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03| Crueldad

No recuerdo la última vez que desperté así, sin alcohol, sin drogas. No recuerdo la última vez que desperté de esta forma, destrozado.

La cabeza duele, los músculos igual, ni siquiera doce horas de sueño en esta cama han ayudado; tal vez nunca volveré a estar bien, mi cuerpo siempre ha estado más alerta que mi mente. Lo más seguro, es que todas las alarmas estén advirtiendo, de aquello que me niego a ver.

Todo está volviendo, todo se está yendo a la mierda.

Me pongo de pie, mi cuerpo no soporta la “comodidad” que me da esta cama. Me asomo por la ventana del apartamento para ver las congestionadas calles, los estudiantes van y vienen, los trabajadores igual, el mundo sigue en movimiento, nada ha cambiado… El mundo no se ha detenido por mí, no le ha importado mis ocho meses en coma.

Ocho meses, ocho meses postrado en una cama, por eso no me sorprende lo de Eliot y Vicky.

Un gruñido escapa de mis labios, pensar en esos dos sigue provocándome una ira que quema todo a su paso, ¿a caso pensaban en mí cuando se besaban como dos putos adolescentes? ¿Acaso fueron a verme alguna vez?

¿Alguna vez les, importe?

La soledad logra agobiarme, las congestionadas calles se callan, la luz deja de filtrarse por mi ventana. Todo queda en silencio, hundido en la oscuridad, y en medio de eso estoy yo.

Lo único que logro oír es el palpitar de mi corazón, siento que va a escapar, saldrá de mi pecho. Tomo mi cabeza dejando salir jadeos de dolor, agobiado por la oscuridad, intentando dormir mi cerebro, intentando dejar de pensar.

—No es real. No es real. Solo está en mi cabeza.

Me repito las mismas palabras en voz alta, intentando traerme de regreso a la realidad, tratando de dormir el caos que desea despertar.

—Yo soy muy real.

Su voz, su voz suena tan vivida… No… No puede ser.

Cierro mis ojos, tapo mis oídos, retrocedo con miedo hasta terminar contra la pared y me deslizo por ella hasta quedar tirado en el piso, como un niño aterrado, como una pobre alma en pena que desea huir de su realidad.

Aun con los ojos cerrados puedo verlo bien, su brazo velludo se acerca a mi cabeza, los vellos erizados le dan la apariencia de un monstruo, su mano llena de grasa se ve totalmente oscura, sus uñas se ven afiladas. La mano de la “bestia” está por jalar mis cabellos y lanzarme contra el piso, dentro de poco sentiré el peso de su cuerpo sobre mí y su puño destrozando mi rostro.

El jadeo de dolor sale de mis labios al sentir el jalón fantasmal, estoy por sufrir la peor paliza de mi vida. Mi teléfono suena, la música instrumental rompe el delgado silencio; oigo un gruñido, y seguido a él, los pasos de la “bestia” alejándose, y con él, la oscuridad se va.

El teléfono sigue sonando, yo sigo contra la esquina intentando controlarme, sintiendo la humedad de mis lágrimas sobre mis mejillas, sintiéndome igual de aterrado que aquella vez.

«¡Maldición…! Maldición!».

El teléfono calla, me toma unos segundos volver a la normalidad, o lo más cercano a ella, eso es… Dios. El teléfono vuelve a sonar, el tono logro aturdirme y sin más voy por el.

—Diga.

Oculto lo mejor que puedo mi tono deshecho, definitivamente no estoy bien.

—¿Te desperté Mikey? —preguntan con un acento italiano bien marcado.

Massimo… Llevo todo el dolor al rincón más oscuro de mi cabeza, oculto mis demonios lo mejor que puedo. Massimo no me puede oír así, pensará que soy un malagradecido, que preferiría estar muerto.

—No, ya estaba despierto.

—Bien, una limusina va para allá, llegará en cinco minutos.

