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III: "Una visita inesperada"

En el distrito más bajo de Rolled, se encontraba un joven llorando. Había perdido a su padre, gracias a la enfermedad de gula.

Esta enfermedad tan conocida, provocaba que las personas infectadas comieran grandes cantidades de comida, o, incluso, cosas incomestibles. Su papá, había fallecido por ingerir fertilizantes.

Ahora él y su hermana mayor eran los encargados de cuidar la salud de su madre, quien tenía que ser vigilada constantemente, ya que si no lo hacían, podía correr el riesgo de morir.

Teniendo esto en cuenta, la hermana mayor tenía que quedarse las veinticuatro horas para cuidar a su madre.

Así que, el chico era el que tenía toda la carga sobre sus hombros. Necesitaba conseguir la medicina de su madre, la comida para su familia y pagar los costosos impuestos.

Y la época de sequía no ayudaba en nada. Recuerda haber visto a dos chicos pelearse a muerte por la cáscara de una naranja, y que al final la destrozaron por completo.

Él hubiese sido uno de esos muchachos, si no fuera porque ese día había conseguido tres mandarinas.

—Allen, ¿estás bien?

Su hermana lo sacó de sus pensamientos.

—Estoy bien. Solo pensaba en las malas cosechas. Es probable que este invierno varias personas mueran de hambre. Pero, ¿te has enterado de algo sobre el rey? Quiero decir, ¿no reducirá al menos los impuestos?

—Ay, Allen. Siempre piensas las mejores cosas de las peores personas. Ese estúpido rey que tenemos hace tiempo que solo se preocupa de salvar su trasero.

—No hables tan fuerte, Germanie, nos van a oír.

—Me vale. Al menos, habré dicho sus verdades.

—Ah, nunca cambias.

—Bueno, me voy. Dejé sola a mamá.

—¿¡Qué!? ¡No estés perdiendo el tiempo!

—Ya oí, ya oí.

Germanie se fue, corriendo sin cuidado de que su vestido se ensuciara de lodo.

Al entrar en su casa, Germanie escuchó a dos voces femeninas: una era la de su madre. La otra, ni idea.

Abrió la puerta. En la pequeña mesita de madera estaban sentadas su madre y una mujer desconocida de cabello rosa... O no tan desconocida. Germanie podía jurar que la había visto en algún lado.

—Mamá, he regresado —anunció Germanie, cerrando la puerta.

—Oh, eso es bueno. Siéntate, cariño —dijo su madre, apuntando a una silla al lado de ella.

Germanie se sentó, mirando con inquietud a su madre.

—Te presento a Elluka, ella es la consejera real del palacio y primer ministro.

La castaña se quedó como anonadada ante la figura de Elluka, quien solo sonrió y le extendió la mano.

—Es un gusto conocerte, Germanie.

Estrecharon sus manos. Germanie murmuró un «igualmente» en respuesta.

—Ella es la persona con la que he estado intercambiando cartas a espaldas de tu padre.

—Oh, ya veo. Perdoneme que se lo pregunte, pero, ¿habia venido antes? Es que siento que ya la ha visto en algún lado —preguntó Germanie a Elluka.

—Tal vez mi cara te resulte familiar porque una vez salí en el periódico.

—Ah... Está bien.

Germanie fingió que aceptaba la respuesta, pero decir que la vio en un periódico no la convenció. Rara vez leía el periódico, y solo de vez en cuando, era su padre quien le mostraba los artículos. Ella no recordaba una foto de tinta y negra blanca, ella recordaba la vívida imagen de una mujer hermosa de cabellos rosados y ojos azules.

—Pera no hacerles perder su tiempo, he venido a comentarles que tenemos un puesto libre en el palacio.

¿Es enserio? ¿La primera ministra de toda Lucifenia se tomó el tiempo solo para decirles que había un puesto en el palacio? Germanie cada vez se convencía de que había gato encerrado.

—Pensé en ustedes porque tu madre me dijo que les falta dinero —Elluka dirigió su mirada a Germanie, que asintió en respuesta.

Elluka tomó una bolsa desbordando de monedas de oro y se las enseñó a la madre de Germanie y a esta.

—Esa será la paga que recibirá al mes si se viene conmigo. Me he tomado la molestia de adelantarla.

Germanie tomó la bolsa, con la cara a desbordar de la alegría y confusión.

—Pero si esto no es lo que gana mi hermano ni en cuatro meses. Mamá, iré a trabajar al palacio, en definitiva. Dile a Allen que ahora él cuidará de ti.

—Sí, cariño.

—Sobre eso... La reina Anne me ha comunicado que quiere que sea un hombre el que ocupe el puesto. Lo siento, Germanie. En todo caso, tu hermano se irá —habló Elluka.

—Pero... ¿Cuál es el problema? Tengo diecinueve años. Soy mayor que Allen, él es solo un niño de catorce años.

—Eso mismo pensé yo. Pero, son decretos de la reina. ¿Qué más puedo decirles?

—Entonces no. No voy a dejar que Allen tenga que irse a romperse la espalda al palacio. De por sí ya ha perdido tantas cosas aquí...

—Te prometo que tu hermano estará bien, Germanie. Le ofreceremos su vivienda, comida y descansos a final de mes. Además, por venir de ustedes, me aseguraré de que tenga mayores comodidades.

—No me refiero a si está con lujos o no, me refiero a que es una gran responsabilidad ser un sirviente. Es solo un niño, y... Me gustaría que disfrutara un poco más de su infancia como yo lo hice.

—No me gusta ser entrometida, pero, ¿qué pasará cuando se queden sin comer?

—Estoy segura de que podremos resolverlo.

Elluka acercó la bolsa de monedas a laadre de Germanie.

—Solo es por los géneros. Te aseguro que va a estar bien. Además, si ahorran lo suficiente, Allen no tendrá que trabajar mucho tiempo.

Madre e hija se miraron. Perecían hablarse con sus gestos.

Entonces, la puerta se abrió. Un chico rubio con un parche entró en la casa.

—Ya vine, madre. Compre harina y huevos para hacer pa... ¿Quién es usted, señorita?

—Allen, ¿así te llamas, no? —dijo Elluka—. Soy la consejera Elluka, del palacio.

—¿La primer ministro?

—Sí.

Allen bajó su cabeza un poco ante Elluka, quien se río por su acto.

—Ah, no me hagas reverencia. No soy miembro de la familia siquiera.

—Lo siento.

—Allen —interrumpió Germanie—. Quiero pedirte algo.

—¿Qué es, Germanie?

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Hola, hola, queridos lectores. Aquí les dejo la tercera parte de esta historia. Gracias por tomarse el tiempo de leerla.

Les dejo el manga corto de Twiright Prank. ¡Adiós, nos vemos en el siguiente capítulo!


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