XLV: "El dolor"
Rilliane sabía que no podía darse por vencida. Tenía que llegar a rescatar a Allen.
Avanzaba por los pasillos. Se escondía, era audaz. Gracias a su vestuario, casi nadie se preocupaba por ella. Los guardias simplemente la miraban creyendo que era un sirviente más.
Tenía que llegar a las mazmorras. Sin duda, ahí estaría él. Sus manos le sudaban, su cuerpo temblaba, pero aún así se aferraba a una botella de cristal.
En los calabozos, y para su sorpresa, no había nadie vigilando la entrada. Caminó por los pasillos. Quería encontrarlo.
-Es inútil...
Los pasillos eran jodidamente obscuros. Ni siquiera sabía dónde estaba.
Lu li la ~ Lu li la
Un canto se escuchó. Una voz tan melodiosa. Rilliane la reconoció al instante.
-Allen.
Guiada por la canción, la joven corrió por los pasillos, buscando al propietario de tan bella voz.
Lu li la ~ Lu li la
Se oída más fuerte. Se estaba acercando. Su corazón no podía dejar de latir con fuerza. Quería llegar. Abrazarlo y besarlo. Decirle que lo amaba con todas sus fuerzas.
Lu li la ~ Lu li la
La canción dejó de oírse.
-¿Allen? ¿Estás aquí?
-Rilliane...
Al oír a su amado hablar, sus ojos se llenaron de lágrimas.
-Estás vivo. Estás vivo.
Allen extendió las manos a través de la reja, tratando de alcanzar las manos de su princesa. Las sintió, esas manos llenas de cicatrices pero a la vez tan suaves.
-No sabes cuánto estuve buscándote. No debiste irte así -dijo Rilliane llorando.
Allen sujetó el rostro de la muchacha y secó sus lágrimas.
-Te amo. No te olvides de eso, Rilliane. Te amo con todo mi corazón y mi alma.
-No digas eso. No actúes como si fueras a morir -susurró ella. Sus lágrimas no podían detenerse. Le dolía, le dolía el pecho. Le dolía haber hecho sufrir tanto a un joven inocente-. Te sacaré de aquí, Allen.
Rilliane forcejeó la celda.
-Solo tengo qué tomar fuerzas y-
-No, Rilliane. No debes.
-¡No pienso dejarte aquí! ¡Tú no debes morir!
La joven sollozó. No podía dejarlo. Y de tener que llevarlo a tirones, prefería eso. No iba a permitir que la única persona que amó muriera.
-No puedo irme contigo, Rilliane.
-Sí puedes. ¡Tienes que venir conmigo! ¡¿No entiendes que nunca en el mundo te dejaría?!
Rilliane trataba de abrir la reja a base de forcejeos. El ardor que sentía en su garganta ya no pudo contenerse. Tal vez, ni siquiera eran lágrimas por la situación que estaba viviendo en ese momento. Eran las lágrimas que durante mucho tiempo estuvo guardando y tratando de ocultar... Aunque en algunas ocasiones no pudiera hacerlo.
-No te dejaré... No lo haré.
Rilliane se desmoronó en el suelo. Su llanto ya no podía ser detenido por nada, ni siquiera por Allen. No eran gritos, tampoco risas. Eran lágrimas. Lágrimas que no paraban de caer, como si hubiera tenido una catarsis emocional.
-Te duele, ¿verdad, Rilliane?
-Me duele mucho.
Allen estrechó las manos de la chica entre las suyas.
-Tienes razón, Rilliane. No puedo quedarme aquí porque tú me necesitas.
Rilliane aún seguía llorando.
-Saldremos de aquí y seremos muy felices. Nos casaremos y tendremos hijos, estoy seguro de que podemos llegar a ser felices los dos.
Las lágrimas de la joven iban reduciendo gradualmente. Allen seguía acariciando sus manos.
En un momento repentino, Rilliane se levantó.
-Tenemos qué irnos.
Se limpió las lágrimas de sus ojos.
-Necesito una llave.
El sirviente se quitó del cabello los pasadores de Rilliane.
-¿Con esto? -preguntó Allen, pasándole el pasador por la rejilla a la chica.
-No se puede, Allen. Necesitamos algo más fuerte.
-Mierda..
En ese momento, alguien se hizo presente. Llevaba una antorcha para alumbrar.
-Corre, Rilliane -susurró el joven.
Esta misteriosa persona colocó la antorcha en un sitio, revelando su rostro.
-Germanie...
-Allen. Estás vivo ... ¡Estás vivo!
Ignorando el hecho de que Rilliane estuviera ahí, la chica de armadura carmesí se tapó la boca de la sorpresa.
-Sal de ahí ahora mismo.
Germanie sacó una llave de su bolsillo y abrió la reja. Allen salió de ahí con rapidez. Sin embargo, antes de volver a cerrar la reja, la castaña aventó a Rilliane adentro.
-¿¡Qué haces, Germanie?! -exclamó Allen.
-Tú no puedes estar ahí, pero ella se lo merece.
-No le entiendes, Germanie. Todo fue una trampa, ¡toda esta revolución!
-Tienes qué volver con mamá.
-No voy a dejar aquí a Rilliane -susurró, esta vez enfrentándose a su hermana.
-¡Allen! ¡Lo he dicho, tienes qué irte!
-¡No lo haré! ¡¿Enserio vas a permitirlo, que maten a una persona inocente!? ¡Eso va en contra de todos los ideales que tu pueblo protege!
Germanie miró el rostro enrojecido de su hermano. Luego miró a la joven encerrada en la mazmorra. Sin decir nada, se acercó a la joven con la llave en mano y abrió la reja.
Cuando la muchacha salió, Allen la tomó de la mano.
-Tienes que irte lejos, Allen -susurró Germanie-. Espero que seas feliz...
Germanie miró a la muchacha con las ropas de su hermano.
-Perdón -le dijo.
-También lo siento -dijo Rilliane.
Allen abrazó a su hermana para después, salir corriendo de la mano de su princesa.
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