CAPÍTULO SIETE
No respondo a su saludo debido a que me encuentro tan ensimismada en mi propio shock, que ni siquiera soy capaz de formular palabra alguna. Las prioridades dentro de mi cabeza han cambiado, por lo que la reacción natural de huir de un desconocido con aspecto tan particular como ese, ha sido remplazada en cosa de un parpadeo por la inherente necesidad de responder a un motón de preguntas que se comenzaron a acumular sin parar dentro de mi atareado cerebro. Y mientras ambos nos sumimos en un profundo mutismo, la realidad y los recuerdos me golpean tan fuerte como lo haría un boxeador contra un saco de práctica.
El supuesto sueño llega a mi mente y aquello, sumado a la escena de un raro chico completamente desnudo en mi sofá como si se tratara de algún tipo de dios griego, consiguen que el calor explote en mi rostro de forma brutal y reacciono de la misma manera en que lo haría una virgen primeriza y demasiado tímida: cubriendo mi cara y ahogando un chillido que deja en claro que me encuentro totalmente avergonzada porque, justamente ahora, recuerdo muy bien que le vi el paquete cuando me desvanecía en el baño. Hecho que me hace sentir como una maldita pervertida.
«¡Dios! ¿Me demandará por acoso sexual?»
El miedo brota dentro de mí hasta que me percato de un detalle muy importante que, gracias a los nervios y por ser atacada con tanta nueva información de forma tan repentina, termino pasando por alto.
Quito las manos de mi rostro y me atrevo a mirarlo otra vez, pero, ahora, con mis cejas tan juntas en señal de disgusto que estoy segura que se ven como si fueran solo una. ¡¿Por qué diablos me demandaría él por acoso sexual si ÉL, es quien se ha presentado en mi departamento desnudo?! ¡Eso no tiene sentido! ¡Yo debería demandarlo por acoso sexual! ¡PORQUE ESTO ES ACOSO SEXUAL!
Sin molestarme en recoger mi bolso y con mis ojos fijos en él, atenta a cualquier tipo de moviente de su parte, doy un par manotazos al aire con mi mano izquierda hasta que me topo con la pequeña mesa junto a la entrada, en la cual se encuentra el cuenco de porcelana en el que me obligo a mí misma a dejar mis llaves cada vez que llego. Todo en un pequeño intento por ser un poco más ordenada y ahorrarme el tener que pasar algunos malos ratos. Porque lo admito, soy lo que se podría considerar como despistada y descuidada, y perder tanto las llaves como el control remoto de la televisión o de cualquier otro aparato pequeño de la casa es casi un pan de cada día. Una vez hasta encontré el control remoto dentro del refrigerador. Ni idea de cómo llegó ahí, pero me hizo pasar una muy mala tarde buscándolo.
Sus cejas se fruncen de forma ligera en señal de confusión. Se sienta en el sofá con lentitud, importándole poco y nada, que de esa manera sea capaz de verle sus vergüenzas. No parece tener el más mínimo pudor, al igual que mi vecino. Aunque supongo que también hay que tener en cuenta que tampoco es como si fuera la primera vez que lo haya visto de esta manera.
— ¿Acaso lo vas a usar de gorro, fea? — pregunta, soltando una risa floja e inclinando levemente su cabeza a un lado mientras apoya sus codos en sus rodillas. — Vas a hacer tendencia con eso.
Su burla no me afecta en lo más mínimo, ya que defenderme de las críticas respecto a mis decisiones de estilo de un sujeto desconocido que se encuentra desnudo dentro de mi propio hogar, no me parece lo más inteligente y oportuno en estos momentos.
— ¿Eres el gato feo?
Paso de su pregunta como si jamás la hubiera hecho mientras detallo su rostro y me digo a mí misma que debo estar en algún tipo de sueño, porque esto, sencillamente, no puede ser normal. En lo absoluto.
"El primer paso es aceptarlo". Dice lo que se podría considerar mi lado racional dentro de mi cabeza, que intenta ser la versión aburrida y normal de Pepe grillo.
En lugar de responderme, mueve su nariz de la misma forma que haría alguien al captar algún tipo de aroma. No sé lo que sea, pero ha absorbido toda su atención de la manera más rápida y frustrante posible. Aunque no es como que me asombre el hecho de que su capacidad atencional en estos instantes sea tan baja como la de un niño con TDAH, porque yo también estuve así y soy capaz de comprenderlo. Sus orejas se alzan, asombrándome, y noto como su cola se menea de manera suave tras de él, detalle que me hace querer gritar para dejar salir de alguna manera todo ese abrumador sentimiento de sorpresa que me embarga. Sus pequeños ojos se fijan en mí y, en cosa de un parpadeo, se me es posible admirar como cambia, de una manera ridículamente fácil, de forma, convirtiéndose en el gato azabache que suele estar siempre rondando por mi departamento y con el que he hasta hablado en mis momentos de locura más privados.
