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05| Corrupto

No hubo castigo, no hubo reprimenda, no hubo problemas; pero la mirada llena de decepción que me dio Massimo logró darme a entender que todo está mal.

No me ha vuelto a llamar para hacer algún trabajo, llevo ya dos semanas en el apartamento que él mismo me dio sin saber nada de él, eso es una clara señal de problemas, estoy jodido, tan jodido…

Cuando Massimo reaparezca, ¿será para matarme?

Si no hubiese dudado, si simplemente los hubiese matado, si esa maldita “bestia” no me siguiera. Aprieto mis puños, siento la rabia por todo mi cuerpo, si no fuese tan jodidamente patético todo estuviese bien.

Si fuera un verdadero Salvatore todo estaría bien.

El teléfono suena, calmo por poco mi rabia creciente. Tomo el teléfono solo para ver que el mismísimo diablo me llama, Massimo… Tomo aire y atiendo.

—Diga.

—Necesito que hagas un trabajo, tu compañero te está esperando afuera.

La llamada termina; el tono gélido y oscuro de Massimo no me ayuda en lo más mínimo, no hay otra respuesta, yo estoy realmente jodido.

Me visto con una simple camisa negra de botones y un pantalón de mezclilla, unos botines deportivos negros y sin mas salgo. Afuera un gran auto deportivo descansa, y delante del un chico que parece tener mi edad.

—¿Tú eres Mikey?

Su tono me sorprende, no porque sea oscuro, tampoco porque sea cruel; me sorprende por lo tranquilo que suena, este chico no parece un mafioso, ni siquiera un delincuente, parece una persona normal…

—Ah, ¿eres mudo? —bromea.

El moreno esboza una sonrisa mientras rasca su nuca, mi mirada se posa sobre sus rastas oscuras.

—Geniales, ¿verdad? —suelta con orgullo.

—Sí, claro.

Una pequeña risa escapa de sus labios, alisa su camisa morada con sus manos y deja descansar las mismas en los bolsillos de su pantalón oscuro; es imposible que este tipo sea un mafioso, no trabaja para alguien como Massimo Salvatore, él realmente parece normal, y agradable.

—Adney Salvatore —extiende su mano.

—Mikey… Mikey Salvatore —También extiendo mi mano.

Adney sonríe una vez más, y al hacerlo oigo como una chica que pasa cerca suspira… Si esa pobre supiera que este chico es parte de los Camorra.

—¿Vamos?

—Sí.

El moreno se sube al auto, yo me subo a su lado; así que esta vez este chico, Adney, será mi compañero, me pregunto, ¿qué clase de trabajo haremos esta vez?

                    [———————]

¿A dónde vamos? Adney conduce con calma por toda la ciudad, no se detiene en ningún sitio específico, y de la nada se adentra a un centro comercial y deja el auto en el estacionamiento.

—Vamos, llegaremos caminando —señala tranquilo.

—¿A dónde vamos? —dejo al aire mi desconfianza.

—Ya verás.

A caso, ¿él va a matarte? Este no es un trabajo, es mi ejecución, ¿cierto? Por fallar ese día ¿Así que hoy moriré?

Caminamos por la ciudad con calma, siento el ambiente demasiado pesado, mi cuerpo demasiado tenso, ¿pero cómo se supone que me sienta? ¿Cómo se supone que se debe sentir alguien que sabe que su muerte está cerca?

Para esto los Camorra me salvaron, para luego quitarme la vida… Si tan solo hubiese hecho lo que debía, si hubiese matado a quien debía.

Si hubiese callado esa sombra.

—¿Pasa algo Mikey? Te ves tenso.

—No pasa nada —Le replico.

Adney se detiene, noto donde estamos, en un callejón ¿Así que será aquí?

Llevo mi mano a mi cintura, listo para cometer una locura, listo para lo peor; Adney se da vuelta, sin portar algún arma, sin la mirada de un asesino, con una pequeña sonrisa decorando su rostro.

—Mikey, ¿crees que voy a matarte? —pregunta divertido.

