas solo por grandes suéteres, hombres y mujeres mendigando por comida... Estas son las verdaderas calles del pecado, abandonadas por Dios.

Un niño pasa a mi lado, por unos segundos su mirada se queda clavada en mi, y huye; una de las niñas repite esa acción, luego uno de los mendigos, y de la nada todos están huyendo, ¿de mi?

Un disparo rompe el silencio, todos los presentes se congelan. De una de las casas sale un hombre alto de piel bronceada, ojos oscuros como la noche y cabellera castaña y larga; en su mano descansa el arma humeante.

—Tienes valor al venir hasta aquí, perro de los Salvatore.

—No... Ya no soy un Salvatore.

La intriga se apodera de su expresión. Una sonrisa se dibuja entre sus labios.

—Entonces, ¿eres un perro sin dueño?

—Saltemos toda esta mierda —suelto irritado—, vine a hablar con tu jefe, solo a eso.

—¿Y se supone que te deje verlo así como así? ¿Me crees idiota? —replica.

Un suspiro pesado escapa de mis labios; saco el arma de mi cintura, el castaño me apunta con rapidez... Y arrojó el arma lo más lejos que puedo, hacia él.

—No vine a suicidarme, solo quiero hablar con tu jefe... Creo que tenemos un objetivo bastante parecido.

—¿A sí? ¿Cual?

—Asesinar a Massimo Salvatore. Librar las "Calles del Pecado" de los "demonios" que la dominan.

—Tu... ¿Hablas enserio?

—Nunca antes había hablado tan enserio. Es hora de que los demonios mueran.

Algo de duda se dibuja en el rostro del bronceado, mi mirada viaja por todo el lugar, todos están igual que él... No los culpo, ¿quién creería en su antiguo enemigo?

—En pocos meses te formaste una gran reputación. El nuevo miembro de la familia Salvatore: Mikey "La Bestia" Salvatore; siempre quise conocerte, pero esta es una gran sorpresa chico.

El dueño de la voz aparece al lado del bronceado. Un hombre de unos 30 o 40 años, de cabellera negra con canas plateadas, ojos color ámbar y piel oscura; vistiendo una simple camisa de cuadros y un pantalón negro.

—¿Quién eres?

—¿Por qué no pasas y te lo digo? —me ofrece.

El moreno ve con sorpresa al hombre, este solo le hace una seña; resignado se aparta de la puerta y me ve.

—¿Vamos, Mikey? —pregunta el mayor.

El bronceado me regala una mirada llena de odio.

—Si, vamos —acepto.

Con solo dar un paso dentro de la casa mis alertas se activan, este sitio es peligroso. Varios de los residentes me ven de la misma forma que el bronceado, otros me gritan, maldiciendo me.

El hombre me lleva a un pequeño cuarto con apariencia de oficina. Una mesa bien cuidada con una silla detrás de ella, una lámpara y un desastre de papeles; nada como la oficina gigantesca y ostentosa de Massimo.

—No todos podemos costear nos grandes lujos.

—Pero los traficantes si, ¿o no? —suelto de forma altanera.

—No si intentamos mantener nuestra ciudad a flote —señala tranquilo.

¿Mantener la ciudad a flote...? ¿De qué habla este tipo?

Sin decirme algo se quita la camisa y me da la espalda; un gran tatuaje de "cerebro" la cubre por completo... El can del averno, el protector del inframundo...

"Cerbero", los "protectores" de las "Calles del pecado".

—Tu eres...

—Si, el jefe, con quien tanto deseabas hablar —señala y vuelve a ponerse la camisa.

—Nunca antes habías dado la cara.

—No podía dejar que mis enemigos supieran de mi, pero uno de ellos vino a mi guarida, por voluntad propia, queriendo derrocar a su jefe, ¿por qué?

—Massimo. Ha ido muy lejos...

Aprieto el collar, aquel que sigue en mi bolsillo y tiene todo lo que me queda de Auri...

—Te uso, y se deshizo de ti, ¿no? —pregunta como si fuese obvio.

No contesto, aprieto con más fuerzas el collar.

—Eso hace con todos, no somos más que peones en su juego.

Mi vista se encuentra con la suya; el hombre sonríe mostrándome un diente de oro.

—¿Te cansaste de ser usado?

—Ya fue suficiente —suelto lleno odio.

—Eso pensamos todo, y por eso queremos hacerlo caer. Massimo corrompió aún más nuestras calles, y ahora debe pagar por ello.

—El "demonio" debe caer.

—Ya lo entiendes niño, pero dime, ¿qué puedes hacer tú para hacerlo caer?

¿Qué podría hacer yo?

Yo crearía un caos digno de su caída, pondría toda la ciudad patas arriba solo para recordarle algo a Massimo.

Él no gobierna estás calles.

No es un "Dios".

—Oh, créeme, ni te lo imaginas —respondo con malicia.

Él hombre sonríe

Yo tambien.

El caos, acaba de empezar.

Continuará..

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Hasta aquí el capítulo, espero les haya gustado, estrellita y compartir ayuda mucho. Nos vemos en el próximos capítulo amigos (que será mucho más impactante que este, no se lo verán venir).

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