A pesar de que soy consciente de que su nombre no lo conforman más de cinco letras y que es una de las cosas más fáciles de recordar gracias a eso, en este momento, nada llega a mi cabeza más que una suave neblina que se encarga de ocultarlo. No soy capaz de recordarlo, aunque me esfuerce. Está sucediendo lo mismo que me ha pasado durante años con los nombres de diversos objetos: justo en las situaciones en que más los necesito para explicarle algo a alguien, se esfuman como si nunca hubieran existido en mi memoria. Y es tan irritante.
Aunque en estos momentos, supongo que el haberlo olvidado puedo atribuirle al desconcierto que me causa toda la situación que se está desarrollando. Verlo cambiar de forma me asombra y perturba en niveles que no se me es posible explicar con palabras, y él, aprovechándose de mi estado de turbación total gracias a su truco de magia (el cual, por cierto, podría ser muy popular si quisiera mostrarlo en algún show de televisión o en un circo), salta del sofá para seguido, avanzar veloz y torpemente en mi dirección.
Mi anatomía se sacude, y retrocedo inconscientemente mientras de entre mis labios se escapa un grito ahogado cuando, en un parpadeo, su figura humana se alza frente a mí con la misma facilidad que antes. Mi espalda golpea contra la puerta de entrada, diciéndome que no tengo escapatoria por ahí, y más pronto que tarde, me veo acorralada entre su fornido cuerpo, que posee algunas características propias de un animal, y la fría superficie de madera que ahora estoy maldiciendo.
Se anticipa a mis movimientos y sus manos aprisionan mis muñecas, impidiendo que pueda empujarlo o golpearlo con el cuenco que sostengo en una de mis extremidades. Mi corazón da un brutal salto al interior de mi caja torácica entretanto mi sistema nervioso parece querer explotar gracias a todo lo que se está desarrollando. La situación de por sí es extraña e incómoda. Y a pesar de eso, él consigue volver todo peor cuando, sin pedir permiso o decir algo, hunde su cara en el espacio que hay entre mi cuello y hombro, olfateando y provocándome una mezcla de cosquillas y desesperación que son reflejadas en un ahogado chillido.
— ¡Yah! ¡¿Qu- qué mierda haces?! — bramo con voz trémula, lo cual me enoja. Porque de esta manera no sueno en lo absoluto intimidante como me gustaría y aunque lo odie, pero no puedo evitarlo. No cuando tengo su cuerpo pegado al mío y cuando estoy siendo capaz de sentir su erección contra la parte baja de mi estómago.
Incomoda, con ganas de correr, me remuevo, intentado zafarme de su agarre que parece aumentar tras mi intento, ya que parece reacio a la idea de soltarme. Y me tenso, inconscientemente, al percibir su caliente aliento acariciar mi piel con suavidad.
— Hueles a fresas... — inhala profundamente, ronroneando de felicidad y satisfacción, restregando su nariz contra mi cuello. — Me encantan las fresas... — bisbisea, sumido en su propio jubilo, como si hubiera hallado la fuente de la felicidad.
Se me es posible comprender su amor a las fresas porque a mí también me encantan. Pero, aun así, soy capaz de saber que esto está mal y que tener a un chico desnudo mitad gato y drogado pegado a mí como si su vida dependiera de ello, no es algo correcto en ningún sentido y, mucho menos, teniendo novio.
«¡Maldición, Mark! ¡Que desastre sería que él viera esto! ¡¿Cómo diablos se lo explicaría sin que me tache de loca?!»
La imagen de la posible expresión de terror que tendría mi novio parece darme fuerzas, por lo que aprovechando que la fuerza en su agarre ha disminuido al haber decidido que me he vuelto una paleta de su sabor favorito y tomado la deliberada decisión de pasar su lengua por debajo de mi oreja, lo empujo con todo lo que tengo para apartarlo de mí. Trastrabilla hacia atrás, porque es claro que lo he tomado con la guardia baja en mi segundo intento por liberarme, y me mira luciendo un poco molesto y confundido por mi reaccionar. Como si no fuera normal quererlo lejos luego de lo que ha estado haciendo.
— ¡N-no! ¡Eso no se hace! ¡Gato malo! — suelto lo primero que pasa por mi cabeza, secando con la palma de mi mano la zona que su miembro bocal se ha ocupado de humedecer.
Parece querer lanzarse de nuevo sobre mí, pero el ruido de mi móvil, sonando al interior de mi bolso, lo distrae. Cosa que no sé si agradecer o odiar, tras ver como toma mi bolso en busca del llamativo aparato.
— ¡Yah, no! ¡Dame eso!
