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XXXV: "Raptados"

Rilliane estaba en el despacho del rey de Elphegort acompañada por Elluka y Gast. Los tres seguían hablando sobre el tratado comercial que tendrían.

—¿Qué es lo que me puede ofrecer, majestad? Estoy de acuerdo, yo le daré las medicinas que necesite. Sin embargo, necesito algo que me garantice que nuestro dinero se nos devolverá.

—Mi país es rico en minerales. Oro, plata, carbón.

—¿Eso es lo que tiene en mente?

—En el palacio tenemos una gran cantidad de oro. Mi nefasto padre se encargó de robarlo todo.

El rey miró los ojos de la muchacha. Le parecieron fríos y a la vez llenos de cinismo.

—Entonces, ¿cuánto puede costear, mi señora?

Rilliane sonrió.

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De camino a casa, la princesa se sentía muy satisfecha. Por fin lo había conseguido: los medicamentos para la enfermedad gula. Si bien los que tenía Lucifenia eran efectivos, sus avances en la medicina no eran tan grandes como los de Beelzenia. Se sabía que si bebías el medicamento, la probabilidad de curarte era mucho mayor.

La princesa estaba tan feliz. Ese viaje le había cambiado la vida para bien.

Miró la cajita que tenía entre sus manos: su anillo rojo. El que tanto odiaba llevar. El que le recordaba que era una mujer infeliz.

Lo sacó de la cajita. Miró a su alrededor, confirmando que todos estuvieran dormidos. Luego abrió la ventana del carruaje y aventó el anillo lejos. Muy, muy lejos.

—Vete a la mierda, imbécil.

Miró cómo el carruaje avanzaba, dejando atrás la joya.

Observó a su lado. El joven sirviente dormía plácidamente, recargado en el respaldo del asiento.

Con un rostro relajado, la princesa recargó su cabeza en el hombro del muchacho, quedándose dormida, pensando en lo que estaba por ocurrir. El cambio que tomaría su vida a partir de ese día.

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Las tropas están listas.

—Arderá en llamas.

—Por los suelos.

—Morirán.

—¡Quémenlo todo!

—Las personas pagarán las consecuencias.

—¡La hija del mal será destruida!

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¡Rilliane!

Los gritos despertaron a la princesa. Provenían del sirviente, quien la miraba con desesperación.

Ella miró a su alrededor. Todo ardía en llamas.

—El bosque...

—¡Se está incendiando! ¡Vamos, Rilliane!

Allen tomó a Rilliane de la mano y la guió afuera de la carroza, con Gast Elluka, Emma y Scarlet siguiéndolos.

—¿Y el chofer? —preguntó Rilliane mientras corría al lado de Allen.

—No estaba. Todos dormíamos, y cuando desperté el chofer ya no estaba.

Todos corrían de manera agitada.

—¿¡Cómo diablos se incendió el bosque!? —exclamó Gast.

—No pudo ser natural —diho Elluka.

—Alguien lo hizo... —susurró Rilliane.

Todos siguieron corriendo. Por suerte Allen conocía el bosque, si no, se habrían perdido sin duda.

Sin embargo, se detuvieron al escuchar unos ruidos extraños. Como si fueran pisadas.

—Se acerca alguien —dijo Emma—. Escóndanse.

Se escondieron detrás de unos arbustos. Poco a poco, los pasos se escucharon cada vez más fuerte.

—No es "alguien" —murmuró Allen—, son...

—... varios —concluyó Rilliane.

Observaron cómo personas pasaban por ahí, marchando con algo de simetría.

—Ellos son... Soldados —afirmó Gast.

—¿Qué hacen aquí?

—No entiendo —dijo Rilliane.

—Un momento... Llevan el uniforme de la guardia real —susurró Elluka.

—De Lucifenia... —completó Allen.

—Corran.

Salieron corriendo por atrás de los arbustos con cautela. Sin embargo, las llamas del incendio comenzaban a acercarse.

—¡Corran más rápido! —gritó Elluka.

Los guardias seguían pasando sin notarlos. Hasta que...

—¡Gast! —era Elluka, quien gritaba despavorida—¡Gast, regresa!

—¡No! ¡Tengo que detener esto, Elluka!

—¡Regresa!

Elluka no escuchó a Gast y corrió detrás de él, apartándose del grupo.

—¡Vamos por ellos, Allen!

—¡No hay tiempo, Rilliane!

—¡Emma! ¡Scarlet! ¿¡Dónde están!? —la princesa gritó, mirando a su alrededor—. ¡Tenemos que regresar!

—¡Se está incendiando! ¡No hay tiempo!

—¡Regresemos!

—¡No, Rilliane! ¡No podemos!

—¡Regresemos, Allen! —pidió la chica alterada, jalando la manga del muchacho.

—¡Sí, regresemos, Allen!

La voz asustó por demás a los muchachos. Era una voz conocida. Tan conocida que daba miedo.

Allen sacó su espada con rapidez.

—Oh, majestad. ¿Estás cansada?

Rilliane volteó a donde provenía la voz.

Un profundo gritó salió de su boca al ver a Asnan detrás de ella, tomándola con fuerza y tapando su boca con un trapo.

Por otro lado, Allen fue sujetado por dos de los guardias.

—Por fin tengo el gusto de verte otra vez, Rilliane. Ah, y eres tú, Allen. ¿Asi te llamas?

—¡Suéltela! —gritó el sirviente forcejeando.

Rilliane solo miraba a Allen y trataba de safarze.

—¡Déjala ir, bastardo! —volvió a gritar Allen.

Asnan hizo una seña a los guardias, y, mientras el muchacho seguía gritando, le dieron un fuerte golpe en la cabeza, dejándolo inconsciente.

Rilliane gritó con desesperación, viendo al sirviente caer al suelo. Y luego sangre resbalar.

—Ay, no llores, Rilliane —dijo Asnan, acariciando la cara de Rilliane, quien ya estaba llorando, tratando de gritar—. No te haré daño, preciosa. Solo fue un pequeño incidente.

Asnan abrazó a la princesa, acariciando su espalda y cuello. Ordenó a los guardias arrastrar al chico a una carroza, que era conducida por el mismo hombre que era chofer de la princesa.

—Vamos, mi princesa. Todo estará bien —murmuró en el oído de la chica—. Estarás muy bien cuidada conmigo.

Rilliane lloró más fuerte, todavía forcejeando, siendo empujada a la carroza, cayendo de bruces al suelo.

Vio cómo los soldados ataban a Allen con cuerdas, tapando su boca al igual que ella.

Rilliane trató de salir de la carroza, pero fue detenida por Asnan, quien cerró la puerta y pateó a Rilliane en la cara, haciendo que de la nariz de la chica saliera sangre.

Los hombres ataron a Rilliane de las piernas y los brazos,y después la aventaron a una esquina de la carroza.

—Esperen, esperen, hombres, ¿qué no ven que es la princesa? Trátenla bien.

Asnan se sentó a lado de la llorosa Rilliane, jalando su mentón con fuerza.

—Te dije que pagarías las consecuencias, ¿no, hermosa?

Rilliane sollozó fuertemente, siendo abrazada por Asnan.

—Ya, ya, muñeca, no llores. Vas a estar muy muy bien conmigo.

La joven lloró más fuerte al ver a su sirviente tirado, con la sangre cayendo todavía, pero respirando con lentitud aún.

—Nos divertiremos mucho en el palacio, princesa.












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