CAPÍTULO DIECIOCHO
— ¿Qué pasa?
— Nada.
— Si vas a mentir, al menos intenta que sea creíble, ¿sí?
— Estoy bien — digo en un cansado suspiro, sin siquiera voltear a verlo en lo más mínimo y manteniendo mi vista fija en el mismo lugar del techo. No sé cuánto tiempo llevo así, pero el hecho que JaeBeom haya venido a saber si es que me ocurre algo, me dice que es más de lo que alguien podría considerar como normal.
— No sé si alguien te lo ha dicho antes, así que supongo que lo tendré que hacer yo porque me agradas lo suficiente como para abrirte los ojos... — Toma una bocanada de aire, como si lo que viniera ahora fuera algo sumamente difícil de decir y me aguanto la floja sonrisa que quiere salir. — Eres un fracaso mintiendo.
— O tal vez... Tú eres muy bueno descubriendo las mentiras — refuto, alzando una ceja.
— Sé que soy bueno en muchas cosas, y entre ellas descubrir mentiras, pero no puedo llevarme el mérito por algo como esto. Ni siquiera me lo pones difícil. ¡Estás utilizando la misma palabra que usan todas las mujeres para mentir!
— ¿Cuál palabra? — Mis ojos viajan a su rostro cuando se sienta en la orilla de la cama junto a mí.
Sé cuál es la palabra y sé que él también sabe que lo sé, pero es divertido ver que se toma el tiempo de explicármelo como si en verdad, yo no supiera de qué diablos está hablando. Todo para solo darme en el gusto.
—... Y siempre dicen nada. ¡Cuando, en realidad, sí les pasa algo! — exclama con una divertida frustración que consigue sacarme una sonrisa que no soy capaz de contener. Porque además de divertirme con su desespero, el hecho de que al decir "nada" hiciera una pobre imitación de una voz femenina, pudieron conmigo. — ¿Por qué hacen eso?
Me encojo de hombros.
— Supongo que las razones son similares a cuándo alguien te pregunta ¿cómo estás? Y nuestra respuesta automática es bien. Porque es más fácil decir eso que afrontar todo lo que conlleva responder con un mal.
Frunce los labios ligeramente y asiente, de acuerdo con mi argumento que no debe ser un desconocido para él.
— Lo comprendo. Yo también lo he hecho, pero... ¿sabes? Yo no quiero que me respondas de esa manera tan robótica — Su ceño se frunce ligeramente. — Quiero que seas sincera y que cuándo te pregunte cómo estás me digas sin tapujos... ¡Estoy como la mierda!
— Suena genial — admito con sinceridad y me siento en la cama, estilo mariposa. — Pero... ¿Qué hago cuando me preguntes por qué y yo no tenga una respuesta concreta? Porque lo harás, y muchas veces no tendré una buena respuesta para justificar el por qué me siento triste o sola.
— No creo que necesites una justificación para estar triste.
— Eres la primera persona que me dice aquello — Suspiro, rememorando el pasado y junto a él, las críticas recibidas. — En casa, con mis padres, no podía estar decaída sin una buena validación para ello, ya que de otra forma me convertía en una complicada y exagerada.
— ¿En serio? Eso es algo muy tonto.
— Sí, pero para ellos no había razón válida para estar tristes porque teníamos dinero y con eso una buena cama, casa, sirvientas, comida... Estar triste era una tremenda estupidez para mis padres. Y eso solo conseguía hacerme sentir peor, porque me hacía pensar que no tenía el derecho para estar triste cuando poseía tantos privilegios — Paso saliva, acomodando mi cabello por inercia. —, y trataba de no estarlo, en serio, pero a pesar de ello no podía evitar sentir un incómodo peso dentro de mí que no sabía cómo poner en palabras y que prefería terminar tragándome. Soportar este tipo de dolor en silencio se ha vuelto ya más una costumbre que otra cosa.
