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CAPÍTULO TRES

Me quedo de pie junto a la puerta de mi departamento, mordisqueando la uña de mi dedo pulgar con nerviosismo mientras espero a que uno de los dos guardias de mi edificio, y los dos agentes de policía que fueron los encargados de atender el llamado de auxilio que realizó el agente de seguridad más joven de la residencia, salgan con aquel extraño, que encontré tendido en mi cama, con un par de esposas decorando sus muñecas.

— Es realmente extraño que haya sucedido esto. Yo estaba vigilando las cámaras y ningún hombre, además de los que viven en el edificio, entró — comenta el guardia que ha quedado en el corredor conmigo.

Mis ojos se posan en él y luego en la pequeña placa en su pecho para leer su nombre: Minhyuk.

— Pues, supongo, que deberán mejorar la seguridad de este lugar si nadie fue capaz de verlo.

Mi comentario parece fastidiarlo un poco, pero no le tomo mayor importancia dado que escucho unos pasos acercándose. Los dos policías y el guardia salen del departamento a nuestro encuentro.

Solos.

Los miro totalmente desconcertada al no ver a aquel extraño sujeto caminando junto a ellos con sus muñecas esposadas tras de su espalda, lo cual sería lo más racional teniendo en cuenta que lo que hizo fue invasión a la propiedad privada.

— ¿Dónde está el...?

— No hay nadie en el departamento, señorita — me interrumpe uno de los policías con educación, un poco confundido.

Mis cejas se alzan con estupefacción.

— ¡¿Q-qué?! Pero... ¡Si yo lo vi! ¡Estaba tendido en mi cama! ¡¿Cómo es que no está?! — exclamo, moviendo las manos con desesperación.

¿Cómo diablos no lo encontraron ahí adentro si nadie ha salido del departamento? ¡Yo misma me he quedado vigilando la puerta principal mientras la ayuda llegaba! Además, estamos en un séptimo piso, por lo que el tipo, no ha podido escaparse por la venta a no ser que tenga instintos suicidas.

— No hay nadie al interior de su departamento, señorita. Hemos realizado una búsqueda y no hemos dado con nadie.

Llevo las manos a mi cabeza y miro al interior de mi departamento sin poder dar crédito a lo que mis oídos escuchan.

— Pe-pero... ¡El tipo media alrededor de un metro sesenta! ¡No pudo simplemente haber desaparecido!

El oficial, que parece ser el que se encuentra a cargo, se encoge de hombros con una mueca que dice «Pues, tal parece, que sí pudo» para luego sacar una libreta junto a un lápiz.

— Bueno, de cualquier manera, necesitamos que nos dé una descripción del sujeto por si esto vuelve a suceder.

— Oh... claro. — Asiento, respirando profundamente para calmarme. — Era alto, fornido, cabello negro y tenía una cola y orejas del mismo color...

El oficial, que estaba escribiendo palabra a palabra lo que decía, se detuvo de manera abrupta al oír lo último y me miró de refilón con una expresión que se puede traducir perfectamente como un «¿Es en serio?».

Frunce los labios y cierra su libreta dejando escapar un sonoro suspiro de cansancio. Yergue los hombros y se cruza de brazos, con sus cansados ojos fijos en los míos.

— ¿Orejas y cola? Señorita, ¿ha estado consumiendo alcohol o algún otro tipo de estupefacientes de los que no nos haya informado? — cuestiona con seriedad, tomándome por sorpresa.

— ¡¿Qué?! — exclamo, sintiéndome indignada con el solo hecho de que se le hubiera ocurrido aquello.

Abro la boca para quejarme, pero casi de inmediato la cierro cuando en mi cabeza, una voz repite la parte que sonó más disparatada de todo lo que dije.

«Tenía una cola y orejas...»

DI-OS.

Obviamente que, después de soltar aquello, me van a tratar como si estuvieran hablando con alguien que le faltan un par de tornillos o consume drogas, porque yo también lo creería si lo escuchara de alguien más.

