01| Masacrado
Siento algunas gotas caer en mi cara, una pequeña maldición se escapa de mis labios, ¿tanto les cuesta dejar dormir al prójimo?
Más y más gotas, se están esforzando mucho en hacerlo parecer lluvia.
—¿Estará bien?
—¡No te preocupes por un ebrio cuando estás conmigo!
Ese grito, esas voces.
¿Quiénes son esos?
¿Dónde carajos estoy?
Abro mis ojos, el cielo grisáceo opaca mi vista, las gotas chocan contra mis mejillas, ¿estoy en la calle?
Me siento con lentitud y el dolor de cabeza explota. Miro alrededor tomando mi cabeza, el callejón ha servido de morada para la noche, pero, ¿qué hice anoche?
«¡Dios! Debo dejar de tomar... Debo dejar de tomar tanto».
Aún tengo mi suéter, mis zapatos y mi billetera, bien, al menos aún hay respeto por los jóvenes ebrios. Me pongo de pie y todo da vueltas, todo el licor está a nada de salir, lo trago con dificultad, mi estómago da un vuelco. Fue una mala idea...
Me apoyo de la pared y veo la hora en mi teléfono; 8:30 am, tengo una hora, solo una hora.
«¡Carajo! Debo dejar esta relación amor-odio con el licor por mi bien físico, porque apenas dejo de tomar y los demonios quieren volver».
Amo olvidar mi borroso pasado con el licor, pero como odio la resaca, Dios, dame un milagro y elimina la resaca de este mundo, o elimina los recuerdos.
Dios, hagas lo que hagas, al menos permíteme vivir en paz.
[———————]
Me toma más de lo que espero llegar a la universidad, el dolor de cabeza no ayuda, el mareo tampoco, pero al menos llego.
No me detengo ni por un segundo, ni siquiera la veo, esperaba verla, pero ya no puedo, no tengo tiempo.
Me adentro a mi edificio, los primeros cinco escalones los subo bien, el sexto lo veo moverse, piso, ahí voy.
—¡Oh! Mikey, más cuidado amigo.
Si estuviera más ebrio seguro lo beso por salvarme de mi caída.
El chico de cabello castaño y ojos azules me mira con una sonrisa de lado mientras me sostiene con fuerza para evitar que caiga.
—Mikey, ¿puedes pararte? —Su voz calmada me transmitió paz.
—Creo —suelto con un tono grave.
Vaya, mi voz está hecha mierda. Me pongo de pie por mi cuenta, aferrado a la baranda como un bebé que se aferra a su madre temeroso a caer.
—Viejo, me preocupas —Todo rastro de calma se ha ido.
—Estoy bien —suelto la mentira de la forma más convincente.
La cabeza me está matando, los mareos me hacen sufrir de vértigo y los recuerdos golpean la puerta, obviamente no estoy bien. Por la mirada del castaño es obvio que no me cree, coloca mi brazo alrededor de su cuello y se endereza.
—Vamos, Mikey, te daré algo para la resaca —Y de nuevo su voz calmada aparece.
—Gracias, mamá —susurro con algo de burla.
Él ríe divertido. Yo no puedo reír el dolor no me deja, pero al menos una pequeña sonrisa se dibuja en mi rostro, disfruto esto.
Entramos a nuestra habitación, él va directo a la cocina a calentar una sopa de microondas, yo me voy al baño para sacarme el olor a alcohol y vomito.
Mientras limpio mis dientes veo mi reflejo, mi cabellera rubia está totalmente despeinada parece la melena de un león, mis ojos grises combinan con esas hermosas ojeras, mi piel está un poco más pálida que de costumbre y mi labio está roto, ¿me pelee con alguien de nuevo?
—¿Mikey?
El como su voz pasa de estar relajada a preocupada es sorprendente.
—Sigo aquí —susurro.
—Debes dejar de beber, esto es horrible.
—Lo sé, Eliot, lo sé.
Escucho su bufido, él odia cuando contesto así, dice que sueno desinteresado, que no puedo salir de esto si no pongo de mi parte, pero sinceramente la resaca duele menos que los recuerdos.