La llamada termina, gracias ¿Dios? No me dejo caer, me obligo a seguir de pie, a ser fuerte. Me visto de forma lenta con una simple camisa de tono vino tinto y un pantalón negro, tomo los primeros zapatos que veo y me los pongo.

Un suspiro escapa al verme en el espejo, me veo bien… Lo único horrendo es este respirador transparente y mis cicatrices.

Siento como el malestar llega, quiero maldecirme, hundirme en la desgracia… Pero me mantengo firme; gracias a Massimo tengo todo esto, incluso la ropa, debo aprovechar esta oportunidad, mi nueva vida.

                    [———————]

El viaje es silencioso, el conductor no dice nada, yo no busco conversación; y para cuando llegamos a la mansión siento como la tensión crece.

Estoy aquí, en la Mansión Salvatore.

Me bajo del auto cuando se detiene, me adentro a la mansión sin esperar. Los sirvientes abren las puertas al verme, me saludan por respeto o por obligación, y me dejan ver el interior de la ostentosa mansión.

Mucha decoración de porcelana y oro sobre las mesas, paredes de mármol, pisos de madera pulida y mucho más detalles hermosos dignos de una mansión de multimillonario.

—¿Te gustan las vistas?

Me asusto un poco al oír la voz de Massimo, una voz tan calmada y con un acento tan “encantador” para algunos; logra ponerme los pelos de punta, este tipo es único.

—Sí, nunca había visto una mansión tan maravillosa —susurro.

Massimo ríe divertido… Creo que acabo de sonar como un campesino.

—Ven, hablemos en mi oficina —me señala, entre risas.

Massimo camina, y con rapidez intento seguirle el paso; Dios, soy un idiota.

Llegamos a su oficina, una pequeña biblioteca con un centenar de libros, una mesa que separa su silla de la del invitado. Él va a su silla y sin más me señala la otra.

—¿Te gusta tu apartamento?

—Sí, es lindo.

—No seas modesto, podrías tener una casa con este estilo —comenta sonriendo.

Su sonrisa… Cualquier otra persona vería sus dientes, sus labios y sus hoyuelos, se perdería en ellos. Pero yo no, yo solo noto como la sonrisa de malicia lucha por ocultarse ¿Qué cosas debería hacer para tener una casa “con este estilo”?

—Bien, te preguntarás por qué te llamé —señala para romper el silencio.

Asiento.

—Harás tu primer trabajo para mí, algo sencillo.

Su sonrisa maliciosa aparece.

Trago saliva.

—¿Cuál será mi trabajo?

—Piero, ven —llama Massimo.

El italiano se pone de pie, se dirige a la puerta, mi cuerpo reacciona por sí solo, me pongo de pie. Sigo viendo a Massimo mientras él espera por el tal Piero.

—Estoy aquí, ¿me necesitas? Padre.

«¿Padre?».

—Pasa —suelta Massimo de lo más tranquilo.

Piero entra. De no ser porque Massimo está a su lado, podría jurar que el tal Piero es una versión más joven de Massimo; su cabello totalmente negro está bien peinado, sus ojos verdes frívolos me analizan, su traje bien pulido me hace parecer un pordiosero, este tipo definitivamente es un Massimo más joven… Y más crudo.

—¿Él es Mikey? —pregunta sin siquiera verme.

—Así es hijo.

Piero me da otra mirada, una más despectiva.

—¿Cuántos años se supone que tiene? Parece un crío —suelta marcando su acento.

—Tengo veintitrés —suelta de forma brusca.

El joven italiano aparta su vista de mí sin una pizca de elegancia y ve a su padre, claramente disgustado.

Me parece raro, Massimo no se mueve, no emite un sonido, ni siquiera muestra una expresión clara; solo ve a Piero, y eso basta para que el chico trague saliva.

—Disculpa a mi hijo por eso Mikey —sonríe con amabilidad—. Bien, para tu primer trabajo quiero que vayas con mi hijo, sé su guardaespaldas.

¿Guardaespaldas del hijo de Massimo Salvatore? Dios, eso sí que será un problema, muchos deben quererlo muerto.