De reojo, veo como Minhyuk admira la escena al igual que su compañero de trabajo, pero, con la gran diferencia, de que él posee una divertida sonrisa en sus labios y que, además, parece estar conteniendo la risa que le causa toda la situación.

— No, claro que no. Estoy completamente sobria... Hum... — Paso las manos por mi rostro y tomo una profunda bocanada de aire entretanto pienso en qué decir. Cuando mi confundido cerebro logra inventar algo, vuelvo a mirar al policía, poniendo la mejor cara de «soy una mujer cuerda, por favor no me arreste» que puedo. — Sí, tenía orejas y cola, pero eran falsas... De esas que venden en las tiendas, ¿me entiende? — Rio entre dientes, esperando que se trague esa estupidez.

A este punto de la noche, ya ni yo misma estoy segura de lo que vi.

— Sí, la entiendo — Afirma, observándome con detenimiento y luciendo como sí se hubiera tragado mi mentira. — Se lo diré una sola vez. Hacer este tipo de bromas al departamento de policía y hacernos perder el tiempo, no es gracioso y es ilegal, señorita. Primera advertencia. La segunda vez, tendrá que venir con nosotros y pagar una multa si no quiere pasar la noche en la cárcel, ¿entendido?

— Y-yo no... Sí, entendido — murmuro molesta, cruzando mis brazos y desviando la mirada a otro lado al tener sus fríos y molestos ojos sobre mí.

Ya no me sirve intentar excusarme, no me creerán.

— Excelente. Nos retiramos. Que tengan una buena noche.

— Claro. Minhyuk, acompaña a los oficiales hasta la salida.

El chico de cabellos negros asiente con una sonrisa. Me mira por última vez de manera burlona y se va con los dos oficiales para escoltarlos hasta la salida entretanto, les agradece el que hayan venido y se disculpa con ellos por hacerlos perder el tiempo. Miro la espalda del chico con rabia, deseando que se tropiece con sus propios pies y se caiga de bruces al suelo para que esa estúpida mueca en su cara desaparezca.

— Señorita, Bomi.

Desvío mi mirada del más joven para posarla en el hombre mayor junto a mí.

— ¿Sí?

— Supongo que ya es consciente de las cosas que suceden en este departamento, ¿no?

— Sí, me lo informaron el día que vine a ver el departamento.

Asiente, complacido con mi respuesta.

— Yo no creo que esté mintiendo.

— ¡¿En serio?! — Interrogo, alzando una ceja con algo de incredulidad.

— Lo digo en serio. He trabajado mucho tiempo en este lugar y no es la primera vez que nos sucede que la gente que vive aquí, se queje acerca de que alguien está en su departamento. — me informa. — Pero usted decidió vivir aquí a pesar de todo lo que le dijeron así que, le aconsejo, que se vaya acostumbrando a las cosas extrañas que suceden en este lugar si no quiere terminar llevándose mal con la policía.

Tenso los labios, sintiéndome insatisfecha por oír ese consejo, pero sin nada que decir al respecto dado que el hombre, está en lo correcto. Debo comenzar a acostumbrarme.

A pesar de lo raro que es todo.

— Sí... Está bien.

— Muy bien. Que tenga una buena noche y espero que no la vuelvan a molestar. — Me sonríe.

— Gracias, espero lo mismo.

El hombre se retira del lugar y yo vuelvo a entrar a lo que es, mi nuevo hogar.

Cierro la puerta tras de mí y doy un rápido vistazo a mi alrededor, como si en cualquier momento, me fuera a encontrar con el mismo chico paseándose felizmente por mi sala o cocina.

Espero unos segundos completamente quieta y en un total mutismo, sin escuchar nada más que el profundo silencio en el que se encuentra sumido el departamento. Suspiro profundamente y despego mi espalda de la puerta.