Mi cuerpo se tensa, mis dedos rozan la culata del arma.

—No, papá no me pidió asesinarte —susurra con un tono extraño.

Mi cuerpo se relaja un poco por sus palabras… Espera ¿Papá?

—¿Papá? —repito confundido.

—Massimo Salvatore —susurra—, mi padre.

Massimo, ¿este chico es hijo de Massimo? Aparto mi mano del arma con miedo, ¿estuve a punto de matar al hijo de Massimo?

—¿Sorprendido? ¿Pensabas que Massimo solo tenía dos hijos? —Me pregunta sonriendo.

¿Dos hijos…? Massimo, ¿tiene otro hijo?

—Espera ¿No lo sabías?

—El único hijo de Massimo… Es Piero, ¿no?

Oigo como un gruñido escapa de sus labios, veo como aprieta sus puños. Al alzar su mirada lo noto, esos ojos verdes oscuros están poseídos por la ira, él definitivamente… Odia a Piero.

—Claro, maldición, ¡Piero, el favorito, y Gianna su adoración!

¿Gianna?, ¿quién carajos es Gianna?

—¡Y yo solo soy el error! —grita perdiendo los estribos.

Golpea la pared, el ruido seco opaca el silencio y sus gruñidos rompen la delgada calma.

Este es Adney Salvatore… Un demonio disfrazado de humano.

—Vamos, tenemos trabajo que hacer —suelta abandonando su calma.

—Claro…

El chico que hace una hora fue a buscarme desapareció, el Adney calmado ya no está; delante de mí solo hay un ser iracundo, un Salvatore…

Y no creo que sea buena idea llevarle la contraria.

                      [———————]

Nos adentramos en un bar, al vernos la televisión es silenciada, las conversaciones mueren, el ambiente se tensa. Adney se acerca como si nada hasta la barra, yo lo sigo en silencio.

—¡Es un placer verlo aquí! —suelta con entusiasmo el bar-tender.

—¿Tu jefe? —pregunta Adney con un tono gélido.

—¡En su oficina, señor!

Noto como las manos del pobre hombre tiemblan, así que no es entusiasmo lo que siente, es miedo, igual que todos… Sienten miedo por la presencia de Adney.

El moreno se adentra a un pasillo, como si fuese su casa, y yo lo sigo. Terminamos por llegar a una pequeña oficina, y antes de que podamos abrir la puerta esta se abre por si sola.

—¡Adney, que placer verte! —dice un hombre.

El desconocido que viste un traje blanco lo abraza, Adney ni se inmuta, solo lo ve.

—Sabes por qué estoy aquí —suelta con ese tono gélido.

—Claro que lo sé, ven, aquí tengo tu dinero —suelta el hombre con nerviosismo.

Ambos se adentran a la oficina, yo me quedo afuera. Así que, ¿este es el trabajo?
Cobradores, esperaba algo más movido, más turbio… Más peligroso.

—Esperabas poder matar…

Mi cabeza duele, un pequeño jadeo escapa; maldición ¿Por qué ahora?, ¿por qué?

—Asesino.

Yo… Yo lo hice para sobrevivir.

—Ibas a matar a Adney, ¿también para sobrevivir?

Yo…

—Eres… Igual que yo.

«¡No!».

Me balanceo, termino apoyado contra la pared, sintiendo como me falta el aire, sintiéndome asqueado, débil y patético.

«Yo ¿Me estoy convirtiendo en él? ¿Me estoy volviendo una “bestia”?».

—Sí, él es Mikey —oigo del otro lado—Él es la prueba de lo que los Yakuza te pueden hacer si no nos pagas.

Oigo como el hombre traga saliva.

—Seguiré confiando mi seguridad en ustedes.

No hay otra palabra, y pocos momentos después Adney sale de la oficina.

—Mikey es… ¿Estás bien? —suelta al verme.

—¿Por qué no lo estaría? —respondo para incorporarme.

Mi cuerpo no quiere reaccionar, por poco me voy de cara al piso; pero al último momento siento las fuerzas volver y me enderezo.