— Bueno, supongo que vamos a tener que desacostumbrarte. Yo no soy como tus padres. Para mí puedes estar feliz o triste sin tener una profunda razón detrás de ello porque, muchas veces, no se necesita. Hay días en los que, simplemente, nos sentimos tristes y eso está bien — Alza los hombros restándole importancia. Su mano derecha se posa en mi pierna y me trago cualquier comentario mientras percibo como su dedo pulgar se mueve en círculos por sobre la tela, dejando unas sutiles e inconscientes caricias que consiguen descolocarme y distraerme de mi malestar. — Yo también he pasado por esos días y puedo entender la sensación de estar triste sin tener un motivo claro. Si te llego a preguntar la razón y no la sabes, no te juzgaré ni subestimaré lo que sientes — Sonríe, ladeando la cabeza y abrazándome con su cálida mirada que me susurra que todo lo que sus labios recitan, es lo que en verdad piensa, lo cual me alegra y ayuda a apaciguar una aflicción que cargaba desde hace años conmigo y de la que ni yo misma me había percatado hasta ahora.
Nuestro contacto visual hace que mi corazón se precipite contra mis costillas y que mi rostro se sonroje con una facilidad vergonzosa. El ser consciente que él ha notado la tonalidad rojiza que han adquirido mis pómulos, no ayuda a que su intensidad baje; todo lo contrario, aumenta ridículamente como si me encontrara sentada junto a una fogata en pleno verano. Con mis incisivos muerdo el interior de mi mejilla derecha mientras tanto mis ojos se desvían a otra parte de su cara, rehuyendo de su filosa mirada que, desde hace ya un tiempo, está consiguiendo que un fastidioso hormigueo sacuda mi estómago. Un hormigueo que he catalogado como peligroso.
Porque sé lo que significa, ya que es la misma sensación que viví con Mark antes y después de que comenzáramos a salir. Y a pesar de que la sensación es agradable, de igual forma me asusta. Debido a que es un claro anuncio de que, sin percatarme de ello, me permití caer en los encantos de un chico mitad gato que, en un inicio, ni siquiera toleraba en su totalidad y con el que tenía una ridícula pelea por quién echaba a quién del departamento primero.
«Dios, JaeBeom me gusta» Pienso con temor, reemplazando mi anterior preocupación por los nuevos sentimientos que ahora tengo por mi roommate y que ya no pienso seguir ignorando.
Lo admito, desde un inicio me atraía JaeBeom, pero no era algo que fuera más allá de lo físico. Me gustaba su cuerpo, su perfilado rostro y lindo trasero. Nada más. Pero ahora lo conozco; conozco sus mañas, gustos, aspiraciones, entre otras cosas y la situación ha terminado dando un giro que no puedo definir de otra manera que no sea incómodo.
Ahora tengo ganas de abrazarlo, besarlo y pasar tiempo con él. Lo extraño cuando estamos separados y mi pecho se llena de una felicidad acogedora cuando volvemos a estar juntos. Más de una vez me he atrapado a mí misma pensando en él y seguir ignorando lo evidente me parece una estupidez tremenda por la que habría terminado golpeando a mi amiga... Si tan solo tuviera alguna.
«¡Wow! Eso no pudo sonar más deprimente».
Me doy cuenta de que mis pensamientos me han absorbido cuando, de forma repentina, siento como su mano hace contacto con mi cara. Mi cuerpo se sacude en un ligero respingo y mis ojos vuelven a conectarse con los suyos, los cuales parecen no haberse despegado de mi rostro.
Los vellos de mis brazos se erizan cuando noto cómo sus ojos bajan a darle un vistazo a mis labios y el ver cómo se inclina en mi dirección, consigue hacer que retenga la respiración gracias a unos crueles nervios que reptan por mi anatomía. Su cálido aliento golpea mi cara y la distancia entre nosotros no es más grande que siete centímetro, si es que no son menos.
Lo espero.
Lo ansío mientras me siento torpe, como si fuera la primera vez que voy a ser besada cuando, en realidad, es todo lo contrario. Su dedo pulgar acaricia mi pómulo y cierro los ojos, dándole luz verde para que nos haga el favor de romper la distancia que nos separa, ya que mi cerebro ha dejado de funcionar y me he congelado en mi lugar por la mezcla de sentimientos que burbujean dentro de mí.