— Lo mejor será continuar con mi rutina como si nada hubiera pasado — digo, depositando el bolso sobre el sofá y topándome con un invitado, no deseado, recostado cómodamente en él. Probablemente, el gato debió haber aprovechado la conmoción para entrar al departamento mientras nadie lo veía y es por eso, que no me extraña mucho el verlo aquí. El animal parece estar muy encariñado con el departamento y, a pesar de que eso me conmueve un poco, no tengo pensado dejarlo quedarse. — Entiende, tú ya no puedes entrar aquí. Esta es mi casa y no me gustan los gatos, ¿sí? — le hablo como si él, en verdad, fuera capaz de entenderme. Lo tomo entre mis brazos con algo de dificultad, debido a que se rehúsa a cooperar conmigo, y camino hasta la puerta principal, batallando con el felino que no para de retorcerse como un gusano y maúlla, quejándose. — Perdón, pero tendrás que acostumbrarte a vivir en otro lado.

Lo dejo en el corredor y antes de que pueda meterse nuevamente, le cierro la puerta en la cara.

Lo escucho quejarse con fuerza desde el otro lado y rasguñar un poco la puerta, sin embargo, hago oídos sordos a toda su pataleta. Enciendo la televisión para que el lugar se llene de un poco de ruido y ahogue las quejas de ese gato para después, dirigirme nuevamente a mi habitación, dispuesta a continuar con lo que me había dispuesto a hacer.



— Estoy muy feliz de que consiguieras trabajo — dice Mark sonriente, depositando un sonoro beso en mi mejilla sin dejar de caminar por el pasillo en dirección a mi departamento tras haber ido a comer y dar un lindo paseo por el Río Han. Su brazo izquierdo rodea mis hombros, apegándome a su cuerpo mientras que mi brazo derecho, abraza su cintura.

— Yo también. Además, me darán descuento en el maquillaje y todos los productos para el cuidado de la piel ahora que trabajo ahí.

— Un empleo caído del cielo — bromea.

— ¡Oye! Que tú también sales beneficiado.

— Lo sé. Soy tan afortunado — suelta con diversión, haciéndome reír.

— Linda, ¿has hablado con tus padres o tu hermano?

Me suelto de Mark para buscar las llaves en mi bolso y así, poder abrir la puerta, sintiéndome un poco incomoda con el nuevo tema que ha decidido poner en la mesa.

— No, yo... por el amor a todo lo bueno, ¡¿Qué diablos está pasando aquí?! — pregunto en un grito ahogado de horror al ver que tanto mi sala como cocina, se encuentra invadida por gatos.

Muchos gatos.

De diferentes colores, razas y tamaños. Algunos juegan entre ellos y con los cojines del sofá, otros se pasean por los muebles y otros pocos, se limpian a sí mismos.

No entiendo cómo han llegado todos ellos hasta aquí y, mucho menos, cómo consiguieron abrir la puerta del refrigerador y algunas alacenas.

— ¡Wow! Creo que el gato del edificio adopto a otros gatos.

— ¡¿Un gato que adopta gatos?! ¡¿Me estás jodiendo?! — Miro a Mark sin poder creerlo.

Se encoje de hombros, asomándose al interior para admirar el desastre que ahora es mi hogar.

— Bueno, es eso o los gatos decidieron hacer su reunión semanal en tu casa.

Deja escapar una pequeña risa nasal ante su propio comentario y, la sonrisa que adorna su rostro, se va borrando lentamente al ver que la situación no me causa la menor gracia.

— Llamaré a control animal — avisa mi novio, sacando su móvil de su bolsillo trasero y volviendo al corredor para hablar con ellos.

— Sí, será lo mejor.

Observo todo el lugar con rabia y tristeza, pensando en que luego, tendré que limpiar todo este desastre porque ni modo que los mismos gatos limpien.

Mi mirada se posa sobre el ya conocido gato negro que se haya sentado sobre la encimera de la cocina a unos metros de mí, con su cola moviéndose en un lento vaivén y, supongo, que ya me estoy volviendo algo loca, porque de verdad pareciera que me está sonriendo burlonamente.

Mi mandíbula se tensa y mis puños se aprietan para contener mi rabia.

— Todo esto es tú culpa, estúpido gato. 

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