¿Asesino o bestia? ¿Un Trembley o un Salvatore?, ¿qué es peor?

¿Qué seré?

—Te ves terrible, tal vez…

—Vamos —Lo interrumpo—, supongo que aún hay trabajo por hacer.

Adney no dice nada, guarda el dinero que le ha dado ese hombre y sin más nos vamos. Agradezco que no haya querido hablar más, porque de seguro… Me hubiese desmoronado delante de él.

Recorremos la ciudad, cobrando el dinero que nos deben, que le deben a los Camorra. Un trabajo sencillo, sin ninguna complicación, raro.

—Bien, del siguiente te encargas tú —Me informa.

—¿Eh?

Yo, hacer el último trabajo, yo, ¿por qué? Estoy a la perfección siendo un simple espectador… Así no seré capaz de arruinarlo.

Así me evitaré problemas.

—Vamos, es fácil, ya viste como lo hago —señala—, además, ese respirador lo pondrá nervioso —sonríe.

Un suspiro escapa de mis labios, pero él no lo nota.

—Bien, es ahí —señala una sastrería.

Así que no tengo otra opción. Me adentro a la sastrería, la misma está vacía, no hay ni un alma… Raro.

—Estamos por cerrar, si fuera tan ama…

El hombre de unos 50 años se digna a alzar su vista, y al verme corta sus palabras, su expresión se altera, no parece asustado, pero si se ve sorprendido, sorprendido de ver a un enmascarado.

—Lamento interrumpirlo, pero vengo por lo que le debe a los Camorra —suelto serio.

Su expresión cambia, ya no parece sorprendido, ahora está completamente serio. Alisa su cabellera canosa con su mano y deja sus ojos azules sobre mí.

—Bueno chico, buen chiste, ja ja, ya me reí, ahora largo —replica bastante disgustado.

—No es un chiste. Debe pagarnos.

—¿Debo? ¡Debo! ¡Ustedes malditos fenómenos —gruñe, furioso—, si ninguno de los de su calaña estuviera aquí estaríamos a la perfección!

El hombre abandona la barra, se acerca a mí y sin previo aviso me empuja; logra hacerme retroceder unos pocos pasos.

—¡Lárgate ya mismo! —grita.

No aparta su mirada de mí, tampoco su dedo acusatorio; todos los cobros habían sido fáciles, todos menos este… Este tipo se está haciendo el difícil, quiere joderme el día… Quiere provocar mi muerte.

Si fallo un trabajo más estoy muerto, no habrá otra oportunidad.

Saco mi arma de un movimiento rápido, le apunto directo a la cabeza. El hombre se espanta, retrocede unos pocos pasos sin apartar su mirada de mí.

—Vamos… Vamos chico, baja eso —Me pide relajando su tono.

Veo su boca moverse, pero sus palabras no me llegan… Él solo quiso tratarme con respeto cuando sintió su vida peligrar, ¿esta es la realidad?

¿Los asesinos son los que tienen más poder?

¿Solo las bestias tenemos este poder?

—Te-ten, solo guarda eso chico —dice en voz alta el hombre.

Un sobre con dinero descansa sobre la mesa, el hombre lo deja ahí… El mismo hombre que hace unos momentos me gritaba de forma iracunda, ahora me da el dinero que le pedí mientras tiembla y teme por su vida… Esto, ¿es poder?

—Sí, es el poder de controlar el destino.

Esta vez, su voz fantasmal logra espantarme, no suena como una bestia, suena como un simple humano… Un simple humano que controla el destino de alguien más.

Como yo lo hago justo ahora.

Mis manos tiemblan, la simple idea de ser como “él”, de ser una “bestia”; esa simple idea me provoca malestar… Yo, ¿en qué me estoy convirtiendo?

Guardo el arma, tomo el dinero, y le doy una última mirada al hombre.

—Tenga buen día…

No escucho la respuesta de ese hombre, pero aun así una solo palabra se clava en mi mente, una respuesta que yo mismo cree a mi despedida: “un buen día es justamente lo que no tuve”.

