02| Despertar
El aire no llega, la presión aplasta los huesos, todo está en silencio.
¿Dónde se supone que estoy?
¿Qué me pasó?
Lo último que recuerdo…
Todo me golpea. Los recuerdos, el dolor. Intento abrir mis ojos pero no puedo, la oscuridad me hunde, entonces... ¿Así se siente morir?
¿Así moriré...?
—¿Y así te haces llamar hombre? Es una desgracia que lleves mi sangre.
Su voz resuena por la oscuridad, mi cuerpo se mueve por si solo, mis ojos se niegan a obedecer la orden de mostrarme qué pasa, ¿es este el infierno? ¿Este es mi castigo eterno?
Sufrir en la oscuridad por ser tan patético…
—¡Mikey!
Ya no importa, castíguenme, mantenme. Nada realmente importa.
[———————]
Mi cabeza duele, el aire llega con dificultad. Siento el cuerpo entumecido, ¿qué pasa esta vez?
Abro mis ojos, el repentino golpe de luz me hace parpadear, yo, ¿dónde carajos estoy está vez?
Me acomodo, el frío logra atravesar la ropa que llevo… Una bata, como la de un paciente…
¿Acaso yo sobreviví…?
Mi vista recorre todo el lugar, por una ventana se filtra la luz del sol, en una pequeña mesa de noche descansan unas flores con un mensaje que dice: “recupérate pronto” escrito de forma cursiva, y al lado de mi camilla descansa el suero que invade mis venas, en serio estoy vivo, en un hospital…
Mi mano se mueve por si sola a mi cara, directo a mi boca, pero no puedo tocarla… Espera, ¿qué?
Sobre mi boca y nariz hay algo, algo extraño, con una forma peculiar, ¿qué carajos es esto?
Me lo quito, me quito la mascarilla y la misma escapa de mis dedos.
«¡Mierda, mierda!».
El aire no llega, mis dedos se retuercen. Doy grandes bocanadas pero nada funciona, ¡mierda! ¿Desperté para morir…? No puedo respirar, ¿moriré?
—¡Doctor! ¡El paciente despertó!
El grito de la enfermera llama mi atención se oye aterrada. La mujer da grandes zancadas hacia mí, toma la mascarilla y me la pone. Los jadeos salen, el aire llega, pero aún sigo agitado, intento tomar todo el aire posible con miedo de perderlo.
—¡No puede quitarse la mascarilla, Trembley! —Me reprende.
No oigo lo que dice, no puedo oírla, estoy tan concentrado en respirar que todo lo demás lo ignoro.
«¿Qué demonios fue eso? ¿Por qué el aire no llegaba? ¡Qué me pasa!».
—¿Joven Trembley? —Me llama con preocupación.
Alzo la mirada para verla, aterrado, con miedo de perder el poco aire que tengo en mis pulmones, dominado por el miedo. Un miedo que no había sentido hace tantos años.
—¿Joven?
—¿Qué me ocurrió? —pregunto entre jadeos.
La enfermera desvía su mirada con rapidez. Llega su salvación, un doctor alto de cabellera oscura y piel bronceada; el doctor ve la placa que descansa en la parte baja de la camilla, luego me ve.
—¿Mikey Trembley?
Su voz monótona parece ensayada delante de un espejo, nada le importa.
—Sí.
Respondo a su llamado con calma, escondiendo el pavor que siento.
La enfermera se retira en cuestión de segundos.
—¿Recuerda lo que le ocurrió?
Siento un espasmo que recorre mi cuerpo, lo recuerdo, el dolor…
«¿Qué tanto daño me hicieron? ¿Por qué no puedo respirar?».
—¿Trembley?
—Me atacaron… Me golpearon hasta dejarme inconsciente.
—Ya veo.
Su reacción es nula, no muestra sorpresa o siquiera empatía, solo anota algo en un papel que descansa sobre una tablilla.
—¿Estoy mal? —pregunto.
«Pero que pregunta más estúpida acabo de hacer».
—Chico, literalmente te masacraron. Tenías fracturas desde tus piernas hasta tus manos, un pulmón perforado, te sacaron varios dientes y destrozaron tu nariz. Si no te hubiesen encontrado rápido, hubieras muerto en cuestión de horas.
Vaya, que sincero… Este tipo es un pésimo doctor. Siento espasmos dolorosos, siento el ardor fantasmal de los golpes y entonces solo una pregunta llega a mi cabeza, mi nariz está destrozada, uno de mis pulmones igual, ¿ya no puedo respirar por mí mismo?
