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XXIX: "El hombre"

La plaza del pueblo estaba a reventar. Muchas personas se paseaban por ahí, comprando, platicando o si.plemente perdiendo el tiempo.

Una de todas esas personas era Germanie, quien bebía una botella de licor de arroz afuera de un bar.

Su acompañante, un hombre que acababa de conocer, también bebía directamente de la botella, compartiendo con Germanie.

—¿Y usted, señor? ¿Qué asunto tiene conmigo?

—No lo sé. Me llamó la atención la golpiza que le dio a ese pobre diablo.

La razón por la que ambos estaban conversando era porque Germanie había golpeado a un hombre que le pegó a su esposa frente a todo el pueblo. Lo dejó en el suelo, y el hombre con quien ahora hablaba lo había visto todo.

—Era un hijo de puta, ¿qué se puede hacer? Los hombres no deberían ponerle una mano encima a sus esposas. Conozco que las mujeres podemos ser más débiles, pero, ¿cuál es el derecho de tratarnos así?

—Oh, veo que es una mujer moderna.

—Podría decirse. Mi padre me inculcó eso desde que era niña, y también se lo inculcó a mi hermano pequeño. Es un gran chico.

—Pienso exactamente lo mismo que usted. Reconozco que los hombres podemos ser hostiles y de masculinidad débil.

—Este reino ha cambiado mucho. Hoy en día las mujeres tenemos más privilegios. Antes no podíamos ni pisar una escuela. Ahora, incluso podemos estudiar. Una mujer es la primer ministro de este país, y una niña es la reina no solo de Lucifenia, sino también de Marlon.

Germanie terminó la botella. Llamó a uno de los camareros para que le trajera otra.

—Aunque no me fio de esa niña —dijo Germanie.

—Yo tampoco. ¿Sabe que esa chica asesinó a su padre? Ella lo hizo.

—Eso es terrible.

—Cree que está haciendo un cambio, pero yo no lo veo así. No ha hecho nada por el pueblo, solo permite que sus estúpidos miembros de la guardia real maltraten a nuestros niños. Nos está matando de hambre.

—Pero, ¿qué acaso no disminuyeron los impuestos? —preguntó Germanie, curiosa.

—Así es —respondió el hombre—. Aunque al final del día eso no sirve para nada, nuestros estómagos siguen vacíos. Apuesto a que esa niña consentida nunca ha tenido que pasar por el sufrimiento que nosotros tenemos.

—Lo entiendo, señor. Mi madre ahora puede recibir sus medicamentos de manera gratuita, pero nos sigue faltando el alimento.

La botella de licor llegó. La chica la abrió y le dio un sorbo.

—He pensado que sin esa chica en el trono, este país sería mejor.

—Ah, ¿es así? No podemos destruir a esa niña. Necesitaríamos todo un ejército para eso.

—Es lo que he pensado... Una revolución.

—¿Planea iniciarla por su cuenta?

—Eso mismo.

—Es imposible. Como dije, necesitamos un ejército y aliados. Además, la población debe de estar a favor —Germanie le pasó la botella al hombre.

—Es lo que planeo. Se lo aseguro, va a llegar un momento en el que no aguantaremos más.

El hombre bebió el licor. Le regresó la botella a su nueva amiga.

—Por cierto, señor —habló Germanie—, ¿cómo se llama?

El hombre volteó a ver a Germanie con una sonrisa.

—Soy Arkaitor Marlon. Mucho gusto, señorita Germanie.

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La princesa estaba en su recamara, vistiéndose con la ayuda de su dama de compañía.

—¿Cómo me veo? —le preguntó la princesa a Emma.

—Espléndida, mi señora.

Rilliane tomó un labial rojo de un pequeño baúl y se lo puso, pintando sus suaves y finos labios de este color.

—¿Por qué se arregla tanto, madame? —le preguntó Emma.

—Tengo una reunión con el rey de Elphegort. Vamos a tratar algunos asuntos comerciales, así que tengo que estar presentable.

La princesa se levantó de su tocador y se colocó unos broches negros e. El cabello.

—Sé que no debo preguntar —dijo Emma—, pero, ¿para qué es la reunión.

Rilliane se miró al espejo, arreglando milimétricamente su cabello y su vestido.

—Queremos  alimentos para lo que resta de la sequía.

—Ah, entiendo, mi señora.

La joven princesa se acomdó por ultima vez el vestido y se preparó para salir de la habitación.

—Tengo que convencer a ese hombre de que nos apoye, no importa lo que tenga qué hacer. Si no lo hago —Rilliane abrió la puerta para salir—, el pueblo morirá de hambre.

La reina salió en compañía de Emma.

—No importa que tenga que sacrificar mi cuerpo para ese fin. A los hombres muestrales una cara bonita y una actitud indefensa y caerán ante tus pies.

Rilliane caminaba con desición. No le interesaba nada más que lo que decía.

—Después de todo, solo se fijan en eso.



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