Vuelvo con Adney, finjo estar bien, empujo todos mis problemas al fondo de mi mente, y sin más lo veo.

—¿Cómo te fue?

—Bien… Me fue bien —miento.

Y ni siquiera yo creo esa mentira.

Recorremos los solitarios callejones, sin hablar, sin vernos, concentrados en volver al auto y acabar con este día de mierda. ¿Quién lo diría? Incluso un trabajo tan sencillo puede joderme.

Cualquier cosa relacionada con la mafia puede joderme.

—Mikey, ¿Qué ocurrió?

¿Qué ocurrió? Es obvio, ¿no? Estoy aterrado, aterrado, de convertirme en alguien como “él”, pero si no lo hago, ¿siquiera sobreviviré…? Maldición.

—Nada.

—No soy tan idiota como para creerte —replica—, ¿qué demonios ocurrió?

—¿Y por qué esto te interesa? —replico con molestia.

—Porque somos compañeros… Somos iguales.

¿Somos iguales? ¿El hijo de Massimo, y yo, iguales? Ja, ja, ja, ja, que puto chiste.

—¡Pero mira que nos trajo el viento!

Ese acento asiático logra tensar mi cuerpo, Adney voltea con calma para ver a los dos “invitados” indeseados que se unieron a nuestra charla, yo hago lo mismo intentando ocultar mi miedo.

—Vaya, la basura se salió del contenedor —Se burla Adney.

—Y Halloween se adelantó —Uno de ellos me señala.

—¡Vaya! Ese chico sí que da miedo —Se burla el otro.

Estos dos asiáticos; uno de ojos café y cabello largo, el otro de ojos negros y cabello corto, ambos vistiendo un traje blanco.

—¿Qué mierda quieren? —Les gruñe Adney.

—Que se larguen, este territorio nos pertenece —Le responde el de ojos café.

—¿Les pertenece? ¡Este sitio es de los Camorra!

—Sí, ¿y quién lo decidió? —El de ojos negros saca un cuchillo de su cintura.

Adney deja escapar otro gruñido, trago saliva.

«¡Mierda! ¡Mierda!».

Se está repitiendo, la historia se está repitiendo, de nuevo dos estúpidos yakuzas me van a dar una paliza, de nuevo terminaré en el hospital, de nuevo…

—¡Qué patético…!

¿De nuevo? Aún no me han golpeado, aún no me han herido, ¿y ya estoy aterrado?

¿Tan jodidamente patético soy?

El asiático de ojos negros se acerca con pasos lentos a Adney, con su cuchillo en mano, listo para realizar un corte mortal. Listo para joder una vida.

Él tiene el destino de otra persona en sus manos, tiene ese “poder”, él es una “bestia”. ¿Y yo qué soy?

El disparo rompe el tenso silencio, el cuerpo del asiático cae al piso, el retroceso del arma logra lastimar un poco mi mano.

El moreno voltea a verme, el asiático también; abre su boca para dejar escapar su rugido de “bestia”, mi bala lo calla, su cuerpo cae al piso sin vida.

Dos “bestias” muertas, yo las maté… Por mi bien, por el de Adney, para sobrevivir yo… ¿En qué me convertí?

—¡Oh Dios! Mikey, ¿qué hiciste? —Me pregunta alterado.

¿Qué hice?, ¿qué demonios hice? Los maté sin dudarlo, maté a dos personas…

—Lo, evite.

—¿Qué cosa? ¿Qué cosa lograste evitar?

—Que nos matarán… Yo lo hice para salvarnos —respondo en voz alta.

No para convencerlo a él, sino para convencerme a mí mismo.

—Mierda Mikey, ¡teníamos un tratado de paz!, ¡no podíamos atacarnos! —Me grita consternado.

—¿Qué?

«¿Paz? ¿Había paz entre los Camorra y los Yakuza?».

Veo los cadáveres de ambos yakuza, veo como se burlan de mí. ¿Yo voy a provocar el caos?