—¿Cuáles…? ¿Cuáles serán las consecuencias a largo plazo? —me animo a preguntarle.
Y entonces me ve, esos ojos café están repletos de lástima, vaya mierda… Estoy jodido, no ha dicho nada, pero ya lo sé. Estoy realmente jodido.
Estoy en la mierda.
—Tus vías respiratorias están destrozadas, tus huesos han sábado bien a pesar de todo el daño, pero no podemos hacer nada por las cicatrices.
«¿Cicatrices?».
Me acomodo en la camilla para ver bien al doctor; él entiende a la perfección ese movimiento, deja escapar un suspiro bastante pesado y su mirada lastimera sigue clavada en mí.
—Te cortaron la cara, cortes bastante precisos… No te dejaron como un monstruo, pero debes olvidar cualquier sueño de ser modelo —suelta con un tono divertido, el chiste no me llega.
—Quiero ver —susurro.
Todo esfuerzo por ser divertido se desvanece, se vuelve serio repentinamente; su rostro se llena de duda y deja escapar otro suspiro.
—No es buena idea.
—Quiero ver —repito de forma rabiosa.
Su expresión deja a flote toda su frustración, otro suspiro escapa de sus labios y se va sin decirme nada. Desaparece por unos momentos y aparece como si nada.
Abro mi boca listo para soltar un reclamo, pero el espejo de mano que me extiende calla toda queja.
Con mis manos temblorosas tomo el espejo, ese reflejo que veo no es el mío, no puede ser el mío… En serio, ¿ese soy yo…?
Mi alguna vez largo cabello ya no está, los costados de mi cabeza están rapados y el poco cabello que me han dejado está peinado hacia arriba. Mi rostro tiene varias cicatrices, van desde mi mentón hasta mi frente. Mis ojos ya no tienen brillo alguno, parecen los ojos de un fantasma…
«¿Esto es lo que soy ahora? ¿No soy más que un muerto?».
—Tienes suerte, chico, te viste cara a cara con los yakuzas y saliste vivo —susurra el doctor.
Mi cuerpo reacciona, también duele ante un movimiento tan brusco; me trago los jadeos de dolor para encarar al doctor
«¿Cómo es que él sabe eso?».
—¿Cómo lo sé? —arroja como si fuese capaz de leer mentes, asiento—. No eres el primero con esas heridas y tristemente no serás el último… Ya se estableció un patrón y esa brutalidad solo puede ser producto de los yakuzas.
—¿Alguien más. Se ha salvado de estas heridas...? —susurro.
—No, eres el primero en salvarse.
Así que, ¿soy el primero en salvarse? Que chiste más horrible.
Una risa escapa de mis labios, siento como más oxígeno invade mi boca y mi desfigurada nariz, se siente horrible, vivir así es horrible.
¿Cuántas personas habrán pasado por lo mismo? ¿Diez? ¿Veinte…? ¿Y yo soy el primero en salvarse?
¿Por qué mierda no me morí? ¿Por qué sigo vivo? Entre todas las personas que sufrieron, solo yo sobreviví...
¿Por qué?
¿Por qué no me dejan descansar?
—¿Quieres un consejo? —pregunta con la mirada perdida.
—¿Para qué? —vuelvo a susurrar.
—Huye apenas puedas poner un pie delante del otro, si los yakuzas se dan cuenta de que sigues vivo vendrán a acabar el trabajo y si no vienen ellos… Vendrán los otros.
¿Los otros? Su tono es sombrío. ¿Quiénes son los otros?
—No puedo hablar más, ellos lo vigilan todo… Huye, Mikey, huye del desastre —insiste.
Huir, ¿huir de qué? ¿Por qué huir?
¿En qué mierda me metí esta vez?
[———————]
Pasan los días y se van con rapidez para mi fortuna; me hacen tomar terapias, dicen que es para ver si mis extremidades seguirán funcionando con normalidad, para mi suerte no hay daño alguno o mejor dicho, no hay un daño grave. Mi recuperación va bien, pero odio la hora de comer.
Comer, un placer para cualquiera, un completo horror para mí. Mi vida depende por completo del respirador, de la máscara de soporte vital, ¿cómo podría comer con esa cosa puesta?
Fácil, debo bajar un poco la máscara o subirla y cualquiera de las dos opciones solo desencadena dolor; bajarla implica retirarla por completo, privarme del aire y sentir una asfixia mortal solo para tomar un bocado de comida, y subirla significa darle más oxígeno del esperado a mi nariz, provocarme tos incontrolable y un ahogamiento con comida.