Massimo me ve, esperando alguna respuesta de mi parte. Esa mirada, una mirada tan calmada… Es como ver la paz antes de la tormenta; trago saliva y solo asiento.

—Perfecto, ambos pueden irse —sonrío una vez más.

Piero sale primero, lo más rápido que puede; le doy una última mirada a Massimo, el italiano sonríe y siento como su maldad se filtra.

Salgo lo más rápido que puedo.

—Te estás callado, y me sigues sin invadir mi espacio personal, ¿Entiendes? —replica.

Asiento, él desvía su mirada… Pero si él mismo me pide no hablar, no lo entiendo.

                   [———————]

Las calles pueden cambiar con mucha facilidad, y para que eso pase solo basta que el sol se ponga. Las calles frías y acogedoras de esta ciudad se pueden volver tan tétrica cuando la luna reina; la pequeña ciudad canadiense ya no es amigable.

Antes estaba ebrio o drogado o ambas y no podía notarlo, pero ahora estoy “libre” lo veo bien, entiendo por qué susurran que estás son “Las calles del pecado”.

Chicas vendiendo su cuerpo en las esquinas, vagabundos con una mesa para exhibir sus bebidas de “calidad”, hombres con aspecto sospechoso vendiendo drogas, alaridos que dan a entender que cerca hay una pelea, oficiales comprando licor a vagabundos, y llevando a esas chicas a hacer su “trabajo”. Entonces, ¿estas son las calles del pecado? Las calles de nuestra ciudad… Aquello que nos negamos a ver.

El caos reina, la corrupción igual… Y apenas lo estoy viendo.

—Llegamos —indica el chófer.

Nunca creí que terminaría en un sitio como este, vaya sorpresa que la vida nos puede dar.

Las bailarinas exóticas se mueven de forma bastante lujuriosa, los hombres les arrojan dinero y “cumplidos” bastante obscenos; otros pocos bailan junto a las mujeres que disfrutan de la música, unos toman alcohol como si no hubiese un mañana y algunos parecen estar drogados. Así que esto es un club nocturno.

Descanso sentado delante de la barra, viendo mi trago a medio tomar, si no tuviera esta maldita cosa ya me lo hubiera tomado. Mi vista se mueve por si sola a Piero, quien habla bastante entretenido con unas cuantas mujeres.

Un suspiro escapa de mis labios, esto es una mierda… Quiero terminar este trago, sin importar que me pase… Necesito tomarme ese maldito trago.

—¿Te molesta?

Mi vista viaja por si sola a la mujer. Una mujer de rasgos asiáticos me regala una sonrisa mientras señala el asiento.

—Adelante.

No puedo dejar de mirarla, y ella lo nota, suelta unas risitas. Su cabello negro cual brea y largo hasta sus glúteos me tiene hipnotizado, sus hermosos ojos grises brillan con diversión mientras me ve; trago saliva y aparto mi mirada.

Dios, Mikey, control, estoy haciendo un trabajo.

—¿Te parezco hermosa? —pregunta con lujuria.

Deja su mano sobre mi muslo.

Control… Control.

—Si —respondo a secas.

—Tú también eres hermoso, me pregunto si abajo también lo eres —Lame sus labios.

Siento el calor subir a mis mejillas, ¡¿dónde carajos está mi autocontrol?!

La mujer ríe divertida y acerca su mano a mi entrepierna.

—Tímido, me gusta. Iré al baño, si sigues aquí podríamos ir a jugar — susurra en mi oído.

Ya es demasiado obvio, siento que estoy más rojo que un tomate y algo excitado. La mujer ríe y sin más se va al baño.

¿Qué carajos fue eso? ¡Desde cuándo estas cosas me pasa a mí!

Suelto un suspiro para calmar mi respiración, no funciona. Sin pensarlo aparto un poco mi horrendo respirador y le doy un trago a mi bebida, el sabor tan familiar a alcohol me provoca náuseas… ¿Qué me pasa?