—Mikey, si sigues así un día pasará algo horrible y no podré ayudarte.
Su advertencia no me asusta, pero aun así un mal sabor se apodera de mi paladar, como si algo no estuviese bien.
—No pasará nada malo, Eliot, sé cuando detenerme —suelto ignorando las alarmas de mi cuerpo.
—Claro —Su sarcasmo contiene algo de veneno—, iré a clases Mikey, come la sopa antes de irte, está en el micro.
Escucho la puerta abrirse y luego cerrarse, se ha ido, en serio se ha ido y me ha dejado solo acá, creo que está de mal humor.
Salgo del baño para ver nuestra pequeña habitación, dos camas en extremos distintos, unos cuantos lujos que nos dimos, incluyendo el microondas, un televisor y nuestro armario.
Me visto con ropa simple y holgada: pantalón de mezclilla, suéter blanco, zapatos deportivos oscuros; amarro las agujetas con calma cuando mi teléfono suena, “Mi amor” está llamando, una sonrisa estúpida se dibuja en mi rostro y sin más contesto.
—Hola querida —saludo con un tono meloso.
—Mikey —Su tono es cortante.
—Que fría.
—¿Qué esperabas? Saliste a tomar y ni siquiera volviste.
—No volverá a pasar.
—No mientas, Mikey —Su tono pasa de cortante y rabioso a triste—, ya no mientas, no lo dejarás.
—Yo —Me quedo en silencio por la repentina jaqueca.
—¿Ves? Tú no quieres dejarlo —Su tono triste logra herirme, y luego oigo su suspiro—. Necesito que hablemos.
Las palabras que nadie querría oír.
—Vicky, por favor —susurro.
—Cuando acaben las clases —suelta dando por zanjado el tema.
Intento hablar, pero ya ha colgado.
De nuevo en la soledad de la habitación que ahora no parece tener lujos, en una habitación tan parecida a “aquella”. Un gruñido sale de mis labios al sentir otra jaqueca, debo comer, debo acabar con este día rápido.
Debo hacer cualquier cosa para distraerme, para mantenerlo todo lejos.
Para no recordarlo bien.
[———————]
Aún falta mucho para que el día acabé, pero al menos las clases acabarán. Pasar seis horas viendo clases no es divertido, y más sin haber tomado alcohol en todo el día y con jaquecas.
Cierro mis ojos queriendo descansar, pero entonces todo me ataca; oigo los sollozos con claridad, los gemidos desesperados y asustados, pero sobre todo logro oír sus gritos, sus maldiciones, sus insultos… Incluso vuelvo a sentir el ardor de los golpes.
Los jadeos salen sin mi permiso, mi cuerpo tiembla ignorando las órdenes de mi desesperado cerebro, me estoy alterando y todos podrán notarlo si no me controlo, ya, maldición.
«¡Ya!».
—¿Mikey? —llama la profesora.
«Carajo».
Todos fijan su mirada en mí, la clase ya no trata de leyes relacionadas con la ingeniería, la clase ahora trata de Mikey y su crisis nerviosa.
Cierro mis ojos, respiro con lentitud y niego con mi cabeza. Pocos segundos después escucho susurros y como la profesora prosigue con su clase, pero es tarde, ya he sido el centro de atención.
Al fin termino, sin perder el tiempo tomo mis cosas y salgo lo más rápido que puedo; los susurros no se hacen esperar, una vez más soy la “paria” de la universidad, el caso perdido, el error, no hace falta que lo oiga de ellos ya lo he oído del resto, incluso de los “fabulosos” profesores, para todos no soy más que un desperdicio de espacio, todos se preguntan como es que aún sigo estudiando.
“Mikey soborna a los profesores”.
“Mikey los manipula a todos”.
“Mikey es un mafioso”.
Tantos comentarios, tantas personas hablando de mí y yo solo preguntándome, ¿qué hice para merecer esto?