Preferiría no comer, pero lo necesito, igual que todos… Así que me obligué a acostumbrarme al dolor, a la asfixia.
Ahora estoy acostado como un muerto, recibiendo tratamiento intravenoso después de sufrir la tortura de comer, al menos el tratamiento baja el dolor. Me mantiene algo dopado.
Justo lo que necesito.
—¡Se-señor Salvatore!
El chillido de la enfermera me asusta, ¿por qué carajos hizo eso?
—No hace falta gritar signorina — responde una voz desconocida.
Escucho con claridad el suspiro que provoca oír ese acento italiano, ¿quién demonios es el “Señor Salvatore”, un italiano?
—¿El paciente despertó? —pregunta con calma.
—Si-sí.
—Gracias signorina.
Seguido al agradecimiento escucho un beso y otro chillido, ¿pero qué demonios?
La puerta de mi habitación se abre y una silueta aparece.
—Oh, joven Mikey, al fin tengo el placer de verle —suelta el desconocido con entusiasmo—, cuénteme, ¿cómo está?
El hombre me ve de pies a cabeza con esos ojos verdes, una sonrisa de tiburón aparece entre sus labios y mientras me analiza solo hay una duda en mi cabeza.
«¿Quién carajos es este?».
—¿No sabes quién soy? —inquiere al obtener mi silencio como respuesta.
Asiento.
El hombre ríe divertido.
Su oscura y canosa cabellera se mueve un poco, su piel algo arrugada se alisa gracias a la risa y yo sigo sin entender nada.
El hombre para sus risas, se acomoda su elegante traje negro dejando a la vista un collar y un anillo de oro y me sonríe.
—Yo soy Massimo Salvatore —pronuncia dejando un porte elegante el ambiente.
Massimo Salvatore, un italiano… ¿Pero qué carajos hace este aquí? ¿Qué tengo que ver yo con italianos?
Massimo deja sus manos sobre su elegante traje, mi mente sigue maquinando mientras mantengo una expresión neutra. Salvatore, Salvatore… ¡Salvatore!
Siento un dolor punzante sobre mi mejilla, como una bofetada de mi cerebro. Mi cuerpo se tensa en cuestión de segundos, mi mente se congela intentando detener el flujo de información que viene a mí. Muy tarde. Ya lo recuerdo, los Salvatore, los Camorra… La mafia italiana.
Siento como mi expresión se tuerce, el miedo me posee, me arrastro de forma patética por la camilla hasta tener mi espalda contra el frío espaldar. Por unos segundos lo veo, esa sonrisa divertida de Massimo, de un Salvatore… Esa sonrisa de sadismo puro que me muestra que ellos aman aterrar a todos.
—Mikey, Mikey, ya. No vine aquí a hacerte daño —aclara Massimo.
Pero suelta una risa que lo contradice.
—¿Qué-qué hace aquí entonces? —suelto aterrado.
—Quería hablar contigo.
Trago saliva. Me salvo de los Yakuza para morir por los Camorra... Que suerte, ¿no?
—Lo oigo —susurro.
—Los Yakuza te hicieron esto, ¿no es así?
El dolor toma mi cuerpo, mi rostro arde; no tengo las fuerzas ni el valor para hablarle a un Salvatore, no quiero más problemas.
Asiento.
—¿Quieres hacerlos pagar?
No sé si es su tono tranquilo o su acento italiano pero esas palabras logran despertar algo… El odio que se esconde en mi interior.
¿Qué si quiero hacerlos pagar? ¡Quiero oírlos gritar! Quiero que sufran lo mismo que yo, quiero…
—Yo… No quiero ser vengativo, solo quiero seguir con mi vida —susurro.
No hay gritos ni maldiciones, ni siquiera un golpe, solo un suspiro lleno de entendimiento.
Alzo mi vista, Massimo me da la misma mirada que se le da a un niño herido, me da compasión… ¿Cuándo fue la última vez que alguien me vio así?
—¿Quieres que te lleve a algún lado? —ofrece con una pequeña sonrisa.
Dudo, mi mente se llena de dudas pero por primera vez en mucho tiempo me tratan como un humano, no como un caso perdido… De nuevo soy “normal”.
—Si me pudieras llevar a la Universidad Central, sería perfecto —Le pido de forma educada.
Él sonríe.