Tras un par de segundos, que se sintieron como eternos minutos, llenos de expectación, me termino sintiendo estúpida y avergonzada cuando percibo como sus labios se posan en mi mejilla izquierda, depositando un largo y dulce beso sobre esta que, sincera y humildemente, no me esperaba en lo absoluto y que se siente como un codazo en un pecho.
Intento disimular el shock que se ha dibujado en mi cara entretanto él se separa de mí, pero se me es difícil hacerlo y, más aún, cuando tanto mi cara como orejas son golpeadas por una desagradable ola de calor que delata la vergüenza que me ha consumido en cosa de un chasquido.
¿De verdad está pasando?
Se aclara la garganta y desvía la vista, acomodándose en la cama con una clara incomodidad, detalle que hace que me sienta todavía más patética si eso es siquiera posible. Tengo ganas de echarlo de la habitación, de que me trague la tierra, de salir gritando de rabia por dejar que esto pasara, pero en cambio no hago nada más que bajar la mirada, ocultando así mi rostro con ayuda de mi cabello que forma una conveniente cortina que me parece una salvación en este incómodo momento.
¡Maldición, ¿de verdad malinterprete todo?! ¿Fui yo la que leyó mal entrelineas? ¡Oh, mierda! ¡¡Debí haberme visto tan ridícula cerrando los ojos y esperando un beso que jamás llegó!!»
Grito internamente todo lo que quiero entretanto repaso lo que ha sucedido y solo puedo llegar a la conclusión de que: se ha arrepentido a último momento o que ha montado todo ese circo para tomarme el pelo.
Y ninguno de esos dos razonamientos trae de vuelta la dignidad que he perdido en cosa de un parpadeo.
— Y bueno... ¿Cuál es el problema que te tiene así? O ¿Solo estás triste? — curiosea, rompiendo el pesado mutismo que se ha instalado entre nosotros.
El ambiente es incómodo y antes de que le conteste, pretendiendo que no ha sucedido nada, mi teléfono comienza a sonar. Por un instante pienso que es un salvavidas caído de cielo para rescatarme de tremenda situación en la que me he metido, pero tan pronto lo cojo y veo el remitente, cambio de parecer al ver que tan solo es el problema llamándome.
Mi madre.
De lo que he aprendido durante mi niñez y adolescencia, es que las reuniones y encuentros familiares no son nuestro fuerte. Ya sea entre todos los integrantes o solo entre algunos, como sucedió en esta ocasión.
Reunirme con mi madre adoptiva sirvió para que la relación que se trizó durante mi adolescencia y que sobrevivió por arte de magia de esa manera hasta ahora, terminara por romperse total y completamente al dejarle en claro que no iba a permitir que me siguieran manipulando a su antojo como llevaba haciendo desde que me convirtieron en su hija. Que a pesar de que la estimaba y le agradecía que cuidara de mí, independiente de las razones que existieran detrás de ese acto que se puede catalogar de manera fácil como caridad, no permitiría que ella y el sujeto a quien llamé padre millones de veces, decidieran mi futuro. Y menos ahora que había logrado llegar tan lejos, armándome de un valor que yo misma desconocía hace unos meses.
Dentro de todo, fue triste ver lo fácil que se rompieron los lazos que nos unían y lo poco que pareció importarle aquello. Supongo que es algo que se puede considerar normal si se tiene en cuenta que, a pesar de que ella llevaba el título de madre, YoungJae y yo fuimos cuidados durante toda nuestra niñez y adolescencia por las sirvientas y nanas, ya que nuestros progenitores se pasaban de viajes de trabajo. Ellos se aseguraban de que cumpliéramos con nuestras rutinas (que consistía en nuestras clases normales y una absurda cantidad de talleres extracurriculares), a través de llamadas, la cuales ni siquiera eran con sus propios hijos, sino que con las amas de casa que les informaban de nuestro estado una o dos veces a la semana.