—Sabandija inútil, solo eres un error.

Aprieto mis puños, si nunca hubiese oído esa estúpida voz, si la hubiese ignorado… Si solo hubiese podio seguir con mi vida.

Si pudiera silenciarla para siempre.

Tomo el cuchillo de uno de los yakuza, me veo en el reflejo de su filo; mi cara a medio cubrir con mi máscara, mis ojos indecisos y llenos de miedo, mi rostro lleno de cicatrices. Todo por su culpa… Ya no más.

Mis propios ojos parecen ajenos a mí mismo, esa mirada decidida… Esa mirada llena de odio, ¿así es como soy en realidad?

¿Soy una “bestia”…? ¿Cómo “él”?

Todo duele ante esa idea, todo mi ser se niega a ello.

—¿Mikey?

—Tengo una idea, pero no será lindo.

Adney me ve confundido, yo le apunto con el cuchillo… Esto será todo, menos lindo.

                     [———————]

—¡Ayuda! —El chillido logra lastimarme.

Uso todas mis fuerzas para carga el cuerpo de Adney, la sangre de su brazo logra manchar el mío, la sangre se logra filtrar por mi pantalón, mierda… Esto no ha sido buena idea.

Ambos nos adentramos a la gran mansión Salvatore, al vernos todos detienen su andar monótono. Los alaridos de horror de las sirvientas logran aturdirme, los pasos rápidos eclipsan cualquier otro ruido.

—¿Qué ocurre aquí? —grita Massimo.

El hombre deja su mirada sobre nosotros, a su lado aparece Piero, quien nos ve sorprendido, y a su otro lado una chica de cabellos rubios y ojos verdes nos ve con terror.

—¿Qué les pasó? —pregunta Massimo consternado.

Se acerca a ambos con pasos rápidos.

—Los Yakuza nos atacaron —suelto la bomba.

Massimo se detiene, el ambiente se tensa, la mansión se llena de susurros ¿Así que creyeron la mentira?

—¿Qué pasó Adney? —pregunta Massimo con un tono gélido.

—Estaban en nuestro territorio… Nos atacaron sin razón alguna —responde sin alzar la vista.

La mirada de Massimo viaja a mí.

—Querían quitarnos el dinero, reclamar toda la zona para ellos —aparto la mirada—, tuve que… Tuve que matarlos.

Los susurros se detienen, todas las vistas se centran en mí. Siento la presión sobre mis hombros, sus ojos sobre mi nuca como cuchillos; si esto sigue así… No podremos mantener la mentira.

—Si Mikey no hubiese reaccionado… Estaríamos muertos —suelta Adney.

—Lleven a Adney con nuestra doctora —pide Massimo.

Todos vuelven a la realidad, siguen con su trabajo; dos de las sirvientas se acercan y toman a Adney.

—Nos creyeron —susurra directo a mi oído.

Y sin más se llevan a Adney, con sus brazos sangrantes y cortes en el abdomen; cortes que yo hice… Veo mi pierna, la adrenalina se va, pierdo todas las fuerzas y termino cayendo contra el piso.

—¡Mierda! —grito sin poder ocultar el dolor.

«Mierda, Adney, se te fue la mano con ese corte».

Massimo se acerca a mí, me ofrece su mano para ponerme de pie, yo la acepto.

—Gracias Mikey.

—No hace falta agradecer —susurro algo débil.

He perdido mucha sangre gracias a ese corte de Adney, logramos engañarlos… Al menos logré algo esta vez.

Una sirvienta morena se acerca a mí con rapidez, pone mi brazo alrededor de su cuello y me lleva a otra habitación; me aleja de la conmoción que creé.

Logré engañarlos a todos, nadie nunca sabrá quien rompió el tratado de paz.

Nadie sabrá que asesiné sin dudarlo…

Solo yo sabré… Que ahora soy una maldita “bestia”.

Y lo odio.

Continuará...

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Hasta aquí el capítulo, estrellita y comentar ayudar mucho. Hasta la otra amigos.

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