No sé en qué momento llegue aquí, a mi habitación, pero si noto el silencio que provoca mi presencia, me temen… ¿Por qué? ¿En serio creen esos rumores…? ¿En serio me comparan con un mafioso?
Llego al baño, me detengo delante del estante donde guardo mis “medicamentos”.
Una pastilla de diazepan para relajar los músculos para calmar mi crisis nerviosa y mis emociones, y una pastilla de éxtasis para subir los ánimos y contrarrestar el mortífero efecto amnésico de la diazepan; las tomo sin dudarlo y las acompaño con un poco de alcohol que escondí en una cantimplora pequeña.
Me tambaleo hasta la cama con una sonrisa estúpida en mi rostro, el éxtasis empieza a hacer efecto, el diazepan igual, ya no me siento afectado, el caos en mi cabeza se aplaca.
Las risas escapan de mis labios, risas escandalosas como las de un demente, risas de satisfacción, nadie lo entendería pero no necesito que lo hagan. Me siento jodidamente bien y eso es lo importante.
El teléfono suena cortando de un solo tajo mis risas, estiro mi mano para tomarlo sin fijarme siquiera en quien llama.
—¡Digan para que soy bueno! —grito bastante animado.
—¿Mikey?
«¡Oh, carajo!».
Me pongo de pie, es Vicky, olvidé que saldría con ella, olvidé que la vería.
—¡Vicky, Vicky! —No puedo evitar soltar unas risitas.
—¿Estás drogado? —reclama bastante frustrada.
—¡Yo no estoy drogado, solo estoy feliz!
Escucho su bufido como el de un animal y eso solo me provoca otras pequeñas risas.
—¡Mikey Trembley, baja en este instante! —ordena vuelta una furia.
—Claro, mamá —suelto sonriendo y cuelgo.
Salgo de mi habitación y una vez más todos me ven.
—¡Putos chismosos!
Grito a todo pulmón y seguido río, todos me ven mal, pero no podría importarme menos, alguien debía decirles la verdad.
Al salir del edificio aguanto las risas, ver zapatear a Vicky: una chica morena, alta, en buena forma, de ojos oscuros y cabello castaño trenzado, con vestimenta glamurosa me provoca gracia, el glamour se le va con la amargura.
—Hola, querida —suelto de forma juguetona.
—Eres un idiota, Trembley.
Su grito no me toma por sorpresa, la cachetada sí; pero estando tan jodidamente drogado, ni eso me altera.
—Vaya forma más peculiar de saludar —sonrío.
—¿Crees que esto es un puto chiste? —grita.
—¿Si bromeo más olvidarás que me ibas a dejar? —Le pregunto sin perder mi sonrisa.
La mirada que me da es fulminante y aun así puedo notar como algo de dolor se refleja en la misma.
—Nada te importa, ¿cierto? No te importa perder tu dinero, ni tu vida… Ni perderme —De nuevo su tono herido.
—Claro que me importas, no pienso perderte —suelto para tomar sus manos.
—¡No mientas! —Aparta mis manos de forma brusca—, no mientas más, Mikey. No quieres dejar esto atrás, no puedes… Eres un adicto.
Golpe bajo, aun estando drogado puedo sentirlo, esa maldita punzada de dolor.
—No lo entenderías —suelto de forma gélida.
—¿No entendería qué? —replica herida por mi tono.
—Porque lo hago.
—¡Cómo lo entendería si no me lo dices!
Suelta toda su frustración en forma de grito, abro mi boca para hablar, para escupirle la verdad… Pero no lo recuerdo bien, yo, ¿qué pasó en ese entonces? Sé que dolía, que quería olvidarlo todo, pero, ¿qué fue exactamente lo que olvidé?, El dolor sigue ahí, pero ¿Quién lo provocó? ¿Qué hice...?
¿Qué pasó ese día?
Tomo mi cabeza sin poder darle alguna respuesta; las ganas de reír me atacan una vez más, quiero reír por lo estúpido que soy y entonces ella me ve con lástima.
—Esto no funciona, Mikey, no más… No me busques —suelta dando por terminado el tema.