—Te espero abajo chico, igual te darían de alta hoy.
Massimo me deja solo en la habitación, noto la ropa que me han dejado en una silla, ropas sencillas, un simple suéter negro y un pantalón de mezclilla, busco debajo de la camilla para poder encontrar mis zapatos.
Esto es tan normal, en serio podré volver a mi vida todo volverá a la normalidad… Todo será lo más normal posible.
Vicky, Eliot, estoy bien, volveré pronto y todo estará bien, estaremos juntos de nuevo.
[———————]
Nunca antes había viajado en una limusina y pensaba que nunca lo haría, supongo que siempre hay una primera vez.
El viaje es silencioso, Massimo se dedica a tomar un trago mientras yo veo por el vidrio cromado con emoción, ¡es una limusina! Es fabuloso.
Llegamos a la universidad, un quejido escapa de mis labios, quería que el viaje siguiera.
En el estacionamiento esta Vicky, esto es perfecto, llegaré de sorpresa. Sonrío al ver a Eliot llegar, bien, será una sorpresa doble, ambos me verán llegar sano y a… Salvo.
Algo se desmorona, lo siento dentro de mí.
Siento como mi corazón se cae pedazo a pedazo, quiero gritar, deseo llorar, pero la parte más salvaje de mí me pide a gritos salir, hacer que esos dos dejen de besarse y borrarle esa sonrisa a Elio. Pero no sería capaz, porque él era mi mejor amigo… Era, y ella, era mi novia.
Su apasionado beso sigue, la maldita curiosidad me hace verlos. Deshacen el beso y se ven con una sonrisa que me revuelve las tripas. Se van tomados de la mano como unos malditos críos.
Mientras ellos disfrutan de un juvenil romance yo estoy aquí sintiendo como todo se derrumba.
¿Todo estará bien?
Que mentira, que patético soy, Dios. Las lágrimas salen y los jadeos también, ¿Cómo es que todo estaría bien? Ella me dejó, me dejó el día que todo esto pasó, me dejó hace ya…
—Massimo —Lo llamo entre sollozos.
—¿Qué ocurre? —pregunta con preocupación, pero sin acercarse a mí.
—¿Cuánto tiempo estuve en coma?
La pregunta se oye lastimera, patética; al igual que mi situación. Massimo solo suspira.
—Ocho meses.
¿Ocho meses? ¿Ocho putos meses? Ja… Ja, ja, ja.
Tapo mi rostro, las lágrimas siguen saliendo y las risas igual, ocho meses, ¿en serio creí que todo estaría bien después de ochos meses? ¿En serio pensé que todo sería normal después de ser masacrado?
Soy patético, siempre lo he sido, estoy llorando de frustración por ser como soy. ¿En serio supuse que mi teatro duraría para siempre?
El teatro acaba, el show también, todo acaba… Y este es el fin de mi show, ¿no?
Ya no vale la pena.
Siento la mano de Massimo en mi hombro. Alzo mi vista para verlo, deteniendo a duras penas la risa que me hacen parecer un demente.
—¿Estás bien? ¿Esa chica era...? —pregunta con preocupación.
Tienes razón, Massimo, “era”.
Ya no importa, ella no importa, él no importa… Nada importa, Massimo.
—¿Quieres que te lleve con un familiar?
Su pregunta suena pura, desinteresada, como si realmente le importase. Pero aun así la pregunta solo logra causarme dolor; recuerdo los gritos, los golpes, los gemidos.
Carajo, ¿ocho meses sin drogarme? Eso sí, es un castigo… Empezaré a recordar.
Todo volverá, el show acabará.
Yo.
—¿Mikey?
—Oye Massimo, ¿y si te digo que cambié de opinión? —escupo con un tono sombrío.
—¿Acerca de qué? —pregunta recuperando su sonrisa de tiburón.
Él sabe de qué hablo, solo quiere que lo diga. Quiere oírlo… Y yo quiero decirlo.
—Acerca de hacerlos pagar. Mentí. Yo realmente quiero oírlos gritar, quiero verlos sufrir. Quiero venganza.
La sonrisa de Massimo crece. La mía también.
No importa si debo usar este horrible respirador transparente, no importa cuanto más sufra.
Los haré pagar a todos.
Yo aceptaré la idea de Massimo Salvatore.
Sin importar que signifique eso para mi futuro.
Continuará…
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Y aquí está el segundo capítulo de esta gran historia. Si les gustó estrellita y compartir ayuda mucho. Hasta la próxima gente.
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