XXXIII: "Las cosas de los adultos"
*Advertencia: este capítulo contiene escenas sexuales explícitas. Si eres sensible, pasa a la siguiente parte*.
Rilliane estaba muy borracha. Su cuerpo tambaleante apenas podía ser sujetado por Allen.
Llegaron a la alcoba. Allen, con algo de dificultad metió a Rilliane en la habitación. Cuando cerró la puerta, la tambaleante Rilliane dejó de moverse.
—Ahg, hasta que por fin. Ya me estaba aburriendo.
La princesa se dejó caer en la salita con un suspiro, mirando al confundido sirviente.
—¿Estabas fingiendo?
Rilliane soltó a carcajadas. El sirviente la observó con gran confusión.
—¿Soy buena actriz?
Allen sonrió, sentándose en la salita, a un lado de la joven.
—La mejor que he conocido.
La princesa aventó sus tacones a un lado de la habitación. Luego se quitó el collar en su cuello, las pulseras y la corona.
—No sabes cuán aburrida estaba en esa cena de mierda. No dejaban de hablar de asuntos políticos. Al menos el alcohol me distrajo.
La princesa, finalmente, desabrochó su vestido, para quedar en ropa interior. Allen desviaba la mirada un poco incómodo.
—Oye, Allen.
—¿Qué pasa? —preguntó el chico, haciendo contacto visual con la joven.
—¿Alguna vez te has acostado con una chica?
El muchacho se sonrojó ferozmente. La pregunta tan directa de Rilliane provocó que el sirviente se sintiera mucho más avergonzado.
—No es... No es apropiado —susurró.
—Pero somos amigos, ¿verdad? Los amigos se cuentan todo.
El chico miró a la joven con una sonrisa un tanto torcida.
—Nunca —respondió con rapidez.
La princesa rió un poco ante la declaración del sirviente.
—¿Enserio? Ah, ya veo. Eres conservador en ese tema, ¿verdad? Sin sexo antes de la boda.
—No es eso. Es que... Jamás he tenido una novia.
—Entonces... Supongo que tampoco has besado a nadie además de a mí, ¿cierto?
Allen se levantó del sillón y se paró enfrente de Rilliane.
—¿Qué significó? —le preguntó.
—¿Qué cosa?
—¿Por qué me besaste?
—¿Lo de hace unos días?
—Eso mismo. ¿Por qué? —preguntó con seriedad el muchacho.
La princesa se levantó y se acercó al sirviente, para quedar frente a frente.
—¿Quieres saberlo? Bueno, te lo digo —Rilliane tomó el rostro de Allen entre sus manos—. Te amo. Eso es todo.
El corazón de Allen latió con mucha fuerza, tanto como nunca había latido. En su vida. Se sentía como un sueño del que ojalá nunca despertara.
—Te amo. No sé cuándo, ni cómo. Solo sé que te amo.
—¿Es así?
—Es así.
La chica abrazó a Allen con lentitud, recargando su cabeza entre el cuello de él.
—Me siento como si estuviera viva a tu lado. Jamás, jamás he amado a alguien, y no sé cómo hacerlo. Pero, espero aprender a amar contigo.
—Rilliane....
—No soy una buena chica. No soy amable, no puedo ser como esperas, Allen.
—Eso... No me importa.
—Nunca podré ser una buena persona. Por mucho que me esfuerzo pero... Si estoy contigo, estoy segura de que seré la mujer más feliz del mundo.
—Yo...
—Te amo, Allen. Con todo mi corazón. Eso es lo único que tengo qué decirte.
El chico, todavía inmóvil, correspondió el abrazo de la chica, estrechándola fuertemente contra su pecho.
—Yo también te amo.
Los dos se separaron del abrazo, para después hundirse en un profundo beso. Rilliane acariciaba el cabello del sirviente, y él sujetaba su espalda con delicadeza.
La joven desató el parche del sirviente, revelando el ojo carmesí de este. Luego volvieron a besarse, caminando al frente de la cama, donde Rilliane detuvo el beso para mirar a los ojos del chico.
—Tócame —le dijo.
Allen, cerró los ojos, con un suspiro ligero. No se atrevía, pero la chica que tenía frente a él siempre lograba inquietar lo de algún modo.
Sin decir nada, la princesa se quitó la ropa interior hasta quedar completamente desnuda frente al muchacho.
—Tal vez no es lo que esperas...
El joven no se movía. Solo veía a la muchacha. Su blanquecina piel, su perfecto cuerpo. Su bonito rostro.
Ella se acercó más a Allen. Tomó su mano y la guió hasta uno de sus pechos, haciendo que él la tocara.
—No tienes por qué asustarte. No me harás daño.
Le dio un corto beso en los labios al sirviente y lo abrazó, mientras iba quitando poco a poco su traje.
Poco pasó hasta que Allen se encontrara desnudo del torso.
Al final, él también comenzó a acariciar la espalda desnuda de Rilliane, repartiendo varios besos en su cuello y hombros.
Estando desnudos, Rilliane cayó en la cama con Allen encima, sin dejar de besarse y acariciarse. Rilliane jamás se había sentido tan amada por alguien.
Las manos y los besos de Allen recorrían todo su cuerpo, provocando que ella apretara las sábanas de la cama y se le escaparan pequeños jadeos de placer.
—Hazlo, Allen —pidió la princesa en un gemido ahogado.
El chico se poscicionó en medio de las largas y finas piernas de Rilliane. Poco a poco se fue introduciendo en ella, lanzando un largo gemido. Se sentía tan bien.
Rilliane podía ver las estrellas con cada embestida. Se olvidó por completo, incluso de quién era. Sus gemidos iban creciendo con cada estocada. Abrazaba la espalda del sirviente y la arañaba, enterraba sus uñas en ella.
Para Allen era precioso. Escuchar la voz de Rilliane, sentir sus uñas clavadas en su espalda, el tacto entre sus pieles. Todo era perfecto. Era algo que jamás había experimentado.
Entonces, una sensación rara le invadió el cuerpo. Su entrepierna comenzaba a dolerle un poco, por lo que aumentó la velocidad de sus embestidas.
Rilliane gemía cada vez más fuerte. Ese chico, le otorgaba tanto placer sin llegar a herirla de algún modo. Se sentía tan feliz, tan alegre de ver el rostro sonrojado de su sirviente, las gotas de sudor que resbalaban de su frente.
Una descarga eléctrica recorrió los cuerpos de ambos. Rilliane sintió como algo llenaba su interior, para después soltar un largo gemido, tan fuerte que tuvo que besar al chico para que no se escuchara.
Allen detuvo sus embestidas, con la respiración agitada. Sacó su miembro del interior de la joven. Se recostó a su lado, recargando su cabeza en el pecho de la jadeante Rilliane, tapando sus cuerpos levemente con la sábana. Ella le daba pequeñas caricias en la cabeza y le daba pequeños besos en ella.
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