Aparto el vaso aún a medio tomar, y me quedo viéndolo. Antes podía beber más, lo disfrutaba, y ahora ¿Mi cuerpo lo rechaza? Pero… Lo necesito.

Me quedo viendo el vaso un buen rato, como si fuese lo más interesante del lugar; aunque realmente solo estoy divagando, pensando en mi situación, ¿algún día volveré a ser normal? Volteó a ver a Piero, parece tan normal mientras habla con las chicas, nadie creería que es un Salvatore… ¿Yo no puedo ser como él? ¿No puedo ser normal?

Dejo de divagar, veo a la mujer asiática en el reflejo de mi vaso; la sonrisa estúpida aparece por si sola en mi rostro, pero al ver que no se acerca a mí se borra, ¿qué hace?

Sus pasos rápidos se acercan a Piero, veo como abre su puño y algo se desliza a su mano desde el interior de su chaqueta. Mi cuerpo reacciona más rápido que mi cerebro, corro hasta donde está Piero, ella alza su mano mientras sostiene el arma blanca.

El gruñido de dolor sale de forma natural. La mujer retrocede sorprendida, Piero deja escapar un pequeño jadeo de asombro; y yo, yo dejo salir los gruñidos de dolor ¡Mierda!, fue muy mala idea meter la mano.

—¿Qué demonios haces mocoso?

La vi, ya no parece esa mujer atrevida de hace unos momentos, ahora se ve aterrada.

—¡Debías quedarte sentado en tu lugar esperándome! ¡Maldito fenómeno, no pensé que fueses tan idiota! —Me grita llena de miedo.

Fenómeno… Claro, soy un fenómeno… Esta máscara. Veo mi mano, la daga la atravesó, la sangre chorrea de manera escandalosa y a pesar de ello no duele, más duele quitarme la máscara, si esto no me duele… ¿Significa que si soy un fenómeno?

—¡Si te hubieses quedado sentado justo ahora estaría huyendo, sería libre! ¡Pero debías jugar a ser un héroe ¿No?! ¡Maldito mocoso, agradezco no tener que actuar más, eres horrendo! ¿Quién querría…?

Los gritos de la mujer callan abruptamente, y el sonido del arma me espanta. Algo de su sangre me salpica, su cuerpo cae provocando un sonido seco; volteo con rapidez, Piero, Piero le ha disparado, él acaba de matarla, alguien acaba de morir… Por mi culpa.

Siento como mi respiración se agita, mis manos sudorosas, Dios, Dios, alguien acaba de morir por mi culpa, iré a la cárcel, yo… Yo.

—Mikey.

La voz de Piero suena amortiguada, mi cabeza no se calla.

—¡Mikey!

El grito no me trae de regreso a la realidad, no, lo que me trae es la cachetada.

—Debemos quitarte eso y vendar tu mano —señala tranquilo.

—Tú… Yo… ¿Qué-qué hicimos? —pregunto aterrado.

Me dedica una mirada frívola.

—¿Aquí paso algo? —pregunta en voz alta.

—No, señor Salvatore —contestan todos al unísono.

Aterrados…

Dios, esto es en serio… Veo a todos lados, todos tienen una pequeña chispa de miedo en sus ojos, pero aun así se ven firmes en su decisión, todos van a callar.

Veo como algunos de los trabajadores toman el cuerpo de la mujer y se lo llevan, Piero toma mi mano buena para sacarme de aquí, para alejarme de la escena.

Pero ya es tarde… Ya lo sé. Los Salvatore lo controlan todo. Ellos son los líderes.

Ellos son los demonios de las Calles del Pecado.

                      [———————]

Mi mano duele, mi cabeza igual; sus gritos no se callan… Si no me hubiese metido ella estaría viva.

Si no hacía nada, Piero hubiera muerto.

¿Qué problemas me hubiera traído eso?

Veo mi mano, envuelta en un vendaje bastante grueso, pero aun así no duele, en serio no duele… ¿Soy un fenómeno?

—Mikey.

