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01

Mudarse es un proceso complicado y agotador, en especial cuando debes dejar toda tu vida y esfuerzo atrás.

Su antigua casa, una pequeña vivienda de dos ambientes situada en un barrio bastante decente, era todo lo que podía desear. Cálido, acogedor, fácil de mantener y con visitas seguidas de los felinos de la zona. Después de haber vivido casi tres años en una habitación de 9m2 mudarse a una casa propia fue como tocar el cielo. El principio siempre es duro, hay que reconocerlo, pero tras ponerle mucho empeño y cariño esa casita se convirtió en un hogar. Para su desgracia, la temporada de lluvia duró más de lo normal y su hogar quedó en las ruinas, obligándolo a buscar un departamento rentable y que no sea un monoambiente diminuto.

Los primeros días se quedó en lo de sus padres con un bolso llenado de pocas pertenencias, era un shock del que tardaría en recuperarse tanto económica como emocionalmente. Si no fuera porque su trabajo en el laboratorio dejaba una buena remuneración tardaría meses o años en encontrar un nuevo lugar, solo era cuestión de esperar un tiempo y ahorrar lo suficiente.

Mientras se quedaba en la casa de su infancia, tomaba turnos extras y cuidaba del dinero como el tacaño extremista que era, visitaba las ruinas de su vivienda en busca de lo que sea que pudiera rescatar y fuera de valor; documentos, fotografías, la antigua vajilla de su abuela o los pequeños regalos de su mejor amigo, cualquier cosa le servía para no deprimirse. Y en los días libres, buscaba inmobiliarias y departamentos junto sus amigos.

“Hey, mira esto. En Insadong venden una propiedad a un precio muy bueno” escuchó decir a Minhyuk. “¿En Insadong? ¿No es esa una zona privada?” pregunta Jooheon. “Así es. Escucha, nueve millones una casa de dos pisos, cuatro habitaciones de los cuales dos tienen baño privado, otro baño más y también dice que tiene un patio enorme. No todos los días encuentras oportunidades así, tienes… No, vas a considerarlo, Changkyun”.

Era cierto que para ser una propiedad en un barrio privado y plena crisis económica esa oferta estaba regalada, más cuando a partir de los veinte millones se considera barato. Sin embargo, Changkyun no estaba tan seguro de ello. Había algo que le daba malas vibras, su intuición le decía que siga buscando y quede endeudado con cualquier cosa, un departamento a las afueras del centro sería más seguro que esa casa, o un ático incluso.

Un jueves por la tarde fueron a ver, cuando él adelantó su trabajo en el laboratorio y Minhyuk salió de la estación de radio. El barrio era muy pintoresco, parecía como si se hubiese quedado estancado en la década de los cincuenta, pero lo que le sorprendió fue la casona que vendían a un precio exageradamente bajo. La arquitectura era similar a la de un barco, lleno de curvas, ventanas circulares y balcones techados; las paredes del exterior estaban casi por completo cubiertas de enredaderas y si había una extensa variedad de plantas en el jardín, no quería imaginarse el patio. El interior no estaba muy lejos a sus suposiciones, pues la paleta de colores se basaba en pasteles y beiges.

“Es demasiado para mí. ¿Qué diablos haré con una casa tan grande? Seguramente debe ser costoso de mantener con lo vieja que es. Además, el vendedor dijo que todos se arrepienten a último momento, por algo debe ser” se queja él, inseguro y con la paranoia guiando sus pensamientos. “Muy bien, no insistiré, pero vas a tener que vivir a base de agua en los próximos meses para fijar un sitio antes de que los precios suban”.

Al cabo de seis meses pudo firmar el contrato, pagando el 60% y dejando el resto en cuotas para no envejecer diez años de golpe de tanto estrés y terminar siendo un calco de su padre, con artritis y entradas. Intentó buscar otros lugares pero como el castaño dijo: no encontraría nada y ni los ahorros de su vida (considerando que apenas llevaba tres años de carrera) serían suficientes.

