XXVI: "La dama"
—El deleite de hoy es flan napolitano, acompañado de té del reino de Elphegort.
Allen colocó la bandeja de comida en la mesa, frente a la princesa.
A pesar de todo, ahora se sentía un poco más alegre. Rilliane sonreía mucho más, y no había nadie lastimándola.
«De ahora en adelante, tengo que esforzarme para proteger su sonrisa»
—Allen, siéntate.
El joven tomó asiento en la banca al lado de la princesa. Esta vez estaban tomando el té en el jardín celestial.
—¿Cómo te sientes, Allen?
Allen levantó la mirada hacia Rilliane. Le pareció que ella se veía hermosa. Sus ojos azules, tan profundos y expresivos le recordaban a los de su madre.
—Me siento bien —fue lo que dijo.
—¿De verdad?
—¿Por qué no lo estaría?
Rilliane desvió la mirada.
—Has hecho cosas terribles por mi culpa.
Allen se levantó y se acercó a la afligida princesa.
—No, todo lo que he hecho hasta ahora ha sido solo para protegerte, Rilliane. Si yo no lo hubiese hecho, tal vez no estaríamos aquí ahora.
—¿Por qué no me mataste? ¿Por qué papá fue el que murió y yo no?
—... Yo-
—Debiste matarme. Papá de seguro te iba a dar algoa cambio si lo hacías, ¿verdad?
El joven sirviente miró esa cara tan hermosa y triste, una pequeña dama. Esas manos tan frágiles, de nudillos rojos, tratando de calentarse por el duro invierno. Las horrorosas marcas moradas que adornaban los hombros de la joven, la preciosa cicatriz encima de su ceja que la princesa trataba inútilmente de ocultar con si flequillo. Era simplemente perfecta, ante sus trastornados ojos.
No podía ocultar lo mucho que le dolía verla así, tan marchita y vulnerable, como una mariposa que está a punto de perder las alas.
Le molestaban tanto esas marcas que llenaban su piel, le molestaba que hubiesen sido hechas por otro hombre. Por un bastardo hijo de puta. Y le molestaba mucho mas ver el sufrimiento y la decadencia en Rilliane.
Odiaba verla tratando de cubrirse, odiaba ver cómo se miraba al espejo con asco, cómo lloraba todas las noches en su habitación.
Allen se sentía miserable, merecedor de todos los castigos del mundo. No por haber asesinado a un hombre, sino por haber disfrutado mientras lo hacía.
Ver su cuerpo ahí, inerte. Su asqueroso aliento sin salir, la sangre brotando de su pecho, su boca, su cuello; las partes mutiladas y rasgadas. Su sonrisa mientras hechaba el cadáver al río.
—¿Qué te iba a dar a cambio papá?
Allen decidió evadir la pregunta. No consideraba adecuado hablar sobre ese tema con Rilliane.
—Lady Mariam me ha dicho que quiere que vea a una chica.
—¿Quién?
—No sé. No dijo el nombre.
La princesa se levantó con rapidez, suspirando.
—Vamos, Allen.
Los dos salieron de la alcoba. No dijeron nada en el camino, pero Rilliane se conformaba con sentir la mano del sirviente rozarse con la suya.
Al llegar al despacho de la Jefa de Sirvientes, los chicos vieron a una mujer de no más de veinte años acompañando a Mariam. Era una mujer muy hermosa, delgada, de ojos azules y cabello rubio.
—Mariam —se dirigió Rilliane a la mencionada—, ¿para qué es necesitada mi presencia?
La joven desconocida hizo una elegante reverencia frente a la reina.
—La joven Emma desea tener una audiencia con usted.
—¿Emma, dices? He escuchado ese nombre hace tiempo.
—Así es, majestad —confirmó Mariam—. Ella es la ex esposa del joven Arkaitor Marlon.
Ante la respuesta dada por la jefa de sirvientes, Rilliane sonrió de oreja a oreja.
—Vaya, veo que tenemos a otro Marlon aquí. ¿Qué asuntos tienes conmigo?
—Majestad —habló Emma—, desculpe la interrupción. No he venido más que a pedir empleo en su palacio.
—... ¿Empleo?
—Así es.
—Pero eso no tiene sentido. Tú eres una noble, ¿no?
—Sí. O al menos lo era —la chica bajó la cabeza—. Cuando me casé con Arkaitor, así fue. Pero cuando anunciamos nuestro divorcio, mi familia me desheredó. No les agradó que yo decidiera esto, porque dañaba la reputación de la familia.
—Es decir, no tienes un peso y vienes conmigo, una conocida de tu ex para pedirle empleo.
—Prácticamente es así, mi señora.
La joven era demasiado cortéz. Incluso trató bien las palabras duras de Rilliane.
—Lamento haberle infortunado.
—¿Por qué te divorciaste de Arkaitor?
—Porque... Porque él quería poder.
Rilliane contempló a la joven de pies a cabeza.
—¿Qué trabajo le podría poner a una mujer tan refinada como tú? De seguro nunca has tenido necesidad de realizar las tareas domésticas.
—Puedo hacer de todo un poco, mi reina. Sé lavar, sé cocinar, sé coser. Además. Soy muy eficaz en las laboras cotidianas.
La princesa lo pensó un rato. Se acercó a Allen y luego a Mariam.
—Mariam, ¿qué puestos tenemos libres?
—Por ahora —Mariam sacó un papel—... Ninguno.
—¿Y no puedes invertarte un puesto?
—No lo creo.
—¡Ay, por dios! Es un jodido palacio, debe de ver al menos un ligar que necesite atención.
Mariam miró a Emma, analizando sus movimientos. Repasó su cuerpo de pies a cabeza varias veces. Luego desvío su mirada a la reina.
—Puede ser buena como dama de compañía. Sabe, a pesar de que tiene a Allen, es necesario una mujer que le acompañe para sus eventos.
—Hum.. No lo sé. Con Allen tengo suficiente.
—El pueblo se sentirá más confiado si es una mujer la que le acompaña, ya ve cómo son las personas.
La princesa miró a los ojos a la joven.
—Dije que jamás quería volver a tener a Marlons en mi palacio.
—Si es así, entonces.
—Los Marlon son todos unos hijos de puta, ¿verdad? Estás contratada.
—... Gracias, majestad.
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