Ahí está lo que menos deseo oír, ese jodido acento italiano que Massimo logra soltar con una elegancia espectacular, si él está aquí es por algo, y no creo que sea por algo bueno, ¡maldición!

El italiano entra al no recibir respuesta, al verme, deja escapar un suspiro exagerado de alivio, no sé si lo hace por verdadero alivio o por burla.

—¿Estás bien? —pregunta con preocupación.

—Supongo —susurro.

Alzo mi mano vendada.

Permanece en silencio, examinando desde la distancia el vendaje. Realmente, lo peor de Massimo Salvatore es su silencio, no sabes que piensa, no sabes que dirá, y eso provoca terror, un terror descomunal.

Un terror hacia lo desconocido.

—Piero me contó todo.

—Lo supuse

—Mikey, ¿esperabas que esto fuera como en los libros? Coger con unas cuantas mujeres, drama, drogas, alcohol y un caos casi invisible. No hijo, así no es la verdadera mafia.

Trago saliva al oír su tono tan serio, sabía que esto era la realidad, sabía que está no sería una mafia “buena”, imaginaba que no íbamos a dejar cabos sueltos, ¿pero esto? Esto es totalmente distinto.

No somos más que criminales… Tal vez estuve condenado desde el principio.

Tal vez solo nací para ser un infeliz como ellos.

—No, no esperaba que fuera como en esos libros. Solo me tomó por sorpresa —respondo serio.

—Eso creí.

Sus palabras son demasiado cortantes y sin más se va. Ese fue Massimo siendo Massimo, un ser impredecible.

Me quedo en soledad, viendo mi mano vendada, pensando en el cuerpo sin vida de esa mujer, ¿en qué demonios me metí? ¿Por qué, deje que me arrastrarán a esto?

Suspiro, dejo escapar toda la frustración y las dudas, dejo de pensar, porque entre más pienso me es más fácil ver mi horrenda y jodida situación; mi cruel realidad.

—Mikey.

De nuevo ese jodido acento italiano aparece en el cuarto, solo que ahora pasa directo, no espera alguna invitación. Además, ahora lleva algo en sus manos… ¿Qué carajos es eso?

Mi vista se posa sobre la peculiar “máscara”. Una máscara de gas, de esas que usarías en sitios donde es peligro respirar; de color negro, sin la parte superior y con dos válvulas… Una máscara que dejaría a simple vista mis cicatrices, que solo ocultará la parte baja de mi rostro.

—Nuestros hombres hicieron esto para ti, tiene más estilo que eso, y sorprendentemente es más cómoda. Además, esto de aquí te ayudará a respirar normal —toca una de las válvulas.

—Realmente parece más incómodo —susurro.

—No, el aire llegará mejor gracias a esta válvula. Y la otra tiene un pequeño almacenamiento de analgésicos, deberás cambiarlo cada cierto tiempo, pero te ayudarán a disminuir el dolor cuando te quites la máscara para comer.

No importa que tanto intente venderme esta máscara, se sigue viendo demasiado oscura, tétrica… Tal vez sea perfecta para mí, al fin y al cabo, ¿a caso no soy un criminal justo ahora?

Tomo la máscara, automáticamente mi cerebro reclama, ponérmela, significa que acepto algo más de los Salvatore, que acepto está jodida vida, pero, si no me la pongo, ¿Massimo me dejará en paz?

Ja, claro que no. Ya me metí en esto, ya no puedo huir.

Estoy condenado. Esa es mi cruel realidad.

Me quito el respirador, y con rapidez me pongo la máscara.

La bocanada de aire es un manjar para mi cuerpo, siento como recupero la vida, todo estará mejor…

Veo a Massimo, su jodida sonrisa… No… Nada estará mejor, a partir de ahora, todo empeorará.

—Bienvenido a la familia, Mikey Salvatore.

Continuará…

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Hasta aquí el capítulo, espero les haya gustado, compartir y votar ayuda muchísimo, y hasta la próxima, amigos.

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