Así que aquí está, con toda su basura en unas cuantas cajas, maletines y aquél mugroso bolso. Decidió comprarla con muebles incluídos ya que los electrodomésticos no servían (excepto los cables, luego iría a sacarles el cobre como la rata que es) y los de madera cogieron humedad, pudriéndose a las semanas.

Al tener pocas cosas el proceso de entrarlas fue muy sencillo; la mayoría eran papeles y libros de investigación de su trabajo y época de estudiante, lo demás, su laptop personal y ropajes con tonteras escondidas. El interior de la casa lucía igual que las veces anteriores, más limpio, eso sí. Había llamado a sus amigos para hacer una limpieza profunda y revisar todo a fondo, tenía que cerciorarse de que no haya un nido de ratas ni la casa se haya usado para un ritual. Seguía sintiéndose ajeno y solitario.

Es una cuestión de adaptarse. Pronto adoptaría a un gato, dos, o tres. Los que sean necesarios así ni él ni los felinos se sentirán solos.

Tras elegir la habitación con mejor iluminación y un buen escritorio, dejó las cajas y maletines regados y bajó nuevamente, sentándose con pereza en el viejo sofá floreado de la sala y observando los alrededores curioso. “La mujer que vivía aquí antes falleció, y como no tenía familia ni amigos decidimos dejar los muebles y parte de la decoración” recordó. La decoración era muy sutil, delicada, propia de una anciana evangélica, y su presencia allí profanaba esa paz. Esperaba que fuera agradable y no lo espante por las noches.

Con cuidado se recostó de lado, dejándose hundir en los almohadones. ¿Cuánto tiempo le llevaría renovar el primer piso? Un año, probablemente, pero recién lo haría cuando termine de pagar la renta y el préstamo, lo que sería en otros dos años si es que no gasta su dinero en estupideces y no lo ascienden. Si iba pasito a pasito, tal vez la cosa sería más rápida (o lenta).

Changkyun no estaba con ánimos de analizar su situación. Tampoco tenía ánimos de atender a la puerta, sin embargo considerando que en ese barrio privado la mayoría de sus vecinas eran ancianas amantes del chisme, odiaría quedar como el nuevo vecino maleducado.

—¡Voy! ¡Dame un segundo! —habló con un tono alto, lo suficiente para que se escuche del otro lado de la puerta. Quiso ver por las ventanas al lado de éstas quién diablos molestaba al mediodía, pero no alcanzó a ver nada. De un salto salió del sofá e importándole poco su apariencia abrió la puerta—. Eh… ¡Oh! Buenas tardes.

Le costó bastante darse cuenta que la persona del otro lado era demasiado bajita, tanto, que si él se consideraba bajito a ella le sacaba una cabeza. Tuvo que bajar la mirada, sintiéndose de pronto apenado.

—Hola, buenas tardes —saludó una joven sonriente, de rasgos filosos y un largo cabello negruzco trenzado—. Soy la vecina del frente, Yoo Yeojoo. Me enteré de que te mudaste y bueno, pensé que estarías cansado así que quise traerte un poco de lo que cociné. Espero no sea una molestia.

Le extendió un tupper con comida aún caliente y Changkyun sintió el contraste de su gélido tacto.

—¡No! N-no, no. Para nada, es un placer. De hecho, todavía no almorcé por lo que me viene muy bien el gesto —devuelve la sonrisa atontado por los nervios, sin saber qué decir o cómo actuar—. Soy Changkyun, y gracias de nuevo por la comida.

En su interior lloraba por la vergüenza que inundaba su ser. Los ojos de Yeojoo eran fríos y juzgadores, analizaban su descuidado aspecto y en el interior lo criticaba. O eso creía, de no ser al escuchar una pequeña risita.

—Ojalá te guste el estofado de carne y arroz. Ahora me estoy yendo al trabajo, pero si necesitas algo puedes dejarme una nota en la puerta y cuando llegue la leeré —Changkyun asintió como un niño pequeño—. Es un placer. Nos vemos más tarde.

Y tan rápido como vino, rápido se fue. Se quedó como un minuto viéndola desde la puerta partir, le despidió con la mano y finalmente cerró la puerta, sintiendo como el ácido estomacal y la bilis amenzaban con salir en una violenta arcada.

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