Reacciono.
Ella se aleja, así que corro a tomar su mano dispuesto a no dejarla ir; termino en el piso, sin aire.
Había olvidado lo que más me daba risa, esta chica morena además de ser glamurosa es una jodida artista marcial, es tan maravillosa que me provoca risas de felicidad.
—¡No vuelvas a acercarte a mí, ni a tocarme! —grita a todo pulmón.
Su tono es rabioso pero algo me dice que lucha por contener las lágrimas.
—Vicky —La llamo.
—¡Cállate! No oiré tus mentiras, ¡cállate, cállate, cállate!
Huye tapando sus oídos negándose a oírme o siquiera verme.
Se siente familiar estar tirado en el piso, abandonado… Solo.
Me paro con cuidado, todos siguen viéndome; suelto un gruñido para asustarlos y funciona.
Vicky me acaba de romper, Eliot sigue molesto, ya no hay nada para mí en este sitio.
—Maldición, necesito una cerveza —susurro.
Mis piernas obedecen esa orden, me estoy moviendo, lo más seguro a una licorería.
[———————]
Así empiezan todas mis olvidadas noches, llego a una licorería, pido ron, lo pago y tomo como si no hubiese un mañana.
No puedo terminar la botella, un nudo se instala en mi estómago y por alguna razón las lágrimas salen, yo, ¿no estaba feliz por el éxtasis?
¡Carajo! ¿No se supone que el dolor se aplaca así? ¿No se supone qué estaría bien?
—¿Mikey?
Una voz familiar me llama y logra asustarme. Miro a todos lados como una bestia acorralada, pero mi vista se detiene en el hombre de mediana edad que atiende la licorería.
Se viste como un bar tender a pesar de solo vender botellas, bastante peculiar… Y eso no logra causarme risas.
—Te ves mal, Mikey, ve a casa —Me dice tranquilo.
—No, aquí está mi medicina —suelto alzando la botella.
Me dispongo a tomar otro trago y noto mi temblorosa mano; el olor a alcohol por primera vez en mi vida logra provocarme asco y termino alejando la botella, ¿qué me está pasando…?
—Por favor, no estás bien —dice el hombre dejando su mano en mi hombro—, ve a casa.
Su tono es parental, una pequeña punzada de dolor recorre mi cuerpo obligándome a ponerme de pie.
—Está bien —susurro.
«Está bien».
Repito una vez más en mi cabeza. Tomo la botella a medio tomar me despido del hombre y sin más me voy, más temprano de lo habitual y aun recordando mi día, vaya mierda.
La noche llega, las calles están más vacías de lo usual así que apresuro el paso. Me pongo la capucha del suéter al sentir la fría ventisca y decidido a llegar más rápido tomo un atajo por un callejón.
Escucho un estruendo, me detengo abruptamente. Mis instintos a pesar de estar atontados por las drogas y el alcohol me piden esconderme y eso hago.
—¡Maldición, más rápido! —grita alguien con acento japonés.
—Déjala, hace lo que puede —señala otra persona con el mismo acento.
Me atrevo a asomar mi cabeza. Ahogo un grito al ver a dos japoneses vistiendo esmoquin de color negro y llevando una katana en su cintura, esos dos… Definitivamente son yakuzas.
Una tercera persona aparece, una mujer, en sus manos una especie de caja blanca descansa.
—Hi-hice lo que pidieron —suelta ella con miedo.
—Déjanos verlo —pide uno de los asiáticos.
La mujer abre la caja con sus manos temblorosas, algo de vapor escapa de la misma y en ese momento los asiáticos sonríen, el terror recorre mi cuerpo… Es posible, ¿qué haya órganos ahí?
—Hizo un buen trabajo doctora —señala uno de ellos.
—Sí… Se ganó esto —agrega el otro.
El sonido de un disparo interrumpe el silencio, la mujer no grita, la veo caer sin vida, yo… ¿Acabo de presenciar un asesinato?