Me gruñe cuando le arrebato mis cosas y, con sus ojos sobre mí, me fijo en que es una llamada entrante de mi hermano mayor.
— Hum... Ya... Ve a echarte... O yo qué sé... — digo insegura, empujándolo de un hombro en dirección al sillón para que se siente o recueste o lo que sea. La idea es evitar que me moleste. Sin embargo, él ignora mis mandatos para seguido, intentar apegarse a mí nuevamente, con intenciones de aspirar mi aroma como si fuera algún tipo de obsesión.
«Creo que esto es una señal para cambiar de perfume»
Gruño en voz baja. Descuelgo la llamada con intenciones de hacerle saber a mi hermano que me encuentro lo suficientemente ocupada como para que me vuelva a llamar más tarde o que yo le regrese la llamada en cuanto pueda.
— ¡Bomi! — Apenas atiendo, su voz animada desde el otro lado de la línea es lo primero que me recibe y me hace sonreír de manera automática. Todo en él es tan cálido y agradable, incluyendo su tono de voz que siempre carga un toque de amor que me encanta.
— ¡Hey! — Saludo, golpeando la mano del chico gato al ver como este la acerca para tocar mi cabello. Le doy una mirada de advertencia y lo señalo con mi dedo índice mientras formulo un "no" con los labios.
Me da una mirada de recelo, frunce los labios con disgusto y gira sus orejas negras hacia atrás.
— ¿Cómo está mi hermana favorita con su nueva vida?
— Soy tu única hermana.
— Y por eso eres mi favorita.
— Púdrete, YoungJae — digo negando con la cabeza, sin dejar de sonreír.
Mi hermano ríe desde el otro lado de manera escandalosa. La famosa risa familiar de los Choi.
Cruzo mi brazo libre alrededor de mi estómago y admiro como el chico gato se ha logrado distraer con otra cosa. Ha comenzado a perseguir a una polilla que se ha colado por la venta, dejándome en segundo plano. Le agradezco mentalmente a la polilla y me rio entre dientes al ver cómo el azabache intenta agarrarla pero, gracias a los efectos de la marihuana que aún se haya en su cuerpo, termina dando manotazos en el aire sin poder atraparla.
— Oye, mañana papá ira a verte — Me informa y la noticia me cae como una patada en el estómago porque sé que eso, no puede ser algo bueno.
— ¿Y él no pudo llamarme para decírmelo o preguntarme si es que estaré en casa?
— Yo me ofrecí para llamarte. De cualquier forma, ya quería hablar contigo y como tú no pareces recordar que tienes un hermano...
Ruedo los ojos al escuchar una pizca de resentimiento y falso dolor en su tono, pero de igual manera, me siento mal por ello. La verdad es que tiene razón. Este último tiempo he tenido tanto en la cabeza que he dejado personas y asuntos importantes de lado sin que esa fuera realmente mi intención.
— Lo lamento. He estado muy ocupada estos días — Me excuso y suelto un siseo en voz baja al ver como el gato de más de un metro y medio, tropieza con la mesa de centro y cae al suelo en un estruendo tremendo.
— ¡Mierda! — chilla, acariciando sus pantorrillas maltratadas, pese ha que no ha sido el único lugar afectado con la caída.
— ¿Qué fue eso? ¿Es Mark? — curiosea YoungJae mientras me acerco al tipo y me aseguro de que este bien. Cosa que no estoy segura de sí debo o no hacer.
¿Qué se supone que debo hacer en está situación? ¡Dios! ¡Necesito un puto manual!
— Hum... Sí, sí. El muy idiota se ha tropezado con la mesa. Nada de qué preocuparse.
Se ríe otra vez, supongo, imaginándolo.
— Oye, YoungJae. Estoy algo ocupada ahora, ¿te parece si te llamo más tarde?
Suspira pesadamente antes de responder, haciéndome saber que no le agrada mucho la idea.
— Supongo que no me queda más que aceptar eso.
— Maravilloso, hermano. Hablamos más tarde, te quiero.
— Yo igual, princesa — suelta con dulzor antes de decirme que no olvide que mi padre viene mañana a visitarme y colgar la llamada.
Veo desde arriba al azabache que ahora se ha convertido en un gato nuevamente y se lame una de sus patas, como si fuera algún tipo de ungüento sanador.
— Supongo que tendré que esperar a que se te pasen los efectos de la marihuana si quiero tener una conversación decente contigo — murmuro, asombrándome a mí misma con lo bien que parezco estar llevándolo todo hasta ahora. No sé si es el cansancio o he perdido la cabeza, pero sea lo que sea, me ayuda a mantener la calma y mis niveles de estrés a un nivel decente. — Hum... Iré a buscar una sábana para que te tapes cuando vuelvas a cambiar de forma, exhibicionista. Estúpido pervertido...
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro