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VIII: "La princesa y el sirviente se presentan ante el rey"

La merienda transcurría sin ningún problema. El ministro Asnan mantenía la conversación a pie.

La única que parecía no divertirse mucho era la princesa Rilliane. Solo comía y de vez en cuando respondía a las preguntas que el ministro le hacía.

—Princesa Rilliane, usted ha crecido mucho.

—Oh, claro. Y usted cada vez que lo veo está más viejo.

Allen escuchaba todo con atención. Le sorprendía mucho cómo es que hasta ese momento, ninguna persona se había dado cuenta de su presencia. Eran nobles, para ellos, los sirvientes no eran muy diferentes del ganado o la basura.

—Ah, es usted una joven muy divertida.

—Oh, oh, eso lo sé. Usted es un hombre muy impertinente.

Toda la merienda transcurrió así: Rilliane dando comentarios irónicos al ministro, el rey dándole miradas severas y la reina cambiando de tema.

—Bien, ahora que ya hemos saciado nuestro apetito— dijo Asnan—, me gustaría hablar de un asunto con ustedes, majestades.

—Claro, ¿cuál es su inconveniente? —preguntó el rey.

—Debido a que Rilliane es la heredera directa, y ya que ustedes me conocen, saben que Asmodean y Lucifenia están teniendo problemas. Pero el rey me ha encomendado que haga un tratado de paz con ustedes.

—¿En qué consiste ese trato? —preguntó Rilliane, suponiendo lo que el ministro diría.

—Si su majestad, el rey, me lo permite, me gustaría pedir la mano de la princesa. Si unimos nuestras tierras podríamos-

—No. Por si no lo sabe, ministro —interrumpió la princesa—, soy una mujer comprometida. Es imposible que yo esté con usted.

—Eso es lo que me he temido, majestades. Sobre eso, se han exparcido los rumores de que el rey Kyle tiene un amorío con una chica de Elphegort. Dicen que se ve al rey salir al bosque con frecuencia con una hermosa chica de coletas.

Rilliane se quedó quieta, un poco nerviosa. Allen observaba toda la situación. Sentía algo de tristeza por la princesa.

—No tiene pruebas para esegurarme eso, Asnan —habló el rey.

El viejo bajó la mirada con tristeza, mientras uno de sus subordinados le entregaba un papel.

—Me duele mucho decir que no es así, su majestad. Mi subordinado de la agencia especial, Yarera, me dio un reporte de toda su investigación. No lo hago con intención de desprestigiar al rey Kyle, pero, si ahora es así, ¿cómo será cuando esté casado con la princesa?

Rilliane le arrebató las pruebas al subordinado del ministro. Las leyó.

—Esto... No es posible.

Rilliane se llevó una mano a la boca, sorprendida. El rey le arrebató las hojas y leyó lo que ahí estaba escrito.

—¿Kyle? ¿La reina Prim rompió nuestro acuerdo? —preguntó la reina con intriga.

—Eso parece, su majestad —respondió Asnan.

—No... Mi Kyle jamás haría algo así. No le creo nada, ministro.

—En ese caso, vendré con evidencias de mi investigación la próxima vez que los vea, majestades.

El rey asintió al ministro.

—Me gustaría pasear un rato en los jardínes con la princesa a solas, claro, si ella me lo permite.

Rilliane miró al viejo de pies a cabeza. Luego, miró a su padre, con suplica y dureza mezcladas.

—Mi hija estaría encantada.

Con eso, la princesa suspiró y se levantó, junto con el ministro.

Rilliane le hizo una seña por lo bajo a Allen para que los siguiera, a lo que el sirviente obedeció. Se escabulló unos metros detrás de ellos, tras los arbustos.

La princesa llevaba una cara de disgusto demasiado clara, y el viejo caminaba unos pasos atrás de ella.

—Es una mujer hermosa, princesa Rilliane.

—Gracias. Lo sé.

—Tiene clase, tiene dignidad.

—Eso es algo que a usted le falta mucho, Asnan.

—Jajaja, es muy graciosa.

Asnan se acercó un poco más a la joven, quien retrocedió unos pasos. La abrazó por las caderas, mientras seguían caminando.