Quiero gritar, vomitar, huir; pero solo tapo mis oídos con fuerza y cierro los ojos, esto no puede estar pasando, no, no, no.
Oigo a los japoneses hablar en su idioma natal, luego reírse y sin más oigo como sus pasos se alejan.
«Estoy vivo… ¡Estoy vivo!».
«Yo… Estoy maldito».
El tono de mi teléfono resuena por todo el callejón y ese tono que suena es el de Vicky… De todos los malditos momentos tenía que llamar ahora.
Los asiáticos se alteran, se gritan en su idioma natal.
—¡Rata! —grita uno.
—Sabemos que estás ahí, ¡Sal! —ordena el otro.
Así que, ¿así muero…?
Salgo de mi escondite detrás del basurero, con mis manos en mi cabeza y aún alterado por presenciar un asesinato.
—Un mocoso, es un mocoso —dice divertido uno de ellos.
—Uno desafortunado.
Trago grueso.
—Yo-yo acabo de llegar aquí, no-no vi nada —miento de forma patética.
Ellos se dedican una mirada divertida, disfrutan de mi desesperación, de mi miedo.
De nuevo hablan en japonés y no entiendo ni una palabra; pero aun así sé que se burlan de mí, se ríen, me señalan, ¿ellos también me ven como una paria, como un error, como un ser patético? Todo el mundo...
¿Me ve así...?
Aprieto mis puños, el miedo ha sido suplantado por rabia. Todo el mundo habla de mí a mis espaldas sin conocerme, solo saben juzgarme, ¿es divertido juzgar Mikey? Maldición estoy cansado de esta mierda, estoy cansado de que todos crean conocerme con solo verme, estoy cansado de todos ellos.
Estoy cansado de solo aceptar el despreció.
—No podemos dejarte ir, pero sí…
No lo dejo terminar, no sé si es el alcohol, la rabia, las drogas o las tres cosas, pero solo lo hago.
Hago algo de lo que me arrepentiré.
Oigo como la botella se rompe contra el rostro de uno de ellos, sus gritos y maldiciones en japonés llegan a mis oídos y esa es mi señal, huyo.
Salgo del callejón, corro con todas las fuerzas que me quedan hasta llegar a la calle y entonces el sonido de otro disparo me distrae.
Caigo al piso, veo con terror el agujero de bala que ahora decora mi rodilla.
Un grito escapa de mis labios y noto que las drogas aún hacen efecto, no duele. Empiezo a arrastrarme, quiero aferrarme a la salvación, pero entonces la muerte llega.
El japonés se acerca y sin darme tiempo a reaccionar patea mi cara tirando mi cabeza al piso; me siento aturdido, tanto que no entiendo lo que me grita, tanto que no me doy cuenta cuando se pone encima de mí y empieza a golpear mi rostro.
Uno, dos, tres… Diez… Y pierdo la cuenta. La sangre se desliza de mi nariz a mi boca y de mi boca a mi mentón, siento mis labios destrozados y la cara demasiado hinchada, me está costando respirar, y eso duele…
—Para —oigo del otro japonés.
Mi atacante replica en japonés y a duras penas veo su rostro cubierto de cristales, je, así que esta es su venganza. Una pequeña sonrisa se dibuja en mi rostro, «maldito éxtasis», y mi atacante al notarlo reanuda su ataque, más golpes a mí ya desfigurado rostro, otros a mi pecho…
Y los demás… Ya no lo sé.
Su voz se escucha jodidamente lejos, distorsionada, a pesar de ser molido a golpes ya no siento nada, no duele. Así que, ¿así se siente morir...?
«¿No debería estar viendo mi vida pasar frente a mis ojos o al menos mis recuerdos felices?».
Tal vez no tenga recuerdos felices...
Tal vez muera sin ver nada, tal vez nací solo para morir.
Ja… Vaya vida, vaya muerte.
Vaya mierda.
Continuará…
————————————
Hasta aquí el primer capítulo de la historia, espero les haya gustado, y de ser así su estrellita ayuda mucho. Hasta la próxima, amigos.
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