XXXI: "El sirviente no sabe qué hacer"
Allen estaba en el jardín celestial del castillo. A su lado, una confiada Charttete veía las rosas rojas.
—Oye, Allen.
El joven volteó hacia Charttete.
—¿Qué?
—Estás muy callado.
—Usualmente no hablo demasiado.
Charttete cruzó los brazos, levantando una ceja.
—¿Enserio?
—Sí.
Allen realizaba sus tareas como de costumbre. Regar las preciadas rosas de Rilliane era una de sus muchas labores, porque a la princesa le encantaba el color tan rojo que tenían.
—¿En qué piensas? —preguntó Charttete de nuevo, provocando que Allen rodara los ojos.
—En nada.
—Te entiendo, Allen. Hasta cierto punto puedo entenderte. Aunque no lo creas, también me he estado enamorada varias veces en mi vida.
—Como todos, ¿no?
—Así es. Todo eso de "el primer amor" ya lo viví. Creeme, es decepcionante porque crees que será para siempre, pero conforme va pasando el tiempo te das cuenta de que eso solo es una simple fantasía. Se te va el tiempo, y cuando menos te imaginas, ya has pasado la página. La mayoría de las veces así ocurre. Así que...
Al darse cuenta de que su monólogo no era escuchado por Allen, Charttete saltó enfrente del sirviente, distraído en una hermosa rosa.
—¡Tengo más experiencia en estas cosas, así que no me subestimes! —exclamó Charttete, ganándose la atención del muchacho—. Soy mucho mayor que tú, ¿escuchas? No menosprecies mi sabiduría.
—Solo me ganas por ocho años, Charttete.
—¡Ocho años! ¡¿No crees que merezco un poco de respeto?!
—Bueno, bueno, ya. Gracias por el consejo, señora Charttete, pero no es necesario. Me di cuenta de que estoy enamorado, es así. Pero mis sentimientos no pueden ser, eso lo tengo claro —dijo con tranquilidad el sirviente, calmando a la "mujer" de coletas rizadas.
—¿Entonces cuál es el motivo de tu confusión?
Allen suspiró fuertemente, dejándose caer en una banca.
—Ayer nos besamos —confesó.
Charttete se quedó boquiabierta, tapando su boca con las manos.
—No es cierto.
—Lo es.
—¡Ay, no puedo creerlo! ¿¡Enserio la besaste!? —gritó la sirvienta con emoción.
—Shh, baja la voz —susurró el sirviente, mirando a los lados—. Yo no la besé.
—¿Y entonces?
—Ella fue la que me besó.
Charttete se tranquilizó un poco. Luego tomó asiento al lado del chico.
—¿Ella tuvo la iniciativa?
—Sí. Pero no sé por qué lo hizo, no sé si fue por el momento tan horroroso o porque su corazón así lo quería.
—Oh, Allen. ¿Sabes? Yo la conozco desde hace más tiempo que tú.
La joven miró a sus pies con melancolía.
—Toma desiciones estúpidas e impulsivas muchas veces —suspiró—. Sin embargo, la Rilliane que conozco jamás haría algo así, menos por un impulso.
—Tu respuesta sólo me hace dudar más.
—Si no has aclarado tus dudas, ¿por qué no se lo preguntas?
—No es tan fácil. ¿Qué le podría decir?
—No lo sé, qué tal: "Rilliane, ¿qué significó el beso?" —dijo Charttete, haciendo una mala imitación de la voz de Allen.
—No puedo decir eso.
—¡Va!, ¿yo qué sé? ¡Entonces piensa en algo!
—¿No que eras experta en el amor?
—¡Nunca dije eso! —exclamó ella, con un sonrojo feroz en el rostro—. Solo dije que tengo más experiencia que tú, niño virgen.
—¡Ey, yo no soy virgen! —gritó Allen sonrojado.
—Claro que lo eres. Te molesta porque sabes que es verdad —respondió Charttete con una pequeña carcajada.
—Ah, como sea. Ese no es el punto. El punto es... Ya no sé qué hacer. Ya no entiendo a esa chica. Me ha ayudado, con lo de mi mamá. Pero...
Charttete sujetó las manos de Allen, haciendo que la mirara.
—Habla con ella. En verdad, no te garantizo que será muy honesta, pero algo te puedo decir: tú eres la única persona que Rilliane ha amado de alguna forma.
Allen apretó las manos de Charttete y le sonrió.
—Gracias, Charttete. Eres una gran amiga. Eres la única persona que me entiende desde que vine a este lugar.
—Ah, no digas eso —respondió la chica con un sonrojo en sus mejillas—. Harás que las sirvientas se me vengan encima. Con eso de que a todas les gustas.
—¿Ah?
—Me van a odiar como a la sirvienta nueva. La pelirroja, pobrecita. Desde que se junta contigo las otras chismosas no dejan de hablar a sus espaldas. De verdad, no hay gente civilizada en este estúpido mundo.
La sirvienta soltó las manos de Allen, para acto seguido despedirse e irse a hacer otras labores.
Por otro lado, el sirviente se levantó de la banca y regresó al castillo.
—Hora de ir a Beelzenia —exclamó Allen, estirándose.
Subió unas cuantas escaleras hasta llegar a la habitación de la princesa. Tocó la puerta, para después abrirla.
Ahí estaban Ney y Emma ayudando a vestir a Rilliane.
Allen quedó deslumbrado al ver a la princesa. Se veía hermosa. El vestido, de un hermoso amarillo, con toques dorados, nada ampón que caía hasta sus tobillos, y un escote de corazón. Incluso llevaba los hombros descubiertos. Su lacio cabello lo llevaba a los hombros, adornado con su corona plateada. En su muñeca llevaba una pulsera dorada, y en su cuello un collar dorado muy bonito.
Al notar al chico, la princesa sonrió y se acercó a él.
—Hola, Allen. ¿Qué tal me veo?
Rilliane dio una pequeña vuelta, enseñando su vestido al chico. Él se sonrojó mucho más.
—Te ves... hermosa.
La princesa mostró su collar al sirviente.
—¿No es bonito?
Allen, quien seguía anonadado, finalmente entró en sí. Ladeó la cabeza y respondió, observando la joya.
—Es muy bonito.
—Era de mi abuela. Ah, nunca me lo había puesto. Aunque, el vestido, ¿no crees que es inapropiado para ver al duque de Beelzenia? Por la espalda —Rillane se giró, mostrando que el vestido tenía la espalda descubierta.
Era bastante inapropiado. Cualquiera que la viese usando ese vestido siendo de la realeza pensaría que es demasiado descubierto.
Pero en Rilliane se veía simplemente precioso. Se veía tan inocente, tan angelical.
—Yo creo que está bien.
El chico desvío la mirada al suelo, para ocultar su sonrojo.
—... Ya veo. Bueno, será mejor que nos vayamos.
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—Muy bien hecho, Arkaitor —halagó Asnan—. Con esto, estamos preparados.
—La princesa saldrá hoy a Beelzenia, por lo que tardará al menos dos días en regresar. Te lo aseguro, cuando regrese, su reputación estará por los suelos.
—El pueblo entero la odiará.
Los dos rieron.
—Bueno, es hora de prepararlo todo. Será mejor que aliste las tropas.
Arkaitor salió de la sala, dejando al ministro en soledad.
Asnan miró un cuadro con una pintura de Rilliane, y posó sus manos en el rostro de la chica, como acariciándolo.
—Pronto serás mía, Rilliane. No te quedará otra opción.
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