—Le pido que se aleje de mí.

—Por favor, Rilliane. Cásate conmigo.

—Es usted un irrespetuoso, mire que tratarme de esa forma tan informal. Le ordeno que me suelte.

Rilliane se trató de alejar pero el rey la retenía con más fuerza.

Allen estaba sacando su cuchillo de mano de su vaina, pero Rilliane le hizo una seña para que se detuviera.

—Si nos casamos, seremos muy poderosos.

—Si es por eso, no me conviene. Es mejor que me case con el rey Marlon, él, es dueño de su país, después de todo.

—Eres codiciosa, ¿eh?

—Como todo el mundo, ministro. Ahora, aléjese de mí.

—¿Por qué habría de seguir las órdenes de una chiquilla mimada? —dijo el ministro. Bajó sus manos hasta la espalda baja de la princesa y la tomó del cuello, apretándola hacia él.

—Hueles hermoso...

—¡Suélteme, viejo insolente!

Esta vez Allen no esperó a que la princesa se lo ordenara. Desfundó su cuchillo y salió de entre los arbustos. Separó al ministro de Rilliane y lo inmovilizó de los brazos, poniendo su cuchillo en su asqueroso cuello.

—¿Qué?

Detrás de Allen, aparecieron cuatro subordinados del ministro. Uno de ellos apuntó a Rilliane con su espada y los otros tres se pusieron a los lados de Allen, apuntándoles con sus armas.

—Mira que hacer trampa, princesa.

—¿No es usted el que jugó sucio? Es un viejo asqueroso.

Ambos, Rilliane y Asnan, no podían hablar bien por la presión, pero aun así se insultaban.

—¡Princesa Rilliane! —una sirvienta que pasaba por ahí vió la escena y enseguida llamó a la guardia real.

Al final, cuando las cosas se calmaron y el rey ofreció una disculpa al ministro, Allen y Rilliane fueron convocados ante el rey.

Si durante toda la escena Allen se había sentido muy estresado, casi moría de un infarto al ver al rey en su trono, sin la reina a su lado. Con solo él y Rilliane en la habitación.

—Explícate, Rilliane —le pidió el rey a la chica.

—No tengo que explicártelo, padre. Ese viejo me tenía enfadada, además, es un viejo perverso.

—¿Y por eso tenías que agredirlo de esa forma?

—Él se lo buscó.

Rilliane miraba a su padre con desinterés. El sirviente solo tenía la cabeza gacha.

—¿¡Eres idiota, Rilliane!? ¿¡Sabes lo que nos puede costar esto!? ¡Es una ofensa inigualable!

—No me interesa. No voy a dejar que otros me humillen o se burlen de mí solo por tu estúpida política. Desde este momento te declaro que aunque sea o no verdad el asunto de Kyle, no pienso casarme con ese cerdo.

El rey se levantó muy inquieto de su trono. Se paró enfrente de la princesa, quien lo seguía mirando con desinterés.

—¡Me importa un bledo si quieres casarte o no! ¡Eres mi medio de negociación! ¡Eres mi hija y haces lo que yo te ordene!

—¡No! ¡Suficiente tengo con casarme con ese estúpido rey de Marlon!

—¡Cierra la boca!

Los dos se encontraban gritando histéricos. Ella apretaba sus nudillos y él jalaba sus cabellos.

—¡No pienso segur tus putas órdenes toda mi vida!

—¡Cállate! —el rey le soltó una bofetada a Rilliane, quien en acto reflejo se agarró la mejilla.

Allen no evitó sentir algo de pena por ella. ¿Hasta qué punto podría llegar una persona por su avaricia, hasta querer vender a sus hijos como si fuesen el más barato de los objetos? Rilliane nunca tuvo la oportunidad de decidir desde que fue una bebé. Simplemente no tomaron su opinión. Y, de todos modos, aunque pueda hablar, nada de lo que diga se tomaría en cuenta hasta que ella fuera la soberana.

La princesa se quedó estática, sobando su mejilla.

—Y tú —el rey se dirigió ante Allen—. No hagas estupidéces.

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