Los veíamos en contadas ocasiones y a medida que fuimos creciendo, nos importaba cada vez menos que pudiéramos encontrarlos o no en eventos importantes, o de casualidad en el living de la casa.
La noche ya ha caído y suspiro con cansancio mientras me siento en la banca de metal de una parada de autobuses vacía, porque el autobús — el cual creo que también me servía para llegar a mi barrio— ha pasado hace tan solo unos segundos y yo no me he esforzado en lo más mínimo para cogerlo porque tanto mis ganas por llegar a al departamento como mis ganas de correr, se encuentran en el piso. Aún estoy avergonzada y molesta por lo sucedido hace un par de horas, y ver a JaeBeom no es algo que me tenga saltando en un pie de emoción en estos instantes. En realidad, es la razón principal por la que he perdido más de dos horas dando vueltas en parques y por el centro de Seúl después de mi encuentro con mi madre.
Recuesto mi espalda y cabeza contra el plástico trasparente tras de mí y jugueteo con mis pies, marcando un ritmo inconsciente mientras me pierdo en mis propios y deprimentes pensamientos.
«Debería gritarle por jugar de esa forma conmigo... O pedirle una explicación como la persona civilizada que soy... Para que él, muy probablemente, terminé hiriéndome con su sinceridad cuando me diga que solo estuvo jugando y no le gusto».
— Eso suena sumamente depresivo.
Salto en mi lugar por el susto que me llevo al oír la voz de alguien más, rompiendo la paz en la que me encontraba sumida. Giro mi mirada y me encuentro con un chico de cabello azabache sonriéndome de oreja a oreja, divertido por mi reacción.
— ¿Me oíste?
— ¿Cómo no? Si estás hablando en voz alta — Se ríe, sin ser capaz de reprimir sus carcajadas al ver el poema en que se convierte mi rostro al escucharlo decir eso y cómo los colores me suben a la cara.
— Oh, dios, debo haber parecido una loca.
— Sí, no lo voy a negar. Me estuve debatiendo un rato entre si hablarte o no.
— ¿Por qué querías hablarme? — Lo miro arrugando el ceño con confusión.
— Venía caminando tras de ti a la parada de autobuses y vi cómo tirarte tus audífonos — Se encoge de hombros y me tiende unos audífonos blancos.
Reviso el bolsillo de mi abrigo para asegurarme de que no los traigo y me doy cuenta de que, efectivamente, aquellos son mis audífonos.
— ¿Cómo...?
— Te vi tirarlos sin querer cuando sacaste tu móvil del bolsillo de tu abrigo.
— Oh, ya veo. Muchas gracias — le agradezco, tomando mis audífonos de entre sus manos y guardándolos en el bolsillo contrario en dónde se encuentra mi teléfono celular.
— No es nada — Se acomoda en el asiento a dos espacios de mí.
Me dedico a mirar cómo pasan los automóviles mientras el silencio nos envuelve. Particularmente no tengo ganas de hablar, pero parece que el chico sí y es por eso que rompe el mutismo entre ambos con un comentario que no esperaba de su parte.
— No deberías salir con él.
— ¿Ah?
— La mayoría del tiempo no voy de metiche, pero con lo que escuché... No puedes continuar saliendo con alguien que jugó contigo — dice seriamente. — No gastes tu tiempo con él.
Le sonrío levemente, notando que se ha confundido.
— No es lo que crees — Niego, viendo cómo el vendito autobús se acerca. — Pero gracias por el consejo... Y por devolverme mis audífonos.
— Sí, claro — Asiente el azabache. — Simplemente, no dejes que te hagan tonta — Se despide, sacudiendo la mano en mi dirección mientras me ve subir.
Me despido de él con una mueca y tras pagar con mi tarjeta el pasaje, me voy a un asiento vacío, sintiendo cómo los nervios atacan a mi pobre estómago tras haber decidido que hablar con JaeBeom es la decisión más sabia.
«Sí, tú puedes con esto, Bomi» Me animo, apoyando mi frente contra el vidrio y pidiéndole mentalmente al conductor que le baje a la velocidad porque llegar pronto, no es una necesidad.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro